RESUMEN
Las
abejas expuestas a una agitación vigorosa diseñada para simular un
evento peligroso juzgan los estímulos ambiguos como predictivos de
un resultado negativo —un sesgo cognitivo "pesimista" que
es característico de los humanos con ansiedad o depresión y de
otros vertebrados con estados emocionales putativos negativos.
TEXTO
PRINCIPAL
¿Tienen emociones los
animales no-humanos? Si es así, ¿cómo podríamos medirlas? ¿Y por
qué deberían interesarnos? La preocupación de la sociedad en torno
al bienestar animal asienta sus raíces en la suposición de que los
animales pueden experimentar sensaciones y emociones negativas y, por
ende, sufrir. Además, el desarrollo de drogas psicoactivas de uso
terapéutico sigue dependiendo de modelos animales de la emoción.
Está claro que existen razones pragmáticas y sociales importantes
para estudiar los estados emocionales de los animales.
Pero,
¿cómo se pueden medir esos estados? Actualmente, no podemos medir
la experiencia emocional consciente —la sensación
de ansiedad o felicidad— en otras especies. Sin embargo, la
investigación contemporánea conceptualiza las emociones
comprendiendo que no sólo están provistas de componentes conscientes, sino
también conductuales, neurofisiológicos y cognitivos (Lang 1993,
Clore y Ortony 2000). Los cambios en estos últimos tres componentes
se pueden medir objetivamente, pueden ser correlacionados con los
informes verbales de las emociones conscientes en la gente y, por lo
tanto, pueden ser indicadores útiles de tales
estados.
Recientemente ha habido un considerable interés en
la posibilidad de que las decisiones que toman los animales en
situaciones ambiguas reflejen de manera fidedigna la valencia
(positividad o negatividad) de su estado emocional (afectivo) (Paul,
Harding y Mendl 2005, Mendl et al.
2009). Al igual que los humanos con depresión o ansiedad, los
animales bajo estados afectivos negativos son más propensos a emitir
juicios negativos ("pesimistas") sobre los estímulos
ambiguos en comparación con aquellos bajo estados positivos (Mendl
et al.
2009). Estos "sesgos cognitivos" pueden representar una
medida útil del afecto animal. Hasta el momento, los estudios
publicados se han limitado a los mamíferos y las aves (por ejemplo,
Harding, Paul y Mendl 2004, Bateson y Matheson 2007, Mendl et
al. 2010, Enkel et
al. 2010, Doyle et
al. 2011). En esta edición de Current
Biology, sin embargo, Bateson et
al. (2011) proporcionan la primera
evidencia de que existe una relación similar entre el estado
afectivo putativo y el sesgo cognitivo en una especie invertebrada,
la abeja, planteando preguntas interesantes sobre la interpretación
de dichos estudios y sus implicaciones para las "emociones"
de los invertebrados (Figura 1).
Para medir los sesgos
cognitivos, Bateson et al.
(2011) adaptaron un paradigma (Figura 2) desarrollado originalmente
para el estudio de las ratas (Harding, Paul y Mendl 2004). Las abejas
fueron adiestradas en una tarea de discriminación en la que una
combinación de dos olores en una relación de 1:9 se presentaba con
una recompensa en forma de solución de sacarosa, mientras que otra
combinación de olores en una proporción de 9:1 se presentaba con una
recompensa en forma de solución de sacarosa menor (más diluida) o,
en experimentos separados, una solución aversiva (punitiva) de
quinina (Chittka et al.
2003). En sólo 12 ensayos de adiestramiento, muchas de las abejas
aprendieron a extender sus probóscides ante la combinación de
olores 1:9 para succionar la recompensa asociada, y a retener sus
probóscides cuando se presentaba la combinación de olores 9:1 para
evitar el castigo o la recompensa menor.
La
siguiente etapa del experimento permitió investigar los sesgos
cognitivos al presentar señales ambiguas de olor que fueron
introducidas entre las dos combinaciones de olores del adiestramiento
(relaciones de olor de 3:7, 1:1, 7:3). Las abejas que respondieran a
estos estímulos ambiguos extendiendo sus probosces (en previsión de
una recompensa de sacarosa) podrían catalogarse como exhibidores de
una respuesta más "optimista" que aquellas que no lo
hicieran. Antes de probar a las abejas, la mitad de ellas fueron
sometidas a un minuto de agitación vigorosa para simular un evento
peligroso, como el ataque de un depredador sobre la colmena, y para
inducir algo similar a un estado afectivo negativo a través de la
exposición a este estímulo naturalmente aversivo. El zarandeo causó
disminuciones de dopamina, octopamina y serotonina, todas las cuales
funcionan en los insectos como hormonas y neurotransmisores
involucrados en el aprendizaje y la memoria, lo que sugiere un
mecanismo potencial para el vínculo entre los cambios de estado y la toma de decisiones (Bateson et
al. 2011).
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Figura 2. Un método
genérico para probar un sesgo cognitivo inducido por el estado
afectivo en la toma de decisiones ambiguas.
Fase de adiestramiento: el sujeto es adiestrado para dar una respuesta (P) a una señal S+ que predice un resultado positivo (por ejemplo, comida apetitosa) para que logre obtener dicho resultado, y una respuesta diferente (N) a una señal S– (en la misma dimensión sensorial que S+) para evitar un resultado negativo. Manipulación afectiva: una vez adiestrado, el sujeto es expuesto a un adiestramiento a corto o largo plazo diseñado para inducirle un estado afectivo relativamente positivo o negativo (por ejemplo, la exposición a un evento o entorno aversivo). Fase de ensayo: al sujeto se le presentan S+, S– y señales ambiguas con propiedades sensoriales que son intermedias entre S+ y S–, para probar la hipótesis de que los individuos en un negativo estado afectivo putativo son más propensos a responder N a estas señales —lo que indica un sesgo cognitivo "pesimista"— que los individuos en un estado relativamente positivo. (Véase Harding, Paul y Mendl 2004.) |
Quedó apoyada la
hipótesis de que las abejas en este estado de agitación mostrarían
una respuesta más "pesimista" ante las señales de olor
ambiguas que las abejas no agitadas. La probabilidad de que
extendieran sus probóscides ante la adiestrada combinación de
olores 9:1 que predecía el castigo, era menor, y también lo era
frente a la combinación ambigua de olor más próxima 7:3. La falta
de diferencias entre los grupos de adiestramiento en sus respuestas a
la combinación de olor 1:9 que predice la recompensa indica que
los hallazgos no fueron simplemente el resultado de que la agitación
hubiese inhibido la extensión de la trompa o que hubiese disminuido
la actividad general. El sesgo cognitivo predicho se observó en tres
experimentos separados usando diferentes combinaciones de recompensas
de sacarosa y estímulos no recompensados o punitivos, confirmando un
fuerte efecto del estado de agitación.
Los efectos son tan
claros como los de los estudios comparables con vertebrados (por
ejemplo, Harding, Paul y Mendl 2004, Bateson y Matheson 2007, Mendl
et al.
2010, Enkel et al.
2010, Doyle et al.
2011), y nos recuerdan que debemos tener cuidado al suponer que los
procesos cognitivos de los animales con cerebros más grandes son
necesariamente más ricos o más sofisticados que los de aquellos con
cerebros más pequeños (Chittka y Niven 2009). La modulación de la
toma de decisiones por estado afectivo puede ocurrir en las abejas
tanto como en los humanos y en otros vertebrados. Es probable que los
mecanismos neurofisiológicos sean diferentes, pero el comportamiento
de toma de decisiones resultante es notablemente similar.
¿Significa esto que
las abejas tienen estados emocionales en el sentido de una
consciente experiencia de los sentimientos? Responder
a esta pregunta es igual de difícil que en el caso de los vertebrados
(Dawkins 1998). De hecho, inferir la experiencia emocional consciente
a partir de la conducta observada es problemático incluso en el caso de los
seres humanos (Berridge y Winkielman 2003). El dolor, a diferencia de
la nocicepción básica, es una experiencia sensorial y emocional que
se percibe conscientemente. Sin embargo, los síntomas típicamente
asociados con el dolor (reflejos de retirada, gesticulaciones,
aumento de los niveles de las hormonas del estrés) ocurren incluso
en pacientes de cirugía anestesiados, en pacientes con muerte
cerebral y en bebés anencefálicos (Lee et
al. 2005). En los animales, debemos ser
aún más cautelosos a la hora de deducir estados emocionales
conscientes a partir de comportamientos manifiestos (Doering y
Chittka 2011). Por ejemplo, en el siglo XVIII, la danza de las abejas
fue interpretada como una expresión de "alegría",
exhibida por abejas que habían descubierto una fuente de alimento
particularmente rica (Leadbeaster y Chittka 2009). Si uno define la
felicidad a partir de criterios conductuales, tales como unos
exuberantes patrones de movimiento posteriores a una experiencia
gratificante, entonces podría clasificar la danza de las abejas de
esta forma. Sin embargo, es evidente que tal interpretación pasa por
alto la función real de la danza de las abejas de comunicar las
coordenadas precisas de una fuente de alimento.
Por
supuesto, es perfectamente lícito etiquetar los patrones de comportamiento como
equivalentes de aquellos asociados con ciertas emociones en los
humanos, como también lo es apreciar sus beneficios adaptativos. Considérese por ejemplo
la agresión —la pregunta de si las abejas pueden ser agresivas es
muy diferente de si "sienten enfado" consciente. Podemos
analizar las características del comportamiento, el significado
adaptativo, la fisiología y la genética de la agresión sin
implicar componentes experienciales. En este sentido, es interesante
contemplar la función adaptativa del sesgo cognitivo que Bateson et
al. (2011) han descubierto en las
abejas. Sus hallazgos plantean la posibilidad de que, tal y como
ocurre en otras especies, las abejas posean un sistema que rastrea
sus experiencias de recompensa y castigo en cuanto a los eventos
ambientales, influyendo en las decisiones que toman de forma
adaptativa (Mendl, Burman y Paul 2010). Un estado con valencia
positiva, como resultado de la experiencia de un ambiente
generalmente gratificante, puede influir en el juicio de un estímulo
ambiguo creyendo en una mayor probabilidad de que anuncie un evento
gratificante que castigador, mientras que un estado con valencia
negativa, fruto de la experiencia con un ambiente punitivo o
peligroso, favorecería el juicio opuesto con el fin de reducir las
probabilidades de un resultado desfavorable. Este estado (afectivo)
puede actuar como una medida acumulativa de la experiencia del
ambiente —una suerte de inferencia bayesiana— que ayude en la
toma de decisiones, y que se manifieste mediante diversos mecanismos
neuronales, tal vez como resultado de la convergencia evolutiva, a
través de diversos taxones. Bateson et
al. (2011) proporcionan una primera
indicación de que la interfaz entre dichos estados y la toma de
decisiones tiene similitudes entre los taxones de vertebrados e
invertebrados, y suscita preguntas fascinantes sobre los procesos
subyacentes en los juicios ambiguos.
El sesgo en las tomas de
decisiones ambiguas puede reflejar de manera fidedigna la valencia
del estado afectivo de un animal, pero la pregunta de si los animales
tienen (y cuál) una consciencia real de tales estados (emociones
conscientes) permanece abierta. Podría ser posible abordar esta
cuestión tomando prestadas herramientas conceptuales de, por
ejemplo, el estudio de la metacognición —la investigación en torno a si los animales saben lo que saben (Smith, Shields y Washburn 2003).
También podría surgir información útil a partir de una
exploración comparativa de cuáles serían los beneficios
adaptativos de tal conocimiento para una amplia variedad de especies
animales en su entorno natural.
Michael Mendl, Elizabeth S. Paul
& Lars Chittka, 21 de junio de 2011.
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Traducción: Igor Sanz
Texto original: Emotion in Invertebrates?
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