El siguiente texto
es un extracto del libro La mujer maltratada, de la doctora
Graciela Ferreira, escrito 27 años atrás. Aunque el tema
gira en torno a la violencia doméstica, la autora, desde su
perspectiva como pionera en el estudio y tratamiento de esta
problemática, reflexiona a lo largo de este pasaje respecto de la
manera casi clónica en que la sociedad ha venido respondiendo
históricamente frente a cualquier movimiento emergente de justicia. Los
patrones que menciona, tales como la indiferencia, el rechazo o el
menoscabo, serán sin duda fácilmente reconocibles por los activista
de cualquier causa social, muy en particular por aquellos
inmersos en el veganismo y la defensa de los animales.
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"¿Cómo es esto
posible? ¿Cómo pueden las personas hacerse tales cosas unas a
otras?" Estas preguntas formuladas por Bruno Bettelheim intentaban
aproximarse a una mínima comprensión del holocausto judío y eran
aplicables tanto a los que cometían los crímenes como a los que se
negaban a creer en ellos o no actuaban para evitarlos.
Son los mismos
interrogantes que uno se hace cuando se ocupa de la Violencia
Familiar. Y, en especial, cuando se trata del tema Mujer Golpeada.
Bettelheim, famoso
psicoanalista, fue víctima de los campos de concentración, Dachau y
Buchenwald, a partir de 1938. Liberado en 1940, se refugió en
EE.UU., sintiendo gran apremio por testimoniar lo que ocurría. ¿Con
qué se encontró? Casi nadie quería tomar en serio sus palabras.
Sólo un diario aceptó publicarle un artículo al respecto. Las
cartas que recibió fueron de incredulidad y rechazo. Las
conferencias en que participó le permitieron comprobar que, más
allá de la cultura del auditorio, los oyentes se empeñaban en negar
o restar importancia a la cuestión.
Si saltamos las
distancias, podemos expresar que ésa fue la misma experiencia por la
que hemos pasado aquellos que investigamos y difundimos todo lo que
se refiere a la Violencia Doméstica y en particular la dirigida a la
mujer.
A Bettelheim lo
acusaron, a la sazón, de "dejarse llevar por el odio y divulgar
tergiversaciones paranoides", "propagar mentiras y
exageraciones", "realizar propaganda antinazi", "que esas
cosas eran propias de locos o pervertidos"; en el mejor de los
casos creían en la información acerca de los campos genocidas pero
se desinteresaban inmediatamente del problema. De un tenor semejante
fueron las respuestas que recibimos del público, femenino o
masculino, y de los profesionales y funcionarios, cuando hace unos
años tratábamos sobre la Violencia Marital. Se levantaban
acusaciones tales como: "son cosas de feministas", "paranoia
femenina y propaganda antimasculina", "inventos de mujeres que
quieren librarse de sus obligaciones y deberes", "calumnias de
lesbianas, enemigas de los hombres". Burlas y chistes emergían
impidiendo abordar el asunto con la seriedad debida a su gravedad.
También se incluían preguntas acerca de si no se trataba de una
maniobra política para contribuir a la destrucción de la familia y
ciertos valores tradicionales, promocionando el divorcio. O se
comentaba que posiblemente eran unos pocos enfermos los que hacían
esas cosas con su esposa. Ninguna cercana a la respetabilidad del
auditorio. En el mejor de los casos, la indiferencia seguía a la
exposición del tema. Al principio eran pocos los que se acercaban;
eran los más sensibilizados, los menos prejuiciosos, o los que
habían padecido o conocido algún aspecto de la violencia en su
familia o en allegados.
Estas actitudes no
han sido casuales. Se han repetido, históricamente, frente a las
cuestiones susceptibles de conmocionar a una sociedad. Por esa etapa
de incredulidad, burlas y acusaciones han pasado todos los grandes
temas. Nosotros en nuestro país lo hemos vivido de cerca respecto a
la guerrilla, los campos de concentración, los desaparecidos, la
droga y el SIDA. Y ahora con la violencia hacia la mujer. La
tendencia generalizada fue, al principio, la de pensar que, en todo
caso, eso sucedía en otros lugares, que no era algo que requiriera
preocupación inmediata. Estas actitudes negadoras han tenido el
efecto de un tiro por la culata, dejando a la comunidad desprotegida
e inmadura para afrontar el daño que, de todas formas, se va
acumulando de manera subterránea. De pronto, aflora la llaga y
revienta salpicando conciencias. Detenciones, muertos y crímenes
sensacionales hacen que, al fin, nos demos en plena cara con la
realidad. Siempre lo real termina imponiéndose, por más que lo
hayamos burlado y eludido el mayor tiempo posible.
El dar la espalda a
lo que molesta, a aquello que implica ofrecer una respuesta o asumir
un compromiso, no es sólo una cuestión de comodidad, de egoísmo o
de falta de responsabilidad solidaria. Se trata de un comportamiento
humano defensivo, comprensible aunque no justificable. Lo adopta la
gente, intentando minimizar o explicar racionalmente los hechos más
violentos o brutales. Para defenderse del horror y de la angustia que
estos despiertan se necesita reprimir y negar su conocimiento. En
cambio, la aceptación y clara visión de lo que sucede pone al
testigo en situación de vulnerabilidad y desprotección. Él también
es parte de lo que ocurre en su ambiente, por acción o por omisión;
porque en cualquier momento o lugar y a cualquier persona, a él, a
alguien cercano o lejano, puede pasarle lo que se está denunciando.
La reacción
primitiva de la huida frente a lo que amenaza la seguridad se
reproduce en el nivel intelectual respecto de ciertos valores
sostenidos, cuando personas capacitadas se niegan a entender, a
escuchar o a intervenir, prefiriendo mantener sus propios prejuicios
y convicciones, antes de analizar detenidamente los hechos, Y, lo que
es más grave, no aceptan estudiar la información proveniente de
investigaciones y teorías que refutarían o les harían revisar sus
ideas preexistentes. ¿No sucedió lo mismo con Pasteur y los médicos
que se negaban a creer en la existencia de los microbios y, por lo
tanto, se oponían al lavado de manos antes de las intervenciones
quirúrgicas? ¿Cuánta gente murió o agravó su estado porque fue
tratada por profesionales que despreciaban o se oponían a los
conocimientos específicos sobre la Violencia Familiar y la Mujer
Golpeada? He escuchado testimonios espantosos al respecto y he
observado las actitudes de muchos colegas y de profesionales de otras
disciplinas.
[…] Merced a
estas formas de negar y eludir, el delito engendrado por la violencia
seguirá impune, ignorado-avalado por la mezcla de indiferencia,
mecanismos de defensa, inercia y falta de coraje de una sociedad que
permite que sus miembros se traten con crueldad. […] Y si esto que
escribo va contra algo, es contra la violencia entrañada en la
indiferencia y el prejuicio, en lo injusto y lo arbitrario, en los
deshonesto y lo corrupto, que no son actitudes patrimonio de ningún
sexo sino tentaciones universales. Universal deberá ser entonces
nuestro repudio.
«Se puede apartar la
vista, pero el horror continúa allí, existiendo.»
Gabriela Ferreira, 1989.
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