El animalismo es una fábrica constante de insultos y demás hostilidades, dirigidas tanto hacia "dentro" como hacia "fuera". Hablamos de un movimiento ocupado en acabar con el que es sin
duda el mayor holocausto de la historia, movido además por
los esfuerzos de una minoría enfrentada al prejuicio con mayor arraigo de este mundo. Es, por tanto, un
movimiento impregnado de mucha impotencia, frustración, rabia y
emoción, volviéndose el tema, en la mayoría de las veces, terriblemente visceral.
Lo dicho pretende explicar el porqué de
esta actitud, no justificarla. Los insultos y el resto de agresiones verbales son una forma de violencia que no
tiene justificación ninguna. Si la explotación animal está
mal es precisamente por tratarse de un acto de violencia, y no tiene
ningún sentido estar condenando una forma de violencia al mismo
tiempo que se está ejerciendo otra. Quienes se escudan en la falaz
idea de que "el fin justifica los medios" parecen olvidar
que todas las personas violentas, sin excepción, persiguen siempre
por medio de su violencia algún fin que también ellas consideran deseable.
Una vez arrinconados los principios morales, cualquier cosa
se puede llegar a concebir justificable.
Admito
que no siempre resulta fácil contenerse. Todos vemos, leemos u oímos
cosas que despiertan nuestra cólera; pero en la mayoría de
los casos ni siquiera se trata de pequeños "deslices",
sino que el insulto se emplea como un instrumento regular.
La mayoría de nosotros vivimos rodeados de amigos, vecinos,
familiares y conocidos que no son veganos y que forman parte de mil y
una formas diferentes de explotación animal; por lo tanto, creo que
antes de dejarnos llevar por los impulsos, lo mejor que podemos hacer
es contar hasta tres y plantearnos cómo responderíamos si esa otra
persona con la que estamos tratando fuera alguno de esos seres queridos o apreciados.
Lo
que no es aceptable para nuestro amigos y familiares no es aceptable
para los demás. Es cierto que las personas de nuestro
entorno se mueven en contextos que nos son más familiares y que las cosas que más violentan
nuestro espíritu son aquellas que nos sacan de lo acostumbrado. No obstante, hemos de darnos
cuenta de que en tales casos estaremos siendo arrastrados por nuestros propios sesgos y desarrollando así nuestros
juicios sobre unas bases arbitrarias.
Por
otro lado, creo que debería tenerse en cuenta también el apartado
estratégico del asunto. Los ataques personales tienen a este
respecto una eficacia absolutamente nula. Nunca se ha conseguido
convencer a nadie de nada por medio del insulto. Al contrario, todo lo
que lograremos de ese modo será que la otra parte adopte una
actitud defensiva y hermética, y cualquier posible efecto no será la concienciación, sino la intimidación.
Tampoco
conseguiremos convencer a ningún observador neutral. Lo más que esa persona va a percibir son
dos formas de violencia enfrentadas entre sí. Y si asumimos además
que esa otra persona será partícipe seguro de
la opresión especista, es más que probable que sus simpatías
recaigan sobre la parte que se muestra violenta hacia los nohumanos
antes que hacia nosotros, que nos estaremos mostrando violentos hacia
un humano que, para colmo, comparte sus mismos ideales. La clásica
acusación de misantropía dirigida a los animalistas (que es un
tipo de especismo, por cierto) está motivada por este tipo de
situaciones, y mucho me temo que, salvo por la generalización, tal
afirmación no deja de tener cierto fundamento ocasional.
Los
insultos no son más que una muestra de impotencia y frustración.
¿De verdad es ésta la manera en que queremos mostrarnos ante ese mundo que pretendemos transformar? Yo mismo me doy por satisfecho cuando
en medio de un debate mi "oponente" empieza a dedicame una retahíla
de insultos y agresiones. Dado que a todos nos
resulta tan difícil desprendernos de nuestras creencias y reconocer
nuestros errores, nunca espero que mis interlocutores
lleguen a darme la razón, tomando entonces al
insulto como la respuesta que más se le parece. No creo que ande muy desatinado.
Nunca
faltarán quienes aplaudan nuestra actitud violenta. En las redes
sociales, por ejemplo, no es inusual que el comentario mejor valorado sea el que contiene más insultos por centímetro cuadrado. Pero lo único que eso demuestra es que nuestra frustración e impotencia es compartida por mucha otra
gente, no siendo algo que quite ni dé razones. Si nos
contentamos con la palmadita en la espalda de quienes ya piensan como
nosotros, entonces es que nos contentamos con bien poco. Además,
estaremos confundiendo gravemente el fin de nuestra labor, pues el objetivo que debemos perseguir no es la persuasión de quienes ya
piensan como nosotros, sino la de quienes piensan diferente.
Muchos "animalistas" se deleitan describiendo la cuestión del
especismo como una "guerra" y a los especistas como "el
enemigo". Pero si hay alguna guerra aquí se trata desde luego
de una guerra sin rivales. Creo que algunos harían bien en recordar
que son los propios especistas quienes tienen la clave de este
asunto. Son los especistas los únicos que pueden
acabar con la violencia contra los otros animales. La función de los veganos es ayudarles a conseguirlo. Debemos actuar como
sus aliados, no como sus adversarios. No ignoro que hay personas
especistas cuya disposición para el cambio es de apariencia ausente. Conozco de sobra a todos aquellos que se muestran hostiles ante
el veganismo, aquellos que no parecen tener otra dedicación en la
vida que incordiar y atacar a los veganos. Pero existe un recurso muy
sencillo, cómodo y útil: ignorarlos.
Además, no deberíamos precipitar el juicio. Muchos de los que hoy son veganos se declaraban antes sus más fervientes enemigos.
Decía
el poeta François Fénelon que «si la justicia no es fuerte, es
preciso que la fuerza sea justa». Pero no creo que se refiriese a una fuerza
física, sino a una fuerza de espíritu, a una fuerza de ánimo. Los
insultos no son una muestra de fuerza, sino de debilidad, y forman
parte además de un acto que nos aleja de la justicia. Nuestra fuerza
es la fuerza de la razón y de la verdad. Debemos ser fuertes en
cuanto a tenaces, en cuanto a insistentes, en cuanto a no decaer ante
los golpes que se reciben cada día. El respeto y la cordialidad no
son incompatibles con la firmeza y la contundencia. El tema es serio
y así lo merece. Millones de víctimas dependen de ello; pero
dependen de nuestra capacidad de convicción, no de nuestra hostilidad. Si
pretendemos difundir respeto, lo primero que tendríamos que hacer es
cundir con el ejemplo.
Hola Igor,
ResponderEliminarFelicitación por tu articulo. ¡Es tu gran regreso! Los tres últimos párrafos son memorables. Sacaré de estos citaciones para mi libro. Muchas gracias. Espero que vas bien.
Un abrazo desde Marsella.
Excelente reflexion!
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