Deseo recuperar el siguiente extracto
de la famosa novela de Harriet Beecher Stowe, La cabaña del tío Tom, por sus muchas semejanzas en relación a ciertas actitudes que envuelven al especismo en la
actualidad. El pasaje recoge una escena típica del sur de los
Estados Unidos de finales del siglo XIX: nada menos que un mercado de
esclavos. Se refleja la normalización del comercio de seres humanos,
pasando después a una pequeña discusión pública sostenida sobre
algunos de los mismos exactos argumentos con los que pretende justificarse hoy la explotación de los animales nohumanos. Finalmente, la autora,
por boca de su narrador, hace una sutil denuncia de las medidas reguladoras de la esclavitud y de la aparente
asiduidad con que se encuentran discriminaciones dentro de la propia
discriminación, una reminiscencia del especismo que hoy en día
impera igualmente dentro de muchos sectores "animalistas".
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SE VENDEN NEGROS: VENTA DE ALBACEAS. De acuerdo con el mandamiento judicial, se venderán, el martes 20 de febrero, a la puerta del tribunal de la ciudad de Washington, Kentucky, los siguientes negros: Hagar, de 60 años, John, de 30, Ben, de 21, Saul, de 25, Albert, de 14. Las ganancias serán para los acreedores y herederos del caudal de Jesse Blutchford.SAMUEL MORRIS,THOMAS FLINT,Albaceas
—¡Es una vergüenza para nuestro país que se vean semejantes espectáculos! —dijo la señora.
—Pues hay mucho que decir a favor y en contra del tema —dijo una
mujer refinada, que estaba sentada cosiendo a la puerta de su camarote
mientras sus hijos jugaban cerca—. Yo he estado en el Sur, y he de decir
que creo que los negros están mejor que si estuvieran libres.
—En algunos aspectos algunos de ellos están bien, se lo concedo —dijo la
señora a quien había contestado la anterior—. Lo más terrible de la
esclavitud, a mi modo de ver, son los ultrajes cometidos contra los
sentimientos y los afectos, como separar a las familias, por ejemplo.
—Ese es un mal asunto, desde luego —dijo la otra señora, levantando
un vestido de bebé que acababa de terminar y examinando con atención los
perifollos—, pero me imagino que no ocurre con frecuencia.
—Ya
lo creo que sí —dijo la primera con impaciencia—; he vivido muchos años
en Kentucky y Virginia y he visto lo bastante para asquear a cualquiera.
¿Qué sentiría, señora, si se llevaran a sus dos hijos para venderlos?
—No podemos comparar nuestros sentimientos con los de esa clase de
personas —dijo la otra señora, ordenando en su regazo unas prendas de
estambre.
—Desde luego, señora, no puede saber usted nada de
ellos si habla de esa forma —contestó la primera con indignación—. Yo
nací y me crié entre ellos. Sé que sienten igual de profundamente, o
quizás incluso más, que nosotros.
La dama respondió: —¿De veras?— bostezó, miro por la ventana del camarote y finalmente repitió, como broche de oro, el comentario con el que había empezado—: Después de todo, creo que están mejor que si estuvieran libres.
La dama respondió: —¿De veras?— bostezó, miro por la ventana del camarote y finalmente repitió, como broche de oro, el comentario con el que había empezado—: Después de todo, creo que están mejor que si estuvieran libres.
—No hay
duda de que la Providencia dispone que los de la raza africana sean
sirvientes, que se mantengan en baja condición —dijo un caballero de
aspecto serio vestido de negro, un clérigo, sentado junto a la puerta
del camarote— «¡Maldito sea Canaán! ¡Siervo de siervos sea para tus
hermanos!», dicen las Sagradas Escrituras.
—Vaya, forastero, ¿es eso lo que significa ese texto? —preguntó un hombre alto, que se encontraba de pie cerca.
—Sin duda. La Providencia quiso, por algún motivo inescrutable,
condenar a esa raza a la esclavitud hace muchísimo tiempo; nosotros no
debemos oponernos.
—Pues entonces todos compraremos negros —dijo
el hombre— si es lo que quiere la Providencia, ¿verdad, caballero? —dijo, volviéndose hacia Haley, que estaba de pie junto a la estufa con
las manos en los bolsillos, escuchando la conversación con interés.
—Sí —prosiguió el hombre alto—, todos debemos resignarnos a los
mandatos de la Providencia. Hay que vender a los negros, llevarlos de un
lado para otro y someterlos; para eso los han hecho. Parece ser que
esta opinión le conviene, ¿verdad, forastero? —dijo a Haley.
—Nunca lo había pensado —dijo Haley—. Yo no lo hubiese dicho, pues no
soy instruido. Me metí en el negocio sólo para ganarme la vida; si no
está bien, pensaba arrepentirme con el tiempo, ¿comprende usted?
—Y ahora no tiene por qué molestarse, ¿eh? —dijo el hombre alto— ya ve
usted lo útil que es conocer las Sagradas Escrituras. Si hubiera
estudiado la Biblia, como este buen hombre, lo habría sabido antes y se
habría ahorrado muchas molestias. Podría decir simplemente: «Maldito…
¿cómo se llama?», y todo hubiera estado bien —y el forastero, que no era
otro que el honrado ganadero que presentamos a nuestros lectores en la
taberna de Kentucky, se sentó y se puso a fumar con una extraña sonrisa
en su rostro largo y enjuto.
[…] Al concluir estos pequeños
incidentes de comercio legítimo, debemos rogar al mundo que no piense
que los legisladores estadounidenses carecen totalmente de humanidad
como se podría inferir injustamente de los grandes esfuerzos realizados
en el senado nacional por proteger y perpetuar este tipo de tráfico.
Porque ¿quién no está enterado de cómo se superan nuestros grandes
hombres en arengar contra el tráfico de esclavos en el extranjero? Es
edificante ver y oír la verdadera multitud de Clarkson y Wilberforce que
han surgido entre nosotros para defender ese tema. ¡Es feísimo tratar
con negros de África, querido lector! ¡No se puede tolerar! ¡Pero tratar
con negros de Kentucky es una cosa muy diferente!
Harriet Beecher Stowe, 1852.
Que interesante...
ResponderEliminarHay otros dos fragmentos excelentes: el de la anciana que quiere irse con su hijo y el de la madre que se suicida tras verse privada de su bebé.
ResponderEliminarCreo que algunos de los pensamientos vertidos en ésta y otras obras referidas a la esclavitud humana pueden tomarse literalmente para condenar el regulacionismo, la negación del sentido de agencia y la indiferencia de la sociedad frente a la explotación animal.
Un abrazo, Igor.
Ciertamente, cuando hace unos años volví a leer la novela, inmerso ya en la defensa de los Derechos Animales, me resultó escalofriante comprobar la cantidad abrumadora de similitudes y analogías que ofrecía en relación con la problemática del especismo. En general, ocurre con todas las obras dedicadas al tema de la esclavitud humana; y en realidad no puede sorprender a nadie, porque la esclavitud humana representaba precisamente eso, tratar a ciertos seres humanos tal y como se trata al resto de animales.
EliminarImagino que ya lo conocerás, pero, por si acaso, te dejo aquí un interesante vídeo de James Laveck dedicado a este tema concreto:
https://www.youtube.com/watch?v=aXd_oCDhLzk
Un abrazo, Adrián.