viernes, 16 de septiembre de 2022

El futuro del vegetarianismo

 
Sería estupendo que todo el mundo pudiera disfrutar de una cena vegetariana al menos una vez en su vida, para que, en adelante, cuando alguien preguntara "¿Y qué podemos comer si no comemos carne?", todo el mundo pudiera dar testimonio de algún festín libre de cualquier pedazo de carne y de la feliz conciencia provocada por no haber causado —al menos en esa ocasión— que algún cordero balase de pena y de dolor; que alguna vaca de mirada sumisa fuera empujada jadeante hasta el lugar de su condenación; que algún pájaro cayese con los miembros rotos o las plumas ensangrentadas para esperar tendido a que la muerte pusiera alivio a su dolor.
 
Para mí, uno de los mayores consuelos de la vida es que ninguna de las formas superiores de la creación sintiente haya tenido que rendir su angustia y su agonía para que yo pueda disfrutar de algún banquete o degustar la vianda cotidiana sobre su cadáver.
 
Todo movimiento ha de pasar por tres etapas: la primera es la de la ignorancia y el desdén. La segunda es la de la ridiculización. Los escritores encuentran entonces en el movimiento material para sus vejaciones, y los oradores se divierten haciendo gala de su ignorancia sobre el tema, mientras la gente ríe y llama fanáticos a los reformadores. La última etapa es la del reconocimiento, cuando el movimiento se vuelve tendencia y logra la anuencia de la gente, o cuando el mundo le da una palmadita en la espalda y dice: "Lo supimos todo el tiempo".  
 
El vegetarianismo está pasando con rapidez por estas tres etapas, y puedo condensar en pocas palabras el gran cambio que he podido contemplar con mis propios ojos. Cuando me hice vegetariano, tenía que explicar a la gente su significado y disculparme por mi decisión. Ahora todo el mundo sabe lo que es el vegetarianismo, y son las personas compasivas e inteligentes las que se excusan por no serlo, ya sea poniendo como pretexto a sus esposas (un objeto de culpa muy conveniente), o a sus maridos (una bestia de carga aún más adecuada), o a la sociedad, o al cocinero, o a lo que sea; pero, por lo general, el impulso de disculpa se halla siempre muy presente en estos tiempos. ¡No es difícil reconocer el gran progreso que eso nos demuestra!
 
Recuerdo bien cuando estaba en Oxford escuchando a ese gran fisiólogo el difunto W. B. Carpenter dando una conferencia en el Teatro Sheldonian y diciendo que, cuando habló por primera vez en torno al movimiento contra el alcohol, sus colegas de profesión se burlaron de él y le insinuaron, como hicieran con el apóstol Pablo, que había perdido la cabeza. Se han lanzado a menudo acusaciones similares contra los apologistas del vegetarianismo, pero, a pesar de las mofas, existen hoy muchos representantes de esta nueva corriente, incluida una emergente generación de científicos que, sin temor y con paciencia, tratan de repasar las viejas posturas y sondear su solidez, para demostrar con deliberación y cuidado lo nuevo y construir el más justo templo a Higía y Esculapio que se haya conocido hasta la fecha. Llegará el día en que la ciencia santificada hará milagros hodiernos.
 
Permítanme comentar brevemente uno o dos motivos de los muchos que me llevan a creer que Virchow quizá el fisiólogo vivo más notable tenía razón cuando dijo: "El futuro está con los vegetarianos"1.
 
Armonía natural.
 
En primer lugar, me afirmaría en mi convicción de que las leyes del Universo son armoniosas y no discordantes, que la Ciencia Física y la Ética no son más que ramas de un todo común, y que el Instinto y la Conciencia son criterios que no se deben confrontar. Lo que es éticamente correcto no puede ser un error científico, así como una violación de la moral no puede ser otra cosa que un equívoco científico.
 
Si el consumo de carne fuese correcto, esperaría encontrar en los niños un instinto predador. Y así como el chillido de un ratón o el gorjeo de un ave hacen que el corazón de un gatito lata más deprisa y su cola se erice por el ansia de los placeres gustativos que prevé, así también deberían los balidos del cordero y el mugido de una vaca activar las glándulas salivales de un niño en previsión de la ingesta de sus cuerpos. Así como el olor de una cabra hace que una cría de león hambrienta se deleite, así también deberían deleitarse los niños hambrientos con el olor de las pocilgas. ¡Mas no es el caso! Si, por el contrario, el vegetarianismo estuviera en lo cierto, entonces esperaría que los niños no intentasen comerse a los conejos que les son regalados por mascota y se deleitasen por el contrario con las manzanas maduras y el olor de las naranjas frescas, y mi búsqueda en este sentido no resulta estéril; ¡el huerto y el tarro de mermelada son los objeto de la depredación del niño, no la carne y el redil!
 
Además, lo que el instinto me revela lo esperaría confirmado por las leyes de la fisiología, y aquí tampoco busco en vano. La disposición de sus centros cerebrales, su dentición, sus fluidos y mecanismos salivales y digestivos, sus órganos de aprehensión y masticación, y, especialmente, su embriología, otorgan al hombre una constitución según la cual los biólogos no han dudado en ubicarlo a la cabeza del orden de los primates frugívoros, no entre los carnívoros o los llamados omnívoros.
 
Lo que el instinto sugiere y la fisiología aprueba lo esperaría también confirmado por la ética. Si comer carne fuese correcto, esperaría encontrarme aprobado y reconocido el principio de matar como una característica del ideal humano —donde todo en él es permanente y está tipificado como el más perfecto de los ideales—, pero no es así. A los niños se les enseña a no matar, y se les dice que su práctica es sólo propia de "malvados asesinos". Si, por el contrario, el vegetarianismo estuviera en lo cierto, entonces esperaría hallar que las muertes y las matanzas estuvieran asociadas con la brutalidad, y que se reconocería que no están en armonía con las mejores esperanzas y las más altas aspiraciones del hombre hacia esa perfecta nobleza que nos acerque a lo divino.
 
Esperaría encontrar una naturaleza de dientes más rojos y garras más sangrientas2 en los estratos más bajos de la escala evolutiva, mientras la cooperación, el socorro y la compasión frente al sufrimiento los apreciaría como algo característico de las formas de vida superiores —y así lo hago. De este modo, cuando el hombre mira hacia abajo y hacia atrás, encuentra muertes, derramamientos de sangre y unidades aisladas de vida luchando para sí y sin preocupación por los demás; cuando el hombre mira hacia arriba y hacia delante, encuentra paz y solidaridad; contempla, a modo de profecía, la espada convertida en azada y al hombre que mata a un buey igualado a quien mata a otro hombre.
 
Tal es el amplio fundamento básico sobre el cual está construido el vegetarianismo, y siendo así, sé que su futuro está garantizado, pues la creación en su conjunto está progresando en espiral en dirección a ese destino. Incluso los carnívoros mismos se adaptarán a las condiciones necesarias para la perpetuación de su especie como lo han hecho ya el gato y el perro o se extinguirán gradualmente, es decir, y por citar nuevamente la visión profética, el león y el buey pastarán juntos, o la raza de los leones desaparecerá3.
 
Carne insana.
 
No necesito entrar en el asunto del estado enfermo en que se suministra la carne en nuestros mercados, excepto para señalar que todo el tejido de las bestias engordadas, tal y como se distribuye hoy día, es tejido degradado. Fruto de animales inmaduros, cebados rápidamente con alimentos estimulantes y privados de ejercicio, el objetivo no es producir bestias saludables, sino bestias gordas, por lo que hoy la gente está comprando cosas que están faltas de aquellos elementos que conforman una buena nutrición. Al margen incluso de todas las plagas, parásitos y enfermedades de que están afectados los animales criados para el mercado, existe ese deterioro general y terrible del tejido que hace que los alimentos cárnicos, como se venden habitualmente, no sean saludables y produzcan tejidos deteriorados en los humanos que se nutren de ellos.
 
Se produjo una disputa en la Feria Agrícola de este mismo año (1894). Los carniceros boicotearon la exposición, y los ganaderos tuvieron que ceder. ¿Por qué? Porque las bestias deben ser vendidas, o morir. Se le preguntó a uno de los principales ganaderos: "Pero ¿por qué no recuperan a las bestias cuando los carniceros no las compran? No implicaría demasiado coste". A lo que respondió: "No se trata del coste del transporte, sino del hecho de que una bestia que ha sido engordada, como lo han sido éstas, no sirve para nada, salvo para matarla de inmediato". Como ha sido comentado con ironía: estas bestias son asesinadas para salvarles la vida.
 
Efecto en las razas.
 
El efecto de cualquier hábito dietético se aprecia mejor en las razas que en los individuos, ya que se requieren cifras grandes para obtener datos precisos. Pero cuando todo el resto de factores son iguales, las razas prácticamente vegetarianas superan a las grandes razas carnívoras. Aquellos escoceses que han heredado el tesoro de la resistencia de una ascendencia vegetariana, en un clima más riguroso que el nuestro, se encuentran a la vanguardia del mundo entero. Los japoneses, una vez tocados con el fuego divino del progreso, han cambiado en apenas veinte años de "salvajes" vegetarianos a una raza subida al carro de la civilización. Frente a este progreso, la degradación gradual y el salvajismo total de los indios rojos carnívoros encierra una lección moral de gran importancia.
 
El futuro.
 
Es necesario que todos seamos tocados por ese descontento divino que nos hace viajar de un pasado bárbaro y cruel a un futuro más feliz, saludable y compasivo. Y aquí no debemos olvidar, como ha dicho Lowell4, que:
 
«Las nuevas ocasiones enseñan nuevos deberes,
El Tiempo hace que lo arcaico sea grosero,
Debe siempre ir hacia arriba, hacia delante,
Aquel que se mantenga al tanto de la verdad.»
 
Uno de los pasos hacia delante y hacia arriba es el VEGETARIANISMO.
 
Josiah Oldfield, 1894.

NOTAS DEL TRADUCTOR
1 – Rudolf Virchow (1821-1902).
2 – Referencia al poema de 1850 In Memoriam A.H.H, de Alfred Tennyson: «...Quien confiaba en que Dios era amor, y amaba la ley final de la creación, la Naturaleza, roja en dientes y garras, con frenesí clamaba contra su credo...»
3 – Isaías 65:25.
4 – James Russell Lowell, 1845. The Present Crisis.
________________________________________

Traducción: Igor Sanz

Texto original: The future of vegetarianism
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Toda opinión será bienvenida siempre que se ajuste a las normas básicas del blog. Los comentarios serán sin embargo sometido a un filtro de moderación previo a su publicación con efecto de contener las actitudes poco cívicas. Gracias por su paciencia y comprensión.