Hace poco compartía una publicación
sobre los estragos de la pirotécnia ilustrándolo con la trágica
fotografía de las calles de una ciudad inundadas por un número
incontable de aves muertas a causa de los fuegos arrojados con motivo
de Año Nuevo.
El terror que generan estos
artefactos en todos los individuos vivos que se hallan en las
proximidades es algo sobradamente documentado. Lo saben bien la mayoría
de quienes comparten su hogar con perros o gatos, existiendo
incluso un lucrativo negocio de artículos pensados para calmar o
apaciguar el horrible pánico que les producen a los miembros
nohumanos de nuestras familias. Sin embargo, éstas no son ni mucho
menos las únicas especies afectadas. Para algunas criaturas que
viven al aire libre, el miedo es tan extremo que sus aterrorizados
corazones simplemente dejan de funcionar. Otros empiezan a volar frenéticos, chocando contra obstáculos y cayendo heridos o sin
vida, y los hay también que salen huyendo presas
del pánico y sin sentido, lo que a menudo resulta en
desorientaciones, lesiones o muertes.
Además de ser antisociales y
causar angustia y ansiedad en muchos seres humanos, los fuegos
artificiales son una forma extrema de contaminación acústica y una
gran fuente de residuos tóxicos, alterando los hábitats de todas
aquellas criaturas salvajes que dependen del medio ambiente para
comer y refugiarse. Son muchos ya los lugares —incluida
mi tierra natal, Escocia—
donde, con gran apoyo del público, se están llevando a cabo
campañas solicitando su ilegalización.
FESTEJOS
Bien mirado, el lanzamiento de fuegos
artificiales es sólo una de las tantas formas despreocupadas e
irresponsables de "celebración" de nuestra especie; prácticas
que ocasionan la muerte y la destrucción de criaturas inocentes, y
que constituyen un vandalismo gratuito y una polución y
contaminación ambiental de escala extraordinaria, mientras los
autores adoptan una actitud de "ojos que no ven, corazón que no
siente" y permanecen ajenos a las consecuencias de su
comportamiento. Me vienen a la mente ejemplos como la suelta de
globos, el lanzamiento de linternas voladoras o la liberación de
bandadas de palomas cautivas, a menudo por motivo de algún
casamiento. Estoy segura de que podríamos seguir festejando
cosas sin destrozar la vida de inocentes.
En cualquier caso, llamó mi atención
un comentario dejado en la publicación que decía que, en aquella
ciudad en concreto, se contrata a gente para que se pasee con un
megáfono y haga ruido "para espantar a estas plagas de los
árboles y tratar de alejarlas de la ciudad". Lo que se
pretendía sugerir era que las únicas culpables de las muertes eran
las propias aves por no haberse dejado ahuyentar, pero lo que
de verdad me echó para atrás y me enfermó fue lo de "estas
plagas".
Plagas. Vi desatadas en mí las mismas
sensaciones que me produce la palabra "alimaña", pero en este
caso el término era "plagas".
LA SUPOSICIÓN DE QUE SÓLO
IMPORTAN LOS HUMANOS
Me hubiera limitado a ignorar el
comentario de haber sido el reflejo de una mentalidad inusual, pero
lo cierto es que resume muy bien una perspectiva tristemente común
en nuestra especie. El desenfrenado orgullo y la suprema arrogancia
de los humanos les hacen persistir en la creencia de que la suya es
la única especie trascendente y que el planeta y sus acosadas formas
de vida les pertenecen para hacer con ellas lo que gusten.
Continuamos bañando de sangre y brutalidad un globo en llamas,
deshecho y plagado de enfermedades, arrasando con todo a nuestro paso
y sin atender las consecuencias del más duradero y destructivo
régimen de opresión que jamás haya existido.
Usurpamos el mundo natural
con nuestra constante expansión urbanística y los venenos y toxinas
que tan generosamente vertemos en la tierra y los océanos.
Destruimos ecosistemas y hábitats naturales, desplazando a su
legítima y ancestral comunidad de ocupantes. Con nuestro acelerado
aumento poblacional, vamos causando la aglomeración de
aquellas criaturas salvajes para quienes la Tierra es su exclusiva y
lícita morada, tanto como lo fue para la raza humana.
Luego, cuando ya no tienen a dónde
migrar y tratan de sobrevivir en los lugares en los que han estado
siempre, los acusamos de "plagas" y buscamos la forma de
justificar el hecho de ahuyentarlos de las áreas que nos hemos
agenciado, erradicándolos por medio de trampas, armas y venenos
atroces, diseñando edificios libres de espacios donde se puedan
posar, y declarándole la guerra al inocente.
Cada día nos llegan noticias de
zorros, osos, coyotes, mapaches, palomas y otras especies desplazadas
y obligadas a vagar por nuestras calles y hurgar en nuestros cubos de
basura. Algunos artículos recientes hablan de elefantes desesperados
buscando comida en vertederos de Sri Lanka, y de osos polares
hambrientos que asaltan los contenedores y basureros en regiones
septentrionales. Nuestra especie les ha arrebatado sus espacios
salvajes, al tiempo que ha desequilibrado el clima que satisfacía
sus necesidades. Y luego, añadiéndo como siempre el insulto a la
suprema de las vejaciones, y asumiendo que cualquier invasión de
nuestra especie es de importancia capital, los llamamos "plagas"
e intentamos suprimirlos.
DESHACERSE DE VIDAS NO DESEADAS
Hay que tener también en cuenta
que la "ganadería", exigida por el consumidor a dar cabida
a un número cada vez mayor de víctimas, se ve en la premura de
categorizar como plagas tanto a las especies autóctonas como a las
introducidas, a menudo con las más endebles "justificaciones",
en favor de aquellas especies cuyas vidas y cuerpos utiliza en su
provecho. Los zorros, los tejones, los conejos y muchas otras
especies pagan el precio final de su existencia, con frecuencia bajo
esa imagen de falsa benignidad que proyecta un término relacionado:
sacrificios.
Son muchas las vías que conducen a
esta expresión de engreimiento. Yo le encuentro conexión con esa
cruel arrogancia que conduce a calificar a los perros y gatos
traicionados y abandonas por los humanos de "vagabundos" a
quienes conviene capturar y "eliminar" en las perreras.
Entretanto, cualquier insecto, pájaro, roedor o mamífero que trate
de forjar su subsistencia en los escasos espacios libres de la
ocupación de nuestra especie será inmediatamente convertido en un
objetivo, en una alimaña, en una plaga a la que poder vilipendiar.
No deseo extenderme, de manera que
concluiré con una ultima solicitud. La próxima vez que oigáis o
veáis las palabras "plaga" o "alimaña", por
favor, reflexionad sobre sus implicaciones subyacentes y la forma en
que el lenguaje delata nuestro especismo.
Hazte vegano.
Linda Clark, 18 de enero de 2021.
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Traducción: Igor Sanz
Texto original: Looking at language: Pests
Hace tiempo ya, que casi no consumo carne gracias a los artículos que me ha pasado una amiga, Magda, y creo que hoy terminó de convencerme, porque no se puede negar la realidad, soy adulto de tercera edad, toda la vida hasta ahora consumí carne de animal no humano creo que de haber leído o tenido conciencia de está verdad, lo hubiera hecho antes.
ResponderEliminarLamentablemente este fue para mi siempre un tema secundario nunca tuve en cuenta el sufrimiento que estaba propiciando, o tal vez no lo quería ver.
Aunque no tengo tantos años por delante, me dedicaré a buscar y completar la lista de sustitutos que ya tengo.
Se que por mi no van a dejar de matar animales no humanos pero mi conciencia estará en paz, aunque lamentando, que desdichadamente la gran mayoría en el mundo no tome conciencia.
Gracias.
«Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo.» —Eduardo Galeano
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