RESUMEN
¿Cómo se convierten los animales en
un problema? Basándome en las teorías interaccionistas en torno a
los problemas sociales y la geografía cultural, sostengo que la
transformación de los animales en un problema nace de las
«geografías imaginarias»
producto de determinadas perspectivas respecto del conflicto entre lo
natural y lo cultural. En concreto, la vanguardia postula una
frontera firme entre la naturaleza y la cultura. Los animales tienen
reservado su espacio, y se los considera «fuera
de lugar» —y
a menudo problemáticos—
cuando se interpreta que han trasgredido las áreas destinadas a la
ocupación humana. Tomando como referencia artículos del New York
Times de entre 1851 y 2006, así como de otros 51 periódicos de
entre 1980 y 2006, el trabajo que sigue atiende el proceso de
problematización de las palomas como especie. Sostengo que las
palomas han acabado representando la antítesis de la metrópolis
ideal, ordenada y aséptica, frente a una naturaleza subyugada y
compartimentada. Aunque se las tipifica como un problema de salud, la
principal «ofensa»
de las palomas es que «contaminan»
los hábitats humanos. El latiguillo «ratas con alas» resume a la
perfección el juicio y la inquietud social respecto de estas aves.
Esta metáfora refleja bien la visión que sus predicadores tienen de
las palomas, a las que contemplan como algo fuera de lugar dentro del
paisaje metropolitano. Este estudio amplía la teorización de los
problemas sociales a fin de tener más en consideración a los
animales y el rol de los espacios geográficos.
INTRODUCCIÓN
Las palomas silvestres se han
convertido en un problema en las ciudades de todo el mundo. En
Occidente, los gobiernos locales alimentan un negocio creciente en
torno al control de esta «plaga»
forastera. Muchas ciudades y pueblos han establecido
la prohibición de alimentar a las palomas a fin de controlar su
número y los problemas que se les asocian, desde enfermedades
potencialmente mortales hasta daños materiales producto de sus
heces. En el último siglo, las palomas no han parado de ser
disparadas, gaseadas, electrocutadas, envenenadas, capturadas y
alimentadas con anticonceptivos, amén de sufrir otras medidas de
repulsión, como la colocación de pinchos y geles adhesivos en las
cornisas. Las palomas son de largo las aves más despreciadas de
todas, por encima de otras especies «molestas»1,
como los estorninos.
Algo que ilustra bien el desdén
popular hacia las palomas es el apelativo común de «ratas con alas». Sin embargo,
aunque las palomas forman parte de la vida urbana desde hace miles de
años (Levi [1941] 1963), este problemático encuadre es un fenómeno
reciente, incluso en la era de las ciudades modernas. Mientras que
antaño eran los gorriones las aves consideras más problemática de
Estados Unidos (Fine y Christoforides 1991), hoy los artículos de
prensa dicen, en relación con las palomas, que «la
rata con alas es ahora el enemigo público número uno»
(Bildstien 2004). A medida que crece la población humana, las
cohabitaciones incómodas entre humanos y animales proliferan. Los
pumas amenazan a los habitantes de las zonas rurales y suburbanas
(Baron 2004); los ciervos destruyen los jardines traseros de las
casas; y los lobos reintroducidos en el parque Yellowstone provocan
la ira de los agricultores (Scarce 2005). Como tal, la gestión de
las poblaciones animales ha sido escenario de protestas y enconados
conflictos sociales (Herda-Rapp y Goedeke 2005). Esta
problematización de los animales exige el examen sociológico de su
contexto cultural.
Cada vez hay más estudios
sociológicos en torno a las relaciones entre humanos y animales
(Alger y Alger 2003; Goode 2006; Irvine 2004; Sanders 2003; Serpell
1986), pero muchos de ellos son microinteraccionales y limitan su
atención a los animales de compañía (Jerolmack 2005). Los trabajos
de sociología más orientados a lo macro han tendido a ser estudios
agrarios centrados en el papel de la naturaleza/los animales en la
constitución de las identidades rurales (cf. Bell 1994; Enticott
2003; Tovey 2003). De hecho, en este campo se ha vuelto común que
las interpretaciones de los animales —y
de la naturaleza— estén
guiadas y condicionadas por lo cultural (Evernden 1992; Greider y
Garkovich 1994; Irvine 2004; Jerolmack 2007a, 2007b; Wolch y Emel
1998). Así, la forma en que los humanos dibujamos a los animales
está muy marcada por la concepción que se tiene no sólo de la
naturaleza, sino también de la sociedad (Sabloff 2001). A pesar de
ello, los procesos de problematización de los animales, así como
sus muy reales consecuencias sobre las vidas de éstos y el perfil de
los contornos de lo social, han sido prácticamente ignorados por la
sociología (pero véase Fine y Christoforides 1991; Herda-Rapp y
Goedeke 2005). De hecho, el único trabajo sociológico convencional
que examina a los animales como un problema de ámbito social es el
estudio de Leslie Irvine (2003) sobre los animales domésticos no
deseados. Con esta exclusión, los sociólogos permiten que los
estudios, discursos y políticas en torno a los «animales
molestos» sean dictados
de acuerdo con lo arrojado por las ciencias naturales, los medios de
comunicación y la política institucional (cf. Fine 1997). Rastrear
la problematización de los animales ayuda a entender cómo se
concibe, negocia y protege la frontera entre la naturaleza y la
cultura. Además, estudiar el modo en que se convierte a las especies
en un problema puede reflejar y ayudar a comprender también el modo
en que se problematiza a algunos grupos humanos (Arluke y Sanders
1996; Fine y Christoforides 1991)2.
Este artículo aplica «una
visión interpretativa del medio ambiente, de base social e
histórica» (Fine
1997:83) para entender cómo los animales se acaban convirtiendo en
un problema social. Después de examinar el trabajo de Bruno Latour
(1993) y de los geógrafos culturales sobre las relaciones entre la
naturaleza y la cultura, así como los estudios sociológicos sobre
la problematización de los animales, el artículo documentará —en
buena medida a través de 155 años de artículos del New York
Times— el ascenso
histórico de las palomas a la categoría de problema público y la
invención del marco narrativo de las ratas con alas. Se mostrará
cómo esta problematización es obra de ciertos perfiles interesados.
No obstante, es posible también advertir cómo, a un nivel más
profundo, la retórica de catalogar a las palomas como ratas
con alas refleja un temor cultural hacia el desorden y una sentida
necesidad de asépsia que va más allá de la preocupación por la
posible transmisión de enfermedades (cf. Douglas 1966; Philo 1995).
La metáfora sirve para reducir aún más el lugar moral y físico
que concedemos a las palomas. Así, al redefinir al animal, los
autores de determinadas reivindicaciones se apoyaron en una
definición colectivista del espacio. Las palomas se sienten así
como «algo fuera de
lugar» (Douglas 1966;
Philo y Wilbert 2000), y el discurso construido a su alrededor
refleja una especie de «pánico
moral» (Goode y
Ben-Yehuda 1994) hacia los animales «salvajes»,
que desafían la «apropiada»
frontera espacial entre los animales y los humanos (Wolch y Emel
1998).
Mi afirmación central es que el modo
en que Occidente problematiza a las palomas pone al descubierto las
concepciones modernistas derivadas de las relaciones espacio-culturales, moralmente convenientes, entre los animales y la
sociedad. Esta lógica espacial se revela de forma sorprendente en
las metáforas que utilizamos para problematizar a los
animales. Al investigar este proceso, pretendo (1) introducir el
estudio de los animales en la teorización de los problemas sociales,
y (2) casar la perspectiva interaccionista con la emergente
literatura sobre geografía cultural. El beneficio de esto último
para la sociología es integrar un análisis más exhaustivo del
espacio físico y metafórico en nuestros análisis de los problemas
sociales.
RELACIÓN ENTRE EL CONFLICTO
NATURALEZA/CULTURA Y LOS ANIMALES PROBLEMÁTICOS
Latour (1993) sostiene que la esencia
de la «constitución
moderna» reside en un
proceso de «purificación»
según el cual los occidentales han fabulado «dos
zonas ontológicas completamente distintas: la de los seres humanos,
por un lado, y la de los nohumanos, por otro»
(pág. 10-11). Annabelle Sabloff (2001) llama a este dualismo «la
característica más notoria del habitus occidental de la
naturaleza» (pág. 27).
Según Latour (2004), la cuestión no es que la naturaleza sea un
«constructo social»,
sino que la única forma de ver cómo es «realmente»
el mundo es estudiando las inextricables asociaciones entre
humanos y nohumanos, existentes en todas partes, pero imposibles de
apreciar bajo nuestros actuales dualismos modernos. Así, los
dinosaurios son inseparables del saber de los paleontólogos, o los
agujeros de ozono del de los «meteorólogos
y químicos que los estudian»
(Latour 2004:35). Latour (1993) insta a los sociólogos a examinar el
«componente olvidado»
de la sociedad, los nohumanos, y a estudiar la sociedad tal y
como lo que es: un
colectivo de humanos, animales, objetos y tecnologías (cf. Haraway
1991)3.
Los geógrafos culturales están
empezando a utilizar el enfoque de Latour y a hacerle un hueco a las
relaciones entre humanos y animales. «Se
está invirtiendo un gran esfuerzo en discernir las múltiples formas
en que las sociedades humanas "ubican"
a los animales en sus espacios materiales (núcleos urbanos, campos,
granjas, fábricas, etc.), así como en una serie de espacios
imaginarios, literarios, psicológicos e incluso virtuales»
(Philo y Wilbert 2000:5). Estos estudiosos analizan el trabajo de
delimitación que supone para las sociedades modernas asegurarse de
que los animales de compañía permanezcan atados o dentro de las
casas (para que no se escapen y se conviertan en animales
asilvestrados problemáticos; véase Griffiths, Poulter y Sibley
2000), que la megafauna y los depredadores permanezcan en los
zoológicos o en prístinas zonas salvajes alejadas de la
civilización, y que el ganado no salga de las granjas y sea
transformado en comida fuera del alcance de la vista. Todas las
sociedades tienen su «geografía
imaginaria de los animales»
(Philo y Wilbert 2000:11), y aunque algunos modernistas consentimos
la entrada de ciertos animales en la sociedad (como los animales de
compañía), lo hacemos civilizando y sometiendo a la «naturaleza»
(es decir, castrándolos, aseándolos y cortándoles las garras).
Los occidentales toleran cada vez
menos la «fauna»
urbana, y aunque algunos animales salvajes son celebrados por su
belleza, rareza o utilidad (como «Pale
Male» [«Macho
pálido»], un famoso
halcón de cola roja de Nueva York), muchos pasan a ser considerados
como plagas (Sabloff 2001; Wolch, West y Gaines 1995). Además, los
animales que nos repugnan, como las ratas, suelen asociarse con los
intersticios urbanos más indeseables, como las cloacas. Estas
«plagas»
crean «incomodidad o
incluso náuseas» cuando
se pasean por las aceras o entran en las viviendas, «transgrediendo
la frontera entre la civilización y la naturaleza»
(Griffiths, Poulter y Sibley 2000:60). En tal caso, son «algo
fuera de lugar»,
amenazando un «conjunto
de relaciones ordenadas»
(Douglas 1966:48). Aunque los animales no sean conscientes de ellas,
se les exigen «complejas
expectativas espaciales impuestas»
(Philo y Wilbert 2000:22).
Hay algunos estudios sociológicos
notables sobre la problematización de los animales «salvajes»,
uno de los cuales es un artículo de Gary Alan Fine y Lazaros
Christoforides (1991) que aborda el «problema»
de los gorriones a finales del siglo XIX en los Estados Unidos. El
artículo documenta cómo los ornitólogos contrarios a las «especies
invasoras» describían a
los gorriones alóctonos como una «amenaza
para el ecosistema americano»,
«inmigrantes»
sucios e inútiles que competían deslealmente con las aves
autóctonas y debían ser eliminados (pág. 375). Los autores
sostienen que la metáfora resonó debido al sentimiento de amenaza
para la economía y el tejido social norteamericano con que en
aquella época se percibía a los nuevos inmigrantes. Mediante la
conexión con un problema «más
antiguo o más grave»,
las metáforas pueden ayudar a que un nuevo problema gane estatus y
«triunfe dentro de las
competencias del discurso público»
(Fine y Christoforides 1991:376; cf. Best 1990; Hilgartner y Bosk
1988). La retórica contra los gorriones desapareció de las
discusiones públicas en apenas unas pocas décadas, y Fine y
Christoforides (1991) afirman que esto se debe a que la analogía con
los inmigrantes empezó a perder resonancia. Muchos de los
inmigrantes «problemáticos»
de aquel entonces estaban ya integrados en la sociedad
estadounidense. Los autores afirman que la construcción misma de un
problema puede estar basado en una conexión metafórica, ya que de
la afirmación de que «A
es como B» se infiere que
«A debe ser tratado como
B» (Fine y Christoforides
1991:377). Hoy en día, «no
existen demandas generales a favor de la destrucción de los
gorriones» (pág. 380).
«Nunca se ha demostrado
que sus daños fuesen más allá de la simple molestia»
(pág. 378).
Una publicación reciente, Mad
about Wildlife (Herda-Rapp y Goedeke 2005), se hace eco de Fine y
Christoforides (1991) y su uso de las teorías interaccionistas de
los problemas sociales para entender los conflictos en torno a los
animales. Los autores hacen hincapié en cómo las definiciones y
políticas locales alrededor de los animales están marcadas por el
cuadro que dibujan de ellos las instituciones y gentes con intereses
particulares. Por ejemplo, la reintroducción de nutrias en Missouri
enfrentó a sus partidarios —ecologistas que las consideraban
«ángeles ecológicos y
juguetones» (Goedeke
2005:35)— con los pescadores, que se quejaron de que las nutrias
depredaban a los peces y las consideraban «pequeños
demonios hambrientos»
(pág. 31). Ambos bandos se basaron en la proyección de cualidades
morales y humanas sobre su particular percepción de los rasgos de
las nutrias. Un conflicto similar se ha producido en torno a la
legitimidad y moralidad de dar caza a las palomas, que a menudo
enfrenta a los ecologistas cosmopolitas con los partidarios de los
«valores rurales».
Paralelamente, los activistas por los derechos animales describen a
las palomas como un símbolo de paz amable y cariñoso, mientras que
los detractores las definen como unas infectas ratas con alas (Bronner 2005; Herda-Rapp y Marotz 2005; cf. Munro 1997 sobre la caza
de patos y Woods 2000 sobre la caza de zorros).
Un elemento común que surge de las
investigaciones sociológicas en torno a los animales problemáticos
es que, la mayoría de las veces, el valor de los animales es juzgado
de acuerdo con su utilidad para los humanos. Los animales suelen ser
considerados una plaga cuando se piensa que no sirven para nada,
sobre todo si se trata de carroñeros (Herda-Rapp y Goedeke 2005), no
se los considera carismáticos ni especialmente atractivos (Michael
2004), y se cree que causan estragos en las propiedades y los
asentamientos humanos, como es el caso de los zorros, las ratas, los
mapaches, las gaviotas, los ciervos, los gansos y los conejos (Capek
2005; Wolch y Emel 1998; Woods 2000). Los animales pueden a su vez
ser estigmatizados, más allá de la categoría de plaga, si se
consideran peligrosos para los seres humanos, como los pitbulls
(Twining, Arluke y Patronek 2000) y los pumas de los suburbios (Wolch
1997), o si se cree que transmiten enfermedades, como las palomas
(Bronner 2005) y las que son probablemente las más legendarias de
las «alimañas»:
las ratas (Birke 2003; Lynch 1988).
Estos estudios sobre la
problematización de los animales demuestran cómo los conocimientos
sociológicos adquiridos en el estudio de las variaciones humanas
(Becker 1963) y los problemas sociales (Best 1995) pueden ser
extendidos a los animales. Hay cuestiones de intereses, autoridad y
poder que determinan en gran medida qué animales se elevan a la
categoría de problema público (Hilgartner y Bosk 1988). Sin
embargo, la lógica espacial de las geografías imaginarias de la
naturaleza y la cultura (Philo y Wilbert, 2000) suele quedar relegada
a un segundo plano frente a las preocupaciones definitorias más
limitadas de estos trabajos (véase Herda-Rapp y Goedeke, 2005:2;
pero véase Capek, 2005). Aunque la concepción modernista de la
relación naturaleza/cultura es ciertamente cuestionada por muchos
académicos y activistas (Herda-Rapp y Goedeke 2005), se sigue
teniendo por un poderoso principio reglar que su existencia no
responde a una mera cuestión pragmática, sino también moral y
ontológica (Sabloff 2001). De este modo, unir la preocupación de la
geografía cultural por la ubicación física y conceptual de los
animales a la perspectiva interaccionista de los problemas sociales
proporciona a la sociología una herramienta analítica más amplia
con la que ordenar una variedad de problematizaciones de los animales
como instancias de promulgación de la lógica espacial de la
«constitución
modernista» (Latour
1993).
METODOLOGÍA Y DATOS
Jennifer Wolch (1997) sugiere que, dado que los
medios de comunicación representan y afectan a la opinión pública
a través de un «ciclo
iterativo» discursivo,
para entender el modo en que la sociedad conceptualiza su relación
con los animales es recomendable analizar el contenido de los medios.
Fine y Christoforides (1991) emplean esta metodología en su análisis
del discurso sobre los gorriones del siglo pasado, basándose en gran
medida en los archivos del New York Times. Puesto que es el
diario estadounidense más leído y tiene fácil acceso a su base de
datos, y puesto que es el periódico en el que he encontrado la que
parece primera referencia a las palomas como ratas con alas, he
centrado mi análisis también en sus artículos, desde 1851 (año de
incepción del diario) hasta finales de 2006. También cito artículos
periodísticos que hacen referencia a los gorriones para una
comparación de ambas retóricas.
Hoy en día, las palomas no copan
los titulares ni destacan como uno de los problemas sociales
principales. Sin embargo, los artículos que se han escrito sobre
ellas —y los gorriones— suelen ser ricos en contenido retórico,
revelando el modo en que se problematiza a los animales en
determinadas épocas históricas4. Una de las principales
ventajas de este conjunto de datos es el número de años que abarca.
Los datos cronológicos (Hilgartner y Bosk 1988:73) me permiten
documentar los cambios representacionales que se han producido a lo
largo del pasado siglo. No obstante, un simple recuento de los
artículos que hablan de animales molestos no es la mejor manera de
descubrir cómo y cuándo se produjo la problematización, pues
referirse a una paloma como, por ejemplo, un visitante no deseado de
un comedero para pájaros es cualitativamente distinto de referirse a
una paloma como una «asquerosa
rata con alas». El
cambio histórico en la retórica es mucho más revelador que el
número de artículos. También me baso en artículos escritos
entre 1980 y 2006 de otros 51 periódicos predominantemente
estadounidenses y anglosajones disponibles en Lexis-Nexis. El motivo
de esta adición es que la frase ratas con alas cobra fuerza en el
Times a partir de 1990. Examinando el contenido de otros
diarios he podido comprobar si este repunte ha ocurrido de forma
similar en el ámbito general de los medios de comunicación
occidentales5.
Como a Fine y Christoforides (1991), me
interesa más analizar la retórica detrás de la problematización
de los animales que su codificación y cuantificación (cf. Malone,
Boyd y Bero 2000; Wolch 1997). De los 498 artículos del New York
Times que describen a las palomas como una molestia o una plaga
entre 1851 y 20066, he extraído una submuestra de 85
artículos y 12 cartas y notas editoriales para un análisis más
detallado de la retórica y los acontecimientos clave. La submuestra
fue seleccionada limitando la búsqueda a los artículos que incluían
el término «palomas»
en el título; no obstante, se examinó el contenido de todos los
artículos. De Lexis-Nexis examiné un conjunto de 162 artículos
cuyos títulos hacían referencia a las palomas como una molestia, de
un total de 458 artículos comprendidos entre los años 1980 y 2006.
Mi método de análisis se asemeja a la técnica de los etnógrafos
para la revisión de sus notas de campo. Hubo un proceso de cifrado
general en el que busqué y marqué los temas emergentes: el metatema
fueron las connotaciones morales frente a las descripciones de valor
neutral; también anoté el lenguaje antropomórfico y cómo se
categorizaba a las palomas (alimañas, molestia/plaga, parte de la
naturaleza). A continuación, seleccioné las citas que, en mi
opinión, mostraban un mejor reflejo de estos temas, sin que dejaran
sin embargo de ser fieles al tono general del resto del artículo. No
todos los artículos en los que me basé para construir mi
argumentación aparecen en este trabajo. Selecciono las citas que
mejor reflejan el conjunto de los datos, del mismo modo que un
etnógrafo debe elegir qué acontecimientos y citas presentar.
Como se verá más adelante, los medios
de comunicación son uno de los principales artífices de la difusión
del cuadro de las ratas con alas. Aunque no eximo a los medios de
comunicación de la responsabilidad de moldear la reputación de las
palomas a través de un uso selectivo de los datos y el lenguaje, el
objetivo de este estudio no es formular una crítica contra los
medios (véase Gans 1979; Molotch y Lester 1974). Es importante
señalar que los periódicos sólo cuentan una parte de la historia
sobre el imaginario colectivo alrededor de los animales. Las noticias
son sólo un reflejo del discurso público. Aunque en ocasiones
recurro a referencias de la cultura popular y a otras fuentes para
captar más plenamente este discurso, el caso que presento es
incompleto. Mi método permite un acceso parcial a un «repertorio
[cultural] latente»
(Campion-Vincent 1992:172), y me ayuda a determinar las
fluctuaciones en la prominencia de una representación dada; pero es
mucho más limitado en su capacidad para detectar el grado de
interiorización cultural de este discurso en la vida cotidiana.
EL AUGE DEL PROBLEMA DE LAS
PALOMAS
A finales del siglo XIX los gorriones eran
considerados las aves urbanas más odiadas7, pero hoy, a
principios del siglo XXI, son las palomas las que están consideradas
como sucias e incluso inmorales, siendo objeto de múltiples
esfuerzos sistemáticos de exterminación. Esta sección examina la
ocurrencia histórica de este suceso.
DE AVE INOCENTE A MOLESTIA MUNDANA
DE AVE INOCENTE A MOLESTIA MUNDANA
Sólo hay ocho
artículos del Times que mencionen a las palomas en el título entre
la primera vez que sucedió, en 1874, y 1909. Quizá resulte
sorprendente que entre estos casos se encuentren cuatro artículos y
una carta al editor dedicados a condenar el tiro al pichón. En un
artículo de 1874 se califica la actividad de «crueldad
innecesaria», y el autor
señalaba que está «cayendo
rápidamente en desprestigio»
en Inglaterra. Otros artículos expresaban su indignación moral
contra lo que catalogan de «asesinato
brutal» de «palomas
inocentes» (Foger 1881).
Los villanos aviares de aquella época eran los gorriones, como bien
ilustra un escritor del Times (New York Times 1878):
«Hace apenas unos años las palomas se alimentaban en las calles... sin riesgo alguno de ser atacadas. Su derecho a alimentarse... ha sido impugnado con tanta persistencia por parte de los gorriones que las palomas se han visto obligadas a ceder sus viejas áreas de alimentación a los recién llegados, recluyéndose en sus palomares; ni siquiera allí sin embargo están a salvo de las incursiones de sus ruidosos enemigos, que las persiguen sin miedo alguno..., robándoles su comida y acosándolas a tal punto que la vida de las palomas... debe haberse convertido en un infierno.» (pág. 2; énfasis añadido)
El autor llega a sugerir incluso
que se sustituya a las «inocentes»
palomas por los gorriones en las prácticas de tiro. Y eso fue lo que
ocurrió. Nueva York prohibió la caza de palomas al mismo tiempo que
ofrecía recompensas estatales por los gorriones muertos, antes de lo
cual los tiradores deportivos ya habían sustituido a las palomas por
gorriones con el fin de aplacar las críticas de la gente (New
York Times 1895). No obstante, y a pesar de que las palomas como
especie estuvieran vistas como inocentes, algunos ciudadanos ya
habían empezado a manifestar problemas locales con algunas palomas
particulares.
La primera vez que el Times
habla de las palomas como una molestia se remonta a un breve artículo
de 1906 en torno a un hombre que fue arrestado por «mantener
un molesto» criadero de
palomas en su azotea. El siguiente artículo no surgió hasta 1921,
en el que se informa de un halcón que fue accidentalmente abatido en
la Quinta Avenida por alguien que disparaba a las palomas. Sin
embargo, una noticia del Times de 1924 dice que 100 palomas
que anidaban en una iglesia iban a ser sacrificadas (y comidas luego)
debido a que su arrullo interfería con los servicios religiosos, y
un artículo de 1926 anuncia que el Consejo del Condado de Londres
estaba estudiando formas de reducir el número de palomas. Con todo,
«las palomas hallaron
algunos aliados» entre
los legisladores londinenses, que no veían la necesidad de «destruir
unas pocas palomas» y
sugerían centrarse en otra clase de molestias más graves, como los
gatos callejeros. Fue una época de gran ambivalencia con respecto a
las palomas. En 1927, el director de la biblioteca pública de Nueva
York pedía por favor que la gente dejara de alimentar a las palomas
para evitar que anidaran en el edificio y ensuciaran la fachada, aun
cuando reconocía la «belleza
de estas aves», el
«placer que proporciona
alimentarlas» y «los
muchos simpatizantes con que cuentan entre el público»
(New York Times 1927). En 1930, se prohibió la cría de
palomas mensajeras en las azoteas de las casas por efecto de unas
condiciones insalubres (New York Times 1930). Pero, en
términos general, y aunque los artículos que hablan de las palomas
las describen como una molestia, el tono moral de los mismo se
muestra más bien neutro. Incluso habiendo sido exterminadas algunas
de ellas en determinados lugares, las palomas como especie no eran
objeto de denigración moral ni estaban consideradas unos habitantes
urbanos ilegítimos.
LA
ESPECIE COMIENZA A EMERGER COMO PLAGA
En una carta
al New York Times de 1935 se dice: «las
palomas en ciudad, excepto en los espacios abiertos de los parques y
las plazas, están totalmente fuera de lugar»
(Knox 1935; énfasis añadido). Esta fue una de las primeras veces en
que se problematizó a las palomas fuera de un incidente concreto, y
llegó poco después de una serie de otros artículos en los que se
denunciaba que alimentar a las palomas en algunos lugares estaba
creando malestar. Le sigue una siniestra carta cuyo autor sugiere
«retorcer los bonitos
cuellecitos» de «estos
pájaros insolentes, obscenos y ruidosos, que constituyen una
molestia avivada por esos vecinos sentimentalistas que ensucian las
aceras echándoles comida»
(J. L. L. 1935).
Las quejas se hicieron cada vez más
frecuentes. El 18 de noviembre de 1937, el Times (1937b)
informaba de que un desconocido había matado a 110 palomas con
estricnina. Quienes las alimentaban contemplaron con horror las
convulsiones de las aves (New York Times 1937a); y diez días
después, un agente de policía retirado mató, por encargo, a 176
palomas en un barrio de lujo de Nueva Jersey (New York Times
1937b). London empezó a quejarse de las crecientes molestias
causadas por las palomas, y un funcionario de sanidad comparó su
capacidad reproductiva y su factor de molestia con el de las ratas
(New York Times 1938).
En 1945 aparece el primer
artículo del Times mencionando una enfermedad específica
asociada con las palomas. Las autoridades de Filadelfia declararon
que cientos de palomas estaban infectadas de ornitosis, «una
enfermedad contagiosa para los humanos»;
las palomas fueron destruidas. En 1952, los científicos confirmaron
que las palomas —al
igual que muchas otras aves—
podían ser portadoras de psitacosis8, una enfermedad que
hasta entonces se creía que sólo transmitían los loros (Gelb,
1952). Durante el resto de la década de 1950, las autoridades
siguieron repitiendo estas afirmaciones, aunque los artículos sobre
las molestias provocadas por alimentar a las palomas o por sus
excrementos superaron a aquellos informes. Sin embargo, el último
artículo de la década, si bien reconoce que «dar
de comer a las palomas es un hábito universal»
y que estas aves ofrecen «a
la gente de la ciudad la oportunidad de participar en la vida al aire
libre», califica a las
palomas de pedigüeñas que se «aprovechan
de los corazones compasivos»
(Dempsey 1959). Con un marcado tono humorístico, el artículo
estereotipa a las palomas como especie y destaca que muchas
localidades están prohibiendo ya que se las dé de comer.
Resulta sorprendente que el mismo
periódico que contenía ataques tan vitriólicos contra los
gorriones (véase la nota 7) apenas contuviera un lenguaje
moralizante en torno a las palomas como especie, ni siquiera cuando
su factor de molestia empezó a crecer a lo largo de los años
cuarenta y cincuenta. Sin embargo, las palomas habían sido asociadas
con enfermedades, por lo que la amenaza no se limitaba ya a ensuciar
edificios y aceras. Aunque no se había confirmado ningún caso de
transmisión a humanos, la posibilidad parecía real y el temor iba
en aumento. Las palomas habían pasado a ser un asunto de salud, y su
tipificación se encuadraba cada vez más en el marco de lo
epidemiológico (Best 1990; Birke 2003). Aprovechando la creciente
animadversión hacia el hecho de alimentar a las palomas y la
percepción de estas aves como una molestia, el cantautor satírico
Tom Lehrer pondría cierre a la década con una canción macabramente
irónica que celebraba «el
envenenamiento de palomas en el parque»
(1959):
«Todo el mundo parece en sintonía en esta tarde de primavera
Envenenando palomas en el parqueCada domingo nos verás a mí novia y a míEnvenenando palomas en el parque
»Las matamos a todas entre risas y alborozoExcepto algunas pocas que nos llevamos a casa para experimentar con ellas...»9
UNA
AMENAZA PARA LA SALUD PÚBLICA
Aunque la canción
es satírica, refleja bien la creciente antipatía discursiva que se
estaba desarrollando en torno a las palomas. Mike Michael (2004)
señala que a menudo utilizamos el humor como expresión de alegría
frente a la muerte rutinaria de animales que consideramos molestos,
«poco carismáticos,
despistados y estúpidos»,
como «las bromas sobre
los atropellos» de
tráfico de que con víctimas frecuentes animales como las zarigüeyas
y las ardillas (pág. 285). El bajo estatus que se concede a animales
como las palomas permite que la idea de matarlos resulte divertida10.
Este estatus se vio reforzado por su asociación con las
enfermedades, una asociación que se consolidó durante la década de
1960. Un artículo del Times de 1960 cita a un funcionario de
salud pública que comenta sobre las palomas: «Estas
aves son reconocidas portadoras de enfermedades —virus e
infecciones fúngicas—».
Aunque ese reconocimiento no se produjo hasta un pasado bastante
reciente, en 1961 las palomas habían sido ya catalogadas como una
«amenaza para la salud»,
siendo vinculadas a una forma de meningitis que puede matar a los
humanos (New York Times 1961). Aunque el artículo reconocía
que la amenaza real era baja, reforzaba la asociación de las palomas
con las enfermedades, aun cuando rara vez o nunca hasta entonces
había sido demostrada ninguna transmisión potencial de palomas a
humanos. Sin embargo, las palomas como problema público no habían
penetrado del todo aún en la conciencia colectiva. A pesar de que
muchos las consideraban una molestia y un vector de enfermedades, no
existía un «marco de
visión» (Fine y
Christoforides 1991:377) lo suficientemente potente como para situar
los diversos «problemas»
asociados a las palomas en un sistema interpretativo simple y
cohesivo (Goffman 1974; Lakoff y Johnson 1980). Las palomas no
parecen destacarse aún como un problema público acuciante.
La cuestión empezó a agravarse el
1 de octubre de 1963, cuando un funcionario de sanidad de Nueva York
«atribuyó dos muertes
recientes a enfermedades transmitidas por las palomas y reivindicó
una campaña para acabar con los 5 millones de ellas que viven en la
ciudad» (Devlin 1963).
Estas fueron las primeras muertes directamente atribuidas a las
palomas en el Times, y también la primera vez que se
publicaba una estimación sobre su población. El gran número (muy
especulativo), unido a la noticia de las muertes de las que se las
hacía responsables, hizo que los neoyorquinos vieran a las palomas
bajo una nueva y amenazadora luz. Las muertes se debieron a una
meningitis criptocócica. Curiosamente, en el periódico se dice que
sólo una de las víctimas había estado en contacto con palomas, y
la única prueba de la culpabilidad de las palomas era que la causa
de la muerte había sido una enfermedad que se sabía que a veces
estaba presente en las heces de estas aves. A pesar de ello, el Dr.
Littman, funcionario municipal, no dudó en recomendar la prohibición
de alimentar a las palomas y el exterminio de toda la
población de Nueva York. El Dr. Littman infundió un gran miedo
entre el público, diciendo que el hongo estaba presente «en
el aire en los cinco distritos»
y que «todo el mundo lo
está respirando». El
médico concluye: «No hay
duda de que hay personas en nuestra ciudad muriendo sólo porque a
algunos les gusta dar de comer a los pájaros»
(Devlin 1963).
La amenaza era clara, y el médico
se encargó de definir a las víctimas y a los villanos
(Irvine 2003; Loseke 1999). Con estos elementos, las palomas como
especie emergieron como un problema público definitivo. El
médico afirmaba que quienes daban de comer a las palomas no sólo
eran egoístas, sino, indirectamente, incluso asesinos, mientras que
las palomas no eran otra cosa que portadoras de la muerte. Como
alimañas que eran, la especie toda debía ser aniquilada de la
ciudad. Al día siguiente, la Junta de Sanidad Municipal abrió una
investigación sobre la viabilidad de llevar a cabo un exterminio
masivo de palomas. El Comisionado de Sanidad de la ciudad admitió
que era preciso reunir más datos científicos antes de tomar la
decisión (New York Times 1963a); y un artículo del 3 de
octubre sugería «deshacerse
primero de las ratas»,
comentando a su vez lo difícil que se hacía imaginar una Plaza de
San Marcos de Venecia, un Trafalgar Square de Londres o un Central
Park de Nueva York sin la presencia de palomas (New York Times
1963e). Sin embargo, es evidente que la idea de que las palomas no
merecían un lugar en el paisaje urbano, tanto conceptual como
materialmente, estaba en auge (véase New York Times 1963b).
Las palomas se convirtieron en un mero vehículo de enfermedades. Un
artículo del 8 de octubre de 1963 (1963d) señala que habían sido
instalados unos nuevos carteles en los parques de Queens que rezaban:
«No den de comer a las
palomas. Las palomas son las mayores portadoras de enfermedades». El ferrocarril de Long Island le declaró también la «guerra»
a las palomas. Las armas empleadas fueron redes, alambres, pinchos,
venenos, etc. El 12 de octubre se nos habla también de unos
«cazadores furtivos»
que habían estado capturando palomas para venderlas luego a
restaurantes y mercados avícolas (New York Times 1963c).
Aunque la captura y matanza particular de palomas era (y sigue
siendo) ilegal —es necesario contratar a un controlador de plagas
con licencia—, pocos parecían dispuestos a salir en defensa de las
aves.
En un artículo publicado en el Times
el 14 de julio de 1964, un experto médico italiano declaraba que la
conexión entre las dos muertes de Nueva York y las palomas era
«ilógica e infundada»,
y sostenía: «las palomas
no son más peligrosas para la salud que cualquier otra mascota
doméstica o prácticamente cualquier otro animal».
Aunque este artículo pudo haber exonerado a las palomas, no parece
que influyera sobre la creciente respuesta de las ciudades contra
este animal ya problemático. Se siguieron colocando carteles de «No
den de comer a las palomas»,
y ciudades como Nueva York ampliaron sus tácticas de lucha,
incluyendo un intento fallido de alimentarlas con trigo impregnado de
un producto químico anticonceptivo (Long 1965). Hubo a pesar de todo
una manifestación estudiantil durante un experimento público que
proclamaba «Amamos a las
palomas», y, en 1964, se
pudo oír a Mary Poppins cantando una canción dedicada a «la
dama de las palomas»
titulada «Comida para los
pájaros». Las palomas
seguían siendo para muchos una parte aceptada del paisaje urbano,
pero las voces en su favor se iban poco a poco ahogando frente a
nuevos anzuelos metafóricos que iban condensando la amenaza de las
palomas en un «pequeño y
escurridizo paquete»
(Hilgartner y Bosk 1988:62). De este modo, aquellos que gustaban de
dar de comer a las palomas fueron cayendo en el ostracismo, topándose
con cada vez más obstáculos morales y jurídicos11.
ENMARCANDO A
UNA ESPECIE PROBLEMÁTICA
El 22 de junio de 1966, un artículo
del Times anunciaba: «Hoving
convoca una reunión para planificar la restauración del Bryant
Park». Thomas P. Hoving,
comisionado de parques, censuraba la creciente actividad de
camorristas y de vándalos, mientras el supervisor del Bryant Park se
lamentaba: «los
homosexuales... hacen muecas a la gente, [y] los borrachos, después
de dejar seco el Bellevue, se trasladan siempre al Bryant Park»
(New York Times 1966). El artículo describía un parque en
decadencia, invadido por males sociales como el vandalismo, la
basura, los sintecho y los homosexuales. Tras esta sección, se puede
leer un epígrafe que dice: «Y
ahí están las palomas».
El supervisor del parque calificaba a las palomas de «nuestros
vándalos más pertinaces»,
pues «se comen nuestra
hiedra, nuestro césped y nuestras flores, además de representar una
amenaza para la salud».
Aunque afirma que las cerca de 500 palomas que habitan allí pueden
ser portadoras de ornitosis, el supervisor concede: «todo
el mundo parece querer darles de comer... es imposible detener a los
alimentadores de palomas».
Al final de este párrafo aparece por primera vez12 una
metáfora que acompañaría a las palomas durante los 40 años
siguientes: «El
comisario Hoving llama a las palomas "ratas con alas"»
(1966; énfasis añadido). El artículo cierra con la esperanza de
que una limpieza «traiga
consigo un mejor entorno para gente (1966:49)».
Ratas con alas. Un simple
calificativo, pronunciado por un comisionado de parques que intentaba
atajar una serie de problemas que aquejaban a un espacio público
emblemático. Aunque las molestias causadas por las palomas eran sólo
una parte de un supuesto problema mucho mayor, el comisionado Hoving
y el supervisor del Bryant Park no vacilaron en implicar moralmente a
las «vandálicas»
palomas y lanzarles el apelativo de ratas con alas en un tono
coherente con el lenguaje despectivo con que el artículo se refiere
también a los sintecho y los homosexuales. En los años 30 y 40, las
palomas pasaron a ser una molestia por su hábito de anidar y defecar
en lugares emblemáticos, estatuas y aceras. En los 50, se nos dijo
que las palomas eran portadoras de enfermedades. En 1963, varios
funcionarios las consideraron alimañas peligrosas que había que
exterminar (Devlin 1963). En este artículo de 1966, todos estos
hilos se aúnan en un práctico paquete: ratas con alas. Esta
metáfora resumía eficazmente la aparente amenaza sanitaria y la
molestia que representaban las palomas, vinculándolas a otra amenaza
conocida, las ratas, en un artículo que las asociaba también con
otros problemas sociales de la época, como los «borrachos»
y los homosexuales13. De acuerdo con el artículo, las
palomas tenían la motivación consciente de causar estragos en el
orden social, como todo «vándalo»
que, por definición, «destruye
o daña deliberadamente la propiedad pública o privada»
(Oxford American Dictionary 2005). La metáfora no creó el
problema de las palomas (véase la afirmación de Fine y
Christoforides [1991] sobre los gorriones), sino que demuestra que el
«problema»
había alcanzado ya la relevancia cultural suficiente como para
justificar su enmarcación.
La expresión tardó algún tiempo en
imponerse, pero es posible observar el proceso en el discurso
cotidiano. En 1967, Barbara Paine explicaba a los lectores del Times
cómo atraer a un comedero a los pájaros deseados y mantener
alejados a los indeseables: «Para
disuadir a las palomas, definidas recientemente como ratas con alas,
esparzo mijo y maíz entre los juncos y la maleza».
La autora no ofrece ninguna razón para disuadir a las palomas,
mientras que sí nos explica algunos beneficios y perjuicios de otros
posibles visitantes molestos, como los estorninos. La metáfora
bastaba como justificación. La década siguiente fue relativamente
tranquila en cuanto a artículos alarmistas sobre las palomas, aunque
se publicaron docenas de historias estándar sobre sus molestias y
enfermedades.
En 1977, sin embargo, apareció un
largo artículo en el Times titulado «Perdiendo
la guerra contra las palomas»
(Brown 1977). La autora empezaba diciendo que «las
palomas son vagabundas suburbiales... Como los vagabundos, eligen un
barrio y se quedan en él, siendo necesario un gran asedio para que
se vayan». Calificó a
las palomas de «forasteras
molestas y enemigas de la vida sana».
Y aunque admite que «nadie
ha demostrado que sean un peligro para la salud»,
califica a las palomas no sólo de odiosas, sino de inmorales,
llamándolas «estúpidas»
y relacionándolas con los seres humanos más indeseables, como los
«vagabundos»
(en la tónica de Hoving)14. Ese mismo año, un artículo
del Times del 23 de diciembre sobre una pequeña ciudad de
Illinois examinaba los esfuerzos de su alcalde por erradicar a las
palomas. El alcalde las llama «cluecas
tontas», un vecino local
les confiere el apodo de «cucarachas del
cielo», y el autor del
artículo las acusa de ser «okupas»
de edificios históricos cuyos «excrementos
son conocidos por ser portadores de 25 enfermedades, algunas
potencialmente mortales»
(New York Times 1977). Aunque otro residente dijo que las
palomas le parecían hermosas, las autoridades municipales decidieron
poner fin a la «guerra»
contra las palomas envenenándolas con maíz recubierto de
estricnina.
Fueron muchos los urbanitas deseosos de
declararles la guerra a las palomas. En 1979, el Times se hizo
eco de un diálogo radiofónico entre el alcalde de Nueva York, Ed
Koch, y un residente de la ciudad. El oyente sugirió disparar a las
palomas que infestaban los edificios de la ciudad. El alcalde
respondió: «No podemos
dispararles sin más»,
pero «citó con
conformidad a Thomas Hoving, antiguo comisionado de parques, y su
referencia a las "ratas con alas"».
Un funcionario de sanidad mencionado en el artículo consideraba que
las palomas eran «inofensivas»
a menos que se reunieran en un gran número en espacios reducidos,
pero el verdadero argumento para no envenenarlas era la posibilidad
de intoxicar a perros y gatos. Aunque el tono general del artículo y
el programa de radio no representaba a las palomas como una amenaza,
la metáfora de las ratas con alas resucitó, catapultada esta vez
tanto por la prensa escrita como por las ondas radiofónicas. Una
crónica del año siguiente apuntó a «la
gran amenaza de las palomas»
(Cavanaugh 1980), y un artículo del Times escrito por
Haberman (1980) se encargó de mantener viva la metáfora: «Son...
detestadas por gente como el antiguo comisionado de la ciudad de
Nueva York, que las llamó "ratas con alas"... Los
estadounidenses suelen considerarlas, en el mejor de los casos, una
plaga, y en el peor, portadoras de enfermedades»
(pág. 132).
La metáfora empezaba a desplegar
sus alas en el discurso popular, aunque aún no había sido asimilada
lo suficiente como para echar raíces. Resultaba tentadora para
algunos periodistas por todas las connotaciones que encerraba, pero
aún se hacía necesario recordar que había sido pronunciada por un
funcionario municipal. Entonces apareció Woody Allen y su película Recuerdos de una
estrella (1980),
erróneamente considerada a menudo como el germen de la expresión
«ratas con alas».
El apelativo es mencionado en una conversación entre el personaje
que encarna Allen, Sandy, y su pareja, Dorrie, cuando se les cuela
una paloma en el apartamento:
Dorrie: «¡Una paloma! ¡Es preciosa!»Sandy: «¡No tiene nada de preciosa! ¡Las palomas son ratas con alas!»Dorrie: «Probablemente es un buen augurio. Nos traerá suerte.»Sandy: «¡No, hay que echarla de aquí! ¡Seguramente es una de esas palomas asesinas!»
La metáfora llegó así a Broadway, permeando en el
léxico de la cultura pop como nunca habría podido conseguirlo el
Times. Allen incitó a Dorrie —y al público— a ver a las
palomas no como algo bonito, sino como ratas. Un año antes se
publicó la novela Mole's Pity (Jaffe 1979), que contenía
este pasaje: «Arriba, en
los pobres tejados alquitranados, las palomas. Ratas con alas. El
macho agitando las alas, pavoneándose sin rumbo alrededor de la
hembra» (pág. 10). La
película y la novela demuestran el atractivo cómico y poético de
la metáfora; y ambas representaciones consiguieron desligar la
etiqueta del comisionado Hoving. Durante la década de 1980 se
publicaron numerosas noticias referentes al control de las palomas,
como las batidas con armas de fuego en el centro de Buffalo (New
York Times 1984) y Beaver Dam, Wisconsin (Wilkerson 1986), la
instalación de pinchos metálicos en las cornisas (Brewer 1986), o
la colocación de búhos de plástico en los edificios de Nueva York,
ciudad inmersa en una «batalla
contra los 7 millones de palomas»
(DeChillo 1986).
CEMENTANDO
UNA MALA REPUTACIÓN
En la década de 1990, la etiqueta de
ratas con alas se fue introduciendo en el vocabulario discursivo. Un
artículo de 1988 de Oregón empezaba así: «Su
nombre común es paloma. Pero algunas personas las llaman "ratas con alas"»
(Koberstein 1988). No se indica a quiénes se refiere con «algunas
personas», lo que implica
que la frase formaba parte ya de la retórica general. Un artículo
del Washington Post del 12 de enero de 1990 preguntaba:
«Palomas: ¿bellas aves o
ratas con alas?». Apenas
tres meses después, el mismo diario afirmaba que, efectivamente,
eran lo segundo (Welzenbach 1990). Un artículo del Times de
1991 señalaba que mientras «algunas
[personas] llevan bolsas de grano o migas de pan a sus parques
favoritos para alimentar a las palomas... otros insisten, contra toda
evidencia taxonómica, en que las palomas son miembros alados del
orden Rodentia», y
afirmaba que «las quejas
contra las palomas van en aumento»
(Angier 1991). Al año siguiente, una carta al director llevaba por
título «Hay una ley que
prohíbe dar de comer a esas asquerosas y codiciosas palomas»
(Goldstein 1992). Un artículo publicado en 1993 en el Cleveland
Plain Dealer sobre las palomas mensajeras demostraba el modo en
que la etiqueta de ratas con alas en referencia a las palomas
callejeras se estaba convirtiendo en un elemento ordinario de la
retórica popular, así como una premisa de cualquier debate en torno
a ellas. En él se afirma que «las
palomas mensajeras son palomas con pedigrí»,
sin parentesco con esas otras «del
tipo rata con alas»
(Breckenridge 1993). La distinción se ha convertido en un recurso
retórico clásico en los artículos relativos a las palomas mensajeras (Ove
1998; Van Sant 2002).
Casi todos los artículos
publicados alrededor de las palomas a partir de 1990 —en el Times
y en otros 51 periódicos de Estados Unidos y otros países—
utilizaban este marco discursivo, incluso en los pocos casos en que
las palomas eran presentadas bajo perfiles positivos. Sin embargo, en
los medios de comunicación, el «algunas
personas las llaman "ratas con alas"»
estaba siendo progresivamente sustituido por un lenguaje que llamaba
al consenso: «Las palomas
están en buena medida consideradas ratas con alas que comen grano y
producen guano»
(Hollingsworth 1997); o «comúnmente
caricaturizadas como "ratas con alas"»
(Ove 1998); o «muchos
neoyorquinos piensan que [las palomas] son simples ratas con alas»
(Noonan 1999); o «son
ampliamente percibidas como ratas con alas plagadas de enfermedades»
(Helen 2001). Algunos eran más declarativos, como el London
Independent (Wilkie 1995): «Las
palomas callejeras son ratas con alas y emplumadas».
Los artículos empezaron a formularse en tono de percepción popular.
Afirmaciones como «El
sentimiento antipalomas no es nada nuevo»
(Helen 2001) sugieren que la aversión es un reflejo intemporal de la
psique colectiva; y los artículos que manifiestan cosas como
«Palomas. Nombre
científico: Columba livia. Apodo urbano: ratas con alas»
instruyen a los urbanitas sobre cómo deben pensar respecto de las
palomas que conviven con ellos.
Además de los alcaldes, las
autoridades sanitarias, los comisionados de parques, y los medios de
comunicación, otros que desempeñaron un papel fundamental fueron
los exterminadores de plagas15. Estos expertos compartían
su saber en el reconocimiento de una plaga. En un artículo del Times,
un exterminador respondía a los detractores del envenenamiento de
palomas: «Los que se
quejan son almas descarriadas. Las palomas... no son más que ratas con alas» (Ramírez
1997). Sin embargo, hay indicios de que el marco había calado
en el ámbito público más allá de la contribución de los
funcionarios municipales, de modo que podría decirse que los
periódicos se estaban limitando a reflejar una representación de la
cultura popular, aun cuando estaban ayudando a cultivarla (sobre la
estructuración, véase Giddens 1984). En 1997, un «asesino
en serie» de palomas
acechó Manhattan. Aunque un funcionario de la ASPCA trató de
seguirle la pista al asesino, la mayor parte de la cobertura que se
le dio al caso fue planteada como un alivio cómico. El «cariño
hacia las palomas» del
funcionario fue calificado de «rasgo
relativamente extravagante»
(Finn 2000), y entre las reflexiones sobre los móviles del asesino
se incluían: «Tal vez se
deba a la forma en que [las palomas] se lanzan sobre los peatones,
pululan por las aceras y zumban por las plazas como un escuadrón de
fumigadoras. O tal vez se deba simplemente a su aspecto, con esos
ojos brillantes, esas plumas grises y sucias, y esas nalgas
arrogantemente regordetas»
(Herszenhorn 1997). El tema de las palomas como ratas con alas surgió incluso en medio de una entrevista a un jugador de fútbol
americano, que se jactaba de matarlas con su raqueta de tenis, y
decía: «No tengo ni idea
de por qué continúan sobre la faz de la tierra»
(Mills 2003).
Quizá el colmo del marco de las
ratas con alas lo encontramos en un libro satírico de publicación
reciente que proporciona al lector «101
maneras probadas y efectivas de matar a las palomas»
(Jones 2005). El libro advierte a quienes tengan una «conexión
patológica con las ratas emplumadas»
de que no sigan leyendo (Jones 2005:vi), y en la sinopsis de la
editorial se dice:
«Nadie sabe con certeza cuándo nació el odio a las palomas, pero el fenómeno antipalomas se insinúa hoy en todo lo largo y ancho de la cultura popular. Ya sea en el cine, la televisión, la música o la publicidad, la erradicación de las palomas se ha convertido en un motivo aceptado de comedia. Con Canceled Flight: 101 Tried and True Pigeon Killin' Methods, A. V. Jones ha creado, en clave de humor, un Libro de cocina anarquista para todo aquel que odie a las palomas.»16
Aunque
este libro está escrito en tono de parodia, su producción
—ilustrada con fotografías detalladas de palomas empaladas con
diversos objetos— y venta en la sección de comedia de Barnes and
Noble se basa en la sólida presencia del marco cultural de las
palomas como ratas con alas. Su publicación es una suerte de
colofón a la canción de Lehrer de 1959 «Poisoning
Pigeons in the Park», el
culmen de un proceso de décadas de transformación en el que las
palomas, al menos en el ámbito público, pasaron de ser una pequeña
molestia cotidiana al símbolo de lo más vil y moralmente repugnante
del paisaje urbano.
LA ESENCIALIZACIÓN DE UN
ANIMAL PROBLEMÁTICO
Los periódicos pueden apuntar a
algunas molestias concretas de las palomas: heces, ruido,
enfermedades potenciales, etc. Es decir, su imagen de molestia
pública se basa en parte en algunos de sus rasgos «naturales».
Sin embargo, la forma en que el odio en el que se tenía enmarcados
retóricamente a los gorriones fue trasladado a las palomas no
encuentra una explicación satisfactoria en las meras «condiciones
objetivas». Existe una
relación contingente entre la identificación de una condición
determinada y su descripción como un problema (Spector y Kitsuse
1977). En esta sección y en la siguiente examinaré el contexto
cultural que subyace en ello. Las quejas hicieron hincapié en la
higiene y las enfermedades, pero la tipificación va mucho más allá
de lo epidemiológico. Lo que está en juego es el lugar que ocupan
los animales en nuestras geografías imaginarias y el modo en que son
definidos los espacios.
PALOMAS,
ENFERMEDADES Y LEYES
Las palomas no constituyeron
un problema público destacado hasta la muerte de dos neoyorquinos en
1963. Aunque su asociación con las enfermedades podía hacer que se
las percibiera como una amenaza creciente, nunca se demostró que
portaran más enfermedades que otras aves molestas como los gorriones y
los estorninos, ni fueron nunca vinculadas con víctimas humanas. La
muerte de aquellos dos neoyorquinos por meningitis tampoco cambió
por sí sola la situación. «Para
que un problema social avance y sea tomado en serio, debe contar con
el respaldo de la sociedad»
(Blumer, 1971:303). Hizo falta la figura de un emprendedor (Becker
1963) —el Dr. Littman, funcionario de salud de la ciudad— para
que las muertes se conectaran a las palomas, cuando lo único claro
del asunto era que las palomas podían transmitir la enfermedad. El
doctor fue incluso más lejos. Propagó la paranoia, advirtiendo que
la amenaza se cernía sobre los cinco distritos de Nueva York y
afirmando que quienes alimentaban a las palomas estaban contribuyendo
a la muerte de los neoyorquinos. Además, recomendó el exterminio de
todas las palomas callejeras. El Dr. Littman y quienes le sucedieron,
junto con instituciones como el departamento de parques, acusaron a
las palomas de transmitir enfermedades, y su autoridad y competencia
se encargaron de hacer que las palomas fueran esencializadas
como alimañas en la «arena
de la acción pública»
(Blumer 1971:303). Quienes defendían a las palomas carecían de semejante autoridad, y además, ¿quién iba a correr el riesgo? Irvine
(2003) señala un proceso de pensamiento similar ocurrido en el siglo
XIX, cuando los perros callejeros fueron perseguidos y sacrificados
como reacción paranoica frente a las confusiones alrededor del virus
de la rabia, instadas por científicos y funcionarios de sanidad.
Cabe destacar que en los artículos
citados se puede leer también a otros funcionarios que reiteran que
las palomas son prácticamente inofensivas. Los científicos
han descubierto que, efectivamente, las palomas pueden ser vectores
de una docena de enfermedades, pero lo importante es si esas
enfermedades son zoonóticas, es decir, transmisibles a los
humanos. Infecciones como la psitacosis pueden ser transmitidas por
las palomas, pero también por otras aves urbanas y domésticas. De
hecho, el Centro de Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en
inglés) afirma que las aves de compañía (como los loros y los
periquitos) y las aves de corral (como los pollos y los pavos)
«tienen una implicación
mucho mayor en la transmisión [de la psitacosis] a los humanos»
(CDC 2005). En cualquier caso, el CDC informa que se dan menos
de 50 casos de infección al año (muy pocos de los cuales resultan
fatales) y que es necesario inhalar una gran concentración de heces
secas infectadas para contraerla. Otro tanto ocurre con la rara
meningitis criptocócica, que lo mismo puede desarrollarse a partir
de las heces de las palomas como de muchas otras aves.
Al igual que en el caso de los
gorriones, «nunca se ha
demostrado que los daños de las palomas hayan ido más allá de la
simple molestia» (Fine y
Christoforides 1991:378). Aunque las autoridades municipales
reconocen que las heces de las palomas pueden ser un peligro si
obstruyen los respiraderos o si se acumulan en grandes cantidades, el
CDC de Atlanta y el Departamento de Salud de Nueva York afirman
oficialmente que no hay constancia de que las palomas hayan
transmitido ninguna enfermedad a los humanos (Fagerlund 2003).
Además, no parece que las palomas sean portadoras de más
enfermedades de las que puedan ser transmisibles también por otras
aves urbanas (Angier 1991; Helen 2001; Kelley 2000), a pesar de lo
cual son identificadas como un animal particularmente sucio y
pernicioso.
El discurso epidemiológico tuvo un
profundo impacto espacial y legal con respecto a las palomas. Darles
de comer pasó a estar totalmente prohibido o ser motivo de una
citación judicial si los funcionarios lo consideraban una molestia
para la salud, no sólo en Nueva York, sino también en un número
cada vez mayor de ciudades de todo el mundo occidental. Cuando
instituciones como el Departamento de Parques y el Departamento de
Medioambiente, al amparo de afirmaciones epidemiológicas, declararon
oficialmente que las palomas eran una plaga molesta, las aves pasaron
a una clasificación que permitió su eliminación, envenenamiento y
exterminio. Su designación de plaga convirtió rápidamente a las
palomas en una importante fuente de ingresos para la industria del
control de animales (Blechman 2006; Mooallem 2006). Tales
designaciones y etiquetas (Becker 1963) reforzaron la idea de que la
presencia de las palomas en los espacios humanos debía ser
experimentada con repugnancia o ansiedad. Sin embargo, el desdén que
se expresa hacia las palomas va más allá de cualquier referencia
específica a las enfermedades; su «diagnóstico»
de ratas con alas insinúa algo más profundo: el miedo que estas
aves infunden en forma de amenaza metafórica contra el orden y la
salubridad de las ciudades modernas. Vivimos en una época en que se
celebra «el triunfo de la
medicina y el dominio de las enfermedades»
y la naturaleza (Birke 2003:211) como el gran paradigma de la
modernidad; la suciedad y otros «contaminantes»
se convierten, en consecuencia, en una amenaza contra esta visión
(Douglas 1966).
DE
PALOMAS Y RATAS
Las metáforas nos permiten «dar
sentido a las experiencias innominables de la vida... [y] lejos de
ser un mero tropo decorativo, han sido reconocidas desde hace mucho
tiempo como un elemento básico y omnipresente de la cognición
humana» (Sabloff
2001:23). Nietzsche veía las metáforas como «una
forma de experimentar los hechos y, al convertirlos en objetos de
experiencia, darles "vida" o "realidad"»
(Brown 1976:171; cf. Fernández 1986; Lakoff y Johnson 1980). Richard
H. Brown (1976) señala que «las
metáforas tienen al menos dos sistemas de referencia»
y que «al transferir las
ideas y la asociación de un sistema o nivel discursivo a otro, la
metáfora permite que un sistema sea percibido desde el punto de
vista de ese otro sistema»
(pág. 172). Es importante destacar que «el
absurdo lógico, empírico o psicológico de las metáforas tiene una
función específicamente cognitiva... Nos ofrece una nueva
conciencia» (Brown
1976:173). Las metáforas nos abren a la experiencia de actuar como
si fueran ciertas. Las metáforas efectivas «no
pueden traducirse literalmente sin una pérdida sustancial de
significado... El "significado" de la metáfora es, por
tanto, una [cualidad] emergente»
(Brown 1976:181).
Dado que la «buena»
metáfora puede cambiar la apreciación de los hechos, «una
metáfora descollante tiene un gran poder de adaptación... logrando
transformarse en una descripción literal de "cómo son las
cosas en realidad"»
(Brown 1976:185; cf. Lakoff y Johnson 1980; Sabloff 2001). La
insinuación resultante es que el objeto A debe ser tratado como el
objeto B (Fine y Christoforides 1991). Annabelle Sabloff (2001) nos
invita a examinar el modo en que las metáforas son empleadas para
«reordenar el mundo
natural» desde el ámbito
urbano (pág. 13); la etiqueta ratas con alas parece ser un buen
ejemplo de esta clase de metáforas.
¿En qué sentido son ratas las
palomas? Las ratas arrastran «un
enorme peso metafórico y semántico»;
muchas culturas sienten una «profunda
antipatía hacia las ratas, de las que se cree que son portadoras de
suciedad y enfermedades, asociadas a las alcantarillas»
(Birke 2003:207-08). Es probable que no haya otro animal —salvo la
cucaracha, si es que se la acepta siquiera como un animal— más
vilipendiado que la rata (Barnett 2001; Hendrickson 1983; Sullivan
2004). Las ratas, «habituales
provocadoras de horror y repugnancia»
(Birke 2003:210), son «animales
viciosos a los que hay que tener miedo»
(May 2004:169; cf. Lynch 1988). Incluso Reuben A. Buford May
(2004), un construccionista estricto, afirma: «Su
historial como carroñeras portadoras de enfermedades está bien
documentado, de modo que su reputación es bien merecida»
(pág. 169). La «rata
salvaje de las cloacas»
(Birke 2003:210) es el perfecto villano animal, una «alimaña
maléfica y portadora de infecciones»
(pág. 214), protagonista de «un
sinfín de leyendas y mitos terroríficos»
(pág. 210). No hay duda de que las ratas contribuyeron a la
propagación de una peste (transmitida por las pulgas) que mató una
cifra incalculable de personas. Pero, aunque las ratas no suponen ya
la misma amenaza sanitaria para buena parte de Occidente, a nivel
cultural se han consagrado como uno de los animales más aborrecidos
del planeta. Su sola lejana presencia es capaz de provocar náuseas y
ansiedad. Por suerte, las ratas son nocturnas y suelen tenerles miedo
a los humanos.
Pero las palomas son diurnas (están
activas durante el día) y no parece disgustarles demasiado la
compañía de la gente. Esta docilidad suya es la que ha permitido
durante tanto tiempo el hábito de darles de comer. Sin embargo, las
palomas suelen viajar en grandes bandadas. Descendientes de antiguos
habitantes de los acantilados, las palomas se fueron adaptando
durante miles de años a la vida en las ciudades, movidas en buena
medida por su costumbre de alimentarse en el suelo. A diferencia de
la mayoría del resto de animales, las palomas viven, anidan, comen y
defecan en las aceras, calles y cornisas —no en los árboles o la
hierba—. El desarrollo urbanístico ha hecho que los animales vayan
desapareciendo de las calles, pero las palomas han permanecido como
una de las especies urbanas más visibles. Cuando empezaron a
considerarse una amenaza epidemiológica, su gran número y su
materia fecal en aceras y bancos empezó a sembrar el miedo a que la
amenaza se materializase.
Aunque hubo pocos contagios de
palomas, si es que acaso hubo alguno, el «argumento
de la plaga potencial»
perfiló el dibujo de un peligro claro y presente que debía ser
neutralizado (Goedeke 2005:39)17. La metáfora de las
ratas con alas captaba el poder de esta ave para causar estragos en
la civilización, y no sólo por su potencial para desatar
enfermedades. Como «carroñeras»
que son, las palomas suelen alimentarse de los desechos, igual que
las ratas. Se las considera también igual de sucias, a lo que
contribuyen los depósitos de heces que dejan a su paso. Incluso se
han establecido vínculos entre ambas especies que se salen de lo
metafórico, como la afirmación de que dejar comida a las palomas
atrae también a las ratas; en 2007, el Departamento de Parques de
Nueva York colocó carteles que decían: «Alimentar
a una paloma es criar una rata».
Enmarcar a las palomas como ratas
—lo mismo que a los gorriones como inmigrantes o a los zorros como
ladrones (Woods 2000)— ayuda simultáneamente a ordenar la
naturaleza y redibujar los límites morales. Todo el mundo «sabía»
que las ratas son asquerosas, que han provocado algunas de las peores
epidemias del mundo y que viven en los intersticios urbanos que la
mayoría de nosotros evitamos con todas nuestras fuerzas, como las
cloacas y los solares abandonados. Esta «verdad»
está tan arraigas que ni uno solo de los artículos que
asocia las ratas con las palomas menciona siquiera el carácter y la
amenaza de las primeras. Las ratas no gozan de ninguna simpatía
pública, siendo tachadas de alimañas capaces de exterminar pueblos
enteros, despertando el miedo o la repulsión de la ciudadanía18.
No todo el mundo «sabía»
que las palomas eran sucias y enfermizas. Dar de comer a las palomas
ha sido históricamente, y aún lo es hoy día, uno de los
principales pasatiempos de los visitantes de los parques. Por eso se permitió que las palomas viviesen entre nosotros, ocupando un lugar en
el tejido urbano. Pero si las palomas son simples ratas con alas,
unas sucias carroñeras que amenazan nuestra salud, ¿por qué vamos
a consentir que invadan nuestras aceras, cornisas, estatus y fuentes?
Si las palomas son conceptualmente ratas, entonces deberían ser
eliminadas físicamente de todos los lugares donde no queremos ratas.
La etiqueta las empuja aún más fuera de nuestros límites morales,
enfrentándolos a ellos (Becker 1963; Fine 1995). Así pues, el marco
sirve como mecanismo de distanciamiento, de tal modo que quien
se encuentre con un miembro representativo de una especie etiquetada
de esta forma se sienta inclinado a despreciarlo, aborrecerlo o
incluso matarlo de acuerdo con la propuesta estereotípica.
La gente clasifica a los animales
en función de su valor (Arluke y Sanders 1996; Kellert 1996; Wolch
1997), atribuido de acuerdo con características como el atractivo,
la inteligencia, la singularidad, etc. Las ratas vienen ocupando el
último o penúltimo puesto de la clasificación desde hace mucho
tiempo (Birke 2003). El marco de las ratas con alas colapsa
cualquier diferencia entre una y otra especie, vinculándolas en su
bagaje moral y estético hasta rebajar el estatus de las palomas y
permitir —e incluso exigir— que sean tratadas de la misma forma
que tratamos a las ratas (cf. Gamson, Fireman y Rytina 1982). Con el
tiempo, la paloma se ha convertido en un lobo con piel de cordero:
puede parecer afable, inofensiva e incluso simpática, pero en
realidad es un peligro.
RESISTENCIA Y
OPOSICIÓN AL MARCO
La notoriedad de las ratas con alas en
la esfera pública arroja luz sobre una lógica cultural discursiva,
especialmente entre los funcionarios que actúan como actores
reivindicantes. Muchos artículos citan a su vez a «gente
corriente» que se burla
de estas aves, lo que sugiere que el marco es un recurso retórico
también en la vida cotidiana. Y, aunque no puedo extenderme aquí,
la investigación etnográfica que he realizado en espacios públicos
de Nueva York, Chicago, Venecia y Londres demuestra que la frase y el
marco de las ratas con alas es un elemento habitual en el diálogo
ciudadano sobre las palomas callejeras. No obstante, hay pruebas a
niveles micro y macro de que el encuadre de las ratas con alas no es
totalmente hegemónico. Es común ver a personas alimentando a las
palomas en público, aunque a veces se las tache de «locas»
(Mooallem 2006). Y hasta los hay que intentan rescatar públicamente
la reputación de las palomas del proverbial arroyo. Por ejemplo, el
alcalde de Londres se topó entre 2005 y 2006 con una sorprendente
resistencia popular a su deseo de prohibir que se alimentase a las
palomas en Trafalgar Square.
La principal arma de los
partidarios de reparar la reputación de las palomas es vinculándolas
a algunas nobles características humanas (la antropomorfización es
también empleada para lo contrario). Por ejemplo, se subraya que las
palomas son monógamas y se emparejan de por vida (Kelley 2000) y que
los padres se dividen en partes iguales las labores de crianza de los
pichones (Helen 2001), hábitos que casan bien con los valores de la
sociedad occidental. Las palomas «heroicas»
son también una figura narrativa común, en referencia a las aves
que transmitían mensajes en tiempos de guerra: «Fueron
héroes de guerra que ganaron medallas por hacerles llegar mensajes
vitales a las tropas esquivando las balas de los nazis»
(Hudson 2004). Otra estrategia consiste en reivindicar «el
parentesco biológico de este símbolo de amor, paz y espíritu
santo» (Helen 2001).
Sin embargo, la metáfora de las ratas
con alas está tan extendida que hasta sus defensores se ven
obligados a asumirla como un punto de partida ineludible, lo que
condiciona y limita mucho cualquier discurso en torno a las palomas.
Se las reivindica como un símbolo de paz y amor porque no hay
ninguna diferencia real entre una paloma blanca y una paloma
callejera19, pero el público suele quedarse atascado en esta
confusión de tipo taxonómico. Se recuerdan sus heroicas
contribuciones, pero los medios de comunicación se apresuran a
recordar que no fueron obra de las palomas silvestres.
Por desgracia, son pocos los defensores que poseen la autoridad y
notoriedad suficiente como para hacer valer sus reivindicaciones
(Best 1995). Las palomas, por supuesto, no son ratas; y la gente rara
vez experimenta con las primeras el mismo nivel de ansiedad que con
las segundas. Pero, aunque el hecho de que haya quienes rechazan la
metáfora y siga habiendo personas que dan de comer a las palomas
demuestra que la metáfora de las ratas con alas no ha ahogado del
todo las voces disidentes, el incesante aumento de su empleo indica
que se está consolidando en el acervo cultural.
PONIENDO EN ORDEN LA
NATURALEZA
La problematización de las palomas es un
síntoma de una lógica cultural más amplia. Aunque existen
numerosas formas de clasificar y juzgar a los animales (cf. Arluke y
Sanders 1996), una de las más importantes es la amparada en la
dimensión espacial, tan importante para Mary Douglas (1966) y los
geógrafos culturales (Philo y Wilbert 2000; Wolch y Emel 1998). No
me interesa tanto si la etiqueta de ratas con alas creó el problema
(cf. Becker 1963) como por qué y cómo surgió este marco en el seno
de la cultura occidental contemporánea (Best 1995). Las palomas
representan el núcleo simbólico de una más amplia amenaza
perceptiva (Goode y Ben-Yehuda 1994), la del desorden y la impureza
(Douglas 1966)20. Por más que el peligro epidemiológico
resulte bajo, la presencia incontrolada de estas «sucias
aves» suscita la
percepción de que el paisaje urbano no está del todo sometido. La
lógica en este caso es análoga a la de la «teoría
de las ventanas rotas»
(Wilson y Kelling, 1982), que sostiene que la presencia de pequeños
desórdenes, como ventanas rotas o basura, indica una falta de
control social que, si se ignora, acabará atrayendo desórdenes
mayores. El ex alcalde de Nueva York Rudy Giuliani utilizó este
controvertido marco en su campaña en pro de la «calidad
de vida» de finales de la
década de 1990, en la que se impusieron multas y arrestos por
infracciones leves. Los más vulnerables, como los sintecho, se
convirtieron en un objetivo fácil en los planes de «limpieza»
urbana (Duneier 1999). Recordemos como Hoving (New York Times
1966) asoció explícitamente a las palomas con los sintecho y los
alborotadores («los
vándalos»), al igual que
en otros artículos se las ha llamado «vagabundas»
y «okupas».
Durante la «limpieza»
de las ciudades, algunos objetos y grupos humanos y animales pasan a
percibirse como algo «fuera
de lugar», y su
eliminación se interpreta como un restablecimiento del orden.
Douglas (1966) afirma: «La
suciedad es básicamente desorden. No existe la suciedad absoluta,
salvo en el ojo de quien observa»;
y «limpiar, tapizar,
decorar, ordenar... no son acciones movidas por el deseo de huir de lo
enfermizo, sino por el deseo de reordenar nuestro entorno conforme a
un ideal preconcebido»
(pág. 12). Separar y eliminar las impurezas es una de las señas de
identidad de la modernidad. La suciedad, tanto literal como
metafórica, nunca es percibida simplemente como lo que es: «Donde
hay suciedad, hay un sistema»;
«la suciedad entendida
como materia fuera de lugar... implica dos condiciones: un conjunto
de relaciones ordenadas y su contravención»
(Douglas 1966:48). Bajo esa matriz, el espacio se vuelve crucial en
la determinación de lo que es «sucio».
Puede que unos zapatos no estén sucios de por sí, pero lo están si
se colocan en la encimera de la cocina. Los zapatos se convierten
entonces en «materia
fuera de lugar». Estas
infracciones mundanas revelan nuestros esquemas clasificatorios
culturalmente dependientes, suscitando reacciones casi reflejas en
las que la resolución del conflicto y el restablecimiento del orden
se tornan en una cuestión de índole moral (Durkheim [1933]
1997; Garfinkel 1967).
Chris Philo (1995) muestra cómo la
presencia del ganado y los mataderos en el Londres del siglo XIX paso
a verse como una amenaza para el desarrollo urbano. Se consideraba
impropio que la gente, especialmente las mujeres y los niños, oliera
y viera la animalidad desenfrenada del ganado, es decir, sus
excreciones y fornicaciones. Philo (1995) observa una «voluntad
clara y creciente de expulsar a ciertas categorías de animales»
(pág. 677). La progresiva pérdida de contacto con los animales
salvajes se ha ido traduciendo en intolerancia.
REDEFINIENDO
EL ESPACIO MATERIAL
«La
vida y la cultura urbana, o bien ha incorporado a los animales a la
esfera privada (en forma de mascotas), o bien los ha trasladado a un pasado
rural o una "naturaleza" real o imaginaria»
(Grif-fiths, Poulter y Sibley 2000:59). A pesar de esta
compartimentación, siempre existe el riesgo de que «la
naturaleza salvaje se reafirme y perturbe el orden urbano
establecido» (pág. 69).
Los animales pueden desafiar nuestras categorías conceptuales y
nuestro deseo de situarlos en determinados espacios concretos. Al
hacerlo, se pueden convertir en un problema. Existe «una
aversión común a la naturaleza indómita cuando se no aparece como
tal en un entorno doméstico»
(pág. 57). Estos animales parecen condenados a ser vistos como unos
transgresores morales, en tanto que transgreden los espacios que
hemos definido como «sólo
para los humanos».
Por mucho dinero y recursos que
invirtamos en repeler o matar a las palomas, éstas demuestran ser
una de las criaturas urbanas más adaptables. Las palomas destacan
como uno de los transgresores urbanos más despreciados debido a su
pública animalidad. Ni siquiera se refugian en alcantarillas,
árboles o parques para defecar, aparearse y hacer su vida, como lo
hacen tantos otros animales. La misma especie que es emblemática y
célebre en un entorno rural (Bell 1994; Yarwood y Evans 2000) puede
volverse problemática si decide trasladarse por voluntad propia a un
entorno urbano. Que la batida de palomas esté peor vista en el campo
(Bronner 2005) es un reflejo también de lo fuera de lugar que se las
considera en la ciudad, donde se las tiene por unas extraviadas
inconscientes (Becker 1963).
Los enemigos de las palomas no sólo
han redefinido a las palomas, sino también los espacios. Las
palomas son ahora una especie «sin
hogar»; durante el siglo
pasado les fueron prohibidos (a las palomas y a otros animales) un
número cada vez de mayor de espacios, hasta que hoy por fin parecen
no estar legitimadas a ocupar ningún lugar habitado por los humanos.
Las primeras leyes prohibieron la tenencia de palomas mensajeras en
las azoteas de las casas vecinales. Una carta de 1935 al New York
Times se quejaba de la presencia de palomas en algunos lugares,
pero reconocía su «derecho»
a existir en «espacios
abiertos» como los
parques y las plazas (Knox 1935). Por esas mismas fechas, la ciudad
de Nueva York pedía a sus residentes que no dieran de comer a las
palomas en la biblioteca, pero seguía siendo aceptable alimentarlas
en los parques, en los que había incluso zonas destinadas a tal fin.
Al cabo de unas pocas décadas, sin embargo, podían verse ya
carteles de «No den de
comer a las palomas» en
los parques de Nuevas York y de todo Estados Unidos, y empezaron a
dictarse leyes que vetaban la entrada de estas aves a cualquier
espacio público. A partir de ahí, las etiquetas de «vagabundas»
(Brown 1977) y «okupas»
(New York Times 1977) empiezan a cobrar sentido. Las nuevas
definiciones espaciales, unidas a su vinculación con las ratas,
dejan a las palomas sin un lugar al que poder llamar su hogar. Los
gorriones fueron vilipendiados por desplazar a las aves autóctonas;
las palomas, por invadir el territorio humano.
Los animales poseen agencia (Philo y
Wilbert, 2000; Wolch y Emel, 1998). Los animales salvajes o
silvestres se mueven de acuerdo con sus propias trayectorias —lo
que Michael (2004) denomina «animovilidad»—
que a menudo los conducen a asentamientos humanos en los que se topan
con seres humanos movidos por sus propias trayectorias. Algunos
animales, como las palomas, viven casi exclusivamente en «hábitats
humanos». Si el animal
cuya trayectoria choca con la trayectoria del humano no se deja
domesticar o controlar, brota en el humano la existencial sensación
de desorden social (Douglas 1966). La capacidad de volar hace de las
palomas unas transgresoras especialmente eficaces. Por mucho que les
hayamos vetado la entrada a cualquier sitio, no existen vallas ni
trampas suficientes para controlar del todo su «animovilidad».
Pueden atravesar libremente las fronteras estatales y nacionales sin
adhesión alguna a las definiciones territoriales que los humanos han
establecido. No sólo son ratas contagiosas, sino ratas contagiosas
con la aterradora capacidad de aparecer por tierra y aire.
CONCLUSIÓN
He
argumentado que las palomas han sido problematizadas al amparo de las
geografías imaginarias subyacentes en las constituciones modernistas
(Latour 1993). Esta lógica establece límites espaciales firmes
entre la naturaleza y la cultura, y considera el desacato animal de
estos límites como una transgresión anómala (Becker 1963) y
contaminante (Douglas 1966). Como tales, las palomas simbolizan a una
amplia categoría de animales molestos causantes de desorden social.
Las palomas destacan en este sentido debido a algunos de sus hábitos
característicos, que hacen que su animovilidad (Michael 2004) choque
de forma muy particular contra las trayectorias de los humanos. Si
esta lógica es correcta, cabría esperar que los animales con más
probabilidades de ser considerados una especie problemática fueran
los que más se salen de nuestras geografías imaginarias. Y parece
haber pruebas de ello, como los lobos (Scarce 2005), los zorros
(Woods 2000), los osos y los pumas (Wolch 1997), que abren su propia
veda en cuanto osan atravesar cualquier zona rural o suburbana. En la
ciudad, los animales tienen prohibida la práctica totalidad de espacios
públicos, a menos que estén civilizados o bajo control. La
categoría de especies invasoras cobra aquí un significado
reconstituido.
También he argumentado que la metáfora
de las ratas con alas enfatiza la insalubridad de las palomas más
allá de lo epidemiológico. Es de destacar que esta frase se está
extendiendo ya sobre otras aves suburbiales y campestres. Los gansos,
por ejemplo, considerados una molestia en parques empresariales y
campos de golf, han recibido el apelativo de ratas con alas (Harber
1995). También las gaviotas que se adentran en el interior para
carroñear (McCracken 2005), los cuervos que viajan en bandadas
(Spears 2000) y los estorninos que ensucian y arman ruido (Kotok
2005) han sido honrados con el adjetivo. Como cabía esperar del
análisis de este artículo, la etiqueta actúa a su vez como una
justificación para controlar al animal etiquetado. Por ejemplo,
recientemente se anunció que los granjeros de Canadá planeaban el
gaseado anual de «un
mínimo de 50.000»
estorninos (Ottawa Citizen 2006). Un granjero declaró: «Nos
gusta llamarlas ratas con alas... Son alimañas que propagan
enfermedades y causan daños, tan prolíficas además como las ratas.
Son una plaga repugnante»
(2006). Un artículo del Times sobre la matanza de 350 gansos
en una ciudad se preguntaba por qué «alguien
querría defender a los gansos salvajes, que cubren con sus
excrementos los patios de los colegios»,
y afirmaba que los gansos, que ahora se niegan a emigrar, «propagan
enfermedades que pueden matar a otras aves más escasas, incluidos
los gansos de Canadá, que llevan una vida dura, respetando las
normas, y que acaban contrayendo parvovirus o botulismo durante sus
migraciones» (Collins
1996). La retórica revela unas pautas y unos criterios espacio-culturales cada vez más evidentes en torno a la
problematización de los animales.
Existe una correlación
clara entre el modo en que los grupos humanos tratan a los grupos
animales y el modo en que los grupos humanos se tratan entre sí
(Arluke y Sanders 1996; Irvine 2004; Philo 1995). En cuanto a los
conflictos basados en el espacio y el control social, he indicado que
no es sólo a los animales a quienes se problematiza y ve como
extraviados (cf. Duneier 1999). La noción de las geografías
imaginarias proporciona a la sociología una gran ayuda conceptual a
la hora de establecer vínculos teóricos más amplios en torno a
diversos problemas de índole social. Y, dado que el trabajo de
delimitación entre la naturaleza y la cultura es uno de los
principios organizativos más importantes de la modernidad, los
sociólogos harían mal en dejar el estudio de los animales y la
naturaleza en manos de las ciencias naturales.
Colin Jerolmack, febrero de 2008.
NOTAS
1 – Así es como instituciones como
la Audubon Society describen a las palomas, que no están protegidas
por la Ley de Aves Migratorias.
2 – Hay dos características
compartidas por la mayor parte de los enfoques del constructivistmo
social (Becker 1963; Best 1995; Blumer 1971; Fine 2001, 1997;
Hilgartner y Bosk 1988; Gusfield 1981; Loseke 1999; Schneider 1985;
Spector y Kitsuse 1977; Woolgar y Pawluch 1985): (1) la idea de que
"la relación entre las 'condiciones objetivas' y el desarrollo
de problemas sociales es variable y problemática"
(Spector y Kitsuse 1977:143; énfasis original); y (2) la postura de
que son los agentes y las instituciones, actuando como creadores de
reivindicaciones interesadas, quienes definen y enmarcan las
acciones, las personas o las circunstancias como problemáticas. Como
demostraré más adelante, la definición de animales problemáticos
es afín a estas características. Sin embargo, estas definiciones
están modeladas, refractadas, de acuerdo con marcos
culturales en torno a las dimensiones espaciales.
3
– Haraway (1991) ofrece una crítica de la separación
naturaleza/cultura desde una óptica feminista, argumentando que la
apariencia de objetividad científica inscribe y enmascara la
dominación social. En este contexto, introduce el concepto de
"cyborgs", en evocación a los "híbridos" de
Latour, para subrayar lo ficticio de la frontera entre naturaleza y
sociedad: "En nuestro tiempo, un tiempo mítico, todos somos
quimeras, teorizados y fabricados como híbridos de máquinas y seres
orgánicos; en pocas palabras, somos cyborgs. El ciborg es nuestra
ontología" (pág. 150; véase también 177-78).
4 – Los
gorriones tampoco tienen demasiada presencia en los titulares. Por
razones de espacio, sólo haré referencia a la retórica contra los
gorriones extraída desde el Times. Sin embargo, cabe apuntar
que analicé 41 artículos del Times (1861-2006) —incluyendo
los recogidos en el estudio de Fine y Christoforides (1991)—
y 27 artículos de otras fuentes adquiridas a través de Lexis-Nexis
(1980-2006) que incluían a los gorriones en el título. Mis
hallazgos coinciden con la retórica descrita por Fine y
Christoforides (1991), y con la afirmación de que dicha retórica
desapareció después de la década de 1920.
5 – Estos son todos
los periódicos que proporciona Lexis-Nexis bajo la selección "major
papers" en su motor de búsqueda; 30 son periódicos
estadounidenses, en su mayoría urbanos, pero con una amplia
distribución y cobertura suburbana y regional; los otros periódicos
anglosajones son de Canadá (2), Inglaterra (5), Irlanda (1), Nueva
Zelanda (5) y Escocia (2); hay también un periódico de Brasil,
China, Israel, Japón, Malasia y Singapur.
6
– Si se teclea "paloma" como palabra clave, aparecen
miles de artículos, muchos de los cuales sólo mencionan a las aves
de pasada. Por ello, realicé una búsqueda de palabras clave en el
cuerpo de los artículos utilizando "paloma Y molestia O plaga O
problema".
7
– Pocos años después de que se introdujera el gorrión en Estados
Unidos para controlar un tipo de gusano que infestaba los árboles de
Nueva York (New
York Times 1869),
el Times
citó a ornitólogos y funcionarios municipales que afirmaban que los
gorriones "matan de hambre a los pájaros cantores nativos"
y deberían "ser convertidos en mascotas" (1870). Se
afirmaba que los gorriones eran "saqueadores", "perezosos"
y "atrevidos" (New
York Times
1878) y constituían una "molestia sin paliativos" que no
poseía "ni una sola cualidad redentora" (New
York Times
1871). Los gorriones se revelaron, a ojos de la Unión Americana de
Ornitólogos, como "unos impostores, ladrones y asesinos",
"llenos de odio hacia todas las aves honestas" (New
York Times
1884). Los enemigos de los gorriones buscaban la "destrucción
sistemática" (Cous 1883) del "pájaro con peor condición y aspecto y modales más desagradables" (New
York Times
1898). De hecho, el gobierno acabó fomentando y retribuyendo la caza
de estas aves.
8
– La ornitosis y la psitacosis son la misma enfermedad.
9 – N. del T.: Letra original: All
the world seems in tune on a spring afternoon / When we're poisoning
pigeons in the park / Every Sunday you'll see my sweetheart and me /
As we poison the pigeons in the park / We'll murder them amid
laughter and merriment / Except for the few we take home to
experiment.
10
– Michael (2004) afirma: "Lo que, muy probablemente, nunca
será [tratado] como un simple atropello será el arrollamiento de la
megafauna carismática e icónica para... la sensibilidad ecologista"
(pág. 284). Cuando se atropella a animales como chimpancés, tigres
o seres humanos, "se trata a los atropellados como víctimas y
su muerte como una tragedia" (pág. 284). [N. del T.: En inglés
se emplea la palabra "roadkill" para referirse, con un
punto de frivolidad, a los animales atropellados. El apunte de la
nota relativo a este matiz se pierde con la traducción.]
11 –
Sobre cómo el estigma animal se puede extender a quienes cuidan de
ellos, véase Arluke y Sanders 1996:70; Griffiths, Poulter y Sibley
2000; Twining, Arluke y Patronek 2000.
12 – Ésta es la
referencia más antigua que he encontrado sobre las palomas como
ratas con alas después de buscar en diversos medios de
comunicación, Internet y otras fuentes de la cultura popular.
13
– Cabe señalar que la aceptabilidad de los términos despectivos
utilizados para describir a los homosexuales y a los sintecho refleja
el aspecto histórica y culturalmente contingente de los problemas
sociales.
14 – Véase la nota 13. No queda claro si la palabra
vagabundos se refiere a los sintecho o a cualquiera considerado un
holgazán o un parásito social. Cabe destacar que las supuestas
amenazas de las palomas y los sintecho se solapan a menudo (Fine y
Christoforides 1991:391).
15 – Para un argumento en torno a la
posibilidad de que la industria del control de plagas fuese la
principal instigadora del problema de las palomas, véase Mooallem
(2006).
16 – Véase www.canceledflight.com.
17 – Las
palomas y quienes las alimentan han sido objeto de reprimendas tanto
por el virus del Nilo Occidental como por la gripe aviar, a pesar de
que las palomas muestran una gran resistencia, si no inmunidad, a
ambos virus.
18 – Sin embargo, las ratas se utilizan a menudo en
los laboratorios, donde son reconvertidas y purificadas (Birke 2003;
Lynch 1988).
19 – N. del. T.: El inglés contiene
dos voces distintas para el término "paloma": pigeon
y dove. Aunque son sinónimas, se les atribuyen
connotaciones diferentes. Así, dove suele asociarse con
las palomas blancas propias de la iconografía bíblica, mientras pigeon tiene asignada una semántica más ordinaria y,
por lo mismo, más adecuada a la mundanalidad de las palomas
domésticas o callejeras. El autor se sirve de esta distinción en el
original.
20
– Los folcloristas también se han percatado del pánico que pueden
despertar los animales que están fuera de lugar, de tal manera que
las noticias discrecionales o anecdóticas de "grandes felinos"
que violan los límites de los asentamientos humanos se acaban
convirtiendo a menudo en leyendas regionales (Campion-Vincent 1992;
Goss 1992). Estas intrusiones pueden desencadenar un "ataque de
histeria colectiva" (Bartholomew y Victor 2004) al ser
enmarcadas por las propias leyendas como parte de un problema social
de mayor envergadura. "La histeria colectiva es inducida por la
fe compartida alrededor de unos rumores de amenaza. Una vez que la
creencia en una amenaza se extiende lo suficiente como para crear una
definición consensuada de la misma, los temores se intensifican y se
distorsionan las percepciones individuales" (Bartholomew y
Victor 2004:229).
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Traducción: Igor Sanz
Texto original: How Pigeons Became Rats: The Cultural-Spatial Logic of Problem Animals
Traducción: Igor Sanz
Texto original: How Pigeons Became Rats: The Cultural-Spatial Logic of Problem Animals
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