jueves, 27 de julio de 2023

Inquisiciones morales en torno a la situación de los hombres y los brutos


Y:    Considero que actúas en contra de las leyes de Dios, de la naturaleza y del hombre; que niegas los principales elementos de las normas por las que se rige el mundo; que en un pretendido o equivocado deseo de perfección, y en un intento de abarcar cosas que están por encima de tu alcance, aplicas mal tus esfuerzos y fracasas en el cometido; das la espalda a los preceptos de tus antepasados, así como a los de los más doctos de todas las épocas y de todos los países del mundo civilizado, estableciendo tu propio juicio en oposición a todos ellos. Con que una sola persona se sume a tus presuntas innovaciones sobre los principios establecidos en la sociedad, estarás atacándola y deseando su derribo, sin tener nada que ofrecer en su lugar sino vanas quimeras producto de unos sentimientos viciados y un cerebro trastornado. Así, mientras tratas de crear nuevas teorías, no haces más que alimentar la confusión, perdiéndote tú mismo en ese laberinto al que te has comprometido a conducir a los demás.
 
Z:    ¡Esas son acusaciones muy graves! Pero aunque admito que mis leyes difieren en muchos aspectos de las del común de la humanidad, confío en que no se oponga a los propósitos de Dios. Si de lo que me acusas es de no obedecer ciegamente las costumbres establecidas por los hombres, me declaro culpable; pero ¡cuánto más culpable no sería si adoptara aquellos principios que van en contra de mi propia conciencia! Dios ha dotado a todo hombre de razón, y le exige que la ejerza en la regulación de su conducta. Aquel que comete un error siguiendo los dictados de otra persona, sigue siendo culpable; culpable de no haber hecho uso de ese juicio con el que debería sopesar primero sus acciones. Además, incluso el seguimiento de los dictados ajenos exige emplear el juicio para escoger alguna de las diversas opiniones que nos plantean los demás; así, su razón se sigue imponiendo en cualquier caso, a pesar de sí mismo, y tanto si la consulta como si no. Si intento abarcar más de lo que puedo, estaré forzado a detenerme; pero si intento menos, estaré ignorando el potencial de mi valía. Confieso que no siempre alcanzo a ver con claridad; pero se me antoja que, aunque actúes de forma diferente, tu vista debe ser tan traicionera como la mía. Sea como fuere, ¿cuáles son tus cargos? Cederé a la demostración, pero no a la afirmación.
 
Y:    En primer lugar, discutes el derecho otorgado a la humanidad de sacrificar a los otros animales como alimento y de obligarlos a trabajar en su provecho, fin para el cual han sido creados, y por el que su carne y sus servicios se han hecho apetecibles y necesarios para el hombre, sin cuyo sustento pronto caería enfermo e incapacitado —su vida se tornaría dolorosa, y su muerte, prematura—.
 
Z:    Primero, ¿qué pruebas tienes de que la humanidad haya sido investida del derecho a matar a los brutos y de que estos hayan sido creados para los propósitos que afirmas? Y segundo, ¿no se observa acaso que la carne del propio hombre cuenta con las mismas cualidades nutritivas y palatales? ¿Deberíamos por ello convertirnos en caníbales? Concedo que la salud del hombre pueda requerir del alimento animal, o que no es de esperar que la fuerza y las facultades físicas o mentales vayan a ser las mismas con su privación que con su ayuda; pero eso no les incumbe a los animales; tampoco un ladrón gozaría de las mismas riquezas si no robara, lo que no hace que sea correcto robar cuando se pueden evadir las leyes. 
 
Y:    El derecho investido al hombre es evidente; en primer lugar, porque ha sido dotado del poder y porque su vida es lo más importante. Y en segundo lugar, porque es algo conveniente aun para los propios animales: de otro modo crecerían a tal punto que no sólo se destruirían los unos a los otros, sino que el mundo quedaría desbordado de animales muriendo de hambre o por enfermedad, sin ningún socorro o atención por parte de los suyos. ¿No es mejor condenarlos a una vida corta y feliz, que a una larga y miserable? 
 
Z:    Entonces habrá de ser correcto también que un hombre mate a otro si es que no teme las leyes de su país y cree estar actuando en beneficio propio. Además, no hay prueba de que su vida sea más importante. Pero, aun admitiendo que lo fuera, no hay conexión entre ambas cosas, y no veo qué derecho tiene un animal a privar a otro de su pequeña importancia para evitarse él mismo alguna pérdida: si esta teoría lograse una admisión general, entonces un joven podría matar a una persona anciana para salvar su propia vida, que es más larga. Y, ¿qué legitimidad tenemos para matar a un animal en beneficio de algún otro de su especie? Siempre hay tiempo para destruir a los animales si el mundo se satura efectivamente de ellos. No obstante, parece más justo dejar que la naturaleza siga su curso y que el hombre se mantenga neutral, salvo que sea provocado para lo contrario. Es ciertamente más fácil destruir a los demás que sufrir su fastidio; pero eso no hace que sea correcto. Sea como fuere, no tenemos en la actualidad motivos para quejarnos de la excesiva fecundidad de los animales que utilizamos como alimento y otros fines, pues incluso nos esmeramos en producirlos, no para su propio disfrute, sino por los provechos y placeres que obtenemos de su tormento y destrucción. 
 
Y:    El hombre no debe matar a los de su especie; es contrario a las leyes de la naturaleza. Además, ¡cuán poco tardaría un solo bacalao, del que se dice capaz de producir 9.000.000 de huevos, en superpoblar todo el océano!
 
Z:    Niego que tal cosa sea contraria a las leyes de la naturaleza; lucios, ratas y tigres devoran a los de su especie. ¿Y cómo puedes saber que superpoblarían los océanos, o que su capacidad de aumento no está sujeta a límites?
 
Y:    Porque no cabe pensar que la fecundidad de un ser pueda verse influenciada en absoluto por la destrucción de otro, del que es completamente distinto.
 
Z:    Recuerda que, aunque distintos, cada uno de ellos forma parte de un sistema, del que apenas conocemos nada. Por lo que sabemos, sólo puede existir un cierto número de seres, que nacen cuando hay vacantes y oportunidades. 
 
Y:    Si es así, creamos a la par que destruimos, dando una pequeña existencia a muchos, en lugar de una larga vida a pocos.
 
Z:    No, todos deberían poder disfrutar de su propio tiempo; y cuanto más cortas sean sus vidas, más a menudo sufrirían los dolores del nacimiento y de la muerte.
 
Y:    Estamos hablando de cosas más allá de nuestro alcance.
 
Z:    Fuiste tú quien inicio el asunto, afirmando que el mundo se vería superpoblado.
 
Y:    Está ante mis ojos.
 
Z:    No ante los míos.
 
Y:    Tenemos ejemplos de animales que se han vuelto muy numerosos, y que, debido a sus odiosas cualidades, han sido masivamente destruidos, como los lobos en Inglaterra. ¿Por qué entonces los lobos no poseen una fecundidad tal como para mantener siempre el mismo número?
 
Z:    No considero que sea imposible que alguna especie sea reducida o incluso destruida. Sin embargo, puede ser imposible que sobrepase un cierto límite, por lo que, aunque podamos remediar justa o injustamente los males de un exceso de población mediante su destrucción, nunca habrá peligro de un aumento más allá de una extensión determinada. Me has puesto el ejemplo de muchos lobos existidos una vez que fueron reducidos luego en masa; pero no podrías ofrecerme ningún ejemplo de un aumento inmoderado y perjudicial de algún animal al que no le haya seguido una pronta reducción. Además, hay razones para creer que la disminución de los lobos trajo consigo el aumento de otros animales; cuando la fecundidad de un animal se torna inadecuada, la de otros puede suplir la deficiencia.
 
Y:    Supongamos que la fecundidad superara la destrucción, ¡cuán terribles serían las consecuencias! Se impondría el hambre en medio de la abundancia, y la destrucción mutua de los animales prevalecería todo el tiempo.
 
Z:    Si se destruyeran los unos a los otros, entonces nos desharíamos de ellos; y si murieran de hambre, los cuerpos de los fallecidos servirían de alimento para el resto.
 
Y:    ¿Y no puede un hombre matar a un buey que acabará muerto por un tigre?
 
Z:    No; su muerte no podría ser prevista de antemano, y mucho menos podría determinarse la forma y el momento exacto.
 
Y:    Incluso admitiendo que el aumento será proporcional a la destrucción de un modo universal, no cabe suponer que este principio tenga efecto a escala parcial: por ejemplo, si tienes una gata y no destruyes a sus gatitos, ¿no verías pronto invadidas por ellos tu vivienda y tu propiedad? ¿Y no sería mejor matarlos al nacer, que dejarlos morir de hambre cuando crezcan, o morir tú mismo de hambre en el intento de salvarlos?
 
Z:    No pretendo que el principio tenga efecto a nivel parcial, y soy consciente de la dificultad de actuar parcialmente sobre él. También soy consciente de la intención virtuosa de la persona que los destruyese en su propio beneficio; pero lo haría tal vez con una autoridad ilegítima, pues una gran superpoblación parcial sería de hecho una pequeña superpoblación general, y los animales que la compondrían tendrían el mismo derecho a una parte de los recursos de la naturaleza, aunque no a la propiedad particular; y si se les dejara morir de hambre, la culpa seguiría recayendo sobre otras personas.
 
Y:    ¿Salvarías a los pájaros y los ratones destruyendo a los gatitos?
 
Z:    Y provocar la destrucción de insectos y gusanos.
 
Y:    Entonces, ¿por qué no destruyes tú mismo a los pájaros y los ratones?
 
Z:    La dificultad del caso me invita a mantenerme neutral hasta saber más, pues nunca debemos suponerle culpa a un animal hasta que no sea encontrado en un acto de culpabilidad. Hay que recordar que los hombres son ya culpables del crimen de matar gatos, y que el mismo razonamiento se aplica a cada uno.
 
Y:    Los gatos se multiplican de un modo prodigioso, mientras que los seres humanos rara vez van más allá de la mera perpetuación de su raza; por ello, la vida de los últimos debe ser de mayor importancia.
 
Z:    Esa distinción no afecta sólo al hombre; pues cuanto más pequeño es el animal, y cuanto más corta es su vida, mayor es por lo general su capacidad de crecimiento. Además, hay países donde los hombres destruyen a sus propios hijos; doy por supuesto que no lo aprobarás.
 
Y:    No.
 
Z:    ¿Y cuál es tu opinión sobre las guerras? También éstas sirven como un medio para disminuir la población, mas no supongo que las fomentarás con ese fin.
 
Y:    No.
 
Z:    Apruebas la destrucción de otros animales como remedio para prevenir el mal, pero no en el caso de la humanidad. ¿Estás seguro de que no estar actuando con parcialidad?
 
Y:    Debo confesar que el tema relativo al hombre me parece más grave, ya que lo concibo como un ser superior. ¿Qué opinas de la conveniencia de matar a un animal peligroso como un acto de defensa propia?
 
Z:    Que lo acepto cuando ha dado muestras de su disposición a atacar, pero no antes.
 
Y:    Entonces, ¿debemos esperar a estar medio muertos para actuar?
 
Z:    No; la humanidad posee suficiente ingenio como para descubrir, asistido por la precaución y la diligencia, la tal propensión sin caer en excesivo riesgo; y no es justo convertirse en agresor sólo por temor a ser agredido y sin que la disposición agresiva haya sido descubierta.
 
Y:    ¿No concedes que hay alguna diferencia entre las consecuencias de matar a un ser humano y las consecuencias de matar a un bruto? En este último caso, el acto finaliza ahí; pero en el primero se les genera también una infelicidad a los familiares. Por otra parte, mitigar la seguridad de una sociedad implica la destrucción de la sociedad por completo.
 
Z:    ¡Cuánto desearía descubrir que el afecto del hombre por sus allegados supera al de los brutos! Parece por otro lado evidente que los animales empleados como alimento son consciente de su peligro. Huyen del hombre, y algunos de ellos, como la liebre y los de su clase, por ejemplo, tienen representadas, a fuerza de hábito, unas señales evidentes de miedo en su apariencia. ¿Quién ignora que una oveja teme la carnicería? O que en China, donde se comen a los perros, estos conocen a sus carniceros y huyen de ellos despavoridos. Son hechos, por inexplicables que nos resulten. No nos corresponde determinar si tienen o no el poder de comunicarse sus sentimientos entre sí. Cierto es que el animal bien domesticado tendrá borrado ese miedo y que amará incondicionalmente a su amo. ¿Ha de ser matado por ello?
 
Y:    Entiendo que concibes en general la vida de los animales como una sucesión de maltratos e infelicidades. Si es así, ¿no les hacemos un favor al acabar con ellos?
 
Z:    La mayoría de las veces son infelices porque nosotros los hacemos infelices, y si es incorrecto matarlos, no los es menos maltratarlos.
 
Y:    Pero eso no es algo que dependa de un solo hombre: si él no los maltrata, otros lo harán.
 
Z:    Reconozco que, en general y en apariencia, se les ahorraría mucha miseria con su muerte; pero ¿qué derecho tenemos a disponer de sus destinos? Y aunque creo que la mayoría de los animales (incluido el hombre en todos los estadios de su vida) están por lo general en estado de sufrimiento, venero suficientemente a Dios como para no suponer que esa solución sea la mejor en última instancia; y que tal como han sido creados, así deben permanecer; de lo contrario, nada nos cabría hacer frente a una persona afligida por alguna larga enfermedad sino matarla.
 
Y:    ¿Afirmas entonces que es un crimen que el hombre mate a otros animales para comérselos?
 
Z:    No lo afirmo, pero lo creo.
 
Y:    ¿También lo creerías así si la vida del hombre dependiera de ello —que estaría mal que un hombre a punto de morir de hambre matase a un animal para comérselo—?
 
Z:    Me inclino a pensar que sí.
 
Y:    ¿También consideras incorrecto comer la carne de un animal al que un carnicero haya matado sin nuestra petición y en contra de nuestros deseos?
 
Z:    Aunque eso no sería un crimen absoluto, es un acto que es preferible evitar. En el primer caso, considero que una persona estaría cometiendo un crimen, pero en el segundo, sólo fomentando involuntariamente la repetición de ese mismo crimen en otros.
 
[…]
 
Y:    Tengo entendido que te opones al consumo de leche; ¿qué daño puede haber en ello?
 
Z:    Evidentemente, fue provista para el ternero, no para el hombre.
 
Y:    Cuando el ternero es separado de su madre, entonces es un gesto de bondad aliviarla de su leche.
 
Z:    Pero los terneros no deberían ser separados de sus madres.
 
Y:    Una vaca produce más leche de la que necesita el ternero, que puede ser pronto nutrido con otro alimento.
 
Z:    Lo más probable es que no sea bueno para la vaca producir más leche de la estrictamente necesaria para su ternero, y su flujo es excitado cuando es separada de su cría. Por otro lado, no concibo ningún alimento mejor para un ternero que la leche de su madre.
 
Y:    Pero a la vaca que le ha sido arrebatado su ternero, ¿no se le debería extraer la leche?
 
Z:    En ese caso habría que extraer una menor cantidad cada día, hasta que su leche desapareciese por completo.
 
Y:    ¿Y qué habría que hacer con ella?
 
Z:    Aquel que haya separado al ternero de su madre no debería ser alentado a comerciar con ella. Pero si el ternero muriera por enfermedad o por accidente, entonces no habría ningún inconveniente en usar la leche que la vaca requiriera que se le extrajese; pero no más.
 
Y:    ¿Qué daño le causa a la vaca conservar su leche durante más tiempo?
 
Z:    Lo más probable es que se vea agotada su constitución.
 
Y:    ¿Qué daño les causa a las nodrizas amamantar a un segundo hijo? Ellas no se oponen a hacerlo.
 
Z:    Y sin embargo es probable que les cause algún tipo de daño, pues es una extensión antinatural de las operaciones de la economía animal.
 
Y:    ¿Qué razón tienes para rechazar el consumo de huevos?
 
Z:    Que no sólo es un robo a las gallinas, sino un acto que priva a los pollitos (que de otro modo nacerían) de su existencia.
 
Y:    ¿Pero qué daño produce tal robo? Una gallina pone más huevos de los que puede empollar, y quitarle algunos huevos no impide que sigan naciendo pollitos.
 
Z:    Si no se la molestara, la gallina empollaría los huevos antes y no se agotaría poniendo tantos huevos; y si llega a poner más huevos de los que puede cubrir, ella misma se los puede comer. Además, ¿qué derecho tenemos a impedir la existencia de un animal por el sólo hecho de que otro pueda ocupar su lugar?
 
Y:    Piensa que impidiendo la eclosión de esos huevos se salvaría la vida de muchos animales pequeños, cosa que puede hacerse sin infligir ningún dolor.
 
Z:    Aun con eso, no tenemos derecho a impedir la vida. Además, no considero correcto acusar a un animal hasta que no haya cometido el acto, o hasta que no muestre su disposición a cometerlo. Además, su criminalidad o justicia depende de diferentes circunstancias.
 
Y:    Si te abstienes del uso de cualquier tipo de alimento animal, no puedes procurártelos para ofrecérselos a tus amigos, teniendo entonces que, o bien atenderlos con el mismo tipo de comida que tú consumes, o bien renunciar a ejercer anfitrionato. En cualquiera de los casos no podrás brindar a tus amigos la misma hospitalidad que pueden ofrecerles otros.
 
Z:    Eso es cierto. Pero mis sentimientos hacia ellos no son menores por eso; y el mal lo sufriría yo tanto como ellos, por verme privado de su compañía. Ahora bien, no debo tratar de impedir que mi familia entretenga a sus amigos como crea oportuno.
 
Y:    Puesto que en estos casos estás decidido a no hacer nada que pueda destruir la vida, doy por supuesto que también te opones al uso del cuero, el pegamento, el sebo y muchas otras sustancias de origen animal; de lo contrario, tendré que cargarte el impuesto de la incongruencia, ya que un animal no puede vivir sin su piel, etc., más de lo que puede vivir sin su carne.
 
Z:    Estoy de acuerdo en que el uso de estas sustancias se acompaña de reflexiones desagradables; pero no las prohíbo. No aceptaré sin embargo la acusación de incongruencia; bien el contrario, sostendré que, aunque el deseo de poseer la piel de un animal puede actuar a veces como una tentación adicional a darles muerte, el interés de sus amos es antes bien preservarlos por la misma piel.
 
Y:    No lo entiendo.
 
Z:    ¿No acabarán muriendo todos los animales? ¿Y no cederán sus pieles al morir? Entonces, ¿dejarlos vivir no ayudaría a que aumentaran su número y se obtuviera una mayor cantidad de pieles?
 
Y:    Eso es cierto; pero ¿supones que un granjero puede permitirse mantener un animal durante varios años con el único fin de hacerse con su piel cuando muera, y que va a resistirse al uso de su carne a cambio de nada?
 
Z:    Peor sería si el animal no tuviera piel ninguna. Y en cuanto a lo de destruir al animal por su carne, no estamos discutiendo ese punto ahora.
 
Y:    Pero la cuestión es que si la piel aumenta el valor del animal cuando se lo mata, ¿no incrementa eso el incentivo de sacrificarlo?
 
Z:    No es razonable, porque aunque aumente el valor de los animales sacrificados, aumenta más el de los preservados, ya que de ellos resulta una mayor cantidad de pieles.
 
Y:    Sin embargo, nuestro conocimiento de la humanidad nos muestra que las personas por lo general prefieren disfrutar de un pequeño bien inmediato que esperar pacientemente un futuro bien mayor; y dada la incertidumbre de la vida, no parece del todo irrazonable.
 
Z:    Admito que es un caso frecuente, pero no general; de lo contrario, las personas que tienen propiedades no invertirían en anualidades, sino que las venderían directamente.
 
Y:    Entonces, ¿afirmas que el valor de la piel no causa o tiende a causar nunca el sacrificio de la bestia?
 
Z:    Sin duda; pero lamento que debe ocurrir con frecuencia. Aunque el animal se mate en parte por su piel, el suministro de cuero no requiere que sea matado, e incluso disminuye con ello.
 
Y:    Pero aun admitiendo que lo que afirmas sea en general cierto, si el valor de la piel produjera la matanza sólo en unas pocas bestias, y salvara a muchas otras, ¿sería legítimo provocar la destrucción de unos pocos para salvar a muchos?
 
Z:    No; por lo que implica el acto para una bestia en particular. De todos modos, recuerda que la responsabilidad de este crimen recae sobre su autor; y aunque yo podría comprar esa piel, seguiría prefiriendo adquirir la de un animal que hubiera muerto de una forma natural si estuviera en condiciones de saberlo.
 
Y:    Aun así, es posible que la piel sea la causa de su muerte.
 
Z:    No pretendo la perfección más que otros.
 
Y:    Además, la piel de un animal que hubiera muerto de una enfermedad natural no sería tan buena.
 
Z:    Para mí sería lo suficientemente buena; y el mayor suministro que se lograría con ello creo que podría compensarle al público su calidad inferior.
 
Y:    Concediendo que tu propuesta sea justa, ¿no se aplicarían los mismos argumentos para el consumo de carne?
 
Z:    No; porque predomina una repugnancia universal frente a la idea de comer carne de animales que hayan muerto por enfermedad; las propias leyes de nuestro país prohíben su comercialización. Así, comprar carne implica forzosamente el sacrificio de animales.
 
Y:    Y dime, ¿te opondrías a comer la carne de un animal que hubiera muerto por enfermedad, vejez o accidente?
 
Z:    No, siempre y cuando el animal no hubiese muerto de alguna enfermedad que la hiciese insalubre u ofensiva. Pienso que tras un examen cuidadoso por personas diestra, y tras ser sometido al calor de la cocción, podría quizá emplearse parte de ella sin mucho riesgo; pero no hablo desde la experiencia.
 
Y:    La sola idea me produce escalofríos.
 
Z:    Recuerda entonces que muchos de los animales que se matan han sufrido también enfermedades en algún momento, aunque no haya sido esa la causa de su muerte; y que una garganta cortada, aunque no sea una dolencia natural, sigue siendo una dolencia. Son muchas las enfermedades cuyos efectos no alcanzan lo desagradable de una garganta cortada o un cráneo fracturado.
 
Y:    ¿Supongo entonces que fomentarías su venta?
 
Z:    Sí.
 
Y:    Entonces, siguiendo el argumento que usaste en relación con las pieles, podrías también fomentar la venta de toda esa carne; porque, así como dices que la demanda de pieles aumenta el motivo para la conservación del animal, la demanda de carne debe hacer lo mismo.
 
Z:    El caso es diferente a causa del escrúpulo general que actúa como preventivo en el uso de la carne como comida, cosa que no ocurre con el uso de las pieles como ropa.
 
Y:    Pero me das a entender que tú no estarías afectado por ese escrúpulo; y que aunque no emplearías la carne de un animal sacrificado, sí estarías dispuesto a utilizar la de uno que hubiese muerto de una forma natural; así, al comprar carne no serías cómplice del sacrificio, ya que, para ti, el sacrificio no es un paso necesario para procurarte carne, dado que, de hecho, habría más carne (según tu teoría) si no se sacrificara a los animales.
 
Z:    Esa es una buena observación; y, además, el hecho de que una persona prefiriese la carne no sacrificada haría que el acto de comprar carne sacrificada fuera mucho menos incorrecto, sobre todo si hubiese estado viviendo algún tiempo a base de carne no sacrificada; eso garantizaría su disposición a comprar carne no sacrificada, aun en el caso de que luego comprara carne sacrificada, en cuyo caso el carnicero le estaría engañando.
 
Y:    Eso es ciertamente coherente con lo que has adelantado, aunque yo habría sacado una conclusión diferente, y si hubiese experimentado la posibilidad de poder sustituir la carne sacrificada por la no sacrificada, entonces me opondría al uso de la primera, ya que en ese caso juzgaría que el animal habría sido muerto innecesariamente.
 
Z:    Por supuesto, cuanta menor sea la necesidad, mayor será el crimen. Pero una vez comprobado que podemos sustituir la carne sacrificada por la no sacrificada, el acto de comprar carne quedaría ya desvinculado de la muerte de la bestia, ya que la compraríamos igual si no la hubieran matado.
 
Y:    Pero no es la misma carne.
 
Z:    No, no es la misma carne; pero el animal sacrificado no podría ya ser perjudicado, ni se legitimaría ni aun se fomentaría el sacrificio de otros animales, siempre y cuando estuviésemos igual de dispuestos a comprar la carne no sacrificada; en ese caso, considero que el carnicero, por voluntad propia, y bajo la indebida incitación de otros, o de las leyes de su país, nos estaría engañando, vendiéndonos carne sacrificada como si fuera no sacrificada.
 
Y:    ¿Y le animarías a hacer eso?
 
Z:    No; estaría dispuesto a comprarle carne si preservara a los animales, en cuyo caso tendría más carne para vender y obtendría más beneficios.
 
Y:    ¿Acaso el carnicero no conoce mejor lo que le conviene?
 
Z:    La culpa la tienen aquellos que sólo compran carne sacrificada.
 
Y:    Entonces, interpreto que tu opinión es que, una vez que te has probado a ti mismo que prefieres la carne no sacrificada, no sería ya incorrecto que usaras la sacrificada, en contra de tus deseos, y cuando no pudieras conseguir la primera (habiendo sido privado de ella por el carnicero), ya que no podría imputarse sobre tu conciencia el acto del carnicero, que habría sido injustamente incitado por los prejuicios de otras personas, o por unas leyes incorrectas. ¿Estás seguro de no estar alentando tú mismo esos prejuicios?
 
Z:    Tú interpretación es correcta; y con eso se eliminaría buena parte del crimen. No obstante, aquel que prefiera la carne no sacrificada podría a pesar de todo rechazar la sacrificada como un medio de prevenir el acto. Además, nunca podría estar del todo seguro de preferir la no sacrificada, pues debería, para poder asegurarse completamente de que una dieta con carne no sacrificada es siempre adecuada para él, probarse a sí mismo en diferentes circunstancias de la vida, a lo largo de la cual se experimentan cambios de constitución, clima, edad, etc. Por otra parte, si atendemos al bien y al mal absolutos, es deber de todo hombre dar siempre un buen ejemplo; en tal caso, aunque a nivel individual su acto pudiera ser correcto, su preferencia por la carne no sacrificada no sería lo suficientemente ostensible, de tal manera que su uso de carne sacrificada estaría sumando legitimidad a lo que desaprueba.
 
Y:    ¿Y esta última observación no se aplica también al uso de las pieles?
 
Z:    En buena medida, sí; pero también es cierto que, al aumentar la demanda de pieles, se aumenta a su vez la necesidad de no matar a los animales (por las razones antes expuestas). Esto sin embargo no se aplica a la carne, pues la diferencia de calidad de las pieles puede ser compensada por la mayor cuantía de pieles que resultarían de la conservación de las bestias, mientras que, con respecto a la carne, una cantidad moderada de buena carne sería ciertamente preferible a una gran cantidad de carne de mala calidad; y habría además una mayor diferencia entre la calidad de las carnes que entre la calidad de las pieles.
 
Y:    ¡Esa es una distinción demasiado sutil! Pareces haber caído en una encrucijada.
 
Z:    Tal vez sea una distinción sutil, pero es una distinción real. Todas las teorías y leyes están delimitadas por finas líneas y sutiles distinciones; y además, no puedes pretender que un individuo alcance la perfección cuando la multitud le pone obstáculos. Aún podrías ir más allá y decir que aquellos que adoptaran mi teoría no podrían utilizar casas, muebles, ropa, etc., pues todo ello contiene por lo general algún tipo de sustancia de origen animal obtenida por otras personas por medios indebidos. Eso es forzar mucho la cuestión. Aquel que se sacrifique tanto como lo permita la conducta de los demás tiene buenas razones para concluir que si estos actuasen en concordancia con él, entonces su propia conducta sería aún más correcta y sin necesidad de tanto sacrificio por su parte, así como a pensar que al menos él está dando un paso hacia adelante —aunque no concedo que esto se aplique al crimen absoluto—. 
 
Y:    Debo observar que las pieles de muchos animales, como las focas, los castores y muchos otros, no se pueden obtener bien sin matar al animal.
 
Z:    Yo sería aún más reacio a usar las pieles de estos animales que a usar su carne, ya que la necesidad es menor.
 
Y:    ¿En qué opinas que debe consistir la dieta de la humanidad?
 
Z:    En vegetales y sustancias animales obtenidas sin sacrificio (de animales que hayan muerto de forma natural).
 
Y:    ¿No crees que el suministro de ese tipo de carne sería fluctuante e impredecible?
 
Z:    Lo sería para los granjeros privados y en las pequeñas aldeas, pero no en las grandes ciudades, ya que las leyes del azar garantizarían un suministro regular de animales que morirían en distintos momentos.
 
Y:    ¿No te provocaría cierto rechazo comerte a un animal al que has cuidado toda su vida y has tenido cariño?
 
Z:    Ciertamente; pero no tendría inconveniente en enviar sus restos a un mercado establecido para tal fin.
 
Y:    ¿Y qué ocurriría con los pueblos pequeños cuando el suministro fallase?
 
Z:    En tal caso sólo podrían disponer de vegetales. No obstante, hoy se conocen medios para conservar la carne durante mucho tiempo.
 
Y:    Reconoces que los alimentos vegetales están lejos de proporcionar el mismo grado de salud y fuerza física y mental que los alimentos animales; siendo así, ¿cómo va a poder la humanidad desempeñar adecuadamente sus tareas mentales y físicas si no puede disponer de lo segundo?
 
Z:    Tendrá que trabajar menos; y si eso no sirve, será su problema.
 
Y:    Aceptarías entonces la caída de los seres humanos antes que la de los brutos; al menos, la de los brutos que llamas inocentes.
 
Z:    Di más bien antes que causar su muerte.
 
Y:    Debo preguntar también ¿qué habría que hacer cuando no sólo falle el suministro de carne no sacrificada sino también el de vegetales? ¿Te dejarías morir de hambre antes que matar incluso a un animal graminívoro?
 
Z:    No puedo responder de antemano lo que haría; dependería de mi fortaleza. Creo, sin embargo, que morir de hambre sería lo más estrictamente justo.
 
Y:    Los hay que ya han sido sometidos a esa prueba. ¡En cuántas ocasiones toda la tripulación de un barco ha podido salvar la vida gracias a sus redes y sus piezas de caza! Lamentaría que hombres tan valiosos perecieran por tales escrúpulos. ¿Soportarías ser cómplice de su inanición por la divulgación de tus doctrinas?
 
Z:    Sigo pensando que es mi doloroso deber divulgar tales doctrinas.
 
Y:    Concluyo que no percibes ninguna incorrección en el uso de los cuernos de los ciervos, dado que los mudan.
 
Z:    No; pero no creo que aporten tantos nutrientes como los buenos alimentos vegetales, aunque pueden contener una porción considerable de uno de los principales ingredientes de la carne, a saber, la gelatina. En cualquier caso, parecen útiles en casos de enfermedad.
 
Y:    ¿Existe algún sustituto para el aceite de ballena, el sebo y el jabón? Los animales que han muerto por enfermedad o vejez no contienen mucha grasa.
 
Z:    Esas sustancias se pueden sustituir por aceite de semillas o manteca de cacao, que se venden a muy bajo precio; o por sebo vegetal, extraído del árbol de sebo; o por gas de hulla; o por brea, etc. Además, se sabe que es posible producir una sustancia grasa manteniendo sumergida carne magra en una corriente de agua dentro de una caja con varios agujeros, así como por otros procesos. Esta sustancia se llama adipocira, y en combinación con los álcalis, forma jabón. Por otra parte, aún seguiría pudiéndose extraer algo de grasa real de los animales, en particular de los que murieran por accidente.
 
Y:    ¿Qué me dices de los insectos y gusanos que mueren durante el cultivo de tus vegetales?
 
Z:    Que lo lamento; pero que no es intencionado.
 
Y:    Es una pobre compensación por la pérdida de sus vidas.
 
Z:    Es inevitable. Que nuestros caminos se crucen es un infortunio; y aunque pudiera ser un mal, es en cualquier caso un crimen de una naturaleza diferente.
 
Y:    ¿Pensarías igual si fueran seres humanos quienes se cruzaran en tu camino, tumbados inmóviles sobre un campo de trigo? ¿Segarías el campo a la vez que a los hombres?
 
Z:    Si mi vida dependiera de ello, y estuviera seguro de que tengo más derecho al cultivo que ellos, entonces podría estar justificado que lo hiciera. Pero puedo renunciar a mi derecho si así lo deseo.
 
Y:    ¿Cómo sabes que tienes más derecho a los vegetales que los insectos?
 
Z:    Porque yo las planté.
 
Y:    ¿Y qué autoridad tienes sobre el suelo?
 
Z:    La misma autoridad que ellos; por eso concedo que tengan su parte, mientras tomo el resto para mí.
 
Y:    ¿No eres entonces consciente de que tu generosidad, que crees tu deber otorgar, recaería toda en unos pocos, y que el resto sufriría lo mismo que si no actuaras así?
 
Z:    Eso es cierto; pero la alternativa es que yo mismo perezca renunciando a mi propio derecho por completo. ¿Es eso exigible?
 
Y:    ¿Por qué han de sufrir algunos de ellos? Parece, según tu teoría, que ellos tienen el mayor derecho al suelo, pues han nacido en él y se mantienen en una forma pasiva o negativa; tú en cambio, cuando los eliminas, lo haces como resultado de una acción voluntaria.
 
Z:    Niego que mi acción de segar el campo represente una acción positiva en lo que se refiere a los animales que hay en él, pues el propósito (que no puede existir sin una acción positiva de la mente) está vinculado con el suelo mismo y no con la destrucción de los animales ni nada que tenga que ver con ellos. Y parece que tengo derecho a conservar mi vida, y hasta con un mínimo grado de bienestar, perturbando el suelo desde fuera, tanto como ellos tienen derecho a conservar la suya perturbando el suelo desde dentro, privándome con ello de su uso y poniendo así mi vida en riesgo. Que yo provoque la destrucción de algunos de ellos parece cuando menos tan justo como que ellos amenacen mi integridad. Y aunque pueda estar equivocado en esto, el acto sigue siendo muy diferente a matar con premeditación.
 
Y:    No tengo claro que sea tan diferente; porque si se mata a un animal para comérselo, entonces no se hace con propósito sobre su vida, sino sobre su cuerpo, que no es más necesario para la constitución de la vida que el alimento o la morada.
 
Z:    Admito como un axioma que cada animal tiene más derecho que los demás al uso de su propio cuerpo. Si no se creyera en este principio, entonces el asesinato y cualquier otro crimen prevalecería. Por contra, en relación al suelo, aunque no tengamos más derecho sobre él, tampoco tenemos menos.
 
Y:    ¿Cuál es tu opinión sobre el uso de la seda?
 
Z:    Desapruebo el acto de privar a las orugas vivas de su seda. Sin embargo, tengo entendido que muchas de ellas mueren naturalmente en el interior de sus capullos, y que la seda de estos casos es además la más preciada. Ésta, por supuesto, no habría inconveniente en que fuese utilizada. Y aunque soy contrario a que se prive a los vivos de su vestimenta natural por un sustituto a base de salvado, lo soy aún más del modo habitual de cocerlos vivos hasta la muerte.
 
Y:    ¿Tienes en cuenta que, al criar gusanos de seda, hacemos que nazcan más de los que nacerían en caso contrario?
 
Z:    Aunque soy de la opinión de que no estamos autorizados a destruir o impedir la vida, ésta no parece en sí misma lo suficientemente deseable como para justificar cualquier acción que busque producirla. El hombre no posee el suficiente conocimiento como para hacer cualquiera de ambas cosas con prestancia.
 
Y:    ¿Consideras que está mal utilizar la lana de las ovejas?
 
Z:    Considero que es un acto de gran crueldad privar a las ovejas de su lana; una lana cuya pérdida dan muestras de sentir intensamente, y que resulta tan necesaria para ellas como la ropa, el refugio, las camas o el calor del fuego para nosotros. No soy sin embargo tan estricto en mi aversión a ella, pues mi principal necesidad de usarla está causada por la moda que me imponen los demás bajo pena de perder mi lugar natural en la sociedad y de causarle el mismo mal a mi familia con mi abstención. Y dado que para mi uso habría suficiente lana a partir de las ovejas muertas por causas naturales, no creo estar fomentando positivamente con su compra el acto de esquilarlas vivas. Si hay otros que no permiten que las ovejas conserven su lana mientras viven, la responsabilidad es enteramente suya.
 
Y:    ¡Ah! Pero la motivación que das a tus fines también podrían esgrimirla los demás; ¿en qué se diferenciaría entonces tu conducta de la del resto?
 
Z:    En la firme convicción de que mis acciones están instigadas por las acciones de otros y las reglas que estos me imponen; y en que para mí sería suficiente con lo que se obtuviera de las ovejas muertas, o aun sin eso.
 
Y:    ¿En qué difiere este caso del de la carne? ¿No se aplica el mismo razonamiento?
 
Z:    En primer lugar, aun en el caso de que no tuviese derecho al uso de la lana, su empleo seria una falta diferente a lo que supone comprar la carne de un animal sacrificado, salvo que haya probado mi preferencia por el consumo de carne no sacrificada, pues no se hace en respuesta a ninguna necesidad mía, sino por motivo de la mala conducta de otros.
 
En segundo lugar, difiere en cuenta a la magnitud de las consecuencias.
 
En tercer lugar, está la diferencia derivada de uno de los objetivos de la abstinencia de alimentos de origen animal, que es probar que la vida se puede sostener sin ellos, cosa que no es aplicable al uso de la lana, pues nadie duda de que sea prescindible.
 
Y en cuarto lugar, difiere en cuanto a que es poco probable que la abstinencia o no de algunos del uso de la lana vaya a generar alguna variación en su suministro, ya que los granjeros van a esquilar a la totalidad de sus ovejas sea cual sea la magnitud de la demanda; en caso contrario, la lana dejada en las ovejas supondría una pérdida para los granjeros. Esto no se aplica a la carne: cuanta mayor es la demanda, mayor es el número de muertes; aunque quizá no en una proporción exacta.
 
Y:    ¿Pero no estarías fomentando el acto a los ojos del mundo?
 
Z:    Confío en que mi conducta general demuestre con claridad mi deseo de no hacerlo.
 
Y:    ¿Privarías a una oveja de su lana con tus mismas manos o por orden tuya?
 
Z:    No, a menos que tuviera razones para pensar que es beneficioso o, cuando menos, inofensivo para la oveja.
 
Y:    ¿No crees que su lana es una deuda que nos tienen por protegerlas de los lobos?
 
Z:    No cuando nosotros mismos las matamos en su lugar. Y aunque no las matásemos, dispondríamos igualmente de sus cuerpos al morir como compensación. Además, si se tiene en cuenta que la protección que les proporcionamos es un hecho circunstancial fruto de nuestro deseo de proteger sus cuerpos y sus pieles para nuestro propio beneficio, entonces no puede decirse que nos deban demasiado.
 
Y:    Pero nosotros, en nuestro empeño de protegernos a nosotros mismos, las protegemos a ellas también, mientras que ellas reciben esa protección a cambio de nada; así pues, ¿no nos deben ellas algo a pesar de todo?
 
Z:    Si así fuera (por lo aludido antes), sería a lo sumo algo insignificante; pero dudo mucho que nos deban nada. Supongamos que C, con su esfuerzo, se procura su propio bien y deja al mismo tiempo un excedente, y que entonces D, hallándose desamparado, toma ese excedente para sí. No creo que en general se considerase a D un deudor de C; y mucho menos que su deuda fuese tan grande como para exigirle el despojo de sus vestiduras como pago; sobre todo porque, en el caso de las ovejas y los hombres, los últimos no tienen necesidad ninguna de la lana.
 
Y:    Supongamos que no nos importara poseer los cuerpos de las ovejas muertas, sino que sólo deseáramos tener su lana mientras vivan, dándoles a cambio nuestra protección, en cuyo caso las ovejas saldrían ganando; ¿seguiría siendo injusto?
 
Z:    Concederé que no, siempre y cuando nuestra protección estuviese dirigida a ellas y no fuera el resultado de unas acciones ajenas a ellas.
 
Y:    ¿No nos deben algo por la comida y el refugio que les proporcionamos?
 
Z:    ¿No les debemos algo nosotros por la tala de unos bosques que les brindarían cobijo y alimento? Además, hay que tener también en cuenta que la domesticación las ha perjudicado mucho. El llamado muflón, que se considera una oveja salvaje, es un animal fuerte, audaz y vigoroso; y la propia lana de que las privamos es una provisión adicional de la naturaleza para protegerlas del rigor de nuestro clima.

Lewis Gompertz, 1824.

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Traducción: Igor Sanz

Texto original: Moral Inquiries on the Situation of Man and of Brutes
 

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