Son miles las publicaciones en que
nosotros, los defensores de los animales, hemos señalado la gran
influencia que la conducta de los hombres hacia los demás animales
ejerce sobre su conducta hacia los otros hombres y lo preciso que es,
en consecuencia, que todos aquellos que luchan por elevar la
moralidad humana apoyen la defensa de los animales. No obstante,
raras son las ocasiones en que haya encontrado alguna referencia a la
relación directamente inversa, esto es, al influjo que la conducta
de los hombres hacia los otros hombres tiene sobre su conducta hacia
los otros animales, así como a nuestro deber consecuente de
apoyar a aquellos que luchan contra los abusos que se dan en la vida
social de los humanos. De hecho, la conducta hacia los hombres y los
animales ocurre dentro de una dinámica de acción y reacción mutua;
la injusticia y la brutalidad hacia los animales no es sólo causa
sino también efecto de la injusticia y la brutalidad hacia
los hombres. Cualquier explotación injusta de los trabajadores;
cualquier violación de derechos ejercida sobre las razas humanas
sometidas al yugo de los europeos; cualquier injusticia
administrativa del código penal, en especial la indulgencia hacia el
maltrato infantil y otras crueldades semejantes; cualquier
glorificación de las hazañas militares, con excepción de aquellas
que representen un acto de defensa de la población civil; cualquier
defecto u omisión en la formación de los huérfanos y otros niños
necesitados de supervisión pública —cualquiera
de éstas y otras injusticias y crueldades conducen forzosamente al
embotamiento de los sentimientos de empatía y de justicia hacia los
animales.
Ciertamente, soy de la opinión de que la defensa
de los animales es más importante que cualquier otro movimiento de
nuestra era. La vivisección, las orgías de crueldad relativas a la
caza, las torturas infligidas a los animales asesinados para
alimentación, a menudo con el único propósito de mejorar su sabor,
el trabajo impuesto a las bestias de carga hasta su desfallecimiento,
y tantas otras crueldades similares, son un mal mucho más indigno
que cualquier injusticia ordinaria practicada contra los hombres hoy
en día. Nuestra conducta hacia los animales está en fuerte
conflicto aun con los puntos de vista morales de mayor aceptación
actual. Es por ello posible, antes incluso de que se alcance
una actitud y un tono moral general más elevado, lograr mejores
leyes de protección para los animales e inspirar a miles de hombres
al ejercicio práctico de su defensa. Se antoja no obstante
complicado concebir una mejora sustancial y permanente del estatus de
los animales hasta que no surjan grandes reformas morales también en
otras áreas; es más, algunos de nuestros objetivos más importantes
resultarán ininteligibles para la mayoría de la humanidad mientras
ésta continúe viviendo en las circunstancias en las que vive hoy,
si bien esto no debe impedirnos, por supuesto, seguir practicando una
reivindicación absoluta de nuestros objetivos. La defensa de los
animales es sin duda el vehículo más potente para el
perfeccionamiento humano; sin ella es imposible alcanzar el más
elevado grado de moralidad. Pero muchos defensores de los animales se
equivocan al pensar que la práctica de la protección de los
animales es suficiente por sí sola para conseguir una transformación
moral en todos los ámbitos de la vida humana, muchos de los cuales
son ajenos al trato que se da a los animales. No debemos, a partir
del hecho de que los pueblos más civilizados son aquellos en los que
prevalece un trato más amable hacia los animales, inferir de forma
unilateral que el amor a los animales haya sido la única causa de
esa prominente moral suya, sino considerar que, a su misma vez, la
institución de condiciones sociales justas y el respeto a los
derechos de los hombres mejoraron el trato hacia los animales.
Por
ello, debemos considerar a todas las asociaciones éticas como
aliadas a quienes tenderles nuestro apoyo. Por supuesto, es imposible
que todos nos involucremos en la totalidad de los honrosos
movimientos existentes. La división del trabajo es indispensable.
Acusar a aquellos que dedican toda su energía a la protección de
los animales de ser indiferentes a los espectáculos de la miseria
humana es una enorme simplicidad o una injusticia malintencionada.
Cada uno debe trabajar en el terreno al que se vea impelido por las
circunstancias externas de su vida. Precisamos especialistas en la
defensa de los animales tanto como requerimos especialistas en la
protección de los niños, la erradicación del alcoholismo, la lucha
por la paz, la reforma social, etc. No obstante, creo que es urgente
que los defensores de los animales aumenten su relación con otras
sociedades, en particular con aquellas comprometidas a lograr una
mayor comprensión mutua entre los activistas de los diferentes
ámbitos; tales son, por ejemplo, la "Liga Humanitaria" de
Londres y la "Sociedad para el Fomento de la Defensa de los
Animales y otros Objetivos Afines" de Berlín.
Considero que la asociación
personal de los defensores de los animales con activistas de otras
causas éticas es el medio más importante para sumar nuevos y
celosos compañeros a nuestro propio movimiento. Entre las
asociaciones dedicadas a la supresión de los males arriba citados y
otros, se hallan muchos hombres de gran valía tanto intelectual como
moral; estos son ya camaradas de espíritu, y sólo necesitan un
ligero estímulo para convertirse en camaradas de lucha. Además,
encontramos en estas asociaciones a miles de personas que, por
ignorancia de la naturaleza psíquica de los animales o de las
aflicciones de que son víctimas hoy día, consideran que la defensa
de los animales es una actividad de escasa importancia o incluso un
desperdicio de energía; lograrán sin embargo valorar sin prejuicios
nuestra postura si nos observan secundando sus propias iniciativas.
El prejuicio, absurdo pero terriblemente obstructivo para nuestro
movimiento, de que los defensores de los animales son indiferentes a
las miserias humanas, sólo podrá ser extirpado si estos logran
destacarse en otras esferas éticas a través de la distribución de
su literatura y otros medios. La gratitud que estas sociedades puedan
sentir por la ayuda que les brindemos puede abrir la puerta a que
nuestros oradores impartan algunas charlas en sus reuniones, a que
reimpriman nuestros escritos entre sus publicaciones, o a que hagan
distribución de nuestra propia literatura.
Comentaré
ahora algunas de las razones por las que creo conveniente conceder un
apoyo particular a las asociaciones dedicadas a la reforma social, la
lucha contra el alcoholismo, los derechos de las mujeres, la
protección de los niños, la reforma del código penal, y la paz
internacional; mostraré a su vez algunos de los planteamientos que
deberíamos exponer en los encuentros con estas asociaciones a fin de
inducir a sus miembros a apoyar nuestros propios objetivos.
Ante todo, debemos procurar que todos
aquellos que trabajan por elevar la conducta humana se convenzan de
que la fuente de toda moralidad es la empatía¹
—la capacidad de sentir
el dolor y la alegría de todas las criaturas como si fueran
nuestras.
En la actualidad, especialmente en
Alemania, se ha extendido, por influencia de Nietzsche, el desprecio
a la empatía: la opinión de que la empatía y el sentido de
justicia son esencialmente diferentes y que es posible un sentido
enérgico de lo segundo en ausencia de lo primero; que la empatía es
algo antinatural, un signo de debilidad y degeneración. De este
modo, una de nuestras tares principales pasa por combatir esta
absurda perspectiva. Un hombre al que le sean indiferentes los
sufrimientos y las alegrías de los demás seres no es probable que
sienta ningún impulso hacia el respeto o la defensa de sus derechos.
El sentido de justicia sienta pues sus raíces en la empatía. La
empatía no es un signo de debilidad, sino la fuente de toda
abnegación heroica. Si conseguimos que nuestros semejantes logren
comprender la verdad de esto, será fácil convencerlos de que la
defensa de los animales es actualmente el movimiento de mayor
importancia para el desarrollo de la humanidad. Y es que la defensa
de los animales es el ejercicio más profundo de empatía. Pues el
hombre capaz de padecer por los sufrimientos de los seres inferiores
es en general capaz también de conmoverse por los sufrimientos de
sus semejantes. Al reconocerles a los animales el derecho a estar
libres de todo sufrimiento que podamos evitarles, sin acarreo de un
perjuicio mayor para nosotros, afirmamos implícitamente la posesión
de ese mismo derecho en los propios hombres. Aquel que condena la
esclavitud de hombres pertenecientes a razas consideradas inferiores,
reconoce abiertamente el derecho a la libertad de los hombres de su
misma raza. Aquel que exige al Estado impedir el maltrato y el
abandono de niños nacidos con algún defecto moral, mental o físico,
obliga también al Estado a proporcionarles una buena educación a
los huérfanos no afligidos por tal suerte de defectos. Por lo mismo,
reconocer los derechos de las criaturas inferiores tendrá como
resultado una extensión de los derechos de los hombres.
Nuestros adversarios alegan, en
oposición a nuestro desempeño, que el mal que hoy se practica sobre
los hombres es mayor que la crueldad infligida contra los animales, y
que, por tanto, aquel ha de ser abordado en primer lugar. Esta
opinión revela falta de conocimiento en cuanto a la naturaleza
psíquica de los animales, en particular a su elevada capacidad de
sufrimiento, o ignorancia respecto de las torturas comunes a las que
son sometidos en la actualidad. Pero, aun en el caso de que los
padecimientos de los animales fuesen mucho más leves que los de
nuestros semejantes, no por ello se le debería restar importancia
alguna a su protección. Porque los pequeños errores conducen a
errores más grandes; la mejor manera de prevenirse de los vicios y
los crímenes es combatiendo aquellas malas costumbres y aquellos
malos hábitos que la mayoría de la humanidad toma por inofensivos.
Cuantas menos concesiones le presten al mal nuestros juicios morales,
menos riesgo correrá la humanidad de caer en errores de mayor
escala. Es decir, cuanto más radical es un sistema ético, más
valioso es. Así, aquel que reconozca la empatía como la fuente de
la justicia debe priorizar la lucha contra aquellas crueldades que
los hombres tienden a considerar inofensivas y a caer en ellas en un
periodo muy temprano, incluso en la infancia, y éstas no son otras
que las torturas a los animales. Aun en el caso de que la capacidad
de sufrimiento de los animales fuera tan escasa, tan pequeña, que su
tortura no fuese más que un pequeño mal, seguiría siendo un error
dejar su defensa en manos de las generaciones futuras; pues el hombre
que se acostumbra a la crueldad se termina conduciendo a crueldades
aún peores. Cuando tolera que se cause cualquier tipo de dolor
innecesario, le otorga al mal una concesión que acaba por embotar su
sensenbilidad moral. Un proverbio alemán reza: "Si le das al
diablo el dedo meñique, te cogerá toda la mano". Por eso, la
defensa de los animales es el movimiento más noble y virtuoso del
último siglo —les advierte a
los hombres de guardarse sus dedos meñiques frente al diablo de la
crueldad. De no haber sido por la amplia prevalencia —por
razones cuyo análisis no viene al caso aquí— que a lo largo de
los primeros siglos de la edad cristiana tuvo la opinión de que la
conducta de los hombres hacia los animales era moralmente
irrelevante, las naciones cristianas se habrían ahorrado la mayoría
de las atrocidades sucedidas durante la Edad Media y los primeros
siglos de la era moderna.
Uno de los mayores y más exitosos
movimientos de nuestro tiempo, la lucha contra el alcoholismo, debe
la mayor parte de su auge a su táctica de no consagrarse tanto a la
rehabilitación de los dipsomaníacos como a la supresión del
hábito de consumir pequeñas cantidades de alcohol. Los reformistas
de la templanza saben que los pequeños errores conducen
inevitablemente a muchos hombres al vicio y la degeneración moral,
mientras que la imagen de un vicioso no inspira, por norma general,
su imitación, sino más bien la disuasión de los hombres comunes.
Por otro parte, la lucha contra el alcoholismo ha demostrado que el
único modo efectivo de combatir un vicio es por medio del
radicalismo, pues los abstemios han obtenido un éxito mucho mayor
que los defensores de la moderación. Ahora bien, este mismo hecho
debería ayudarnos a convencer a muchos de los paladines de la
abstinencia total de la importancia de nuestro movimiento. Debemos
decirles: "Las mismas razones por las que consideráis más
importante combatir el hábito de consumir pequeñas cantidades de
alcohol que luchar directamente contra la embriaguez deben haceros
entender que la lucha contra la tortura de animales es más
importante que la lucha contra las crueldades y los crímenes
cometidos contra los seres humanos". Cabría además señalar
que el alcoholismo está fuertemente vinculado con el consumo de
carne, pues los vegetarianos sienten por lo común una violenta
aversión hacia el alcohol, incluso aquellos que no concebían
prescindir de él antes de adoptar una dieta vegetariana. Muchos
pedimos que los reformistas de la templanza reconozcan en la dieta
vegetariana un buen medio para lograr la abstinencia de bebidas
alcohólicas. Aquel que crea en una justicia cósmica puede
contemplar las miserias provocadas por el alcohol como una maldición
que la humanidad ha lanzado sobre sí misma como efecto de la masacre
de animales.
A aquellos que condenan el consumo de
alcohol movidos especialmente por el hecho de que la mayoría de los
hombres beodos son propensos a la crueldad, cabría pedirles que en
su descripción de los efectos nocivos de la bebida incluyan el
sufrimiento atroz a que millones de animales se ven sometidos toda su
vida a manos de hombres embriagados. Yo sostengo que los borrachos
tienden a dar mucha mayor rienda suelta a sus impulsos crueles con
los animales, en su trabajo o en el matadero, que con las mujeres o
los niños. Y es que muchas de las crueldades que cometen con los
animales ni siquiera las contemplan como algo malo en absoluto,
estando estos además en una situación de indefensión aun mayor que
las mujeres y los niños, que al menos pueden gritar, huir o pedir
ayuda policial. Nunca sin embargo he llegado a ver una sola
referencia a este océano de torturas entre las publicaciones del
movimiento a favor de la templanza, a pesar de que, en la mayoría de
ciudades, cualquiera que camine con los ojos abiertos se dará a cada
paso de bruces con hombres ebrios cometiendo actos maníacos de
crueldad con animales. Si esto es lo que hacen en plena calle, ¡qué
no harán estos canallas en la intimidad del matadero, el laboratorio
de vivisección y otros lugares parecidos! Por ello, los defensores
de los animales deberíamos prestarle nuestro apoyo a la lucha contra
el alcoholismo. Mientras la embriaguez continúe prevaleciendo de un
modo tan generalizado entre aquellos hombres dedicados al manejo de
animales, habremos de considerar el alcohol como una de las
principales causas de la crueldad contra ellos.
Al igual que con los partidarios de la
templanza, a quienes luchan por unas condiciones sociales más
justas, buscan una reforma administrativa del código penal o
trabajan en favor de la protección de los niños también nos cabe
convencerlos de la trascendencia de nuestro movimiento si logramos
mostrarles que la empatía es la fuente de todo sentido de justicia y
que la defensa de los animales es el vehículo más importante para
el cultivo de la misma.
A los miembros del movimiento obrero
podemos hacerles ver lo despreciable que resulta el hombre que eleva
una protesta de indignación por algún mal cometido en su contra
cuando él mismo les niega a sus inferiores el derecho a un trato
deferente. Una de las principales diferencias entre el hombre grosero
y aquel de mentalidad noble es que el primero es poco agradecido
frente a las gestos de empatía hacia su propio sufrimiento mientras
que el otro se muestra, por lo mismo, mucho más dispuesto a
empatizar. La doctrina toda
de los Derechos del Hombre se viene abajo si no reconocemos el
derecho de todos los seres sintientes a que les sea evitado
cualquier sufrimiento innecesario. Las objeciones que muchos miembros
de la lucha obrera emplean hoy contra el movimiento en defensa de los
animales deberían, de estar justificadas, haber sido empleadas por
ellos mismos hace algunas décadas en defensa de la esclavitud
humana. E incluso aquellos que admiten con honestidad que su lucha
por mejorar la suerte de los de su clase está inspirada por motivos
puramente egoístas deberían apoyar la defensa de los animales, pues
la tortura de animales ejerce una influencia tan nefasta para el
bienestar de las clases trabajadoras como la que ejerce sobre el
resto de la humanidad. Así, por ejemplo, la vivisección de animales
conduce a la vivisección de seres humanos, en especial la de los
pobres en los hospitales; por otra parte, la difusión del
vegetarianismo traería consigo una transformación radical de la
situación económica en beneficio de las clases trabajadoras. Pero
el hombre que alza un grito de indignación contra la explotación de
las clases trabajadoras mientras permanece impasible frente a la
fustigación cruel de un caballo, o incluso participa en ella, es un
bellaco y un hipócrita. Se ha de asumir, sin embargo, que la mayoría
de los seres humanos son unos hipócritas y unos egoístas que sólo
atienden a las leyes de la justicias cuando se consideran
injustamente maltratados. Por consiguiente, hemos de aceptar la
mejora del estatus de los trabajadores y otra clase de reformas
sociales como una condición previa a cualquier verdadero éxito por
nuestra parte, lo que nos empuja al deber de apoyar tales reformas,
si bien es conveniente que nuestras asociaciones cuiden de no
identificarse con ninguna clase de partido político.
Las mujeres representan un brillante
modelo a seguir por parte de los miembros del movimiento obrero.
Ellas también luchan por la ampliación de sus derechos, así como
por derribar el prejuicio que les niega la posesión de cualidades
mentales y morales superiores. No es sin embargo su costumbre, como
sí lo es, al menos en Alemania, el de la mayoría de socialistas y
otros trabajadores, negarles su ayuda a los animales, victimas de un
juicio más injusto y una opresión más grave que los sufridos por
ellas; bien al contrario, los animales han encontrado entre las
filas femeninas muchos más aliados que entre las filas masculinas;
en su defensa de los animales, las mujeres han dado muestras de tanta
abnegación, tanta perseverancia, tanto coraje, tanta diplomacia y
tanto talento organizativo, que estos mismos logros en el terreno de
la defensa animal, por poco reconocidos y públicos que sean, refutan
por sí solos el prejuicio de que las mujeres son mental y moralmente
inferiores a los hombres.
Una vez logrado el favor de la
mayoría de aquellas mujeres ocupadas en labores éticas, no nos será
difícil penetrar en las asociaciones dedicadas a la protección de
los niños y la reforma educativa, ya que, al menos en Alemania, este
tipo de asociaciones están mucho más integradas por mujeres que por
hombres. Debemos tratar de convencer a todos los teóricos de la
educación y la custodia infantil de la importancia pedagógica de
fomentar entre los niños el amor y la protección hacia los
animales. Si logramos pronunciar discursos en las sociedades en
defensa de la infancia y conseguimos que nuestros artículos
aparezcan entre sus publicaciones periódicas, no hay duda de que
lograremos conquistar muchos nuevos adeptos a nuestra causa; y es que
la mayoría de los dedicados a la protección de los niños están
inspirados por un verdadero sentimiento de conmiseración, por lo que
no les será difícil convencerse de la estrecha conexión que
nuestra iniciativa tiene con la suya. Una mejor educación de los
huérfanos y los niños abandonados logrará reducir en buena medida
el número de torturadores de animales; pues muchos carreteros y
otros trabajadores similares tienen la costumbre de tratar a los
animales con desconsideración o crueldad sólo porque ellos mismos
fueron en su infancia víctimas del mal genio de sus tutores, de tal
manera que se han acabado habituando a ver cómo los hombres
descargan sus frustraciones sobre aquellos a quienes tienen sometidos
a su poder. Sólo los hombres de una bondad inusitada, habiendo sido
ellos mismos maltratados en su infancia, son capaces luego de
mostrarse considerados y pacientes con los animales. Por otra parte,
todo progreso en la protección de los animales será de ayuda para
la protección de los niños. Convertir el linchamiento de caballos
inocentes en un espectáculo rutinario conduce a considerar los
golpes también como el más sencillo y efectivo medio de educar a
los niños.
Las reivindicaciones que las
asociaciones en defensa de los niños hacen respecto del código
penal no se verán cumplidas hasta que juristas y políticos
comprendan que el mayor enemigo del bienestar no es la deshonestidad,
sino la crueldad, y que el hecho de provocar injustificadamente un
dolor físico, en especial el practicado con deleite, debería ser
castigado con mucha mayor severidad que las violaciones del derecho
de propiedad. Considero que en hoy en día las legislaciones de todos
los países tratan con demasiada indulgencia el mal causado por daños
físicos y con demasiada dureza el mal producto de una infracción
del derecho a la propiedad; cosa que me parece el más grave defecto
del código penal actual. Mientras los juristas sigan sosteniendo que
la crueldad hacia los animales no es en sí misma algo digno de
castigo, y que sólo es merecedora de sanción aquella que le cause
alguna molestia indirecta a los hombres, no cabe sorprenderse de la
levedad de las condenas por malos tratos a los niños y otras
crueldades semejantes, ni esperar la abolición de las durezas
injustificadas de nuestros métodos penales. Por otra parte, la
indulgencia de los castigos por crueldad contra los hombres es un
obstáculo a nuestro objetivo de asegurarles a los animales una
protección penal más efectiva.
El horror de la crueldad ofrece también
la mejor garantía de prevención contra las guerras. Que nadie ose
objetar que un pueblo que rehuya los derramamientos de sangre no
tendrá valor para rechazar los ataques de un enemigo con la espada.
Tanto la historia como la vida cotidiana nos demuestran que el mayor
cobarde es el hombre cruel. La mayoría contempla las guerras como
algo inevitable por creer que la "guerra de todo hombre contra
todo hombre"² es una
ordenanza inmutable de la naturaleza. Aunque el desprecio de los
hombres hacia las bestias es ilimitado, no dudan en adoptar el
comportamiento de los animales como un modelo a seguir para la
humanidad; y su respuesta invariable frente a las opiniones
altruistas o los esfuerzos por la paz es que tales iniciativas son un
atentado contra las leyes de la naturaleza; porque los animales sólo
piensan en sí mismos y en los miembros de su propia especie, no
cabiendo más preservación que la de aquellos animales que sean lo
suficientemente astutos como para eludir o dominar a otras especies.
Así, el hombre se ve impulsado a un egoísmo implacable, incapaz de
ceder a los impulsos altruistas salvo en garantía de su propio
bienestar; una ley natural que las naciones hacen válida también en
sus relaciones mutuas. Lo cierto, sin embargo, es que en el reino
animal no sólo hallamos impulsos egoístas, sino también impulsos
altruistas que pueden llegar incluso a una amistad y una ayuda
abnegadas entre miembros de especies diferentes. El apoyo
mutuo es, como bien ha venido demostrando el príncipe Kropotkin en
los últimos años, un factor evolutivo más importante que la lucha
por la supervivencia. Todo aquel que contemple sin prejuicios la vida
natural comprobará que los animales son menos egoísta y crueles que
los hombres. Si los hombres se persuaden de esa falsa opinión sobre
una lucha despiadada universal es con el único fin de poder
convencerse de que su propio egoísmo es algo positivo y natural, y
muy en particular para justificar frente a su propia conciencia el
hábito de ingerir carne. Aquellos con una visión altruista del
mundo deberían ayudar a los defensores de los animales a destruir
las sesgadas opiniones respecto de la supuesta crueldad de estos. Los
miembros del movimiento pacifista deberían tratar de hacerles ver a
los hombres que la furia destructiva hacia los miembros de la misma
especie, propia de las guerras, no se observa casi nunca, o se
observa muy raras veces, en el reino animal; que los animales con un
mayor nivel de desarrollo son aquellos que se prestan un apoyo mutuo;
y que, entrados a admitir esta clase de razonamientos analógicos, se
ha de asumir que las naciones también dependen de una mutua
colaboración. Pero, por encima de todo, los miembros del movimiento
pacifista deberían ver un aliado en el vegetarianismo. Pues todo
hombre inteligente debería comprender que el hábito de complacerse
con alimentos obtenidos mediante la matanza de animales amortigua el
horror de las masacres en el campo de batalla.
NOTAS DEL TRADUCTOR
1
– He optado por emplear la palabra "empatía"
por creer que su interpretación coloquial coincide bien con lo que
el autor viene a expresar. En rigor, el termino "simpatía"
(sympathy) empleado por la traducción inglesa sería quizá
el más adecuado, pero temo que su significado corriente pueda
conducir a confusión. Por otra parte, una traducción literal del
texto alemán original obligaría a escribir "compasión"
(mitgefühl), mas no encuentro en el contenido de esta palabra
el elemento de identificación que el autor parece subrayar.
2 – Cita de Thomas
Hobbes (Leviatán, 1651).
________________________________________
Texto original: The Animals' Defence Movement In Its Relation To Other Reforms
Traducción: Igor Sanz
Texto original: The Animals' Defence Movement In Its Relation To Other Reforms
Hola, Igor:
ResponderEliminarMagnífico texto el que hoy nos presentas. Me siento tentado a sacar citas para los próximos artículos que escriba.
Quería comentarte que, para influir al máximo en nuestra sociedad, una dura enseñanza ha sido que la presentación de un escrito resulta sumamente importante.
Tanto en éste como en otros ensayos te invitaría a hacer más separaciones entre párrafos y a agregar algunos epígrafes, incluso si son inexistentes en el texto original. Los lectores de un blog no leen el mismo formato que esperarían en un libro.
En nuestro caso esperan un texto más corto o que, al menos, ofrezca una lectura ágil en donde puedan distinguir distintos elementos del discurso con sus respectivas palabras clave. Google valora mucho que una página esté bien estructurada para que pueda apetecer mejor en las búsquedas. Cuanta mayor visibilidad obtengamos, más eficiente y fructífero será nuestro cometido.
Por otro lado, durante la lectura he notado la falta de algunas comas, sobre todo, delante de conjunciones adversativas.
Un abrazo amistoso.
Muy buenas, Adrián.
EliminarTe agradezco por supuesto las sugerencias, pero siento decir que en este caso discrepo de tus opiniones.
Sí que estoy de acuerdo con la conveniencia de reducir los párrafos, pero en una traducción no considero legítimo modificar la estructura elegida por el autor más allá de lo que puedan exigir las peculiaridades de uno u otro idioma.
A los epígrafes en cambio no les encuentro ninguna utilidad, o no al menos en textos que apenas demandan un par de minutos de atención y mantienen una exposición uniforme del asunto principal. Creo de hecho que lo que hacen es interrumpir la fluidez de la lectura.
Y en cuanto a las comas, no advierto a simple vista las ausencias que comentas. Puedes comentármelo si quieres en más detalle, pero preferiría que la charla la continuásemos por privado, pues no me gusta que los comentarios se salgan de la temática del blog y las entradas.
Un abrazo.