La Biblioteca D.H. Hill del Estado de
Carolina del Norte alberga una serie de cajas con decenas de folletos
y artículos periodísticos históricos que abogan por el
fin de la crueldad hacia los animales. Los documentos se remontan al
siglo XIX, y proporcionan un registro innegable de la historia del
sentimiento público contra el maltrato animal. La colección
conserva las historias de innumerables activistas que se opusieron al
trato inhumano en los mataderos, los laboratorios de investigación,
la industria del entretenimiento, el transporte y el deporte, entre
otras actividades. Estos activistas dedicaron cantidades inspiradoras
de tiempo, energía y recursos a una causa a la que rara vez se le
presta la atención que debería.
Las cajas forman parte de una
colección mucho más amplia: el Archivo Tom Regan sobre Derechos
Animales. Regan, filósofo y activista, creó el archivo a fin de
acoger distintas obras dedicadas a promover los intereses de los
animales nohumanos. Su libro, The Case for Animal Rights, es
una de los trabajos filosóficos más influyentes sobre el tema,
pero, como queda reflejado en el Archivo, su autor fue uno entre
muchos dentro de un impresionante árbol genealógico de
intelectuales dedicados al activismo en defensa de los animales.
Los defensores de los animales se han visto enfrentados
siempre a muchos desafíos provenientes de muy distintos frentes. Los
documentos del siglo XIX y principios del XX están llenos de
escritores que se defienden de la acusación de un exceso de
sentimentalismo. De hecho, en aquella época hubo quienes
consideraron la empatía hacia los animales como un trastorno mental.
El psicólogo estadounidense Charles Lomis Dana llegó a acuñar en 1909 el término zoofilpsicosis para referirse a lo que
consideraba un histerismo por exceso de preocupación por los
animales nohumanos.
Ese "exceso" de preocupación
tomó forma de activismo contra la vivisección (el uso de animales
en experimentos científicos), los abusos a los animales en los
mataderos y otros casos de crueldad y explotación. Esta preocupación
no era, por supuesto, infundada ni producto de una ruptura psicótica
con la realidad. Su base era y sigue siendo el simple reconocimiento
de que el resto de seres sintientes también pueden experimentar
dolor y sufrimiento, entre otras emociones significativas. Aunque
este hecho debería resultar obvio, es muy poca la gente que se ha
parado a pensar en él. Debemos hacernos la pregunta clave: ¿cuál
es la naturaleza de nuestras obligaciones morales hacia el resto de
seres vivos sufrientes?
Muchas de las mujeres que
participaron en la lucha por el sufragio femenino se involucraron a
su vez en movimientos de reforma a favor de un trato humanitario
hacia otros seres. Las femeninas desempeñaron un papel esencial en
la creación de organizaciones como la American Humane Society y la
American Anti-Vivisection Society. Uno de los tesoros del Archivo es
una correspondencia original entre la sufragista y defensora del
bienestar animal Sarah J. Eddy y el médico y reformista social
Albert Leffingwell¹. Esta
correspondencia pone de manifiesto uno de los retos más importantes
a los que se enfrenta el movimiento: la transparencia. En sus cartas,
Eddy y Leffingwell destacan la importancia de la divulgación, que en
su época se hacia sobre todo por medio de la distribución de
folletos. Creían con optimismo que si los hechos se hacían
accesibles al público, se impondría la fuerza de la razón. No fue
así. Hasta finales del siglo XIX no hubo leyes de bienestar animal
que restringieran las prácticas de los laboratorios y los mataderos.
Por increíble que resulte, la situación sigue siendo casi idéntica
hoy en día.
Pero el de la transparencia no es el
único problema a superar. El maltrato de animales ha sido siempre un
gran negocio. Es mucha la gente que se beneficia de él. Y mientras
hay dinero de por medio, a la gente no le preocupa que su producto
tenga sentimientos. Por desgracia, la historia nos demuestra
que esa motivación puede llegar a triunfar incluso en casos en los
que los "productos" son seres humanos. El hecho de que
estemos sujetos a errores de esta magnitud debería hacernos
reflexionar siempre sobre aquellas practicas que, a pesar de ser
habituales, son causa de sufrimiento. En una carta a Eddy,
Leffingwell lamenta los peligros de poderosos intereses:
«Cuando hace unos años comenzó el revuelo en torno al tema de la vivisección, se hizo —al menos por mi parte— con la fuerte esperanza de que la profesión médica trataría de encontrarse con nosotros "a mitad de camino" (como se suele decir) y que estaría dispuesta a establecer algún grado de control y de supervisión. Estaba convencido de que, como clase, los médicos de este país no aprobarían la experimentación ilimitada, y nuestras investigaciones de hace cinco años, plasmadas en el INFORME, me dieron la razón. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que mi optimismo fue excesivo. Los hombres mayores que desaprobaban la vivisección sin restricciones han ido desapareciendo sin reemplazo. Aquellos cuyo sustento dependía de la vivisección se percibieron del peligro y unieron fuerzas en una defensa común. Y no se contentaron con controlar la prensa médica de todo el país y tener la confianza de la mayoría de los dedicados a la enseñanza, sino que fueron más allá y se rebajaron a métodos indignos en su defensa de la vivisección. Hace cinco años no habría podido creer que los miembros de la Asociación Médica Americana caerían en la bajeza de emplear mentiras como estrategia argumental.»
Las cartas entre Eddy y Leffingwell
cuentan la historia de una lucha por el bienestar animal que se
prolongó durante décadas. Aunque consiguieron, junto con otras
personas profundamente comprometidas con la causa, reunir una
sociedad de activistas diligentes, fue muy poco lo que se logró
cambiar en relación al trato real de los animales nohumanos o a la
promulgación de leyes de protección significativas. Leffingwell se
queja:
«Si pudiera sentir que, poco a poco, estamos socavando la confianza tan erróneamente concedida y que llegará el día en que los embusteros serán totalmente desacreditados, de tal modo que, como solía decir Wendell Phillips, "la Verdad será escuchada" y aceptada en general, me sentiría mucho más animado. Parece seguro que, a la larga, la mentira será derrotada por la verdad. Pero ¿cuánto tiempo tendremos que esperar?»
Por desgracia, la respuesta a esta
pregunta sigue siendo incierta —aún seguimos a la espera. Los
grupos de interés, como la industria cárnica y las grandes
farmacéuticas, tienen más poder que nunca. El valor del uso de
animales en la investigación científica se ha elevado en nuestra
cultura hasta la categoría de un artículo de fe. Nos hemos lanzado
ciegamente hacia adelante, en busca del progreso, sin reflexionar
sobre si realmente vale la pena perseguirlo o cuáles son los costes
de esa búsqueda.
Las leyes actuales no hacen otra cosa
que simular una protección a los animales contra poderosos grupos de
interés. Deberíamos, siguiendo el espíritu de los activistas que
nos precedieron, insistir en la transparencia en lo que respecta al
hecho de que las leyes de hoy en día no son ni remotamente
suficientes. Su existencia no hace más que crear una ilusión de
protección. Dos leyes federales son dignas de mención aquí. La
primera es la Ley de Bienestar Animal, aprobada en 1966. La
Ley provee nominalmente un trato humanitario a los animales, y su
mera existencia puede hacer que los ciudadanos se sientan relajados
bajo la fe de que ha sido otorgada una cierta protección. La Ley
garantiza que los animales, en determinados contextos, reciban
"adecuado alojamiento, saneamiento, nutrición, agua y atención
veterinaria". También deben ser protegidos contra las
temperaturas extremas. Sin embargo, lo más importante es que la Ley:
«[...] no cubre todos los tipos de animales utilizados en todo tipo de actividades. Los siguientes animales están excluidos: los animales de granja utilizados para alimento o fibra (pieles, cuero, etc.); las especies de sangre fría (anfibios y reptiles); los caballos no empleados con fines de investigación; los peces; los invertebrados (crustáceos, insectos, etc.); y las aves, las ratas del género Rattus y los ratones del género Mus criados para su uso en investigación.»
La sociedad se apresura a ofrecer
protección a los gatos y los perros, animales usados presumiblemente
como compañía, pero no a los más utilizados en investigación o a
los sacrificados y asesinados para fines de alimentación.
La segunda legislación federal a
destacar es la Ley de Métodos Humanitarios de Sacrificio,
aprobada en 1958 y revisada en 1978. De nuevo, la ley parece prometer
a primera vista un trato humanitario a los animales sacrificados como
comida (al menos frente a aquellos a quienes estas palabras no les
resulten un oxímoron). Sin embargo, hay algunas verdades
inquietantes en torno a ella. Para empezar, la Ley no cubre a ningún
tipo de ave. Esto es sorprendente, dado que la gran mayoría de los
animales que se matan para alimentación son pollos (9.000 millones
sólo en los Estados Unidos). Por otra parte, las protecciones que
ofrece la Ley de Métodos Humanitarios de Sacrificio se limitan a
garantizar que los animales no experimenten dolor en el momento en el
que son sacrificados. Los animales deben ser "insensibilizados
al dolor mediante un único golpe o disparo o por un medio eléctrico,
químico u otro que sea rápido y efectivo, antes de ser encadenados,
izados, arrojados, echados o cortados". La ley contiene
exenciones para los sacrificios religiosos. Es notable la ausencia de
protecciones en torno al trato que deben recibir los animales durante
su crianza. Los abusos que reciben a lo largo de ese periodo son
significativos y están articulados con minucioso detalle en el
clásico de Peter Singer, Liberación animal.
Al enfrentarnos a los hechos que
envuelve el modo en que se trata a los animales, y a su falta de
protección, es importante ser reflexivos. No basta sin embargo con
cambiar la filosofía personal. Como dice Tom Regan en el epílogo de
The Case for Animal Rights, en línea con la estrategia de
muchos de aquellos pensadores olvidados que lo precedieron: "Cómo
cambiar la equivocada idea dominante sobre los animales —o incluso
si ha de ser cambiada— es en gran medida una cuestión política.
El poder no hace el derecho, pero sí la ley". Nos corresponde a
nosotros continuar la lucha.
Rachel Robison-Greene, 7 de
agosto de 2019
NOTAS
1
– Sarah
J. Eddy and Albert Leffingwell Correspondence June 1898-1905. MC
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________________________________________
Traducción: Igor Sanz
Texto original: "How Long Must We Wait?": Lessons from the History of the Animal Welfare Movement
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