martes, 12 de octubre de 2021

La defensa de los animales en su relación con otros movimientos reformistas

 
Son miles las publicaciones en que nosotros, los defensores de los animales, hemos señalado la gran influencia que la conducta de los hombres hacia los demás animales ejerce sobre su conducta hacia los otros hombres y lo preciso que es, en consecuencia, que todos aquellos que luchan por elevar la moralidad humana apoyen la defensa de los animales. No obstante, raras son las ocasiones en que haya encontrado alguna referencia a la relación directamente inversa, esto es, al influjo que la conducta de los hombres hacia los otros hombres tiene sobre su conducta hacia los otros animales, así como a nuestro deber consecuente de apoyar a aquellos que luchan contra los abusos que se dan en la vida social de los humanos. De hecho, la conducta hacia los hombres y los animales ocurre dentro de una dinámica de acción y reacción mutua; la injusticia y la brutalidad hacia los animales no es sólo causa sino también efecto de la injusticia y la brutalidad hacia los hombres. Cualquier explotación injusta de los trabajadores; cualquier violación de derechos ejercida sobre las razas humanas sometidas al yugo de los europeos; cualquier injusticia administrativa del código penal, en especial la indulgencia hacia el maltrato infantil y otras crueldades semejantes; cualquier glorificación de las hazañas militares, con excepción de aquellas que representen un acto de defensa de la población civil; cualquier defecto u omisión en la formación de los huérfanos y otros niños necesitados de supervisión pública —cualquiera de éstas y otras injusticias y crueldades conducen forzosamente al embotamiento de los sentimientos de empatía y de justicia hacia los animales.
 
Ciertamente, soy de la opinión de que la defensa de los animales es más importante que cualquier otro movimiento de nuestra era. La vivisección, las orgías de crueldad relativas a la caza, las torturas infligidas a los animales asesinados para alimentación, a menudo con el único propósito de mejorar su sabor, el trabajo impuesto a las bestias de carga hasta su desfallecimiento, y tantas otras crueldades similares, son un mal mucho más indigno que cualquier injusticia ordinaria practicada contra los hombres hoy en día. Nuestra conducta hacia los animales está en fuerte conflicto aun con los puntos de vista morales de mayor aceptación actual. Es por ello posible, antes incluso de que se alcance una actitud y un tono moral general más elevado, lograr mejores leyes de protección para los animales e inspirar a miles de hombres al ejercicio práctico de su defensa. Se antoja no obstante complicado concebir una mejora sustancial y permanente del estatus de los animales hasta que no surjan grandes reformas morales también en otras áreas; es más, algunos de nuestros objetivos más importantes resultarán ininteligibles para la mayoría de la humanidad mientras ésta continúe viviendo en las circunstancias en las que vive hoy, si bien esto no debe impedirnos, por supuesto, seguir practicando una reivindicación absoluta de nuestros objetivos. La defensa de los animales es sin duda el vehículo más potente para el perfeccionamiento humano; sin ella es imposible alcanzar el más elevado grado de moralidad. Pero muchos defensores de los animales se equivocan al pensar que la práctica de la protección de los animales es suficiente por sí sola para conseguir una transformación moral en todos los ámbitos de la vida humana, muchos de los cuales son ajenos al trato que se da a los animales. No debemos, a partir del hecho de que los pueblos más civilizados son aquellos en los que prevalece un trato más amable hacia los animales, inferir de forma unilateral que el amor a los animales haya sido la única causa de esa prominente moral suya, sino considerar que, a su misma vez, la institución de condiciones sociales justas y el respeto a los derechos de los hombres mejoraron el trato hacia los animales.
 
Por ello, debemos considerar a todas las asociaciones éticas como aliadas a quienes tenderles nuestro apoyo. Por supuesto, es imposible que todos nos involucremos en la totalidad de los honrosos movimientos existentes. La división del trabajo es indispensable. Acusar a aquellos que dedican toda su energía a la protección de los animales de ser indiferentes a los espectáculos de la miseria humana es una enorme simplicidad o una injusticia malintencionada. Cada uno debe trabajar en el terreno al que se vea impelido por las circunstancias externas de su vida. Precisamos especialistas en la defensa de los animales tanto como requerimos especialistas en la protección de los niños, la erradicación del alcoholismo, la lucha por la paz, la reforma social, etc. No obstante, creo que es urgente que los defensores de los animales aumenten su relación con otras sociedades, en particular con aquellas comprometidas a lograr una mayor comprensión mutua entre los activistas de los diferentes ámbitos; tales son, por ejemplo, la "Liga Humanitaria" de Londres y la "Sociedad para el Fomento de la Defensa de los Animales y otros Objetivos Afines" de Berlín. 
 
Considero que la asociación personal de los defensores de los animales con activistas de otras causas éticas es el medio más importante para sumar nuevos y celosos compañeros a nuestro propio movimiento. Entre las asociaciones dedicadas a la supresión de los males arriba citados y otros, se hallan muchos hombres de gran valía tanto intelectual como moral; estos son ya camaradas de espíritu, y sólo necesitan un ligero estímulo para convertirse en camaradas de lucha. Además, encontramos en estas asociaciones a miles de personas que, por ignorancia de la naturaleza psíquica de los animales o de las aflicciones de que son víctimas hoy día, consideran que la defensa de los animales es una actividad de escasa importancia o incluso un desperdicio de energía; lograrán sin embargo valorar sin prejuicios nuestra postura si nos observan secundando sus propias iniciativas. El prejuicio, absurdo pero terriblemente obstructivo para nuestro movimiento, de que los defensores de los animales son indiferentes a las miserias humanas, sólo podrá ser extirpado si estos logran destacarse en otras esferas éticas a través de la distribución de su literatura y otros medios. La gratitud que estas sociedades puedan sentir por la ayuda que les brindemos puede abrir la puerta a que nuestros oradores impartan algunas charlas en sus reuniones, a que reimpriman nuestros escritos entre sus publicaciones, o a que hagan distribución de nuestra propia literatura.

Comentaré ahora algunas de las razones por las que creo conveniente conceder un apoyo particular a las asociaciones dedicadas a la reforma social, la lucha contra el alcoholismo, los derechos de las mujeres, la protección de los niños, la reforma del código penal, y la paz internacional; mostraré a su vez algunos de los planteamientos que deberíamos exponer en los encuentros con estas asociaciones a fin de inducir a sus miembros a apoyar nuestros propios objetivos.
 
Ante todo, debemos procurar que todos aquellos que trabajan por elevar la conducta humana se convenzan de que la fuente de toda moralidad es la empatía¹ —la capacidad de sentir el dolor y la alegría de todas las criaturas como si fueran nuestras.
 
En la actualidad, especialmente en Alemania, se ha extendido, por influencia de Nietzsche, el desprecio a la empatía: la opinión de que la empatía y el sentido de justicia son esencialmente diferentes y que es posible un sentido enérgico de lo segundo en ausencia de lo primero; que la empatía es algo antinatural, un signo de debilidad y degeneración. De este modo, una de nuestras tares principales pasa por combatir esta absurda perspectiva. Un hombre al que le sean indiferentes los sufrimientos y las alegrías de los demás seres no es probable que sienta ningún impulso hacia el respeto o la defensa de sus derechos. El sentido de justicia sienta pues sus raíces en la empatía. La empatía no es un signo de debilidad, sino la fuente de toda abnegación heroica. Si conseguimos que nuestros semejantes logren comprender la verdad de esto, será fácil convencerlos de que la defensa de los animales es actualmente el movimiento de mayor importancia para el desarrollo de la humanidad. Y es que la defensa de los animales es el ejercicio más profundo de empatía. Pues el hombre capaz de padecer por los sufrimientos de los seres inferiores es en general capaz también de conmoverse por los sufrimientos de sus semejantes. Al reconocerles a los animales el derecho a estar libres de todo sufrimiento que podamos evitarles, sin acarreo de un perjuicio mayor para nosotros, afirmamos implícitamente la posesión de ese mismo derecho en los propios hombres. Aquel que condena la esclavitud de hombres pertenecientes a razas consideradas inferiores, reconoce abiertamente el derecho a la libertad de los hombres de su misma raza. Aquel que exige al Estado impedir el maltrato y el abandono de niños nacidos con algún defecto moral, mental o físico, obliga también al Estado a proporcionarles una buena educación a los huérfanos no afligidos por tal suerte de defectos. Por lo mismo, reconocer los derechos de las criaturas inferiores tendrá como resultado una extensión de los derechos de los hombres.
 
Nuestros adversarios alegan, en oposición a nuestro desempeño, que el mal que hoy se practica sobre los hombres es mayor que la crueldad infligida contra los animales, y que, por tanto, aquel ha de ser abordado en primer lugar. Esta opinión revela falta de conocimiento en cuanto a la naturaleza psíquica de los animales, en particular a su elevada capacidad de sufrimiento, o ignorancia respecto de las torturas comunes a las que son sometidos en la actualidad. Pero, aun en el caso de que los padecimientos de los animales fuesen mucho más leves que los de nuestros semejantes, no por ello se le debería restar importancia alguna a su protección. Porque los pequeños errores conducen a errores más grandes; la mejor manera de prevenirse de los vicios y los crímenes es combatiendo aquellas malas costumbres y aquellos malos hábitos que la mayoría de la humanidad toma por inofensivos. Cuantas menos concesiones le presten al mal nuestros juicios morales, menos riesgo correrá la humanidad de caer en errores de mayor escala. Es decir, cuanto más radical es un sistema ético, más valioso es. Así, aquel que reconozca la empatía como la fuente de la justicia debe priorizar la lucha contra aquellas crueldades que los hombres tienden a considerar inofensivas y a caer en ellas en un periodo muy temprano, incluso en la infancia, y éstas no son otras que las torturas a los animales. Aun en el caso de que la capacidad de sufrimiento de los animales fuera tan escasa, tan pequeña, que su tortura no fuese más que un pequeño mal, seguiría siendo un error dejar su defensa en manos de las generaciones futuras; pues el hombre que se acostumbra a la crueldad se termina conduciendo a crueldades aún peores. Cuando tolera que se cause cualquier tipo de dolor innecesario, le otorga al mal una concesión que acaba por embotar su sensenbilidad moral. Un proverbio alemán reza: "Si le das al diablo el dedo meñique, te cogerá toda la mano". Por eso, la defensa de los animales es el movimiento más noble y virtuoso del último siglo —les advierte a los hombres de guardarse sus dedos meñiques frente al diablo de la crueldad. De no haber sido por la amplia prevalencia —por razones cuyo análisis no viene al caso aquí— que a lo largo de los primeros siglos de la edad cristiana tuvo la opinión de que la conducta de los hombres hacia los animales era moralmente irrelevante, las naciones cristianas se habrían ahorrado la mayoría de las atrocidades sucedidas durante la Edad Media y los primeros siglos de la era moderna.
 
Uno de los mayores y más exitosos movimientos de nuestro tiempo, la lucha contra el alcoholismo, debe la mayor parte de su auge a su táctica de no consagrarse tanto a la rehabilitación de los dipsomaníacos como a la supresión del hábito de consumir pequeñas cantidades de alcohol. Los reformistas de la templanza saben que los pequeños errores conducen inevitablemente a muchos hombres al vicio y la degeneración moral, mientras que la imagen de un vicioso no inspira, por norma general, su imitación, sino más bien la disuasión de los hombres comunes. Por otro parte, la lucha contra el alcoholismo ha demostrado que el único modo efectivo de combatir un vicio es por medio del radicalismo, pues los abstemios han obtenido un éxito mucho mayor que los defensores de la moderación. Ahora bien, este mismo hecho debería ayudarnos a convencer a muchos de los paladines de la abstinencia total de la importancia de nuestro movimiento. Debemos decirles: "Las mismas razones por las que consideráis más importante combatir el hábito de consumir pequeñas cantidades de alcohol que luchar directamente contra la embriaguez deben haceros entender que la lucha contra la tortura de animales es más importante que la lucha contra las crueldades y los crímenes cometidos contra los seres humanos". Cabría además señalar que el alcoholismo está fuertemente vinculado con el consumo de carne, pues los vegetarianos sienten por lo común una violenta aversión hacia el alcohol, incluso aquellos que no concebían prescindir de él antes de adoptar una dieta vegetariana. Muchos pedimos que los reformistas de la templanza reconozcan en la dieta vegetariana un buen medio para lograr la abstinencia de bebidas alcohólicas. Aquel que crea en una justicia cósmica puede contemplar las miserias provocadas por el alcohol como una maldición que la humanidad ha lanzado sobre sí misma como efecto de la masacre de animales.
 
A aquellos que condenan el consumo de alcohol movidos especialmente por el hecho de que la mayoría de los hombres beodos son propensos a la crueldad, cabría pedirles que en su descripción de los efectos nocivos de la bebida incluyan el sufrimiento atroz a que millones de animales se ven sometidos toda su vida a manos de hombres embriagados. Yo sostengo que los borrachos tienden a dar mucha mayor rienda suelta a sus impulsos crueles con los animales, en su trabajo o en el matadero, que con las mujeres o los niños. Y es que muchas de las crueldades que cometen con los animales ni siquiera las contemplan como algo malo en absoluto, estando estos además en una situación de indefensión aun mayor que las mujeres y los niños, que al menos pueden gritar, huir o pedir ayuda policial. Nunca sin embargo he llegado a ver una sola referencia a este océano de torturas entre las publicaciones del movimiento a favor de la templanza, a pesar de que, en la mayoría de ciudades, cualquiera que camine con los ojos abiertos se dará a cada paso de bruces con hombres ebrios cometiendo actos maníacos de crueldad con animales. Si esto es lo que hacen en plena calle, ¡qué no harán estos canallas en la intimidad del matadero, el laboratorio de vivisección y otros lugares parecidos! Por ello, los defensores de los animales deberíamos prestarle nuestro apoyo a la lucha contra el alcoholismo. Mientras la embriaguez continúe prevaleciendo de un modo tan generalizado entre aquellos hombres dedicados al manejo de animales, habremos de considerar el alcohol como una de las principales causas de la crueldad contra ellos.
 
Al igual que con los partidarios de la templanza, a quienes luchan por unas condiciones sociales más justas, buscan una reforma administrativa del código penal o trabajan en favor de la protección de los niños también nos cabe convencerlos de la trascendencia de nuestro movimiento si logramos mostrarles que la empatía es la fuente de todo sentido de justicia y que la defensa de los animales es el vehículo más importante para el cultivo de la misma.
 
A los miembros del movimiento obrero podemos hacerles ver lo despreciable que resulta el hombre que eleva una protesta de indignación por algún mal cometido en su contra cuando él mismo les niega a sus inferiores el derecho a un trato deferente. Una de las principales diferencias entre el hombre grosero y aquel de mentalidad noble es que el primero es poco agradecido frente a las gestos de empatía hacia su propio sufrimiento mientras que el otro se muestra, por lo mismo, mucho más dispuesto a empatizar. La doctrina toda de los Derechos del Hombre se viene abajo si no reconocemos el derecho de todos los seres sintientes a que les sea evitado cualquier sufrimiento innecesario. Las objeciones que muchos miembros de la lucha obrera emplean hoy contra el movimiento en defensa de los animales deberían, de estar justificadas, haber sido empleadas por ellos mismos hace algunas décadas en defensa de la esclavitud humana. E incluso aquellos que admiten con honestidad que su lucha por mejorar la suerte de los de su clase está inspirada por motivos puramente egoístas deberían apoyar la defensa de los animales, pues la tortura de animales ejerce una influencia tan nefasta para el bienestar de las clases trabajadoras como la que ejerce sobre el resto de la humanidad. Así, por ejemplo, la vivisección de animales conduce a la vivisección de seres humanos, en especial la de los pobres en los hospitales; por otra parte, la difusión del vegetarianismo traería consigo una transformación radical de la situación económica en beneficio de las clases trabajadoras. Pero el hombre que alza un grito de indignación contra la explotación de las clases trabajadoras mientras permanece impasible frente a la fustigación cruel de un caballo, o incluso participa en ella, es un bellaco y un hipócrita. Se ha de asumir, sin embargo, que la mayoría de los seres humanos son unos hipócritas y unos egoístas que sólo atienden a las leyes de la justicias cuando se consideran injustamente maltratados. Por consiguiente, hemos de aceptar la mejora del estatus de los trabajadores y otra clase de reformas sociales como una condición previa a cualquier verdadero éxito por nuestra parte, lo que nos empuja al deber de apoyar tales reformas, si bien es conveniente que nuestras asociaciones cuiden de no identificarse con ninguna clase de partido político.
 
Las mujeres representan un brillante modelo a seguir por parte de los miembros del movimiento obrero. Ellas también luchan por la ampliación de sus derechos, así como por derribar el prejuicio que les niega la posesión de cualidades mentales y morales superiores. No es sin embargo su costumbre, como sí lo es, al menos en Alemania, el de la mayoría de socialistas y otros trabajadores, negarles su ayuda a los animales, victimas de un juicio más injusto y una opresión más grave que los sufridos por ellas; bien al contrario, los animales han encontrado entre las filas femeninas muchos más aliados que entre las filas masculinas; en su defensa de los animales, las mujeres han dado muestras de tanta abnegación, tanta perseverancia, tanto coraje, tanta diplomacia y tanto talento organizativo, que estos mismos logros en el terreno de la defensa animal, por poco reconocidos y públicos que sean, refutan por sí solos el prejuicio de que las mujeres son mental y moralmente inferiores a los hombres.
 
Una vez logrado el favor de la mayoría de aquellas mujeres ocupadas en labores éticas, no nos será difícil penetrar en las asociaciones dedicadas a la protección de los niños y la reforma educativa, ya que, al menos en Alemania, este tipo de asociaciones están mucho más integradas por mujeres que por hombres. Debemos tratar de convencer a todos los teóricos de la educación y la custodia infantil de la importancia pedagógica de fomentar entre los niños el amor y la protección hacia los animales. Si logramos pronunciar discursos en las sociedades en defensa de la infancia y conseguimos que nuestros artículos aparezcan entre sus publicaciones periódicas, no hay duda de que lograremos conquistar muchos nuevos adeptos a nuestra causa; y es que la mayoría de los dedicados a la protección de los niños están inspirados por un verdadero sentimiento de conmiseración, por lo que no les será difícil convencerse de la estrecha conexión que nuestra iniciativa tiene con la suya. Una mejor educación de los huérfanos y los niños abandonados logrará reducir en buena medida el número de torturadores de animales; pues muchos carreteros y otros trabajadores similares tienen la costumbre de tratar a los animales con desconsideración o crueldad sólo porque ellos mismos fueron en su infancia víctimas del mal genio de sus tutores, de tal manera que se han acabado habituando a ver cómo los hombres descargan sus frustraciones sobre aquellos a quienes tienen sometidos a su poder. Sólo los hombres de una bondad inusitada, habiendo sido ellos mismos maltratados en su infancia, son capaces luego de mostrarse considerados y pacientes con los animales. Por otra parte, todo progreso en la protección de los animales será de ayuda para la protección de los niños. Convertir el linchamiento de caballos inocentes en un espectáculo rutinario conduce a considerar los golpes también como el más sencillo y efectivo medio de educar a los niños.
 
Las reivindicaciones que las asociaciones en defensa de los niños hacen respecto del código penal no se verán cumplidas hasta que juristas y políticos comprendan que el mayor enemigo del bienestar no es la deshonestidad, sino la crueldad, y que el hecho de provocar injustificadamente un dolor físico, en especial el practicado con deleite, debería ser castigado con mucha mayor severidad que las violaciones del derecho de propiedad. Considero que en hoy en día las legislaciones de todos los países tratan con demasiada indulgencia el mal causado por daños físicos y con demasiada dureza el mal producto de una infracción del derecho a la propiedad; cosa que me parece el más grave defecto del código penal actual. Mientras los juristas sigan sosteniendo que la crueldad hacia los animales no es en sí misma algo digno de castigo, y que sólo es merecedora de sanción aquella que le cause alguna molestia indirecta a los hombres, no cabe sorprenderse de la levedad de las condenas por malos tratos a los niños y otras crueldades semejantes, ni esperar la abolición de las durezas injustificadas de nuestros métodos penales. Por otra parte, la indulgencia de los castigos por crueldad contra los hombres es un obstáculo a nuestro objetivo de asegurarles a los animales una protección penal más efectiva.
 
El horror de la crueldad ofrece también la mejor garantía de prevención contra las guerras. Que nadie ose objetar que un pueblo que rehuya los derramamientos de sangre no tendrá valor para rechazar los ataques de un enemigo con la espada. Tanto la historia como la vida cotidiana nos demuestran que el mayor cobarde es el hombre cruel. La mayoría contempla las guerras como algo inevitable por creer que la "guerra de todo hombre contra todo hombre"² es una ordenanza inmutable de la naturaleza. Aunque el desprecio de los hombres hacia las bestias es ilimitado, no dudan en adoptar el comportamiento de los animales como un modelo a seguir para la humanidad; y su respuesta invariable frente a las opiniones altruistas o los esfuerzos por la paz es que tales iniciativas son un atentado contra las leyes de la naturaleza; porque los animales sólo piensan en sí mismos y en los miembros de su propia especie, no cabiendo más preservación que la de aquellos animales que sean lo suficientemente astutos como para eludir o dominar a otras especies. Así, el hombre se ve impulsado a un egoísmo implacable, incapaz de ceder a los impulsos altruistas salvo en garantía de su propio bienestar; una ley natural que las naciones hacen válida también en sus relaciones mutuas. Lo cierto, sin embargo, es que en el reino animal no sólo hallamos impulsos egoístas, sino también impulsos altruistas que pueden llegar incluso a una amistad y una ayuda abnegadas entre miembros de especies diferentes. El apoyo mutuo es, como bien ha venido demostrando el príncipe Kropotkin en los últimos años, un factor evolutivo más importante que la lucha por la supervivencia. Todo aquel que contemple sin prejuicios la vida natural comprobará que los animales son menos egoísta y crueles que los hombres. Si los hombres se persuaden de esa falsa opinión sobre una lucha despiadada universal es con el único fin de poder convencerse de que su propio egoísmo es algo positivo y natural, y muy en particular para justificar frente a su propia conciencia el hábito de ingerir carne. Aquellos con una visión altruista del mundo deberían ayudar a los defensores de los animales a destruir las sesgadas opiniones respecto de la supuesta crueldad de estos. Los miembros del movimiento pacifista deberían tratar de hacerles ver a los hombres que la furia destructiva hacia los miembros de la misma especie, propia de las guerras, no se observa casi nunca, o se observa muy raras veces, en el reino animal; que los animales con un mayor nivel de desarrollo son aquellos que se prestan un apoyo mutuo; y que, entrados a admitir esta clase de razonamientos analógicos, se ha de asumir que las naciones también dependen de una mutua colaboración. Pero, por encima de todo, los miembros del movimiento pacifista deberían ver un aliado en el vegetarianismo. Pues todo hombre inteligente debería comprender que el hábito de complacerse con alimentos obtenidos mediante la matanza de animales amortigua el horror de las masacres en el campo de batalla.
 
Magnus Schwantje, 1909.
 
NOTAS DEL TRADUCTOR
1 – He optado por emplear la palabra "empatía" por creer que su interpretación coloquial coincide bien con lo que el autor viene a expresar. En rigor, el termino "simpatía" (sympathy) empleado por la traducción inglesa sería quizá el más adecuado, pero temo que su significado corriente pueda conducir a confusión. Por otra parte, una traducción literal del texto alemán original obligaría a escribir "compasión" (mitgefühl), mas no encuentro en el contenido de esta palabra el elemento de identificación que el autor parece subrayar.
2 – Cita de Thomas Hobbes (Leviatán, 1651). 
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Traducción: Igor Sanz

Texto original: The Animals' Defence Movement In Its Relation To Other Reforms
 

2 comentarios:

  1. Hola, Igor:

    Magnífico texto el que hoy nos presentas. Me siento tentado a sacar citas para los próximos artículos que escriba.

    Quería comentarte que, para influir al máximo en nuestra sociedad, una dura enseñanza ha sido que la presentación de un escrito resulta sumamente importante.

    Tanto en éste como en otros ensayos te invitaría a hacer más separaciones entre párrafos y a agregar algunos epígrafes, incluso si son inexistentes en el texto original. Los lectores de un blog no leen el mismo formato que esperarían en un libro.

    En nuestro caso esperan un texto más corto o que, al menos, ofrezca una lectura ágil en donde puedan distinguir distintos elementos del discurso con sus respectivas palabras clave. Google valora mucho que una página esté bien estructurada para que pueda apetecer mejor en las búsquedas. Cuanta mayor visibilidad obtengamos, más eficiente y fructífero será nuestro cometido.

    Por otro lado, durante la lectura he notado la falta de algunas comas, sobre todo, delante de conjunciones adversativas.

    Un abrazo amistoso.

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    1. Muy buenas, Adrián.

      Te agradezco por supuesto las sugerencias, pero siento decir que en este caso discrepo de tus opiniones.

      Sí que estoy de acuerdo con la conveniencia de reducir los párrafos, pero en una traducción no considero legítimo modificar la estructura elegida por el autor más allá de lo que puedan exigir las peculiaridades de uno u otro idioma.

      A los epígrafes en cambio no les encuentro ninguna utilidad, o no al menos en textos que apenas demandan un par de minutos de atención y mantienen una exposición uniforme del asunto principal. Creo de hecho que lo que hacen es interrumpir la fluidez de la lectura.

      Y en cuanto a las comas, no advierto a simple vista las ausencias que comentas. Puedes comentármelo si quieres en más detalle, pero preferiría que la charla la continuásemos por privado, pues no me gusta que los comentarios se salgan de la temática del blog y las entradas.

      Un abrazo.

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