En 1977, Irene
Pepperberg, recién graduada por la Universidad de Harvard, hizo algo
muy audaz. En una época en que los animales aún eran considerados
autómatas, se propuso hallar lo que había en la mente de otra
criatura hablando directamente con ella. Llevó a su laboratorio un
loro gris africano de un año de edad al que llamó Alex para
enseñarle a reproducir los sonidos de la lengua inglesa. «Pensé
que si aprendía a comunicarse, podría hacerle preguntas sobre cómo
ve el mundo».