Si
cayera una moneda por cada vez que un vegano ha escuchado lo de que
"las plantas también sienten", daría para acabar con el hambre en el mundo y aun
para que el planeta entero viviese en la opulencia. Por supuesto, la
principal respuesta ante una idea semejante es advertir su falsedad:
la sintiencia es un fenómeno genuino del sistema nervioso, y las
plantas no tienen ni sistema nervioso ni nada que pueda realizar las
funciones de éste. Las plantas (los vegetales) son algo
vivo, no alguien;
son cosas,
no personas
(individuos, sujetos).
Pero
las lagunas empíricas de este clásico argumento especista han sido
expuestas
ya en innumerables ocasiones. Lo que yo deseo hacer aquí es analizar
el tema desde un prisma puramente teórico, hipotético, para
demostrar cómo la objeción no se sostiene ni siquiera desde este
ángulo más generoso. Este análisis parte de una pregunta muy
sencilla: ¿A cuento de qué se plantea esta cuestión a los veganos
y no así a quienes defienden el feminismo o los Derechos Humanos,
por ejemplo?
Todas
estas doctrinas nacen de los mismos principios éticos fundamentales:
la igualdad y el respeto a la dignidad del individuo. Y, de igual
manera —y
aunque sea una obviedad de común omisión— los
humanos (hombres y mujeres, blancos y negros) no merecemos respeto y
consideración por el hecho de ser humanos (o por el hecho de ser
hombres, o mujeres, o blancos, o negros), sino por el hecho de ser
sintientes.
Es
de la sensibilidad de donde brotan la conciencia y los intereses, de
manera que es éste el fenómeno que marca la diferencia cualitativa
entre el objeto
y el sujeto.
Es el factor relevante respecto a la consideración moral, el que
hace que todos los humanos merezcamos respeto, y el que obliga, de
igual forma, a extender ese respeto sobre el resto de los animales.
Que la sintiencia haya cobrado notoriedad con el veganismo se debe a
que su causa está inspirada en la necesidad de ampliar nuestra
atención sobre aquellas criaturas sintientes que aún restan por
considerar. Pero el veganismo no es el único que asume la capacidad
de sentir como el patrón de trascendencia, sino que también lo
hacen (así sea de forma directa o indirecta) las teorías feministas
y humanistas.
Una
vez recordada esta premisa básica, podemos regresar a la pregunta:
¿Por qué la supuesta sintiencia de las plantas no se arroja de
igual modo contra este otro tipo de propuestas filosóficas? Es más,
si una imaginaria sintiencia de las plantas sirviera para justificar
el consumo de carne u otros derivados animales, entonces también
serviría para justificar el consumo seres humanos, que también
somos animales y también estamos hechos de carne.
Es aquí
donde se hace más palmaría la falta de honestidad del asunto de las
plantas. Quien crea en su sintiencia sólo tiene una alternativa:
hacer extensible la consideración moral de los animales también a
los vegetales. Cuando alguien reivindica el respeto hacia algún
colectivo discriminado, lo hace con el fin de incluir a ese colectivo
en el marco de la comunidad moral, no para excluir a quienes ya se
encuentran dentro. Así, los veganos no mencionamos la sintiencia de
los nohumanos como parte de un argumento en contra de respetar a los
humanos, sino con el fin de dilatar
ese
respeto hasta el resto de los animales —de igual manera que el
feminismo no es una objeción a los derechos de los varones, sino una
reivindicación de los derechos de las mujeres en igualdad con los
primeros.
De modo que la discusión en torno a la sintiencia
de las plantas no sólo me resulta un completo despropósito, sino
que tampoco alcanzo a entender (en realidad sí, no soy tan ingenuo)
por qué es a los veganos en particular a quienes nos encargan su
resolución, en lugar de ser expuesto como un problema ético global.
Quienes crean en esa cruzada deberían plantearla no como una
propuesta que anulase otras, sino como una más
a tener en consideración. La
sintiencia hipotética de las plantas no nos compete a los veganos
más de lo que pueda incumbir a los humanistas, a los feministas, a
los ecologistas, a los comunistas, a los electricistas o a los
clarinetistas.
Esta
cuestión recuerda al caso del Thomas Taylor, quien a finales del
siglo XVIII escribiría, en respuesta a las incipientes proclamas en
favor de los derechos de las mujeres, un ensayo titulado Vindicación
de los derechos de las bestias.
Planteaba su autor —
en
lo que podría ser hoy un alegato animalista—
que
si las mujeres habían de contar con derechos, ¿por qué no también
los animales? Como los "vegetalistas" de nuestro tiempo,
Taylor fue incapaz de comprender que la consideración posible a unos
no altera la consideración debida a otros.
La
biología y el estatus de las plantas no afectan en nada a la
biología y el estatus de los animales. Aquellos que vayan a
"informarnos" a los veganos de que las plantas también
sienten, deberían antes de nada ser congruentes con lo que afirman y
adoptar una actitud respetuosa tanto con los animales (humanos y
nohumanos) como con los vegetales. De esta forma, su postura seguiría
careciendo de fundamento, pero corregiría al menos su fariseísmo clásico.
SHARED
ResponderEliminarAun aceptando que las plantas no sientan, en algunos casos las prefiero a algunos animales, del mismo modo que prefiero a algunos animales a algunas personas.
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