Sería estupendo que todo
el mundo pudiera disfrutar de una cena vegetariana al menos una vez
en su vida, para que, en adelante, cuando alguien preguntara "¿Y
qué podemos comer si no comemos carne?", todo el mundo pudiera
dar testimonio de algún festín libre de cualquier pedazo de carne y
de la feliz conciencia provocada por no haber causado —al
menos en esa ocasión—
que algún cordero balase de pena y de dolor; que alguna vaca de
mirada sumisa fuera empujada jadeante hasta el lugar de su
condenación; que algún pájaro cayese con los miembros rotos o las
plumas ensangrentadas para esperar tendido a que la muerte pusiera
alivio a su dolor.
Para mí, uno de los
mayores consuelos de la vida es que ninguna de las formas superiores
de la creación sintiente haya tenido que rendir su angustia y su
agonía para que yo pueda disfrutar de algún banquete o degustar la
vianda cotidiana sobre su cadáver.
Todo movimiento ha de
pasar por tres etapas: la primera es la de la ignorancia y el desdén.
La segunda es la de la ridiculización. Los escritores encuentran
entonces en el movimiento material para sus vejaciones, y los
oradores se divierten haciendo gala de su ignorancia sobre el tema,
mientras la gente ríe y llama fanáticos a los reformadores. La
última etapa es la del reconocimiento, cuando el movimiento se
vuelve tendencia y logra la anuencia de la gente, o cuando el mundo
le da una palmadita en la espalda y dice: "Lo supimos todo el
tiempo".
El vegetarianismo está pasando con rapidez por
estas tres etapas, y puedo condensar en pocas palabras el gran cambio
que he podido contemplar con mis propios ojos. Cuando me hice
vegetariano, tenía que explicar a la gente su significado y
disculparme por mi decisión. Ahora todo el mundo sabe lo que es el
vegetarianismo, y son las personas compasivas e inteligentes las que
se excusan por no serlo, ya sea poniendo como pretexto a sus esposas
(un objeto de culpa muy conveniente), o a sus maridos (una bestia de
carga aún más adecuada), o a la sociedad, o al cocinero, o a lo que
sea; pero, por lo general, el impulso de disculpa se halla siempre
muy presente en estos tiempos. ¡No es difícil reconocer el gran
progreso que eso nos demuestra!
Recuerdo bien cuando estaba
en Oxford escuchando a ese gran fisiólogo —el
difunto W. B. Carpenter—
dando una conferencia en el Teatro Sheldonian y diciendo que, cuando
habló por primera vez en torno al movimiento contra el alcohol, sus
colegas de profesión se burlaron de él y le insinuaron, como
hicieran con el apóstol Pablo, que había perdido la cabeza. Se han
lanzado a menudo acusaciones similares contra los apologistas del
vegetarianismo, pero, a pesar de las mofas, existen hoy muchos
representantes de esta nueva corriente, incluida una emergente
generación de científicos que, sin temor y con paciencia, tratan de
repasar las viejas posturas y sondear su solidez, para demostrar con
deliberación y cuidado lo nuevo y construir el más justo templo a
Higía y Esculapio que se haya conocido hasta la fecha. Llegará el día en
que la ciencia santificada hará milagros hodiernos.
Permítanme
comentar brevemente uno o dos motivos de los muchos que me llevan a
creer que Virchow —quizá
el fisiólogo vivo más notable—
tenía razón cuando dijo: "El futuro está con los
vegetarianos"1.
Armonía
natural.
En primer lugar, me
afirmaría en mi convicción de que las leyes del Universo son
armoniosas y no discordantes, que la Ciencia Física y la Ética no
son más que ramas de un todo común, y que el Instinto y la
Conciencia son criterios que no se deben confrontar. Lo que es
éticamente correcto no puede ser un error científico, así como una
violación de la moral no puede ser otra cosa que un equívoco
científico.
Si el consumo de carne
fuese correcto, esperaría encontrar en los niños un instinto
predador. Y así como el chillido de un ratón o el gorjeo de un ave
hacen que el corazón de un gatito lata más deprisa y su cola se
erice por el ansia de los placeres gustativos que prevé, así
también deberían los balidos del cordero y el mugido de una vaca
activar las glándulas salivales de un niño en previsión de la
ingesta de sus cuerpos. Así como el olor de una cabra hace que una
cría de león hambrienta se deleite, así también deberían
deleitarse los niños hambrientos con el olor de las pocilgas. ¡Mas
no es el caso!
Si, por el contrario, el
vegetarianismo estuviera en lo cierto, entonces esperaría que los
niños no intentasen comerse a los conejos que les son regalados por
mascota y se deleitasen por el contrario con las manzanas maduras y
el olor de las naranjas frescas, y mi búsqueda en este sentido no
resulta estéril; ¡el huerto y el tarro de mermelada son los objeto
de la depredación del niño, no la carne y el redil!
Además,
lo que el instinto me revela lo esperaría confirmado por las leyes
de la fisiología, y aquí tampoco busco en vano. La disposición de
sus centros cerebrales, su dentición, sus fluidos y mecanismos
salivales y digestivos, sus órganos de aprehensión y masticación,
y, especialmente, su embriología, otorgan al hombre una constitución
según la cual los biólogos no han dudado en ubicarlo a la cabeza
del orden de los primates frugívoros, no entre los carnívoros o los
llamados omnívoros.
Lo que el instinto sugiere y la
fisiología aprueba lo esperaría también confirmado por la ética.
Si comer carne fuese correcto, esperaría encontrarme aprobado y
reconocido el principio de matar como una característica del ideal
humano —donde todo en él
es permanente y está tipificado como el más perfecto de los
ideales—, pero no es
así. A los niños se les enseña a no matar, y se les dice que su
práctica es sólo propia de "malvados asesinos". Si, por
el contrario, el vegetarianismo estuviera en lo cierto, entonces
esperaría hallar que las muertes y las matanzas estuvieran
asociadas con la brutalidad, y que se reconocería que no están en
armonía con las mejores esperanzas y las más altas aspiraciones del
hombre hacia esa perfecta nobleza que nos acerque a lo
divino.
Esperaría encontrar una naturaleza de dientes más
rojos y garras más sangrientas2
en los estratos más bajos de la escala evolutiva, mientras la
cooperación, el socorro y la compasión frente al sufrimiento los
apreciaría como algo característico de las formas de vida
superiores —y así lo
hago. De este modo, cuando el
hombre mira hacia abajo y hacia atrás, encuentra muertes,
derramamientos de sangre y unidades aisladas de vida luchando para sí
y sin preocupación por los demás; cuando el hombre mira hacia
arriba y hacia delante, encuentra paz y solidaridad; contempla, a
modo de profecía, la espada convertida en azada y al hombre que mata
a un buey igualado a quien mata a otro hombre.
Tal
es el amplio fundamento básico sobre el cual está construido el
vegetarianismo, y siendo así, sé que su futuro está garantizado,
pues la creación en su conjunto está progresando en espiral en
dirección a ese destino. Incluso los carnívoros mismos se adaptarán
a las condiciones necesarias para la perpetuación de su especie
—como
lo han hecho ya el gato y el perro—
o se extinguirán gradualmente, es decir, y por citar nuevamente la
visión profética, el león
y el buey
pastarán juntos,
o la raza de los leones desaparecerá3.
Carne
insana.
No necesito entrar en el
asunto del estado enfermo en que se suministra la carne en nuestros
mercados, excepto para señalar que todo el tejido de las bestias
engordadas, tal y como se distribuye hoy día, es tejido degradado.
Fruto de animales inmaduros, cebados rápidamente con alimentos
estimulantes y privados de ejercicio, el objetivo no es producir
bestias saludables,
sino bestias gordas,
por lo que hoy la gente está comprando cosas que están faltas de
aquellos elementos que conforman una buena nutrición. Al margen
incluso de todas las plagas, parásitos y enfermedades de que están
afectados los animales criados para el mercado, existe ese deterioro
general y terrible del tejido que hace que los alimentos cárnicos,
como se venden habitualmente, no sean saludables y produzcan tejidos
deteriorados en los humanos que se nutren de ellos.
Se produjo una disputa en
la Feria Agrícola de este mismo año (1894). Los carniceros
boicotearon la exposición, y los ganaderos tuvieron que ceder. ¿Por
qué? Porque las bestias deben ser vendidas, o morir. Se le preguntó
a uno de los principales ganaderos: "Pero ¿por qué no
recuperan a las bestias cuando los carniceros no las compran? No
implicaría demasiado coste". A lo que respondió: "No se trata
del coste del transporte, sino del hecho de que una bestia que ha
sido engordada, como lo han sido éstas, no sirve para nada, salvo
para matarla de inmediato". Como ha sido comentado con ironía:
estas bestias son asesinadas para salvarles la vida.
Efecto en las
razas.
El efecto de cualquier
hábito dietético se aprecia mejor en las razas que en los
individuos, ya que se requieren cifras grandes para obtener datos
precisos. Pero cuando todo el resto de factores son iguales, las
razas prácticamente vegetarianas superan a las grandes razas
carnívoras. Aquellos escoceses que han heredado el tesoro de la
resistencia de una ascendencia vegetariana, en un clima más riguroso
que el nuestro, se encuentran a la vanguardia del mundo entero. Los
japoneses, una vez tocados con el fuego divino del progreso, han
cambiado en apenas veinte años de "salvajes" vegetarianos
a una raza subida al carro de la civilización. Frente a este
progreso, la degradación gradual y el salvajismo total de los indios
rojos carnívoros encierra una lección moral de gran
importancia.
El futuro.
Es
necesario que todos seamos tocados por ese descontento divino que nos
hace viajar de un pasado bárbaro y cruel a un futuro más feliz,
saludable y compasivo. Y aquí no debemos olvidar, como ha dicho
Lowell4,
que:
«Las nuevas ocasiones enseñan nuevos deberes,El Tiempo hace que lo arcaico sea grosero,Debe siempre ir hacia arriba, hacia delante,Aquel que se mantenga al tanto de la verdad.»
Uno de los pasos hacia delante y hacia
arriba es el VEGETARIANISMO.
Josiah Oldfield, 1894.
NOTAS DEL TRADUCTOR
1 – Rudolf Virchow (1821-1902).
2 – Referencia al poema de 1850 In Memoriam A.H.H, de Alfred Tennyson: «...Quien confiaba en que Dios era amor, y amaba la ley final de la creación, la Naturaleza, roja en dientes y garras, con frenesí clamaba contra su credo...»
3 – Isaías
65:25.
4 – James Russell Lowell, 1845. The
Present Crisis.
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Texto original: The future of vegetarianism
Traducción: Igor Sanz
Texto original: The future of vegetarianism
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