jueves, 20 de febrero de 2025

La protección de los animales y el «vínculo» entre el maltrato animal y la violencia humana

 
 
La supuesta conexión o el supuesto «VÍNCULO»1 entre la violencia humana y la animal es probablemente el más destacado alegato de los entusiastas modernos del enfoque penitenciario del derecho animal. La teoría del vínculo se apoya en la idea de que la violencia engendra violencia y que la violencia contra los animales es un predictor efectivo de la violencia contra los humanos. El movimiento se basa en esta hipótesis para apoyar la afirmación de que un castigo severo protegerá a los seres humanos. Como explicó un activistas por los animales en su testimonio legislativo a favor de una ley de delitos graves de crueldad, «los estudios científicos han demostrado que existe un vínculo entre la crueldad hacia los animales» y un posterior comportamiento violento contra los seres humanos: «la siguiente agresión suele dirigirse a los niños, al cónyuge o a otro ser humano inocente»2. Al apelar al deseo del público de estar a salvo de la violencia, el vínculo sirve como el gran baluarte del enfoque penitenciario y, por ende, como un gran obstáculo para los reformistas que pretenden ir más allá de las rejas.

Pero la confianza del movimiento en el vínculo es exagerada y defectuosa. Heather Piper ha observado que, aunque la hipótesis del vínculo está poco respaldada por los datos y es «muy cuestionable», el movimiento se refiere a él como una obviedad indiscutible
3. El vínculo proporciona una ilusión de «certeza matemática», científica, que el movimiento explota en apoyo de sus políticas penitenciarias. En realidad, la investigación del vínculo se entiende mejor como un microcosmos dentro de los problemas que subyacen al proyecto de ley carcelaria animal en su conjunto; responde a un deseo de atraer a las masas con «explicaciones y soluciones demasiado simples a problemas demasiado complejos»4. Problemáticas como la pobreza o el racismo, que pueden estar fuertemente correlacionadas con el maltrato animal y la violencia humana, son rechazadas por el movimiento como irrelevantes e insolubles, diciéndosenos en su lugar, con un celo casi religioso, que encarcelar a los maltratadores de animales hará de la sociedad un espacio infinitamente más seguro. Se le dice al público que una persecución más contundente de la crueldad suscitará un descenso de los tiroteos, los asesinos en serie y la violencia en general.

La tentación de adoptar una narrativa sobre el poder predictivo del maltrato animal es particularmente fuerte en el caso del movimiento en defensa de los animales, pues el despliegue de estas «evidencias y datos altamente cuestionables» les proporciona a las organizaciones una tribuna dominante desde la que opinar sobre la protección de los animales y la capacidad «de golpear mucho más allá de su rango acostumbrado»
5. Retratar el vínculo como una verdad absoluta permite al movimiento tratar como un hecho científico bien establecido que las personas que dañan a los animales terminan escalando hasta dañar a los seres humanos y que los encarcelamientos sirven para curar este ciclo de violencia. Resulta que ambas premisas son producto de una asociación torticera y en notable conflicto con la realidad empírica. Gran parte de la defensa y la investigación de estos vínculos, como observan estudiosos como Piper, se asemeja mucho más a un discurso motivacional o al proselitismo religioso que a la investigación académica. El punto de partida de muchos artículos y charlas es la presunción de su existencia, sin ningún debate razonado sobre su realidad. En este sentido, la investigación puede tener algo en común con aquellas desacreditadas ciencias forenses utilizadas para condenar a innumerables personas por delitos6. Lo que impulsa al movimiento a confiar en el vínculo radica más en cierta afición por el castigo que en una respuesta extraída del estudio minucioso. No se afirmará aquí la inverosimilitud de la relación entre la violencia humana y el maltrato animal, ni tampoco que dicha relación no exista nunca en ningún caso, pero sí se argumentará lo erróneo de una defensa del enfoque penitenciario basada en dicha relación.

La autora ecofeminista Pattrice Jones afirmó que «la integridad puede ser el problema central de nuestro tiempo», porque «vivimos en un mundo social definido por mentiras divisorias» y exageraciones que nos aíslan de la realidad. La instrumentalización del vínculo como razón apremiante para apoyar el encarcelamiento es indecorosa porque la utilización que se hace de la investigación es, en el mejor de los casos, deficiente o muy simplista, corriendo el claro riesgo de parecer deliberadamente falsa.

UNA VISIÓN GENERAL DEL VÍNCULO COMO JUSTIFICACIÓN Y EXPLICACIÓN DE LAS POLÍTICAS PENITENCIARIAS

El entusiasmo del derecho animal por el castigo penal es fácil de entender en abstracto. El derecho penal y su voluntad de imponer penas por maltrato animal proporciona una respuesta retórica a aquellos que quieren caracterizar a los animales como nada más que propiedades. En muchos estados, el código penal sirve como base legal principal o exclusiva para describir a los animales como algo claramente distinto de la propiedad. Castigar a las personas que hacen daño a los animales se ha convertido para los grupos de protección animal en un modo útil de dar valor a la vida de los animales. Pero detrás de esta victoria simbólica de su estatus legal se esconde una importante ironía. La defensa legislativa y judicial de leyes penales más sólidas y de una aplicación más rigurosa de las mismas se basa a menudo en la necesidad de mantener a salvo a los seres humanos. El estatus de los animales como algo más que una propiedad a los ojos del derecho penal se ve así en realidad respaldado por un discurso que vincula la crueldad hacia los animales con la seguridad y el bienestar de los humanos. Se nos hace creer que la seguridad humana depende de la protección de los animales. La sentencia de un tribunal de Nueva York es emblemática al respecto de esta forma de pensar: «La inhumanidad del hombre hacia el hombre a menudo comienza con la inhumanidad hacia aquellas criaturas que han formado relaciones particularmente estrechas con la humanidad»
7.

Estos comentarios se hacen eco de las investigaciones supuestamente neutras de los expertos en la materia. Por ejemplo, Randall Lockwood, un estimado científico social que trabaja para la ASPCA, ha capacitado repetidamente a los trabajadores sociales y educadores para que reconozcan que «el abuso y la negligencia son un verdadero signo de advertencia» de peligros futuros
8. Con afirmaciones tan categóricas por parte de los investigadores, no es de extrañar que los líderes del movimiento las repitan luego en comunicados de prensa y materiales de recaudación de fondos. En un correo electrónico de 2018, Steven Wells parecía estar citando a Lockwood cuando explicó que «la crueldad hacia los animales es un claro predictor de la violencia futura [contra los humanos], así que ¿cómo puede ser que a sus artífices sólo se les dé un simple tirón de orejas?»9.

Según la interpretación común del vínculo por parte de políticos y activistas, maltratar a un animal puede predecir o ser causa afirmativa de violencia interhumana posterior por insensibilización al sufrimiento o, en palabras de Immanuel Kant, por «endurecimiento de corazón». Cada vez que alguien mata humanos de forma notoria y resulta que ha abusado de animales en el pasado, como Devin Kelley, que mató a veintiséis personas en 2017 en una iglesia de Texas, el movimiento de protección animal aprovecha el momento para volver a insistir en la necesidad de intervenciones represivas para mantener la seguridad de la sociedad. Algunos expertos han bautizado esta visión del vínculo como la «tesis de la escalada» —es decir, que la crueldad hacia los animales precede temporalmente, predice en general e incluso puede llegar a ser causa de violencia interhumana—.

Como ya se ha dicho, la presunta capacidad del vínculo para predecir de forma fiable la violencia humana proporciona una justificación clara y popular a favor de castigar penalmente el maltrato animal, en una suerte de beneficio obvio para todas las especies. Como escribió un grupo de profesores de derecho en un informe amicus al Tribunal Supremo, «[d]urante más de un siglo, los tribunales estadounidenses han reconocido que prevenir la crueldad contra los animales sirve, en última instancia, a los intereses humanos»
10. El jefe de una importante asociación de jefes de policía se hizo eco de este sentimiento y catalogó el endurecimiento de las penas como un medio necesario para prevenir «la violencia doméstica futura»11, mientras que la asociación nacional de fiscales forma a éstos y a las fuerzas del orden para que traten el maltrato animal como un método fiable de «identificación temprana de criminales violentos»12. Así, el relato es que la investigación del vínculo proporciona un espacio en el que reconocer una convergencia entre los intereses de los humanos y los de los animales: a los animales se les otorga un determinado estatus legal mediante la promulgación y aplicación de sanciones penales, y simultáneamente se atienden los intereses de los humanos en la prevención de la violencia humana.

Cuestionamos aquí la prolijidad de este relato tan recurrente —la idea de que se protege a los humanos castigando con más y más severidad a los humanos que maltratan a los animales—. La evidencia del correlato entre el maltrato animal y la violencia humana, y no digamos ya la evidencia de la capacidad del maltrato animal para predecir futuros delitos, ha sido caracterizada por algunos de los principales expertos en la materia como plagada de «debilidades probatorias preocupantes»
13. Para algunos, el supuesto poder del maltrato animal para predecir otros delitos o para establecer perfiles criminales fiables no sólo es defectuoso, sino «poco ético e injusto»14. Reconociendo la «debilidad o incoherencia» de las investigaciones actuales en torno al vínculo, algunos expertos han tratado de limitar drásticamente las afirmaciones que se hacen sobre el poder correlativo o predictivo del maltrato animal centrándose por ejemplo sólo en la crueldad más extrema como posible «señal de alarma» de la violencia humana15. Otros están en total desacuerdo incluso con esta hipótesis mucho más moderada. En su lugar, los investigadores han argumentado que el maltrato animal, aun pudiendo estar muy extendido entre los delincuentes violentos, «no es necesariamente predictivo» de la violencia ni siquiera en los casos más extremos16. Dos de los principales investigadores en este campo resumieron como sigue algunas de las deficiencias de los datos manejados en torno al vínculo:

«Cualquier intento de predecir la violencia humana a partir del maltrato animal está abocado al fracaso, aun cuando se pudiese demostrar que todos y cada uno de los asesinos han torturado animales con anterioridad. El problema de los falsos positivos no se resuelve mostrando una fuerte relación entre el maltrato animal y la violencia humana, pues hay millones de personas normales que han cometido actos de crueldad contra los animales.»17

Un problema recurrente con la actual fe en el vínculo como indicador significativo de violencia interhumana (antes o después del maltrato animal) es que los estudios han documentado con insistencia tasas extremadamente altas de maltrato animal en toda la sociedad
18. Un estudio llegó incluso a encontrar que la mayoría de los adultos estudiados dentro de una población de trabajadores sociales y activistas pro bienestar animal admitían haber dañado animales en el pasado19. Por esta razón, Hal Herzog señaló que incluso si cada «autor de un tirotero escolar tuviera un historial de crueldad con los animales, no podríamos concluir que la mayoría de los maltratadores de animales, incluidos los de la variedad directa y personal, son propensos a participar en actos de violencia».

Los investigadores también han detectado otros graves fallos metodológicos en las investigaciones seminales del vínculo. Por ejemplo, Heather Piper y Steve Myers han observado que «investigar una población [criminal] determinada y extrema para categorizar los resultados como una generalización de amplia aplicación es obviamente problemático»
20. Además, aunque muchos estudios reflejan que los delincuentes violentos han maltratado a los animales en un porcentaje más alto (a veces mucho más alto) que los delincuentes no violentos, el denominador común crítico y a menudo omitido en estos estudios es que muestran sistemáticamente que la mayoría de las personas que cometen delitos de violencia no tienen antecedentes de maltrato animal21. Como concluye otro artículo académico, aunque no se puede afirmar que «nunca existe un vínculo entre los distintos comportamientos violentos», los datos existentes «no proporcionan bases seguras para alegatos generalizados, predicciones o políticas que puedan aplicarse de forma segura o ética sobre la masa poblacional»22.

En resumen, la veracidad de utilizar el maltrato animal como medida probabilística de violencia humana está en notable tela de juicio, punto cuyas investigaciones se resumirán en detalle más adelante. Sin embargo, merece la pena hacer una pausa para adelantar la segunda, y quizá más importante, contribución de este capítulo: que incluso suponiendo, en favor del argumento, que la investigación pudiera establecer que la crueldad animal es una señal de alarma fiable de la violencia humana, entonces la pregunta crítica sería qué debería hacerse con esa información. Se argumentará aquí que los estudiosos y defensores del derecho animal se equivocan gravemente cuando asumen que un enfoque más punitivo y carcelario de la crueldad animal reducirá la futura violencia interhumana. No existe ninguna investigación que sugiera que el encarcelamiento vaya a romper el supuesto ciclo de violencia y hacer de nuestras comunidades unos espacios más seguros
23. La suposición subyacente es tan extravagante como infundada: una respuesta carcelaria contra el maltrato animal desharía de algún modo la insensibilización que se produce cuando una persona maltrata a un animal. La investigación en el campo de la criminología sugiere la posibilidad de todo lo contrario: el encarcelamiento podría provocar una mayor estigmaticización e incluso insensibilización del delincuente castigado. En resumen, la investigación sobre el vínculo no proporciona una base probatoria sólida para muchas de las afirmaciones que le atribuyen los grupos de protección animal, e incluso si lo hiciera, confiar en los procesamientos para romper el ciclo de violencia es una suposición radical que carece de cualquier apoyo empírico.

El resto de este capítulo ofrece un plan para replantear el debate sobre la relación entre el maltrato animal y la violencia humana. La primera parte analiza la gran dependencia de los datos basados en el vínculo por parte de los defensores de la protección animal y, cada vez más, los legisladores, y examina las conclusiones que estos defensores y legisladores atribuyen a la investigación. La siguiente parte ofrece una visión detallada de la investigación clave sobre el vínculo, examinando qué conclusiones respaldan realmente los datos y hacia dónde parece tender la investigación futura en este terreno. En las secciones restantes se discutirán los problemas conceptuales y empíricos asociados al uso actual de los datos sobre el vínculo por parte de los grupos de protección animal. La conclusión no es que el vínculo definitivamente no exista, o que no tengan cabida dichas investigaciones en el mundo de la protección animal. Más bien, este capítulo es un llamamiento a académicos y activistas para que examinen con más detenimiento las desconexiones entre las pruebas y la defensa actual de dicho vínculo. Si se pretende que el vínculo proporcione un alegato en defensa de los encarcelamientos, entonces los datos deben ser extremadamente sólidos, deben aplicarse de forma fiel y rigurosa, y deben tenerse en cuenta otros factores influyentes más complejos, como los socioeconómicos.

CÓMO UTILIZAN LOS DATOS SOBRE EL VÍNCULO LOS ANIMALISTAS

Siempre ha habido desacuerdo sobre cuál es la más adecuada justificación para que se prohíba la crueldad contra los animales. Algunos ven las leyes como una protección independiente de los animales, otros como una protección de nuestra pureza moral
24, y otros como una protección más tangible de los humanos frente a la violencia25. No hay duda de que entre los legisladores, los fiscales y los animalistas modernos predomina la última de todas. La prominencia y aceptación cultural de este punto no es una coincidencia, sino el producto de una campaña de relaciones públicas concertada y prolongada por parte de diversas organizaciones interesadas en el bienestar de los animales. En primer lugar, hay colectivos cuyo único propósito es difundir y defender el vínculo26. Por ejemplo, la Coalición Nacional del Vínculo se formó para concienciar y proporcionar recursos interdisciplinarios sobre la relación entre el maltrato animal y la violencia humana27. Según se leía en su página de inicio en 2017, «el maltrato animal [es] un indicador centinela, […] la punta del iceberg y, a menudo, el primer signo de otro tipo de violencia familiar y comunitaria»28. Phil Arkow, coordinador de la Coalición, trató de destilar las investigaciones hasta su esencia para el consumo público, explicando que «la violencia familiar a menudo comienza con el maltrato de mascotas»29. Randall Lockwood ha impartido cursos de formación durante los cuales daba cuenta de que «aquellos que maltratan a un animal sin ninguna razón obvia son psicópatas en ciernes»30.

Otras organizaciones han seguido el ejemplo de estos actores principales y han proporcionado interpretaciones igualmente claras de los datos sobre el vínculo. Un grupo nacional de terapia con animales explicó: «hoy sabemos que lo que se denomina "el vínculo" es real y que el maltrato animal a menudo indica y predice otras formas de violencia familiar y comunitaria»
31. Una revista de ciencias veterinarias resumió los datos en torno al vínculo diciendo que «en el campo de la criminología es bien sabido que las personas que cometen actos de crueldad contra los animales con frecuencia escalan a la tortura de seres humanos, por lo general de gente joven e indefensa»32.

Del mismo modo, los grupos de protección animal acostumbran a alimentar y reforzar esta narrativa del poder predictivo del maltrato animal. En torno a la violencia humana de alto perfil, cualquier acto anterior de maltrato animal por parte del sospechoso es explotado por el movimiento como prueba de que una represión más severa le prestaría una mayor protección al público. El movimiento considera que la crueldad con los animales predice la violencia contra los humanos, y asume sin vacilar que el encarcelamiento es la única forma de prevenir este daño predecible. Por ejemplo, en 2017, en las semanas inmediatamente posteriores a un tiroteo masivo en una iglesia de Texas, el movimiento de protección animal prestó una atención considerable al hecho de que el autor tenía sobre sí una condena previa por maltrato animal. Bajo el argumento de que unos procesamientos mayores y unas sentencias más largas podrían evitar esta clase de tiroteos, los grupos alegaron que «[l]as penas por delitos graves permiten a los fiscales procesar mejor a los delincuentes»
33. Y en este sentido, es notable que los discursos sean casi idénticos tanto entre los funcionarios del gobierno como entre los grupos de protección animal. Por ejemplo, como ya se ha señalado, el director ejecutivo de una de las principales organizaciones animalistas del país explicó recientemente que «la crueldad hacia los animales es un claro predictor de futuros actos de violencia». Desde la Asociación Nacional de Fiscales de Distrito repitieron como loros esta misma afirmación en su guía editada: «la violencia contra los animales es un indicador de que el maltratador puede llegar a ser violento con los humanos»34.

El mensaje de casi todos los grupos de protección animal parece unánime: el maltrato animal es un indicador de futuros daños contra los seres humanos. Una organización celebró públicamente el aumento de las penas por maltrato animal señalando que «los actos abusivos contra los animales son inaceptables y, con demasiada frecuencia, pueden conducir a acciones violentas contra las personas»
35. Del mismo modo, Cathy Kangas, miembro de la junta directiva de HSUS, explicó que el maltrato animal «no es un asunto de derechos animales; es una forma de identificar y ayudar a aquellos que podrían convertirse en un peligro para la comunidad»36. O, como explica la página web de PETA, «las investigaciones en psicología y criminología demuestran que las personas que cometen actos de crueldad contra los animales no se detienen ahí: muchos de ellos pasan a sus semejantes»37. Según PETA, si el maltrato animal no se castiga de forma «severa», la sociedad está en esencia facilitando la detonación de una «bomba de relojería»38. Un importante grupo de protección animal ha llevado la cuestión del vínculo al extremo, argumentando en un reciente escrito que las investigaciones en torno a él justificaban que un niño de catorce años fuese juzgado como un adulto. La crueldad hacia los animales, argumenta el escrito, «es un ominoso predictor de futuras brutalidades hacia los humanos […] tal y como demuestran numerosos estudios académicos»39. Según este escrito, el dudoso poder predictivo del vínculo invita a que los niños sean recluidos como adultos, a pesar de la clara evidencia científica sobre las diferencias en sus funciones y desarrollos cognitivos. Muchos otros grupos de protección animal han hecho afirmaciones no menos contundentes40.

Muchos estudiosos del derecho que han abordado el vínculo también han aceptado y propagado la teoría de que el maltrato animal conducirá necesariamente a la violencia interhumana
41. Un importante libro de texto sobre derecho animal expone este punto de forma lacónica, explicando que «la validez de la idea de que penalizar la crueldad hacia los animales también puede prevenir el maltrato hacia los humanos está más que demostrada»42. El Centro de Historia y Derecho Animal informa al público de que el maltrato animal «pone en peligro a todos» los miembros de la comunidad, requiriendo una respuesta penal que «prevenga la violencia». Un destacado experto en derecho animal afirmó que la persecución de «la crueldad hacia los animales puede prevenir la futura aparición de víctimas humanas, ya que la crueldad hacia los animales es a menudo el primer paso hacia la violencia contra los seres humanos»43. Otro experto observó que «la creencia generalizada con respecto a los estatutos de crueldad hacia los animales es que se promulgan como una forma de identificar y neutralizar a individuos presumiblemente peligrosos antes de que cometan actos dañinos hacia los seres humanos»44. Otro comentarista identificó los procesamientos por crueldad animal como un «arma» importante en la lucha contra la violencia doméstica, y explicó que las «leyes de crueldad han sido promulgadas para evitar que los seres humanos actúen cruelmente hacia otros seres humanos»45. Gary Francione, un destacado intelectual del derecho animal, señaló que la justificación de las leyes contra la crueldad animal se basa en la noción fundamental de que la crueldad «hacia los animales» conduce a un «trato cruel hacia los humanos»46. Así pues, el discurso de los académicos del derecho acepta en gran medida y con escasos matices el discurso adelantado por los grupos nacionales de protección animal; acepta que el maltrato animal puede ser utilizado para «predecir otras formas de violencia»47.

En la actualidad existe un relativo consenso entre los medios de comunicación, los fiscales, los responsables políticos y los animalistas en torno a que la violencia contra los animales es una alerta temprana o un «canario en la mina de carbón» de la violencia interhumana
48. Un medio de comunicación publicó hace poco un artículo sobre esta relación con el siguiente titular: «[s]i quieres acabar con la violencia hacia las personas, acaba con la violencia hacia los animales»49. El maltrato animal se considera el predictor por excelencia de la violencia humana; de hecho, muchos legisladores y fiscales postulan ahora «una relación causal directa entre la crueldad animal y los delitos violentos»50. Los responsables políticos suelen considerar el castigo rápido y severo del maltrato animal como un medio clave para proteger a la sociedad de la violencia interhumana. El alcalde de Baltimore, por ejemplo, con motivo de la firma reciente de una ley que endurece las penas por maltrato animal, dijo: «Mejorar el bienestar de los animales en una comunidad es mejorar la seguridad pública global»51. Un legislador de Mississippi que presentó un proyecto de ley estatal en torno a los delitos más graves de maltrato animal, explicó: «Las cifras son alucinantes. […] Es como un gran predictor. […] Jeffrey Dahmer, el estrangulador de Boston, y tantos y tantos otros más»52. Un senador del estado de Nueva York dijo en 2017, en apoyo de un paquete de medidas de aumento de penas por crueldad animal, que «aquellos que son tan cobardes como para torturar a un animal indefenso no dudarán en infligirles un dolor extremo a otras personas»53. O como dijo otro comentarista: el maltrato animal es «un excelente predictor de futuros comportamientos violentos y abusivos»54.

Allie Phillips, directora del Centro Nacional para la Persecución del Maltrato Animal, un programa afiliado a la Asociación Nacional de Fiscales de Distrito, incorporó estas exageradas afirmaciones a su curso de formación, aparentemente para animar a las fuerzas del orden a tomarse más en serio la crueldad contra los animales:

«Siempre se oye a la policía, a los fiscales y a los jueces decir que tienen casos más importantes y más graves de los que ocuparse. […] Pero yo les digo: "Oye, ¿y no habría estado bien haber detenido a ese [agresor sexual o asesino] antes de que cometiera el delito?".»55

La evaluación que hace Allie Phillips de la literatura es un reflejo de la opinión dominante: que la crueldad hacia los animales predice futuros delitos violentos. En palabras de un fiscal de distrito de Ohio: «Si se detiene la crueldad contra los animales, es muy posible que se reduzca la violencia doméstica»
56. Al instar a la adopción de una disposición sobre delitos graves de crueldad en Colorado, el fiscal del distrito de Denver (posterior gobernador) explicó que «las pruebas son claras: la violencia dirigida hacia los animales es un predictor fiable de otras formas de violencia»57. También citó con aprobación a un ciudadano: «Por la mañana torturador animal y por la noche maltratador infantil/asesino en serie»58. La Asociación Internacional de Jefes de Policía instó a que «[l]as denuncias de crueldad animal deben tomarse en serio, ya que a menudo proporcionan una buena oportunidad para la identificación temprana de delincuentes violentos»59. La Asociación Nacional de Fiscales de Distrito informó de que «perseguir el maltrato animal es fundamental, pues es un fuerte predictor e indicador de posibles víctimas futuras, tanto animales como humanas»60. El jefe de la unidad de apoyo del FBI explicó igualmente que las investigaciones muestran que la violencia se desarrolla en un «continuo», de modo que quienes dañan a los animales pueden escalar a los humanos61.

Estas caracterizaciones de los estudios sobre el vínculo son dramáticamente exageradas, cuando no directamente inconsistentes con los datos. Para los principales científicos sociales, la tendencia del movimiento de protección animal a atribuirle al maltrato animal la capacidad definitiva de predecir la violencia interhumana resulta de lo más insólita. Los académicos han criticado abiertamente esta persistente caracterización errónea de los datos. Sin duda, una explicación parcial de esta narrativa la encontramos en el éxito que tales caracterizaciones producen para el movimiento —las victorias legislativas y legales en el ámbito de la protección animal son tan difíciles de conseguir que exagerar o tergiversar los estudios se convierte en un elemento esencial para la eficacia de las reformas jurídicas—
62. También cabe la posibilidad de que los líderes del movimiento se estén limitando a repetir el acervo popular sin atender en realidad a los estudios pertinentes. La futura investigación cualitativa debería incluir entrevistas a estos líderes acerca de por qué consideran el vínculo una parte tan importante en la defensa de la protección animal. ¿Cuál es la explicación de la constante caracterización errónea de los datos por parte de los principales actores del sector?

Independientemente de la razón subyacente para caracterizar la conexión entre la violencia humana y la animal como una parte importante de la defensa de los animales, el éxito en este frente es sin duda innegable. De hecho, todos los estados norteamericanos han tipificado como delito la crueldad contra los animales y, más recientemente, los cincuenta estados han adoptado un estatuto de delito grave por maltrato animal. Los fiscales aplican ahora más procesos y sentencias más elevadas por maltrato animal. Los legisladores están contemplando la posibilidad de crear registros de maltrato animal, y el FBI ha anunciado recientemente que realizará seguimientos estadísticos en analogía con otra clase de delitos graves
63. Todas estas reformas gozan del apoyo de la comunidad animalista, y el éxito de todas ellas responde en gran parte a la oportunidad que ofrece el vínculo de centrar la protección animal en la seguridad de los seres humanos. Tanto para los amantes de los animales como para los gobernantes, todos salen ganando: proteger a los animales protege a los humanos.

La realidad, sin embargo, es que la fe en el vínculo como base para hacer de la protección animal una cuestión penal es empírica y conceptualmente problemática y, a ojos de algunos investigadores, poco ética. En primer lugar, el activismo actual basado en el vínculo, tal y como se resume en la Sección 6.2, no está en absoluto en contacto con los estudios reales: no está nada claro que la crueldad con los animales sea un predictor fiable, y menos aún el mejor predictor, de la violencia interhumana. En palabras de algunos de los pensadores más preeminentes en la materia: «[D]ebe haber una moratoria sobre la tendencia de pintar un amplio trazo de violencia sobre la mayoría de los casos de maltrato», pues tratar engañosamente el maltrato como una «bala mágica» o el indicador supremo de la violencia sólo hará que socavar la credibilidad de la defensa de los animales y «perjudicar a la causa»
64. O como lamentaba otro trabajo de investigación: a pesar de «lo muy cuestionable que es la hipótesis del vínculo, ha logrado adquirir el estatus de obviedad»65.

En segundo lugar, incluso si la investigación confirmara, como afirman los grupos de protección animal, que la violencia contra los animales es un indicador fiable de la violencia interhumana, no hay datos que sugieran que el castigo penal vaya a ser el mejor medio, o incluso un medio viable, de prevención contra dicha la violencia. Es probable que haya «algo de verdad» en el vínculo: no cabe duda de que ciertas formas de violencia comparten nexos de tiempo, lugar y forma. Pero incluso aceptando, por el bien del argumento, la versión más fuerte del vínculo —la idea de que el maltrato animal es un claro predictor o una señal de alarma temprana de futuros actos de violencia contra seres humanos— la investigación no apoya la hipótesis de que los encarcelamientos vayan a lograr romper con ese ciclo de violencia.

UNA VISIÓN GENERAL DE LA INVESTIGACIÓN EN TORNO AL VÍNCULO DENTRO DE LAS CIENCIAS SOCIALES

ORÍGENES DEL VÍNCULO: ESPECULACIONES, LEYENDAS URBANAS E INTUICIONES

El vínculo, a veces llamado «teoría de la escalada», «hipótesis de la graduación», «hipótesis de la escalada de la violencia» o «tesis de la progresión», ha existido como especulación durante siglos. En esencia, la teoría sugiere que el maltrato animal predice con fuerza, cuando no de forma causal, la violencia humana. Ya en el año 500 a. C., Pitágoras filosofaba sobre la bondad hacia los animales y sobre cómo matar a un animal podía compararse con matar a un ser humano
66. A finales del siglo XVII, John Locke animó a los padres a que enseñaran a sus hijos a ser amables con los animales porque los niños «que se deleitan en el sufrimiento y la destrucción de criaturas inferiores, carecerán de la propensión a ser compasivos o benignos con los de su propia especie»67. Otros intelectuales destacados como Immanuel Kant en el siglo XVIII68, Phillipe Pinel en el siglo XIX69, y Sigmund Freud en el siglo XX70 sugirieron también que la crueldad con los animales era precursora de la violencia contra los humanos. Ninguno de estos teóricos fue más allá de la anécdota y la especulación, ni intentó reunir apoyo empírico para sus creencias, pero la narrativa tiene un largo historial. El famoso artista británico William Hogarth llegó a crear en 1751 una serie de grabados titulada Las cuatro etapas de la crueldad, en la que representaba a un joven que primero torturaba a un animal, luego se convertía en un conductor de diligencias que maltrataba a sus caballos, después asesinaba a su amante embarazada y, por último, era ahorcado públicamente71.

La conexión especulativa entre la violencia humana y la animal se estudió por primera vez en 1961 y 1963. El Dr. John Macdonald, un destacado psiquiatra del Hospital Psicopático de Colorado, en Denver, estudió a un grupo de cien pacientes que habían amenazado con matar a alguien, y llegó a la conclusión de que existía una tríada de síntomas que podían utilizarse como posibles predictores de la propensión de un niño a cometer delitos violentos en la edad adulta
72. Esa tríada —a menudo denominada la «tríada de Macdonald»— la formaban la tendencia a quemar cosas, la costumbre de mojar la cama y la inclinación a ser cruel con los animales73. Macdonald creía que los niños que mostraban alguno o una combinación de estos síntomas tenían más probabilidades de cometer delitos violentos en etapas posteriores de su vida74. La tríada de Macdonald logró hacerse eco entre otros investigadores y el público en general; hoy en día se sigue haciendo referencia a ella con frecuencia, mencinándosela en series de televisión como Ley y orden y siendo una alusión habitual en los reportajes sobre asesinos en serie75.

Sin embargo, la tríada está apoyada mucho más en la intuición o la especulación que en la ciencia y la investigación
76. Estudios más recientes han sugerido que la tríada es antes bien una «leyenda urbana» que una revelación científica, señalando estos factores como indicadores más probables de victimización infantil. El propio Macdonald desacreditó en gran medida su propia tesis en un libro de publicación posterior, Homicidal Threats [Amenazas homicidas], en el que confesó no haber podido encontrar ninguna «asociación estadísticamente significativa entre los homicidas» y los síntomas de la tríada, incluida la crueldad con los animales77. Las investigaciones desacreditan la fiabilidad predictiva de la tríada frente a la criminalidad. Según un académico, la continua prominencia de la tríada en el terreno práctico y el acervo popular tiene consecuencias peligrosas, pues los niños que muestran uno o más de los síntomas incluidos pueden llegar a «ser falsamente etiquetados como potencialmente peligrosos» y convertirse en un objetivo policial78.

La tríada de Macdonald, por tanto, es emblemática del tema que aquí se está tratando: las afirmaciones suenan plausibles en teoría, pero no están respaldadas por la investigación y los datos. Ya en 1985 fue catalogada de «error psiquiátrico» por parte de los estudiosos
79. Un académico resumió el estado actual de las investigaciones en torno a este asunto diciendo que «[l]os comportamientos de la tríada, juntos o por separado, pueden ser indicativos de un estrés infantil afrontado con mecanismos deficientes o de una cierta discapacidad de desarrollo; lo que un niño así necesita es atención y orientación». Sin embargo, no son indicadores fiables de peligrosidad futura, y los medios de comunicación y el público deberían dejar de lanzar afirmaciones en sentido contrario80. De hecho, los estudios demuestran que la presencia de uno o más de los factores de la tríada podría ser, mucho antes que un indicador de criminalidad, indicador de una «vida familiar abusiva», pudiendo ser «la respuesta a una situación de maltrato antes y durante la adolescencia»81. A pesar de ello, la teoría de la tríada como predictora de violencia persiste, actuando sobre todo como teoría madre o predecesora del «vínculo», que hace afirmaciones similares pero sobre el foco aislado del maltrato animal, al que se eleva como elemento predictivo suficiente de la violencia en su empleo como justificación de las intervenciones penales. En apta extensión al vínculo en el que se basan los colectivos de protección animal, un investigador se pregunta el porqué de la persistencia sin pruebas de la teoría de la tríada y especula que «las leyendas urbanas […] son muy difíciles de erradicar», postulando que la tríada ha mantenido su «estatus de verdad en gran parte debido a su recurrencia»82.

Además de Macdonald, también podría citarse con justicia el trabajo de Margaret Mead entre los proyectos intelectuales que estimularon el interés actual por la relación entre el maltrato animal y la violencia humana. Mead publicó un artículo en 1964 en el que resumía estudios psicológicos sobre asesinos y otros adultos violentos
83. Su revisión de la literatura sugería que matar animales era un factor común entre los individuos violentos, y postulaba que una enseñanza inconsistente de los padres en torno a cuándo, cómo y qué animales deben matarse podía llevar a los niños a dañarlos en su juventud84. La Dra. Mead también sugirió que si a los niños no se los descubre y castiga por matar animales de forma inapropiada, puede desarrollarse en ellos un carácter más hostil que conduzca a actitudes violentas en la edad adulta85. Llegó a la conclusión de que las escuelas deberían seguir un plan de estudios «más cuidadosamente planificado» basado en «la gestión del comportamiento hacia los seres vivos» y que los terapeutas infantiles deberían estar alerta ante cualquier informe relativo a niños que matan seres vivos, ya que «podría ser un signo de diagnóstico que, cogido a tiempo, podría servir para brindarles ayuda a los infantes y desembarcarlos de una larga carrera de actos episódicos de violencia y asesinatos»86.

En última instancia, las conclusiones de Mead sobre este punto son bastante mesuradas; el artículo no hace más que recoger sus impresiones, extraídas en el curso de sus revisiones y sus charlas con otros psicólogos y psiquiatras. No obstante, se atribuye a la tríada sintomática de Macdonald y al artículo de Mead, ambos de la misma época, un papel fundamental en la preeminencia que se le empezó a prestar a la crueldad con los animales como precursora y predictora de la violencia
87. La tríada especulativa y desacreditada de Macdonald y el artículo de Mead son en gran parte el trasfondo y la inspiración de las investigaciones contemporáneas alrededor del vínculo.

INVESTIGACIONES EMPÍRICAS EN TORNO AL VÍNCULO

Tras siglos de conjeturas sobre una conexión entre el maltrato animal y la violencia humana, en las últimas décadas los investigadores se han propuesto demostrar empíricamente la existencia de un «vínculo» entre ambos fenómenos
88. En opinión del movimiento de protección animal, las investigaciones habrían logrado confirmar la existencia de dicho vínculo entre una y otra formas de violencia. En 2018, algunos líderes animalistas declararon que el maltrato animal era un claro e inequívoco «predictor de futuros actos de violencia». Tal visión del vínculo ha moldeado la forma en que la policía, los fiscales y los legisladores piensan y responden al maltrato animal. Sin embargo, como revela la revisión de la literatura que comprende el resto de esta sección, las investigaciones no apoyan esa tesis del «claro predictor» de la violencia ni, de hecho, muchas de las caracterizaciones típicas de la literatura que se hacen desde el movimiento de protección animal.

Sencillamente, no existe un corpus de investigación fiable que demuestre que el maltrato animal vaticine el maltrato humano. El maltrato animal parece estar muy extendido entre los delincuentes violentos, pero no es particularmente predictivo de dicha violencia. De hecho, aunque muchos estudios muestran una mayor incidencia de historiales de maltrato animal entre las personas que cometen actos violentos contra los humanos, los datos son claros: aun con todo, la mayoría de las personas que cometen delitos violentos no tienen historial alguno de maltrato animal. Por lo tanto, el primer error de la hipótesis del vínculo es la suposición de que la mayoría de las personas que cometen actos de crueldad animal pasarán a la violencia interhumana. Además, hay una segunda crítica cuantitativa, potencialmente más poderosa aún, que ha sido ignorada hasta la fecha: incluso asumiendo la existencia de un claro vínculo entre la violencia humana y la violencia animal, nada apoya la afirmación común de que el encarcelamiento de quienes maltratan a los animales vaya a suprimir sus tendencias violentas y hacer así más segura la comunidad, tal y como aseguran los defensores del vínculo. Aun aceptándose la veracidad del vínculo como predictor de la violencia (cosa no demostrada), seguiría perviviendo la cuestión de qué hacer con esa información. Antes de profundizar en estas críticas, se ofrecerá en esta sección una visión general de las investigaciones esenciales en torno al vínculo realizada desde la publicación de la teoría de la tríada de Macdonald. Los estudios que se analizan a continuación son los más citados por otros estudiosos y los que se han identificado específicamente como los que han producido los hallazgos más importantes. Como grupo, demuestran que muchos criminales violentos han abusado de los animales, pero el conjunto de la investigación no ofrece casi nada que apoye la repetida afirmación de que la crueldad animal es un «claro predictor» de una violencia humana posterior. Este análisis de la investigación seminal en este campo expone, como ha explicado Heather Piper, que el movimiento ha dejado que sus «prejuicios se interpongan en el camino» de la interpretación y la extrapolación justas de los datos disponibles —la versión del vínculo presentada al público es más una «corazonada» envuelta de una fachada de estudio científico que una verdadera representación de las investigaciones—.

En 1977, los doctores Alan Felthouse y Bernard Yudowitz llevaron a cabo el primer estudio fundamental en torno al vínculo. Evaluaron a treinta y una reclusas del Correccional de Massachusetts, en Framingham, y a diecinueve reclusos de la Casa Correccional del Condado de Middlesex
89. Las evaluaciones consistieron en «un cuestionario con opciones múltiples, una entrevista psiquiátrica y una revisión del historial de cada sujeto»90. El cuestionario consistió en treinta y ocho preguntas, once de las cuales eran demográficas y veintisiete «hipotéticamente relacionadas con el comportamiento agresivo»91. Veintisiete preguntas se referían a la psicopatología infantil, y cada pregunta tenía rangos de respuesta que los evaluadores clasificaban entre respuestas desviadas y respuestas no desviadas. Por ejemplo, una pregunta en torno a la enuresis ofrecía cuatro respuestas: «menor de 6 años, de 6 a 9 años, de 10 a 14 años y de 15 años o más». Si una participante seleccionaba «menor de 6 años», la respuesta entraba en la categoría de no desviada, mientras que si seleccionaba cualquiera de las otras opciones, se la consideraba desviada92.

A continuación, los evaluadores separaron a las participantes femeninas en dos grupos: «agresivas y no agresivas»
93. Felthouse y Yudowitz descubrieron que el 36% de las agresivas confesaban tener antecedentes de crueldad con los animales, mientras que ninguna de las no agresivas los tenía94. Los investigadores argumentaron que aquello concordaba con la «familiar sintomatología» de Macdonald respecto de «mojar la cama, provocar incendios y ser cruel con los animales». Sin embargo, Felthouse y Yudowitz se apresuraron a reconocer que la crueldad con los animales no es específicamente indicativa «de un potencial agresivo entre las mujeres». De hecho, las conclusiones son que otros factores, incluidos unos castigos abusivos por parte de los padres, se correlacionan mucho más con una futura actitud violenta. Los datos confirman en efecto una probabilidad mayor de que las personas que cometen delitos violentos carezcan de antecedentes de maltrato animal.

Además, incluso la correlación limitada demostrada por este estudio es dudosa, dadas una serie de deficiencias en su diseño
95. Aparte del reducido número de participantes, investigaciones más recientes han documentado problemas asociados con el empleo de poblaciones de reclusos para esta clase de estudios96. En concreto, un porcentaje sustancial de los reclusos (por lo general más de la mitad) suele negarse a la participación. Y los que sí participan «pueden llegar a tener un interés psicológico en mostrar un perfil mezquino y agresivo […], exagerado o incluso inventado, al hablar del lado violento de sus personalidades»97. Incluso hay razones para creer que los estudios con poblaciones reclusas suelen tender a infravalorar los índices de maltrato animal entre los delincuentes no violentos, pues no resulta sorprendente, según han explicado los investigadores, «que los reclusos que están dispuestos a revelar sus agresiones a humanos también estén más dispuestos a revelar sus agresiones a los animales»98.

Por otro lado, es muy relevante, en la medida en que el estudio suele ser citado en apoyo a la proposición de que las personas que maltratan animales suelen pasar a la violencia interhumana, el hecho de que el estudio no tenga en cuenta ningún acto de violencia interhumana anterior a la condena. El estudio no puede demostrar ningún vínculo del tipo de la teoría de la escalada, pues no revela si el agresor ha cometido o no actos de violencia habituales antes de hacer sido condenado. Por ejemplo, los sujetos del estudio podrían haber participado en peleas escolares antes de cometer actos de crueldad con los animales. De hecho, investigaciones más recientes han demostrado que el maltrato animal no suele preceder a la violencia contra los humanos y que, en algunos casos, los niños empiezan «maltratando a los humanos para pasar después a los animales». Sin una cronología clara de cuándo comenzó la violencia contra unos y otros, es imposible saber si se pasó de la violencia contra los humanos a la violencia contra los animales o viceversa.

A pesar de sus deficiencias metodológicas y a la naturaleza limitada de sus resultados, el estudio es invocado con frecuencia por los estudiosos como una importante fuente de apoyo científico a la conexión entre la violencia humana y un maltrato animal previo. Y lo que es aún más preocupante, la confianza depositada en este estudio ha sido a menudo engañosa. Al analizar los resultados, los activistas e investigadores se han centrado mucho en la «serie de síntomas» (enuresis, piromanía y maltrato animal), cuando lo cierto y sorprendente es que esos tres síntomas no fueran los «elementos de mayor» incidencia entre el grupo de los delincuentes violentos. Por ejemplo, el 70% de las mujeres agresivas y el 31% de las no agresivas informaron de alcoholismo paterno
99. Además, el 56% de las mujeres agresivas y el 8% de las no agresivas testificaron haber sufrido castigos paternos severos100. Los dolores de cabeza durante la infancia, el abandono paterno, las malas relaciones con los compañeros de clase y una disciplina parental negligente o brutal fueron factores con mucha más correlación que el maltrato animal101. De hecho, de todos los factores estudiados por los investigadores, sólo los «castigos maternos severos» se correlacionaban menos con los delitos violentos que la crueldad animal (33% contra 36%)102.

Esta investigación, por tanto, bien podría citarse para la proposición general de una amplísima gama de factores correlacionados con la violencia futura, incluidas las relaciones sociales y familiares o las condiciones médicas. El maltrato animal no es en ningún caso el único factor relevante o predictivo, siendo de hecho menos efectivo a la hora de vaticinar la violencia futura que muchos de los otros factores cubiertos en el estudio.

KELLERT Y FELTHOUS (1985)

Reconociendo las limitaciones de los estudios basados sólo en poblaciones reclusas, en 1985 el Dr. Felthous continuó sus investigaciones, esta vez junto al Dr. Stephen Kellert, en un estudio titulado «Childhood Cruelty Toward Animals Among Criminals and Noncriminals» [Crueldad infantil con los animales en delincuentes y no delincuentes]
103. En este estudio, los evaluadores reunieron a 152 participantes, incluidos 102 reclusos federales varones y 50 no reclusos varones al azar de Connecticut y Kansas104. Los evaluadores entrevistaron a cada participante durante una o dos horas utilizando un test estándar que incluía preguntas tanto cerradas como abiertas. Estas preguntas se centraban en los datos demográficos del participante, «las relaciones familiares durante la infancia, los patrones de conducta durante la infancia, la relación con los animales durante la infancia, los patrones de conducta en la edad adulta, y una encuesta cerrada sobre la actitud hacia los animales y la violencia contra los humanos». Los reclusos fueron clasificados en una escala de agresividad del 1 al 10, no por parte de los evaluadores, sino por parte de los funcionarios de prisión, de acuerdo con su conocimiento y su observación de los reclusos105. Los evaluadores establecieron no obstante sus propias calificaciones basándose en sus entrevistas. De acuerdo con sus puntuaciones, los reclusos fueron divididos en tres grupos: agresivos (32 reclusos participantes), moderadamente agresivos (18 reclusos participantes) y no agresivos (52 reclusos participantes). Lo más sorprendente que descubrieron Kellert y Felthous fue que el 68,7% de los reclusos agresivos, el 44,4% de los reclusos moderadamente agresivos, el 48,1% de los reclusos no agresivos y la friolera del 72% de los no reclusos habían cometido al menos un acto de crueldad contra los animales. Estos datos concuerdan con otras investigaciones que han hallado una tasa sorprendentemente alta de maltrato animal entre todo el conjunto de la población, revelando otros «vínculos» mucho más predictivos de la violencia o la delincuencia.

Tabla 1: Frecuencia de crueldad con los animales durante la infancia entre delincuentes y no delincuentes de Kansas y Connecticut
 
Muchos de los que han depositado su confianza en el estudio de Felthouse como una pieza fundamental de las investigaciones en torno al vínculo se sorprenderán sin duda al descubrir que este mismo estudio encontrase tasas más elevadas de maltrato animal en los no delincuentes que en el conjunto de los delincuentes, incluidos los considerados particularmente agresivos o violentos.

En consideración a esta discrepancia, Kellert y Felthous desarrollaron también una «clasificación de gravedad del 1 al 5» para los distintos tipos de crueldad animal denunciados
106. Utilizando esta escala de gravedad, Kellert y Felthous llegaron a la conclusión de que los reclusos agresivos puntuaban significativamente más alto que el resto de los grupos107. El maltrato animal más violento, concluyen, lo cometen los delincuentes más violentos. Pero Kellert y Felthous no explican las bases de esta escala ni qué actos entran en cada clasificación. Sus evaluaciones subjetivas se basan en parte en la «aceptabilidad social» de la práctica, pero se trata de una métrica resbaladiza que les lleva a concluir, por ejemplo, que las peleas de perros son en efecto un acto de crueldad, pero no así las peleas de gallos108. Una métrica tan subjetiva es susceptible de sesgos implícitos de raza o clase. Además, al utilizar su sentido de la aceptabilidad social, Kellert y Felthous limitaron unilateralmente su estudio a los daños causados a los animales más carismáticos o con mayor estatus en los contextos más desaprobados a nivel social. Un marco de este tipo contradice el reconocimiento de que la matanza deliberada de un animal puede producirse en diversos contextos de aceptación social, como la caza, la producción de alimentos y la investigación. Estas matanzas socialmente aceptables pueden, en algunos (o muchos) casos, ser menos sádicas y estar más «normalizadas», pero no está claro que contribuyan a una menor insensibilización de la gente ante el sufrimiento ajeno que las matanzas socialmente repudiadas109. Puede que las formas de maltrato animal con menor aprobación social sean un mejor indicador de desviación, pero si la teoría es que dañar a los animales es causa de una menor empatía o un endurecimiento de corazón, no hay razón para pensar que esto no suceda también en contextos socialmente aceptados. Por supuesto, puede darse el caso de que herir a ciertos animales con un valor social particular sea más predictivo de la violencia interhumana, pero esto es algo que precisaría de estudio y no algo que pueda simplemente darse por sentado110. Las investigaciones llevadas a cabo en entornos ganaderos sugieren que tales suposiciones podrían no ser ciertas, apuntando en su lugar a cierto efecto deshumanizador en la práctica del trabajo en un matadero. Por otro lado, algunas prácticas clasificadas como socialmente aceptables, tales como la caza, siguen estando limitadas a un porcentaje muy pequeño de la población (menos del 6% de los estadounidenses), pudiendo además, a pesar de su legalidad, no estar aceptadas por un amplio número de personas dentro de la sociedad.

Otra característica de sus hallazgos que los investigadores nunca confrontan directamente es que los datos muestran que los delincuentes más «agresivos» tenían una tasa de cero violencia hacia los animales mucho más alta que los no delincuentes. Llama la atención que sólo el 28% de los no delincuentes careciesen de antecedente alguno de maltrato animal, frente al 31% de los delincuentes agresivos y el 55% de los delincuentes moderadamente agresivos. En otras palabras: la ausencia total de antecedentes de maltrato animal es un indicador muy pobre de las posibilidades de volverse o no violento —quienes
tenían más probabilidades de convertirse en delincuentes violentos o moderadamente violentos eran las personas que nunca habían maltratado a un animal—.

Del mismo modo, Kellert y Felthous no concluyen necesariamente que el maltrato animal sea el mejor predictor de la violencia humana. Exploraron las dinámicas familiares de cada participante, incluida su agresividad para con los humanos durante la infancia
111, y descubrieron que los reclusos agresivos tenían puntuaciones de violencia infantil hacia los humanos significativamente más altas que el resto de grupos112. Kellert y Felthous también descubrieron que los reclusos agresivos tenían un alto índice de peleas durante la edad infantil (61,1%), un alto índice de violencia doméstica intrafamiliar (75,5%) y un alto índice de alcoholismo o drogadicción por parte de los padres (49%)113. Kellert y Felthous concluyen que «la agresividad entre los delincuentes adultos puede estar fuertemente correlacionada con un historial de abusos familiares y de crueldad infantil con los animales»114. Su conclusión fue que la sociedad debería prestar atención a «la importancia de la crueldad infantil con los animales como indicador potencial de relaciones familiares perturbadas y futuros comportamientos antisociales y agresivos»115. Según los investigadores, el maltrato animal podría ser un predictor de ciertos delitos violentos, pero quizá no más que unas relaciones familiares problemáticas, descubriéndose en última instancia que las personas ajenas a delitos violentos tenían más probabilidades que los delincuentes violentos de haber cometido actos de maltrato animal en su pasado.

Estos resultados no se parecen en casi nada a la defensa pública del vínculo comentada con anterioridad. Además, este estudio, al igual que el de 1975, presenta una muestra relativamente pequeña y una naturaleza totalmente retrospectiva
116. Como admiten los investigadores, «cualquier estudio retrospectivo de la infancia de un adulto está plagado de problemas metodológicos asociados con la fiabilidad y validez de la información recordada», problema que, además, «se agrava cuando la información es extraída de una población reclusa influida por el contexto institucional»117. Kellert y Felthous intentaron utilizar métodos adicionales para validar sus resultados, como referencias cruzadas de antecedentes penales y contactos con «figuras familiares significativas e importantes en la infancia de los sujetos», pero esos métodos fracasaron y fueron por fin suprimidos del estudio118. Y al igual que otras investigaciones analizadas más arriba, la ausencia de una línea temporal que indique que los individuos que habían maltratado animales lo hicieron antes de haber pasado a las agresiones humanas impide cualquier tentativa de demostrar una tesis progresista o gradualista. La lectura más generosa de los datos es que aquellas personas que en algún momento habían demostrado una agresividad extrema hacia los animales también mostraban una propensión mayor a dañar a los humanos.

FELTHOUS Y KELLERT (1987)

En 1987, Felthous y Kellert proporcionaron lo que parece ser la primera revisión bibliográfica exhaustiva de las investigaciones en torno al denominado vínculo
119. Felthous y Kellert pretendían determinar «si la literatura científica apoyaba una asociación entre un patrón reiterado y sustancial de crueldad con los animales durante la infancia y una violencia grave y recurrente posterior contra los humanos»120. Felthous y Kellert hallaron diez estudios realizados entre 1968 y 1984 que no encontraban ninguna relación entre la crueldad animal y la violencia humana121 y apenas cuatro que sí que establecían alguna. Es decir, más del 70% de los estudios llevados a cabo durante ese periodo de tiempo fueron incapaces de hallar ninguna conexión o correlación entre uno y otro fenómeno, y tres de los cuatro que sí encontraron alguna relación habían sido realizados por el propio Felthous122.

Felthous y Kellert trataron de dar una explicación al hecho de que algunos estudios encontrasen una relación y otros no
123. Una de sus críticas principales hacia las investigaciones que no hallaban ninguna relación apuntaba a la ausencia de una definición estandarizada de la crueldad animal. Kellert y Felthous argumentaron que, al amparo de una definición «vaga» o nula de la crueldad animal, la gente podía incluir actividades como «aplastar moscas domésticas o disciplinar a un perro con una bofetada suave», acciones que son «presumiblemente comunes» y que «no son particularmente sintomáticas de una agresividad fuera de lo normal»124. Los investigadores no aclaran que les hace suponer que la gente fuera a incluir tales actos dentro de su definición de crueldad animal. Parece muy poco probable, por ejemplo, que los presos que confesaron tener antecedentes de crueldad con los animales se estuviesen refiriendo a actos relativos al control de insectos.

Lo más significativo, sin embargo, es que, en el marco de su crítica a los estudios que no logran hallar ninguna «relación», la revisión de Felthous y Kellert les lleva a concluir que predecir un acto previo de crueldad animal basándose en un acto de violencia humana «sería realmente arriesgado». Los datos no apoyan esa conclusión, sencillamente. En última instancia, sugieren la posibilidad de que sean los actos más «graves y recurrentes» de violencia humana los que se correlacionen con el maltrato animal, no los actos de carácter más puntual. Felthous y Kellert señalan que, aplicando el criterio de «la gravedad y la recurrencia», todos los estudios salvo uno encontraron una relación efectiva entre la violencia humana y la crueldad con los animales. En su opinión, los mejores datos disponibles sugieren que, de existir algún nexo entre la violencia humana y la violencia animal, éste se da principalmente en los casos en los que la persona comete delitos violentos graves y de forma reiterada. La propuesta que lanzan al aparo de estas conclusiones es moderada: instan a «médicos, juristas, profesores, padres y otras personas al cuidado de los niños» a que estén «alerta a los significativos y potencialmente ominosos actos [de crueldad animal] durante la infancia», señalando la conveniencia de «una intervención atenta y cuidadosa».

En resumen, las investigaciones clásicas esenciales en este campo no apoyan la conclusión de que quien comete abusos contra un animal va a pasar a un comportamiento violento contra los humanos.

LOS ESTUDIOS MÁS RECIENTES

MERZ-PEREZ, HEIDE Y SILVERMAN (2001)

En 2001, Linda Merz-Perez, la Dra. Kathleen M. Heide y el Dr. Ira J. Silverman llevaron a cabo un estudio «diseñado para investigar si el fenómeno de la crueldad animal podía servir como un signo de advertencia temprana respecto de una posible violencia futura contra los seres humanos»
125. Este estudio evaluó a noventa participantes, cuarenta y cinco reclusos violentos y cuarenta y cinco reclusos no violentos encarcelados en una prisión de máxima seguridad de Florida126. Los participantes fueron seleccionados al azar por miembros del personal de la prisión basándose en el delito por el que cada persona estaba cumpliendo su condena. A continuación, los evaluadores examinaron los antecedentes penales de los reclusos no violentos y, si alguno de ellos había cometido un delito violento, era excluido del grupo de participantes127. Seguidamente, examinaron el delito más grave cometido por cada uno de los reclusos. En el grupo de los violentos había reclusos con condenas por: asesinato (33%); intento de asesinato (2%); delitos sexuales (30%); asalto y/o agresión o resistencia violenta frente a un agente de la ley (21%); robo en una vivienda ocupada o a mano armada (9%); y robo con arma peligrosa o arma de fuego (5%)128. El grupo no violento estaba compuesto por reclusos con condenas por: robo en instalaciones desocupadas (40%); delitos de drogas (35%); delitos contra la propiedad (23%); y posesión de armas de fuego (2%)129. Demográficamente, los dos grupos eran muy similares en términos de edad, raza, educación y estado civil130.

Los evaluadores emplearon entonces el Instrumento de Evaluación de Niños y Animales desarrollado por el Dr. Frank R. Ascione «para recopilar datos sobre la experiencia de los participantes con los animales, incluida la participación u observación de actos de crueldad animal»
131. Los evaluadores entrevistaron a cada participante cara a cara y examinaron los documentos proporcionados por la prisión, incluidos «informes policiales, actas de acusación, condena y sentencia, estudios sobre las sentencias y formularios de evaluación correccional»132.

Merz-Perez et al. hallaron que el 56% de los reclusos violentos habían cometido actos de crueldad con los animales en el pasado, en contraste con el 20% de los reclusos no violentos
133. Desglosados aún más los datos, el 29% de los reclusos violentos había cometido actos de crueldad con animales salvajes, en comparación con el 13% de los reclusos no violentos; un 14% de los reclusos violentos había cometido actos de crueldad con animales de granja, en comparación con un 2% de los reclusos no violentos; el 26% de los reclusos violentos había cometido actos de crueldad con animales de compañía, en comparación con el 7% de los reclusos no violentos; y un 11% de los reclusos violentos había cometido actos de crueldad con animales callejeros, en comparación con el 0% de los reclusos no violentos134. Las diferencias con respecto a los animales salvajes y los de granja no fueron estadísticamente significativas135.

Merz-Perez et al. concluyen que «los delincuentes que han cometido delitos violentos en la edad adulta tienen muchas más probabilidades que los delincuentes adultos no violentos de haber practicado actos de crueldad animal, muy en particular con animales domésticos y callejeros»
136. Los datos son realmente sorprendentes y muestran una fuerte correlación entre el maltrato de animales domésticos y callejeros y los delitos violentos. Sin embargo, incluso en relación con la forma de maltrato animal más predictiva, a saber, la ejercida contra los animales domésticos y callejeros, hay entre un 75 y un 89% de delincuentes violentos libres por completo de cualquier antecedente. Aún admitiendo la imposibilidad de predecir comportamientos desviados incluso entre personas que maltratan animales que gozan de gran aprecio, los investigadores concluyen señalando la necesidad de llevar a cabo más investigaciones:

«¿La crueldad animal durante la infancia es capaz de predecir una posterior violencia adulta contra seres humanos? Nuestros resultados subrayan la necesidad de un estudio longitudinal con niños hasta la edad adulta para ver hasta qué punto se relaciona causalmente la violencia contra determinado tipo de animales durante la infancia con la violencia adulta contra los seres humanos.»137

Dada la complejidad del tema, el número de factores que son relevantes a la hora de considerar por qué una persona se comporta de forma violenta, y la falta de un estudio longitudinal, los autores advierten que cuando un niño comete un acto de crueldad animal, «debe ser investigado como un acto específico cometido por un individuo específico contra un animal específico»138. Reprenden la tentación de sacar conclusiones tajantes y generales sobre el poder predictivo del maltrato animal, apuntando a una ausencia de respaldo por parte de las investigaciones existentes, incluida la suya propia. Los estudios no prueban que un porcentaje significativo de maltratadores de animales se conviertan después en delincuentes violentos; de hecho, es más probable que los maltratadores de animales no cometan delitos violentos de ninguna clase, y los mejores datos disponibles no se prestan a nada que se acerque siquiera a conclusiones en favor de su carácter predictivo139. Por supuesto, una evaluación individualista y holística de los niños implicados en el maltrato animal puede llevar a los expertos en salud mental a identificar a los participantes como sujetos necesitados de cierta intervención, por lo que el maltrato animal no se puede catalogar de completamente irrelevante, de igual modo que el acoso escolar, los problemas de autoestima y los abusos familiares no pueden dejar de reconocerse como factores con vínculos (énfasis en el plural) con el comportamiento desviado, incluida la violencia interhumana. Según estos investigadores, el maltrato animal no es el único fenómeno vinculado con la violencia humana, sino uno de los muchos vínculos. Investigaciones posteriores han llegado a cuestionar incluso estas limitadas conclusiones de Merez-Perez et al.140.

PIPER (2003)

Escribiendo desde la perspectiva de una académica relativamente joven con una importante carrera como trabajadora social, Heather Piper escribió un provocativo trabajo de investigación en el que cuestionaba la sabiduría convencional respecto del vínculo y el modo erróneo en que difamaba a los niños con los que había estado trabajando como profesional. ¿Son los niños que maltratan animales «corderos con piel de lobo»?, se preguntaba
141. Piper detalla sus impresiones a partir de una revisión de la bibliografía existente, y su resumen evoca las críticas a las pruebas forenses exageradas o falsas que han dado lugar a condenas falsas en los Estados Unidos. Piper concluye que gran parte de las investigaciones en torno al vínculo «desprenden una calidad experta cuasi científica, aun cuando los datos no lo justifican», y critica el engañoso «poder seductor de las cifras». Afirma que muchas de las investigaciones y sus conclusiones parten de la premisa suposicional de la existencia del citado vínculo, sufriendo de una clara «profecía autocumplida»142. Piper lamenta que muchos trabajos académicos y grupos animalistas hayan rechazado una lectura más sutil y matizada de las investigaciones, para perpetuar en su lugar una visión del comportamiento humano que no es más que «un mito o una leyenda».

Como trabajadora social experimentada, Piper lamenta lo que denomina la «bola de nieve potencial de las investigaciones», que parte de la premisa validativa del discurso dominante. Señala que los estudios simplemente no apoyan las afirmaciones hechas por los líderes de este campo, como Phil Arkow, que ha escrito que la crueldad animal es un claro predictor de la futura violencia humana. Piper expresa incluso su escepticismo ante las propuesta de intervención frente a casos de posible maltrato animal: la supuesta necesidad de realizar informes cruzados entre organismos. Para Piper, los datos no respaldan en absoluto la idea de que, por ejemplo, un veterinario debería estar en posición de poder predecir, basándose en las lesiones de una mascota, si un niño ha sido maltratado o va a terminar convirtiéndose en un maltratador. El problema de la aplicación práctica del vínculo es que, como dice Piper, «se extrapola mucho a partir de muy poco»
143. Piper considera que las opiniones expertas de los sectores de la protección animal en torno al tema del vínculo se adentran en el terreno de la falsedad, y les atribuye el haber dado al vínculo una «vida propia» sensacionalista que está en gran medida disociada de las investigaciones más rigurosas.

La principal aportación de Piper, por tanto, es su recopilación de las críticas a los estudios sobre el vínculo llevadas a cabo hasta el año 2004. Estas críticas, observa, no reciben tanta atención, pero están lejos de ser una «rareza excepcional», reflejando además un enfoque mucho más reflexivo del comportamiento humano
144. La llamada de atención de Piper contra el pánico moral y las fórmulas cuantitativas rígidas para la detección de la violencia (o la desviación), es una pieza importante de la literatura sobre el vínculo. La autora hace una importante llamada a evitar la retórica absolutista en relación con el maltrato animal, ofreciendo en su lugar un «respaldo a la necesidad de una comprensión más cualitativa y vincular con la práctica» de los individuos. El trabajo de Piper reivindica que los trabajadores sociales realicen indagaciones más holísticas en lugar de centrarse en unos «perfiles de maltratadores» prefigurados, pues, en última instancia, el uso de tales perfiles, concluye, «no ayudará a prevenir el maltrato», sino que les impondrá a los niños una «etiqueta negativa» que, una vez aplicada, «es poco probable que consigan abandonar jamás». La cuestión no es que «los vínculos no existan nunca»; la cuestión es que el enfoque del vínculo y el empleo de esa clase de retóricas «limita las opciones y, con ello, las posibilidades de conocimiento y de comprensión», excluyendo «explicaciones mucho más desafiantes». Al final, Piper ofrece una visión un tanto cínica de las investigaciones en torno al vínculo: «A menudo es imposible saber con certeza si un problema concreto está o no causado por otro problema concreto»145.

TALLICHET Y HENSLEY (2004)

En 2004, la Dra. Suzanne E. Tallichet y el Dr. Christopher Hensley trataron de «establecer si existía un vínculo entre actos recurrentes de crueldad animal en la infancia y la adolescencia y actos posteriores reiterados de violencia con seres humanos dentro de una muestra de delincuentes violentos y no violentos conocidos por haber cometido diversos delitos»
146. Los autores distribuyeron cuestionarios de 39 preguntas a reclusos varones en dos prisiones de seguridad media y una de máxima seguridad147. De los 2.093 reclusos, participaron en el estudio 261148. Los autores reconocen los problemas de la autoselección participativa y la limitación de una población exclusivamente reclusa. También admiten que el ritmo y la solidez de los estudios académicos sobre el vínculo no han seguido el ritmo de la narrativa de los medios de comunicación y la confianza del público sobre la capacidad predictiva de la crueldad animal respecto de la violencia humana.

En la encuesta se preguntaba a los reclusos si su condena respondía a un delito violento, como asesinato, intento de asesinato, violación o agresión con agravantes. También se les preguntaba cuántas veces habían sido condenados por esos delitos. Además de información demográfica, como la raza, el nivel educativo, el lugar de residencia, el estado civil, el número de hermanos y si habían pasado o no por un reformatorio, a cada recluso le fue preguntado «[c]uántas veces ha herido o matado animales, aparte de para cazar». De la multitud de factores estudiados por Tallichet y Hensley, se descubrió que dos tenían una relación estadísticamente significativa con los delitos violentos. Hallaron que el número de hermanos y el número de veces que habían cometido actos de crueldad animal se correlacionaban con la violencia durante la edad adulta. Los investigadores hacen buena la denuncia autoprofética de Piper en torno a estas investigaciones al no plantear ninguna explicación respecto del porqué de la relación entre el volumen familiar y la violencia adulta y centrar su conclusión exclusivamente en que «la crueldad con los animales puede ser un factor predictivo de la violencia adulta posterior»
149.

Sin embargo, al igual que otros investigadores en este campo, Tallichet y Hensley son conscientes de las limitaciones de sus datos. Sus herramientas de recopilación, por ejemplo, pueden no haber discriminado con precisión a las personas violentas de las no violentas. El cuestionario sólo preguntaba a los reclusos si habían sido condenados por delitos violentos, pero las condenas no reflejaban necesariamente la realidad de los delitos anteriores; por ejemplo, un recluso puede haber cometido un acto violento pero nunca haber sido detenido o, como sucede con frecuencia, el recluso puede haberse declarado culpable de un cargo no violento a cambio de eludir los cargos de actos violentos más graves
150. También se da el caso de personas condenadas injustamente tanto por delitos violentos como no violentos151. Los autores también admiten que, a la luz del «bajísimo» índice de respuestas (12,5%), es dudoso que los resultados puedan generalizarse «a la población reclusa de los EE. UU.», por no hablar de la población general152. Además, al igual que otros estudios precedentes, el trabajo de Tallichet y Hensley se centra en el poder predictivo de la crueldad animal sin tener en cuenta la posibilidad de que otros tipos de violencia interhumana hubiesen precedido (o predicho) los primeros actos de maltrato animal153. ¿Tuvo el niño o el adolescente peleas en la escuela antes de que empezase a maltratar animales? Y, de ser así, ¿debería tratarse este tipo de comportamiento antisocial como el verdadero canario en la mina?

En última instancia, sus datos podrían respaldar la intuición de que la violencia contra los animales está relacionada con la posterior violencia humana, pero tal conclusión conlleva una enorme dosis de especulación. Como señalan los autores:

«Para determinar si el maltrato animal es realmente predictivo de la violencia humana y, en caso afirmativo, en qué grado, es necesario abordar la cuestión estudiando a una gran cohorte de jóvenes que hayan cometido actos de crueldad con los animales.»154

Aunque los investigadores reconocen que hay demasiadas variables y demasiadas incógnitas para poder afirmar con seguridad que el maltrato animal es predictivo de una futura violencia interhumana, señalan que los grupos de protección animal han venido insistiendo en la utilidad de la crueldad con los animales como «síntoma de la violencia humana».

LEVIN Y ARLUKE (2009) Y ARLUKE Y MADIFS (2014)

Arnold Arluke y Jack Levin publicaron una serie de artículos, culminados en un capítulo de un libro de 2009, en los que examinaban lo que ellos percibían como algunos de los problemas flagrantes de las investigaciones previas en torno al vínculo. Uno de los problemas identificados por estos investigadores fue la inflexible adhesión a la suposición de que la violencia animal, especialmente por parte de niños y adolescentes, predecirá la futura violencia interhumana. Arluke y Levin, junto con otros dos investigadores, publicaron un artículo en 1999 en el que señalaban el «fracaso de los estudios anteriores» a la hora de demostrar un vínculo consistente entre la crueldad con los animales y la violencia humana, afirmando que era mejor tomar los datos como apoyo a un «modelo de desviación» generalizado
155. Piper y otros han criticado estas conclusiones como indicativas del tipo de guión cultural determinista y preocupado por encontrar una causa singular para cierta clase de comportamientos, en lugar de reconocer la naturaleza polifacética de los vínculos y la imposibilidad de predicciones fiables basadas en un conjunto de conductas. No obstante, el estudio proporcionó una innovadora introspección al provocar que algunos de los principales investigadores del campo desafiaran y socavaran la suposición de la narrativa animalista dominante respecto del vínculo: que el maltrato animal es un predictor de la violencia humana. Arluke et al. criticaron este tipo de pensamiento como una caracterización demasiado simplista de la desviación humana, carente por añadidura de cualquier respaldo por parte de las investigaciones existentes.

En 2009, Arluke y Levin tuvieron que enfrentarse a una complicación clásica en relación con los datos sobre el vínculo: el omnipresente problema de los «falsos positivos»
156. Las investigaciones han revelado de forma sistemática un porcentaje sorprendentemente alto de personas que han maltratado animales durante su infancia, sólo una minoría de las cuales sin embargo llegan a cometer delitos violentos. Incluso en los estudios que encuentran una correlación más estadísticamente significativa entre el maltrato animal y la violencia humana, la mayoría de las veces el maltratador de animales no llega a maltratar jamás a seres humanos. Esto se debe a que «son muchas las personas corrientes —aquellas que presumiblemente nunca cometerían un acto grave de agresión humana— que perpetran actos de crueldad animal».

Con el fin de salvar el problema de los falsos positivos, Arluke y Levin diseñaron dos estudios muy limitados. En primer lugar, distribuyeron un cuestionario sobre maltrato animal en la infancia en una amplia clase de sociología de pregrado de la Universidad del Nordeste de Boston. Como en las investigaciones anteriores, un gran número de los participantes admitieron haber maltratado a un animal (28%), y un amplio número de estudiantes (13%) reconocieron haber utilizado métodos de maltrato cercanos y personales, como apaleamientos o estrangulamientos. Pero los investigadores observaron que sólo el 5% de los alumnos habían infligido dolor y sufrimiento intencional (lo que los investigadores denominaron «tortura») a perros o gatos, y sólo el 1% admitía haber torturado a un perro o un gato de forma intencionada, manual, directa y personal. Con respecto a esta última categoría, los investigadores especularon que el subconjunto es lo suficientemente pequeño como para minimizar o eliminar cualquier problema de falsos positivos con respecto a la capacidad predictiva del maltrato animal.

Como parte de la misma investigación, Arluke y Levin examinaron a su vez los historiales criminales de algunos asesinos en serie sobre los que había escritas «biografías» y que habían llegado a torturar a sus víctimas humanas. Así, el conjunto de datos (cuarenta y cuatro personas) se limitó a asesinos en serie que habían torturado a sus víctimas y sobre los que existía una biografía que relataba sus vidas. Las conclusiones son importantes en cuanto a que representan algunas de las opiniones más optimistas sobre el poder predictivo del vínculo dentro de la investigación moderna. Levin y Arluke descubrieron que treinta y dos de los cuarenta y cuatro torturadores-asesinos en serie, es decir, el 73%, «también habían practicado la tortura o la matanza de animales»
157.

Esta cifra merece atención y un estudio más profundo. Pero hay varias razones para creer que estos datos son demasiado limitados como para hacer afirmaciones generalizadas. En primer lugar, cabe señalar que el estudio se centra en cuarenta y cuatro delincuentes muy violentos repartidos a lo largo de distintas décadas, excluyendo los miles de delitos violentos que se producen cada año. Esta elección fue deliberada, pero la pequeñez del conjunto de datos hace que sea muy difícil sacar ninguna conclusión general respecto de las muchas personas que maltratan animales cada día a lo largo y ancho de los Estados Unidos. El conjunto de datos es tan pequeño y tan poco representativo de la clase de delincuentes que maltratan violentamente a seres humanos, que se aproxima mucho más a la anécdota que la investigación empírica. Además, incluso si el 100% de los cuarenta y cuatro torturadores-asesinos en serie hubiesen abusado de animales, el hecho seguiría revelando muy poco acerca de los cientos de miles o millones de personas que han llegado a torturar animales en algún momento de su infancia. Si todos los asesinos en serie se hubieran (o no) graduado en la universidad, ¿considerarían los investigadores eso como un factor predictivo fiable de las posibilidades de convertirse en un asesino en serie? En resumen, el estudio de los asesinos en serie no logra salvar el problema de los falsos positivos.

No obstante, Arluke y Levin tratan de superar el problema de los falsos positivos de su estudio sobre los asesino en serie empleando los cuestionarios entregados a los estudiantes universitarios. Reconocen que es cierto que son muchas las personas que confiesan haber maltratado animales, pero muy pocas las que admiten haberlo hecho con perros o gatos, y menos aún las que admiten haberlos torturado de un modo directo y de primera mano. En otras palabras, Arluke y Levin intentan combinar los hallazgos extraídos de los libros sobre asesinos en serie reales con sus hallazgos extraídos sobre los estudiantes universitarios para crear una red que muestre que el maltrato animal particularmente atroz está correlacionado con la violencia humana particularmente atroz. Pero esta maniobra es endeble a varios niveles. En primer lugar, ¿es justo comparar a estudiantes con cierto grado de privilegio y estatus social (dada su matrícula en una importante universidad nacional) con los peores asesinos en serie de la historia del país? Y lo que es más grave, los investigadores parecen eludir un problema clave en la combinación de estos dos conjuntos de datos: el porcentaje de estudiantes universitarios que admitieron haber torturado a perros y gatos fue sólo del 1%, lo que parece limitar sustancialmente los falsos positivos; sin embargo, apenas algo más del 50% de los 44 asesinos en serie estudiados habían llegado a torturar animales (y no sólo perros y gatos), lo que significa que incluso entre los asesinos en serie más atroces es tan probable que haya antecedentes de tortura animal como que no los haya. Las cifras son mucho más altas tomando como referencia cualquier tipo de maltrato animal y no sólo la tortura directa (el 73% de los asesino en serio, es decir, 33 de los 44 sujetos estudiados), pero también son más altas las tasas de maltrato encontradas por Arluke y Levin entre los estudiantes —un impactante 28% de los estudiantes universitarios admitieron haber sido abusivos con los animales—.

Es interesante que un alto porcentaje de los asesinos torturadores y sobre los que se han escrito libros tuvieran antecedentes de abuso animal, y también es digno de mención el descubrimiento de que muy pocos de los estudiantes universitarios estudiados hubiesen torturado perros o gatos de un modo íntimo y de primera mano. Pero la combinación de estos dos conjuntos de datos no logran salvar en forma alguna sus deficiencias respectivas. Por un lado, se descubrió en efecto que la mayoría de los asesinos en serie habían maltratado animales, pero también se descubrió que era algo practicado por el 28% de los estadounidenses, es decir, más de 80 millones de personas. De hecho, el porcentaje de personas que maltratan animal extraído por los investigadores es aproximadamente el mismo que el porcentaje estimado de estadounidenses que poseen armas de fuego (el 30%). Habiendo decenas de millones de personas que admiten haber maltratado animales, un grupo de cuarenta y cuatro asesinos en serie con antecedentes de maltrato animal se antoja un subconjunto bastante insignificante y poco revelador. Habiendo millones de personas con antecedentes de maltrato animal, es posible asumir con seguridad que la mayoría de quienes los tienen no acabarán convertidos en asesinos en serie. Por otro lado, es cierto que comparativamente pocas personas habían torturados perros o gatos (alrededor del 1%), pero también es cierto y notable que sólo alrededor de la mitad de los asesinos en serie lo habían hecho, por lo que incluso la tortura de perros y gatos es un predictor relativamente pobre respecto de la conversión de alguien en un asesino en serie. Puede que haya un número relativamente escaso de personas que torturan perros y gatos (lo que resolvería el problema de los falsos positivos), pero resulta que las personas que torturan perros o gatos no son particularmente propensas a convertirse en asesinos en serie.

Levin y Arluke admiten que el maltrato animal «no predice necesariamente una conducta violenta posterior hacia los seres humanos»
158. Pero parecen creer que la crueldad extrema con los animales sí que puede ser un pronósticador o una señal de alarma útil respeto del comportamiento futuro de la gente. No obstante, por las razones expuestas más arriba, esta hipótesis predictiva parece ser un ejercicio de especulación mucho más que un hecho constatado. Personas razonables podrían discrepar sobre la interpretación de su limitado conjunto de datos, y algunos de los que lo han estudiado se muestran en total desacuerdo con la conclusión de que la violencia extrema es una señal de alarma respecto de la violencia humana. Por ejemplo, Heather Piper calificó este tipo de conclusiones como el producto de «sentimientos viscerales» nublados por la presentación de unas cifras que otorgan a la conclusión una impresión «cuasi científica».

Como reconocen los propios Arluke y Levin, incluso en lo que respecta a ese pequeño subconjunto de torturadores directos a los que consideran más predictivos, «el fenómeno puede ser un punto de inflexión importante, pero no exclusivo, para que ciertos niños se acaben convirtiendo en asesino reincidentes». En una publicación de 2014, Arluke, junto Eric Madfis, hizo un segundo esfuerzo por acotar y, de paso, reparar las exageradas afirmaciones hechas sobre un supuesto vínculo entre la violencia humana y la animal. Arluke y Madfis se propusieron estudiar si el maltrato animal era una señal de advertencia fiable para identificar a personas con riesgo de cometer tiroteos masivos o masacres escolares
159. Los autores enmarcaron este documento como una respuesta a las críticas bien fundamentadas de académicos como Heather Piper hacia las investigaciones previas en torno al vínculo. Piper y otros tacharon de infundada, por ejemplo, la declaración publicada por la HSUS en 2008 en la que se afirmaba que «detrás de los asesinatos en serie y las masacres escolares se esconden casi invariablemente historiales de maltrato animal». Coincidiendo hasta cierto punto con Piper, estos autores señalaron que el vínculo se perpetuaba a menudo «como un hecho con muy escasa base científica, por no decir ninguna», y que se había convertido más en una «ideología» que en un campo serio de estudio.

Con la esperanza de añadir una capa de rigor empírico al debate sobre las masacres escolares, los autores investigaron veintitrés tiroteos ocurridos entre 1998 y 2012 con dos o más personas muertas. Los investigadores reconocieron que medir la incidencia y el grado de la crueldad animal entre los autores de estos tiroteos a partir de los testimonios de los propios delincuentes podía dar resultados exagerados, pues cabe la posibilidad de que estos individuos se dediquen a «alardear […] como una forma de mostrarse peligrosos». Pero incluso basándose en los datos derivados de esa jactancia, los investigadores descubrieron que sólo diez de los veintitrés tiradores escolares estudiados habían maltratado a un animal. Tras un tiroteo en una escuela en 2018, los mismos autores escribieron un artículo de opinión en el Washington Post en el que describían el maltrato animal, en particular la tortura directa de perros y gatos, como una «señal de alarma» de que alguien puede convertirse en un asesino en masa. Pero esta idea de que la crueldad animal puede servir como una bandera roja útil está en conflicto con sus propios estudios. Los datos recopilados por Arluke y Madfis muestran que las predicciones de un tiroteo en masa basadas en actos previos de maltrato animal van a ser en la mayoría de los casos fallidas. Hacen hincapié en el hecho de que el 90% de los «asesinos escolares que maltrataron animales» utilizaron estilos de maltrato directos y personales, pero eso no cambia el hecho de que sólo el 43% de estos asesinos hubiesen maltratado alguna vez a un animal. El hecho de que menos de la mitad de los tiradores escolares maltrataran animales resulta especialmente llamativo observado a la luz de otro hecho documentado por los investigadores: que casi el 20% «mostraban un gran apego» hacia los animales no humanos. Casi uno de cada cinco tiradores sentía empatía por los animales; uno incluso declaró ser un «vegano ético», y otros mostraban conductas drásticas de bondad para con los animales.

Arluke y Madfis reconocen que sus hallazgos ponen en duda la «solidez del vínculo como señal de advertencia», incluso en casos de «violencia extrema». Es cierto que la mayoría de los maltratadores de animales que llevaron a cabo tiroteos en centros escolares practicaban un maltrato particularmente intenso y directo, pero, sin embargo, la mayoría de los tiradores estudiados no les hacían ningún tipo de daño los animales en absoluto. Así, reconocen que su investigación tiende a apoyar las críticas al uso de «listas de control y perfiles identificativos de los jóvenes con riesgo de violencia». El maltrato animal con tortura puede ser el mejor predictor de tiroteos en masa dentro de las diversas categorías de maltrato animal, pero aún así sólo nueve de los veintitrés tiradores estudiados habían practicado ese tipo de tortura. Otras investigaciones muestran que los tiroteos en masa y los asesinatos gozan de correlaciones o vínculos mucho más fuertes con factores como la fascinación por las armas, el interés por los medios violentos y el acoso escolar, entre muchos otros. Puede que exista un «vínculo» entre el maltrato animal y la violencia humana, pero no es en ningún caso el vínculo más fuerte, útil y predictivo.

PATTERSON-KANE (2014)

Uno de los exámenes exhaustivos más recientes en torno al vínculo fue escrito por Emily Patterson-Kane en 2014, quien llevó a cabo un metaanálisis de la investigación existente
160. Patterson-Kane señala el amplio interés en probar una relación entre la agresión contra los animales y la violencia, y advierte que la mera muestra de una «mayor proporción de antecedentes de maltrato animal entre personas con delitos contra los humanos no responde a esta pregunta». Su investigación, por tanto, se propone explicar por qué es así, examinando los datos existentes en busca de pruebas de una relación significativa.

En primer lugar, Patterson-Kane sintetizó los datos de trece estudios para calcular la prevalencia del maltrato animal entre «poblaciones de control no violentas u ostensiblemente normales (por ejemplo, estudiantes o miembros comunes de la comunidad)». Sus conclusiones son bastante notables en este sentido. En los trece estudios, los datos muestran una incidencia media del 27% de uno o más actos de crueldad contra los animales. Patterson-Kane señala una serie de factores, incluidas las distintas definiciones de la crueldad animal, como posible explicación de esta elevada cifra, y sugiere cautela a la hora de tratarla como definitivamente correcta. No obstante, se han observado cifras similares en algunos de los estudios seminales mencionados con anterioridad, como el de Kellert y Felthouse (1985). Basándose en esta tasa de maltrato animal, Patterson-Kane reconoce la misma inquietante conclusión alcanzada por estudios previos, a saber, que «cierta participación en el maltrato animal puede considerarse normativa entre los varones estadounidenses»
161. Cualquier tasa de maltrato animal por encima de un pequeño porcentaje sugiere ya que millones, o decenas de millones de estadounidenses, han maltratado animales, revelando así el problema de los falsos positivos de las investigaciones sobre el vínculo.

En segundo lugar, Patterson-Kane llevó a cabo un metaanálisis sobre quince estudios relativos al vínculo y descubrió, como habían descubierto investigadores anteriores, que «las personas con un historial de violencia contra los humanos eran significativamente más propensas a tener un historial de maltrato animal que los grupos carentes de dicho historial de violencia humana». En concreto, su análisis reveló que el 34% de los delincuentes violentos había maltratado animales, mientras que sólo el 21% de los delincuentes no violentos lo había hecho, por lo que reconoció que la conclusión de que los delincuentes violentos tienen más probabilidades de haber maltratado animales tiene cierta validez. Sin embargo, se apresura a señalar lo que quizá sea el hallazgo más destacado: que «la mayoría de los individuos con antecedentes de violencia contra seres humanos» no tienen antecedentes de maltrato animal. En consecuencia, según la investigación más exhaustiva realizada hasta la fecha, el empleo del maltrato animal como un vaticinador de una futura violencia humana «tiene más probabilidades de fallar que de acertar». Además, Patterson-Kane resume de forma concisa el problema de los falsos positivos explicando que «la tasa en la que los delincuentes violentos han cometido maltratos animales no proporciona información valiosa sobre la tasa en la que los maltratadores de animales pasarán a ser delincuentes violentos, ya que no nos permite saber cuántos maltratadores de animales han dejado de seguir ese camino». O por ilustrarlo con una analogía sencilla: muchos asesinos tienen una condena previa por algún delito no violento, pero eso no significa que los delitos no violentos sean un buen predictor de futuros asesinatos violentos
162.

Patterson-Kane reconoce que, con respecto a los actos recurrentes y especialmente graves de maltrato animal, «sigue siendo posible» que exista un vínculo más fiable de futuros delitos de violencia. Pero advierte que cualquier «tentativa de predecir el riegos debe reconocerse como una tarea extremadamente difícil y con graves consecuencias para la sociedad y el individuo»
163. En resumen, según la elaborada síntesis de Patterson-Kane de los datos empíricos existentes, la investigación es mucho menos concluyente, mucho más anecdótica e incipiente respecto al vínculo de lo que sugiere la narrativa pública convencional. Además, la estigmatización de un niño o adolescente como un «monstruo moral» conlleva, sobre todo cuando se implican sistemas penales, la posibilidad de efectos negativos potencialmente irreversibles.

CRÍTICA AL VÍNCULO COMO TALISMÁN Y DOGMA DE LAS LEYES PENALES ANIMALES

La presunta conexión entre el maltrato animal y la violencia humana ha surgido como una característica destacada, a menudo preeminente, de las reivindicaciones públicas del movimiento animalista a favor de intervenciones penales más contundentes. El vínculo, nos dicen, justifica nuevas leyes de delitos graves, justifica también una intervención más agresiva de los fiscales, y justifica, por fin, la necesita de medidas como registros por delitos graves. En su alegato en favor de un endurecimiento de las leyes de delitos graves de crueldad de Nueva York en 2018, un líder del movimiento de protección animal dijo que la decisión era simple porque «la crueldad hacia los animales es un claro predictor de la violencia humana». Pero este encuadre del vínculo como un claro signo de advertencia de violencia futura es un puro dogma de fe, al igual que la creencia infundada de que castigar más severamente a los maltratadores de animales hará que la sociedad se vuelva más segura.

Figura 1: Logotipo de la Coalición Nacional del Vínculo

Entre los defensores de la protección animal, el vínculo se ha convertido en una especie de talismán o «bala mágica»164. Los relatos sensacionalistas del vínculo generan oportunidades de prensa fiables y de alto perfil para el movimiento, y el vínculo ofrece la promesa de que se puede ayudar a los animales protegiendo a los humanos. El público acepta como algo de sentido común la intuición que confiere al maltrato animal una escalada rápida e «inevitable», y en cada oportunidad, los expertos de casi todos los principales movimientos de protección animal han reforzado (de forma consciente o inconsciente) esta narrativa, revistiéndola además de una cierta apariencia científica165. A menudo, las charlas y los cursos formativos en torno al vínculo incluyen una diapositiva de PowerPoint como la que aparece en la página de inicio de la Coalición Nacional del Vínculo, visible en la Figura 1. El uso de un diagrama de Venn crea «una impresión de certeza matemática», sugiriendo que el vínculo está «demostrado científicamente»166.

Los medios de comunicación y el público se han intoxicado tanto con los informes sensacionalistas de niños que abusan de animales y acaban convertidos en un nuevo Ted Bundy, que la idea del vínculo y su capacidad predictiva se han terminado insertando en las legislaturas estatales y las fiscalías como algo casi de perogrullo. En el propio movimiento, el vínculo ha acabado cobrando las cualiades de una ideológica —es poco menos que herético sugerir que una persecución más severa de los maltratadores de animales podría no ser muy útil, si es que acaso es útil en absoluto, a la hora de proteger a los humanos o los animales—
167. Resumiendo la propia ideología del movimiento sobre el tema, Stacy Wolf, la Vicepresidenta Senior del Grupo contra la Crueldad de la ASPCA, explicó: «Una persecución más agresiva de los delitos contra los animales es fundamental para garantizar la seguridad de los residentes de Nueva York, tanto humanos como animales»168.

Esta sección lamenta todo este hiperentusiasmo, criticando el uso simplista, cuando no directamente falso, que el movimiento hace de las investigaciones, llamando a su vez la atención sobre las deficiencias que presentan las reformas del movimiento centradas en el vínculo. En pocas palabras, los datos reales no respaldan las conclusiones afirmadas ni las reformas penales perseguidas en nombre del vínculo. En parte, esto se debe a que las investigaciones en torno al vínculo no logran sencillamente «descubrir diferencias significativas [de tasas de maltrato animal] entre los delincuentes violentos y los no violentos»
169. Los estudios recientes descritos más arriba señalan que las pruebas de una conexión o vínculo predictivo son «débiles o inconsistentes»170. Cada vez más, la afirmación de que el maltrato animal es un «claro predictor de una violencia futura» es básicamente una leyenda urbana que se ha «perpetuado como un hecho con escasa o nula evidencia científica que lo respalde»171. El vínculo se ha convertido en un guión cultural conveniente, porque un discurso sobre «romper ciclos es mucho más cómodo y sencillo» que uno de largo alcance sobre la necesidad de abordar la opresiva «estructura de las relaciones sociales»172. Es más fácil para el movimiento creer que unos enjuiciamientos severos por maltrato harán que el mundo sea más seguro que pararse a analizar cómo podrían reducirse la pobreza, la opresión u otras variables con una posible correlación más fuerte con la violencia. Incluso las afirmaciones más moderadas, que señalan al maltrato animal como una bandera roja o señal de advertencia importante, parecen demasiado simplistas y engañosas a la luz de unos datos que muestran sistemáticamente que la mayoría de los delincuentes violentos, incluso en el caso de los asesinos en masa, nunca han maltratado o abusado de un animal. Como se explicará más adelante, más que un predictor de futuros actos de violencia, el maltrato animal por parte de un niño o adolescente es mucho más fiable como revelador de violencia doméstica y/o pobreza en el hogar173.

Merece sin embargo la pena empezar por mencionar que, al menos a ojos de alguien familiarizado con el sistema jurídico penal, el atractivo anecdótico e intuitivo del vínculo como predictor de delincuencia guarda un estrecho paralelismo con la oleada de métodos forenses que están siendo puestos hoy en entredicho, como las marcas de mordiscos, la identificación de armas de fuego y las comparaciones microscópicas de cabellos, que una comisión presidencial concluyó recientemente que carecían de apoyo científico fiable. Como pasa con la crueldad con los animales, los medios de comunicación y la cultura popular, incluidas series de televisión como CSI, han acabado popularizado un cierto mito sobre la infalibilidad de las ciencias del ámbito forense. Emily Patterson-Kane advierte que, en la carrera por la certeza y la seguridad, existe la voluntad de aferrarse a «señales de advertencia poco fiables» como pruebas o predictores de criminalidad. En el contexto de las ciencias forenses, el informe de la comisión presidencial de 2016 sirvió como una llamada de atención muy necesaria sobre la falibilidad de unas pseudociencias que habían adquirido un estatus de enorme veneración entre el público generalista. El informe observó que se había confiado en pruebas forenses defectuosas en aproximadamente la mitad de los casos penales en los que el ADN dio lugar a posteriores exoneraciones
174. Del mismo modo, como ya se ha señalado, las personas condenadas por delitos violentos han cometido actos previos de crueldad animal en un porcentaje menor a la mitad. Resulta pues que ni la crueldad con los animales ni una serie de enfoques forenses arraigados son buenos indicadores de criminalidad. Una serie de ciencias forenses han llegado a ser llamadas peyorativamente «ciencias basura» debido a su escasa capacidad para identificar con precisión a los criminales, pero el poder de predicción igualmente tenue del vínculo de la crueldad animal, en cambio, se sigue celebrando como la principal justificación para una vigilancia policial y una persecución judicial más agresivas. En las ciencias forenses, los estudiosos cada vez examinan más a fondo las prácticas antaño sacrosantas y hogaño cuestionadas en su fiabilidad; es hora de que se produzca un alejamiento u objetivación similar del pensamiento reflexivo en torno al vínculo y las evaluaciones individualizadas. Con demasiada frecuencia, el movimiento y los medios de comunicación perpetúan el mito de un vínculo «con escasa o nula evidencia científica que lo respalde»175.

Uno de los primeros estudios en refutar la superficialidad del vínculo y en llamar la atención sobre el enfoque miope de muchos de sus estudios (que a menudo utilizan la violencia humana como una variable dependiente exclusiva) fue un artículo de 1999 de Arnold Arluke, Jack Levin, Carter Luke y Frank Ascione
176. Arluke et al. descubrieron que los maltratadores de animales tenían muchas más probabilidades de cometer delitos que las personas del grupo de control (vecinos suyos); el 70% de las personas que habían cometido actos de crueldad con los animales también habían cometido al menos un delito, en comparación con el 22% de las personas que no habían cometido ningún acto de crueldad contra ningún animal. Además, descubrieron que los maltratadores de animales tenían 5,3 veces más probabilidades de cometer un delito violento contra un ser humano (37% frente a 7%). Al menos superficialmente, estos datos parecen respaldar la conclusión general de que los maltratadores de animales son más propensos a pasar a la violencia humana o que la violencia humana puede ser predicha prestando atención a los actos previos de maltrato animal. Sin embargo, la violencia interhumana no estaba asociada únicamente al maltrato animal. De hecho, descubrieron que el porcentaje de maltratadores de animales que cometían delitos contra la propiedad, de drogas u otra clase de delitos menores era igual o mayor que el porcentaje de maltratadores de animales asociados con delitos violentos. Según los datos, un maltratador de animales tenía más probabilidades de cometer un robo que un crimen.

Según la interpretación convencional, o lo que los autores llaman la interpretación «simplista» del vínculo, «un niño de cinco años que maltrata a un animal va camino de convertirse en un matón de clase, en un adolescente agresivo y, por fin, en un delincuente violento adulto»
177. Pero, como muestran Arluke et al., entre todas las clases de delincuentes estudiados, lo más frecuente es que el preso en cuestión no haya maltratado nunca a un animal. Además, los investigadores descubrieron que, contrariamente a la tesis de la escalada o la graduación, «el maltrato animal no tenía más probabilidades de preceder a los delitos violentos o no violentos que de seguirlos»178. En concreto, el maltrato animal fue previo a los delitos violentos y no violentos en aproximadamente el 40% de los casos y posterior en el 60% de los restantes179. «En general, sólo el 16% de los maltratadores estudiados mostraron una escalada de delitos violentos». Sólo una de cada seis personas que maltrataron animales había pasado a la violencia humana.

Tabla 2: Abusadores y sujetos de control que cometieron diversos delitos (Arluke et al.)

Basándose en estos resultados, Arluke et al. concluyeron que había llegado el momento de una «moratoria sobre la aplicación de una pincelada generalizada de violencia sobre los casos de maltrato»180. La creencia usual de que el maltrato animal es una «bala mágica» en la predicción de la violencia humana es sencillamente incorrecta. Los investigadores continuaron expresando su preocupación por el hecho de que, a pesar de la persistente falta de pruebas sólidas, la «hipótesis de la escalada» había sido constantemente «propugnada tanto por legos como por investigadores» como una razón para la implantación de leyes más estrictas contra la crueldad animal. Como un disparo a la proa del movimiento de protección animal, se preguntaban: «¿Por qué persiste este pensamiento aun en ausencia de cualquier apoyo empírico sólido y consistente?», y postulaban que los defensores de la protección animal estaban proporcionando de forma deliberada una narrativa engañosa sobre la fuerza de los datos en torno al vínculo con el fin de motivar al público y a los funcionarios del gobierno a «tomarse más en serio el maltrato animal»181. Critican como demasiado simplista la visión «común» de una escalada de animales a humanos, y señalan que sus hallazgos muestran que esa gradación «no sucede». Plantean que estas continuas caracterizaciones erróneas por parte de los animalistas acabarán por minar la credibilidad del movimiento y, con ello, «perjudicando a quienes defienden genuinamente la protección animal».

Arluke et al. afirman que la única forma definitiva de probar la hipótesis de la escalada sería realizar un estudio longitudinal centrado en los niños y determinar qué ocurre entre aquellos que maltratan a los animales antes de cualquier otro comportamiento antisocial. Pero, en su opinión, actualmente no hay pruebas fiables de que el maltrato animal preceda, y mucho menos prediga, la violencia interhumana. Como bien resumió Emily Patterson-Kane en 2016, «la hipótesis de la escalada» o la teoría del maltrato animal como un «delito centinela» simplemente «carece de cualquier tipo de respaldo»
182.

Cinco años después del intento de Arluke et al. de reducir el alcance de la retórica que rodea al vínculo mediante la refutación inequívoca de la teoría de que los maltratadores de animales «inevitablemente escalan a la violencia interhumana»
183, Piers Beirne, un destacado criminólogo184, llevó a cabo, bajo el auspicio del propio movimiento animalista, una extensa revisión de la literatura a fin de apoyar la visión del maltrato animal como un claro predictor de la violencia humana. Beirne lamenta también que «nunca se haya aplicado un análisis longitudinal [del vínculo]» y describe el actual corpus de investigaciones como una «mezcolanza» acrítica. La perspectiva de que la gente «prueba» primero la violencia con los animales o «escala» después hacia víctimas humanas tiene un atractivo tan intuitivo o visceral que gran parte de la investigación, concluye, es menos rigurosa de lo que cabría exigir. La idea del vínculo se ha convertido más en un fenómeno ideológico que en un hecho científico o, como ha dicho otro comentarista, en una reafirmación de nuestras «corazonadas» e impulsos viscerales «aun en ausencia de cualquier justificación por parte de los datos»185. Beirne llama la atención sobre la multitud de vínculos diferentes en la vida de las personas que se vuelven violentas y peligrosas —como consumo de drogas, violencia familiar u otros delitos, por citar algunos ejemplos—, y critica la narrativa sobre el vínculo que los grupos de protección animal difunden sobre el público. Los estudios existentes, señala, «no pueden ser considerados, ni siquiera generosamente, como un equivalente funcional, aunque menor, de los supuestos hallazgos de los estudios longitudinales», y advierte que para los activistas más sensatos y justos «sería prudente no confiar demasiado» en las actuales afirmaciones predictivas sobre el maltrato animal. Esto se asemeja al trabajo de Heather Piper, que dio la voz de alarma sobre «la excesiva confianza en el análisis de los factores de riesgo» (de cualquier tipo) en la predicción de la violencia, haciendo hincapié en la necesidad de más información cualitativa sobre los individuos. El Dr. Beirne concluye su resumen de la investigación existente de la siguiente manera:

«[A]unque es indudable que las diversas formas de violencia familiar están fuertemente asociadas, el conocimiento existente de cómo, y con qué frecuencia, el maltrato de animales de compañía se produce en paralelo a otras formas de violencia familiar no tiende a confirmar ni a desmentir [la] existencia [del vínculo]. Se ignora de forma concluyente si el maltrato animal precede e implica otras formas de violencia o si las sigue. Sea como fuere, se precisa saber en qué circunstancias es así y por qué. Lo que se sabe en la actualidad arroja poca luz sobre la probabilidad de que los niños maltratadores acaben ejerciendo actos posteriores de violencia interhumana.»186

Llegando a conclusiones similares, un metaanálisis de las investigaciones sobre el vínculo llevó a otro criminólogo a observar que «la crueldad hacia los animales se correlaciona igual de bien con los delitos no violentos como con los violentos»; de hecho, entre los hombres, «la crueldad hacia los animales se correlaciona ligeramente mejor con los delitos no violentos»
187. La ausencia de apoyo a la afirmación del movimiento de que el maltrato animal es un claro predictor de la violencia interhumana es lo que ha llevado a algunos estudiosos ha respaldar una teoría de menor vinculación conocida como la «hipótesis de la generalización de la desviación», que trata la crueldad hacia los animales como un comportamiento antisocial entre muchos188. Bajo la hipótesis de la desviación, los investigadores sugieren que sin estudiar las particularidades de cada caso, es simplemente imposible saber «si la crueldad hacia los animales es el origen de la violencia interhumana posterior o tan solo uno de los muchos marcadores de la desviación general»189. Uno de los principales estudios sobre la hipótesis de la generalización de la desviación fue publicado en 2011 por el Dr. Clifton P. Flynn190. En su revisión de las investigaciones existentes, observó que entre aquellos «participantes con antecedentes de maltrato animal, la mayoría (el 62,2%) también había experimentado maltrato infantil o había sido expuesto a situaciones de violencia doméstica». Además, cometer actos de crueldad hacia los animales estaba «significativamente correlacionado con un historial de exposiciones a la misma». Descubrió que el 67,6% de los que cometían actos de maltrato animal habían sido testigos de crueldad con los animales, en contraste con el 19,4% de los que declaraban no haber cometido nunca ningún acto de maltrato. Flynn también señala que los estudios han demostrado que «[l]os principales antecedentes de crueldad animal por parte de los niños [son] a) ser víctima de abusos físicos o sexuales, b) ser testigo de violencia interparental, y c) ser testigo de violencia contra los animales por parte de padres o de compañeros»191. Flynn concluye que «algunos hogares pueden ser propensos a una violencia física generalizada —con líneas borrosas entre víctimas y agresores—». En palabras de Flynn, «las vías que conducen al maltrato animal son múltiples, desde y a través de él. […] La mayoría de los que maltratan a los animales no llegan a ser violentos con los seres humanos», por lo que hacer demasiado hincapié en esta relación puede llevar a las autoridades a etiquetar y estigmatizar falsamente a los niños como abusadores en potencia o algo peor, provocando que se agrave la desviación en lugar de ayudar a su mitigación.

Este punto de vista es coherente con la renuncia de Arluke et al. en 1999 a considerar la susodicha relación como predictiva de una violencia o delincuencia futura. Arluke et al. ofrecieron una versión (desviada) considerablemente más diluida del vínculo como vehículo para continuar enfatizando la crueldad con los animales como un potencial signo de alarma: «[m]ás que un predictor o un paso al desarrollo de un comportamiento cada vez más delictivo o violento», como afirman los grupos de protección animal, «el maltrato de animales […] es uno de los muchos comportamientos propios de los individuos antisociales, que van desde delitos contra la propiedad a delitos interhumanos». Por un lado, no es de extrañar el punto de vista de la «desviación general» —la noción de que el maltrato animal es sólo uno de los muchos comportamientos antisociales que una persona puede llevar a cabo si sigue un camino desviado o delictivo— dado el estigma social asociado a la crueldad con los animales. No es sorprendente que quien decide cometer un delito pueda llegar a cometer otros. Por otra parte, puede ser imprudente extraer demasiadas lecturas de esta idea de la desviación generalizada, pues «el comportamiento desviado se generaliza de una manera relativamente idiosincrática», y el maltrato animal no predice de manera significativa ningún «tipo específico de delincuencia concurrente o futura»
192.
 
Aceptar el punto de vista de la desviación generalizada del vínculo es un poco como reconocer que la crueldad con los animales puede, como multitud de otros comportamientos desviados, llegar a predecir u ocurrir en paralelo con otros comportamientos desviados. Tal abstracción carece de profundidad, y aún menos sirve de caracterización de la crueldad como indicativo único de que alguien sea un «monstruo moral». No parece haber ninguna prueba de que, de los muchos delitos cometidos en la sociedad, el maltrato animal sea el que mejor predice la reincidencia o la reiteración delictiva; la crueldad con los animales es «simplemente uno de los muchos actos delictivos asociados con unas vidas criminales caracterizadas por unas ciertas tasas de reincidencia»193. Por otra parte, la teoría de la desviación tiene poco que ofrecer a los animalistas que intentan utilizar el vínculo como palanca para obtener reformas dentro del derecho penal.

Emily Patterson-Kane lo expresó mejor cuando observó que, incluso en el contexto de una teoría de la desviación generalizada, «las predicciones a nivel de grupo siguen siendo sugerentes pero poco fiables»
194. Nuestras intuiciones viscerales y las leyendas urbanas nos llevan a pensar que los maltratadores de animales son personas particularmente peligrosas, lo que haría, por ejemplo, que muchos se negasen a contratar a un antiguo maltratador de animales para el cuidado de sus hijos. Y algunos de estos maltratadores de animales pueden sin duda persistir o progresar en sus patrones de violencia, o cometer otros delitos. Después de todo, la «probabilidad de que esta hipótesis se confirme (en relación con cualquier delito) es indudablemente mayor que en un sujeto de control no maltratador»195. Por ello, algunos consideran justificada la continuación del énfasis aun bajo estas otras versiones del vínculo. Pero, como mínimo, está claro que la narrativa actual («el vínculo es un claro predictor de violencia») es incorrecta y, además, como afirma Flynn, «las investigaciones en torno al vínculo han sido de natural excesivamente psicológicas, asumiendo que el maltrato animal es un fenómeno de carácter patológico». Las discusiones alrededor del vínculo «ignoran los numerosos factores sociales y culturales que contribuyen a la perpetración de la violencia contra los animales», incluso cuando la investigación es clara en que «los factores individuales son insuficientes para explicar» la ocurrencia del crimen o la violencia196. Hay en efecto muchos factores culturales o vínculos con el crimen, y sólo a través de un análisis individual personalizado puede explorarse el «alcance y significado de» la conducta desviada197. Por otro lado, no cabe asumir el alzamiento de banderas rojas de forma excesivamente indiscriminada como un mero error inofensivo. En palabras de Patterson-Kane, «si sobrestimamos su peligrosidad, podemos estar reaccionando de forma injusta y aumentando la probabilidad de las agresiones interhumanas, como, por ejemplo, mediante respuestas de custodia». Hay «efectos perjudiciales que pueden derivarse de etiquetar a alguien como un monstruo moral».

Por decirlo claramente, es imposible conciliar la investigación sobre el nexo entre el maltrato animal y la violencia humana con las afirmaciones de inevitabilidad y certeza que componen la narrativa propugnada por el proteccionismo animal. Si el movimiento quiere ser tomado en serio y tener credibilidad, tiene que dejar de utilizar el vínculo como justificación para una respuesta más severa de la justicia penal contra la crueldad animal; el movimiento tiene que reconocer «que la crueldad con los animales no es ni un precursor necesario de otras formas de desviación, ni una causa directa de un comportamiento interhumano violento»
198. Contrariamente a las afirmaciones de aquellos que abogan por respuestas cada vez más carcelarias frente al maltrato animal, las investigaciones demuestran que la mayoría de quienes muestran el presunto síntoma (hacer daño a un animal) «no acaban contrayendo la enfermedad»199. De hecho, como concluyó un investigador, el maltrato animal «apenas es más fiable que el puro azar en la predicción de conductas delictivas»200.

***

En el siglo XVIII, el artista inglés William Hogarth creó una provocadora serie de cuatro grabados llamada Las cuatro etapas de la crueldad. Estos grabados se reproducen con frecuencia en los cursos formativos y las conferencias relativas al vínculo, narrándose en ellos secuencialmente la historia de un niño que comienza su vida maltratando a pequeños animales y progresa hasta el maltrato violento de su esposa embarazada. En palabras de Beirne, estos grabados han «alcanzado un estatus canónico en […] el movimiento por los derechos de los animales […] y en la criminología sociológica como un hito influyente en el estudio del vínculo entre la crueldad animal durante la infancia y la violencia posterior contra seres humano
s»201. Beirne describe los grabados como propaganda de la época, destinada a alimentar el interés por los derechos de los animales202. Por supuesto, si los grabados se concibieron en origen como propaganda en apoyo de una corazonada, su uso continuado por parte del movimiento moderno de protección animal resulta concordante. En palabras de un estudioso de las campañas modernas, el discurso popular sobre «la relación entre el maltrato animal y la violencia interhumana [es] más el frágil producto de un eslogan que el resultado de la evidencia y de la lógica»203. Se podría concluir que, en nombre de la protección animal, vamos ya camino de tres siglos de exageraciones y propagandas en torno al vínculo.

Sería casi imposible encontrar una organización protectora de animales en los últimos años cuyas declaraciones públicas sobre el vínculo reflejen el consenso real entre los investigadores. La idea de que el maltrato animal no es un claro pedictor de la futura violencia humana ni siquiera se contempla; en cambio, la creencia en el vínculo ha adquirido una importancia ideológica, casi religiosa, para los partidarios de la protección animal: no creer que los niños que maltratan a los animales se convierten en monstruos violentos y asesinos en masa es tanto como oponerse a un principio capital dentro de la protección animal. Reivindicada por sus defensores con un alto nivel de abstracción y difundida en forma de mantra con el eslogan de «El vínculo», el poder predictivo del maltrato animal se considera un hecho indiscutible
204. Pero, como ya se ha dicho, los datos son, en el mejor de los casos, inciertos e inconsistentes. Heather Piper señaló que la idea de un único vínculo como predictor de la violencia humana es un mito, pero un mito basado en «historias bíblicas y relatos filosóficos, poéticos, novelísticos y floclóricos» y perpetuado por los medios de comunicación masivos, que citan a «expertos para respaldar los rumores» y crear así un proceso de autocumplimiento y validación205. En definitiva, un movimiento comprometido con la verdad y los hechos científicos por encima de los mitos y las especulaciones debería distanciarse de las hipérboles infundadas y reconocer la «necesidad desesperada de estudios longitudinales» que permitan sostener afirmaciones más serias sobre el vínculo206. Es hora de dejar de hacer pasar por ciencia unas «corazonadas» envueltas con el «poder seductor de las cifras»207.

Justin Marceau, 2019.

NOTAS
1 – En inglés, el término «LINK» [VÍNCULO] es en realidad una marca registrada del Animal Welfare Institute [Instituto de Bienestar Animal], y suele escribirse en mayúsculas. A efectos de este proyecto, el uso de la palabra en minúsculas significará lo mismo que la tipología común en mayúsculas.
2 – «Advocates of Animal Cruelty Speak Out», Paragould Daily News, 5 de septiembre de 2002.
3 – Heather Piper y Debbie Cordingley, 1 Power and Education, págs. 345 y 351 (2009).
4 – Ibidem, pág 346.
5 – Idem.
6 – Un Consejo Presidencial publicó un informe en 2016 en el que se concluía que varios tipos de pruebas forenses de uso habitual en la sentencia de condenas se basan en conocimientos científicos desacreditados o en una aplicación errónea de los conocimientos científicos existentes. Comunicado de prensa de la Casa Blanca, PCAST «Releases Report on Forensic Science in Criminal Courts» (20 de septiembre de 2016), https://obamawhitehouse.archives.gov/blog/2016/09/20/pcast-releases-report-forensic-science-criminal-courts.
7 – El pueblo contra Garcia, 812 N.Y.S.2d 66, 71 (N.Y. App. Div. 2006) (donde se explica que la crueldad con los animales como delito «se estableció en reconocimiento de la correlación entre la violencia contra los animales y la posterior violencia contra los seres humanos» y se señala que la responsabilidad no depende del sufrimiento del animal, sino del «estado mental del autor»).
8 – Heather Piper y Debbie Cordingley, Power and Education, vol. 1, págs. 345 y 353 (2009).
9 – Stephen Wells, «Animal Cruelty Is a Clear Predictor of Future Violence, So Why Are Perpetrators Merely Slapped on the Wrist?», Alternet (15 de enero de 2018), https://www.alternet.org/animal-rights/animal-cruelty-clear-predictor-future-violence-so-why-are-perpetrators-merely-slapped («Necesitamos leyes más estrictas contra la crueldad animal para proteger tanto a los animales como a los humanos»).
10 – Escrito Amicus Curiae de un grupo de profesores de derecho estadounidenses en calidad neutral, pág. 11, Estados Unidos contra Stevens, 533 F.3d 18 (3d Cir. 2008) (No. 08-769), 2009 WL1681459, 11 [en adelante, Escrito amicus en EE. UU. contra Stevens].
11 – «Int'l Ass'n of Chiefs of Police, Inc., Cruelty to Animals and Family Violence Training Key», reimpreso en Creating Safer Communities For Older Adults And Companion Animals (2003).
12 – Allie Phillips, «The Dynamics Between Animal Abuse, Domestic Violence and Child Abuse: How Pets Can Help Abused Children», Prosecutor, vol. 38, págs. 22-23 (2004) (cita de un fiscal de distrito de Ohio).
13 – Piers Beirne, «From Animal Abuse to Inhuman Violence?: A Critical Review of the Progression Thesis», Soc. & Animals, vol. 12, pág. 52 (2004) (Beirne señala que la combinación de defectos en la investigación dicta «que las generalizaciones actuales sobre una escalada que va del maltrato animal a la violencia interhumana son, en el mejor de los casos, prematuras»); ibidem, pag. 46 («Incluso si es cierto que los maltratadores de animales jóvenes tienden a tener más problemas de salud psicosocial y a participar en otro tipo de actos antisociales que los no maltratadores, estos hechos por sí solos no arrojan ninguna luz sobre la cuestión de si son más propensos a participar después en la violencia interhumana»); ibidem, pág. 47 (proporciona un resumen detallado de las críticas que rodean al enfoque del vínculo en torno a personas encarceladas).
14 – Piper y Cordingley, pág. 345.
15 – Jack Levin y Arnold Arluke, «Reducing the Link's False Positive Problem», en The Link Between Animal Abuse And Human Violence, vol. 163, pág. 169 (Andrew Linzey ed., 2009).
16 – Idem.
17 – Arnold Arluke y Eric Madifs, «Animal Abuse as a Warning Sign of School Massacres: A Critique and Refinement», Homicide Stud., vol. 18, págs. 7-22 (2014). Estos investigadores sostienen, sin embargo, que el «problema de los falsos positivos puede reducirse sustancialmente limitando el rango predictivo del maltrato animal a la tortura directa de perros y gatos». Si hay alguna correlación o predicción significativa que pueda observarse, concluyen, es con la tortura más brutal, prolongada y sádica de los animales más apreciados socialmente. Otros discrepan de que su pequeño conjunto de datos y su metodología permitan siquiera esta articulación mucho más limitada del vínculo. Y lo que es más importante, parece que esta investigación todavía tiende a encontrar que la mayoría de la gente violenta no ha maltratado nunca a ningún animal —es decir, que es más probable que el autor de una masacre, por ejemplo, no tenga ningún historial de maltrato animal a que sí lo tenga—.
18 – Piers Beirne ha observado disparidades en las investigaciones que han intentado calcular lo común que es el maltrato animal entre los no criminales, pero las tasas son todas bastante altas: «Miller y Knutson (1997, pág. 77) descubrieron que el 20,5% de una muestra de 308 estudiantes universitarios de psicología de Iowa (con una ligera sobrerrepresentación de las mujeres) confesaron haber participado en uno o más actos de crueldad hacia los animales. En ambio, Flynn (1999, págs. 165 y 166), a partir de una muestra de estudiantes universitarios de psicología y sociología de una universidad del sudeste de Estados Unidos, descubrió que el 34,5% de los hombres y el 9,3% de las mujeres admitían haber maltratado animales durante su infancia. Además, Baldry (2003) ha informado de tasas de maltrato animal mucho más elevadas que éstas. En su estudio sobre el maltrato animal y la exposición a la violencia interparental entre jóvenes italianos de 9 a 17 años, Baldry (pág. 272) descubrió que el 50,8% de los 1.392 jóvenes de su estudio habían maltratado animales al menos una vez; el 66,5% eran varones». Beirne, pág. 43.
19 – Heather Piper y Steve Myers, «Forging the Links: (De)Constructing Chains of Behaviours», Child Abuse Review, vol. 15, págs 178 y 180 (2006).
20 – Ibidem, pág. 183.
21 – Emily Patterson-Kane, «The Relation of Animal Maltreatment to Aggression», en Animalmaltreatment: Forensic Mental Health Issues And Evaluations, págs. 140-58 (editado por Lacey Levill et al., 2016).
22 – Piper y Cordingley, pág 353.
23 – Presumiblemente, la incapacitación tiene cierta relevancia durante el periodo en que el agresor se encuentra encarcelado, pero una vez que la persona es puesta en libertad no hay datos que sugieran que vaya a estar menos insensibilizada o más conectada emocionalmente con su comunidad.
24 – Código Penal Modelo § 250.11 cmt. 1 (Am. Law Inst., 1980) («el objeto de los estatutos [anticrueldad] parece haber sido evitar que se ultraje la sensibilidad de la comunidad»).
25 – Véase, por ejemplo, «Tracking Animal Cruelty: FBI Collecting Data on Crimes Against Animals», FBI (1 de febrero de 2016), www.fbi.gov/news/stories/-tracking-animal-cruelty. («John Thompson, de la Asociación Nacional de Sheriffs, instó a la gente a deshacerse de la mentalidad de que la crueldad animal es un delito sólo contra los animales. Es un delito contra la sociedad»); Idem («Si alguien hace daño a un animal, es muy probable que también haga daño a un ser humano»).
26 – Por ejemplo, existe la Coalición Nacional del Vínculo, «What Is the Link», Nat'l Link Coal., http://nationallinkcoalition.org/what-is-the-link (última visita el 23 de abril de 2016), y también muchos programas estatales sobre el vínculo. Véase, por ejemplo, el Proyecto Vínculo de Colorado, Colo. Link Project, http://coloradolinkproject.com/ (última visita el 23 de abril de 2016); Allie Phillips, «Understanding the Link Between Violence to Animals and People», Nat'l Dist. Attys Ass'n (2014), www.ndaa.org/pdf/The%20Link%20Monograph-2014.pdf; Alison Knezevich, «FBI to Start Tracking Animal Cruelty in 2016», Balt. Sun, 27 de noviembre de 2015, www.baltimoresun.com/news/maryland/bs-md-fbianimal-cruelty-20151126-story.html (donde se señala que el FBI empezó en 2015 a hacer un seguimiento del maltrato animal en sus estadísticas nacionales debido al vínculo entre la violencia humana y la animal). La Asociación Humanitaria Americana llegó incluso a registrar la marca «The Link» para ayudar a promover la idea. «The Link», U.S.Trademark And Pat. Off., http://tmsearch.uspto.gov/bin/showfield?f=doc&state=4806:28m702.2.89 (última visita, 23 de abril de 2016); «The Link®», Am. Humane Ass'n, www.americanhumane.org/interaction/professional-resources/the-link/ (última visita el 23 de abril de 2016).
27 – Carbón Nat'l Link.
28 – Idem.
29 – Susan I. Finkelstein, «Canary in a Coal Mine: The Connection Between Animal Abuse and Human Violence», Bellweather Mag., vol. 58 (2003), http://repository.upenn.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=3651&context=bellwether.
30 – Piper y Cordingley, págs. 345 y 353.
31 – «Animal Abuse and Human Violence», Animal Therapy, http://animaltherapy.net/animal-abuse-human-violence/ (última visita el 4 de febrero de 2018).
32 – Gail S. y Niki R. Huitson, «Myiasis in Pet Animals in British Columbia: The Potential of Forensic Entomology for Determining Duration of Possible Neglect», Canadian Veterinary J., vol. 45, pág. 996 (2004).
33 – «Animal Cruelty and Domestic Violence», Animal Legal Def. Fund, http://aldf.org/resources/when-your-companion-animal-has-been-harmed/animal-cruelty-and-domestic-violence/ (última visita el 4 de febrero de 2018).
34 – Phillips.
35 – «Massachusetts Legislature Stiffens Penalties for Animal Cruelty», Animal Rescue League (8 de septiembre de 2014), www.arlboston.org/massachusetts-legislature-stiffens-penalties-animal-cruelty/; véase el consejo editorial, «Abuse Preventative: Stiffer Penalties Would Curb Harm to Animals», Pittsburgh Post-Gazette (21 de octubre de 2015), www.post-gazette.com/opinion/editorials/2015/10/21/Abuse-preventative-Stiffer-penalties-would-curb-harm-to-animals/stories/201510310019 («En su memorando a favor del proyecto de ley, el señor Costa dijo que la medida es necesaria para la protección de los animales, pero sin dejar de señalar los estudios que vinculan la crueldad contra los animales y la violencia doméstica, así como otros ataques contra las personas»).
36 – Cathy Kangas, «Animal Cruelty and Human Violence», Huffpost: The Blog (18 de enero de 2013), www.huffingtonpost.com/cathy-kangas/animal-cruelty-and-human-_b_2507551.html.
37 – «Animal Abuse and Human Abuse: Partners in Crime», PETA, www.peta.org/issues/companion-animal-issues/companion-animals-factsheets/animal-abuse-human-abuse-partners-crime/ (última visita el 4 de febrero de 2018); véase también «The Animal Abuse-Human Violence Connection», Paws.org, www.paws.org/getinvolved/take-action/explore-the-issues/animal-abuse-connection/ (última visita el 4 de febrero de 2018) («[L]as personas que maltratan a los animales rara vez se detienen ahí»).
38 – Idem.
39 – Comisión contra un menor, SJC 12277, Escrito amicus de ALDF, pág. 19 (presentado ante el Tribunal Supremo de Massachusetts el 18 de agosto de 2017).
40 – Stacy Wolf, abogada y vicepresidenta senior del grupo Anti Crueldad de la ASPCA, por ejemplo, dijo: «Una persecución más agresiva de los delitos contra los animales es fundamental para garantizar la seguridad de los residentes de Nueva York, tanto humanos como animales». Comunicado de prensa, fiscal del condado de Queens, «Queens District Attorney Richard A. Brown Establishes Animal Cruelty Prosecutions Unit» (11 de enero de 2016), www.queensda.org/newpressreleases/2016/JAN%202016/animal%20cruelty%20unit_01_2016.pdf. Véase también «Texas Governor Signs Animal Cruelty Bill», Tex. Humane Legis. Network (10 de junio de 2017), www.thln.org/texas_governor_signs_cruelty_bill (donde se cita a la directora ejecutiva de la Texas Humane Legislation Network, Laura Donahue, afirmando: «El vínculo entre la crueldad contra los animales y la violencia doméstica está bien documentado. […] Una comunidad que protege a los animales es una comunidad más segura»).
41 – Existen algunas excepciones notables. Margit Livingston, por ejemplo, ha señalado que investigaciones recientes demuestran que el maltrato animal «no es necesariamente un precursor del comportamiento delictivo, ya que los maltratos animales se producen con la misma probabilidad después de las infracciones penales que antes de ellas». Margit Livingston, «Desecrating the Ark: Animal Abuse and the Law's Role in Prevention», Iowa L. Rev., vol. 87, pág. 56 (2001). Livingston es una de las pocas académicas de este campo que ha reconocido un valor en el bienestar del delincuente humano. Ibidem, pág. 73 (pide «reformas» que permitan a la ley «funcionar más como agente terapéutico y, al hacerlo, aumentar el bienestar psicológico tanto de los seres humanos como de los animales dentro de la sociedad»); ibidem, pág. 62 (pide «tratamiento para los delincuentes juveniles»).
42 – Sonia S. Waisman et al., Animal Law: Cases And Materials, pág. 72 (5ª ed. 2014).
43 – Joan E. Schaffner, «Laws and Policy to Address the Link of Family Violence», en The Link Between Animal Abuse And Human Violence, pág. 230.
44 – Luis E. Chiesa, «Why Is It a Crime to Stomp on a Goldfish? – Harm, Victimhood and the Structure of Anti-Cruelty Offenses», Miss. L. J., vol. 78, pág. 31 (2008).
45 – Charlotte A. Lacroix, «Another Weapon for Combating Family Violence: Prevention of Animal Abuse», Animal L., vol. 4, pág. 4 (1998).
46 – Gary L. Francione, «Animals, Property and Legal Welfarism: "Unnecessary" Suffering and the "Humane" Treatment of Animals», Rutgers L. Rev., vol. 46, pág. 753 (1994). Véase también Rebecca L. Bucchieri, «Bridging the Gap: The Connection Between Violence Against Animals and Violence Against Humans», J. Animal & NAT. Resource L., vol. 11, pag. 115 (2015) (postulando la existencia de «un sólido discurso jurídico y científico que establece firmemente» el maltrato animal como «predictor» de la futura violencia humana).
47 – Angela Campbell, «The Admissibility of Evidence of Animal Abuse in Criminal Trials for Child and Domestic Abuse», B. C. L. Rev., vol. 43, pág. 465 (nota) (2002).
48 – Finkelstein, pág. 465.
49 – Lynne Peeples, «If You Want to Stop Violence Against People, Stop Violence Against Animals», Huffington Post (8 de octubre de 2015), www.huffingtonpost.com/entry/animal-abuse-human-violence-link_us_560f2269e4b0af3706e0fd5b (cita a un oficial de control de animales en relación con un horrible acto de crueldad animal diciendo: «Cualquier persona capaz de hacerle esto a un animal también es capaz de hacérselo a un ser humano»).
50 – Glenn D. Walters, «Testing the Specificity Postulate of the Violence Graduation Hypothesis: Meta-Analyses of the Animal Cruelty-Offending Relationship», Aggression & Violent Behav., vol. 18, pág. 797 (2013).
51 – Ed Sayres, «Baltimore Mayor Signs Anti-Animal Abuse Advisory Commission into Law», Huffington Post (5 de noviembre de 2011), www.huffingtonpost.com/ed-sayres/aspcas-ann-church-speaks-_b_778950.html (destacando el enfoque en el aumento de la vigilancia y el enjuiciamiento).
52 – Sarah Fowler, «MS Legislator Pushing Animal Cruelty Bill», Des Moines Reg., 1 de enero de 2017, www.desmoinesregister.com/story/news/politics/2017/01/01/ms-legislator-pushing-animal-cruelty-bill/96046492/ (destacando la irritación de la patrocinadora con el «rumor» de que el proyecto de ley se aplicaría también a los animales de granja y citándola a ella diciendo: «El proyecto de ley se limita estrictamente a los animales domésticos, perros y gatos»).
53 – James Tedisco, «NYS Senate Today Passes Three Tedisco Bills», N.Y. St. Senate (6 de junio de 2017), www.nysenate.gov/newsroom/press-releases/james-tedisco/nys-senate-today-passes-three-tedisco-bills.
54 – Heather D. Winters, «Updating Ohio’s Animal Cruelty Statute: How Human Interests Are Advanced», Cap. U. L. Rev., vol. 29, pág. 858 (comentario) (2002).
55 – Peeples.
56 – Sheila McLaughlin, «Animal, Domestic Abuse Linked: Prosecutor Says New Policy May Help Prevent Violence», Cincinnati Enquirer, 11 de junio de 2008. Del mismo modo, el fiscal de Honolulu, Keith Kaneshiro, participando en una reunión municipal del 19 de septiembre de 2012 junto a la Sociedad Humanitaria de Hawái, dijo: «Encontramos que las personas que son crueles con los animales también suelen ser crueles con los humanos, de modo que vamos al corazón de la seguridad pública asegurándonos de que protegemos a la comunidad». «Keith Kaneshiro Talks About Animal Cruelty», Keithkaneshiro.com (19 de septiembre de 2012), http://keithkaneshiroprosecutor.com/keith-kaneshiro-talks-about-animal-cruelty/.
57 – A. William Ritter, Jr., «The Cycle of Violence Often Begins with Violence Toward Animals», Prosecutor, pág. 32 (1996) (basándose en una anécdota y explicando que «las pruebas de esta conexión están bien documentadas en los medios de comunicación»).
58 – Idem.
59 – «Int'l Ass'n of Chiefs of Police, Inc.», pág. 79.
60 –
Allie Phillips y Randall Lockwood, «Investigating and Prosecuting Animal Abuse: A Guidebook on Safer Communities, Safer Families and Being an Effective Voice for Animal Victims», pág.22 (2013), www.ncdsv.org/images/NDAA_Investigating-and-prosecuting-animal-abuse_2013.pdf («[Catalogar] de "irrelevante" un caso de maltrato animal es un error, pues una respuesta adecuada puede reducir la reincidencia»).

61 – Randall Lockwood y Ann Church, «Deadly Serious: An FBI Perspective on Animal Cruelty», en Cruelty To Animals And interhumana Violence: Readings In Research And Applications, pág. 262 (editado por Randall Lockwood y Frank R. Ascione, 1998) («Se puede considerar la crueldad con los animales y la crueldad con los seres humanos como un continuo»). Véase también Escrito amicus en EE. UU. contra Stevens, pág. 19 (citando las mismas fuentes). Véase Arnold Arluke, Jack Levin, Carter Luke y Frank Ascione, «The Relationship of Animal Abuse to Violence and Other Forms of Antisocial Behavior», J. interhumana Violence, vol. 14, pág. 971 (1999) (donde se critica por simplista este tipo de «razonamiento filogenético» en torno al vínculo).
62 – Arluke, Levin, Luke y Ascione, pág. 970 (preguntándose «por qué» persiste una tesis de escalada o progresión sin ningún «apoyo empírico consistente» y postulando que parte de la explicación es el valor que tiene para los activistas de la protección animal a la hora de elevar su perfil).
63 – «Tracking Animal Cruelty», FBI.
64 – Arluke, Levin, Luke y Ascione, pág. 973.
65 – Piper y Cordingley, pág. 346.
66 –
Eleonora Gullone, Animal Cruelty, Antisocial Behavior, and Aggression: More than a Link, pág. 5 (2012); véase Mary Ann Violin, «Pythagoras – The First Animal Rights Philosopher», Between The Species, vol. 6, pág. 123 (1990) («Si las almas de los humanos entran en los cuerpos de los animales, todas las criaturas deben ser vistas como reyes. Comer carne animal se convierte en canibalismo, y matar animales se convierte en asesinato, incurriendo en la misma culpa de sangre que matar a un humano»).

67 – John Locke, Some Thoughts Concerning Education, en The Works Of John Locke In Ten Volumes, vol. 9, pág. 112 (11ª ed. 1812 [1693]) [trad. cast.: Pensamientos sobre la educación, Akal, Madrid, 2012].
68 – Gullone, Animal Cruelty, Antisocial Behavior, and Aggression, pág. 5 («Si el hombre no ha de sofocar sus sentimientos humanos, debe practicar la bondad hacia los animales, porque el que es cruel con los animales se vuelve duro también en su trato con los hombres»).
69 – Véase Philippe Pinel, A Treatise On Insanity, págs. 150-56 (trad. D. D. Davis, 1962 [1806]) [trad. cast.: Tratado médico-filosófico de la enagenación [sic] del alma ó manía, Imprenta Real, Madrid, 1804].
70 – Véase Sigmund Freud, Three Contributions to the Theory of Sex (1905), en Basic Writings Of Sigmund Freud, págs. 593-94 (editado por A. A. Brill, 1938) [trad. cast.: Tres ensayos sobre teoría sexual y otros escritos, Alianza editorial, Madrid, 2012].
71 – «The Four Stages of Cruelty», TATE, www.tate.org.uk/whats-on/tate-britain/exhibition/hogarth/hogarth-hogarths-modern-moral-series/hogarth-hogarths-4 (última visita el 5 de febrero de 2018); véase Gullone, Animal Cruelty, Antisocial Behavior, and Aggression, pág. 6.
72 – John M. Macdonald y Stuart Boyd, The Murderer and His Victim, pág. 299 (1961); John M. Macdonald, «The Threat to Kill», Am. J. Psych., vol. 120, pág. 125-30 (1963).
73 – Macdonald, «The Threat to Kill», págs. 125-30; véase Gullone, Animal Cruelty, Antisocial Behavior, and Aggression, pag. 7.
74 – Macdonald, «The Threat to Kill», págs. 125-30.
75 – Roxanne Palmer, «Can You Spot a Serial Killer Before He Kills?», Int'l Bus. Times (12 de octubre de 2012), www.ibtimes.com/can-you-spot-serial-killer-he-kills-847435.
76 – Véase idem.
77 – Karen Franklin, «Homicidal Triad: Predictor of Violence or Urban Myth?», Psychol. Today (2 de mayo de 2012), www.psychologytoday.com/blog/witness/201205/homicidal-triad-predictor-violence-or-urban-myth.
78 – Kori Ryan, «The Macdonald Triad: Predictor of Violence or Urban Myth?», American Society Of Criminology (mayo de 2009) (tesis de máster inédita, Universidad del Estado de California, Fresno) (disponible en http://cdmweb.lib.csufresno.edu/cdm/ref/collection/thes/id/37222). Cabe señalar que si la fórmula de intervención no fuera el encarcelamiento, sino el tratamiento y la intervención, entonces un factor de riesgo excesivo de comportamiento antisocial podría ser algo positivo. Véase Jack Levin y Arnold Arluke, «Reducing the Link's False Positive Problem», en The Link Between Animal Violence And Human Violence, pág. 169. Lo preocupante es el riesgo de asociar a alguien con la criminalidad y la brutalidad a una edad temprana y basándose en datos excesivamente inclusivos.
79 – Jack Levin y James Alan Fox, Mass Murder: America's Growing Menace, pág. 27 (1985).
80 – Katherine Ramsland, «Triad of Evil: Do Three Simple Behaviors Predict the Murder-Prone Child?», Psychol. Today (16 de marzo de 2012), www.psychologytoday.com/blog/shadow-boxing/201203/triad-evil (explica los defectos de los datos publicados que pretenden confirmar la tríada señalando, por ejemplo, que «no hicieron ningún esfuerzo por trabajar con un diseño científico aleatorio, [y] recopilaron información de sólo 36 asesinos convictos. […] Todos habían accedido voluntariamente a hablar». Una vez más, la muestra era demasiado problemática para extraer conclusiones significativas).
81 – Llian Alys et al., «Developmental Animal Cruelty and its Correlates in Sexual Homicide Offenders and Sex Offenders», en The Link Between Animal Violence And Human Violence, págs. 147-48.
82 – Ryan, págs. 60 y 66 («Sin una mayor investigación, el uso de la tríada de Macdonald como predictor de futuros comportamientos violentos no está justificado»).
83 – Margaret Mead, «Cultural Factors in the Cause and Prevention of Pathological Homicide», Bull. Menninger Clinic, vol. 28, págs. 11-13 (1964).
84 – Ibidem, pág. 21.
85 – Ibidem, pág. 22.
86 – Idem.
87 –
Véase, por ejemplo Gullone, Animal Cruelty, Antisocial Behavior, and Aggression, págs. 6-7 (donde discute al Dr. Macdonald y la Dra. Mead y señala que, a principios de 1960, «la crueldad hacia los animales empezó a llamar la atención de la gente como un signo importante de otros comportamientos problemáticos»); Arluke, Levin, Luke y Ascione, pág. 964 (donde apuntan a la tríada de Macdonald como el comienzo del interés de los investigadores en «la relación entre el maltrato animal y la violencia interhumana»).

88 – Véase, por ejemplo, «Melissa Trollinger, The Link Among Animal Abuse, Child Abuse, and Domestic Violence», Sep Colo. Law., vol. 30, pág. 30 (2001) («Es probable que si se maltrata a un animal también se esté maltratando a un niño o a la pareja. Este vínculo tiene su origen en el hecho de que las mujeres, los niños y los animales han compartido historias y características similares: los tres eran considerados propiedades en el pasado»).
89 – Alan R. Felthouse y Bernard Yudowitz, «Approaching a Comparative Typology of Assaultive Female Offenders», Psychiatry, vol. 40, pág. 271 (1977).
90 – Idem.
91 – Idem.
92 – Idem.
93 –
Idem. Los evaluadores colocaron a las mujeres con «condenas por un delito de violencia física (agresión con lesiones, agresión con arma mortal, homicidio o asesinato)» en el grupo de las agresoras. Las mujeres sin cargos conocidos de violencia física fueron colocadas en el grupo de las no agresoras. Curiosamente, hubo siete de las treinta y nueve mujeres que no llegaron a ser clasificadas de ningún modo debido a «ambigüedades» jurídicas respecto a lo que representa un delito de violencia. Algunas de estas ambigüedades amenazan con socavar la solidez del enfoque de los investigadores, pues reflejan una tenue comprensión de las realidades jurídicas del derecho penal. Por ejemplo, los investigadores no incluyeron dentro de la categoría de mujeres violentas a aquellas mujeres cuya condena tenía que ver con el robo a mano armada, con base en la teoría de que dichas mujeres podrían haber tenido como objetivo principal «la adquisición de dinero». Es jurídicamente engañoso tratar la condena de una persona como algo más o menos violento en función de su motivo y no de sus intenciones dañinas. La aparente conclusión de que cualquier condena por un comportamiento agresivo debía estar motivada principal o únicamente por el deseo de hacer daño y no por el deseo de obtener una ventaja económica o personal, es insostenible.

94 – Idem, pág. 273.
95 – En primer lugar, el estudio se basa en una muestra muy pequeña y es de naturaleza totalmente retrospectiva, lo que implica que sea casi imposible concluir de manera significativa que sea el maltrato animal la causa de la posterior violencia humana. Véase, por ejemplo, Clifton P. Flynn, «Examining the Links Between Animal Abuse and Human Violence», Crime L. & SOC. Change, vol. 55, pág. 460 (2011) (donde se resumen las críticas a las investigaciones que afirman demostrar el vínculo); Eleonora Gullone, «An Evaluative Review of Theories Related to Animal Crueltyv, J. Animal Ethics, vol. 4, pág. 37 (2014). Además, los datos dependen de que los participantes informen con honestidad y precisión de lo ocurrido en su pasado, un pasado a veces lejano.
96 – Arluke, Levin, Luke y Ascione, págs. 965-66. Dado que todos los participantes eran reclusos, no está claro si las conclusiones se pueden aplicar a personas que no forman parte del sistema penitenciario pero sean también violentas. Flynn, pág. 460 («En la mayoría de los casos, las muestras comprenden grupos que no son representativos de la población general —normalmente, delincuentes encarcelados—»).
97 – Flynn, pág. 460.
98 – Idem.
99 – Felthouse y Yudowitz, pág. 273.
100 – Idem.
101 – Idem.
102 – Ibidem, pág. 275
103 – Stephen R. Kellert y Alan R. Felthous, vChildhood Cruelty Toward Animals Among Criminals and Noncriminals», Hum. Rel., vol. 38, pág. 1113 (1985) [en adelante Kellert y Felthouse 1985].
104 – Ibidem, pág. 1117.
105 – Ibidem, págs. 1116-17.
106 – Ibidem, pág. 1120.
107 – Ibidem, pág. 1121.
108 – Ibidem, pág. 1119.
109 – Esto no quiere decir que las personas que se dedican a experimentaciones o matanzas socialmente aceptables no estén cometiendo actos que puedan distinguirse desde un punto de vista diagnóstico o psicológico de la persona que maltrata gratuitamente a un cachorro. Pero se necesita más investigación sobre qué papel predictivo pueden tener los actos sistémicos de violencia animal, si es que tienen alguno, a la hora de evaluar las probabilidades de la violencia humana.
110 – De hecho, algunas investigaciones han descubierto que la violencia agresiva y sádica, especialmente de naturaleza reiterada, es la forma de maltrato animal con una predicción más fiable de una posterior violencia interhumana. Levin y Arluke, pág. 169.
111 – Kellert y Felthouse 1985, pág. 1125.
112 – Idem.
113 – Ibidem, págs. 1126-27.
114 – Ibidem, pág. 1127.
115 – Ibidem, págs. 1127-28.
116 – Levin y Fox, pág. 35 («El problema de generalizar los rasgos observados en asesinos en masa específicos respecto de grupos más grandes se demuestra en las limitaciones predictivas de los elementos de la tríada de Macdonald»).
117 – Kellert y Felthouse 1985, págs. 1117-18.
118 – Ibidem, pág. 1118.
119 – Alan R. Felthous y Stephen R. Kellert, «Childhood Cruelty to Animals and Later Aggression Against People: A Review», Am. J. Psychiatry, vol. 144, pág. 710 (1987) [en adelante Felthouse y Kellert 1987]. En 1979, el Dr. Alasdair J. MacDonald, psiquiatra, publicó una revisión bibliográfica de la investigación relativa a la relación entre los niños y los animales de compañía. Alasdair J. MacDonald, «Review: Children and Companion Animals», Child: Care, Health & Development, vol. 5, pág. 347 (1979). Esta revisión se centró en la relación general entre los niños y los animales de compañía, y si los animales de compañía pueden ayudar a los niños durante la psicoterapia. Ibidem, págs. 347-48. Dentro de su revisión, el Dr. MacDonald discutió algunas de las investigaciones relacionadas con la crueldad hacia los animales. Ibidem, págs. 352-55. Señaló que «la literatura científica es escasa y en gran parte anecdótica». Ibidem, pág. 352. El Dr. MacDonald discutió brevemente tres estudios que mostraban una relación entre la tríada sintomática de Macdonald y la violencia. Ibidem, págs. 353-54. Sólo uno de esos estudios, el de Macdonald de 1963 comentado anteriormente, intentaba relacionar la crueldad con los animales durante la infancia con la posterior violencia en la edad adulta. Idem.
120 – Felthous y Kellert 1987, pág. 710.
121 – Ibidem, págs. 711-13.
122 – Ibidem, págs. 713-15.
123 – Ibidem, pág. 715.
124 – Idem.
125 – Linda Merz-Perez et al., «Childhood Cruelty to Animals and Subsequent Violence Against Humans», Int'l J. Offender Therapy & Comp. Criminology, vol. 45, págs. 556 y 557 (2001).
126 – Ibidem, pág. 558.
127 – Idem.
128 – Idem.
129 – Idem.
130 – Ibidem, págs. 558-59.
131 – Ibidem, pág. 559.
132 –
Idem. Este estudio adolece de muchos de los mismos defectos metodológicos que los anteriores. Utiliza una muestra reducida de noventa participantes. También es totalmente retrospectivo y, aunque los evaluadores disponían de algunos documentos para verificar las afirmaciones de los participantes, Merz-Perez et al. señalan que algunos de los reclusos violentos no eran coherentes con sus testimonios. Ibidem, págs. 561-63 («Además, en el caso de los delincuentes violentos, a veces se transmitieron informaciones contradictorias»).

133 – Ibidem, págs. 561-62.
134 – Ibidem, pág. 562.
135 – Idem. Al analizar las diferencias en la crueldad con los animales domésticos, Merz-Perez et al. señalan que los únicos incidentes de crueldad hacia los animales domésticos por parte de los reclusos no violentos tenían que ver con las peleas de perros. Ibidem, pág. 563. Los tres reclusos no violentos que declararon un historial de peleas de perros eran todos de raza negra. Idem. Merz-Perez et al. sugieren que las peleas de perros pueden ser una variable de confusión debido a los desequilibrios respecto de las normas sociales en torno a esta práctica.
136 – Ibidem, pág. 570.
137 – Idem.
138 – Idem.
139 –
Ibidem, pág. 571 (admite que la crueldad con los animales «no es más que una expresión de violencia» entre las muchas formas que pueden ser indicativas de violencia futura o pasada).

140 – Levin y Arluke, págs. 163-71.
141 – Heather Piper, «The Linkage of Animal Abuse with interhumana Violence», J. Soc. Work, vol. 3, pág. 161 (2003).
142 – Entre los defectos que Piper identifica se encuentra la falacia lógica de asumir que, debido a que un puñado de asesinos infames han admitido haber maltratado animales, uno debería asumir que todos los maltratadores de animales son asesinos en serie en potencia. Ibidem, págs. 165-66 (cita un trabajo de investigación que identifica un «ciclo definido de maltrato que comienza con los animales y conduce a los seres humanos»).
143 – Ibidem, pág. 168 (donde se critican los métodos y las conclusiones del estudio seminal de Ascione, según el cual más de la mitad de las mujeres acogidas en centros para víctimas de violencia doméstica habían tenido experiencia con el maltrato animal en sus hogares).
144 – Idem. Hay un conjunto de críticas que apunta al encuadre general de la investigación del vínculo. Como producto en tiempos modernos de pensadores sanitarios y jurídicos, Piper identifica una crítica basada en el enfoque inherentemente conservador de estos campos que consideran a quienes causan daño «o bien como malos (o malvados) y requeridos de castigo, o bien como locos (o criminales dementes) y [que] necesitan ser encerrados».
145 – Ibidem, pág. 174 (observando que es mejor resolver la «queja real que los presuntos problemas subyacentes») (citando a Furman y Ahola, Solution Talk: Hosting Therapeutic Conversations, pág. 192).
146 – Suzanne E. Tallichet y Christopher Hensley, «Exploring the Link Between Recurrent Acts of Childhood and Adolescent Animal Cruelty and Subsequent Violent Crime», Crim. J. Rev., vol. 29, págs 304 y 309 (2004).
147 – Idem.
148 – Idem.
149 – Ibidem, pág. 313.
150 – Ibidem, págs. 313-14.
151 – Véase, en general, Wrongful Convictions and the DNA Revolution: Twenty-Five Years of Freeing the Innocent (editado por Daniel S. Medwed, 2017). En términos más generales, se han identificado problemas con el estudio exclusivo de las poblaciones carcelarias para este tipo de investigaciones. Los datos disponibles hoy en día no permiten así aislar realmente las diferencias entre los que cometen delitos y los que no. Idem.
152 – Tallichet y Hensley, págs. 313-14.
153 – Véase Arluke, Levin, Luke y Ascione, pág. 964 (señalando que los investigadores han sido excesivamente «simplistas» y no han reconocido que la violencia hacia los humanos puede ocurrir antes que la violencia hacia los animales).
154 – Tallichet y Hensley, pág. 314.
155 – Arnold Arluke, et al., «The Relationship of Animal Abuse to Violence and Other Forms of Antisocial Behavior», J. interhumana Violence, vol. 14, pág. 963 (1999).
156 – Levin y Arluke, «Reducing the Link's False Positive Problem», en The Link Between Animal Abuse and Human Violence, págs. 163-71.
157 – Idem.
158 – Idem.
159 – Arnold Arluke y Eric Madfis, «Animal Abuse As a Warning Sign of School Massacres: A Critique and Refinement», Homicide Stud., vol. 18, pág. 7 (2014).
160 – Emily Patterson-Kane, págs. 140-58.
161 – Ibidem, pág. 143.
162 – Ibidem, pág. 146 (establece una analogía similar).
163 – Ibidem, págs. 149 y 152.
164 – Arluke, Levin, Luke y Ascione, pág. 971 (señalando la disposición de los grupos a tratar el maltrato animal como una «única bala mágica» que ayudaría a desarrollar estrategias de intervención para disminuir la violencia humana).
165 – Patterson-Kane, pág. 141.
166 – Piper y Cordingley, pág. 351.
167 – Un artículo ha postulado que, debido a que el vínculo ha obtenido tal grado de aceptación social, incluso se ha hecho difícil «publicar artículos académicos que cuestionen su existencia». Piper y Cordingley, pág. 347.
168 – Comunicado de prensa, fiscal del condado de Queens.
169 – Levin y Arluke, pág. 164.
170 – Ibidem, pág. 169.
171 – Arluke y Madfis, pág. 9.
172 – Piper, pág. 174.
173 – Elizabeth DeViney, Jeffery Dickert y Randall Lockwood, «The Care of Pets Within Child Abusing Families», Int'l J. Study Animal Probs., vol. 4, pág. 321 (1983) (descubrió que el maltrato de mascotas estaba presente en el 88% de los hogares estudiados en los que había maltrato físico infantil).
174 – Harry T. Edwards y Jennifer L. Mnookin, «A Wake-Up Call on the Junk Science Infesting our Courtrooms», Wash. Post (20 de septiembre de 2016), www.washingtonpost.com/opinions/a-wake-up-call-on-the-junk-science-infesting-our-courtrooms/2016/09/19/85b6eb22-7e90-11e6-8d13-d7c704ef9fd9_story.html?utm_term=.3b6c73cdcf35 (resumen del informe presidencial).
175 – Arluke y Madfis, pág. 10.
176 – Arluke, Levin, Luke y Ascione, págs. 965-66.
177 – Ibidem, pág. 964.
178 – Ibidem, págs. 969-70.
179 – Concretamente, en el 42% de los delitos violentos, el maltrato precedió al delito, mientras que en el 58% restante lo siguió. En el caso de los delitos no violentos, el maltrato animal los precedió en el 39% de los casos y los siguió en el 61%.
180 – Ibidem, pág. 973.
181 – Ibidem, págs. 970-71.
182 – Patterson-Kane, pág. 150.
183 – Idem.
184 – Beirne ha recibido un premio a su trayectoria profesional por parte de la Sociedad Americana de Criminología.
185 – Piper, pág. 163.
186 – Ibidem, pág. 52. El Dr. Beirne también insta a que se estudie el vínculo, si lo hubiera, que pudiera surgir de «prácticas sociales institucionalizadas en las que el maltrato animal es rutinario, generalizado y a menudo definido como socialmente aceptable», como el de los mataderos. Ibidem, pág. 54.
187 – Walters, págs. 798-802. Ibidem, pág. 800 (señalando, sin embargo, que puede ser «prematuro», basándose en los datos limitados, descartar la hipótesis de la escalada entre las mujeres).
188 – Véase, por ejemplo, Flynn, págs. 458-60 (donde se discute cómo la desviación generalizada postula que la crueldad animal y la violencia humana están asociadas como comportamientos antisociales, pero sin que se especifique un orden temporal); Gullone, Animal Cruelty, Antisocial Behavior, and Aggression, págs. 4-8 y 14-15 (discutiendo las diferencias entre las dos teorías).
189 – Walters, pag. 802.
190 – Flynn, pag. 453.
191 – Ibidem, pág. 455.
192 – Patterson-Kane, pág. 150.
193 – Piper, pág. 173.
194 – Patterson-Kane, pág. 150.
195 – Idem.
196 – Flynn, pág. 460.
197 – Patterson-Kane, pág. 150.
198 – Flynn, pág. 460.
199 – Arluke, Levin, Luke y Ascione, pág. 972.
200 – Walters, pág. 801. Véase también Alys et al., pág. 156 (encontrando que «la crueldad hacia los animales puede estar muy extendida y no ser un factor causal predictivo del homicidio sexual»); Ibidem, pág. 157 (donde se señala un apoyo limitado a la hipótesis de la escalada con base en una mayor incidencia de maltrato animal entre los delincuentes sexuales, pero observando que, «en consonancia con la literatura de asesinos en serie, […] las cifras de delincuentes de los que se sabe que han maltratado animales en la infancia no son tan sólidas como cabría esperar»). Alys et al. también advierten que no se debe descartar todavía ninguna teoría, incluida la de la graduación, aunque es muy probable que haya muchos «mejores predictores» de la delincuencia violenta. Ibidem, pág. 159.
201 – Piers Beirne, Hogarth's Art Of Animal Cruelty: Satire, Suffering And Pictorial Propaganda (2015).
202 – Ibidem, pág. 100 (donde se señala que los grabados eran intentos de desencadenar reacciones emocionales de «repudio y lástima» con la esperanza de incitar una acción favorable a los derechos de los animales).
203 – Ibidem, pág. 52.
204 – Piers Beirne, «From Animal Abuse to Inhuman Violence?: A Critical Review of the Progression Thesis», Soc. & Animals, vol. 12, 52.
205 – Piper, pág. 166.
206 – Flynn, pág. 461.
207 – Piper, pág. 163.
_______________________________________

Traducción: Igor Sanz

Texto original: Beyond Cages

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Toda opinión será bienvenida siempre que se ajuste a las normas básicas del blog. Los comentarios serán sin embargo sometido a un filtro de moderación previo a su publicación con efecto de contener las actitudes poco cívicas. Gracias por su paciencia y comprensión.