Para muchos, los crustáceos no pasarán
de ser esas cosas inertes que decoran algunos platos y banquetes, un manjar particularmente imprescindible en cualquier encuentro de celebración. Cuánto amor, paz y buenas
intenciones se habrán prometido en torno a sus cadáveres. Cuánta
felicidad vertida sobre una infinidad de exangües inocentes.
Pero esas fechas tan especiales para nosotros nada tienen de especial en las vidas de estos animales. Su calvario se extiende todo el año, y ya desde el momento en el que nacen están destinados a padecer una vida dura, cruel y tortuosa. Componen uno de los grupos más
perseguidos y a la vez más ignorados por el especismo. Incluso los colectivos en defensa de los animales parecen haberse olvidado de estos silenciosos y discretos habitantes del siempre misterioso reino submarino. Tratemos pues de acercarnos al resarcimiento que merecen.
UN DISEÑO TRIUNFADOR
Si hablamos en su día de las moscas y los mosquitos, hoy toca hacerlo de sus parientes más cercanos. No en vano, hablar de los crustáceos es tanto como hablar de los insectos subacuáticos, pues ambos colectivos forman parte del común taxón de los artrópodos. Además, el desprecio que se otorga a los insectos es similar al dedicado a los crustáceos, víctimas propicias de las siempre despiadadas e impacables fauces del antropocentrismo. En este caso no parece sin embargo posible atribuir la causa a su tamaño, dado que su variedad es infinitamente más extensa. Aun así se los desprecia. Se los desprecia y se los explota; una explotación que se da en casi cualquier ámbito y con la misma magnitud con que, paralelamente, hacemos conveniente omisión de su existencia. Pero están ahí, y los están además desde hace mucho tiempo.
Los crustáceos son uno de los grupos animales más
antiguos conocidos. Poco tardaron en aparecer a partir de que la vida comenzó a abrirse camino en el planeta. Ocurrió en el
Cámbrico, hace 570 millones de años, cuando algunos
de los primeros anélidos (gusanos) empezaron a desarrollar una
estructura externa sólida: el exoesqueleto. Desde entonces se han
mantenido sin apenas modificación. La especie conocida como
tortugueta (Triops cancriformis), por poner un ejemplo,
mantiene el mismo diseño morfológico que tenía hace más de 220
millones de años. Estaban cuando la vida emergió a tierra firme,
cuando los dinosaurios dominaban el planeta, o cuando los humanos
aparecieron en escena. Han sufrido cambios climáticos, extinciones
masivas y el especismo de hoy en su más cruda manifestación.
Hablamos pues de triunfadores. Sencillos en apariencia, pero triunfadores al fin. Animales que
muestran una tremenda adaptabilidad; individuos con una gran
capacidad de supervivencia. No obstante, se los desprecia; y quizá
el motivo sea el más simple y viejo del mundo. Porque siendo el suyo un diseño triunfador, es al mismo tiempo un diseño muy distinto al nuestro. ¿Y qué otra cosa ha caracterizado siempre al ser humano sino su eterno y gran desprecio por lo diferente?
UN MUNDO DE VARIEDAD
El grupo de especies
que componen los crustáceos es tan numeroso que un artículo dedicado a ellos exige la siempre desagradable necesidad de recurrir a una generalización que en este caso resulta particularmente ignominiosa. Si extrapolásemos el asunto sobre un grupo como el de los primates, por ejemplo, sería fácil advertir el problema de describir en términos comunes a especies tan dispares como los humanos, los babuinos, los lémures o los loris. Lo mismo ocurre con los crustáceos (de hecho, el de los
crustáceos es un grupo filogenético mucho más primario que el de
los primates), pero, como he dicho, me veo en la triste obligación de apoyarme en este detestable auxilio. Cabría señalar tal vez, aun sin ánimo de excusa, que al especismo tampoco parece preocuparle demasiado esa mayor profundidad en los matices.
Merecerá la pena en cualquier caso que nos detengamos un momento sobre algunas destacables peculiaridades. El mayor de los crustáceos, por
ejemplo, es el cangrejo gigante japonés, capaz de superar los 20 kg. de
peso y alcanzar los 4 metros de longitud desde el cabo de una
pierna hasta la otra. En el extremo contrario tenemos a las pulgas de
agua, que con unos escasos 0,2 mm lideran la clasificación de los pequeños. Entre los
crustáceos encontramos también a uno de los animales más veloces; se trata de Erugosquilla
grahami, una langosta mantis australiana cuyos
arpones pueden actuar a la velocidad de 5 milisegundos. No cabe olvidarse de los cangrejos ermitaños y su costumbre de emplear conchas vacías para proteger su delicado abdomen. O de los camarones limpiadores, cuya dieta de parásitos y tejidos muertos les ha llevado a crear "estaciones de limpieza" a las que acuden todo tipo de criaturas. Curioso es también el
caso del cangrejo cocotero, que se ha especializado en trepar a los
árboles para alcanzar las frutas que tanto le apasionan. Tenemos también al cangrejo violinista y su desproporcionada pinza. O
las langostas del Caribe y su misteriosa "procesión" anual, alineadas en una extensa caravana bajo un contacto permanente y una protección mutua a lo largo de una larga migración. Y qué
decir de los percebes, esos extraños crustáceos adaptados
a una vida sedentaria y dotados, dicho sea de paso, del
pene relativo más grande de todo el reino animal.
Es apenas una pequeña y breve pincelada del variado mundo de los crustáceos. Y todo ello sin contar con la riqueza de la individualidad, pues no sólo las especies difieren entre sí, sino también los individuos. Cada cangrejo, cada langosta, cada gamba o langostino, encierra un universo genuino tras de sí. Un principio básico que no deberíamos obviar con la facilidad con que lo hacemos.
La inmensa mayoría de crustáceos son
acuáticos, y muy en especial, marinos. Pero existen excepciones, de tal forma que podemos encontrar no sólo especies de agua dulce, sino también terrestres. La mayoría de estos últimos forman parte del
orden de los isópodos, siendo tal vez el más popular de todo ellos el conocido como "bicho bola" o "cochinilla". Ahora bien, los más famosos crustáceos del mundo son por supuesto los decápodos. Su principal distintivo (spoiler en el nombre) lo representan sus 5 pares de patas, aunque en muchos casos el par anterior está
modificado en favor de unas "pinzas" cuyo nombre formal es quelas.
A este orden es al que pertenecen, entre otros, los cangrejos,
las langostas, los centollos, los camarones, las gambas y los langostinos.
Es apenas una pequeña y breve pincelada del variado mundo de los crustáceos. Y todo ello sin contar con la riqueza de la individualidad, pues no sólo las especies difieren entre sí, sino también los individuos. Cada cangrejo, cada langosta, cada gamba o langostino, encierra un universo genuino tras de sí. Un principio básico que no deberíamos obviar con la facilidad con que lo hacemos.
¡PELIGRO, DESCARTES HA VUELTO!
Los crustáceos cuentan con un cuerpo
dividido en tres partes: la cabeza, el torax y el abdomen, aunque por lo general los dos primeros suelen estar fusionados en lo que se da en llamar cefalotorax. Cada
una de estas partes está al mismo tiempo dividida en diferentes
segmentos, cuyo número suele ser el principal elemento diferenciador entre los distintos grupos de crustáceos. También el número de patas sirve como caracterizador, y a estas extremidades se suman en muchas especies los pleópodos, que sirven para formar una
corriente de agua dirigida hacia las branquias y que algunas hembras usan también para
el transporte de sus huevos. En la cabeza
presentan un par de antenas y antenulas, ambas con funciones sensoriales altamente opertativas.
Cuentan con una vista extraordinaria asistida por unos ojos compuestos
y situados de ordinario sobre unos pedúnculos flexibles. Como
ejemplo de la buena vista de los crustáceos cabe citar a la galera (Squilla mantis), que posee el sistema de
visión más complejo conocido en el mundo, pudiendo llegar a ver en
doce colores (los humanos, por ejemplo, vemos los colores a través
de la combinación de sólo tres colores básicos detectables), así como distinguir diferentes polarizaciones de luz.
¿Y qué hay en cuanto a su capacidad
para sentir dolor? ¿Sienten dolor los crustáceos? Pues aunque pudiera parecer una pregunta superada, lo cierto es que el tema fue motivo de una encendida disputa hace apenas unos años. El caso comenzó en Noruega, cuando el gobierno solicitó a la
Escuela de Veterinaria y Ciencia de Oslo que estudiara la capacidad
de sentir dolor de las langostas en respuesta al deseo de aplicar
nuevas leyes de protección animal en dependencia de ese factor paticular.
Al final, dicha escuela, por boca de la bióloga Wenche Farstad,
declaró que debían «sentir algo, pero no dolor», y que aquellos que parecían signos de dolor «tan sólo eran reflejos». Esto suscitó la reacción no solo del movimiento por lo Derechos Animales, sino también
de algunos miembros de la comunidad científica, que llevaron a cabo
nuevas pruebas y llegaron a resoluciones radicalmente diferentes.
Robert Elwood, experto en comportamiento animal de la Queen’s
University de Belfast, por ejemplo, concluyó que las «reacciones»
de las que hacía mención Farstad eran «consistentes con la
interpretación de la experiencia del dolor», mientras que el
neurobiólogo Tom Abrams afirmó que «poseen una extensa colección
de sentidos» y que no albergaba duda alguna de que «son capaces de sentir
dolor». En la misma línea se pronunciaron Jelle Atema, bióloga
marina del laboratorio Biológico Marino de Woods Hole, en
Massachusstes, o el Dr. Jaren G. Horsley, zoólogo experto en
invertebrados y con una larga trayectoria en el estudio de los crustáceos, quien aseguró que «poseen un sofisticado sistema nervioso
que, entre otras cosas, les permite percibir y sentir las acciones que
los lastiman». De hecho, Horley sostiene la posibilidad de que estos animales soporten niveles más altos de sufrimiento que los humanos debido a que no cuentan «con un sistema nervioso autonómico capaz de entrar en estado
de shock», lo que haría que la afección se prolongase «hasta que el sistema nervioso quede destruido».
QUÉ DURO ES NACER CRUSTÁCEO…
La dieta de los crustáceos es
muy variopinta, pero en términos generales puede decirse que la
inmensa mayoría se alimenta de los pequeños organismos que
conforman lo que se conoce como plancton. Muchas otras especies se nutren de algas o
detritos, y las hay también que son carnívoras (sobre todo carroñeras) e incluso parásitas. La
mayoría de los crustáceos son dioicos, lo que significa que tienen
los sexos separados, salvo los percebes y balanos,
que actúan como machos y hembras a la vez. Y también en lo que respecta a su esperanza de vida dan muestras de una extrema variedad, desde
los camarones y langostinos, que
apenas llegan a uno o dos abriles, hasta algunas especies de bogavantes
y langostas, que pueden llegar a superar el siglo.
El ciclo de vida de los crustáceos
pasa por tres fases principales: el embrión, la larva y el adulto.
Las larvas de los crustáceos son conocidas como nauplios, y algunas especies presentan dos fases adicionales llamadas zoea y mysis, donde se muestran como una versión escalada de sus progenitores. Ya como adultos,
los crustáceos necesitan mudar su caparazón con regularidad (al
igual que las serpientes con la piel)
para poder en esencia seguir desarrollándose y aumentando de
tamaño.
La vida de los crustáceos es terriblemente dura, y lo es incluso antes de nacer. Ya como embriones, en el interior del huevo, tan sólo unos pocos afortunados alcanzan la eclosión. En la mayoría de especies, tanto los huevos como las larvas pasan su desarrollo en suspensión, quedando a expensas de las corrientes e integrados en la singular comunidad que representa por el plancton. Allí, muchos embriones y larvas serán devorados por pequeños peces, cefalópodos, ballenas y un sinfín de animales subacutáticos, incluyendo a otros crustáceos. Los pocos que superen esta fase y consigan madurar no verán reducido el número ni el grado de peligros, si acaso la forma. Aquellos crustáceos de pequeño tamaño adaptados a una vida natatoria, como el krill, se verán continuamente acosados por todo tipo de peces y cetáceos; los destinados a habitar el lecho serán perseguidos a su vez por especies bentónicas como rayas, pulpos y morenas; y aquellos que osen emerger fuera del agua o moren cerca de la costa verán sumados a su lista de depredadores otros animales como pájaros, reptiles y mamíferos terrestres.
Así pues, observar a algún crustáceo adulto ―y ni qué decir de aquellos con una cierta edad― es estar en presencia de un auténtico superviviente. Un individuo que habrá tenido que superar todo tipo de pruebas en el transcurso de una vida entera viendo perecer a un número incontable de hermanos y compañeros de fatiga. Y los humanos, con nuestros loados cerebros y nuestras proclamadas dotes para la empatía, la virtud, el raciocinio, ¿seremos acaso capaces de compadecernos ante estos pobres desdichados y ahorrarles cuando menos innecesarias complicaciones añadidas? Pues no...
Y es que a pesar de todo lo dicho, todo lo narrado y todo lo explicado, el mayor de los peligros, la mayor amenaza para cualquier crustáceo, se presenta siempre en forma humana. A manos del hombre, los crustáceos se verán sometidos a todo tipo de usos y perjuicios, ya sea con fines de experimentación (los crustáceos vivos suelen ser el reclamo principal para ciertos animales sometidos a pruebas de laboratorio), deporte (la pesca), ocio (la acuariofilia, donde no sólo son empleados como componente estético, sino también alimenticio) y, por supuesto, gastronómico, para lo que millones y millones de individuos no sólo son capturados y asesinados, sino sometidos
también a una de las
muertes más cruentas
que uno pueda imaginar: ser cocido vivo.
Estas
víctimas ni tan siquiera serán contabilizadas individualmente, sino
en kilos o toneladas. Una prueba más de ese desprecio mencionado en el arranque. ¿O es acaso es concebible uno mayor? ¿Se imaginan lo terrible que sería que
las víctimas de algún drama humano fueran contadas
de igual manera y que en vez de hablar tantos miles o millones se hablara de tantos kilos de
seres humanos?
Llegamos al final de nuestro viaje con un buen puñado de cosas pendientes de contar y descubrir. Espero al menos que este breve paseo por la vida de los crustáceos incite a algunos a reflexionar. A reflexionar, sobre todo, en torno a lo injusto de buscar la felicidad propia a costa de la infelicidad de los demás. A muchos, esa reflexión puede suponerles nada menos que la vida.
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