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martes, 22 de abril de 2025

Revisando dos dogmas de la ciencia de la conservación

 
RESUMEN

La ciencia de la conservación es un campo con motivaciones morales y valores implícitos y explícitos integrados en su ejercicio. Sus especialistas no pueden así eludir la ética de su labor e interrogar con ello los valores que le subyacen. Aquí, analizamos la ecología vanguardista y la ética contemporánea para revisar dos principios que se han convertido en dogmas dentro del sector: que los colectivos ecológicos son valiosos pero los animales
individuales no, y que el antropomorfismo es algo que se debe evitar a toda costa. Los estudios emergentes demuestran que los individuos y sus variaciones intraespecíficas pueden tener un valor instrumental para las ciencias de la conservación, existiendo dentro de la filosofía ambiental un consenso cada vez mayor en torno al valor moral de los individuos. Sugerimos que las ciencias de la conservación deberían reconocer de forma explícita ese valor. También discutimos cómo el conservacionismo se ve perjudicado por la elusión del antropomorfismo, pues el antropomorfismo crítico permite una actuación científica más matizada —propiciando que los conservacionistas se formulen sus preguntas desde la creatividad y la compasión—. Proporcionamos evidencias de que ambos dogmas están científica y moralmente obsoletos, propiniendo nuevos valores normativos para guiar a la conservación hacia una ciencia más sólida y una práctica más ética.

INTRODUCCIÓN

La misión de los conservacionistas es la conservación del mundo vivo —una biota enfrentada hoy a la destrucción de hábitats, el cambio climático, la extinción de especies y el aumento de la mortandad no humana—. Esta labor tiene una motivación moral, y su práctica está envuelta de cierto tipo de valores inherentes (Noss, 2007; Soulé, 1985). Los valores de la ciencia de la conservación (como que la biodiversidad es buena y la extinción de especies provocada por el hombre es mala, por ejemplo), junto con sus principios consecuentes (fomentar la biodiversidad, por ejemplo), guían la investigación y la práctica conservacionistas (Noss, 2007; Soulé, 1985). La ciencia de la conservación puede verse incluso como la expresión de esos valores, con objetivos definidos mucho más por ellos que por la búsqueda de conocimientos científicos (Robinson, 2006). Los conservacionistas también deben lidiar con situaciones envueltas de no poca carga ética (Sommer y Ferraro, 2022; Wallach et al., 2018), como las decisiones relativas a qué entidades o colectivos priorizar. Aquí utilizamos el término conservacionistas en referencia a los científicos y expertos en biología y ciencias de la conservación y a los principios consagrados a ellas.

La ética ambiental y la ética de la conservación son una respuesta a los desafíos morales a los que se enfrentan los conservacionistas, surgidas como disciplinas encargadas de guiar las interacciones humanas con el mundo vivo y su gestión. En términos generales, la ética ambiental examina la relación moral entre los seres humanos y el entorno natural (Des Jardins, 1997). La ética de la conservación, por su parte, es una subdisciplina de la ética ambiental centrada en la mejora aplicada de las prácticas de conservación (Ferraro et al., 2021).

Cuando los principios son asumidos y aceptados de forma incuestionable, se convierten en dogmas difíciles de reconocer y evaluar (Nelson et al., 2021). A medida que crece el campo de la ética de la conservación, algunos científicos y filósofos están reconsiderando los valores y objetivos que han venido guíando su práctica durante mucho tiempo, a menudo de forma ciega (Ferraro et al., 2021; Nelson et al., 2021; Rohwer & Marris, 2021; Wallach et al., 2020). Dada la naturaleza intrínsecamente ética de la conservación, los conservacionistas deberían fusionar la ética con la ciencia y reevaluar sus valores y objetivos a la luz de los nuevos avances conseguidos en uno y otro terrenos. Aquí examinaremos dos de estos valores normativos dogmáticos: en primer lugar, que los colectivos ecológicos (genotipos, especies, poblaciones, comunidades bióticas, ecosistemas, biomas...) son valiosos para la conservación (Callicott et al., 1999; Soulé, 1985), pero no así los animales no humanos individuales (en adelante, individuos o animales); y en segundo lugar, que debe eludirse todo ejercicio de antropomorfismo. En ambos casos demostramos, mediante la fusión de las actuales teorías filosóficas y ecológicas, que estos principios están obsoletos tanto desde un punto de vista científico como desde un punto de vista moral.

EL DOGMA DE QUE LOS INDIVIDUOS CARECEN DE VALOR EN LA CIENCIA DE LA CONSERVACIÓN

UNA BREVE HISTORIA

En su artículo «¿Qué es la biología de la conservación?», Soulé (1985, pág. 170) propuso a modo de declaración cuatro postulados normativos en forma de «valores que constituyen la base de una ética adecuada» para la conservación: (1) la diversidad de organismos es buena; (2) la complejidad ecológica es buena; (3) la evolución es buena; y (4) la diversidad biótica tiene un valor intrínseco. Además, aclaró los postulados 1, 2 y 4 concretando que la diversidad de especies era buena, que la diversidad de hábitats era buena, y que las especies tienen un valor intrínseco, respectivamente. Los dos primeros postulados han acabado derivando en el siguiente principio: la biodiversidad, entendida como diversidad de colectivos ecológicos, es valiosa (Callicott et al., 1999; Noss, 2007). Mantener y mejorar estos colectivos se ha convertido en la motivación detrás de la investigación y la aplicación de la ciencia de la conservación (Callicott, 2018; Robinson, 2006). Soulé (1985, pág. 731) no dejó de transmitirles a los conservacionistas qué era lo que no tenían por qué valorar: «La conservación se ocupa de proteger la integridad y continuidad de los procesos naturales, no el bienestar de los individuos», pues «el imperativo ético de conservar la diversidad de las especies es distinto de cualquier norma social sobre el valor o el bienestar de los animales o las plantas individuales». Así pues, en el contexto de la conservación, cualquier preocupación por el valor o el bienestar de los individuos tiene una relevancia menor y es independiente de los objetivos del conservacionismo.

Aunque el bienestar animal y la valoración individual de los animales son conceptos empleados a menudo de forma indistinta (incluido el propio Soulé [1985]), y aunque existe en efecto un vínculo inextricable entre ellos, no son lo mismo. Uno puede valorar a los individuos por las siguientes razones, no excluyentes entre sí: por razones instrumentales (el valor de los individuos se deriva de su contribución a un fin deseado, como su papel dentro de un ecosistema) o por razones intrínsecas (los individuos tienen valor en sí mismos, independientemente de su valor instrumental [Zimmerman y Bradley, 2019]). Si los animales sólo tienen un valor instrumental, entonces no hay razón para preocuparse por su bienestar individual salvo que ello afecte a su valor instrumental. En cambio, si los animales tienen un valor intrínseco, entonces son motivo de consideración moral y los conservacionistas no pueden ignorar su bienestar individual (por ejemplo, una buena salud, ausencia de dolor gratuito, la posibilidad de satisfacer sus rutinas vitales, etc.). Describir lo que constituye el bienestar animal (Heeger y Brom, 2001) y determinar el uso apropiado del término y a quién se aplica queda fuera del alcance de este artículo. Sin embargo, la postura que adopta Soulé (1985) sobre el valor intrínseco de los animales está implícita: si los conservacionistas no necesitan preocuparse por el bienestar de los animales individuales, entonces se deduce que éstos no tienen valor intrínseco.

La ética ambiental se había alejado del reconocimiento del valor intrínseco de los individuos antes incluso de que Soulé (1985) articulara las motivaciones morales del conservacionismo —una escisión sucintamente discutida por Jamieson (1998), Fraser (2010) y Campbell (2018)—. Este cisma canónico fue cimentado por Callicott (1980), quien sostuvo que la ética ambiental debería valorar la «integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica» (Leopold, 1949, págs. 224-225), reduciendo el valor de los individuos a su función dentro de los ecosistemas. Callicott (1980) argumentó además que, dado que el valor de los animales individuales no se derivaba de ningún rasgo propio (por ejemplo, la sintiencia, la agencia, el valor intrínseco...), su bienestar no era algo que debía preocupar a los conservacionistas.

Estuviera o no Soulé (1985) directamente inspirado en Callicott (1980), ésta era la postura predominante dentro de la ética ambiental de la época (Campbell, 2018; Jamieson, 1998). En consecuencia, no es sorprendente que Soulé (1985) siguiera la tradición al declarar los valores que, en su opinión, debían sustentar la conservación. Aunque el bienestar animal y el conservacionismo tienen objetivos similares (valorar y cuidar el mundo animado), el bienestar animal, la ética animal y el valor intrínseco de los individuos han sido excluidos de la corriente principal del segundo (Santiago-Ávila y Lynn, 2020; Wallach et al., 2018).

El énfasis explícito de Soulé (1985) en el valor intrínseco de los colectivos ecológicos y su desestimación implícita del valor intrínseco de los animales individuales condujeron a la desestimación de cualquier valor de los individuos (instrumental o intrínseco) en la corriente principal del conservacionismo. Así, la investigación ecológica relacionada con la conservación ha operado en gran medida a escalas de poblaciones, especies, comunidades y ecosistemas, ignorando a los individuos y la varianza individual dentro de esos colectivos (Bolnick et al., 2003; Clark et al., 2011). El dogma de que los conservacionistas no tienen por qué reconocer el valor de los individuos (Nelson et al., 2021) ha calado tan profundamente en el campo que los conservacionistas han considerado durante mucho tiempo a los individuos como meras partes de un todo ecológico determinado (Bolnick et al., 2003; Wallach et al., 2018). Como resultado, ciertos procesos han dejado de estudiarse en el marco de sus escalas pertinentes. Por ejemplo, los biólogos de la conservación suelen estudiar las interacciones entre especies ignorando que no son las especies las que compiten entre sí, sino que son los individuos quienes interactúan con otros individuos (Clark et al., 2011). El dogma está tan arraigado que se han mantenido omitidas incluso las diversidades individuales. Por ejemplo, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza ignora por completo la diversidad individual, recomendando la conservación de la biodiversidad a escala de genes, especies y ecosistemas (McNeely et al., 1990). Por supuesto, gran parte de lo que se necesita saber sobre los ecosistemas se debe explorar a niveles colectivos. Sin embargo, la vía de investigación dominante (y casi la única aceptable) pasa por la consideración de los colectivos como las unidades fundamentales (Wallach et al., 2018).

Debido al rechazo del valor individual de los animales, los conservacionistas han ignorado históricamente el valor instrumental de la diversidad individual y de los individuos, así como el valor intrínseco de los últimos. Sostenemos que alejarse de este enfoque dogmático permitirá a los científicos de la conservación encontrar soluciones ecológica y éticamente sólidas a los problemas de conservación.

DECONSTRUYENDO EL DOGMA CON PRUEBAS CIENTÍFICAS

La afirmación de que la diversidad individual y los individuos tienen un valor instrumental para la ciencia de la conservación (por ejemplo, para el funcionamiento de los ecosistemas, para el éxito de las poblaciones, etc.) tiene un soporte empírico. A pesar de la tendencia histórica por ignorar la varianza individual (Bolnick et al., 2003; Clark et al., 2011), la diversidad entre los individuos de una misma especie en cuanto a cómo se mueven (Nilsson et al., 2014), qué comen (Araújo et al., 2009) y cómo gestionan el riesgo (Richmond et al., 2022) cuenta con una evidencia definitiva por parte de la ciencia contemporánea. De hecho, la diversidad es esencial para responder a ciertas preguntas que abarcan toda la disciplina (Bolnick et al., 2003; Tabla 1). Por ejemplo, a la hora de evaluar si una población es lo suficientemente grande para mantenerse, existe una regla empírica según la cual se necesita un tamaño efectivo de población de 50 individuos para evitar la homogeneización genética debida a la endogamia y 500 individuos para minimizar la deriva genética (Franklin, 1980; Soulé, 1980). Aunque el número real de individuos necesarios para aproximarse al tamaño efectivo de una población depende de los rasgos de los individuos (Frankham et al., 2010), la variación intraespecífica es un factor fundamental.

Tabla 1. Evidencias de que valorar a los individuos promueve una mejor ciencia


Ejemplo
Descripción
Referencias
Práctica de conservación
Traslocación de especies en peligro de extinción
Los administradores seleccionan no sólo grupos de origen que aumentarían la diversidad genética, sino también individuos que tienen más probabilidades de sobrevivir, reproducirse y contribuir al tamaño efectivo de la población.


Johnson et al., 2010


Rescate genético
Se seleccionan individuos específicos para que se reproduzcan con una población en riesgo, siendo escogidos por sus diferencias genéticas con respecto a dicha población.


Bell et al., 2019; Hedrick, 2005;
Tallmon et al., 2004
Fenómenos ecológicos
Individuos clave
Algunos animales particulares pueden tener roles o funciones de gran importancia, sustentando la dinámica a nivel de todo el ecosistema, como los alfas en grupos sociales o los individuos pioneros.


Modlmeier et al., 2014


Personalidad animal
Tendencias de comportamiento que son consistentemente diferentes de otros individuos de la misma especie.




Bremner-Harrison et al., 2004;
Myles-Gonzalez et al., 2015;
Nilsson et al., 2014; Sommer
y Schmitz, 2020



Plasticidad, interacciones GxA
La expresión de rasgos es el producto de la experiencia de un individuo en diferentes entornos; no todos los organismos tienen la misma expresión de rasgos en diferentes entornos.


Miner et al., 2005;
West-Eberhard, 1989


Variación intraespecífica
La variación entre individuos dentro de una población puede tener efectos equivalentes o mayores en la dinámica ecológica que los efectos de la eliminación o el reemplazo de especies.


Des Roches et al., 2017







Esto es evidente, aunque de forma tácita, en proyectos destinados a evitar la extinción mediante el «rescate genético» (Tallmon et al., 2004) o la «restauración genética» (Hedrick, 2005), en los que los conservacionistas introducen individuos específicos para aumentar la diversidad genética. La variación intraespecífica también es importante para la viabilidad de las comunidades y el funcionamiento de los ecosistemas, y tiene un valor explicativo desde el punto de vista ecológico (Modlmeier et al., 2014). Sus efectos pueden ser tan grandes que rivalicen con los de la eliminación o sustitución de especies (Des Roches et al., 2017). Así pues, la diversidad de los individuos —su genuinidad genética y fenotípica— es de gran importancia para la diversidad genética, para la trayectoria de las poblaciones y las especies, para la composición de las comunidades y para el funcionamiento de los ecosistemas (Des Roches et al., 2017; Violle et al., 2012), todo lo cual ocupa escalas ecológicas relevantes para la conservación. Sin embargo, los conservacionistas no siempre tienen en cuenta la variabilidad individual. Por ejemplo, los modelos de nichos ecológicos ignoran la variación intraespecífica individual en cuanto a plasticidad, comportamiento y potencial adaptativo, lo que puede agravar los errores de predicción (Razgour et al., 2019).

Se podría argumentar que cualquier ejemplo de la importancia de la diversidad individual podría reducirse a los rasgos determinados por los genes. Desde este punto de vista, el valor de la diversidad individual se encapsula en las diversas reservas genéticas, que ya se reconocen como valiosas. Sin embargo, como el lector verá más adelante, existe un valor científico independiente en la instanciación particular de los genes en los individuos (diversidad fenotípica), y la afirmación de que el valor puede situarse únicamente en el acervo genético no es justificable ni científica ni filosóficamente (Figura 1).

FIGURA 1: Justificación científica y filosófica de
por qué los genes por sí solos no son valiosos.

Y no sólo es importante la diversidad individual, sino también la existencia de los individuos mismos. Cada vez son más las investigaciones que indican que los individuos pueden afectar de forma notable a la dinámica de los grupos o al funcionamiento de los ecosistemas (Des Roches et al., 2017). Por ejemplo, los individuos clave pueden apuntalar las dinámicas a niveles de población o de ecosistema, y la eliminación de estos individuos puede tener efectos prolongados y trascendentales desde el punto de vista de la conservación. Algunos ejemplos de ello son los animales alfa de algunos grupos sociales, los individuos altamente conectivos dentro de una población, los responsables de tomar las decisiones o aquellos individuos que actúan como pioneros (Modlmeier et al., 2014). Estos descubrimientos se ven obstaculizados y entran en conflicto con la consideración de los individuos como elementos intercambiables.

También cabe tener en cuenta los estudios emergentes en torno a la personalidad animal. Definidas como tendencias de comportamiento individuales diferenciadas y sistemáticas (Wolf y Weissing, 2012), las personalidades pueden ser de gran importancia para la persistencia de las especies, el funcionamiento de los ecosistemas y las prácticas de conservación (Collins et al., 2022; Nilsson et al., 2014; Sommer y Schmitz, 2020). Por ejemplo, en las introducciones y reintroducciones de especies silvestres, los rasgos de personalidad pueden influir de forma notable en el éxito o fracaso del establecimiento de un individuo o una especie (Sih et al., 2004). En los gobios pintados (Neogobius melanostomus), por ejemplo, los individuos más audaces tienen más probabilidades de establecerse (Myles-Gonzalez et al., 2015), mientras que en los zorros cometa (Vulpes velox), son los individuos más tímidos los que tienen un mayor porcentaje de éxitos (Bremner-Harrison et al., 2004). En ambos casos, no basta con introducir la especie N. melanostomus o V. velox, sino que también es importante qué gobios o zorros concretos son introducidos.

Se podría objetar que estos estudios se limitan a demostrar subtipos de personalidades definibles y que lo esencial para la conservación es el tipo de personalidad y no tanto los individuos concretos. Pero conocer qué rasgos de la personalidad pueden contribuir a las distintas funciones dentro de un ecosistema invita comprender cuán importantes pueden ser los gradientes de los rasgos de la personalidad. Cabe esperar que unos individuos que son únicos tengan efectos igualmente únicos en los ecosistemas y, por extensión, en la conservación. Por lo tanto, cabe esperar que cada individuo tenga un valor instrumental distinto, y las intervenciones que no tengan suficientemente en cuenta el comportamiento individual podrían dar lugar a resultados perniciosos (Edelblutte et al., 2023). En este sentido, los descubrimientos en torno a la personalidad animal y los individuos clave no habrían podido producirse sin haber hecho del individuo la unidad básica de la investigación (Tabla 1).

Usando ejemplos de investigaciones ecológicas y evolutivas activas (Figuras 1 y 2), mostramos la naturaleza obsoleta de reconocer el valor instrumental de la diversidad de las especies y los ecosistemas pero no así el valor instrumental de la diversidad individual o de los propios individuos.

FIGURA 2: Aplicación hipotética tanto del dogma actual de que los individuos no tienen valor para la ciencia de la conservación como del principio revisado sugerido de que sí lo son.

DECONSTRUYENDO EL DOGMA CON FILOSOFÍA

Podemos ahora seguir examinando la negativa a reconocer el valor de la diversidad individual y los propios individuos recurriendo a la filosofía. Los postulados de Soulé (1985) apoyan la afirmación de que la biodiversidad es el principal valor que motiva la ciencia y la práctica de la conservación: la diversidad es valiosa, y existen diversidades intra- e interespecíficas y ecosistémicas. Así, Soulé (1985) sostiene que el valor de la diversidad es anterior al valor ecológico: la diversidad es la razón por la que los conservacionistas valoran los ecosistemas y las especies (Soulé, 1985). En consecuencia, y por paridad de razonamiento, la diversidad de los individuos no debería tener menos valor —al menos instrumentalmente— que el valor de los colectivos a escalas superiores e inferiores a la de los individuos. Algunos filósofos sugieren que se vuelva a atribuir un valor intrínseco a las entidades o los colectivos ecológicos no sintientes (Justus et al., 2009), pero esto queda fuera del alcance de este artículo.

Si los conservacionistas valoran los distintos colectivos ecológicos en la medida en que contribuyen a la biodiversidad, la misma razón exige el reconocimiento del valor de los individuos: las diferencias entre ellos se manifiestan como variación intraespecífica o, lo que es lo mismo, como diversidad (variaciones y diversidad en cuanto a edad, sexo, uso del hábitat, preferencias alimentarias o personalidad, por ejemplo). Aunque las especies por sí solas sean intrínsecamente valiosas, la importancia de los animales individuales en el mantenimiento de ellas obliga a los conservacionistas a reconocer el valor instrumental de los individuos como factores clave para el bien de las especies. Así pues, sostenemos que, aunque sólo sea por motivos filosóficos, los expertos en ética de la conservación deberían darle una reinterpretación a su postulado sobre el valor de la biodiversidad añadiendo el valor de la diversidad individual y de los individuos.

Valorar instrumentalmente la diversidad individual y a los individuos no equivale a valorar a los individuos en sí mismos. Sin embargo, trabajos recientes sobre ética de la conservación sugieren que hay una justificación independiente para reconocer el valor moral intrínseco de los individuos no humanos (Vucetich y Nelson, 2007). Muchas perspectivas filosóficas y académicas apoyan el valor intrínseco de cuando menos algunos individuos no humanos, incluidas la teoría clásica de liberación animal (Singer, 1995), la teoría de los derechos de los animales (Nussbaum, 2023; Regan, 1987), el consecuencialismo (John y Sebo, 2020), el biocentrismo (Taylor, 2011), la teoría de la consideración universal (Birch, 1993), la teoría de la consideración jerárquica (Kagan, 2019), la ecología profunda (Naess, 1989) y el kantismo modificado (Korsgaard, 2018). El propio Callicott (1988) revisó su postura y se afirmó en la fe de una compatibilidad teórica entre la ética ambiental y el bienestar animal. Estos avances se ven reflejados en el subcampo de la ética de la conservación, incluida la aparición de la conservación compasiva (Wallach et al., 2018, 2020) y los marcos de derechos basados en intereses aplicados a la conservación (Kapembwa y Wells, 2016; Sommer y Ferraro, 2022). Es importante destacar que estos marcos éticos no piden necesariamente a los conservacionistas que eviten el daño a cualquier individuo, sino que reclaman, como mínimo, que los individuos sean considerados y valorados a la par con los ecosistemas o la conservación de las especies. Aunque cada teoría ética tiene su propio enfoque particular y a veces entran en conflicto, estos marcos desafían a los conservacionistas a combinar los objetivos de conservación con el reconocimiento del valor intrínseco individual, en lugar de tratarlos como ámbitos de preocupación separados.

Los avances en la comprensión de «la sintiencia y la sapiencia» de los animales (Wallach et al., 2018), que analizaremos después en más detalle, también proporcionan pruebas convincentes del valor intrínseco de los animales. Aunque no suscribimos la opinión de que el valor intrínseco es necesariamente proporcional a la sintiencia de un ser, parece una característica relevante a la hora de evaluar si un ser es o no digno de consideración moral.

AVANZAR VALORANDO A LOS INDIVIDUOS

La norma contraria a reconocer el valor individual en la investigación ecológica y la conservación afecta a la forma en que los conservacionistas abordan las cuestiones científicas, promueven el desprecio a los individuos (ejemplos en Ramp y Bekoff [2015] y Wallach et al. [2018]) (Figura 2) y normalizan el daño intencionado e innecesario contra los animales individuales (Wallach et al., 2018). Sin embargo, los avances científicos emergentes y el consenso entre los filósofos requieren una reevaluación de la desestimación del valor individual dentro de la conservación. Sugerimos que los conservacionistas reconozcan e incorporen el valor instrumental de la diversidad individual y los individuos, así como el valor intrínseco de los segundos. Sólo así podrán elaborarse directrices más éticas y científicamente rigurosas para la buena praxis de la conservación.

Cabe destacar lo muy extendida que está la idea de que el bienestar animal individual y la conservación están bajo un conflicto irresoluble que obliga a los conservacionistas a una elección binaria (Wallach et al., 2018). A primera vista, podría parecer así. Por ejemplo, entrenar conductualmente a una población de presas ingenuas para que aprendan a evitar a los depredadores antes de su reintroducción puede provocar la muerte de algunos individuos. Sin embargo, si los conservacionistas reconocieran el valor instrumental e intrínseco de los individuos y tuvieran en cuenta su bienestar, podrían encontrar formas creativas de exponer a una población de presas ingenuas sin exponer a los individuos a un peligro de muerte (por ejemplo, mediante técnicas de entrenamiento aversivo [Sommer y Ferraro, 2022]). Sugerimos que, aunque uno de los objetivos de la conservación sea conservar los colectivos ecológicos, este objetivo puede lograrse mediante fórmulas que reconozcan el valor instrumental e intrínseco de los individuos.

EL DOGMA DE QUE LA CIENCIA DE LA CONSERVACIÓN DEBE ELUDIR TODO EJERCICIO DE ANTROPOMORFISMO

BREVE HISTORIA

El antropomorfismo, en términos generales, se define como la atribución de características humanas a entidades no humanas. En lo que respecta a los animales, sin embargo, se utiliza comúnmente en referencia a su atribución inapropiada o inexacta de características humanas (Root-Bernstein et al., 2013). La primera definición tiene un valor neutro; la segunda, en cambio, conlleva importantes connotaciones negativas, en las que el antropomorfismo, por su propia definición, se convierte en un fenómeno que debe evitarse.

El uso incoherente del antropomorfismo ha llevado a muchos científicos a evitar la antropomorfización como parte de su práctica científica. Por ello, distinguimos entre antropomorfismo crítico y antropomorfismo superficial. El antropomorfismo superficial lleva a los científicos a atribuir falsamente experiencias humanas a los no humanos mediante la atribución de cualidades que se parecen superficialmente a las humanas (Lockwood, 1986). Por ejemplo, la antropomorfización superficial de la sonrisa de un chimpancé podría llevarnos a asumir que el chimpancé está experimentando alegría, cuando en realidad es un gesto que en los chimpancés puede ser indicativo de miedo o de ira (Dacey, 2017). Aceptamos de este modo la necesidad de eludir el antropomorfismo superficial por su peligro y, quizá lo más importante, por su potencial para conducir a conclusiones equivocadas.

Por el contrario, el antropomorfismo crítico se sirve de «la historia natural, […] las percepciones, las intuiciones, los sentimientos, las descripciones conductuales minuciosas, la empatía, los modelos de optimización, los estudios previos y demás […] para generar ideas que puedan resultar útiles para ganar en comprensión» (Burghardt, 2013, pág. 73). Darwin utilizó el antropomorfismo crítico para comprender a los seres no humanos (Lockwood, 1986), y nos unimos a quienes lo defienden como una herramienta científica perfectamente legítima (Burghardt, 2013; de Waal, 1999; Rivas y Burghardt, 2002).

Rechazar todo antropomorfismo está profundamente arraigado en la práctica científica (Breland y Breland, 1966; Hume, 1957; Urquiza-Haas y Kotrschal, 2015; Wynne, 2004), y es algo que se ha institucionalizado desde los trabajos de Pavlov, Watson y Skinner (Lockwood, 1986). ¿De dónde viene sin embargo la idea de que todo antropomorfismo es, en el mejor de los casos, un vicio leve (Bruni et al., 2018) y, en el peor, un ejercicio contraproducente e insidioso (Kennedy, 1992; Mota-Rojas et al., 2021; Wynne, 2004)? Cuando los científicos empezaron a estudiar con seriedad a los animales no humanos a finales del siglo XVIII y principios del XIX, surgieron dos bandos en relación con la conciencia y la subjetividad animal. El primero, que incluía a Darwin, sostenía que, dada la continuidad evolutiva, era apropiado reconocer la posibilidad de que las experiencias de los animales no humanos fueran similares a las de los humanos. La segunda, en cambio, temía que la propensión humana a atribuir experiencias humanas a los animales llevara a los científicos por un camino equivocado (para ahondar más en la historia, véase Lockwood [1989] y Kelley [2004]). La ecología y la ciencia de la conservación han mostrado una alineación histórica con el consenso científico general de que es mejor ser conservador y no llegar a conclusiones erróneas mediante un antropomorfismo inapropiado. La evitación del antropomorfismo no suele ser explícita, sino que opera como una suerte de inserción oculta dentro en las prácticas formativas en torno a la ecología y la etología, imponiénose luego socialmente durante el desarrollo de proyectos y las revisiones por pares.

¿Qué se gana atribuyendo características supuestamente humanas a los animales? No son pocos los científicos y filósofos que han defendido con insistencia un antropomorfismo adecuado y comedido (Horowitz y Bekoff, 2007; Keeley, 2004; Lockwood, 1986; Rivas y Burghardt, 2002). El debate aquí no es empírico, sino metacientífico (Keeley, 2004). La discusión gira en torno a cómo deben ser interpretados los datos (Bekoff y Allen, 1997), y tiene implicaciones sobre qué preguntas han de formularse (Shettleworth, 2010) y cómo ha de ser abordada la investigación científica con animales. Aquí añadimos consideraciones adicionales basadas en avances tanto científicos como filosóficos.

DECONSTRUYENDO EL DOGMA CON UN ENFOQUE CIENTÍFICO INNOVADOR

Los detractores del antropomorfismo creen que produce mala ciencia: interpretaciones engañosas y teorías incorrectas sobre el mundo (Kennedy, 1992; Wynne, 2004). Nosotros en cambio sostenemos lo contrario, que es la elusión dogmática del antropomorfismo lo que produce mala ciencia, impidiendo a los conservacionistas plantear preguntas pertinentes, buscar explicaciones completas y emplear importantes herramientas conceptuales (Figura 3). El antropomorfismo crítico puede mejorar la comprensión de cómo interactúan los animales con su entorno y entre sí, un conocimiento de gran relevancia para la conservación (Tabla 2). Como ya se ha mencionado, los conservacionistas reconocen ahora que los animales tienen personalidad (Stamps y Groothuis, 2010), una característica que a menudo es asumida como exclusivamente humana. Dejando a un lado la cuestión sobre qué es exactamente la personalidad, supongamos que la definición de los ecólogos conductistas logra captar bien el significado de la personalidad animal: un conjunto coherente de comportamientos expresados por un individuo que lo hacen único frente a otros de su misma especie (Carter et al., 2013). El descubrimiento de las personalidades animales sólo fue posible mediante enfoques científicos que trataban a los individuos, y no a las poblaciones, como las unidades básicas de la investigación, y que empleaban el antropomorfismo crítico para conceptualizar la posibilidad de que los animales tuviesen personalidades.

FIGURA 3: Aplicación hipotética tanto del dogma actual de que el antropomorfismo debe evitarse en la ciencia de la conservación como del principio revisado sugerido de la utilidad de su aplicación.

Tabla 2. Evidencias del beneficio de emplear el antropomorfismo crítico
Ejemplo
Descripción
Referencias
Sueño
La observación del sueño de las arañas saltadoras reveló patrones de movimiento similares a los de los gatos y los perros, lo que motivó una mayor investigación. Los gatos y los perros se benefician habitualmente del antropomorfismo crítico; no es tan arriesgado decir que el antropomorfismo crítico condujo al descubrimiento de estados de sueño similares al REM en las arañas.


Rößler et al., 2022
Duelo
La evidencia de la capacidad de los animales para experimentar respuestas emocionales complejas como el duelo demuestra la posibilidad de descubrir experiencias compartidas entre humanos y animales mediante el uso de un antropomorfismo crítico.


Moss, 1992
Estructuras sociales complejas
El reconocimiento de estructuras sociales complejas similares a las encontradas en los humanos ha permitido a los científicos descubrir que los animales no sólo tienen grupos sociales y amigos distintos, sino también que dichas estructuras sociales complejas pueden influir en la salud y el éxito reproductivo.


Brent, 2015; McAdam et al., 2022
Personalidad
Teniendo en cuenta que las conductas pueden no ser puramente flexibles y que, de hecho, pueden ser restringidas, como en el caso de los humanos, se ha puesto cuidado en definir la personalidad animal como las tendencias conductuales que son consistentemente diferentes de las de otros individuos de la misma especie (Wolf y Weissing, 2012), en un intento de evitar un antropomorfismo inapropiado. Aunque el campo ha crecido enormemente, esta definición rígida puede estar limitando futuros descubrimientos científicos.
Cote y Clobert, 2007 (reptiles);
Groothuis y Carere, 2005 (aves);
Malmkvist y Hansen, 2002
(maníferos); Overli et al., 2005 (peces);
Sih et al., 2003 (anfibios); Sommer
y Schmitz, 2020 (insectos)

Patrimonio intergenera-cional
La exploración de la herencia de bienes por parte de padres o individuos mayores no emparentados (como un territorio con acceso a alimentos) puede tener ramificaciones para la supervivencia y la reproducción de los beneficiarios, y se ha demostrado cómo las experiencias de los animales pueden moldearse de maneras similares a las de los humanos.


Ilany y Akçay, 2016; Smith et al., 2022
(Lista completa de especies aplicables)
Conductas homosexuales
Al observar los rasgos históricos compartidos, los científicos pueden describir características y rasgos específicos observados tanto en humanos como en animales. Como resultado, se ha podido aplicar una hipótesis nula en torno a las conductas sexuales entre individuos del mismo sexo para explicar la ocurrencia de conductas homosexuales en más de 1.500 especies.


Monk et al., 2019 (Lista completa de especies aplicables)







Volvamos a la definición casi skinneriana de la personalidad animal. Cuando se atribuye una personalidad concreta a una persona, cabe esperar que esa personalidad vaya acompañada de algunos comportamientos coherentes, pero eso no significa que la personalidad se defina únicamente como un conjunto coherente de comportamientos. Por ejemplo, si Óscar el Gruñón es, en efecto, un gruñón, cabe esperar que su sombrío estado de ánimo dé lugar a determinados comportamientos sistemáticos (pesimismo, frunciones de ceño, etc.). Sin embargo, lo que se hace es asociar esos comportamientos externos con una determinada personalidad interna (y ontológicamente subjetiva): cómo es Óscar. Dejando a un lado si las personalidades son mutables o inmutables, se entiende que el conjunto de comportamientos es, al menos parcialmente, algo que deriva de forma causal de la personalidad, y no aquello que la constituye. Dado el papel fundamental que desempeña el concepto de personalidad en las reflexiones en torno a los humanos, ¿por qué no habría de desempeñar un papel igual de importante en la comprensión de los animales en sus ecosistemas?

Además de tener en cuenta la personalidad y los estados de conciencia análogos, valorar la posibilidad de que especies filogenéticamente emparentadas con los humanos puedan poseer rasgos similares es una herramienta útil en muchos otros sentidos. Por ejemplo, los animales pueden heredar activos no genéticos de sus padres o de individuos mayores no emparentados, como territorios ricos en alimento (Fisher et al., 2019; Lane et al., 2015) (Figura 3), en lo que viene a ser una suerte de desigualdad material intergeneracional (Smith et al., 2022). Así como un acceso desigual a los recursos tiene un efecto notable sobre los humanos, así también tiene ramificaciones en la supervivencia y reproducción de los otros animales, factores ambos de gran relevancia para la conservación.

Al aplicar el antropomorfismo crítico, es imperativo evitar conceptos que sean específicos de los humanos, como ciertos constructos institucionales o culturales. Por ejemplo, los animales son ajenos a las desigualdades que surgen del racismo y el sexismo institucionalizados. Monk et al. (2019) advierten de esto, señalando los peligros de aplicar constructos culturales humanos a los animales en su reexamen de la prevalencia de los comportamientos de tipo homosexual. Argumentan que las hipótesis históricas sobre este comportamiento se centran en la búsqueda de explicaciones para su evolución y persistencia a pesar de los costos evolutivos, en lugar de explorar la posibilidad de una hipótesis nula, que cambiaría la pregunta de «¿Por qué aparearse con sujetos del mismo sexo?» por la de «¿Por qué no?» (Monk et al., 2019, pág. 1.623).

Cabe decir que Monk et al. (2019, pág. 1.623) afirmaron explícitamente que habían tratado de «evitar el antropomorfismo», ejemplificando así el modo en que los ecologistas y conservacionistas desconfían y temen su práctica y acusación. Sin embargo, sugerimos que en su intento de cambiar la perspectiva de los comportamientos homosexuales en otras especies no hicieron otra cosa que aplicar un antropomorfismo de carácter crítico; buscaron rasgos históricos compartidos para proponer una hipótesis nula al mismo tiempo que trazaban con cuidado «una distinción entre los atributos humanos de género y sexualidad […] y la terminología científica en torno al sexo y los comportamientos sexuales, útil para describir características y rasgos específicos observados en animales no humanos» (Monk et al., 2019, pág. 1.623).

DECONSTRUYENDO EL DOGMA CON FILOSOFÍA

Uno de los alegatos por los que los científicos conservacionistas suelen resistirse al uso del antropomorfismo crítico a la hora de atribuir pensamientos y otros procesos cognitivos a los animales apunta a que es imposible saber si los animales piensan o no y que, aun en el caso de que lo hagan, es imposible conocer el contenido de sus pensamientos. Empecemos por la primera alegación: ¿es en efecto imposible saber si otras especies piensan? Algunos campos científicos occidentales explican el comportamiento animal haciendo referencia a los estados mentales, como la ciencia darwiniana, la psicología comparada primitiva y la etología clásica, pero la mayoría han operado históricamente bajo el supuesto de que ningún comportamiento animal debe explicarse utilizando estados mentales (Lutz, 2009). Esta posición ha impregnado la ciencia conductual y cognitiva durante décadas (Shettleworth, 2010), pero los avances en cognición animal han comenzado a poner fin a este argumento (Bekoff, 2017). Los científicos tienen buenas razones para creer que los animales tienen capacidades cognitivas y que, en algunos casos, emprenden acciones conscientes y deliberadas (Tabla 2), todo lo cual está implicado en la cuestión más amplia del pensamiento animal. Así pues, aunque la naturaleza de la cognición y la conciencia animal sea aún materia de investigaciones, hoy no caben dudas de que muchos animales no humanos piensan.

El problema ontológico de las otras mentes es una disyuntiva filosófica muy antigua, y el escepticismo respecto de las mentes animales no es sino una extensión del escepticismo respecto de las experiencias mentales de los demás seres humanos. Es lo que se denomina solipsismo. Dado que los científicos de la conservación no suelen ser solipsistas y que la ciencia nos da motivos para creer que al menos algunos animales piensan, podemos entrar a abordar el segundo problema epistemológico, más práctico y complejo: ¿es posible saber qué es lo que piensa un miembro de otra especie?

Muchos conservacionistas creen que, dado que actualmente es imposible acceder a los pensamientos de un animal, no es correcto tratar de inferir sus creencias, deseos, etc., pues eso puede conducir a un antropomorfismo superficial. Un ejemplo ilustrativo de este rechazo científico defectual hacia las interpretaciones antropomórficas podemos hallarlo en un episodio del podcast RadioLab titulado «Mentes animales» (WNYC Studios, 2010). En el episodio, varios pescadores relatan un incidente en el que rescataron a una ballena atrapada en una red de pesca. Tras liberarla, describen cómo la ballena se acercó nadando a cada uno de los miembros de la tripulación y pasó un rato mirándolos y permitiéndoles que la tocarán: «Sé que parece una locura, pero pude verlo en sus ojos: aquel mamífero de 50 toneladas estaba dándonos las gracias». A continuación, los presentadores de RadioLab comentan el incidente con el etólogo Clive Wynne, que inmediatamente descarta la idea: «Demuestra cierto interés por los individuos. Lo reconozco. Pero ¿cómo pasamos de eso a deducir que la ballena está intentando expresar algo?». Atribuye el comportamiento de la ballena a la desorientación, y explica que, puesto que él no sabe hablar balleno ni sabe lo que es ser una ballena, le es imposible afirmar que el animal estuviese expresando gratitud.

Es difícil saber cuál es la mejor manera de entender la mente de los demás, y no es una cuestión que pueda resolverse con el empleo de una sola metodología (véase Jamieson [2009]). Sin embargo, la evolución es un continuo: las nuevas formas y rasgos surgen a partir de las formas y rasgos precedentes de una ascendencia común (Stankowski y Ravinet, 2021). Sugerimos la probabilidad de que ese continuo produzca también similitudes respecto de las experiencias subjetivas; así, nada impide que las mismas herramientas utilizadas para comprender las experiencias conscientes de los otros seres humanos sean empleadas para comprender las experiencias conscientes de otros seres no humanos. Se puede deducir que los animales piensan y sienten algo parecido a lo que piensan y sienten los humanos cuando hacen algo parecido a lo que hacen los humanos, todo ello sin dejar de tener presentes las diferencias anatómicas, sensoriales, biológicas, ecológicas, etc. Sin embargo, es importante señalar que los humanos no son el pináculo del continuo evolutivo y que el antropomorfismo crítico no es la interpretación del comportamiento animal en términos humanos. Es una perspectiva de rastreo hasta una ascendencia compartida, y hay «[...] razones de peso para creer que existe un potencial de experiencias análogas y […] para emplearlo como una buena herramienta de comprensión de la historia ecológica, evolutiva e individual del animal» (Lockwood, 1986, pág. 193).

Eileen Crist (2002, pág. 8) caracteriza el llamado problema del antropomorfismo en su defensa de un ensayo que explora las experiencias subjetivas de las lombrices de tierra:

«La cuestión de la "acción consciente" en los animales no es inherentemente problemática: no es ontológicamente problemática porque no es racional dar por supuesta, antes de la investigación, la improbabilidad de la existencia de la acción consciente, incluso entre los invertebrados; no es epistemológicamente problemática porque, una vez que se permite plantear la cuestión de la acción consciente, la imaginación científica encuentra formas fascinantes de abordarla; y, por último, no es semánticamente problemática porque describir como antropomorfismo una frase como "La vida interior de las lombrices de tierra" es sólo incurrir en la más profunda falacia […] del antropocentrismo. Tales desestimaciones descansan en la presunción de una brecha insalvable entre el ostensiblemente «más elevado» de los animales (el ser humano) y la mayoría de todo el resto de los organismos.»

Crist indica que los fundamentos metafísicos del antropocentrismo son los mismos que amparan la estricta elusión del antropomorfismo. Sin embargo, la ciencia sigue revelando que los humanos no son tan distintos de los animales como a la gente le gusta creer.

AVANZAR POTENCIANDO EL ANTROPOMORFISMO CRÍTICO

Otros campos han empezado ya a aplicar el antropomorfismo crítico con gran éxito. Los investigadores médicos están colaborando con los veterinarios para explorar las experiencias y anatomías compartidas de los animales (humanos y no humanos) y extraer conocimientos de ellas (Natterson-Horowitz y Bowers, 2013). A medida que los científicos empiezan a comprender mejor las mentes, capacidades y personalidades de los animales (Bekoff, 2002; Marris, 2021), los comportamientos y rasgos que antes se consideraban antropomorfismos inapropiados (por ejemplo, la audacia o el duelo) se empiezan a reconocer como paralelismos entre especies (Tabla 2). Si nos atrevemos a imaginar experiencias compartidas, la ciencia de la conservación no hará si no que enriquecerse y progresar en sus descubrimientos. Sugerimos que el antropomorfismo crítico no es sólo una herramienta para relacionarse con el mundo, sino también un modo de formularse preguntas sobre él. Es posible tener en cuenta tanto las similitudes como las diferencias experienciales. Puede que los humanos nunca lleguen a experimentar lo que es navegar con ecolocalización, como un murciélago, o comunicarse mediante la danza, como una abeja. Sin embargo, se pueden apreciar las diferencias y reconocer que otros animales pueden navegar por el mundo y comunicarse a través de formas inaccesibles para los humanos.

Utilizar el antropomorfismo crítico para comprender a otras especies es un proceso de aprendizaje heurístico. Aunque ocasionalmente pueda conducir a errores de juicio (Dacey, 2017), los beneficios superan a los riesgos. Reevaluar la relación de la ciencia de la conservación con esta herramienta puede permitir una aplicación más matizada —una que promueva los objetivos de conservación y conduzca a preguntas importantes y esclarecedoras formuladas con compasión y amplitud de miras, evitando al mismo tiempo los escollos de un antropomorfismo inapropiado—. Además, rechazar el antropomorfismo crítico corre el peligro de reducir a los animales a meros autómatas; los experimentos conductistas de los años sesenta demuestran los resultados poco éticos de semejante degradación. Se impone adoptar un principio de precaución, pues el riesgo moral de no hacerlo es enorme. ¿No es mejor errar en atribuirle capacidad de sentir dolor a una roca que errar en no atribuírsela a un chimpancé (Sebo, 2018)?

Por último, el antropomorfismo crítico evoca una respuesta empática y es, por tanto, una herramienta de conservación eficaz (Root-Bernstein et al., 2013). Además, puede ayudar a que las personas aprecien la diversidad y el valor moral de los seres individuales, suscitando un enfoque conservacionista más compasivo (Castellano, 2018; Manfredo et al., 2020). El antropomorfismo crítico guarda así una multitud de ventajas: invita a formular preguntas que resuelvan el problema de las otras mentes; fomenta una ciencia más rigurosa; crea una práctica científica más compasiva; y ayuda a combatir la dogmática negativa del valor individual.

CONCLUSIÓN

Dada la naturaleza intrínsecamente ética de la ciencia de la conservación, los conservacionistas deberían fusionar la ética con la ciencia y reevaluar los principios de su campo a la luz de los nuevos avances y conocimientos revelados por la ciencia y la filosofía. Esto sólo será posible mediante una colaboración decidida entre los científicos de la conservación y los expertos en filosofía moral (Ferraro et al., 2021; Nelson, 2021). Aquí hemos empleado las investigaciones ecológicas y los avances filosóficos más actuales para examinar dos de los principales dogmas de la conservación. Su revisión nos concederá una mejor ciencia y una ciencia mejor.

AGRADECIMIENTOS

Damos las gracias a N. Davenport por facilitarnos podcasts relacionados con los animales, que inspiraron gran parte de este trabajo. También agradecemos a 2 revisores anónimos sus perspicaces comentarios. Le estamos especialmente agradecidos a J. B. Callicott por sus útiles y humorísticos comentarios. Este trabajo ha sido financiado por la beca de investigación de posgrado otorgada a Kristy M. Ferraro por parte de la Fundación Nacional de Ciencias (DGE-1752134) y por una beca del Programa de Derecho, Animales y Ética de Yale concedida a Kristy M. Ferraro y Nathalie R. Sommer. Las opiniones, resultados, conclusiones y sugerencias de este artículo pertenecen a los autores y no reflejan necesariamente las opiniones de la Fundación Nacional de Ciencias o la Facultad de Derecho de Yale.

Kristy M. Ferraro, Anthony L. Ferraro, A. Z. Andis Arietta & Nathalie R. Sommer, 26 de abril de 2023.

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Traducción: Igor Sanz

Texto original: Revisiting two dogmas of conservation science

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