LA ÉTICA DE LOS SERES HUMANOS EN
SU RELACIÓN CON LOS SERES NO HUMANOS
El ejemplo más lamentable de ética
provinciana que ofrecen los habitantes de la Tierra no es el que
muestran las distintas variedades de la especie humana en sus
actitudes mutuas, sino el trato que la raza humana en su conjunto le
dedica a las razas de los no humanos. En ningún otro lugar se
muestra tan horrible la naturaleza humana, ni su conciencia tan
profundamente inoperante, como en su desprecio hacia la vida y la
felicidad del animal no humano. Con el desarrollo de sus facultades
mentales y la ampliación y mutualización de sus actividades, los
hombres han extendido su horizonte y con ello han intensificado su
sentimiento de hermandad, hasta el punto de observarse que hoy, a
pesar de cierto seccionalismo, los sistemas éticos de los pueblos
civilizados incluyen, al menos en teoría, y con más o menos
seriedad, a todo el conjunto de la humanidad. La conciencia ética se
ha extendido del individuo a la familia, de la familia al clan, del
clan a la tribu, de la tribu a la confederación, de la confederación
al reino, del reino a la raza, y de la raza a la especie, hasta que
por fin, en el caso de muchos millones de hombres, el sentimiento
ético ha alcanzado, con mayor o menor viveza y consistencia, el
estadio antropocéntrico de la evolución. El hecho de que un
individuo sea un hombre —es
decir, el hecho de que sea un animal de la especie humana—
le otorga en todas las tierras civilizadas los derechos y privilegios
fundamentales de la existencia. El derecho a la vida, a la libertad y
a la búsqueda de la felicidad son hoy considerados por todas las
mentes exaltadas como propiedades inalienables de todo ser humano
venido al mundo.