RESUMEN
Las
vacas domésticas (Bos taurus)
se consumen en todo el mundo como carne de vacuno, se mantienen como
productoras de leche, se emplean como animales de tiro, y se usan
para una larga lista de otros productos, incluidos el cuero y el
estiércol. Pero, a pesar de esta dependencia milenaria y global
hacia las vacas, la mayoría de la gente las percibe como a ganado
pesado con poca personalidad individual y unas preferencias o
relaciones sociales muy simples. Sin embargo, una revisión de la
literatura científica sobre el comportamiento de las vacas apunta a
unas características cognitivas, emocionales y sociales muy
complejas. Además, cuando se aborda el comportamiento de las vacas,
se realiza casi por completo dentro del marco aplicado de la
producción alimenticia. Así pues, el estudio comparativo básico de
la inteligencia, la personalidad y la socialidad de las vacas goza de
una atención relativamente escasa. En esta revisión, examinamos el
estado actual de conocimientos científicos sobre las vacas dentro de
un marco comparativo objetivo, describiendo sus características
cognitivas, emocionales y sociales. Nuestro propósito es
proporcionar un resumen actualizado, veraz y objetivo de la
psicología de las vacas en sus propios términos y de forma que
facilite una comparación con otros animales mejor documentada.
Además, esperamos que la comprensión de sus capacidades y
características permita conocerlas mejor como individuos.
INTRODUCCIÓN
Las vacas (a menudo
denominadas ganado) representan el tipo más común de los grandes
ungulados domesticados (aunque también hay variedades salvajes).
Pertenecen a la subfamilia Bovinae, y son la especie más extendida
del género Bos, clasificadas colectivamente como Bos
taurus. Las vacas son usadas de múltiples formas en todo el
mundo. Se crían para carne (carne de vacuno), para leche y otros
productos lácteos, y como animales de tiro (bueyes o cabestros que
arrastran carros, arados y otros utensilios). Otros productos
derivados de las vacas incluyen el cuero para el mercado textil y el
estiércol para funciones de abono o combustible. A pesar de, o
quizás debido a su ubicuidad como propiedades de uso, la mayoría de
la gente tiene difícil relacionarse con las vacas en sus propios
términos, es decir, sin los prejuicios creados por su utilidad
social y económica. La mayoría reconoce que el resto de los
animales, incluidas las vacas, poseen la capacidad de experimentar
dolor y emociones básicas. Sin embargo, a pesar de la evidencia
empírica de una facultad emocional, social y cognitiva compleja,
existe aún una gran brecha entre nuestra comprensión y aceptación
de la complejidad emocional e intelectual de nuestras mascotas (es
decir, perros y gatos) y las de los animales de granja o "de
consumo" (Herzog 2010; Joy 2009).
Las vacas
criadas para alimento en granjas industriales experimentan
condiciones angustiosas y poco naturales desde el nacimiento hasta su
muerte (Boris 2011; D'Silva 2006). Por otro lado, una gran cantidad
de estudios han demostrado que, en la ganadería tradicional, las
vacas lecheras y sus terneros sufren angustia por motivo de su
separación (para una revisión, véase Enriquez, Hotzel y Ungerfeld
2011; véase también Johnsen et al.
2015). Los terneros macho se crían en corrales de aislamiento para
producir carne de ternera, el ganado con astas es sometido a
procedimientos de cauterización que producen respuestas conductuales
y fisiológicas de dolor (Stafford y Mellor 2011) y, durante el
transporte al matadero, las vacas sufren rutinariamente de hambre,
sed y lesiones corporales, por nombrar sólo algunas de las
condiciones padecidas de ordinario por estos animales (Knowles,
Warriss y Vogel 2014; Weary, Niel, Flower y Fraser 2006). La mayoría
de estos procedimientos no están dictados por cuestiones de
bienestar ni por necesidades de consumo, sino que están motivados
por el intereses corporativo en la maximización de beneficios
(Gunderson 2013). Además, las vacas, al igual que otros animales de
granja, están siendo utilizadas también para crear órganos
humanos. Dado lo sujetas que están las vacas a todas estas prácticas
altamente invasivas y cosificadoras, la necesidad de comprenderlas
—en
sus propios términos—
ha sido una tarea largo tiempo suspendida.
Este trabajo
representa una revisión científica de lo que sabemos acerca de las
vacas en un intento por ubicar nuestra comprensión de ellas fuera
del marco de su uso como fuente de alimento, ropa, trabajo y órganos.
La sustancial y creciente literatura en torno a la psicología y
riqueza mental de los demás animales está teniendo consecuencias
éticas importantes en cuanto a nuestra relación y trato hacia
ellos. De igual modo, comprender la psicología de las vacas debería
tener un impacto similar en nuestra visión de ellas y su bienestar.
La literatura científica en torno a la psicología y el
comportamiento de las vacas está dominada por temas aplicados que
vinculan sus habilidades conductuales y cognitivas con factores
principalmente relevantes para la ganadería intensiva (por ejemplo,
su capacidad de crecimiento y reproducción). Y dado que este tipo de
contextos aplicados moldean nuestra comprensión de las vacas desde
una perspectiva científica y pública, evaluar objetivamente a las
vacas en sus propios términos y comprender su psicología se torna
aún más importante a fin de poder orientar mejor ese conocimiento
en aras de su bienestar e intereses.
En este documento
revisamos la literatura aplicada y básica en torno a la cognición,
las emociones, la personalidad y la complejidad social de las vacas en
un intento por capturar la gama completa de estudios científicos
disponibles. No es sin embargo una mera revisión exhaustiva de todo
lo que se sabe sobre la psicología y la conducta de las vacas, sino
que se exploran también las capacidades conductuales y cognitivas
demostradas por las vacas y se identifican algunas de las áreas más
acuciadas de futuros estudios. Además, en contraste con los
numerosos libros existentes sobre las vacas y su bienestar desde una
perspectiva de gestión, cría y producción (por ejemplo, Grandin
2015; Moran y Doyle 2015; Weaver 2012), esta revisión se centra en
las características psicológicas y sociales de las vacas como
individuos y bajo sus propios términos —una
perspectiva de común descuido. Al igual que con cualquier grupo
taxonómico, es necesario considerar los factores específicos de la
especie, como la historia evolutiva y las habilidades sensoriales,
para poder interpretar con mayor precisión los hallazgos sobre su
cognición, emocionalidad, socialidad y otras características, y
para establecer también comparaciones mejor sustentadas entre
taxones. Por lo tanto, lo que sigue es una breve descripción de la
evolución, la filogenia y la domesticación de las vacas, así como
lo que sabemos sobre sus sistemas sensoriales.
EVOLUCIÓN
Y DOMESTICACIÓN
Las vacas
han sido domesticadas para uso humano desde el neolítico temprano
(alrededor del 10500 a. C.) a partir de los uros salvajes (Bos
primigenius). La domesticación se
originó en dos lugares principales. Por un lado, Oriente Medio y
Europa, donde nació el linaje taurino, y por otro, el subcontinente
indio, de donde resultó la variedad indicina (McTavish, Decker,
Schnabel, Taylor y Hillis 2013). Aunque las vacas europeas descienden
principalmente de la línea taurina, hubo un flujo de genes entre
ambas en el pasado. Algunos investigadores han sugerido que el ganado
taurino africano deriva de una tercera línea de domesticación
independiente originada a partir de los uros de África del norte. Lo
que está claro es que las vacas domesticadas fueron adquiriendo una
mezcla genética sustancial a medida que se fueron distribuyendo
(Decker et al.
2014). Las poblaciones mestizas se volvieron más fácilmente
reconocibles a partir de la hibridación de Bos
t. indicus y Bos
t. taurus, lo que ocurrió en China,
África y América. Después de su introducción en América a
finales de la década de 1400, los rebaños semisalvajes fueron
sometidos a entre 80 y 200 generaciones de selección principalmente
natural, en contraste con la selección artificial generada por los
humanos en los programas de cría del Viejo Mundo. La compleja
historia de las vacas deja en claro que las vacas actuales son una
mezcla de varios linajes diferentes y sujetos a presiones de
selección tanto naturales como artificiales (Decker et
al. 2014; McTavish et
al. 2013).
SISTEMA
SENSORIAL-PERCEPTIVO
Las
vacas son animales diurnos, y aunque dependen de las cinco
modalidades sensoriales, la visión es su sentido dominante (Adamczyk
et al.
2015). Son animales de presa y, como tales, tienen los ojos ubicados
a los lados de la cabeza, lo que les proporciona un campo de visión
de al menos 330 grados. Sin embargo, su visión binocular se limita a
unos 30-50 grados, y tienen un punto ciego justo en la parte
posterior. Su agudeza visual es alta, pero sus habilidades de
adaptación no están tan desarrolladas como en los humanos (Adamczyk
et al.
2015). Son dicromáticas y distinguen los colores de longitud de onda
larga (rojo, naranja y amarillo) mejor que los de longitud de onda
más corta (azul, verde). Las vacas prestan más atención a los
objetos móviles que a los estáticos y, a menudo, se "asustan"
con los movimientos bruscos (Adamczyk et
al. 2015).
Su rango auditivo va
desde los 23 Hz hasta 35 kHz, y su oído es más agudo que el de los
caballos (Heffner y Heffner 1983). Sin embargo, su umbral promedio de
localización acústica es de 30 grados, lo que las hace menos
hábiles a la hora de localizar sonidos que las cabras (18 grados),
los perros (8 grados) y los humanos (0,8 grados). Su escasa capacidad
para la localización acústica puede hacerlas más inseguras
respecto de la ubicación de los depredadores y, por ello, más
miedosas (Adamczyk et al. 2015).
Las vacas tienen
un sentido del gusto bien desarrollado y capaz de distinguir los
cuatro sabores principales (dulce, salado, amargo y ácido). Poseen
alrededor de 20.000 papilas gustativas. Evitan los alimentos de sabor
amargo (potencialmente tóxicos) y tienen una marcada preferencia por
los alimentos dulces (de alto valor calórico) y salados (de buen
equilibrio electrolítico). Las plantas tienen bajos niveles de
sodio, pero las vacas han desarrollado la capacidad de encontrar la
sal a través del gusto y el olfato. Por otro lado, su sensibilidad
al sabor ácido las ayuda a mantener el equilibrio del pH ruminal
(Ginane, Baumont y Favreau-Peigne 2011).
Las vacas son
macrosmáticas, lo que significa que tienen un sentido del olfato muy
agudo, y poseen órgano vomeronasal, empleando la respuesta Flehmen
(curvar los labios superiores y exponer los dientes frontales durante
varios segundos, inhalando el aire con las fosas nasales cerradas)
para hacer llegar a éste órgano las sustancias olfativas (Adamczyck
et al.
2015). Cuentan también con un intrincando complemento de glándulas
odoríferas, que incluye glándulas interdigitales, infraorbitales,
inguinales y sebáceas. El olfato juega un papel importante en su
vida social, pero su relevancia para la alimentación es menos
conocida. En general, las vacas usan su olfato para ampliar la
información que obtienen de los otros sentidos, pero en el caso de
los comportamientos sociales y reproductivos parece representar una
fuente esencial de información (Phillips 2002). Además, existen
evidencias de que las vacas pueden detectar en la orina de sus
congéneres hormonas asociadas con el estrés (Boissy, Terlouw y Le
Neindre 1998).
Las vacas también son muy sensibles al tacto y
su piel y su hocico están provistos de mecanorreceptores,
termorreceptores y nociceptores. Usan el tacto para determinar la
idoneidad de ciertos alimentos. Son sensibles al dolor, pero, al ser
animales de presa, pueden suprimir ocasionalmente los signos
dolorosos tradicionales para eludir la atención de los depredadores
(Bomzon 2011). No obstante, se han identificado en ellas una serie de
signos confiables de dolor y angustia (Weary et
al. 2006), incluso durante las
manipulaciones típicas de la industria ganadera, como el descornado
(Faulkner y Weary 2000). Curiosamente, aunque las vacas se muestran a
menudo temerosas al hecho de que los humanos las toquen, algunas
formas de contacto físico las tranquilizan, como el rascado detrás
de las orejas (Moran 1993).
MÉTODOLÍA
Realizamos
en primer lugar una búsqueda en la Web of Science Core Collection
usando términos referentes a la inteligencia, la cognición y el
comportamiento, y seguimos después con búsquedas directas online
basadas en Google en todas las principales revistas con revisión por
pares (véase la Tabla 1) usando tanto términos afines como
palabras clave de documentos ya existentes (por ejemplo,
inteligencia, cognición, comportamiento, aprendizaje, memoria,
socialidad, autoconciencia, etc.). También usamos términos de
búsqueda más específicos en la Web of Science dentro de estas
categorías más amplias cuando lo creímos necesario. Además,
utilizamos estos mismos términos para buscar en ScienceDaily
noticias relevantes y artículos revisados por pares. Realizamos a su
vez una búsqueda completa de los sitios web de los principales
autores en estos campos y en torno a todos sus proyectos relevantes.
Por último, buscamos en la sección de referencias de cada uno de
los artículos documentos adicionales de revistas misceláneas (no
enumeradas en la Tabla 1) y nos aseguramos de que la búsqueda
general fuera exhaustiva. Incluimos libros, capítulos de libros,
disertaciones y tesis, así como documentos empíricos y revisiones
(que proporcionaron una descripción e interpretación adicional de
los datos empíricos). Se incluyó literatura tanto de psicología
comparada básica como aplicada. No se aplicaron sobre los artículos
restricciones de tiempo para su inclusión, pero se les dio prioridad
a los artículos más recientes en los casos pertinentes. La sección
de referencias del presente documento muestra la amplitud completa de
las fuentes consultadas.
Dividimos
nuestros hallazgos en cuatro grandes categorías: aprendizaje y
cognición, emociones, personalidad y complejidad
social.
APRENDIZAJE Y
COGNICIÓN
La cognición se
refiere a los mecanismos por los cuales un individuo adquiere,
procesa, almacena y traduce la información, e incluye el
aprendizaje, la memoria y la toma de decisiones (Shettleworth 2010).
La inteligencia se refiere presumiblemente a la calidad de estos
mecanismos en términos de rapidez, profundidad y complejidad. Por
otra parte, existe siempre una interacción entre los procesos
cognitivos de "nivel superior" y aquellos considerados de
nivel más básico (Shettleworth 2010). La literatura científica que
aborda directamente la cognición, el aprendizaje y la memoria de las
vacas es relativamente escasa. Gran parte de nuestra comprensión
actual de la inteligencia de las vacas tiene que inferirse de otras
áreas de estudio, incluida la tocante a la complejidad social y la comunicación
de otros mamíferos. No obstante, aquí haremos un resumen de todo el
cuerpo de conocimientos actuales arrojado desde los estudios
aplicados y básicos en torno a la cognición de las vacas.
Se han realizado
relativamente pocos estudios directos sobre el aprendizaje y la
memoria de las vacas fuera del marco de los estudios aplicados (por
ejemplo, capacitar a las vacas para que accedan a comederos
automáticos, determinar sus preferencias alimentarias, etc.). Sin
embargo, estos estudios proporcionan una ventana a algunos procesos
cognitivos básicos. Además, estas investigaciones demuestran unas
habilidades de aprendizaje rápidas y notables. Las vacas pueden
aprender la ubicación de un comedero después cinco días sometidas
a dos pruebas diarias de diez minutos. Uno de los estudios demostró
su memoria a largo plazo al comprobar que el 77% de las vacas eran
capaces de recordar lo aprendido seis semanas después de que cesaran
las pruebas (Kovalchik y Kovalchik 1986). En un antiguo estudio sobre
condicionamiento auditivo, las vacas aprendieron a responder
adecuadamente al sonido de una alarma al cabo de siete ensayos
(Kiley-Worthingthon y Savage 1978). Otro estudio de aprendizaje
asociativo reveló que las vacas tienen la capacidad de aprender de
forma rápida (al cabo de unas pocas sesiones) una asociación entre
un estímulo acústico no aversivo y la descarga eléctrica de una
cerca virtual, siendo capaces de retener lo aprendido sin ayuda de
indicadores añadidos (Lee et al.
2009). Baldwin y Start (1978, 1981) demostraron que los terneros
pueden aprender a empujar con sus hocicos una abertura a fin de
interrumpir un haz de luz que enciende o apaga las luces del
alojamiento. Los terneros con deficiencia de sal han demostrado la
capacidad de aprender a presionar un panel para acceder a soluciones
de sodio (Sly y Bell 1979, 1981).
Con el fin de descubrir su
capacidad para extrapolar la ubicación de los objetos en
movimiento, las vacas fueron sometidas a una prueba conocida como
test de Krushinsky. Los sujetos van siguiendo un carro de comida que
se mueve lentamente y del que van comiendo. Si cuando el carro se
mete en un túnel, perdiéndose así de vista (una forma de
desplazamiento invisible), los sujetos se desplazan hasta al extremo
más alejado del túnel para esperar la salida del carro, entonces
queda demostrada su capacidad para inferir los movimientos futuros
del carro a partir de su trayectoria anterior. Las vacas son capaces
de superar con éxito esta prueba, aunque no con tanta consistencia
como los cerdos y las cabras (Albright, Kilgour y Whittlestone 1982).
Una de las áreas más
desconocidas en torno a la cognición de las vacas es la permanencia
del objeto, evocadas en estudios como el anterior. Pero, si bien es
cierto que las habilidades cognitivas reflejadas en pruebas como el
test de Krushinsky se parecen a la permanencia del objeto, hasta la
fecha no se han publicado estudios que prueben de verdad la
permanencia del objeto en vacas. La permanencia del objeto es una
habilidad cognitiva vital que subyace a otras capacidades complejas,
como la abstracción, la predicción del tiempo y el espacio, y la
toma de perspectiva (Liberman y Trope 2014). Determinar de qué nivel
de permanencia del objeto son capaces las vacas y otros animales es
importante a la hora de interpretar sus dotes en áreas que parecen
depender de la representación mental o la formación de constructos
de orden superior, cosa que abordaremos a continuación (Liberman y
Trope 2014).
DISCRIMINACIÓN
DE OBJETOS, FORMAS E INDIVIDUOS DE OTRAS ESPECIES
Muchos
estudios sobre el comportamiento de las vacas investigan su facultad
de discriminación, es decir, su capacidad para aprender y reconocer
la diferencia entre dos estímulos distintos. El aprendizaje por
discriminación de objetos implica la capacidad de aprender a
discriminar estímulos u objetos sobre la base de sus atributos y a
través de un reforzamiento diferencial (Kehoe 2008). La
discriminación de objetos es indudablemente esencial para otras
formas de aprendizaje y cognición. Hace posible la formación de
categorías y conceptos; habilidades que, a su vez, pueden
proporcionar un pilar cognitivo para otras capacidades complejas.
Todos los animales poseen cierta facultad para aprender a discriminar
objetos, desde la discriminación de estímulos concretos simples
hasta conceptos más complejos e incluso abstractos.
Muchos son los
mamíferos, desde los roedores hasta los primates nohumanos, capaces
de practicar discriminaciones bastante complejas (Fagot 2000;
Matsuzawa 2001; Zentall y Wasserman 2006). Los perros, por ejemplo,
pueden clasificar fotografías en color de distintos estímulos
naturales (Range, Aust, Steurer y Huber 2008). La discriminación de
objetos complejos ha sido demostrada de igual modo en otros animales
de granja (por ejemplo, en los cerdos, Sus
scrofa; Croney, Adams, Washington y
Stricklin 2003; Hemsworth, Verge y Coleman 1996; Tanida y Nagano
1998). Las palomas (Columbia livia)
y otras aves también han demostrado ser capaces de clasificar y
diferenciar varios estímulos distintos (por ejemplo, Huber,
Apfalter, Steurer y Prossinger 2005).
Las vacas pueden
realizar discriminaciones entre una amplia variedad de estímulos.
Bajo los paradigmas del condicionamiento operante, las vacas pueden
discriminar entre formas geométricas (Baldwin, 1981), colores
(Gilbert y Arave, 1985), tamaños (Rehkämper y Görlach, 1997), e
incluso estímulos que difieren tanto en brillo como en tamaño
(Schaeffer y Sikes 1970). No obstante, las vacas han demostrado ser
capaces de discriminaciones aún más complejas que las referentes a
meros estímulos geométricos estáticos. Por ejemplo, pueden
discriminar entre individuos humanos a partir de distintos factores
de medición. Uno de ellos es la manipulación. Los terneros y las
vacas adultas reflejan respuestas aprendidas de miedo hacia aquellos
humanos que los han manipulado con anterioridad (Hotzel, Machado
Filho, Yunes y Silveira 2005; Munksgaard, de Passillé, Rushen,
Thodber y Jensen 1997). Las vacas adultas tienen la capacidad de
aprender a diferenciar a los manipuladores aun cuando estos emplean
la misma ropa. En un estudio, a las vacas se las enseñó a presionar
sus narices contra la muñeca derecha de un manipulador para obtener
una recompensa alimenticia. El experimento contaba con dos
manipuladores distintos, uno que respondía a los sujetos dándoles
comida y otro que no. Las vacas aprendieron a acercarse a la persona
que les daba comida con mucha mayor frecuencia que a aquella que no
lo hacía (Taylor y Davis 1998). Esta capacidad para el aprendizaje
asociativo garantiza habilidades aún más complejas en otras áreas,
como la discriminación de congéneres dentro de un contexto social
(discutido a continuación).
DISCRIMINACIÓN
DE CONGÉNERES
La
capacidad de discriminar entre individuos es esencial para las
relaciones sociales, las jerarquías y las reacciones diferenciales
entre individuos conocidos y desconocidos. Es lo que subyace en las
características sociales más complejas de las vacas que se
describen más adelante. La discriminación individual no es lo mismo
que el más complejo reconocimiento individual, definido como la
representación mental de las características de identificación de
un individuo, pero sí que es uno de sus requisitos previos. De este
modo, es de lógica comenzar a investigar las habilidades generales
de reconocimiento social de una especie partiendo de su habilidad
para la discriminación individual. Son muchos los animales que
pueden hacer discriminaciones individuales, incluidos los perros
(Molnár, Pongrácz, Faragó, Dóka y Miklósi 2009), los elefantes
(Loxodonta africana;
McComb, Moss, Sayialel y Baker 2000) y los cerdos (de Souza, Jansen,
Tempelman , Mendl y Zanella 2006). Esta facultad no sólo permite
distinguir a alguien emparentado de alguien no emparentado y a alguien extraño de alguien conocido, sino también aquellas
discriminaciones más depuradas de identificación individual que se
dan dentro de las redes sociales.
Existe una
cantidad sustancial de literatura que demuestra que las vacas pueden
discriminar a sus congéneres bajo una amplia diversidad de
circunstancias. En el paradigma de un laberinto en Y, los novillos
pueden aprender rápidamente (en unos pocos ensayos) a distinguir a
los congéneres conocidos y retener esa información durante al menos
doce días (Hagen y Broom 2003). Los novillos pueden a su vez
aprender a reconocer a vacas individuales aun cuando los individuos
difieren en familiaridad al comienzo de la prueba (Coulon,
Delatouche, Heyman y Baudoin 2009). Pueden también distinguir a los
miembros de su propia especie de los de otras especies (perros,
ovejas, caballos y cabras). Para esta prueba se aseguro de que no pudieran servirse de
las características distintivas más simples de las vacas
controlando las cantidad de superficies en blanco y negro, el tamaño
de las cabezas y otros aspectos visuales. Esta tarea en particular
requiere de una habilidad compleja para la categorización, ya que a
los sujetos les fueron mostradas también vacas de distintas razas y,
por lo tanto, con diferentes fenotipos. A pesar de ello, en apenas
unas pocas sesiones las vacas pudieron discriminar entre fotografías
que reflejaban rostros diferentes de vacas y rostros de otras
especies. Estos resultados demuestran que las vacas pueden
categorizar la "uniformidad" de los rostros de las vacas
como un grupo separado de los rostros de otras especies incluso en
condiciones de variabilidad fenotípica (Coulon et
al. 2007). En un estudio posterior,
Coulon, Baudoin, Heyman y Deputte (2011) comprobaron que los novillos
pueden distinguir a las vacas conocidas de las desconocidas de entre
una muestra de imágenes faciales bidimensionales. El estudio
proporcionó también resultados que sugieren que las vacas
categorizan lo conocido y lo desconocido en una fase muy temprana de
la prueba y que interpretan las imágenes como representaciones
metales de los individuos reales. Los novillos sin contacto previo
con fotografías se decantaban de inmediato por las imágenes de
congéneres conocidos. Esto les sugirió a los autores que los
novillos emplean imágenes mentales almacenadas a partir de
antiguas interacciones sociales como representaciones de los
individuos reales. Las pruebas de control fueron congruentes con esta
interpretación. Además, el hecho de que en los experimentos sólo
se emplearan fotografías sugiere que las vacas poseen una capacidad
de discriminación visual sofisticada e independiente de los
mecanismos quimiosensoriales.
COGNICIÓN
ESPACIAL
La cognición
espacial (aprendizaje y memoria) se refiere a la capacidad de
adquirir, recordar, organizar y utilizar información sobre aspectos
espaciales del entorno, como orientarse y aprender a discriminar y
priorizar la ubicación de los objetos. Algunas formas de aprendizaje
espacial dependen de una representación mental fruto de la memoria a
corto y largo plazo, pudiendo servir de base para complejos mapas
cognitivos del entorno y muchos otros comportamientos estratégicos
sociales y no-sociales dados en acciones tales como la búsqueda de
alimento y la migración. Se conoce bien lo complejas que son las
habilidades espaciales de las aves que almacenan comida (Balda y
Kamil 2002; Shettleworth 2002), y muchos otros taxones exhiben
también sofisticadas capacidades espaciales para la navegación y el
forrajeo, incluidos los roedores (Bird, Roberts, Abroms, Kit y Crupi
2003) y los peces (Brown 2015). Los perros también demuestran
complejas capacidades espaciales de orientación y búsqueda, lo que
sugiere que emplean mapas cognitivos (véase la revisión de Bensky,
Gosling y Sinn 2013). Esto también puede ser cierto en el caso de
los cerdos (véase la revisión de Marino y Colvin 2015). Los
chimpancés y otros primates nohumanos también poseen sofisticadas
capacidades de aprendizaje y memoria espacial, en algunos casos a la
par con los humanos de cuatro años de edad (por ejemplo, Garber y
Dolins 2014).
Los animales que
pastan, como las vacas y las ovejas, se desempeñan muy bien en las
pruebas de laberinto, lo que indica que tienen buena memoria
espacial, algo útil para pacer con una eficiencia óptima. Esta
conclusión está respaldada por un cuerpo de evidencias bastante
sustancial. En una prueba de campo cerrado configurada para medir la
capacidad de orientación en un laberinto de Hebb-Williams, las vacas
obtuvieron resultados tan favorables como los cerdos, las ovejas, las
cabras y los perros (Kilgour 1981). Bailey, Rittenhouse, Hart y
Richards (1989) realizaron dos estudios para examinar la memoria
espacial de las vacas. En el primero, el rendimiento de los novillos
fue evaluado en laberintos radiales y paralelos de varios niveles de
complejidad. En el segundo, se examinó el curso temporal de su
memoria espacial. Los autores descubrieron que aquellos sujetos que
aprendían los laberintos de manera eficaz tenían la capacidad de
asociar varios lugares diferentes con la comida y retener ese
conocimiento hasta pasadas 8 horas. Los autores sugirieron el empleo
de señales visuales, pero no pudieron controlar todos los factores
involucrados en la tarea. Además, cuando tienen oportunidad, las
vacas suelen emplear estrategias de búsqueda sistemáticas al estilo
de senderos no aleatorios que disminuyen la distancia recorrida
respecto de las fuentes de alimentación, y ajustan los patrones de
búsqueda dependiendo de si los alimentos están agrupados o
dispersos. La memoria y las estrategias les ayudan a optimizar la
eficiencia alimenticia (Laca 1998).
Otros estudios respaldan
la idea de que las vacas tienen una gran capacidad para la memoria
espacial. Ksiksi y Laca (2002) descubrieron que los novillos
recordaban la ubicación de los cuencos de comida durante al menos 48
horas. Algunas vacas no sólo son capaces de memorizar laberintos
simples o la ubicación de un alimento en el campo, sino que también
pueden aprender a atravesar un laberinto complejo (con múltiples
brazos) cuando se les brinda la oportunidad de un aprendizaje
paulatino. Una vez aprendida, pueden recordar la
configuración del laberinto durante un mínimo de 6 semanas (Hirata,
Tomita y Yamada 2016). Además, también pueden recordar la
asociación entre una señal visual (una tinaja de plástico) y una
recompensa alimenticia durante al menos un año (Hirata y Takeno
2014).
RESUMEN
SOBRE EL APRENDIZAJE Y LA COGNICIÓN DE LAS VACAS
Existes evidencias
suficientes que demuestran que las vacas poseen una capacidad para
discriminar y unas habilidades cognitivas espaciales bien
desarrolladas, así como que están facultadas para el aprendizaje
complejo y la memoria a larga plazo. Son capaces de hacer
discriminaciones entre estímulos complejos (humanos y congéneres).
No obstante, y en términos generales, son precisas investigaciones
básicas añadidas que estudien de forma directa las habilidades
cognitivas y de aprendizaje de las vacas en una gama más amplia de
dominios. Por ejemplo, sería interesante que se realizaran estudios
sobre la permanencia del objeto, así como que se ampliara la
literatura comparada con otras especies. También merecería la pena
abordar otras áreas como la numerosidad, el aprendizaje continuado y
la percepción del tiempo.
EMOCIONES
El
concepto de emoción es complejo y comparte "límites difusos"
con otros aspectos de la psicología general. Las emociones
comprenden procesos subjetivos conductuales, neurofisiológicos,
cognitivos y conscientes (Mendl y Paul 2004; Paul, Harding y Mendl
2005), pudiendo moldear la atención, la toma de decisiones y la
memoria. Las emociones mismas están influenciadas por factores tales
como la conciencia situacional y la sensibilidad hacia las
experiencias ajenas. Las emociones y la cognición se encuentran a
menudo íntimamente conectadas en la forma de una interacción
compleja (por ejemplo, los recuerdos puede generar emociones intensas
y éstas, a su vez, modular las respuestas a los estímulos; Mendl,
Burman, Parker y Paul 2009; Ohl, Arndt y van der Staay 2008; Paul et
al. 2005).
Hoy en día está bien
aceptada la idea de que muchos animales nohumanos experimentan
emociones básicas (si bien no lo está tanto la idea de que poseen
emociones complejas). Este es particularmente el caso en los
mamíferos, a pesar de que gran parte de la imagen queda aún por
completar en términos de detalle y distribución taxonómica (Bekoff
2005; Panksepp 2004). Muchos estudios dedicados a las emociones de
los demás animales se refieren sin embargo a "estado afectivo"
o "afecto nuclear", es decir, la terminología difiere de
la empleada en la literatura dedicada a las emociones humanas
(Fraser, Weary, Pajor y Milligan 1997). La relación entre el afecto
y la emoción es compleja y contiene una serie de componentes
teóricos que aún se siguen discutiendo (Barrett 2012).
Los estudios sobre las
emociones de las vacas, como en el resto de animales, tienden a
centrarse sólo en dos dimensiones fácilmente identificables, a
saber, la valencia (positiva/negativa o agradable/desagradable) y la
intensidad (débil/fuerte), que varían con independencia la una de
la otra. Es razonable argumentar que el énfasis puesto en estos
aspectos unidimensionales básicos de las emociones de los otros
animales se debe más a nuestras propias presunciones sobre su
naturaleza y a las limitaciones de su medición que a una falta real
de complejidad y sutileza (Désiré, Boissy y Veissier 2002). Además,
como las emociones tienen componentes cognitivos, conductuales,
autónomos y subjetivos que se correlacionan entre sí, existen
formas establecidas de identificar emociones en otros animales por
medio de la medición directa de uno o varios de estos elementos y la
inferencia posterior de la presencia de los restantes.
La literatura sobre las
emociones de las vacas y otros animales de granja es sustancial, y
confirma no sólo que las experimentan en un amplio abanico de
formas, sino también que algunas de sus respuestas son bastante
complejas. Las emociones básicas son los pilares de habilidades más
complejas y sofisticadas. Por ello, haremos una breve revisión de
ellas a continuación. Los fenómenos psicológicos más complejos,
como el sesgo cognitivo y el contagio emocional, se exploran después
con más profundidad, ya que sugieren la capacidad de fenómenos
mentales más sofisticados, como la empatía.
ESTADOS
EMOCIONALES POSITIVOS Y NEGATIVOS
Los
estudios indican que las vacas expresan sus estados subjetivos
internos con múltiples cambios conductuales y fisiológicos. Existen
numerosos estudios en torno a sus respuestas de miedo y ansiedad. Uno
de los paradigmas más usados con las vacas a la hora de probar su
miedo es el test de Campo Abierto (o test de Arena). Las vacas
revelan respuestas demostrables de miedo cuando se enfrentan a
situaciones de tal naturaleza, como un aumento de la latencia a
entrar en un recinto, defecaciones, vocalizaciones e intentos por
escapar, pero las respuestas de miedo bajo este paradigma no están
demasiado correlacionadas con el miedo expresado en otras
situaciones. Esto demuestra que las respuestas de miedo de las vacas
están formadas por factores diversos y complejos, y que la idea de
un "miedo general" es una burda simplificación (Forkman,
Boissy, Meunier-Salaun, Canali y Jones 2007). Parece lógico sostener
que se producen niveles similares de simplificación a la hora de
interpretar las respuestas emocionales positivas. Se ha de tener en
cuenta esta conclusión al revisar la medida de otras emociones de
las vacas (véase más abajo).
PORCENTAJE
DE BLANCO OCULAR
La
relación entre los cambios en el porcentaje de blanco ocular y las
emociones de las vacas ha representado un enfoque de investigación
significativo en los últimos años. El porcentaje de blanco visible
en los ojos aumenta cuando la vaca eleva su párpado superior, y el
músculo responsable de ello está controlado por los axones
simpáticos posganglionares vinculados con las emociones (Sandem y
Janczak 2006). Los cambios en el porcentaje de blanco ocular se
conceptualizaron en su inicio como expresiones de excitación
general, pero ahora se consideran indicadores de valencia emocional.
Proctor y Carder
(2015b) examinaron si el porcentaje de blanco visible en los ojos era
una medida de un estado positivo y una baja excitación. Tomaron
muestras focales de trece vacas lecheras durante sesiones de caricias
suaves. El porcentaje de blanco ocular visible disminuyó durante el
estado positivo y fue significativamente inferior a los porcentajes
previos y posteriores a la prueba. Los autores concluyeron que el
blanco visible en los ojos de las vacas era un indicador válido de
excitación emocional positiva.
Un estudio anterior investigó
los cambios en el blanco ocular de 24 vacas lecheras seleccionadas al
azar a partir de un eje de frustración-satisfacción. Las vacas se
dividieron en dos grupos de doce individuos. Un grupo estuvo expuesto
a un estímulo frustrante representado por una caja rectangular de
madera que contenía comida pero que estaba cubierta con plexiglás.
Las vacas podían ver y oler la comida a través de unos agujeros
pequeños, pero no podían acceder a ella. El otro grupo de vacas fue
expuesto a una caja de madera abierta con comida en su interior. Las
vacas expuestas al estímulo frustrante tenían un mayor porcentaje
de blanco ocular visible que las vacas expuestas al estímulo
agradable. El aumento del blanco ocular también se correlaciona con
los indicadores conductuales de frustración, que incluyen
agresividad, estereotipias, vocalizaciones y sacudidas de cabeza
(Sandem, Braastad y Bøe 2002).
Las madres vacas que
son separadas de sus terneros también muestran un aumento del blanco
ocular, además de otros signos conductuales de frustración. Su
porcentaje de blanco ocular disminuye significativamente cuando se
reúnen con sus terneros (Sandem y Braastad 2005). Los trabajos
llevados a cabo hasta la fecha sugieren que el porcentaje de blanco
ocular es un indicador emocional elocuente, asociándose los
porcentajes mayores con el miedo y la frustración y los menores con
los sentimientos positivos.
OTRAS
MEDIDAS: LAS TEMPERATURA NASAL, LA POSICIÓN DE LAS OREJAS Y LA
FRECUENCIA CARDÍACA
La
temperatura corporal periférica también ha sido identificada como
un indicador de los estados emocionales subjetivos de los mamíferos
nohumanos. En las vacas, esto es algo que se ha estudiado midiendo la
temperatura de la nariz. Proctor y Carder (2015a) investigaron los
efectos que tenía en la temperatura nasal de las vacas la inducción
de un estado emocional positivo y de baja excitación. El estado
positivo fue inducido por medio de caricias que simulaban un
acicalado sobre las zonas predilectas de las vacas, una actividad
que se ha demostrado que las induce a la relajación y a una baja
frecuencia cardíaca. El acariciado resultó en una disminución
significativa en la temperatura nasal promedio. Dado que algunas
investigaciones anteriores habían sugerido que los estados
emocionales negativos daban como resultado una disminución de la
temperatura corporal periférica, estos hallazgos sugirieron que los
estados emocionales positivos pueden conducir por igual a un cambio
en la temperatura corporal periférica que los estados emocionales
negativos (Proctor y Carder 2015a).
La posición de las orejas
también puede servir de indicador del estado emocional de las vacas.
Proctor y Carder (2014) analizaron si la posición de las orejas
podía predecir el estado emocional positivo de un grupo de 13 vacas
a quienes les fue ofrecido un estímulo placentero en forma de
caricias suaves por parte de un investigador humano al que estaban
habituadas. Los investigadores completaron un total de 381
observaciones focales en periodos de quince minutos. Cada muestra de
quince minutos incluía cinco minutos de observaciones de referencia,
cinco minutos de caricias agradables y cinco minutos de observaciones
posteriores. Luego se analizaron los vídeos para determinar la
cantidad de tiempo que permanecían las orejas de las vacas en cuatro
posiciones previamente identificadas. Las posiciones relajadas, que
son aquellas en que las orejas se inclinan hacia atrás o quedan
colgadas a los lados, se mostraban durante más tiempo en el momento
de las caricias que antes y después de ellas. Las posiciones menos
relajadas, aquellas en que las orejas se ponen erguidas o se inclinan
hacia delante, tenían una probabilidad mayor en los momentos previos
y posteriores. Además de ello, las posturas relajadas eran a su vez
más frecuentes en el momento posterior a las caricias que en el
momento previo (Proctor y Carder 2014).
En cuanto a medidores
fisiológicos, aunque la frecuencias cardíaca se emplea a menudo
como un indicador de respuestas emocionales, su confiabilidad puede
llegar a ser pequeña. A pesar de ello, la variabilidad de la
frecuencia cardíaca de las vacas se revela como un importante
indicador fisiológico de angustia (Mohr, Langbein y Nürnberg 2002).
Si bien es cierto que se requieren estudios de confirmación
adicionales, los habidos hasta ahora sugieren que las vacas
proporcionan importantes indicadores conductuales y fisiológicos de
sus estados emocionales internos.
JUEGO
El
comportamiento lúdico (o la falta del mismo) también puede actuar
como indicador de estados emocionales positivos y negativos (Held y
Spinka 2011). Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la conducta de
juego (que puede adoptar la forma de juego con objetos, juego social
o juego locomotor) es cualquier cosa menos simple. El juego está
relacionado con la curiosidad y la innovación y, por ello, forma la
base de algunas de las habilidades sociales y motoras más complejas
(Bateson, Bateson y Martin 2013), tanto en humanos como en el resto
de los animales. Expresa también una adecuada interacción con el
entorno y los demás. La mayoría de los mamíferos practican el
juego (Burghardt 2005; Holloway y Suter 2004), así como algunas aves
(Emery y Clayton 2015), anfibios, reptiles, peces (Burghardt 2015) e
invertebrados (Zylinski 2015). El juego es más predominante en los
individuos jóvenes. La conducta lúdica está asociada con la
liberación de endorfinas (Boissy et al.
2007), y los juegos sociales en particular son un potente
incentivador del aprendizaje experiencial (Humphreys y Einon 1981;
Trezza, Baarendsem y Vanderschuren 2010).
Las vacas practican
todas las formas de juego conocidas en los mamíferos, tales como
juegos con pelotas, brincos y carreras, así como juegos sociales
incluso con miembros de otras especies. Los terneros empiezan a
practicar juegos de peleas, acicalados sociales y otras actividades
lúdicas alrededor de la segunda semana de vida, alcanzando su punto
álgido a la edad de cuatro meses (Reinhardt, Mutiso y Reinhardt
1978). La conducta de juego de las vacas es, como en otros mamíferos,
un reflejo de sus circunstancias. Por ejemplo, cuando los terneros
son liberados del confinamiento aumentan su frecuencia de galopes y
coces (formas de juego locomotor) (Jensen 1999). Del mismo modo, el
alojamiento en parejas y una mejor asignación de leche aumentan su
comportamiento lúdico (Jensen, Duve y Weary 2015). En este último
estudio, se apreció un mayor índice de juego locomotor en los
novillos alojados en parejas que en los del grupo de control,
mientras que el juego social, como los juegos de lucha, sólo fue
observado en los primeros. Los alojamientos compartidos y las dietas
mejoradas actúan de forma sinérgica en la predisposición al juego
y, por lo tanto, en el bienestar (Jensen et al. 2015). Por
contra, el destete precoz y la reducción de leche redujeron la
conducta lúdica de los terneros (Krachun, Rushen y de Passillé
2010). De forma poco sorprendente, el dolor, en varias de sus formas,
disminuye el comportamiento de juego en las vacas (Mintline et al.
2013). Así pues, las vacas privadas de sus necesidades o sujetas a
situaciones negativas muestran una reducción del juego, mientras que
un aumento del mismo expresa los efectos de un estado de bienestar.
EMOCIONES
COMPLEJAS
Las
experiencias emocionales complejas se definen en el contexto de este
artículo como aquellas respuestas emocionales que interactúan con
otras características mentales, como la cognición y la socialidad.
Las cuatro áreas a revisar son 1) las reacciones emocionales al
aprendizaje, 2) el sesgo cognitivo, 3) el contagio emocional y 4) la
amortiguación social. Estas experiencias emocionales más complejas
sugieren la posibilidad de que las vacas posean capacidades
psicológicas de gran sofisticación, como la autoconciencia y la
empatía.
REACCIONES
EMOCIONALES AL APRENDIZAJE
Las
reacciones emocionales al aprendizaje se refieren a los efectos
emocionales producidos por la mejora en una tarea, siendo
independientes de las reacciones suscitadas por la propia recompensa.
En otras palabras, las reacciones emocionales al aprendizaje tienen
que ver con la excitación y la emoción positiva que se genera al
darse uno cuenta de que está controlando una situación particular y
acercándose a una meta dada. Hablamos pues del entusiasmo que puede
crearle a un individuo el hecho de empezar a controlar el acceso a
una recompensa. Se ha argumentado que este tipo de experiencia
emocional compleja se basa en cierto nivel de autoconciencia, como la
autorreferencia o la autoagencia (Hagen y Broom 2004). Hagen y Broom
(2003) observaron en las vacas posibles signos de placer y excitación
(a saber, un mayor contacto e interés hacia uno de los
experimentadores humanos) en el momento en que realizaban con éxito
una prueba de discriminación. En una prueba más directa de esta
hipótesis, a unos novillos les fue enseñada una tarea paradigmática
de control uncido en la que dos grupos recibían una recompensa pero
sólo uno de ellos podía controlar su entrega. Alcanzaron un
rendimiento satisfactorio confiable al cabo de doce ensayos. Los
sujetos experimentales dieron muestras de una mayor excitación que
los sujetos de control, no sólo en general, sino también en cuanto
a la relación temporal respecto del aprendizaje operante. Debido a
que tanto el grupo experimental como el grupo de control percibían
las signos de la proximidad de la recompensa, es improbable que las
diferencias se deban a la sensibilidad hacia las señales. Los
autores especularon que el aumento de la excitación en el grupo
experimental fue el resultado directo de la mejora en su desempeño,
lo que sugiere que estaban reaccionando emocionalmente a una
sensación de autoeficacia. Estos hallazgos tienen implicaciones
sugerentes en cuanto a la autoconciencia de las vacas.
SESGO
COGNITIVO
El sesgo
cognitivo, el efecto que las emociones negativas y positivas tienen
sobre el juicio y el desempeño cognitivo, ha sido un área de
creciente interés en el ámbito de la psicología comparada.
Los sesgos negativos
suceden cuando se responde negativamente a los estímulos ambiguos
como resultado de alguna experiencia emocional negativa previa, y, de
igual modo, los sesgos positivos comprenden los efectos que tienen
sobre la cognición las experiencias emocionales positivas. El sesgo
cognitivo ha sido comparado con el optimismo y el pesimismo, lo que
sugiere un vínculo con estados emocionales complejos, tanto en
humanos como en nohumanos. El sesgo ha sido demostrado en un amplio
número de animales nohumanos, incluidos los estorninos (Sturnus
vulgaris; Matheson, Asher y Bateson
2008), las ovejas (Ovis aries;
Doyle, Fisher, Hinch, Boissy y Lee 2010), los cerdos (Douglas,
Bateson, Walsh, Bédué y Edwards 2012), los perros (Brooks et
al. 2010), los monos capuchinos (Cebus
apella; Pomerantz, Terkel, Suomi y
Paukner 2012), los delfines mulares (Tursiops
truncatus; Clegg , Rödel y Delfour
2017), y las abejas (Apis mellifera;
Bateson, Desire, Gartside y Wright 2011).
Las emociones
negativas también parecen influir en el juicio de los terneros. Los
terneros Holstein muy jóvenes mostraron un sesgo negativo durante al
menos las 22 horas siguientes a una cauterización con un hierro
candente; las probabilidades de que se aproximasen a los colores
ambiguos de una pantalla se redujeron a lo largo de dos sesiones
posteriores al procedimiento (Neave, Daros, Costa, von Keyserlingk y
Weary 2013). Un segundo estudio examinó la habilidad de 13 terneros
Holstein criados junto a sus madres para discriminar los colores rojo
y blanco reflejados en un monitor. Los terneros recibían una
recompensa si se acercaban al color blanco y se mantenían alejados
del color rojo. En algunos ensayos les fueron presentados también
algunos estímulos ambiguos, distintos del blanco y el rojo. Antes de
ser separados de sus madres, los terneros respondían a estos
estímulos ambiguos como si fuesen blancos (es decir, como si fuesen
estímulos positivos a los que debían acercarse) en el 72% de las
ocasiones. Sin embargo, después de la separación, esta respuesta se
redujo al 62%, a pesar de que su reacción al blanco y al rojo siguió
siendo la correcta. Estos resultados sugieren que, al igual que los
humanos, las vacas angustiadas exhiben un sesgo de respuesta
relativamente más negativo hacia los estímulos ambiguos (Daros,
Costa, von Keyserlingk, Hötzel y Weary 2014).
CONTAGIO
EMOCIONAL
Las
emociones tienden a influir sobre más de un individuo dentro de un
grupo. Además, pueden compartirse a través de un proceso conocido
como contagio emocional, que ocurre cuando se excita la emoción de
alguien como resultado de presenciar la misma emoción expresada en
otro individuo (Hatfield, Cacioppo y Rapson 1993). Algunos
investigadores consideran que el contagio emocional es una forma
básica de empatía, la capacidad de sentir un estado emocional ajeno
bajo la perspectiva del otro (de Waal 2008). El contagio emocional
puede que sea el nivel de empatía filogenéticamente más antiguo y
el componente básico de su forma más compleja, ya que es difícil
imaginar la capacidad de empatizar sin la facultad de compartir o
imitar la experiencia emocional a algún nivel. De Waal (2008)
sugiere que el contagio emocional forma la base de la preocupación
simpática (que implica cierta toma de perspectiva) y, en última
instancia, de un altruismo basado en la empatía. Siguiendo esta
línea de razonamiento, es importante determinar si una especie es
capaz de contagio emocional a fin de descubrir su capacidad para
fenómenos de orden superior, como la empatía y la compasión.
El contagio emocional,
al igual que otros mecanismos psicológicos semejantes, tiene como
objetivo último proporcionar a los animales sociales un medio por el
que comunicar circunstancias que pueden afectar a todo el grupo para
poder así responder en consecuencia. El contagio emocional ha sido
demostrado en muchos de aquellos taxones que forman sociedades
complejas, como los perros (Joly-Mascheroni, Senju y Shepherd 2008),
los lobos (Canis lupus; Romero, Ito, Saito y Hasegawa 2014), los
grandes simios (Anderson, Myowa-Yamakoshi y Matsuzawa 2004; Palagi,
Norscia y Demuru 2014) y los cerdos (Reimert, Bolhuis, Kemp y
Rodenburg 2013, 2014).
Una serie de
estudios sobre una forma de contagio emocional mediado por señales
olfativas ha demostrado que, cuando las vacas están expuestas a
congéneres estresados, muestran respuestas pronunciadas de estrés,
como una disminución de su ingesta alimenticia y una liberación
mayor de cortisol. Estas respuestas estuvieron en parte inducidas por
el olor de la orina (Boissy et al.
1998).
AMORTIGUACIÓN
SOCIAL
Los mamíferos
sociales no son individuos que se limiten a mantenerse cerca los unos
de los otros. Bien al contrario, están sujetos a una estrecha
interacción con su grupo social. Así como el contagio emocional
ilustra la conexión de los individuos dentro de estos grupos
sociales, el amortiguamiento social es un fenómeno que ejemplifica
el importante rol emocional que desempeña el grupo para muchas
especies de mamíferos, incluidas las vacas. El amortiguamiento
social hace referencia a la forma en que muchos animales sociales
mitigan su respuesta a las tensones negativas cuando se hayan en
presencia de congéneres (Kikusui, Winslow y Mori 2006). Y si bien es
cierto que el contagio emocional puede hacer también que el estrés
aumente cuando un individuo se expone a un congénere altamente
estresado, para la mayoría de los mamíferos sociales la sola
presencia de un congénere calmado resulta tranquilizadora. Asimismo,
a los mamíferos sociales les resultan muy estresantes las
situaciones de aislamiento social (Kikusui et
al. 2006).
El
amortiguamiento social ha sido demostrado desde los humanos
(Thorsteinsson, James y Gregg 1998) hasta muchas especies de primates
nohumanos como los macacos Rhesus (Macaca
mulatta; Gilbert y Baker 2011),
pasando por las cobayas (Cavia
porcellus; Hennessy, Maken y Graves
2000) y las gallinas (Gallus gallus;
Edgar et al.
2015). Como mamíferos altamente sociales que son, las vacas revelan
una fuerte respuesta a sus circunstancias sociales, demostrando que
el aislamiento social les es muy angustiante y manifestando
respuestas consistentes de protección social cuando están
acompañadas.
Las pruebas
llevadas a cabo con toros empleados por la industria cárnica
muestran que sus niveles de estrés en los momentos previos al
sacrificio son menores si gozan de contacto visual o físico con los
miembros de su grupo social, así como que estos efectos estaán
asociados con las cohesiones del grupo (Mounier, Veissier, Andanson,
Delval y Boissy 2006). Otros estudios han confirmado que el mero
contacto visual puede actuar como un amortiguador social efectivo en
el estrés de las vacas (Boissy y Le Neindre 1990; Grignard, Boissy,
Boivin, Garel y Le Neindre 2000). Del mismo modo, las vacas
estresadas tienden a buscar a otras vacas no-estresadas (Ishiwata,
Kilgour, Uetake, Eguchi y Tanaka 2007), presumiblemente con objeto de
aliviar su propio estrés.
Los terneros buscan
activamente la compañía de otros animales (Holm, Jensen y Jeppeson
2002), lo que sugiere que la presencia de otros congéneres jóvenes
les reporta beneficios de apoyo social (Færevik, Jensen y Bøe
2006). A diferencia de las vacas adultas, los terneros prefieren el
contacto físico completo antes que un simple contacto indirecto
entre rediles (Holm et al.
2002). Pero entre las vacas adultas, incluso un estímulo "social"
artificial y puramente visual, como un espejo, puede ser una fuente
de amortiguación social. Los novillos colocados ante un espejo
frontal (es decir, en frente de "otra" vaca) muestran una
frecuencia cardíaca menor que aquellos colocados junto a un espejo
lateral o sin espejos (Piller, Stookey y Watts 1999). (En cualquier
caso, y en términos generales, los efectos de la amortiguación
social son bastante notables tanto en terneros como en vacas adultas,
demostrándose que los factores que intervienen en la moderación de
sus estados emocionales son de una gran complejidad [Rault 2012]).
Existen
numerosos estudios que muestran efectos emocionales y cognitivos
positivos en las vacas que viven emparejadas o en grupo, en contraste
con aquellas que se encuentra en situación de aislamiento (por
ejemplo, Broom y Leaver 1978; Chua, Coenen, van Delen y Weary 2002;
De Paula Vieira, von Keyserlingk y Weary 2010; Gaillard, Meagher,
Keyserlingk y Weary 2014; Vessier, Gesmier, Le Niendre, Gautier y
Bertrand 1994). Por ejemplo, Sato (1994) descubrió que los terneros
destetados que disfrutaban de una mayor frecuencia de lametones por
parte de otras vacas eran más proclives al incremento de peso,
planteando el autor la hipótesis de que el acicalado social tiene en
las vacas el efecto de un estabilizador psicológico. Más
recientemente, Shin, Kang y Seo (2017) descubrieron que las vacas
embarazadas que viven en pareja, a diferencia de aquellas que viven
en rediles individuales, muestran una mayor capacidad para lidiar con
el estrés producido por un cambio en la rutina alimenticia. Ninguno
de estos hallazgos resulta inesperado dada la compleja y elevada
naturaleza social de las vacas, tal y como se discutirá a
continuación. La crianza y las experiencias sociales parecen ser
imprescindibles para el sano desarrollo psicológico de las vacas,
sobre todo en los primeros compases de la vida. Se puede argumentar
que los beneficios que la vida en sociedad genera sobre el
aprendizaje son una forma de amortiguación social a largo plazo.
VÍNCULO
EMOCIONAL MADRE-CRÍA
Una
gran cantidad de investigaciones ha confirmado que las vacas y sus
terneros experimentan fuertes lazos emocionales que se forman
inmediatamente después del parto y que el destete natural es un
proceso que dura muchos meses (von Keyserlingk y Weary 2007). El
vínculo entre la madre y la cría depende en parte de las varias
horas de lametones que la primera dedica a la segunda justo después
del parto (Hudson y Mullord 1977; Le Neindre y D’Hour 1989).
Del
mismo modo, las vacas suelen experimentar gran angustia cuando se
separan de sus crías, estrés que se alivia con el reencuentro
(Solano, Orihuela, Galina y Aguirre 2007). Un estudio sobre el
vínculo materno de las vacas lecheras descubrió que las madres
forman fuertes vínculos con sus terneros en apenas cinco minutos de
contacto con el recién nacido. Las madres que fueron separadas de
sus terneros al cabo de estos cinco minutos fueron capaces de
reconocer a sus propios hijos y dedicarles comportamientos maternos
pasadas 12 horas desde la separación. Todas las madres mostraron
signos de angustia (deambular, orinar, vocalizar, golpear, etc.)
después de la separación. Se quedaron en un extremo del prado,
vocalizando continuamente y luciendo señales de un alto grado de
intranquilidad. Las vacas seguían mostrando signos de angustia a las
24 horas de las separación, pero ya no eran capaces de reconocer a
sus terneros (Hudson y Mullord 1977).
Varios estudios
confirman que tanto la madre como la cría experimentan mayor
angustia cuanto más tardía es la separación. Un estudio que forzó
separaciones al cabo de seis horas, un día y cuatro días halló que
las respuestas emocionales de los terneros se correlacionan con el
momento de la separación (es decir, con la cantidad de tiempo que
habían pasado junto a sus madres antes de la separación). Las
madres separadas de sus crías a los cuatro días llamaron a éstas
con voces de magnitud y frecuencia significativamente más altas que
las de los dos grupos restantes (Weary y Chua 2000). Las llamadas de
contacto entre las madres y los terneros tienen una importancia
crítica a la hora de mantener su vínculo. Barfield, Tang-Martinez y
Trainer (1994) demostraron que las crías de 3 a 5 semanas de edad
pueden reconocer las voces de sus propias madres. Por su parte,
Marchant-Forde, Marchant-Forde y Weary (2002) demostraron que las
madres y los terneros muestran respuestas conductuales a las llamadas
del otro y que los terneros responden preferentemente a las llamadas
de su propia madre frente a las llamadas de otras vacas adultas.
Un estudio reciente
separó a los terneros en dos grupos distintos para examinar los
efectos del vínculo materno. Los terneros de un grupo gozaron de un
contacto ilimitado con sus madres y fueron amamantados por éstas,
mientras que los terneros del otro grupo fueron alimentados a través
de un comedero automático. Todos los terneros, sin embargo,
permanecieron junto a sus rebaños. Al ser más tarde expuestos a
situaciones desafiantes, como un test de aislamiento o la presencia
de una vaca desconocida, los terneros criados por sus madres se
mostraron más activos en su esfuerzo por volver junto a sus madres y
rebaños que los terneros alimentados de forma artificial, así como
unos niveles más bajos de hormona del estrés (Wagner et
al. 2013).
RESUMEN
SOBRE LAS EMOCIONES
Existe un gran
cuerpo de evidencias conductuales que demuestra que las vacas no sólo
poseen una amplia gama de emociones sino también que algunas de esas
emociones son de un nivel de complejidad equiparable al de muchos
mamíferos reconocidos como inteligentes. Estas evidencias incluyen
comportamiento lúdico e interacciones cognitivo-emocionales que van
desde el sesgo cognitivo hasta el contagio emocional, la
amortiguación social e incluso la reacción emocional al
aprendizaje.
PERSONALIDAD
La
personalidad hace referencia a "aquellas características de los
individuos que describen y explican patrones de afecto, cognición y
comportamiento temporalmente estables" (Gosling 2008, pág.
986). O dicho de otra manera, la personalidad es ese conjunto de
rasgos que hacen diferentes a los individuos y son consistentes en el
tiempo. El concepto de personalidad se basa en el reconocimiento de
la individualidad y, por lo tanto, tiene implicaciones críticas en
cuanto a la consideración del resto de animales. En lugar de ver a
los otros animales como unidades intercambiables y unidimensionales
de un grupo, población o especie, el reconocimiento de su
personalidad enfatiza su carácter genuino. Además, la interacción
de la personalidad con la cognición y las emociones configura
estrechamente la conducta y el desempeño frente a un amplio número
de funciones (Carere y Locurto 2011).
En los humanos, existe un
amplio acuerdo en torno a un modelo de personalidad de cinco
factores, que incluye las dimensiones de apertura, responsabilidad,
extraversión, amabilidad y neuroticismo (por ejemplo, McCrae y Costa
2008). Aunque algunos autores prefieren hablar de "síndromes de
comportamiento" o de "temperamento" en referencia a
los demás animales (Reale, Reader, Sol, McDougall y Dingemanse
2007), lo observado y documentado hasta la fecha arroja pocas
diferencias entre estos fenómenos y la personalidad (Gosling 2008).
Los estudios de la
personalidad en los animales nohumanos han demostrado que los rasgos
de personalidad están omnipresentes en el reino animal; un gran
catálogo de peces (Mittelbach, Ballew y Kjelvik 2014; Toms,
Echevarria y Jouandot 2010), aves (por ejemplo, las gallinas, Gallus
gallus domesticus, Favati, Leimar y
Lovlie 2014; los pinzones cebra, Taeniopygia
guttata, David , Auclair y Cezilly
2011, Schuett, Dall y Royle 2011; o las codornices japonesas,
Coturnix japonica,
Miller, Garner y Mench 2006), mamíferos (por ejemplo, los cerdos, Sus
domesticus, Marino y Colvin 2015; los
caballos, Equus caballus,
Hausberger, Bruderer, Le Scolan y Pierre 2004; los perros, Canis
familiaris, Svartberg, Tapper, Temrin,
Radesäter y Thorman 2005; los gatos, Felis
catus, Bennett, Rutter, Woodhead y
Howell 2017; o los primates nohumanos, Freeman y Gosling 2010),
reptiles y anfibios (Allard, Fuller, Torgerson-White y Murray 2015;
Burghardt 2013), e invertebrados (Kralj-Fišer y Schuett 2014, para
una revisión) reflejan diferencias individuales persistentes y
clasificables a lo largo de las distintas dimensiones centrales de la
personalidad, muchas de las cuales se superponen con las presentes en
los seres humanos (Gosling 2008; Gosling y John 1999; Marino y Colvin
2015). Vonk, Weiss y Kuczaj (2017) ofrecen una revisión completa y
actualizada de la personalidad en los animales nohumanos.
El
estudio de los rasgos intraindividuales (es decir, los pilares de la
personalidad) de las vacas es relativamente nuevo. La mayoría de los
estudios en este terreno no comenzaron hasta principios de la década
del 2000. Además, la mayoría de las investigaciones se han llevado
a cabo en torno a aquellos rasgos asociados con una mayor producción
ganadera, como el aumento de peso, la reproducción o la producción
de leche (por ejemplo, Hedlund y Løvlie 2015; Van Reenan
et al. 2002). Estos factores han
modelado y limitado la disponibilidad de datos directos sobre los
rasgos de la personalidad de las vacas.
ESTABILIDAD
DE LAS CARACTERÍSTICAS CONDUCTUALES DE LAS VACAS
A
pesar de lo limitado de los datos existentes sobre la personalidad de
las vacas, varios estudios han establecido una pauta clara de
patrones conductuales y fisiológicos intraindividuales estables
(Kovács et al.
2015; Lanier, Grandin, Green, Avery y McGee 2000; MacKay, Haskell,
Deag y van Reenan 2014; Müller y Schrader 2005; van Reenen et
al. 2002). Lanier et
al. (2000) hallaron evidencias de que
la reactividad individual al estrés resulta un elemento predecible
en las vacas. En este experimento, la reactividad de las vacas a los
sonidos y movimientos intermitentes mostró una correlación
significativa con la valoración temperamental asignada en un anillo
de subasta. De igual modo, Van Reenen et
al. (2002) evaluaron las diferentes
respuestas individuales frente a un ordeño mecánico, medidas en los
días 1, 2, 4 y 130. Como indicadores se incluyeron las patadas, los
pisoteos, los niveles de cortisol, la frecuencia cardíaca, la
cantidad de leche producida, la tasa de flujo, el tiempo de ordeño,
y el nivel de oxitocina presente en la leche residual. Las diferencias
conductuales se mostraron consistentes desde el primero ordeño hasta
el último. Los indicadores fisiológicos individuales también se
revelaron en buena medida consistentes en el tiempo. Los autores
concluyeron que el ordeño mecánico resulta estresante para algunas
vacas y no así para otras. También concluyeron que el factor
mediador en la capacidad de respuesta de una vaca al ordeño mecánico
estaba asociado con las "características estables del animal"
(Van Reenan et al.
2002, pág. 2557). Müller y Schrader (2005) hallaron pruebas
adicionales de la presencia de características de personalidad
estables en las vacas. Se evaluaron 35 vacas lecheras para determinar
la consistencia intraindividual a largo plazo de sus respuestas
conductuales y adrenocorticales frente a un factor de estrés bien
conocido (a saber, la separación social). Aunque se manifestaron
algunos efectos de habituación, los resultados mostraron una alta
consistencia intraindividual en todas las respuestas conductuales
evaluadas (caminar, vocalizar, defecar), así como en los niveles de
cortisol salival, a lo largo de dos lactancias diferentes. Por otro
lado, el análisis de componentes principales señaló tres patrones
de comportamiento fundamentales: sociabilidad, ansiedad y
exploración. Dos de ellos son análogos a dos de las dimensiones
descritas en el modelo de cinco factores de la personalidad humana:
extraversión y neuroticismo (Müller y Schrader 2005), rasgos que en
investigaciones previas han demostrado una presencia generalizada en
el reino animal (véase Gosling y John 1999 para una
discusión).
NERVIOSISMO,
MIEDO Y REACTIVIDAD
Es
importante tener en cuenta que la alta reactividad es una adaptación
evolutiva de los ungulados. Sin
embargo, dada su asociación con unas tasas más bajas de producción
de leche (Hedlund y Løvlie 2015) y el aumento de peso (Müller y von
Keyserlingk 2006), su interpretación, bajo el marco de la industria
ganadera, ha sido predominantemente negativa. Esta forma de evaluar
la reactividad ilustra bien la forma en que la industria de la
explotación animal, desde un contexto artificial, contempla como
indeseables aquellos rasgos adaptativos que han permitido a los
animales prosperar en sus entornos naturales, y cómo su cría y
manipulación están a menudo en confrontación con su naturaleza
básica.
Los estudios sobre
la reactividad sugieren que las respuestas al estrés de las vacas
individuales tienen patrones conductual y fisiológico consistentes a
lo largo de diferentes momentos y situaciones. Hedlund y Løvlie
(2015) investigaron la asociación entre las respuestas conductuales
al ordeño, las respuestas frente a las medidas de personalidad
(reacciones a objetos nuevos y al aislamiento social) y la producción
de leche durante la primera lactancia en vacas rojas suecas y vacas
Holstein. Las vacas que pisoteaban (un comportamiento que indica
nerviosismo, miedo o incomodidad) durante el ordeño y las vacas que
estuvieron más tiempo frente al rebaño durante el aislamiento
social produjeron menos cantidad de leche. Además, también quedó
reflejado un vínculo entre una mayor frecuencia de vocalizaciones
durante la separación social y una menor producción de leche. Los
resultados sugieren una correlación negativa entre los niveles de
nerviosismo y la producción de leche, si bien es cierto que factores
como la raza, los indicadores de comportamiento nervioso y la medida
de producción influyeron en los resultados, lo cual complica la
relación (Hedlund y Løvlie 2015).
La velocidad de huida es
otro indicador de miedo y reactividad en las vacas. Por ello, son
múltiples los estudios que la han investigado en relación a su
personalidad. En uno de estos estudios, a las vacas les fue asignada
una puntuación de temperamento basada en la velocidad con que
entraban y salían de una jaula de tratamiento. Las vacas con una
puntuación de ≤ 3 fueron clasificadas como de temperamento
"adecuado", mientras que las vacas con una puntución de >
3 se describieron como de temperamento "agresivo". Las
vacas con temperamentos agresivos tenían unos niveles de cortisol
salival significativamente más altos y unos índices de embarazos más
bajos, así como unos terneros y novillos de menor peso (Cooke,
Bohnert, Cappellozza, Mueller y DelCurto 2012). No obstante, la
velocidad de huida también es algo influenciado por factores como la
raza y el sexo (Hoppe, Brandt, König, Erhardt y Gauly 2010).
El nivel de
reactividad conductual de las vacas es tan estable que las
evaluaciones a corto plazo de su personalidad resultan un
pronosticador eficaz de sus comportamientos cotidianos. Por ejemplo,
Mackay et al.
(2014) realizaron evaluaciones de comportamiento durante cuarenta
días antes de exponer a las vacas a un objeto novedoso. Observaron
que las vacas menos proclives a tumbarse y menos inconstantes en ese
comportamiento mantenían un mayor contacto con el nuevo objeto que
sus contrarias. Mostraban al mismo tiempo un menor temor a los
humanos y una mayor predisposición al ordeño mecánico. No
obstante, la edad era en este caso también un factor de relevancia,
siendo las vacas más viejas las menos temerosas.
Las evidencias
sugieren que algunas de las respuestas fisiológicas de las vacas
pueden ser buenos indicadores de su personalidad. El blanco ocular,
como ya se comentó más arriba, es un referente confiable de sus
emociones. Por ejemplo, se halló que el porcentaje de blanco ocular
es una medida objetiva y cuantificable del temperamento del ganado
bovino (Core, Widowski, Mason y Miller 2009). Un grupo de 48
novillos, 29 toros y 60 bueyes fueron grabados en vídeo y
fotografiados en una manga de compresión. Se registró el porcentaje
de blanco ocular y se asignó una puntuación de temperamento en una
escala de uno a cinco, donde uno significaba calmado y cinco,
agitado. Estos datos se contrastaron después con la velocidad de
huida evaluada tras la operación. El porcentaje de blanco ocular y
las puntuaciones de temperamento mostraron una correlación
significativa en los tres grupos de vacas.
Las diferencias
en la frecuencia cardíaca de las vacas también pueden ser un
indicador de su personalidad (Cooke et
al. 2012). Kovács et
al. (2015) compararon el temperamento
de las vacas con la actividad de sus sistemas nerviosos autónomos, en
granjas tanto grandes como pequeñas. Hallaron una mayor actividad
basal simpática, una menor actividad vagal, y, en particular, una
mayor y más variable frecuencia cardíaca en las vacas clasificadas
como "temperamentales", en contraste con aquellas aquellas
clasificadas como "intermedias" o "tranquilas"
(Kovács et al.
2015).
SOCIABILIDAD
Y GREGARISMO
A
pesar de que las investigaciones confirman que las vacas forman
fuertes lazos emocionales con sus parientes y otros congéneres, los
datos son limitados en cuanto a su sociabilidad en términos de
personalidad. Hay sin embargo
excepciones importantes, incluida la identificación de la
sociabilidad como uno de sus rasgo de personalidad por parte Müller
y Schrader (2005). Los estudios en torno a su complejidad social,
tema que se analiza más adelante, invitan a ampliar la investigación
en este terreno. Por ejemplo, existes evidencias de que la presencia
de compañeras reduce el estrés en las vacas (Walker, Arney, Waran,
Handel y Phillips 2015).
Las evidencias son
también escasas en cuanto a sus diferencias individuales respecto de
la sociabilidad interespecífica, si bien existen pruebas de
aclimatación a los humanos que brindan experiencias positivas de
manipulación e interacción (Petherick, Doogan, Holroyd, Olsson y
Venus 2009), actitud por desgracia no normativa (a saber, marcados,
cauterizaciones, tratos bruscos de terneros y vacas adultas, etc;
véase Schwartzkopf-Genswein, Stookey y Welford 1997; Stewart
et al. 2013). Sería importante una
mayor investigación de las diferencias individuales de las vacas en
torno a la sociabilidad y el gregarismo en aras de ampliar la
compresión de su personalidad.
CONDUCTA
MATERNA DE PROTECCIÓN
El
comportamiento protector de las madres parece tener en las vacas una
menor relación con la personalidad individual que otros rasgos de
conducta (Pérez-Torres et
al.
2014). Esto podría deberse a que la protección materna de la
descendencia es tan importante que todas las vacas presentan niveles
muy destacados de este rasgo. Por ejemplo, en una investigación
sobre las diferentes reacciones individuales de las vacas frente a un
vehículo utilitario desconocido que se acercaba a ellas y a sus
crías 24 horas después del parto, el 99% de las vacas se colocó
entre el vehículo y sus terneros en actitud protectora (Flörcke,
Engle, Grandin y Deesing 2012). De este modo, la protección de las
madres refleja muy poca variabilidad conductual.
OTRAS
ÁREAS DE INVESTIGACIÓN RELEVANTES PARA LA PERSONALIDAD
Es
probable que nuestra compresión de las personalidades de las vacas
esté limitada por su uso mercantil y que este mismo uso enmascare
algunas de sus características de personalidad.
Por ejemplo, los terneros criados para leche y carne son alimentados
con dietas muy distintas de las que mantienen los rebaños salvajes
(Webb et al.
2014). La dieta con que se alimenta a los terneros tiene un margen de
elección muy limitado, calculado para cubrir las necesidades
nutricionales de un "ternero promedio". No obstante, los
terneros, lo mismo que los humanos y otros animales, muestran en
realidad un amplio rango de preferencias dietéticas individuales
cuando se les brinda la oportunidad. Webb et
al. (2014) investigaron las
preferencias dietéticas y los comportamientos relacionados de 23
terneros Holstein-Fresian alojados de forma colectiva. A los terneros
se les proporcionó un sustituto de la leche y una selección de
cuatro componentes de comida sólida. La disponibilidad de distintas
opciones alimenticias condujo a grandes variaciones en el consumo
individual. Esta variación puede ser la base de algunas preferencias
estables que se sumarían a nuestra comprensión de las
personalidades de las vacas.
Las características
de la personalidad también pueden influir en el aprendizaje de las
vacas. Reenen, Jensen, Bokkers, Schmitt y Webb (2015) hallaron una
correlación entre una alta actividad y una baja motivación
alimenticia. Así pues, la personalidad de las vacas puede influir en
las tasas de su condicionamiento operante. Por último, varios
estudios han investigado la relación entre el patrón de los
verticilos o remolinos de pelo de las caras de las vacas y su
personalidad. Los resultados obtenidos han sido mixtos. Un estudio no
halló ninguna relación significativa entre los verticilos y la
velocidad de huida o el aumento de peso, lo que indica que estos
patrones son muy limitados a la hora de predecir las personalidades
más reactivas (Olmos y Turner 2008). Por el contrario, otro estudio
halló que las vacas con verticilos elevados y múltiples
reaccionaban mucho antes que las otras vacas ante un vehículo
desconocido que se aproximaba a ella y a su ternero de un día de
edad. Esto podría ser indicativo de una actitud más vigilante
(Flörcke et al.
2012).
RESUMEN
SOBRE LA PERSONALIDAD
No
hay duda de que las vacas, como otros animales, tienen personalidad,
pero si bien es cierto que hay un gran numero de estudios que lo
demuestran, es muy poco o apenas nada lo que se sabe sobre su
composición (sobre cómo se relacionan entre sí sus diferentes
rasgos de personalidad) y sobre aquellas características más ricas
que no tengan alguna relación que su uso comercial.
Llevar a cabo estudios adicionales bajo un entorno naturalista
permitiría una mayor expresión de la conducta de las vacas en este
área de investigación tan importante y necesaria.
COMPLEJIDAD
SOCIAL
La hipótesis de la
complejidad social, atribuida a Chance y Meade (1953) y Jolly (1966),
ha guiado buena parte de la investigación académica sobre la
complejidad social de los animales nohumanos. Esta hipótesis sugiere
que los desafíos del entorno social ejercen presiones selectivas
sobre la evolución del cerebro. Humphrey (1976) señaló que la
hipótesis de la complejidad social sugiere una relación positiva
entre la complejidad social y la inteligencia individual. Sin
embargo, Seyfarth y Cheney (2015) advirtieron la dificultad práctica
de distinguir en este caso las presiones evolutivas sociales de las
no-sociales debido a su superposición habitual.
La definición
convencional de la complejidad social se refiere al número de
individuos de un sistema social y a su relación y diferenciación
(Bergman y Beehner 2015). Bergman y Beehner (2015) proponen una
definición contemporánea de la complejidad social en la que la
cognición conserva un papel fundamental: "... la complejidad
social debe ser entendida de acuerdo con el número de relaciones
diferenciadas que los miembros de una especie mantienen con sus
congéneres" (pág. 205). Al margen del tamaño del grupo, las
relaciones diferenciadas son aquellas que requieren reconocer y
responder a las diferencias individuales (por ejemplo, los roles de
dominación, los parentescos, y otras diferencias multidimensionales
más complejas). Seyfarth y Cheney (2015) se centraron en los
aspectos de la cognición social que se relacionan con las presiones
de selección que surgen de las interacciones sociales. Definieron la
cognición social como el conocimiento sobre las características de
los congéneres. Además, propusieron que su complejidad puede ser
medida de acuerdo con "el conocimiento adquirido por los
individuos a partir de las interacciones y relaciones sociales
propias y ajenas" (Seyfarth y Cheney 2015, pág. 3). Puede
entonces decirse que una definición general de la complejidad social
incluye el número de relaciones diferenciadas, el grado de
conocimiento sobre los congéneres, y la información extraída de
las interacciones y relaciones sociales propias y ajenas. La
complejidad social ha sido concienzudamente estudiada en una amplia
variedad de taxones y se ha demostrado vinculada a las capacidades
cognitivas y emocionales, por lo que la complejidad social, la
cognición y las emociones nunca deben ser consideradas como dominios
psicológicos independientes, sino más bien interactivos.
TAMAÑO Y
ESTRUCTURA DEL GRUPO
El tamaño
del grupo se considera una dimensión básica de la complejidad
social, ya que cuanto mayor es el grupo, mayores son las
oportunidades para las relaciones. Las relaciones, a su vez, vienen
con costes de procesamiento. Según Dunbar (1998), en general, y para
cualquier especie dada, el número de relaciones sociales en curso
está correlacionado con algunos componentes del tamaño cerebral
(por ejemplo, el neocórtex) y, en consecuencia, con las capacidades
cognitivas. Las evidencias actuales sugieren que los grandes grupos
sociales que forman las vacas muestran una escasa diferenciación a
nivel colectivo pero sí en cambio preferencias de asociación a
nivel individual.
El problema a la
hora de estimar el tamaño del grupo en las vacas es que estos
grupos son a menudo artificiales. De este modo, el volumen del rebaño
no es necesariamente natural en la mayoría de las circunstancias
experimentadas por las vacas criadas por la industria alimenticia. No
obstante, dentro de estos grandes grupos sí parecen llevar a cabo
cierta elección en sus asociaciones individuales. Boyland, Mlynski,
James, Brent y Croft (2016) estudiaron las estructuras de las redes
sociales de las vacas lecheras. Observaron a un grupo de 110 vacas
lactantes durante cuatro períodos de un mes cada uno. Como medida de
asociación utilizaron la proximidad. Hallaron una correlación
positiva entre la proximidad y otras interacciones afiliativas. Las
vacas también mostraron una mayor interacción con las vacas que
lucían rasgos similares, como el gregarismo, la raza y el número de
lactancias (Boyland et al.
2016). A nivel colectivo no se dieron evidencias aparentes de
sub-comunidades, sino que el grupo se mostraba como una comunidad
grande e integrada. Otro estudio en torno a redes sociales de 20 a 50
animales reveló que el rebaño es una red fuertemente agrupada que
abarca a la mayoría de las vacas individuales, pero con muchas
relaciones de apego y evitación no aleatorias. Ninguna vaca sin
embargo parecía actuar como un nodo dentro de la red (es decir, como
el sostén de algún sub-grupo). La sincronicidad, la frecuencia con
que las parejas de vacas permanecen unidas a lo largo de distintas
actividades, está mucho más influida por el hecho de que las vacas
hayan crecido y/o pasado su último "periodo seco" juntas.
Además, las relaciones afiliativas son más importantes para la red
que las agonísticas (Gygax, Neisen y Wechsler 2010). Gygax et
al. (2010) descubrieron, en general,
que la mayoría de las vacas lecheras viven en redes agrupadas y
constituidas a partir de las relaciones individuales de apego y
evitación.
Se ha sostenido que las redes sociales se ven
afectadas por el tamaño del rebaño en tanto que, a medida que va creciendo, las relaciones
pueden diluirse (Kondo, Sekine, Okubo y Asahida 1989) o provocar la
formación de sub-grupos (Rubenstein, Sundaresan, Fischhoff y Saltz
2007). Pero una vez establecidos
los rebaños, las interacciones agonisticas tienen una relevancia
mínima como descriptoras de las relaciones y sus
estructuras espaciales, dada su excepcional frecuencia y su baja
intesidad (Gygax, Stolz, Louw y Neisen 2006).
JERARQUÍAS
Las
jerarquías de dominación pueden contemplarse quizá como un nivel
de complejidad social superior al del tamaño del grupo. Las
jerarquías de dominación sirven para reducir los conflictos
grupales relacionados con la apropiación de recursos
(O'Connell-Rodwell et al.
2011). Su presencia es amplia entre algunos taxones de mamíferos
cognitivamente complejos, incluidos los elefantes africanos
(O'Connell-Rodwell et al.
2011) y los bonobos (Surbeck, Mundry y Hohmann 2011), e incluye
también a animales de granja como los cerdos (Puppe, Langbein, Bauer
y Hoy 2008) y las cabras (Miranda-de la Lama, Sepúlveda, Montaldo,
María y Galindo 2011). Las vacas, como muchos otros ungulados,
mantienen unas estructuras sociales matrilineales (Bouissou, Boissy,
Le Neindre y Vessier 2001). Sin embargo, el acicalado social y la
proximidad, dos formas de comportamiento afiliativo, no están
asociadas a ninguna clase de jerarquía en sentido estricto
(Val-Laillet, Guesdon, von Keyserlingk, de Passillé y Rushen 2009).
LAZOS
Y ALIANZAS
Las
alianzas y los lazos sociales son de gran importancia para una amplia
variedad de especies. Los lazos
materno-filiales están bien establecidos en los mamíferos, desde
los elefantes hasta los primates o los ratones. La interrupción del
vínculo puede causar graves trastornos psicológicos y sociales,
tanto en las madres como en los hijos. Por ejemplo, las cobayas
muestran una respuesta pasiva de tipo depresivo cuando son separadas
de sus crías en cualquier momento de su etapa infantil (Schneider,
Schiml, Deak y Hennessy 2012). Como se comentó en la sección
dedicada al amortiguamiento social, el apoyo social de los congéneres
también parece jugar un papel muy importante en muchas especies a la
hora de hacer frente a circunstancias complicadas. Por ejemplo, los
cerdos se benefician de la presencia de algún apoyo social cuando se
enfrentan a situaciones estresantes (Rodenburg, Bolhuis, Reimert y
Kemp 2014).
Los terneros criados
al amparo de grupos sociales más complejos muestra una capacidad
mayor para enfrentarse a los cambios (Costa, Daros, von Keyserlingk y
Weary 2014). Las vacas sin experiencia en el pastoreo muestran a su
vez menos vocalizaciones y pisotones cuando son agrupadas con
animales experimentados, lo que sugiere que detrás de esta
experiencia se dan componentes afectivos (Costa, Costa, Weary,
Machado Filho y von Keyserlingk 2016). Los terneros alojados en
solitario reflejan un nivel mayor de angustia frente a los entornos
novedosos y un mayor rechazo a la proximidad de algún ternero
desconocido que los terneros alojados en parejas (Jensen y Larsen
2014). En las pruebas de novedad ambiental, los terneros alojados de
forma aislada tienen un mayor índice de carreras, defecaciones y
retrocesos que los alojados en parejas. Al mismo tiempo, las vacas
alojadas con compañeras de la misma edad son más reactivas que las
vacas alojadas con congéneres de mayor edad (Vieira, de Passillé y
Weary 2012). Estos hechos son relevantes en cuanto al conocido
vínculo entre el estrés social y las enfermedades biológicas
(Proudfoot, Weary y von Keyserlingk 2012).
Las vacas forman
lazos sociales muy duraderos, tanto con su descendencia como con los
miembros de su rebaño. Los terneros que viven en pastos forman a
menudo sub-grupos basados en la familiaridad y el parentesco
(Kiley-Worthington y De La Plain 1983; Sato, Woodgush y Wetherill
1987). La crianza materna tiene una influencia importante y genuina
en el bienestar social y psicológico de las vacas, así como en los
índices de aprendizaje y cognición (descritos más arriba). Un
estudio descubrió que los terneros que han tenido un acceso continuo
a sus madres a lo largo de sus primeras 12 semanas de vida se
muestran más activos y curiosos cuando son aislados en una área de
prueba que aquellos terneros que han sido criados en condiciones de
aislamiento. Los terneros con acceso permanente y continuo a sus
madres y rebaños muestran también un mayor nivel de sociabilidad y
un menor índice de estrés fisiológico (Wagner et
al. 2015). Otros estudios han arrojado
resultados similares. Un experimento que expuso a terneros de 43 días
de edad a una prueba de aislamiento reveló que los terneros criados
por sus madres mostraban más conductas de huida e intentos por
reunirse con su rebaño que aquellos criados por medio de un comedero
automático. Los terneros de 90 días criados por sus madres reflejan
a su vez una mayor sociabilidad hacia los terneros desconocidos que
los terneros criados de forma aislada (Wagner et
al. 2013). Las madres vacas por su
parte han demostrado ser capaces de adaptar sus conductas maternas a
las necesidades particulares de sus terneros. Por ejemplo, a los
terneros que nacen con bajo peso les dedican una mayor protección y
un mayor tiempo de lactancia (Stěhulová et
al. 2013).
APRENDIZAJE
SOCIAL
Una
de las formas en que las especies sociales se benefician de la vida
en grupo es por medio del aprendizaje social (observacional)
—observar el comportamiento de los congéneres y sus consecuencias
para evitar así el aprendizaje por "ensayo y error", que
consume mucho tiempo y puede llegar a resultar muy peligroso.
El aprendizaje social parece ser una forma de imitación diferida
(aprendizaje por acción) o de emulación (aprendizaje por
resultado), que sirve como un mecanismo para propagar comportamientos
aprendidos a lo largo de un cierto periodo de tiempo (es decir,
cultura). Pero la imitación y la emulación son sólo dos de los
posibles mecanismos del aprendizaje social (Zentall 2012), y hacen
falta experimentos muy meticulosos para poder diferenciar las muchas
bases cognitivas que subyacen al aprendizaje social de los demás
animales. No obstante, la capacidad general de los vertebrados para
el aprendizaje social es de enorme importancia para el desarrollo de
sus comportamientos más complejos.
Son muchos los
animales que practican el aprendizaje social (véase Galef y Laland
2005), incluidos los chimpancés (por ejemplo, Bering, Bjorklund y
Ragan 2000; Whiten 1998; Yamamoto, Humley y Tanaka 2013), los
orangutanes (Pongo pygmaeus;
Bering et al.
2000), los monos capuchinos (Cebus
apella; Ottoni y Mannu 2001) y otros
mamíferos sociales, así como las aves, tales como cuervos (Bugnyar
y Kotrschal 2002), codornices (Köksal y Domjan 1998) y gallinas
(Nicol 2006), los peces (por ejemplo, los espinosos de nueve espinas,
Pungitius pungitius;
Kendal, Rendell, Pike y Laland 2009) y los reptiles (como
los dragones barbudos, Pogona
vitticeps; Kis, Huber y Wilkinson
2015).
Los estudios
sobre las diferencias de alojamiento en vacas proporcionan evidencias
de su capacidad para el aprendizaje social, sobre todo cuando son
criadas bajo circunstancias sociales naturales. Por ejemplo, las
vacas que nunca han pastado antes comienzan a mostrar comportamientos
normales de pastoreo con más rapidez cuando son agrupadas junto a
individuos experimentados que cuando son agrupadas junto a individuos
inexpertos (Costa et al.
2016). Además, las vacas alojadas bajo un contacto social completo
con una compañera son más participativas en los comportamientos
sociales que aquellas alojadas en solitario y bajo un contacto
limitado por las rejas (Duve y Jensen 2012). Por otro lado, los
estudios sobre el alojamiento revisados más arriba (véase "Lazos
y alianzas") sugieren también posibles ventajas psicológicas
en aquellas vacas que tienen acceso al aprendizaje social.
RESUMEN
SOBRE LA COMPLEJIDAD SOCIAL
Ateniéndonos
a una definición general de la complejidad social como el número de
relaciones diferenciadas, la comprensión de los congéneres y el
conocimiento de las interacciones y relaciones sociales propias y de
otros animales, las vacas dan muestras empíricas de cumplir con un
amplia gama de sus parámetros. Demuestran tener conocimiento de sus
congéneres y practicar intercambios de información social relevante
para ellas. El conocimiento sobre los congéneres y las interacciones
sociales queda reflejado a través de sus jerarquías de dominación
y sus lazos afiliativos.
CONCLUSIÓN
En
este artículo hemos identificado algunos de los hallazgos recogidos
en la literatura científica en torno al aprendizaje, la memoria, las
emociones, la personalidad y la complejidad social de las vacas (en
torno a la psicología de las vacas, en general), quedando demostrado
que se trata de animales mucho más sofisticados y sensibles de lo
percibido por no pocos de los representantes de nuestra propia
especie (Herzog 2010; Joy 2009).
Esta forma de pensar de
los humanos, incongruente con el conocimiento científico de que
disponemos, ha sido en gran medida alimentada por algunas de las
fuerzas económicas y políticas más poderosas. Además, todo el
cuerpo de evidencias científicas ha estado igualmente sujeto a la
configuración y los límites marcados por esa misma ideología. A
pesar de ello, la literatura científica actual demuestra que las
vacas:
1) son capaces de
realizar discriminaciones de gran sofisticación, no sólo entre
objetos, sino también entre humanos y congéneres;
2) poseen
no sólo emociones simples, sino también algunas capacidades
emocionales muy notables, tales como sesgo cognitivo y contagio
emocional;
3) muestran una
aparente reacción emocional al aprendizaje, reflejando un sentido de
autoagencia similar al de otros mamíferos;
4) tienen
distintas personalidades;
5) manifiestan distintos aspectos de
la complejidad social, incluido el aprendizaje social.
Surgen
asimismo una serie de atractivas preguntas que requerirían de
estudios adicionales en entornos naturales y bajo condiciones
no-invasivas. Esta revisión podría servir como hoja de ruta para
las investigaciones futuras en torno a la psicología de las vacas,
con las esperanza de que podamos ampliar nuestro conocimiento de
ellas como individuos complejos y no como meros productos de consumo.
Lori Marino & Kristin Allen,
2017.
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Traducción: Igor Sanz
Texto original: The Psychologhy of Cows.
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