domingo, 19 de septiembre de 2021

Los humanos somos animales. Superémoslo de una vez

 
Cualquiera que leyese los prefacios y primeros párrafos de las obras canónicas de la filosofía occidental podría suponer que la pregunta clave para esta disciplina es: ¿qué hace que los humanos sean mucho mejores que los otros animales? Lo cierto es que resulta asombroso lo implacable que se ha mostrado esta idea a lo largo de toda la historia de la filosofía. El distanciamiento y la superioridad de los humanos con respecto a los miembros de las otras especies se destaca como un buen candidato a matriz del pensamiento occidental. Y un buen candidato a su lado más oscuro, también.

Todo gran filósofo, antes de ahondar en cualquier problema ético o metafísico, se detendrá un momento para hacer la declaración estipulada: «No soy una ardilla». Se trata de algo que conviene enfatizar continuamente, por supuesto.
 
La racionalidad y el autocontrol, subrayan los filósofos una y otra vez, otorgan a los humanos un valor del que no gozan las ardillas (quedémonos de momento con esta especie), un estatus moral único. Somos conscientes, y las ardillas, supuestamente, no; somos racionales, y las ardillas, no; somos libres, y las ardillas, no.

Podemos simplemente felicitarnos por haber salvado la amenaza. Pero, si de verdad nos creemos tan superiores a las ardillas, ¿por qué nos hemos pasado miles de años reafirmándolo?
 
Es casi como si la existencia misma de los animales, y sus similitudes con los humanos, constituyeran una afrenta. Como la ardilla, tengo ojos y orejas, correteo por el suelo, y, de vez en cuando, hasta trepo por los árboles (aunque en esto es mucho más diestro uno de los dos). Nuestras cualidades compartidas —como que somos peludos y hacemos caca, por ejemplo— resultan desconcertantes cuando nos contemplamos a nosotros mismos como seres inmortales creados a imagen y semejanza de Dios y a las ardillas como un puro manojo orgánico de instintos.
 
Una de los problemas de admitir nuestra animalidad es que conlleva mortandad; para la filosofía, ser un animal implica una muerte sin propósito y una vida sin sentido. Es la racionalidad lo que nos confiere dignidad, lo que nos invita a reclamar ese respeto del que el simple animal no resulta acreedor. «La ley moral me revela una vida independiente de la animalidad», escribe Immanuel Kant en su Crítica de la razón práctica. No se puede negar que, al menos a lo que atañe a esta afirmación, el intelectualismo occidental se ha mostrado extraordinariamente unánime.
 
El nexo de estas ideas con el modo en que tratamos a los animales —por ejemplo, en nuestra cadena alimenticia— es demasiado obvio como para que haga falta repetirlo. Y la subestimación de los animales y nuestra desconexión de ellos son reflejos de una devaluación más profunda de todo el universo material en general. Bajo este esquema, no le debemos nada a la naturaleza; es ella la que nos lo debe todo a nosotros. Es la idea que subyace a la aniquilación de las especies y la destrucción del medio ambiente, así como al desarrollo tecnológico.
 
Y a ello se suma un nuevo problema cuando la distinción entre los humanos y los animales se emplea para establecer distinciones entre los propios seres humanos. Para esta corriente de pensamiento, algunos seres humanos son conscientes de sí mismos, racionales y libres, mientras que otros están gobernados por sus deseos más salvajes. Algunos trascienden su entorno: la razón es lo que mueve sus acciones. Pero otros son empujados por las circunstancias físicas, por sus cuerpos. Algunos, en definitiva, son unos animales, mientras que otros están por encima de eso. Resulta un alegato muy recurrente en favor del colonialismo, la esclavitud y el racismo.
 
La fuente clásica de esta distinción la hallamos en Aristóteles. En su Política, escribe: «Todos aquellos que difieren de los demás tanto como el cuerpo del alma o el animal del hombre (y tienen esta disposición todos aquellos cuyo rendimiento es el uso del cuerpo, y esto es lo mejor que pueden aportar) son esclavos por naturaleza». Su conclusión es definitiva. «Para ellos es mejor estar sometidos a esa clase de imperio».
 
Toda jerarquía humana, en la medida en que pueda ser justificada filosóficamente, es tratada por Aristóteles como una analogía de la relación del hombre con los animales. Cabe tenerle en cuenta que no estaba tratando de establecer la superioridad de los humanos sobre los animales, sino la superioridad de unos humanos sobre otros.
 
«Los pueblos salvajes en muchos lugares de América», escribe Thomas Hobbes en Leviatán, respondiendo a quienes sostienen que los seres humanos nunca han vivido en el estado de naturaleza, «no tienen gobierno alguno y viven hoy en día de esa manera brutal». Al igual que Platón, Hobbes asocia la anarquía con la animalidad y la civilización con el Estado, que dota por primera vez a nuestra locomoción animal de un contenido moral y nos ordena en una jerarquía bien definida. Pero esta línea de pensamiento también justifica el colonialismo o incluso la erradicación del «salvaje», la bestia con forma humana.
 
Nuestras supuestas diferencias con respecto a las «bestias», los «brutos» y los «salvajes» nos conducen a distanciarnos de la naturaleza, de los demás y, por último, de nosotros mismos. En la República de Platón, Sócrates divide el alma humana en dos. El alma del sediento, dice, «no desea otra cosa que beber». Pero podemos contenerlo. «Lo que inhibe tales acciones», concluye, «surge de los cálculos de la razón». Cuando nos contenemos o controlamos, argumenta Platón, el ser racional está conteniendo al animal.
 
Según este punto de vista, cada uno de nosotros es a la vez una bestia y una persona —y el objetivo de la vida humana sería hacer que nuestra racionalidad ponga freno a nuestros deseos y nos purifique de la animalidad. Esta sistemática autodivisiva encuentra una nueva versión en el dualismo cartesiano mente-cuerpo, o en la distinción freudiana entre el id y el ego, o en el contraste neurológico entre las funciones de la amígdala y de la corteza prefrontal.
 
Me gustaría poder declarar públicamente lo desastroso de esta clase de dualismos, pero no sé cómo articular su refutación, excepto diciendo que no me siento una programación lógica dentro de un cuerpo animal; me gustaría poder considerarme algo más integral que todo eso. Y me gustaría repudiar todas las conclusiones políticas y medioambientales que se desprenden de nuestra supuesta trascendencia de lo natural. No veo cómo podríamos dejar de ser mamíferos sin dejar de ser nosotros mismos.
 
No cabe duda de que los seres humanos son distintos de los demás animales, aunque no necesariamente más distintos de lo que lo son los demás animales entre sí. Pero quizá nos hemos centrado demasiado y durante demasiado tiempo en las diferencias. Tal vez sea hora de hacer hincapié en lo que todos los animales tenemos en común.
 
Nuestro parecido con las ardillas no tiene por qué ser interpretado como una amenaza para nuestra imagen. Podríamos en su lugar verlo como una esperanzadora señal de que, algún día, aprenderemos quizá a trepar mejor a los árboles.
 
Crispin Sartwell, 23 de febrero de 2021.
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Traducción: Igor Sanz

Texto original: Humans Are Animals. Let's Get Over It
 

3 comentarios:

  1. Simplemente Ellos llevan más tiempo en estas tierras... por lo tanto saben más!!! y merecen todo nuestro respeto!!!

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  2. no dice absultamente nada ademas de sacar conclusiones sin sentido en donde seguramente el autor es quien se siente amenazado por los animales, perdida de tiempo

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    1. Lástima que hayas perdido tu tiempo (si es que lo has leído) en lo que no te interesaba. Y sí, nuestra especie animal, homocentrica, egocéntrica, narcisista y pagada de sí, claro que estamos bajo amenaza. La de la misma cadena que abrimos hace mucho contra la naturaleza y en la que volvemos a ser eslabón, pero el último. Tampoco hace falta ser muy leído ni muy teórico no muy actual. En mi casa, hace más de 50 años, era el pensamiento de varias generaciones. Nunca hemos sentido ni pensado de otra manera. Y dentro de no muchas décadas recordaremos que comíamos y vestíamos de los animales, que me machacábamos animales innecesariamente para "investigar" y nos parecerá imcreíble, como ya nos parecen otras acciones e intervenciones egoístas y salvajes.

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