miércoles, 29 de noviembre de 2017

Mentes animales


A FAVOR DE LA CONCIENCIA ANIMAL

Caminando a través de su selva tropical nativa, un chimpancé hambriento encuentra una gran nuez de Panda oleosa tirada en el suelo bajo uno de los dispersos árboles de Panda. Se sabe que estos frutos secos son demasiado difíciles de abrir con las manos o los dientes y que, a pesar de que es posible utilizar trozos de madera o rocas relativamente suaves para golpear y abrir las más abundantes nueces de Coula edulis, estos duros frutos secos de Panda sólo pueden ser partidos golpeándolos con una piedra muy dura. Hay muy pocas piedras disponibles en la selva tropical, pero el chimpancé camina 80 metros en línea recta hasta otro árbol donde varios días atrás había estado partiendo otra nuez de Panda con un gran trozo de granito. Vuelve con esta piedra hasta donde se encuentra la nuez que acaba de descubrir, la coloca en una horquilla entre dos gruesas raíces, y algunos golpes certeros terminan por agrietarla. (Los fuertes ruidos que los chimpancés producen al partir nueces con piedras llevaron a los primeros exploradores europeos a sospechar que alguna tribu nativa desconocida estaba forjando herramientas de metal en las profundidades de la selva tropical.)

En un parque municipal de Japón, una garza verde hambrienta recoge una ramita, la parte en pequeños trozos, y lleva uno de estos hasta el borde de un estanque, dejándolo caer al agua. En un primer momento se aleja, pero más adelante regresa al lugar. Se queda mirando fijamente la ramita flotante hasta que algunos pequeños peces empiezan a nadar a su alrededor, y entonces atrapa uno de ellos con un rápido y vigoroso movimiento de su largo y afilado pico. Otra garza verde de la misma colonia lleva trozos de material a una rama que se extiende a lo largo de la laguna y hunde el cebo en el agua, bajo la superficie. Cuando los pececillos se acercan a este cebo, vuela hacia abajo y atrapa uno con el ala.


¿Debemos rechazar o reprimir cualquier idea que sugiera que los chimpancés o las garzas piensan conscientemente acerca de la sabrosa comida que consiguen a través de estas coordinadas acciones? Muchos animales adaptan su comportamiento a los retos a los que se enfrentan, ya sea bajo condiciones naturales o en experimentos de laboratorio. Esto ha convencido a muchos científicos de que algún tipo de cognición debe ser requerida para orquestar tal versátil comportamiento. Por ejemplo, en otras partes de África, los chimpancés seleccionan la estación adecuada en la que se desprenden las ramas para elaborar una sonda delgada que llevan hasta una cierta distancia para meterla en un nido de termitas y comerse a aquellas que se aferran a ella al retirarla. Los simios también han aprendido a utilizar sistemas artificiales de comunicación para pedir objetos y actividades deseados y para responder a preguntas sencillas sobre imágenes de objetos familiares. Los monos verdes emplean diferentes llamadas de alarma para informar a sus compañeros sobre tipos particulares de depredadores.

Tal ingenio no se limita a los primates. Las leonas a menudo cooperan alrededor de sus presas o empujan a éstas hacia una compañera que espera en una posición oculta. Los castores cautivos han adaptado sus patrones habituales de comportamiento en la construcción de presas para apilar material alrededor de un poste vertical en cuya parte superior se encuentra una comida que no podrían alcanzar de otro modo. También son muy ingeniosos a la hora de tapar fugas de agua, a veces cortando trozos de madera para encajarlos en algún agujero en particular a través del cual se escapa el agua. En condiciones naturales, a finales del invierno, los castores hacen cortes en las presas que han construido previamente para hacer que el nivel del agua baje, lo que les permite nadar bajo el hielo sin contener la respiración.

La adecuada adaptación del comportamiento complejo a las circunstancias cambiantes tampoco es monopolio de los mamíferos. Los pájaros arquitectos construyen y decoran glorietas que ayudan a atraer a las hembras para el apareamiento. Los chorlitos llevan a cabo exhibiciones de distracción simulando lesiones con las que alejan a los depredadores de sus huevos o crías, adaptando estas exhibiciones de acuerdo con el comportamiento de los intrusos. Un loro imita palabras habladas en inglés para pedir cosas con las que quiere jugar y para responder a preguntas sencillas, como si dos objetos son iguales o diferentes, o si difieren en forma o en color. Incluso ciertos insectos, específicamente las abejas, emplean gestos simbólicos para comunicar la dirección y la distancia a la que sus hermanas deben volar para llegar a los alimentos u otras cosas que son importantes para la colonia.

Estos son sólo algunos de los ejemplos más llamativos de la conducta versátil de los animales que serán discutidos en las siguientes páginas. Aunque estos no son sucesos rutinarios, el hecho de que los animales sean capaces de tal versatilidad ha llevado a un cambio sutil por parte de algunos científicos que se ocupan de la conducta animal. En lugar de insistir en que los animales no piensan en absoluto, muchos científicos creen ahora que a veces experimentan cuando menos pensamientos simples, aunque estos pensamientos probablemente sean diferentes a cualquiera de los nuestros. Por ejemplo, Terrace (1987, 135) cerró una discusión sobre "pensamientos sin palabras" de la siguiente manera: "Ahora que hay fuertes razones para cuestionar la afirmación de Descartes de que los animales carecen de la capacidad para pensar, tenemos que preguntarnos hasta qué punto piensan los animales". Debido a la creencia actual de que en los cerebros de los animales se producen muchos procesos cognitivos, es cada vez más difícil aferrarse a la convicción de que este conocimiento no va acompañado de pensamientos conscientes.

El pensamiento consciente bien pudiera ser una función básica del sistema nervioso central. Para los animales conscientes, ser capaces de pensar en alternativas de acción y poder seleccionar su comportamiento es una ventaja que va a ayudarles a conseguir lo que quieren o a evitar lo que les disgusta o asusta. Por supuesto, la conciencia humana es astronómicamente más compleja y versátil que cualquier pensamiento animal concebible, pero la pregunta básica abordada en este libro es si la diferencia es cualitativa y absoluta o si los animales son conscientes a pesar de que el contenido de su conciencia sea, sin duda, limitado y probablemente muy diferente del nuestro. Por supuesto, no hay razón para suponer que cualquier animal es siempre consciente de todo lo que hace, porque somos completamente inconscientes de muchas de las actividades complejas de nuestros cuerpos. Puede que la conciencia ocurra sólo en raras ocasiones en algunas especies y nunca en otras, e incluso puede que los animales que a veces son conscientes de los eventos importantes en sus vidas sean incapaces de comprender muchos otros hechos y relaciones. Pero, bajo algunas condiciones, la capacidad de la conciencia bien pudiera ser tan esencial que fuese la condición sine qua non de la vida animal, incluso para los animales más pequeños y más simples sin un sistema nervioso centralizado. Esta función básica podría ser una fracción mayor que el todo en los casos en que el sistema resulte más pequeño.

El hecho de que sólo seamos conscientes de una pequeña parte de lo que ocurre en nuestro cerebro ha llevado a muchos científicos a la conclusión de que la conciencia es un epifenómeno o subproducto trivial del funcionamiento neuronal, como fue discutido por Harnad (1982). Sin embargo, el componente de la actividad del sistema nervioso central de la que somos conscientes es de especial importancia, ya que es la que convierte la vida en algo real e importante para nosotros, como ha discutido en detalle Siewert (1998). En la medida en que otras especies sean conscientes, bien podría manifestarse la misma importancia. Los animales pueden llevar a cabo gran parte de su comportamiento de manera inconsciente. Muchos de ellos puede que nunca sean conscientes en absoluto. Pero en la medida en que sean conscientes, este ha de ser un atributo importante.

Aunque en teoría el procesamiento de información no consciente podría producir el mismo resultado final que el pensamiento consciente, como subrayan Shettleworth (1998) y otros, parece probable que el pensamiento consciente y el sentimiento emocional en torno a acontecimientos actuales, pasados y esperados sea la mejor manera de hacer frente a algunos de los problemas más críticos a los que se enfrentan los animales en sus vidas naturales. Como ha señalado el filósofo Karl Popper (1978), aquello que él calificó de "poderes mentales" es muy eficaz a la hora de hacer frente a retos nuevos e impredecibles. Esto es especialmente cierto para muchos de los animales que viven en condiciones naturales, donde los errores son a menudo fatales. La eficacia de pensar de forma consciente y guiar las opciones de comportamiento sobre la base de los sentimientos emocionales acerca de lo que gusta y disgusta bien puede ser tan grande que esta función básica sea una de las actividades más importantes de entre las que es capaz el sistema nervioso central.

La naturaleza de la mente animal era un tema importante de investigación hasta que fue reprimido por el conductismo. Darwin, Romanes, Lloyd Morgan, von Uexküll, y muchos otros científicos del siglo XIX y principios del XX estaban profundamente interesados en la mente de los animales. Esta historia ha sido revisada a fondo por Schultz (1975), Wasserman (1981), Boakes (1984), Dewsbury (1984), y R. J. Richards (1987), y sobre todo de manera convincente por Burghardt (1985a, 1985b). Lo que es nuevo es el resultado acumulado en un siglo de investigación activa y exitosa en torno a la conducta animal. Estos descubrimientos han proporcionado una gran cantidad de datos sobre la complejidad y versatilidad del comportamiento de los animales en condiciones naturales, así como lo que pueden aprender a hacer en el laboratorio. Por tanto, podemos volver a la investigación de la mente de los animales con una mejor y más amplia evidencia de la que disponían los biólogos del siglo XIX.

Voy a dar por sentado que el comportamiento y la conciencia (humana y nohumana) son por completo el resultado de los eventos que se producen en el sistema nervioso central. En otras palabras, voy a proceder sobre la base del materialismo emergente tal y como ha sido analizado por Bunge (1980, 6), Bunge y Ardila (1987, 27), y Mahner y Bunge (1997, 205-12), y asumo que la conciencia subjetiva es fruto de la actividad del sistema nervioso central, que es por supuesto parte del universo físico. Lo único que continúa siendo un misterio es qué tipo de actividad neuronal conduce a la conciencia. Pero no hay necesidad de recurrir a lo inmaterial, a lo vitalista o a lo sobrenatural para explicar cómo una fracción de la actividad del cerebro humano o animal da como resultado pensamientos y sentimientos conscientes y subjetivos.

DEFINIENDO LA CONCIENCIA
 

Nadie niega seriamente que experimentamos pensamientos conscientes y sentimientos subjetivos, a pesar de la imposibilidad de describirlos con total precisión y de que nadie más pueda experimentar exactamente lo que nosotros experimentamos. La cuestión que se examina en este libro es en qué grado experimentan también los animales nohumanos los sentimientos subjetivos y pensamientos conscientes que conocemos de primera mano. El contenido de la experiencia consciente de un animal puede ser bastante diferente del de cualquier experiencia humana. Puede que esté ordinariamente limitado a lo que el animal percibe en el mismo momento de su situación inmediata, pero es probable que a veces su conciencia incluya recuerdos de percepciones pasadas o anticipaciones de eventos futuros. La comprensión de un animal puede ser precisa o errónea, y el contenido de sus pensamientos puede ser simple o complejo. Un animal consciente a menudo debe experimentar sentimientos en torno a lo que ocupa su atención. Además, es probable que los pensamientos animales guíen su comportamiento, al menos en parte, sobre la base del contenido de esos pensamientos, por simples o limitados que sean.

En su Diccionario de Etología, Immelmann y Beer (1989) definen la conciencia animal como "el conocimiento inmediato de las cosas, eventos y relaciones", pero se apresuran a añadir el enfoque conductista convencional de que "las afirmaciones sobre la naturaleza de esta conciencia en comparación con la de los seres humanos son rechazadas por firmes científicos como pura especulación". Pero la investigación científica a menudo comienza con la especulación, y yo espero estimular nuevas y emprendedoras investigaciones que reduzcan significativamente nuestra ignorancia actual. La conciencia no es una entidad ordenada homogéneamente; es evidente que hay muchos tipos y grados de conciencia. Muchos científicos (por ejemplo, Hauser 2000, xiii) sienten que términos tales como el de conciencia son demasiado vagos y resbaladizos como para ser útiles en la investigación científica, y son muy reacios incluso a comenzar a hablar de la posibilidad de la conciencia nohumana sin antes establecer definiciones precisas. Por su parte, Francis Crick (1994, 20) no se reprime:


«Todo el mundo tiene una idea aproximada de lo que se entiende por conciencia. Es mejor evitar una definición precisa de la conciencia debido a los peligros de las definiciones prematuras. Hasta que haya un mejor entendimiento del problema, cualquier intento de definición formal es probable que sea engañoso o excesivamente restrictivo o ambas cosas. Si no se lo cree, pruebe a dar una definición de la palabra gen. Hoy en día sabemos tanto acerca de los genes que es probable que cualquier definición sencilla sea inadecuada. ¿Cuánto más difícil será entonces definir un término biológico del que se sabe más bien poco?»

PIRATERÍA SEMÁNTICA
 

Se ha generado un desconcierto innecesario en relación con los significados atribuidos a términos tales como sensibilidad, emoción, mente y conciencia. En su uso ordinario denotan estados mentales conscientes, pero muchos científicos justifican su aversión a estos términos y los conceptos que designan bajo el argumento de que no se pueden definir con la precisión necesaria para el análisis científico. Esto ha llevado a una especie de piratería semántica cometida al definir los estados mentales en términos esencialmente conductistas. Términos tales como emociones positivas o negativas reemplazan al deseo o al miedo cuando se da la posibilidad de que los sistemas vivientes, e incluso los no-vivientes, respondan de una u otra manera, descartando implícitamente por elección términos que hagan referencia a experiencias subjetivas tales como deseoso o asustado. Crist (1996, 1998, 1999) ha analizado con lucidez el efecto generalizado de esta terminología "mecanomórfica". Los pensamientos a menudo son redefinidos de manera explícita o implícita como procesamientos de información. Llamarlo cognición se ha convertido en una forma popular de estudiar la mente de los animales sin reconocer que al menos parte de la cognición está probablemente acompañada, e influenciada, por experiencias subjetivas conscientes.

EL CONTENIDO DE LA CONCIENCIA ANIMAL
 

Los pensamientos y las emociones de los animales harán referencia presumiblemente a asuntos de importancia inmediata para los propios animales, más que para los tipos de pensamiento consciente que son principalmente relevantes para los asuntos humanos. La conciencia no es un atributo de todo o nada. Varía ampliamente dentro de nuestra especie, y sería sorprendente si todos los animales tuviesen una conciencia de idéntico contenido. Normalmente, el pensamiento consciente y los sentimientos emocionales fuertes trabajan sólo en torno a una o unas pocas cosas a la vez. Los animales más grandes y complejos también deben ser capaces de organizar y retener información sobre innumerables percepciones y acciones potenciales de las cuales sólo una o unas pocas pueden ser el foco de su conciencia en un momento dado.

Reconocer que la conciencia de un animal puede ser bastante diferente de cualquier pensamiento y sentimiento humano hace que el problema de la identificación y el análisis sea más difícil. No obstante, puede que tendamos a exagerar esta dificultad, porque es probable que muchos de los problemas básicos sean muy similares para la mayoría de los animales con algún tipo de experiencia consciente. El hambre y el deseo de comer, el miedo a los peligros, el afecto y el odio, también pueden tener mucho en común para todos los animales que los experimentan. Una vez que renunciamos a la suposición implícita de que cualquier experiencia consciente del resto de animales debe ser una fracción de las experiencias humanas, nos enfrentamos al reto de determinar, o incluso de imaginar con claridad, lo que tales experiencias nohumanas representan realmente para los animales que las experimentan. Por ejemplo, la amplia gama de olores que diversos animales pueden distinguir, así como las diferentes maneras en que reaccionan ante ellos, sugiere que los olores pueden provocar variaciones en los sentimientos emocionales subjetivos. Si una especie particular de animal es capaz de algún tipo de experiencia consciente que nuestros cerebros no son capaces de generar, ¿cómo podremos esperar que lo entendamos? Aunque en principio la comprensión total y perfecta parezca estar más allá de nuestro alcance, la investigación emprendedora probablemente puede lograr un entendimiento que sea, aunque incompleto, significativo.

Es obvio que las capacidades sensoriales y perceptivas son una categoría en la cual las diferencias entre especies probablemente sean más grandes e importantes, y esto es algo que podemos anticipar al arranque de la investigación. El filósofo Thomas Nagel (1974) suscitó gran interés cuando formuló la pregunta "¿Cómo es ser un murciélago?". Eligió este ejemplo porque la dependencia de los murciélagos en la ecolocalización, la manera en que detectan los obstáculos y su capacidad para capturar presas que se mueven rápidamente por medio de los ecos producidos por sus propios sonidos, parece a simple vista tan alejado de cualquier experiencia humana como para que fuera algo que estuviera realmente más allá de nuestra comprensión. Pero este ejemplo concreto puede no ser tan revelador como parece en primera instancia. Las personas ciegas también practican una especie de ecolocalización, detectando objetos gracias al eco de los sonidos producidos por ellos mismos. Ciertamente, la ecolocalización humana es muy limitada en comparación con la de los murciélagos y los delfines respecto a los tipos de objetos que pueden ser detectados y discriminados, y sobre todo con respecto a la capacidad de distinguir los ecos de los sonidos relevantes de aquellos que no los son. Pero el hecho es que a pesar de las enormes diferencias en la resolución y la utilidad práctica, muchas personas ciegas, e incluso sujetos con los ojos vendados y bien entrenados, son capaces de hacer un buen uso de la ecolocalización, tal y como revisaron Griffin (1958) y Rice (1967a, 1967b).

El tema de la ecolocalización humana tiene una ramificación más interesante y quizá más significativa. Muchas personas ciegas tienen bastante éxito en la ecolocalización, pero no se dan cuenta de que es su sentido del oído lo que les permite la detección de objetos. Sin embargo, si se les impide emitir sonidos, si su audición está bloqueada, o si se los somete a ruidos enmascarados, pierden casi por completo su capacidad previa para detectar obstáculos y evitar colisiones con ellos, como lo demuestran los meticulosos experimentos de Supa, Cotzin y Dallenbach (1944). Pero este tipo especializado de discriminación auditiva no está totalmente separado de la conciencia. Muchas otras personas diestras en la ecolocalización son muy conscientes de que detectan los obstáculos gracias a su capacidad para oír diferencias en el sonido de las voces, los pasos, los golpes de bastón, u otros sonidos que encuentran útiles en su camino. La ecolocalización, por supuesto, es sólo un caso en el que los canales perceptuales o sensoriales de entrada al sistema nervioso central son diferentes de aquellos con los que estamos familiarizados. Pero es un ejemplo ilustrativo de cómo una investigación científica crítica puede llevar a la comprensión de comportamientos y fenómenos experimentales subjetivos que en su momento parecían misteriosos e inexplicables.


Es importante distinguir la conciencia perceptiva de la conciencia reflexiva. La primera, llamada "conciencia primaria" por Farthing (1992), Lloyd (1989) y otros, incluye toda forma de conciencia, mientras que la segunda es un subconjunto de experiencias conscientes cuyo contenido es la experiencia consciente en sí misma. La conciencia reflexiva significa pensar o experimentar sentimientos acerca los propios pensamientos o sentimientos, y a menudo se considera que incluye autoconciencia y que se encuentra limitada a nuestra especie. Volveré a tratar en este mismo capítulo y también en el capítulo 14 algunas de las importantes ramificaciones de esta distinción. Pero la mayor parte de la evidencia revisada en este libro se refiere a la conciencia perceptiva más que a la reflexiva, y para evitar una repetición tediosa de la palabra perceptiva, usaré el término conciencia para referirme a ella y no para los casos particulares en los cuales el animal es capaz de ambas categorías de pensamiento consciente.

Reconocer nuestra
ignorancia es un primer paso necesario para reducirla. La visión habitual de los animales como habitantes permanente de un estado comparable al de los sonámbulos es una especie de dogmatismo negativo. Sabemos demasiado poco como para juzgar con certeza cuándo son y cuándo no son conscientes los animales, de modo que la cuestión de la conciencia animal está abierta, a la espera de una adecuada iluminación científica. Por supuesto, no hay razón para suponer que otros animales sean capaces de la enorme variedad de pensamientos que ha desarrollado nuestra especie, en gran parte a través del uso de nuestro magnífico lenguaje, especialmente el escrito, lo que permite la difusión y preservación de los conocimientos más allá de lo que es capaz la comunicación directa y los recuerdos individuales. Es probable que la principal diferencia entre la conciencia humana y la animal se encuentre en su contenido.

APROXIMACIONES A LA CONCIENCIA DE LOS ANIMALES
 

A pesar de todas las razones aducidas para justificar el abandono de la conciencia animal, algunos científicos han reconocido que no podemos apreciar adecuadamente a los animales sin entender sus experiencias subjetivas. Por ejemplo, el psicólogo Walker (1983) se acercó a ello más que la mayoría de psicólogos cuando revisó la amplia evidencia experimental relacionada con el aprendizaje y la resolución de problemas de los animales en un libro titulado Animal Thougt (El pensamiento animal). Resumió sus conclusiones de la siguiente manera: "Algún tipo de actividad mental es atribuida a los animales: es decir, se considera que hay algún tipo de examen interno y una selección de información en lugar de simplemente una liberación de respuestas producidas por un determinado conjunto de condiciones ambientales. El conocimiento de los objetivos, el conocimiento espacial, y el conocimiento de las acciones que pueden conducir a metas, parecen ser independientes, pero pueden ser ajustados por los animales cuando surge la necesidad" (81). "Nuestro órgano del pensamiento puede ser superior, y puede que actúe mejor, pero es sin duda vano creer que otros poseedores de instrumentos similares mantengan estos intactos" (388). Aunque Walker sugiere cautela en torno a la cuestión de la conciencia nohumana, al menos supera la barrera conductista.

El experto en psicología comparada Roitblat (en Roitblat y Meyer 1995, 3) aboga por "una perspectiva sobre el comportamiento animal... que vea a los animales no como pasivos mecanismos reflejos, sino como procesadores de información activos, que buscan información de su entorno, la codifican, y la usan para su beneficio en formas flexibles e inteligentes". Pero se resiste al reconocimiento explícito de que la búsqueda y el uso de información pueda darse a veces mediante procesos conscientes. Por otro lado, Burghardt (1997) ha recomendado recientemente que la etología científica se amplíe hasta la inclusión de las experiencias particulares de los animales. Se propone que la comprensión de las experiencias subjetivas de los animales sea reconocida como un quinto objetivo básico, además de los cuatro que defendía Tinbergen (mecanismos proximales de causalidad y control, ontogenia, historia evolutiva y valor para la supervivencia).

Debido a que las experiencias privadas implican tanto a los sentimientos subjetivos como a la cognición, Burghardt (1997) considera que "etología cognitiva" no es un término suficientemente inclusivo. La primera vez que sugerí este término (Griffin 1976, 102) parecía oportuno destacar que el comportamiento animal no podría entenderse sin tener en cuenta de manera adecuada la cognición animal. Pero en el último cuarto de siglo hemos llegado a apreciar más plenamente que en la mayoría de los casos los sentimientos emocionales subjetivos están en el corazón de las experiencias mentales humanas, y muy probablemente en las de los animales, como lo discuten M. Dawkins (1993) y Damasio (1999). En la medida en que los animales toman decisiones conscientes acerca de sus acciones, las decisión de qué hacer conllevará la percepción de lo que es útil para lograr un objeto deseado, un deseo que a menudo se manifiesta intenso. Los sentimientos y las emociones subjetivas son, pues, una parte importante de la etología cognitiva. Limitarlo al procesamiento de información no consciente, o a pensamientos carentes de importancia emocional para el propio animal, es una reliquia obsoleta del conductismo.

Una parte cada vez mayor del renacer del interés científico por la conciencia está renovando la atención sobre los sentimientos emocionales, así como sobre el pensamiento "fáctico" acerca de los objetos y eventos. Por ejemplo, Panksepp (1998), Damasio (1994, 1998, 1999), y LeDoux (1996) han revisado los recientes análisis de los correlatos neuronales de la emoción. Como es habitual, la mayor parte de la atención científica se ha dirigido a las emociones humanas. Pero Cabanac (1999, 176) ha propuesto con valentía un enfoque objetivo y evolutivo basado en la "fiebre emocional". Debido a que una suave manipulación produce un aumento de la temperatura corporal y la frecuencia cardíaca en ratas, ratones y lagartos pero no así en ranas o peces de colores, sugiere que "los primeros elementos de la experiencia mental surgieron entre los anfibios y los reptiles". Es una conclusión apresurada basada en unas pocas mediciones fisiológicas simples, pero la búsqueda de correlatos fisiológicos de las experiencias mentales tiene que empezar en alguna parte.

No está del todo claro, sin embargo, que un aumento de la frecuencia cardíaca o el ajuste de la temperatura corporal sea un correlato fiable de la experiencia emocional. Y la conclusión de que los sentimientos emocionales están totalmente ausente en todos los anfibios y peces parece bastante prematura. Hay una tendencia a tomar algún reflejo bien estudiado, tal como la captura de insectos de las ranas, como representante de todo el comportamiento de los miembros de un grupo entero de animales. Se han analizado en detalle los mecanismos sensoriales y neuronales de las ranas que actúan en la captura de insectos, y debido a que las ranas también cogen pequeños objetos móviles no comestibles, este comportamiento ha llegado a ser visto como un reflejo inflexible. No obstante, el comportamiento de cortejo de las ranas o los peces constructores de nidos implica un comportamiento más versátil que la captura de moscas.

La etóloga Marian Dawkins (1993, 1998) ha contribuido de manera significativa al reconocimiento de la importancia central de las emociones en la etología cognitiva. Ha desarrollado procedimientos con los que poder evaluar las preferencias de un animal al permitirle elegir entre diferentes ambientes. Más recientemente, ha analizado críticamente la evidencia de la conciencia animal y la dificultad de determinar si los animales tienen experiencias conscientes. Su conclusión básica es que al menos los mamíferos y las aves son probablemente consciente a veces, pero que hay muchos escollos que deben evitarse cuidadosamente en los intentos científicos de determinar la existencia y el contenido de la conciencia animal. Resume el balance de la evidencia de la siguiente manera: "Nuestra casi total certeza sobre las experiencias (humanas) compartidas se basa, entre otras cosas, en una combinación de la complejidad de su comportamiento, su capacidad de "pensar" inteligentemente y en su capacidad para demostrarnos que poseen un punto de vista en el que lo que les ocurre es importante para ellos. Ahora sabemos que estos tres atributos —complejidad, pensamiento y reflexiones sobre el mundo— están presentes en otras especies. La conclusión de que también ellos son conscientes es convincente. El balance de las evidencias (usando la navaja de Ockham sobre elegir la hipótesis más simple) apunta a que lo son y parece positivamente anti-científico negarlo" (1993, 177).

Tres contribuyentes a un volumen de un simposio reciente (Dol et al., 1997) han argumentado que muchos animales tienen experiencias conscientes de algún tipo, aunque otros colaboradores no están de acuerdo, como se discutirá en el capítulo 2. Van der Steen (1997) considera que la conciencia es un "concepto genérico" heterogéneo, pero concluye que aunque el tema es complicado puede ser estudiado científicamente y que a veces algunos animales probablemente sean conscientes. Meijsing (1997, 57) revisa los diversos puntos de vista de los científicos y filósofos, y concluye: "Desde un punto de vista evolutivo, tan pronto como existe locomoción existe conciencia perceptiva, y tan pronto como existe conciencia perceptiva existe conciencia de uno mismo (es decir, la conciencia de un animal de su propio cuerpo)". Una opinión similar ha sido desarrollada por Sheets-Johnstone (1998). Y Wemelsfelder (1997, 79) sostiene que la experiencia subjetiva no es algo "oculto", sino algo expresado en el comportamiento: "La atención no es un subproducto de la habilidad de procesar información, sino que forma la condición misma para dicha habilidad, permitiendo que el animal evalúe y aplique la información adquirida en forma flexible y adaptativa". Estas visiones, sin embargo, no reconocen que gran parte del complejo comportamiento humano se lleva a cabo sin ninguna conciencia de lo que están haciendo nuestros cuerpos, por lo que se necesita evidencia adicional para distinguir entre el comportamiento complejo y adaptativo y el comportamiento que indica conciencia. Reconociendo que no podemos estar seguros de si los animales son conscientes, R. Bradshaw (1998, 108) y otros recomiendan que en lo concerniente a cuestiones de bienestar animal lo mejor es "asumir en este caso que los animales tienen conciencia; no importando si no fuera así."

El tabú de considerar las experiencias subjetivas de los animales nohumanos se ha convertido en un obstáculo tan grave en la investigación científica que es el momento de dejarlo a un lado y empezar la difícil tarea de investigar las experiencias subjetivas de los animales nohumanos, tal y como ha defendido recientemente Burghardt (1997). Para lograr esto, tendremos que superar el efectivo adoctrinamiento —a menudo llevado a cabo por señales no-verbales de desaprobación— que ha inhibido a estudiante y jóvenes científicos a aventurarse en este territorio prohibido y que los ha sometido a la crítica y la burla, como lo demuestra la tajante opinión de Boakes (1992) citado en el capítulo 2. Uno de los resultados de ello es que los estudiantes de la conducta animal se inhiban de reportar el comportamiento versátil que sugiere pensamiento consciente, y las revistas científicas a veces se niegan a publicar datos o interpretaciones que apoyan la inferencia de la conciencia animal, tal y como han descrito Searle (1990a, 1990b), Whiten y Byrne (1988), y Heinrich (1995, 1999).

LA EVIDENCIA QUE SUGIERE CONCIENCIA ANIMAL
 

Hay varios tipos de evidencias científicas que proporcionan ideas prometedoras sobre cómo es la vida para varios animales. Una categoría de evidencia es la versatilidad con la que muchos animales ajustan apropiadamente su comportamiento cuando se enfrentan a nuevos retos. En condiciones naturales, los animales se encuentran con tal cantidad de desafíos impredecibles que sería muy difícil, si no imposible, que todo el conjunto de acciones apropiadas pudiera cubrirse por medio de una combinación de instrucciones genéticas y especificaciones previas de experiencias individuales. Pero pensar en torno a las diferentes alternativas de acción y seleccionar aquella que se crea mejor es una forma eficaz de hacer frente a los peligros y las oportunidades inesperadas. En teoría, tal versatilidad podría ser el resultado de un procesamiento cerebral de información no consciente. Pero el pensamiento consciente puede muy bien ser la manera más eficiente de que un sistema nervioso central sopese las diferentes posibilidades y evalúe sus ventajas relativas.

Una segunda categoría importante de evidencia prometedora sobre los pensamientos y sentimientos de los animales se refiere a su comportamiento comunicativo, que será discutido en detalle en los capítulos 9-12. Y existe un tercer tipo de evidencias planteado desde la neuropsicología. Por lo poco que se sabe acerca de los correlatos neurales de la conciencia, en oposición a la no-conciencia, el pensamiento no sugiere que la conciencia humana tenga lugar a partir de algo que sea exclusivo de las estructuras y funciones neuronales básicas de los humanos. En el capítulo 8 se analizará esta evidencia con cierto detalle.

EL "PROBLEMA DIFÍCIL"
 

La falta de evidencia definitiva que revele qué procesos neuronales producen la conciencia ha llevado a Chalmers (1996) a designar la cuestión de la producción cerebral de conocimiento subjetivo como el "problema difícil". Tanto él como otros afirman que es un problema tan complicado que la investigación científica normal es incapaz, en principio, de resolverlo, y que la conciencia debe ser algo básicamente distinto del resto del universo físico. Pero este punto de vista, afortunadamente, no ha afectado seriamente al notable renacer de la investigación científica de la conciencia. En la década de 1990 numerosos neurólogos, psicólogos, filósofos y otros han emprendido una activa investigación y debate en torno a la conciencia. Incluso distinguidos biólogos moleculares como Edelman (1989), Edelman y Tononi (2000), y Crick (1994) se han sumado a la investigación. Una de las más inclusivas de varias conferencias internacionales dedicadas a la conciencia y temas relacionados condujo a dos enormes volúmenes editado por Hameroff et al. (1996, 1998). Los análisis generales de este interés renacido por la conciencia han sido publicados por Crook (1980, 1983, 1987, 1988), Baars (1988, 1997), Chalmers (1996), Flanagan (1992), y Searle (1992, 1998).

Aunque gran parte de nuestro comportamiento se lleva a cabo sin conciencia ninguna, y esto incluye la mayor parte de nuestras funciones fisiológicas y aspectos de acciones bastante complejas tales como la locomoción coordinada, la pequeña fracción de la que sí tenemos conocimiento es sin duda importante. Preguntarse si los miembros de otras especies experimentan algo es una cuestión totalmente razonable y significativa, aunque es probable que el contenido de sus experiencias conscientes sea muy diferente del nuestro. Tal vez nunca podamos descubrir con precisión cómo es el contenido de las experiencias nohumanas, porque la comprensión científica rara vez es completa y perfecta. Pero parece probable que podamos reducir gradualmente nuestra ignorancia actual sobre este aspecto importante de la vida.

EL ANÁLISIS COMPARATIVO DE LA CONCIENCIA
 

A pesar del renacido interés científico y filosófico por la conciencia, uno de los enfoques más importantes y prometedores de la cuestión general ha sido en gran medida descuidado. Es lo que los biólogos llaman el método comparativo: el análisis de una función importante en una variedad de especies en las que tiene lugar, a veces en formas simples, en las que se puede estudiar de manera más eficaz sin las muchas complicaciones de interacción que oscurecen sus propiedades básicas en animales más complejos. Crick y Koch (1998), líderes en el renacer de los estudios científicos de la conciencia, dan por supuesto que los monos son conscientes. No obstante, prefieren aplazar la investigación de la conciencia nohumana, ya que afirman que "cuando se entienda claramente, tanto en detalle como de base, lo que implica la conciencia en el ser humano, entonces será el momento de considerar el problema de la conciencia en animales mucho más simples" (97) .

Restringir la investigación científica al más complejo de todos los cerebros conocidos puede ser aconsejable, sin embargo, en la medida en que la conciencia puede ser identificada y analizada en una amplia variedad de animales, algunas especies podrían llegar a ser especialmente adecuadas para la investigación de sus atributos básicos. Analogías obvias son el uso de moscas de la fruta para la investigación genética, los axones del calamar gigante para el análisis de la biofísica de la conducción nerviosa, las ratas de laboratorio y las palomas para los estudios sobre el aprendizaje, y la Aplesia para el análisis detallado de las bases celulares y moleculares del aprendizaje. Hubiera sido imprudente que los primeros investigadores de genética o aprendizaje hubieran limitado su investigación a los primates, y lo mismo puede ser cierto para los estudios contemporáneos y futuros sobre la conciencia.

LA CONCIENCIA PERCEPTIVA Y LA CONCIENCIA REFLEXIVA

El psicólogo Natsoulas (1978) destacó una distinción importante que a menudo es pasada por alto. Emplea un significado amplio e importante para lo que él designa como Conciencia 3, siguiendo el Diccionario Oxford de Inglés: "el estado o la facultad de darse cuenta o ser mentalmente consciente de algo". Natsoulas llama a esto "nuestro concepto más básico de la conciencia, ya que está implicado en todos los demás sentidos. Que uno sea consciente, signifique lo que signifique esto, debe implicar que uno se dé cuenta de algo" (910). Otro significado importante es lo Natsoulas llama, siguiendo de nuevo el Diccionario Oxford de Inglés, Conciencia 4, que define como "el reconocimiento por parte del sujeto pensante de sus propios actos o afecciones... Uno demuestra Conciencia 4 al darse cuenta, o al estar en posición de darse cuenta, de su propia percepción, pensamiento, u otro tipo de episodio mental ocurrente" (911). Los otros matices de significado analizados por Natsoulas (1983, 1985, 1986, 1988) son menos importantes para nuestros propósitos, pero estos dos inciden directamente sobre los temas que se tratan en este libro.

La Conciencia 3 de Natsoulas es similar a la conciencia perceptiva, aunque su contenido puede implicar memorias, anticipaciones, o imaginar objetos o eventos inexistentes, así como pensar en la información sensorial inmediata. Un animal puede pensar conscientemente acerca de algo, en lugar de estar influenciado por ello o reaccionar ante ello sin ningún conocimiento consciente de su existencia o sus efectos. Es conveniente llamar a esto conciencia perceptiva. La Conciencia 4, tal como la define Natsoulas, implica un conocimiento consciente de que uno piensa o siente de una manera determinada. A esto se llama convenientemente conciencia reflexiva, lo que significa que uno es consciente de los propios pensamientos de uno, así como los objetos o actividades sobre los cuales está pensando. Es una forma de introspección, pensar en los pensamientos de uno mismo, pero con el añadido de ser capaz también de pensar en los pensamientos de los demás. La distinción entre la conciencia perceptiva y la conciencia reflexiva es importante para el a veces confundido (y casi siempre confuso) debate científico sobre la conciencia animal. Muchos científicos usan el término no-calificado de conciencia en el sentido de conciencia reflexiva, implicando que la conciencia perceptiva no representa ningún tipo de conciencia en absoluto. Bien al contrario, la existencia y distribución de la relativamente simple conciencia perceptiva es importante por derecho propio, y cuando la entendamos mejor estaremos en una posición mucho más ventajosa para investigar si los animales también son capaces de conciencia reflexiva.

Muchos científicos del comportamiento tales como Shettleworth (1998) y filósofos como Lloyd (1989, 186) creen que es probable que los animales puedan a veces experimentar conciencia perceptiva, pero que la conciencia reflexiva es un atributo exclusivamente humano. Esta última sería mucho más difícil de detectar en los animales, si es que tiene lugar. La gente puede decir cuándo está pensando en sus propios pensamientos, pero en general parece imposible que lo hagan los animales, aunque la comunicación animal puede a veces cumplir la misma función básica. La propia dificultad de detectar si los animales experimentan conciencia reflexiva debe hacer que seamos cautelosos con la conclusión de que es imposible. La mayor parte de la evidencia que será discutida en este libro apunta más hacia la conciencia perceptiva que hacia la reflexiva. Aquellos influidos por un sentimiento visceral de que algún nivel importante de conciencia debe estar restringido a nuestra especie pueden aferrarse a la conciencia reflexiva como un bastión, siendo defendido por muchos en contra de la creciente evidencia de que otros animales comparten en cierta medida muchas de nuestras capacidades mentales. La cuestión relacionada con la conciencia de uno mismo será discutida en el capítulo 14.

La relación entre estas dos categorías generales de conciencia puede ilustrarse considerando una clase de casos intermedios, a saber, la conciencia de un animal de su propio cuerpo —por ejemplo, sentir sus propios pies o tener sensación de frío cuando un viento invernal riza su pelaje. Esto tiende a convertirse en una categoría intermedia entre la conciencia perceptiva y la conciencia reflexiva, donde un animal podría ser conscientes no sólo de alguna parte de su cuerpo, sino también de lo que esa estructura está haciendo. No sólo puede sentir sus dientes masticado la comida, sino también darse cuenta de que ésta tiene buen sabor. O puede no sólo sentir el suelo bajo sus pies, sino también reconocer que está corriendo con el fin de escapar de un depredador mortal. Por otra parte, un animal capaz de conciencia perceptiva a menudo debe ser consciente de que un compañero en particular está comiendo o huyendo. Esto significa que es consciente tanto de la acción como de quién la está ejecutando. Todos estos serían casos especiales de conciencia perceptiva.

Esto conduce a la preguntar de cuán probable sería que un animal fuera incapaz de pensar que es él mismo quien estuviera comiendo o huyendo. Si aceptamos en los animales una conciencia perceptiva de sus propias acciones, negar la percepción consciente de que está comiendo o huyendo se convierte en una restricción algo forzada y artificial. Por otra parte, un animal perceptivamente consciente difícilmente podría no ser conscientes de su propio disfrute con la comida o de su miedo hacia el depredador del que está tratando desesperadamente de escapar. Se podría argumentar que los animales perceptualmente conscientes son conscientes de sus acciones, pero no de los pensamientos y sentimientos que los motivan. Pero las experiencias emocionales son a menudo tan vívidas e intensas que parece poco probable que un animal sea consciente de sus acciones sin ser de alguna manera consciente de sus emociones. Bien podríamos hacer una pausa en este punto y preguntarnos si realmente es plausible afirmar que un animal puede experimentar conscientemente sentimientos emocionales y pensamientos simples sin que él mismo nunca se dé cuenta de estar teniendo esas experiencias. ¿Los animales sienten miedo a menudo, pero son incapaces de pensar acerca de su miedo? ¿A veces son conscientes de sus acciones, pero nunca de los pensamientos y sentimientos que los motivan?

Consideremos el caso de un animal que escapa en el último instante del ataque de un depredador. En aquel momento seguramente estaba asustado, y si más tarde ve al mismo depredador, es de suponer que recordará tanto el evento como lo aterrado que se encontraba. Si es así, este recuerdo de su experiencia de miedo sería un caso de pensamiento en torno a sus experiencias emocionales. Si concedemos a un animal la capacidad de experimentar conciencia perceptiva en torno a un acontecimiento recordado, ¿cuán razonable es descartar la posibilidad de una conciencia reflexiva simple del recuerdo de su miedo? Para continuar con este ejemplo, supongamos que en su anterior escapada por los pelos este animal hubiese tenido éxito porque en el último momento se hubiese acordado de que podía meterse en una cavidad en particular. En esta situación de emergencia fue perceptivamente consciente de que una determinada acción, escurrirse entre las raíces de un árbol en particular, consiguiendo así un refugio seguro. Supongamos que al día siguiente ve al mismo depredador en la misma zona. Nuestro animal probablemente recordará no sólo su miedo, sino también la táctica que el día anterior salvó su vida. Esto significaría que recuerda no sólo su estado emocional de miedo, sino también el pensamiento simple de cómo escapar. Si insistimos en que todos los animales son incapaces incluso de estas formas simples de conciencia reflexiva, en realidad estaremos postulando que sus experiencias más íntimas y apremiantes están comprendidas bajo un "agujero negro" perceptual. 

Donald R. Griffin, 2001.
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Traducción: Igor Sanz

Texto original: Animal minds: beyond cognition to consciousness

 

2 comentarios:

  1. Muchas gracias Igor por la traducción. Parece muy interesante el libro. A ver si lo sacan en español (o me apunto a una academia de inglés jeje)

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    1. Dudo que vayamos a verlo traducido algún día. Las editoriales españolas muestran muy poco interés por la ciencia.

      Donald Griffin falleció dos años después de que saliera este libro, en 2003, y si entonces no se supo aprovechar aquella circunstancia como excusa para publicar una traducción, veo difícil que vaya a hacerse en otro momento.

      Tampoco son fáciles de conseguir los trabajos suyos que sí han sido traducidos alguna vez. Yo tuve que hacer auténticas virguerías en su día para conseguir uno por el que tenía un especial interés.

      Es una auténticas lástima.

      Un saludo, Sergio.

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