Siento vergüenza de mí misma cada vez
que leo algo acerca de los Albert Schweitzer o las Anna Kingsford de
este mundo. Es por eso que traté de evitar sus referencias durante
mis primeros 49 años de vida. Mi reticencias de entonces quizá sean
excusables por el hecho de no haber reflexionado demasiado sobre mis
hábitos alimenticios y sus efectos sobre el hambre en el mundo, el
abuso hacia los animales, las guerras y otras cosas similares. Sin
embargo, salvo por esta complicidad tan común, yo jamás les había
hecho daño a mis semejantes de forma consciente —¡aunque
es cierto que tampoco había hecho nada por ayudarles!