domingo, 18 de noviembre de 2018

¿Qué se siente siendo una abeja?: los insectos pueden instruirnos sobre los orígenes de la conciencia


¿Disfrutan las abejas con el sabor del néctar? ¿La hormiga que busca tus migas de pan se siente mejor cuando encuentra una?

¿Son los insectos meros robots diminutos? O, dicho en la manera popularizada por el filósofo Thomas Nagel, ¿qué se siente siendo una abeja?

Hasta hace poco, la mayoría de los científicos y filósofos se hubieran reído de esta pregunta. Pero ahora, las investigaciones están desafiando esa actitud desdeñosa hacia la conciencia de los invertebrados.

Vale la pena aclarar a qué nos referimos cuando hablamos de la conciencia de los insectos, ya que el término conciencia arrastra consigo mucho bagaje. Todo el mundo está de acuerdo en que las abejas pueden recibir información ambiental y realizar impresionantes cómputos con ella.

Queremos saber algo más: si los insectos pueden sentir y experimentar su entorno desde una perspectiva en primera persona. En la jerga filosófica, a esto a veces se lo conoce como "conciencia fenoménica".

Las rocas, las plantas y los robots no la tienen. Metafóricamente hablando, están oscuros por dentro. Por el contrario, la mayoría de nosotros cree que un perro que va corriendo hacia su cena no es sólo un pequeño misil guiado. Huele su comida, quiere comer, y ve el mundo a su alrededor mientras corre. 

Cada uno de nosotros siente de cierta manera, y creemos que el perro siente cosas también. Si esto es correcto, entonces los perros son conscientes, al menos en un sentido elemental.

La conciencia a veces se usa en referencia a una capacidad mucho más complicada: la capacidad de autorreflexión. Esta es una consecución rara. Puede que los humanos sean los únicos animales capaces de ser conscientes de que son conscientes. Aún así, la mayoría de las veces sólo somos conscientes en el sentido más básico, siendo raras las veces que no detenemos a hacer una verdadera autorreflexión. 

LA ESTRUCTURA DE LA CONCIENCIA 

La conciencia de los demás es un problema filosófico espinoso. La observación es nuestro medio habitual para controlar la conciencia. Creemos que los bebés y los perros tienen hambre en parte porque actúan como nosotros cuando tenemos hambre.

Las analogías de comportamiento se vuelven más difíciles cuando consideramos animales como los insectos, que no son ni actúan como nosotros. Podríamos decir que una abeja está enfadada cuando perturbamos su colmena. Pero una abeja enfadada no actúa igual que un niño enfadado, así que es fácil permanecer escéptico. La conducta por sí sola ciertamente no prueba que un animal sea consciente.

Un enfoque emergente sobre la conciencia animal ofrece otro rumbo a seguir. En lugar de ir del comportamiento a la experiencia, este nuevo enfoque va directamente a los fundamentos neuronales de la conciencia. 

Aunque el comportamiento de los insectos sea muy diferente del nuestro, pueden haber similitudes importantes entre sus cerebros y los nuestros. Bajo este nuevo enfoque, podemos preguntarnos si el cerebro del insecto posee estructuras capaces de dar soporte a una capacidad básica para cualquier forma de conciencia. 

El neurocientífico Björn Merker ha argumentado que la capacidad de conciencia de los seres humanos depende sólo de las estructuras mesencefálicas.

El mesencéfalo es un núcleo neural evolutivamente antiguo que nuestro enorme neocortex rodea como si fuese una gruesa cáscara. La autoconciencia requiere de nuestro evolutivamente joven neocórtex, pero la conciencia está apoyada en el más simple y mucho más evolutivamente antiguo mesencéfalo.

¿Por qué es tan importante el mesencéfalo? Cuándo los animales comenzaron a moverse por su entorno, tuvieron que decidir adónde ir. Decidir de manera eficiente requiere combinar muchas fuentes de información diferentes en un único modelo neuronal con una única perspectiva del mundo. 

Coordinar el conocimiento, el deseo y la percepción en esta integración es el primer paso hacia una perspectiva del mundo en primera persona y, por lo tanto, el origen de la experiencia consciente. 

¿QUÉ SE SIENTE? 

Aunque los cerebros de los insectos son diminutos los más grandes son mucho más pequeños que un grano de arroz— las nuevas investigaciones han demostrado que cumplen las mismas funciones ancestrales que el mesencéfalo humano. 

El conjunto central del insecto integra la coordinación de la memoria, las necesidades homeostáticas y la percepción de la misma manera. Esta integración también tiene la misma función: permitir la selección efectiva de acciones.

En la abeja, esta detallada representación espacial del animal es la que le permite realizar sus notables hazañas de navegación. Así pues, aunque los cerebros de los insectos y los cerebros de los humanos no podrían tener un aspecto más diferente, poseen estructuras que hacen lo mismo, y por la misma razón, respaldan el mismo tipo de perspectiva en primera persona. 

Es una buena razón para pensar que los insectos y otros invertebrados son conscientes. Su experiencia del mundo no será tan rica o tan detallada como la nuestra ¡nuestro gran neocortex le añade algo a la vida! Pero aún se siente algo siendo una abeja. 

Si este argumento es correcto, estudiar a los insectos sería una forma poderosa de estudiar las formas más básicas de conciencia. El cerebro de la abeja tiene menos de un millón de neuronas, lo que supone aproximadamente cinco órdenes de magnitud menos que el de los humanos. Es mucho más fácil de estudiar.

La cartografía completa del sistema nervioso de los insectos está dentro del ámbito de la tecnología actual. Varios laboratorios ya están trabajando en ello.

Una vez que cartografiemos el sistema nervioso de los insectos, podremos emularlo para probar las teorías de la función computacional. Iniciativas como The Green Brain Project ya han utilizado el conocimiento existente para comenzar a construir un dron de inspiración biológica que se comporte como una abeja en entornos complejos. 

El estudio de la experiencia de los invertebrados también abre la posibilidad de estudiar cómo y por qué evolucionó la experiencia consciente. Nuestra investigación sugiere la tentadora posibilidad de que la conciencia haya evolucionado, y se haya perdido, varias veces a lo lago de la historia evolutiva. 

La movilidad en el entorno es un importante impulsor de este proceso. Los gusanos parásitos que han perdido su capacidad para navegar libremente también han perdido las estructuras cerebrales responsables de la perspectiva en primera persona.

Esto sugiere una estrecha relación entre la conciencia y la necesidad de moverse por el mundo. Una vez que aclaremos cuáles son las exigencias ambientales que presionan a los animales a desarrollar la capacidad de conciencia, podremos arrojar luz sobre la relación entre la subjetividad y el mundo externo. 

Se ha ignorado durante mucho tiempo a los invertebrados en el estudio de la conciencia. Ha llegado el momento de tomarlos en serio como modelo científico y filosófico en la evolución de la experiencia subjetiva. 

Colin Klein & Andrew Barron, 18 de abril de 2016.
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Traducción: Igor Sanz

1 comentario:

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