En primer lugar, conviene dejar claro que en ningún caso puede tratarse de una falta de respeto. En ningún caso estamos vulnerando la dignidad de nadie, ni degradando su identidad, ni socavando su valor moral. Nada tiene de malo ser una gallina, una vaca o un atún. No es ningún insulto. Habrá sin duda quienes así lo interpreten, pero no es el caso de quienes construyen las comparaciones, de modo que atribuirles intenciones despreciativas estaría fuera de lugar. Además, si no se partiera desde una perspectiva respetuosa con los seres humanos, su comparación con los nohumanos en pos de una mayor consideración moral hacia estos últimos carecería de sentido. La igualdad no implica rebajar a nadie. La ética no es una balanza en la que unos deban perder para que otros ganen.
Es imposible atribuir
falta de respeto a este tipo de paralelismos. En todo caso, lo único
que podrían representar es una ofensa. Pero la ofensa
pertenece a una categoría diferente, a la categoría de las subjetividades. No existe en realidad nada genuinamente ofensivo. Lo ofensivo es siempre aquello sobre lo que alguien vierte su ofensa, y para eso basta con que surjan unos sentimientos de repulsa o descontento, sean de la naturaleza que sean. Se trata de algo sujeto a la entera susceptibilidad y
sensibilidad de la parte ofendida. Tal y como apunta el filósofo Lou Marinoff, la verdadera parte activa de una ofensa es el ofendido.
¿Qué es lo que estaría siendo
ofendido en este caso? Lo que se ofende son los prejuicios especistas de
la gente. La comparación entre humanos y nohumanos resulta incómoda
sólo para quienes no conciben colocar a unos y otros en el mismo
estrato moral. Pero no es lógico culpar a los veganos por ello,
en tanto que a través de estas analogías lo que buscamos
precisamente es desafiar esos mismos preceptos que se manifiestan desafiados. No se puede
pretender que quienes luchan en contra de una discriminación se ajusten a los parámetros de la propia discriminación. Si no
consiguiéramos que los prejuicios especistas se vieran
ofendidos, entonces no estaríamos haciendo bien nuestro trabajo. A
partir de aquí, rechazar estas analogías aludiendo
al hecho de que unos son humanos y los otros no supone incurrir en
una ostensible petición de principio.
Otra importante aclaración es que en
realidad no se está comparando a nadie. Ningún sentido ni utilidad tendría eso. Tampoco se trata de una comparación,
cabe añadir, sino de una equiparación.
Comparar se puede comparar cualquier cosa, así sea para descubrir una total desemejanza. Las equiparaciones son lo interesante. Pero insisto en que en éstas no se apunta a los sujetos, sino a sus circunstancias, a sus realidades.
No hace falta comparar al sujeto A con el sujeto B para deducir que
A y B merecen el mismo respeto o para afirmar que tanto A como B
están siendo sometidos a injusticias de magnitud similar. Dos
situaciones dadas vulneran los intereses básicos de unos individuos
sobre la base de una marcada discriminación arbitraria. Las
desigualdades y coincidencias de los señalados no alteran en nada la
verdad de los hechos fundamentales.
Dicen algunos que las analogías
presentan diferencias trascendentes más allá del tema de la
especie. Se dice que a los demás animales se los explota para
comer, mientras que el genocio nazi, por ejemplo, estuvo motivado por un antisemitismo que buscaba erradicar a una raza considerada
indeseable. No creo necesario recordar que a los animales
nohumanos se los explota y asesina por múltiples razones y que una de
las más comunes responde al desprecio sentido hacia especies también indeseadas
(las "plagas"), lo que en su caso elevaría la analogía hasta el máximo de lo oportuno. Pero, al
margen de eso, parece ilógico someter la entera validez de éstas comparativas a factores tales como el uso o desuso que los nazis diesen a los cuerpos de sus víctimas. Cuesta creer que los ofendidos del presente fueran a firmar su aprovación en caso de que los judíos hubiesen llegado a ser guisados y comidos. No
parece, en definitiva, que el fin último para el que se explota o
asesina a alguien cobre aquí relevancias excesivas.
Algo llamativo en todo esto es que, en contraste, se acepta y recurre de ordinario a analogías
con la explotación animal para denunciar cualesquiera situaciones o actitudes que puedan venir en deterioro de la dignidad de los humanos. "Los
explotan como a animales"; "Los
tratan como a ganado". Estas y otras
expresiones afloran con regularidad frente a circunstancias que vulneran los derechos de los hombres. Pero una analogía no puede ser
unidireccional. Si vamos a asegurar que a ciertos
humanos se los trata como a los nohumanos, entonces debemos aceptar
la afirmación de que a los nohumanos se los trata como a ciertos seres
humanos. Si A es como B, entonces B tiene que ser forzosamente como
A.
Hay quienes responden que esos casos
representan "metáforas" y no analogías, pero cuesta creerlo también aquí.
Cuesta creerlo porque siempre se recurre a los
factores de mayor similitud. Cuesta creerlo porque las metáforas
actúan como exageraciones deliberadas, lo que implicaría reconocer una mayor gravedad en lo que atañe a los nohumanos. Y cuesta creerlo porque las supuestas metáforas cobran en
muchos casos un sentido literal.
Sabemos por ejemplo que buena parte de los utensilios y métodos empleados en la explotación especista fueron reciclados para la práctica de la esclavitud humana, desde las cadenas, los grilletes y los látigos hasta las establos, los mercados y las marcas cutáneas con hierros candentes. O sabemos también que el diseño de los campos de concentración estuvo inspirado en los otrora novedosos mataderos de Chicago. O que el traslado de los prisioneros se hacia por medio de vagones ferroviarios dedicados al transporte de "ganado". O que los planes eugenésicos tomaron por modelo la tradicional selección genética ejercida sobre los animales "domésticos".
Sabemos por ejemplo que buena parte de los utensilios y métodos empleados en la explotación especista fueron reciclados para la práctica de la esclavitud humana, desde las cadenas, los grilletes y los látigos hasta las establos, los mercados y las marcas cutáneas con hierros candentes. O sabemos también que el diseño de los campos de concentración estuvo inspirado en los otrora novedosos mataderos de Chicago. O que el traslado de los prisioneros se hacia por medio de vagones ferroviarios dedicados al transporte de "ganado". O que los planes eugenésicos tomaron por modelo la tradicional selección genética ejercida sobre los animales "domésticos".
Podría ocupar decenas de entradas del
blog relatando ejemplos semejantes. El
lector interesado puede consultar el excelso y detallado trabajo que Charles Patterson dedica a esta
cuestión particular. Será suficiente aquí con decir que los más
espeluznantes casos de explotación humana han solido tener como
patrón común la reducción ex
profeso de los humanos a la condición de los nohumanos.
No se pueden construir "metáforas" a partir de semejanzas tan
sumamente homólogas. En casos así, la figura metafórica
pierde toda su naturaleza característica.
Otro tipo habitual de ofensa viene no por lo tocante a las víctimas, sino a los victimarios. Pero buena parte de lo dicho hasta ahora es pertinente aquí también. Una vez más, las equiparaciones no se formulan en torno a las personas, sino a determinados hechos. Cuando se yuxtapone la explotación animal con el holocausto judío, la violencia doméstica o la esclavitud humana, no se está diciendo que quienes participan en la explotación animal sean nazis, negreros o maltratadores. Si los veganos creyésemos que los especistas son mala gente ni siquiera nos molestaríamos en tratar de convencerlos de nada. Al contrario, confiamos en su bondad y recurrimos a estas analogías con el propósito de apelar a unas conciencias que creemos distorsionadas por la venda del especismo. A las malas personas lo mismo les da el origen de sus actos; pero existe un buen número de buenas personas que mantienen constreñidas las fronteras de su indudable sensibilidad moral. Estas comparaciones no tienen otro propósito que lograr su necesaria ampliación.
Otro tipo habitual de ofensa viene no por lo tocante a las víctimas, sino a los victimarios. Pero buena parte de lo dicho hasta ahora es pertinente aquí también. Una vez más, las equiparaciones no se formulan en torno a las personas, sino a determinados hechos. Cuando se yuxtapone la explotación animal con el holocausto judío, la violencia doméstica o la esclavitud humana, no se está diciendo que quienes participan en la explotación animal sean nazis, negreros o maltratadores. Si los veganos creyésemos que los especistas son mala gente ni siquiera nos molestaríamos en tratar de convencerlos de nada. Al contrario, confiamos en su bondad y recurrimos a estas analogías con el propósito de apelar a unas conciencias que creemos distorsionadas por la venda del especismo. A las malas personas lo mismo les da el origen de sus actos; pero existe un buen número de buenas personas que mantienen constreñidas las fronteras de su indudable sensibilidad moral. Estas comparaciones no tienen otro propósito que lograr su necesaria ampliación.
Para acabar, sería un grave descuido
por mi parte no hacer mención de aquellas víctimas humanas que han sido capaces de reconocer el estrecho vínculo que guarda el antropocentrismo con sus propias desgracias particulares. Si personas que han sufrido las tales injusticias en sus mismas carnes pueden apreciar el parentesco, entonces ningún obstáculos nos impide hacer lo propio a los demás:
El movimiento feminista siempre ha
mantenido una fuerte asociación con la causa por los Derechos Animales, y quizá
una de las personas que mejor encarna la consonancia entre ambas luchas sea Angela Davis, quien observa una clara «conexión»
entre la forma en que se trata a los nohumanos y la forma en que se
trata a aquellos humanos a quienes se sitúa «debajo
del todo en la escala jerárquica». Por su parte,
Dexter Scott King, hijo del líder civil Martin Luther King,
ejerce en la actualidad como activistas vegano junto con su madre y viuda
del anterior, Coretta, asumiendo para sí el veganismo como «la
extensión lógica de la filosofía de la no-violencia».
Por último, Israel, que acoge a cerca de 200 mil judíos supervivientes, es uno de los países dónde
mayor auge y aceptación ha experimentado el veganismo, encontrándose la
más gráfica y contundente analogía expresada jamás en relación al
holocausto en la voz de una de sus muchas víctimas directas,
el escritor y premio Nobel Isaac Bashevis Singer, quien afirmase sin
tapujos que, para el resto de animales, «todos
los humanos somos nazis».
(La emotiva carta que escribiera el prisionero Edgar Kupfer-Koberwitz entre los muros de Dachau merecería un capítulo
aparte.)
Estas comparaciones buscan denunciar el
especismo. No siempre es fácil reparar en una injusticia cuando se
contempla desde el prisma que la ampara, de manera
que trasladamos al público a un contexto que presuponemos libre de
prejuicios para intentar descubrirle los errores de su perspectiva. Si
aquellos que se ofenden sólo son capaces de
amparar su ofensa en las diferencias específicas de los
protagonistas, entonces lo que estarán haciendo es
revelar aquello mismo que se les imputa. Las analogías les tienden una buena oportunidad para ofrecer una disculpa, pero el especismo no
puede justificar el especismo.
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