miércoles, 8 de julio de 2015

Ratas

Ratas. Su sola mención es capaz de provocar en mucha gente un escalofrío de espanto, o un gemido de horror, o una mueca de desagrado en el mejor de los casos. Existe hasta una fobia asociada con ellas, la musofobia, que es por añadidura una de las más comunes y extendidas. Y hay también leyendas, por supuesto, como aquella que dice que si sueñas con ratas es que algo malo te depara tu futuro.

Esta mala fama de las ratas es fruto de los mitos, los prejuicios, la ignorancia y las calumnias. ¿Existirá entre ellas alguna forma de designar la fobia a los humanos? ¿Sufrirán antropofobia? Sería desde luego un temor infinitamente más fundamentado. Al fin de cuentas, nos hemos dedicado durante años
a explotarlas, esclavizarlas, asesinarlas y
perseguirlas de mil y una maneras diferentes,
a cual más injusta e injustificada.

Ya va siendo hora de aparcar nuestros prejuicios y tratar de observar a estos pequeños individuos con algo más de objetividad y de empatía. Trataremos en las próximas líneas de indagar en su extraordinaria y milenaria cultura con la esperanza de que empiece a verse a las ratas como aquello que son por encima de todo: personas. Personas roedoras, sí, pero personas al fin.

UN CUENTO DE RATAS
 
 
Periodo Triásico. Hace 200 millones de años. El mundo —al menos el terrestre— está dominado por los dinosaurios, que parecen regir cualquier extensión verde del planeta irguiendo sus cabezas por encima incluso de las copas de los árboles, casi como presumiendo de su majestad. Es su mundo, su era, su reinado.
 
Pero a este imperio no le faltan sublevados. En el suelo, al aceco, ocultos a la mirada de los grandes saurios, un pequeño grupo de reptiles se ha desviado de la línea dominante y emprendido una trayectoria autárquica; han "decidido" mantener un tamaño reducido, cubrir sus cuerpos de pelo, gestar sus embriones en el vientre y amamantar a su progenie. Son los primeros mamíferos; especies como el Morganucodon o el Hadrocodium. No son roedores, pero poco les falta: una estructura mandibular y unos incisivos particulares. Apenas debemos avanzar en el tiempo 40 millones de años para encontrar al primer roedor del que tenemos testimonio: Rugosodon eurasiaticus.

Aún debieron mantenerse a la sombra durante 100 millones de años más. Entonces, un gran meteorito provocaba una extinción masiva que ponía fin a la dinastía de los dinosaurios y abría a la vista de los supervivientes un mundo de nuevas oportunidades. Fue el momento esperado por los mamíferos, que proliferaron a partir de entonces de una manera acelerada.

Pero los roedores destacaron mucho en esa proliferación. Poco a poco se fueron expandiendo a lo largo de todo el globo, incluso cruzando océanos y grandes extensiones de agua, a bordo de troncos flotantes quizá. Presentaban un gran instinto de supervivencia y una extraordinaria adaptabilidad, lo cual los hizo prosperar con mucho éxito, desarrollando infinidad de nuevas familias y especies, incluyendo formas gigantes, como los géneros Phoberomys o Josephoartigasia, roedores del tamaño de un hipopótamo (en la actualidad, el mayor roedor es la capibara, de hasta 70 Kg.).

Esta introducción es un breve resumen de la historia de los mamíferos en general y los roedores en particular. Muy a colación, porque si hablamos de mamíferos, estamos hablando de roedores, y si hablamos de roedores, estamos hablando de ratas, casi de menera indefectible. No en vano, de las cerca de 5.500 especies de mamíferos que habitamos el planeta en la actualidad, casi la mitad pertenecen a roedores, y de entre ellos, cerca del 60% de las especies las aporta la familia de los múridos, la familia de las ratas.

Su historia es la nuestra, muy corta en comparación con la historia de la Tierra o la presencia de vida en ella. Es innegable, por tanto, el vínculo que nos une a esos pequeños individuos por quienes mostramos hoy tan altas cotas de desprecio. Sin ellos no estaríamos hoy aquí, y, nos guste o no, las ratas son quienes mejor nos representan y nos han representado siempre a nosotros, los mamíferos. La historia de los mamíferos es en realidad "un cuento de ratas".
 
A LOS SANTOS SE SANTIFICA… Y A LAS RATAS SE RATIFICA
 
Esta es la historia de un animal (una especie concreta) que decidió establecer sus asentamientos originales a orillas de los ríos. Se trata de un animal muy listo, un animal que sabe aprovechar las oportunidades como pocos. Con el tiempo, y en busca quizá de nuevos recursos, este animal decidió expandir sus horizontes, cruzar fronteras e incluso atravesar mares y océanos a bordo de enormes vehículos navieros. Descubrió nuevas tierras, nuevos continentes; pero se trataba en su mayoría de continentes habitados ya por gentes parecidas, aunque de un color y unas costumbres ligeramente diferentes. Por fin, los nativos se vieron desplazados por la agresividad y los recursos de los extranjeros, que no contento con descubrir nuevas regiones, quisieron también apoderarlas. ¿Adivinan de qué animal se trata? 
 
Es curioso que este relato sirva para sintetizar tanto la historia del ser humano occidental como la de la rata común o rata gris. En efecto, la rata común (Rattus norvegicus) habitaba en las orillas fluviales, siendo originaria del este de Asia. Los humanos decidimos asentarnos también allí (fuimos nosotros quienes invadimos su territorio) y nuestros desperdicios y restos de comida terminaron siendo de provecho a su omnívora fisiología. A partir de entonces, las ratas decidieron "seguir" al ser humano allá donde éste fuera, y los humanos decidieron ir a todas partes. Las ratas empezaron a expandirse igual que lo hacía el hombre, e incluso a bordo de los navíos en los que conseguían infiltrarse, terminaron conquistando —como nosotros— nuevas tierras y oportunidades.
 
Las consecuencias negativas de esta expansión las sufrió otra rata, la rata negra (Rattus rattus), que se vio desplazada por la rata común cuando ésta pisó los continentes europeo y americano. El impacto fue de tal calibre que la primera a punto estuvo de caer en la extinción, una condición de la que sigue sin poder recuperarse. Los humanos fuimos responsables (indirectos, si se quiere) de esta situación, y cuando decimos tomar cartas en el problema, lo hicimos a nuestro modo acostumbrado: a costa de que fuesen otros quienes pagasen los platos rotos, en este caso las ratas comunes (es una práctica habitual en nuestra relación con otros animales; se aprecia hoy día, por ejemplo, en las campañas de "gestión" y castración).
 
A partir de ese momento, los humanos iniciarían una persecución incansable hacia aquellas inocentes. Primero fueron acosadas por el problema de sus parientes oriundas, para lo cual fueron empleados otros esclavos tradicionales de nuestra servidumbre: los perros. Esta actividad gustó tanto que pronto empezaron a ponerse de moda las peleas entre los roedores y los canes, una afición que propició la apertura masiva de criaderos de ratas, algo irónico teniendo en cuenta que la pretensión original era exterminarlas. Los individuos albinos de esta misma especie de rata llamaron la atención de un colectivo particular, los científicos, que empezaron a criarlas y seleccionarlas hasta obtener una "variedad" particular (pequeña, blanca, dócil...), explotada desde entonces y hasta nuestros días para realizar en ella todo tipo de pruebas de laboratorio. Al mismo tiempo, parece que estas "nuevas" ratas blancas resultaron del agrado estético de la sociedad, así que mucha gente empezó a solicitar individuos como ellos (y luego otros con distintas modificaciones) para ser empleados como "mascotas", todo ello
sin que sus hermanas callejeras dejaran de ser acosadas con el mismo afán original. Individuos de la misma especie vistos de una u otra manera en función sólo de alguna que otra diferencia superficial. Hablamos incluso de racismo dentro del propio especismo, o de la esquizofrenia moral que mencionan algunos quizá.

SUPERDOTADOS Y CABEZAS DE TURCO

Hace poco fue descubierta en las ratas una característica que antes se creía única entre los humanos (y después única entre los primates). Se trata de la capacidad de percibir la prosodia, la percepción fonética o captación de la entonación y el ritmo del habla a partir del cual se extraen modelos regulares de lenguaje, una particularidad que hasta ahora sólo había sido descrita en los humanos y los monos tití. No obstante, esta característica —que permite a una rata distinguir entre el holandés y el japonés, por ejemplo— no parece cumplir en los roedores las mismas funciones lingüísticas que en los humanos, siendo a buen seguro un subproducto derivado de otras capacidades de relevancia evolutiva. 

Esto no impide, sin embargo, que el lenguaje represente una característica importante en el devenir cotidiano de las ratas. Dentro de su excelso lenguaje corporal, por ejemplo, comprobamos que los movimientos de la cola, como en los perros, están repletos de significados (agitarla de forma horizontal es indicativo de excitación, mientras que golpear con ella el suelo es sinónimo de malhumor), e igual que en los canes, olfatearse mutuamente es un sistema empleado por las ratas para el reconocimiento y la transmisión de información. Con los gatos comparten la costumbre del acicalamiento, que, como en ellos, cumple funciones no sólo higiénicas, sino también sociales. El rechinar de dientes es un signo de felicidad, nada que ver con el castañeteo, que es síntoma de irritación. El erizamiento del pelo, el arqueamiento de la espalda, los empujones, los mordiscos...; todos estos gestos forman también parte del lenguaje corporal, actitudes comunicativas cuyo significado apenas somos capaces de intuir.

No menos extenso y misterioso para nosotros es su lenguaje oral. Cualquier mínima variación en la longitud, la fuerza o la entonación de un chillido puede cambiar por completo su semántica. A ello hay que sumar los silbidos, de naturaleza diferente, y todo esto limitándonos a aquello que nosotros podemos percibir, ya que buena parte de su comunicación sucede a una frecuencia que escapa al oído humano. El hecho de que las ratas puedan comunicarse en tales frecuencias se debe a su extraordinario oído, mucho más desarrollado que el humano y capaz de captar el ultrasonido. Otro de sus sentidos igual o más formidable aún es el olfato, superior al de los perros, por ejemplo, una comparativa nada desdeñable. Las ratas poseen dos sistemas olfativos: uno para oler su entorno más cercano y otro para barruntar posibles amenazas más distantes. Este segundo sistema —carente en humanos y otros mamíferos— no se encuentra conectado a las áreas cerebrales que activan la emoción del miedo, permitiendo así a las ratas tener conciencia del peligro sin que ello les provoque una situación de estrés constante. También presentan un sentido del gusto muy desarrollado, pudiendo detectar sustancias químicas de una parte por millón. Por contra, la vista es el menos destacado de sus sentidos, no siendo capaces de distinguir el color y mostrando cierto grado de "hipermetropía".

Ciertamente, la mayoría de los sentidos de las ratas presentan un desarrollo formidable, pero a ellos se suman además otras increíbles facultades que las convierten en personas de una fastuosa dotación. Una rata es capaz de caer desde una altura de más de 20 metros sin sufrir ninguna damnificación, y a pesar de lo que su morfología pueda sugerir, pueden realizar saltos verticales de hasta un metro de distancia sin ningún tipo de dificultad. Son muy buenas nadadoras y buceadoras (aunque evitan hacerlo siempre que pueden); han demostrado una notable resistencia a los accidentes nucleares; y se ha descubierto en ellas la posesión de funciones corporales capaces de producir su propia agua en los periodos de sequía. Al mismo tiempo, la mordedura de
las ratas es la más fuerte de entre todos los roedores existentes, siendo capaces de
roer 
elementos tales como el cemento, el vidrio o hasta el plomo. Cuentan a su vez con una innata tendencia neofóbica que las hace dudar de las bondades de un nuevo alimento y tardar horas en probarlo, poseyendo además un olfato capaz de reconocer el último alimento ingerido por una compañera fallecida, renunciando entonces a consumirlo como medida de caución.


Todas estas virtudes han permitido a las ratas colonizar con éxito un amplio número de medios, a pesar de lo cual cada vez que pensamos en ellas solemos ubicarlas por defecto en nuestras urbes. La relación entre los humanos y las ratas "urbanas" ha estado siempre plagada de tiranteces (siendo generosos con nosotros mismos), pero esa relación sufrió un antes y un después a raíz de la epidemia de peste que azotó a Europa en el siglo XIV. Muchas víctimas (humanas y nohumanas) perecieron por su causa, y siempre ha existido en nosotros la predilección por atribuirles a las ratas la responsabilidad de lo ocurrido. Cabe mencionar que los orígenes de la llamada "peste negra" no están del todo claros y que no son pocas las hipótesis alternativas, como que fuesen los ejércitos mongoles quienes la introdujesen en Europa o que los efectos epidémicos estuviesen motivados por la confluencia dada con otras infecciones, como el ántrax.

Aunque las ratas y los roedores en general pueden ser reservorios del verdadero culpable de la peste, la bacteria Yersinia pestis, no por eso están forzados a desarrollar la enfermedad. Y aun en los casos en que acaban contrayéndola, la muerte suele ser tan inminente que la propagación se hace sumamente complicada. Son las pésimas condiciones higiénicas en que los humanos mantenían sus ciudades en aquel entonces las que propiciaron lo ocurrido. La acumulación de desperdicios provocaba el hacinamiento masivo de las ratas, una circunstancia que provocó una inusual abundancia de transmisión. Las cuantiosas muertes producidas por la peste entre los roedores provocaron al mismo tiempo que una determinada pulga, la Xenopsylla cheopis, o pulga de las ratas, que de ordinario se limita a parasitar sobre estos animales, necesitara resignarse a hacerlo sobre otras especies, como perros, gatos o, en efecto, humanos, actuando como vector de la enfermedad y siendo así como ésta terminó propagándose hasta convertirse en epidemia, hecho favorecido también por otros factores añadidos como las fuertes lluvias, la hambruna y el frío de la época.

Vemos de este modo que la peste negra contó con muchos "culpables" y que fueron precisas determinadas circunstancias y condiciones para que se produjera, no jugando las ratas mayor papel en esta historia que el cobrado por el resto de implicados. De hecho, quedó erradicada casi por arte de magia en cuanto se mejoró la higiene y se construyeron sistemas de alcantarillado. (Un estudio reciente elaborado por varias universidades europeas ha establecido que ni las ratas ni sus pulgas tuvieron la culpa de aquella epidemia, sino que fue originada por el estado higienico-sanitario de aquellas sociedades.) Pero nada de ello impidió que se les atribuyera a las ratas la entera responsabilidad de lo acaecido. Desde entonces, las ratas no sólo han estado vinculadas a la peste, sino que han pasado a ser vistas casi como una mera fuente de infecciones, un mito que perdura a pesar de haberse descrito tan sólo 70 enfermedades potencialmente transmisibles de ratas a humanos, por las más de 300 asociadas a los mejor afamados perros y gatos, por poner un ejemplo.

Así que, sí, las ratas pueden ser transmisoras de enfermedades, pero no más de lo que puedan serlo otros animales, incluidos los humanos, claro, principales vectores de sí mismos y reservorios también de muchos virus y bacterias, como la polio, el papiloma, la pneumocystis, la hepatitis A o la fiebre tifoidea. En la actualidad, mientras la peste produce al año de 1.000 a 3.000 nuevos casos, la cifra de infecciones por fiebre tifoidea asciende a 16 o 17 millones en el mismo periodo de tiempo, produciéndose la muerte en una media anual de 600.000 seres humanos. Un ejemplo como tantos otros de lo fácil que nos resulta ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

SOLIDARIDAD

Las ratas desarrollan su mayor actividad durante la noche, mientras que el día lo pasan guarecidas en sus madrigueras, que bien pueden estar constituidas por hoyos en el suelo como por huecos en las rocas, agujeros en los árboles u oquedades bajo montañas de residuos. En las madrigueras excavan túneles que se ramifican en dirección a diferentes aberturas, almacenes de comida o cámaras de cría y de descanso. A la caída del sol, las ratas salen de la madriguera y recorren lo que se conoce como "área de acción", un espacio que transitan cada día, visitando los mismos lugares y con el principal objeto de encontrar condumio. Esta área de acción suele comprender entre 20 y 150 metros, aunque se han conocido desplazamientos de hasta 3 km.

Son animales muy gregarios que viven conformando grandes colonias, aunque sin cabida para los machos adultos, semejándose así sus sociedades a las de muchos otros animales, como los elefantes o las hormigas. Los machos de mayor edad y tamaño establecen sus propios territorios, siempre próximos a las madrigueras de las hembras, mientras que los jóvenes, pequeños o inexpertos vagan como trotamundos entregados sin embargo a la conquista de un dominio, pues las hembras —muy burguesas ellas— sólo se entregan a varones potentados.

Los apareamientos pueden darse en todo el año, pero su mayor actividad reproductiva se da en la primavera y el otoño. Las hembras tienen un celo cada 4 o 5 días y están receptivas durante 24 horas, pudiendo llegar a tener hasta 12 camadas anuales, si bien la cifra más habitual oscila entre 5 y 8. Cada una de las camadas puede estar compuesta por entre 2 y 22 hermanos (8 o 9 por lo común) y la gestación dura unas 3 semanas, tras las cuales nacen unas ratitas de poco más de 5 gramos de peso, calvas y completamente ciegas. Cabe señalar que se
ha detectado en las hembras de algunas
especies la asombrosa capacidad de retener activo el esperma dentro de su organismo pasado el tiempo de la gestación, pudiendo así volver a fecundar sus óvulos sin necesidad de repetir la cópula. Los hijos, cubiertos ya de pelo, abren los ojos a los 15 días de nacer, abandonando el nido apenas una semana después y alcanzando la madurez sexual al cabo de un par de meses de vida.

La colonia de las hembras se organiza de forma jerarquizada, pero el grupo destaca por su extraordinario espíritu de solidaridad. La cría, cuidado y educación de los recién nacidos, por ejemplo, no es labor que competa sólo a la madre, sino a toda la colonia, y ningún miembro del grupo que caiga enfermo o lesionado será jamás abandonado, sino atendido, cuidado y protegido por el resto.

Resultaría inconcebible escribir un artículo sobre las ratas sin hacer una especiel mención a su empatía. Se trata de una característica muy reconocida en ellas, y la prueba más clara tal vez la proporcione un experimento llevado a cabo en la Universidad de Chicago en el año 2011. En él, algunas ratas eran puestas en una jaula provista de un contenedor pequeño y cerrado en su interior. Si en dicho contenedor era colocado un objeto inerte, las ratas no respondían a él de ningún modo, pero si era introducido algún congénere, las primeras empezaban a agitarse y a mostrar síntomas inequívocos de estrés y de ansiedad. La mayoría de ellas fueron capaces de averiguar por sí solas la manera de abrir las compuertas de dicho contenedor, pero la cosa no quedaba ahí. Lo más fascinante de todo fue que, en tales casos, renunciaban al alimento que se les ofrecía y se centraban primero en la liberación de la otra rata para compartir con ella su comida. El resultado era el mismo si se hacía que las ratas liberadas fueran a parar a otro departamento, disipando así las dudas de que dicha actitud pudiera estar inducida por la necesidad de contacto social y quedando definitivamente demostrado que la única motivación era el altruismo y la fraternidad.

Es sólo un ejemplo de la incontable cantidad de pruebas semejantes que se han venido recopilando en los últimos años en torno a la vida emocional de estos roedores. Aunque esta clase de experimentos sirven para el subrayado de sus facultades, sería preferible su abandono en honor de aquellos mismos atributos que consiguen poner al descubierto. Aun sabiendo que las ratas igual que el resto de animales son criaturas sensibles y emocionales, seguimos haciendo de ellas víctimas de todo tipo de ensayos forzados, mezquinos y crueles. Es una verdadera lástima que de entre tanto experimento no hayamos sido aún capaces de extraer la más preciada de las enseñanzas.

Arribamos ya al último puerto de este pequeño peregrinaje por la vida de las ratas. En el camino nos hemos topado con asedios, prejuicios, asesinatos, abusos y un sinfín de otros peligros —la mayoría con firma humana; pero también hemos aprendido y encontrado el valor del compañerismo, la supervivencia, la persistencia, la solidaridad, el coraje o la empatía. Si las ratas son la especie que más nos representa a los mamíferos, podemos sentirnos orgullosos.

 
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8 comentarios:

  1. Genial artículo. Muchas gracias!!

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  2. Impresionante artículo. Me encantó. Muchas gracias!

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    1. Gracias a ti. Me alegro de que el artículo esté resultando de utilidad.

      Un saludo.

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  3. Fantástico artículo, muchísimas gracias. Ariana.

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  4. Genial artículo. De todas formas eliminaré a las ratas que están en el nido que encontré en el patio. Saludos!!

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    1. No será tan genial cuando te propones "eliminar" a las ratas antes que a tus prejuicios.

      Saludos.

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  5. Me encantó, muchísimas gracias. Hace poco adopté ratas rescatadas de laboratorios y conocerlas cambió mi vida por completo. Son seres vivos fascinantes cuyas vidas y muertes me atraviesan por completo. Creo que es muy importante informar sobre su compleja estructua psíquica, cultural, biológica, etc. (demostrada por lxs mismxs científicxs que las torturan y asesinan) para intentar lograr la necesaria empatía de las personas y su participación en la lucha antiespecista. Gracias. La poesía también es muy bella, ¡y las imágenes!

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