lunes, 18 de abril de 2016

Indiferencia y conformidad: la violencia silenciosa


El siguiente texto es un extracto del libro La mujer maltratada, de la doctora Graciela Ferreira, escrito 27 años atrás. Aunque el tema gira en torno a la violencia doméstica, la autora, desde su perspectiva como pionera en el estudio y tratamiento de esta problemática, reflexiona a lo largo de este pasaje respecto de la manera casi clónica en que la sociedad ha venido respondiendo históricamente frente a cualquier movimiento emergente de justicia. Los patrones que menciona, tales como la indiferencia, el rechazo o el menoscabo, serán sin duda fácilmente reconocibles por los activista de cualquier causa social, muy en particular por aquellos inmersos en el veganismo y la defensa de los animales.
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"¿Cómo es esto posible? ¿Cómo pueden las personas hacerse tales cosas unas a otras?" Estas preguntas formuladas por Bruno Bettelheim intentaban aproximarse a una mínima comprensión del holocausto judío y eran aplicables tanto a los que cometían los crímenes como a los que se negaban a creer en ellos o no actuaban para evitarlos.

Son los mismos interrogantes que uno se hace cuando se ocupa de la Violencia Familiar. Y, en especial, cuando se trata del tema Mujer Golpeada.

Bettelheim, famoso psicoanalista, fue víctima de los campos de concentración, Dachau y Buchenwald, a partir de 1938. Liberado en 1940, se refugió en EE.UU., sintiendo gran apremio por testimoniar lo que ocurría. ¿Con qué se encontró? Casi nadie quería tomar en serio sus palabras. Sólo un diario aceptó publicarle un artículo al respecto. Las cartas que recibió fueron de incredulidad y rechazo. Las conferencias en que participó le permitieron comprobar que, más allá de la cultura del auditorio, los oyentes se empeñaban en negar o restar importancia a la cuestión.

Si saltamos las distancias, podemos expresar que ésa fue la misma experiencia por la que hemos pasado aquellos que investigamos y difundimos todo lo que se refiere a la Violencia Doméstica y en particular la dirigida a la mujer.

A Bettelheim lo acusaron, a la sazón, de "dejarse llevar por el odio y divulgar tergiversaciones paranoides", "propagar mentiras y exageraciones", "realizar propaganda antinazi", "que esas cosas eran propias de locos o pervertidos"; en el mejor de los casos creían en la información acerca de los campos genocidas pero se desinteresaban inmediatamente del problema. De un tenor semejante fueron las respuestas que recibimos del público, femenino o masculino, y de los profesionales y funcionarios, cuando hace unos años tratábamos sobre la Violencia Marital. Se levantaban acusaciones tales como: "son cosas de feministas", "paranoia femenina y propaganda antimasculina", "inventos de mujeres que quieren librarse de sus obligaciones y deberes", "calumnias de lesbianas, enemigas de los hombres". Burlas y chistes emergían impidiendo abordar el asunto con la seriedad debida a su gravedad. También se incluían preguntas acerca de si no se trataba de una maniobra política para contribuir a la destrucción de la familia y ciertos valores tradicionales, promocionando el divorcio. O se comentaba que posiblemente eran unos pocos enfermos los que hacían esas cosas con su esposa. Ninguna cercana a la respetabilidad del auditorio. En el mejor de los casos, la indiferencia seguía a la exposición del tema. Al principio eran pocos los que se acercaban; eran los más sensibilizados, los menos prejuiciosos, o los que habían padecido o conocido algún aspecto de la violencia en su familia o en allegados.

Estas actitudes no han sido casuales. Se han repetido, históricamente, frente a las cuestiones susceptibles de conmocionar a una sociedad. Por esa etapa de incredulidad, burlas y acusaciones han pasado todos los grandes temas. Nosotros en nuestro país lo hemos vivido de cerca respecto a la guerrilla, los campos de concentración, los desaparecidos, la droga y el SIDA. Y ahora con la violencia hacia la mujer. La tendencia generalizada fue, al principio, la de pensar que, en todo caso, eso sucedía en otros lugares, que no era algo que requiriera preocupación inmediata. Estas actitudes negadoras han tenido el efecto de un tiro por la culata, dejando a la comunidad desprotegida e inmadura para afrontar el daño que, de todas formas, se va acumulando de manera subterránea. De pronto, aflora la llaga y revienta salpicando conciencias. Detenciones, muertos y crímenes sensacionales hacen que, al fin, nos demos en plena cara con la realidad. Siempre lo real termina imponiéndose, por más que lo hayamos burlado y eludido el mayor tiempo posible.

El dar la espalda a lo que molesta, a aquello que implica ofrecer una respuesta o asumir un compromiso, no es sólo una cuestión de comodidad, de egoísmo o de falta de responsabilidad solidaria. Se trata de un comportamiento humano defensivo, comprensible aunque no justificable. Lo adopta la gente, intentando minimizar o explicar racionalmente los hechos más violentos o brutales. Para defenderse del horror y de la angustia que estos despiertan se necesita reprimir y negar su conocimiento. En cambio, la aceptación y clara visión de lo que sucede pone al testigo en situación de vulnerabilidad y desprotección. Él también es parte de lo que ocurre en su ambiente, por acción o por omisión; porque en cualquier momento o lugar y a cualquier persona, a él, a alguien cercano o lejano, puede pasarle lo que se está denunciando.

La reacción primitiva de la huida frente a lo que amenaza la seguridad se reproduce en el nivel intelectual respecto de ciertos valores sostenidos, cuando personas capacitadas se niegan a entender, a escuchar o a intervenir, prefiriendo mantener sus propios prejuicios y convicciones, antes de analizar detenidamente los hechos, Y, lo que es más grave, no aceptan estudiar la información proveniente de investigaciones y teorías que refutarían o les harían revisar sus ideas preexistentes. ¿No sucedió lo mismo con Pasteur y los médicos que se negaban a creer en la existencia de los microbios y, por lo tanto, se oponían al lavado de manos antes de las intervenciones quirúrgicas? ¿Cuánta gente murió o agravó su estado porque fue tratada por profesionales que despreciaban o se oponían a los conocimientos específicos sobre la Violencia Familiar y la Mujer Golpeada? He escuchado testimonios espantosos al respecto y he observado las actitudes de muchos colegas y de profesionales de otras disciplinas.

[…] Merced a estas formas de negar y eludir, el delito engendrado por la violencia seguirá impune, ignorado-avalado por la mezcla de indiferencia, mecanismos de defensa, inercia y falta de coraje de una sociedad que permite que sus miembros se traten con crueldad. […] Y si esto que escribo va contra algo, es contra la violencia entrañada en la indiferencia y el prejuicio, en lo injusto y lo arbitrario, en los deshonesto y lo corrupto, que no son actitudes patrimonio de ningún sexo sino tentaciones universales. Universal deberá ser entonces nuestro repudio. 

«Se puede apartar la vista, pero el horror continúa allí, existiendo.»

Gabriela Ferreira, 1989.

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