miércoles, 30 de septiembre de 2015

Misdirección


Voy a poner al lector en una situación hipotética:

Imaginemos dueños de una industria que opera a costa de una injusticia. Esta industria es no en cambio la más grande y productiva de la historia. Todo el mundo se sirve de ella de mil maneras diferentes sin llegar a cuestionar la moralidad de sus pilares. Acaso no llega ni siquiera a percibir la infamia, o no al menos en toda su amplitud. La injusticia está, pero apenas se nota.

En un momento dado, sin embargo, un pequeño grupo de la sociedad la advierte y la cuestiona. Decide entonces actuar, no sólo dejando de participar en ella, sino procurando también despertar la misma conciencia en los demás. Al principio el impacto será insignificante, pero a medida que aumente ese sector poblacional, el movimiento irá representando una amenaza cada vez más alarmante.

¿Qué podríamos hacer nosotros como principales afectados? No podemos quedarnos de brazos cruzados, claro, pues eso sólo conducirá al aumento paulatino de esa corriente seminal. Por otro lado, la injusticia, una vez señalada, se revela demasiado manifiesta como para presentar batalla en lo moral. Hay unos individuos cuyos derechos están siendo pisoteados de manera flagrante. La falta de ética por tanto es irrebatible, imposible de disimular. ¿Qué nos queda? Pues bien, nos quedan dos estrategias, compatibles por añadidura:

La primera de ellas consiste en tratar de cambiar el foco del debate. No podemos convertir en justo lo que es injusto, pero sí podemos tapar la injusticia bajo el manto de sus bondades presumidas. Podemos decir que la industria, aunque injusta, reporta altas dosis de salud, de bienestar, de placer, de satisfacción... Los términos serán en buena medida subjetivos, confusos e irresolubles. De este modo, si conseguimos que ese sector concienciado de la sociedad caiga en la trampa, habremos logrado alejar el debate del terreno que teníamos perdido.

Dada además la circularidad potencial de este discurso, tendremos la posibilidad de prolongar nuestra estrategia tanto como nos resulte apetecido. Una vez apurado el tema de la salud, podremos entonces recurrir al económico; si se agota éste, podremos recrearnos en la parte de lo deleitoso; si la alternativa de los oponentes nos iguala en esto, podremos apoyarnos en la historia; y si la historia se nos queda escasa, podremos regresar a la consigna sanitaria echando mano ahora de unos datos y alegatos más o menos renovados (nos sobra poder para la garantía de ello).

La segunda alternativa ni siquiera requiere abandonar el ámbito moral. No se trata en esta ocasión de evitar la mirada ética, sino de adulterarla. La cuestión es muy sencilla: lo que haremos será "sacrificar" una pequeña parte de la industria a fin de proteger el grueso de la misma. ¿A la gente le preocupa la injusticia? Pues bien, démosle entonces una injusticia especialmente hiriente para que se entregue de cabeza a su batida. La tentación será irresistible. Es igual que un truco de magia. Los magos lo llaman "misdirección": dirigir la atención del público hacia un punto alejado de aquel que se desea enmascarar. No se requiere mucho. Basta con que la práctica sea de una crueldad particular, o que la hagamos visible al público, o que la impongamos sobre individuos que despierten simpatías especiales. Las opciones son infinitas. 

Es adecuado fingirnos resistentes a las quejas. Aunque sepamos el final de la historia, conviene que tratemos de estirarla hasta su máximo. Entonces llegarán las concesiones, inmejorable ocasión para simular una actitud "humanitaria" que sumará valor a nuestra imagen. Durante todo este tiempo habremos conseguido proteger la industria, una protección que se prolongará tanto como duren las euforias y los vítores de la parte antagonista. En lo que tarden en despertar los oponentes habremos tenido tiempo de sobra para planificar futuras distracciones. Con un poco de suerte, quizá podamos incluso recuperar alguna de esas piezas inmoladas. Se precisa sutileza, pero no es inalcanzable. 

La única complicación que cabe aquí es que surjan "rebeldes" que no se dejen engañar. Pero no hay razón para la alarma. A menudo el porcentaje es tan pequeño que bien nos baste con ignorarlo. No obstante, es siempre adecuado tratar de conseguir la complicidad de la sección más "moderada". Si logramos que estos crean que sus "pequeños pasos" están "haciendo algo", ellos solos se encargarán de arremeter contra esos "radicales" o "puristas" a quienes acusarán de "no hacer nada" más que "separar al movimiento".    

¿Duda el lector de la eficacia de estas estrategias? Entonces le sugiero que eche un vistazo al universo de la explotación especista y al actuar de su alter ego: el "Bienestar Animal". Este ha sido su proceder exacto desde tiempos seculares, y la eficiencia de sus resultados es incuestionable. He ahí el porqué algunos insistimos tanto en condenar el bienestarismo. El bienestarismo es un mal porque es lo que desea la industria sostenida en el especismo. La explotación animal no peligrará jamás con el bienestarismo porque el bienestarismo le supone un aliado, no un oponente.

Regreso ahora a mi posición de "purista radical" para decir que la injusticia debe acabar, y debe acabar cuanto antes. No una parte de la injusticia, sino toda ella. Y debe acabar no por salud, economía o medio ambiente, debe acabar por las víctimas. ¿Por unas víctimas? No, por todas ellas.

«Es práctica generalmente observada reconocer ciertas excepciones
a fin de permitir el más fácil mantenimiento de la norma general
~ Louis de Jong ~

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