Sería estupendo que todo
el mundo pudiera disfrutar de una cena vegetariana al menos una vez
en su vida, para que, en adelante, cuando alguien preguntara "¿Y
qué podemos comer si no comemos carne?", todo el mundo pudiera
dar testimonio de algún festín libre de cualquier pedazo de carne y
de la feliz conciencia provocada por no haber causado —al
menos en esa ocasión—
que algún cordero balase de pena y de dolor; que alguna vaca de
mirada sumisa fuera empujada jadeante hasta el lugar de su
condenación; que algún pájaro cayese con los miembros rotos o las
plumas ensangrentadas para esperar tendido a que la muerte pusiera
alivio a su dolor.