Se dice que un buen día Dios agarró tal cabreo por los vicios de la humanidad que decidió lanzar un diluvio que anegó todo el planeta y acabó con la totalidad de sus criaturas (es lejano, sí, eso de hacer pagar nuestros pecados al resto de los animales). Sin embargo, al Todopoderoso aún le cupo una pequeña muestra de su célebre misericordia, de tal suerte que ordenó a Noé construir un arca a fin de que salvará a su familia y a una parejita de cada animal. El elegido, tras unos días a bordo de aquel salvavidas gigantesco, envió por fin una paloma blanca a la búsqueda de tierra firme, a lo que ésta cumplió, regresando poco después portando en su
pico una pequeña rama de olivo, prueba del aplacamiento del Supremo Inundador. Desde
entonces, las palomas han sido usadas (literalmente) como símbolo de
paz y libertad, una paz y una libertad que, no obstante, ellas siempre han tenido denegadas.
Puede que a simple vista el especismo que sufren las palomas no resulte el más ostentoso, pero la persecución y el desprecio de que son víctimas estos sujetos emplumados es desde luego impepinable. Las palomas son protagonistas habituales de nuestros platos de cocina, nuestros laboratorios de experimentación, nuestros espectáculos de magia, nuestros consursos de caza, o nuestros "controles" de "plagas", no dejando de ser secuestradas y explotadas cada vez que nos da por simbolizar la paz que tanto pregonamos. Que a nuestro símbolo de paz le dediquemos el desdeñoso sobrenombre de "ratas voladoras" es quizá el más representativo ejemplo de nuestra pérfida naturaleza.
Pero tras ese velo despreciativo se esconden animales que guardan un mundo genuino y fascinante. Sus vidas son lo más valioso que poseen, y en las próximas líneas trataremos de indagar en ellas con el fin de descubrir la realidad que nos ocultan los prejuicios.
CUANDO A LOS DINOSAURIOS LES DIO POR VOLAR
Puede que a simple vista el especismo que sufren las palomas no resulte el más ostentoso, pero la persecución y el desprecio de que son víctimas estos sujetos emplumados es desde luego impepinable. Las palomas son protagonistas habituales de nuestros platos de cocina, nuestros laboratorios de experimentación, nuestros espectáculos de magia, nuestros consursos de caza, o nuestros "controles" de "plagas", no dejando de ser secuestradas y explotadas cada vez que nos da por simbolizar la paz que tanto pregonamos. Que a nuestro símbolo de paz le dediquemos el desdeñoso sobrenombre de "ratas voladoras" es quizá el más representativo ejemplo de nuestra pérfida naturaleza.
Pero tras ese velo despreciativo se esconden animales que guardan un mundo genuino y fascinante. Sus vidas son lo más valioso que poseen, y en las próximas líneas trataremos de indagar en ellas con el fin de descubrir la realidad que nos ocultan los prejuicios.
CUANDO A LOS DINOSAURIOS LES DIO POR VOLAR
El origen de las aves ha sido uno de
los mayores enigmas de la historia de la ciencia, y aún hoy, en una
época donde creemos saberlo todo, el asunto sigue conservando alguna cierta interrogante. Hay no obstante una opinión bastante generalizada en cuanto a que las aves son los descendientes directos de los antiguos
dinosaurios, en particular de los terópodos. No
es difícil desde luego comprender algunas de las razones que han conducido a semejante hipótesis teniendo en cuenta, por un lado, la fisonomía
de ambos grupos (los terópodos son dinosaurios del estilo del
tiranosaurio o el velociraptor), y por otro, y sobre todo, al hecho de
que se hayan descubierto plumas en los fósiles de algunos dinosaurios.
Bajo esta teoría, la línea
divisoria entre los gigantescos saurios y las aves resulta algo difusa. Algunas especies como
Anchiornis, Aurornis o Xiaotingia son representadas con un aspecto
muy similar al de las aves (plumas, alas, pico...),
a pesar de lo cual siguen clasificadas como dinosaurios. Frente a esta
tesitura, los científicos han tirado de un remedio salomónico: crear un nuevo clado, el de los avianos, que
viene a reunir a todas aquellas especies que se encuentran a medio
camino entre los dos.
El momento en que las aves hicieron su primera aparición parece estar algo más claro. Todo induce a pensar que se produjo en algún instante de la era Mesozóica, tiempo en que la Tierra estaba dominada por sus enormes ascendientes. El fósil de ave "real" más antiguo pertenece a una especie conocida como Archaeopteryx lithographica, de hace 150 millones de años, en el Jurásico Superior. Las aves son, por tanto, uno de los grupos de animales más recientes, lo cual no les ha impedido en absoluto evolucionar de manera muy notable. Desde que hicieran su aparición, han desarrollado diferentes morfologías, han adquirido diferentes tamaños, han adoptado distintas formas de vida, y han terminado dominando la práctica totalidad de hábitats existentes en el mundo, desde casquetes polares hasta desiertos, mares y ciudades.
Su historia es breve en términos evolutivos, pero no han perdido el tiempo; cabe destacar, por ejemplo, que las aves forman el grupo de vertebrados terrestres más abundante de la actualidad. Ante todo ello, algunos sentimos la tentación de formular una pregunta: ¿de verdad dejaron los dinosaurios de dominar la tierra, o lo han seguido haciendo en forma aviar? Es posible que nuestro ego jamás nos permita la aprobación de la segunda alternativa.
Como hemos dicho, las aves han
evolucionado y se han extendido enormemente desde su
primera aparición. A día de hoy, el grupo que componen las aves está formado por cerca de 200 familias diferentes, entre ellas la de los colúmbidos, la correspondiente a
nuestras protagonistas. En realidad, «paloma» es un término muy
genérico que —junto con el de «tórtola»— designa a todo individuo
cuya especie pertenezca a esta familia, existiendo en torno a 300 especies diferentes distribuidas a lo largo y ancho del planeta. El hecho de que los
colúmbidos sean la única familia actual dentro del orden de
los columbiformes hace de todos sus miembros una fácil identificación. No obstante, hubo un tiempo no
muy lejano en que existía otra familia, la de los ráfidos
(conocidos como "palomas no-voladoras") cuya anatomía
era notablemente diferente. Entre sus especies destacaba el dodo
(Raphus cucullatus), famoso por su mención en Alicia y el país de
las maravillas y empujado por los humanos a la extinción a finales del siglo XVII.
Como en todas las aves, el esqueleto de las palomas está constituido por huesos cóncavos, aunque resistentes. Estas cavidades están al mismo tiempo llenas de burbujas de aire debido a su conexión con el aparato respiratorio, siendo esta particularidad uno de los principales motivos por el que las aves pueden elevar el vuelo. Y no son desde luego torpes las palomas en su práctica, por más que la verdadera magnitud de su pericia cuante con muy escaso reconocimiento. Suele ignorarse, por ejemplo, que su vuelo es uno de los más rápidos del reino aviar. Es costumbre citar al halcón peregrino (depredador habitual de las palomas) como paradigma de la velocidad; y en efecto, esta rapaz es capaz de superar los asombrosos 300 km/h. Pero se trata de un dato un tanto engañoso, ya que esa velocidad tan solo la alcanzan cuando se dejan caer en picado. En un vuelo "normal", horizontal, un halcón peregrino no tiene en realidad nada que hacer frente a una paloma, que puede llegar a los nada desdeñables 100 km/h, elevándose el vuelo de paloma más rápido jamás descrito hasta la cifra de 170.
La verdad es que analizando algunos de los datos que envuelven a estas aves da la impresión de que sus vidas transcurren de forma acelerada. Pueden batir sus alas hasta diez veces por segundo, por ejemplo, y su ritmo cardíaco es capaz de ascender hasta los 600 latidos por minuto. También la vista se ve afectada por este ritmo trepidante, y es que son capaces de
procesar la información visual
El momento en que las aves hicieron su primera aparición parece estar algo más claro. Todo induce a pensar que se produjo en algún instante de la era Mesozóica, tiempo en que la Tierra estaba dominada por sus enormes ascendientes. El fósil de ave "real" más antiguo pertenece a una especie conocida como Archaeopteryx lithographica, de hace 150 millones de años, en el Jurásico Superior. Las aves son, por tanto, uno de los grupos de animales más recientes, lo cual no les ha impedido en absoluto evolucionar de manera muy notable. Desde que hicieran su aparición, han desarrollado diferentes morfologías, han adquirido diferentes tamaños, han adoptado distintas formas de vida, y han terminado dominando la práctica totalidad de hábitats existentes en el mundo, desde casquetes polares hasta desiertos, mares y ciudades.
Su historia es breve en términos evolutivos, pero no han perdido el tiempo; cabe destacar, por ejemplo, que las aves forman el grupo de vertebrados terrestres más abundante de la actualidad. Ante todo ello, algunos sentimos la tentación de formular una pregunta: ¿de verdad dejaron los dinosaurios de dominar la tierra, o lo han seguido haciendo en forma aviar? Es posible que nuestro ego jamás nos permita la aprobación de la segunda alternativa.
OTRO PUNTO DE VISTA
Como en todas las aves, el esqueleto de las palomas está constituido por huesos cóncavos, aunque resistentes. Estas cavidades están al mismo tiempo llenas de burbujas de aire debido a su conexión con el aparato respiratorio, siendo esta particularidad uno de los principales motivos por el que las aves pueden elevar el vuelo. Y no son desde luego torpes las palomas en su práctica, por más que la verdadera magnitud de su pericia cuante con muy escaso reconocimiento. Suele ignorarse, por ejemplo, que su vuelo es uno de los más rápidos del reino aviar. Es costumbre citar al halcón peregrino (depredador habitual de las palomas) como paradigma de la velocidad; y en efecto, esta rapaz es capaz de superar los asombrosos 300 km/h. Pero se trata de un dato un tanto engañoso, ya que esa velocidad tan solo la alcanzan cuando se dejan caer en picado. En un vuelo "normal", horizontal, un halcón peregrino no tiene en realidad nada que hacer frente a una paloma, que puede llegar a los nada desdeñables 100 km/h, elevándose el vuelo de paloma más rápido jamás descrito hasta la cifra de 170.
La verdad es que analizando algunos de los datos que envuelven a estas aves da la impresión de que sus vidas transcurren de forma acelerada. Pueden batir sus alas hasta diez veces por segundo, por ejemplo, y su ritmo cardíaco es capaz de ascender hasta los 600 latidos por minuto. También la vista se ve afectada por este ritmo trepidante, y es que son capaces de
procesar la información visual
tres veces más rápido
de lo que lo hacemos los humanos (un mago tendría difícil engañarlas con uno de esos trucos de tan infausta relación con ellas). Pero no todo son ventajas en
la posesión de un rápido procesado visual, pues este hecho hace
que el entorno parezca moverse a una velocidad más lenta, siendo ésta la causa de que, en las ciudades, las palomas a menudo
tarden tanto en apartarse del tráfico, razón de no pocas consecuencias trágicas.
Continuando con la vista, cabe señalar que se trata de uno de sus sentidos más agudizados. Su campo de visión supera los 300º, ven perfectamente de noche, y son pentacromáticas, sumándose a los cromatismos habituales de los humanos el ultravioleta y el infrarrojo. La retina se encuentra dividida en dos partes: una central para la visión lateral y otra lateral para la visión frontal. También el enfoque se encuentra dividido, con la mitad superior ocupada de captar las imágenes más alejadas y la mitad inferior encargada de los objetos más cercanos. Esta particular visión de las palomas —unida al hecho de que no puedan mover los ojos, como tantas otras aves— es la responsable de los característicos movimientos de cabeza que efectúan al caminar, pensados para mantener el enfoque sin perder el equilibrio.
En comparación con la nuestra, la vista de las palomas es muy superior, siendo capaces de distinguir a 20 metros con la misma facilidad que nosotros lo hariamos a dos. Por desgracia, este hecho las ha convertido en víctimas de una nueva forma de explotación, y es que la Guardia Costera estadounidense suele portar en sus helicópteros varias palomas que "ayudan" en la detección de humanos naufragados. De sobra es conocida nuestra incapacidad para admirarnos de las virtudes ajenas sin tratar de buscarle alguna clase de provecho.
HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE
No todo el mundo estima sin embargo su presencia. Eso de que vayan
defecando sobre nuestros coches y esculturas las convierte por
defecto en vecinas indeseables para muchos. Resulta irrisorio
que nos creamos con autoridad para dar lecciones de
higiene quienes hemos convertido el mundo en un vertedero casi literal, pero más alarmante resulta que mostremos una mayor consideración por objetos inertes que por seres vivos y sensibles. Ahora bien, perseguirlas y acosarlas por el simple hecho de que ensucien nuestros monumentos no debe resultarle ético ni siquiera a la mente
más antropocéntrica, así que este tipo de iniciativas suelen disfrazarse con absurdos pretextos de salubridad. Lo extendido de la creencia de
que las palomas transmiten enfermedades a los humanos es inversamente proporcional a
las evidencias de su veracidad. El número de enfermedades
asociadas es en realidad muy bajo, y la más grave de
todas ellas, la psitacosis o "fiebre del loro", suele presentarse
de forma excepional y sólo en gente sometida a una gran exposición (veterinarios, criadores...). Nueva York, por ejemplo, una de las
ciudades con mayor población de palomas (y de humanos), tan solo registra un
único caso de media anual.
Pero antes de embarcarse en la compleja crianza, el macho habrá de cautivar
a su pareja con un "sagrado" ritual que deberá cumplir sin omisión: el cortejo. Éste se inicia con un vuelo especial del
macho, que planea con las alas elevadas sobre la hembra hasta
posarse junto a ella; una vez en el suelo, comenzará a emitir el
clásico y melodioso arrullo, al mismo tiempo que gira en rededor muy presumido, con la cabeza inclinada y el buche y las plumas
del cuello hinchadas en signo de virilidad; en ese momento, la
hembra se hace de rogar y simula ignorar las adulaciones de su
pretendiente, que no se resigna y responde extendiendo su cola
y arrastrándola por el suelo mientras la persigue sin descanso; por fin, el esfuerzo del macho es recompensado por la hembra con
un beso en el que ella introduce su pico en el de él; después de
varias carantoñas más —y en caso de haber quedado satisfecha— la hembra agacha la cabeza como señal de beneplácito. El premio bien merece su celebración, cosa que el macho manifiesta con el conocido como aplauso, un ostenso vuelo que culmina con una doble palmada de sus alas. Es el acto que
pone fin a esta ceremoniosa danza del amor.
Tras el apareamiento comienza el trabajo de verdad: sacar adelante a la progenie. Se trata de una responsabilidad enteramente compartida, desde la construcción del nido, que se elabora con pequeñas ramitas, hasta la incubación de los huevos, tarea que dividen en turnos: la hembra durante el día y el macho durante la noche. Dicha incubación, por cierto, es iniciada a partir del segundo huevo, que es puesto un par de días después del primero, evitando así un desarrollo desigual de los polluelos que resultaría problemático para la supervivencia del más joven. La eclosión de los huevos se produce al cabo de unas dos semanas (el primer pichón en nacer suele ayudar al segundo a salir del huevo), momento en el que toda la dedicación se centra en alimentar a los bebés. Para ello, tanto el macho como la hembra tienen la capacidad de segregar una papilla altamente nutritiva conocida
como «leche del buche», una particularidad
que apenas comparten tres tipos de aves: las palomas, los flamencos y los pingüinos. Este alimento genera un rápido crecimiento de los pichones, que poco antes de cumplir un mes ya estarán formados y preparados para enfrentarse a la emancipación. A la emancipación... y al especismo y las hostilidades humanas.
Continuando con la vista, cabe señalar que se trata de uno de sus sentidos más agudizados. Su campo de visión supera los 300º, ven perfectamente de noche, y son pentacromáticas, sumándose a los cromatismos habituales de los humanos el ultravioleta y el infrarrojo. La retina se encuentra dividida en dos partes: una central para la visión lateral y otra lateral para la visión frontal. También el enfoque se encuentra dividido, con la mitad superior ocupada de captar las imágenes más alejadas y la mitad inferior encargada de los objetos más cercanos. Esta particular visión de las palomas —unida al hecho de que no puedan mover los ojos, como tantas otras aves— es la responsable de los característicos movimientos de cabeza que efectúan al caminar, pensados para mantener el enfoque sin perder el equilibrio.
En comparación con la nuestra, la vista de las palomas es muy superior, siendo capaces de distinguir a 20 metros con la misma facilidad que nosotros lo hariamos a dos. Por desgracia, este hecho las ha convertido en víctimas de una nueva forma de explotación, y es que la Guardia Costera estadounidense suele portar en sus helicópteros varias palomas que "ayudan" en la detección de humanos naufragados. De sobra es conocida nuestra incapacidad para admirarnos de las virtudes ajenas sin tratar de buscarle alguna clase de provecho.
HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE
En un entorno propicio y en condiciones
óptimas, la esperanza de vida de las palomas puede rondar los 15 años
(aunque se conoce el caso de alguna que alcanzó los 33), pero en las
ciudades (donde se han convertido en vecinas habituales) apenas suelen superar los 5. El gusto de las palomas por nuestros cascos urbanos se
debe sobre todo a sus preferencias geográficas, y es que la
inmensa mayoría de ellas (aunque con excepciones, claro)
gustan de vivir en los acantilados, de gran semejanza con nuestras edificaciones. Por otro lado, los humanos tendemos a dejar un reguero de desperdicios a nuestro paso, un reclamo muy atractivo para unas aves que
han sabido además ampliar su abanico culinario (tradicionalmente basado en
frutos y semillas).
Con abundante comida y "acantilados" por doquiera, a nadie puede sorprender su afición por nuestras urbes.
En términos generales, las palomas
suelen ser animales muy gregarios. Sólo en la época de
apareamiento suelen las parejas separarse de la colonia
con objeto de anidar. Estas parejas muestran una lealtad incomparable,
fieles al voto de conservar sus lazos hasta el día mismo de su defunción. Las palomas son auténticas aficionadas a la paternidad, y
la mayor parte del tiempo que dura un "matrimonio" está dedicado
a la construcción de los nidos y la cría, cuidado y educación de
los retoños. En cada una de las 3 o 4 nidadas anuales suelen poner un par de huevos, aunque no dudando en aumentar el número y tamaño de las puestas si las condiciones se presentan adecuadas.
Tras el apareamiento comienza el trabajo de verdad: sacar adelante a la progenie. Se trata de una responsabilidad enteramente compartida, desde la construcción del nido, que se elabora con pequeñas ramitas, hasta la incubación de los huevos, tarea que dividen en turnos: la hembra durante el día y el macho durante la noche. Dicha incubación, por cierto, es iniciada a partir del segundo huevo, que es puesto un par de días después del primero, evitando así un desarrollo desigual de los polluelos que resultaría problemático para la supervivencia del más joven. La eclosión de los huevos se produce al cabo de unas dos semanas (el primer pichón en nacer suele ayudar al segundo a salir del huevo), momento en el que toda la dedicación se centra en alimentar a los bebés. Para ello, tanto el macho como la hembra tienen la capacidad de segregar una papilla altamente nutritiva conocida
como «leche del buche», una particularidad
que apenas comparten tres tipos de aves: las palomas, los flamencos y los pingüinos. Este alimento genera un rápido crecimiento de los pichones, que poco antes de cumplir un mes ya estarán formados y preparados para enfrentarse a la emancipación. A la emancipación... y al especismo y las hostilidades humanas.
GPS NATURAL
En un artículo dedicado a las palomas sería imperdonable obviar el hecho que más las ha popularizado: su extraordinaria capacidad de orientación. Nada parace ser capaz de impedir que las palomas pierdan su rumbo o la localización precisa de su hogar, sean cuales sean las circunstancias. Su talento nos ha generado siempre una gran curiosidad, y nuestra curiosidad suele costarles cara a los nohumanos, algo de lo que pueden dar buena cuenta nuestras protagonistas. Para medir esta fascinante cualidad de las palomas, han sido sometidas durante años a todo tipo de pruebas experimentales. Han sido vendadas, sedadas, desorientadas de mil y una maneras, encerradas en cubículos, desplazadas a miles de kilómetros y forzadas a un sinfín de otros métodos a fin de descubrir los límites de su destreza. Siempre han salido victoriosas, dicho sea de paso.
¿Y cómo lo hacen? Es un misterio. Se desconoce su sistema tanto como el de los salmones, que son capaces de regresar al mismo río y lugar en que nacieron años después de una vida en alta mar. Teorías, en cambio, las hay para todos los gustos: unas hablan de una especie de memoria fotográfica que las haría identificar con facilidad objetos o accidentes geográficos conocidos, por ejemplo; otras inciden en su formidable olfato, capaz de reconocer olores familiares a distancias extraordinarias; las hay que proponen la posición del sol y las estrellas como guías, al modo de los antiguos navegantes; y, por ultimo, tenemos la más recurrida de las explicaciones, que dice que es el campo magnético de la tierra el que las orienta, un magnetismo que las palomas percibirían gracias a un metal (la magnetita) contenido en las células del pico. Quizá se deba a una combinación de todas ellas —como piensan muchos—, o puede también que estemos dando palos de ciego y la respuesta no la hayamos ni tan siquiera imaginado. Sea como fuere, el misterio perdura, y, visto lo visto, quizá sea eso lo mejor para su propio bien.
Y es que, como hemos dicho antes, no
parecemos ser capaces de limitarnos a reconocer y admirar las
virtudes de otros animales sin sucumbir a la tentación de aprovecharnos de su beneficio potencial. Incluso sin conocer
el secreto que guarda esta extraordinaria particularidad de las
palomas, los humanos hemos explotado su capacidad de orientación
desde los albores de nuestra civilización. Ya el
propio Ciro, rey de Persia, contaba en su haber con palomas que
empleaba para trasmitir sus mensajes, algo que también hicieron
muchos otros, como Julio César o Carlomagno. La práctica
se extiende desde los Juegos Olímpicos de la Grecia antigua (las palomas eran las
encargadas de difundir las noticias que se iban produciendo en dicho evento), perdurando a lo largo de la Edad Media y las guerras
modernas, hasta llegar a nuestros días, donde una infinidad de aficionados
conocidos como colombófilos se dedican a la cría forzada y el
adiestramiento (sometimiento) de palomas con el fin de hacerlas competir.
Tanto si es como "mensajeras" como
si es en forma de "utensilios" de ilusionismo o "ingredientes"
de alguna receta, las palomas no han dejado en ningún momento de ser
prisioneras de nuestro egoismo y nuestra rapacidad; incluso a aquellas
que viven relativamente libres les dedicamos nuestros más
injustificados y fervientes vilipendios, no dejando de ser asediadas y
perseguidas por razón de ese mismo menoscabo. Ojalá llegue el día en que los humanos nos
deshagamos de nuestros prejuicios especistas de tal forma que las palomas
puedan seguir siendo un símbolo de paz y libertad, pero esta vez, de la
suya.
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