lunes, 5 de junio de 2017

Insultos


El animalismo es una fábrica constante de insultos y demás hostilidades, dirigidas tanto hacia "dentro" como hacia "fuera". Hablamos de un movimiento ocupado en acabar con el que es sin duda el mayor holocausto de la historia, movido además por los esfuerzos de una minoría enfrentada al prejuicio con mayor arraigo de este mundo. Es, por tanto, un movimiento impregnado de mucha impotencia, frustración, rabia y emoción, volviéndose el tema, en la mayoría de las veces, terriblemente visceral.

Lo dicho pretende explicar el porqué de esta actitud, no justificarla. Los insultos y el resto de agresiones verbales son una forma de violencia que no tiene justificación ninguna. Si la explotación animal está mal es precisamente por tratarse de un acto de violencia, y no tiene ningún sentido estar condenando una forma de violencia al mismo tiempo que se está ejerciendo otra. Quienes se escudan en la falaz idea de que "el fin justifica los medios" parecen olvidar que todas las personas violentas, sin excepción, persiguen siempre por medio de su violencia algún fin que también ellas consideran deseable. Una vez arrinconados los principios morales, cualquier cosa se puede llegar a concebir justificable.

Admito que no siempre resulta fácil contenerse. Todos vemos, leemos u oímos cosas que despiertan nuestra cólera; pero en la mayoría de los casos ni siquiera se trata de pequeños "deslices", sino que el insulto se emplea como un instrumento regular. La mayoría de nosotros vivimos rodeados de amigos, vecinos, familiares y conocidos que no son veganos y que forman parte de mil y una formas diferentes de explotación animal; por lo tanto, creo que antes de dejarnos llevar por los impulsos, lo mejor que podemos hacer es contar hasta tres y plantearnos cómo responderíamos si esa otra persona con la que estamos tratando fuera alguno de esos seres queridos o apreciados.

Lo que no es aceptable para nuestro amigos y familiares no es aceptable para los demás. Es cierto que las personas de nuestro entorno se mueven en contextos que nos son más familiares y que las cosas que más violentan nuestro espíritu son aquellas que nos sacan de lo acostumbrado. No obstante, hemos de darnos cuenta de que en tales casos estaremos siendo arrastrados por nuestros propios sesgos y desarrollando así nuestros juicios sobre unas bases arbitrarias.

Por otro lado, creo que debería tenerse en cuenta también el apartado estratégico del asunto. Los ataques personales tienen a este respecto una eficacia absolutamente nula. Nunca se ha conseguido convencer a nadie de nada por medio del insulto. Al contrario, todo lo que lograremos de ese modo será que la otra parte adopte una actitud defensiva y hermética, y cualquier posible efecto no será la concienciación, sino la intimidación.

Tampoco conseguiremos convencer a ningún observador neutral. Lo más que esa persona va a percibir son dos formas de violencia enfrentadas entre sí. Y si asumimos además que esa otra persona será partícipe seguro de la opresión especista, es más que probable que sus simpatías recaigan sobre la parte que se muestra violenta hacia los nohumanos antes que hacia nosotros, que nos estaremos mostrando violentos hacia un humano que, para colmo, comparte sus mismos ideales. La clásica acusación de misantropía dirigida a los animalistas (que es un tipo de especismo, por cierto) está motivada por este tipo de situaciones, y mucho me temo que, salvo por la generalización, tal afirmación no deja de tener cierto fundamento ocasional.

Los insultos no son más que una muestra de impotencia y frustración. ¿De verdad es ésta la manera en que queremos mostrarnos ante ese mundo que pretendemos transformar? Yo mismo me doy por satisfecho cuando en medio de un debate mi "oponente" empieza a dedicame una retahíla de insultos y agresiones. Dado que a todos nos resulta tan difícil desprendernos de nuestras creencias y reconocer nuestros errores, nunca espero que mis interlocutores lleguen a darme la razón, tomando entonces al insulto como la respuesta que más se le parece. No creo que ande muy desatinado.

Nunca faltarán quienes aplaudan nuestra actitud violenta. En las redes sociales, por ejemplo, no es inusual que el comentario mejor valorado sea el que contiene más insultos por centímetro cuadrado. Pero lo único que eso demuestra es que nuestra frustración e impotencia es compartida por mucha otra gente, no siendo algo que quite ni dé razones. Si nos contentamos con la palmadita en la espalda de quienes ya piensan como nosotros, entonces es que nos contentamos con bien poco. Además, estaremos confundiendo gravemente el fin de nuestra labor, pues el objetivo que debemos perseguir no es la persuasión de quienes ya piensan como nosotros, sino la de quienes piensan diferente.

Muchos "animalistas" se deleitan describiendo la cuestión del especismo como una "guerra" y a los especistas como "el enemigo". Pero si hay alguna guerra aquí se trata desde luego de una guerra sin rivales. Creo que algunos harían bien en recordar que son los propios especistas quienes tienen la clave de este asunto. Son los especistas los únicos que pueden acabar con la violencia contra los otros animales. La función de los veganos es ayudarles a conseguirlo. Debemos actuar como sus aliados, no como sus adversarios. No ignoro que hay personas especistas cuya disposición para el cambio es de apariencia ausente. Conozco de sobra a todos aquellos que se muestran hostiles ante el veganismo, aquellos que no parecen tener otra dedicación en la vida que incordiar y atacar a los veganos. Pero existe un recurso muy sencillo, cómodo y útil: ignorarlos. Además, no deberíamos precipitar el juicio. Muchos de los que hoy son veganos se declaraban antes sus más fervientes enemigos. 

Decía el poeta François Fénelon que «si la justicia no es fuerte, es preciso que la fuerza sea justa». Pero no creo que se refiriese a una fuerza física, sino a una fuerza de espíritu, a una fuerza de ánimo. Los insultos no son una muestra de fuerza, sino de debilidad, y forman parte además de un acto que nos aleja de la justicia. Nuestra fuerza es la fuerza de la razón y de la verdad. Debemos ser fuertes en cuanto a tenaces, en cuanto a insistentes, en cuanto a no decaer ante los golpes que se reciben cada día. El respeto y la cordialidad no son incompatibles con la firmeza y la contundencia. El tema es serio y así lo merece. Millones de víctimas dependen de ello; pero dependen de nuestra capacidad de convicción, no de nuestra hostilidad. Si pretendemos difundir respeto, lo primero que tendríamos que hacer es cundir con el ejemplo.

2 comentarios:

  1. Hola Igor,

    Felicitación por tu articulo. ¡Es tu gran regreso! Los tres últimos párrafos son memorables. Sacaré de estos citaciones para mi libro. Muchas gracias. Espero que vas bien.

    Un abrazo desde Marsella.

    ResponderEliminar

Toda opinión será bienvenida siempre que se ajuste a las normas básicas del blog. Los comentarios serán sin embargo sometido a un filtro de moderación previo a su publicación con efecto de contener las actitudes poco cívicas. Gracias por su paciencia y comprensión.