¿Y si las campañas de
Bienestar Animal no fuesen necesarias? Por
campañas de bienestar me refiero a aquellas cuyo propósito es
agrandar las jaulas o "presionar" a las industrias que
emplean animales para que los maten de una forma distinta de la
tradicional, no a las actividades cotidianas de organizaciones de
bienestar como la RSPCA, cuyos agentes se dedican a ayudar a la
policía a detener peleas de perros y a rescatar animales demacrados
de las casas o del campo.
¿Y si resulta que
abogar claramente por los Derechos Animales, el veganismo y la
abolición total del uso de animales trajera como consecuencia varias
reformas de bienestar? ¿Y si esto significara
que no son precisas ingentes cantidades de dinero y energía por
parte de quienes dicen defender la abolición del uso de animales —y
que los fondos y esfuerzos podrían así
destinarse a campañas contra el verdadero problema estructural al
que se enfrentan los defensores de los animales, el especismo
cultural?
El sociólogo Richard Gale ha
analizado las complejas y cambiantes relaciones que existen entre las
organizaciones de un movimiento social (OMS) y las organizaciones de
contramovimientos (OCM), así como sus conexiones con el gobierno o
las agencias estatales. En términos de explotación
animal, las OCM representan típicamente a aquellas industrias que se
perciben a sí mismas bajo la presión del movimiento en defensa de
los animales. Este contramovimiento, o esta
"contrafuerza", para usar la terminología
de Harold Guither, se halla bien
financiada y es sumamente poderosa. Por ejemplo,
en los EE.UU., una organización paraguas como la Animal Industry
Foundation, "trabaja para educar a los consumidores sobre cómo
operan los ganaderos y avicultores modernos y la importancia de su
servicio al público norteamericano". Este grupo representa los
intereses de numerosos "grupos de productores, asociaciones y
empresas de la agroindustria, como la Asociación Nacional de
Ganaderos, la Federación Americana de Fomento Agrícola, la
Asociación Americana para la Industria de los Alimentos, la
Federación Nacional de Productores de Leche y la Unión de
Productores de Huevos".
Del mismo modo, la
Coalición para el Bienestar de los Animales de Granja (FAWC, por sus
siglas en inglés) se creó para representar a 45 grupos de la
industria que se hallaban "alarmados por las premisas de los
activistas por los animales, las críticas a la moderna producción
de ganado y aves de corral, y la expansión del vegetarianismo",
así como preocupados (al menos en sus declaraciones públicas) en la
medida en que ven "al movimiento por los Derechos Animales como
dañino para la elección del consumidor y la economía del sector
agrario".
Gale señala que puede
o no darse una comunicación directa entre los movimientos sociales y
los contramovimientos, pero que ambos tenderán a intentar acceder y
tener influencia sobre las agencias estatales. Así,
dado que es casi imposible concebir un movimiento social importante
que no implique al estado en alguna instancia, el análisis
adecuado del movimiento social debe estar atento a "la
tríada movimiento social-contramovimiento-estado".
Esto significa que los desarrollos y discursos civiles creados por la
actividad de un movimiento social, en este caso la defensa de los
animales, crearán un diálogo entre las agencias estatales y
aquellos representantes de la industria que actúan como acción de
contrafuerza. Aparte de los vínculos estrechos
que existen entre los gobiernos y las industrias usuarias, estos
últimos a menudo gozan de lo que el politólogo Robert
Garner llama "estado privilegiado", que se
da cuando los gobiernos, en consulta sobre las cuestiones
relacionadas con los animales, invitan a los representantes de la
industria, a los académicos y a las más apreciadas organizaciones
tradicionales en materia de Bienestar Animal. No es necesario que los
Derechos Animales participen en dichos procedimientos, ya que el
único criterio que se aplica es el del Bienestar Animal, así estén
las investigaciones destinadas a regular el uso de los animales en
circos, granjas, laboratorios o cualesquiera
otras áreas de explotación.
No obstante, el impacto
que pueda tener el movimiento por los Derechos Animales en la actitud
del público y la cantidad de atención que los medios dediquen a la
defensa de los Derechos Animales pueden convertirse, y probablemente
se convertirán, en partes constitutivas de estas deliberaciones.
De tal modo, los esfuerzos de los activistas por los
Derechos Animales, a escala civil, siguen siendo más rentables
cuando se destinan, por ejemplo, a cambiar la consideración que la
sociedad les brinda a los animales nohumanos. El
éxito en esta esfera provocará a su paso inevitables reformas de
bienestar sin la necesidad de una defensa directa por parte de los
defensores de los animales que aspiren a algo más que el Bienestar
Animal tradicional.
Por lo
general, claro, las industrias que emplean animales responden a las
críticas y se perciben a sí mismas desde una óptica de derechos
interesada en el Bienestar Animal. La historia de las campañas
contra los circos representa un ejemplo clásico de ello, aunque
pocas son las afirmaciones que se basen en derechos y no estén en
línea con las corrientes neo-bienestaristas. Si bien los
propietarios de los circos responden a las manifestaciones y denuncias
sobre el uso de animales con declaraciones de bienestar (por ejemplo,
aquí, aquí y aquí), la industria del circo,
en consulta con los reguladores gubernamentales, da la bienvenida —en
defensa de sí misma—
a la regulación. Lo hace a sabiendas de que nada entrará en liza en
las deliberaciones más allá de la noción de Bienestar Animal. Por
lo tanto, si bien el diálogo estado-contramovimiento se sucede a
este nivel, es probable que ambas partes terminen financiando
investigaciones sobre las ventajas y desventajas de los diferentes
métodos de explotación. En otras palabras, la revisión del uso de
animales se aborda inevitablemente dentro del paradigma dominante de
la ortodoxia del Bienestar Animal. Así funciona la sociedad
—"comprende"
el Bienestar Animal porque el Bienestar Animal sugiere que el "uso
no cruel" es factible y deseable siempre que se establezcan las
regulaciones pertinentes. En esencia, los administradores estatales y
los contramovimientos buscan reformas de bienestar que satisfagan en
apariencia las actitudes públicas predominantes y cumplan a su vez
con el objetivo principal de no dañar la economía de la industria.
Aquí es donde ciertas
disciplinas como la Ciencia del Bienestar
Animal se cobran un papel fundamental.
Clive Phillips describe bien la situación en su
libro de 2008 The Welfare of Animals: The Silent Majority
["El
bienestar de los animales: la mayoría silenciosa"].
Por ejemplo, Phillips reconoce que se produjo una rápida
intensificación de la ganadería en la segunda mitad
del siglo XX. Surgió "un nuevo sector
dentro la agricultura industrial", en forma corporativa y a
expensas de las "empresas familiares", que trajo consigo un
nuevo énfasis en torno a los imperativos económicos.
Phillips señala que "no existen pruebas que
demuestren ese axioma universal según el cual los sistemas
intensivos se asocian con un bajo nivel de bienestar y los extensivos
con uno alto". Así pues, los distintos métodos de empleo de
animales requieren de investigación.
Las reformas de bienestar
se tienen en consideración sólo cuando corresponde y, en especial,
cuando no tienen impacto alguno sobre las ganancias. El
resultado, según Phillips, es que, en la mayoría de los "países
desarrollados", la industria financia estas investigaciones para
cumplir dos objetivos. El primero, aumentar las
ganancias, "por ejemplo, incrementando el control de
enfermedades o logrando un aumento económicamente viable de la
productividad por medio de la reducción del estrés", y el
segundo, dar respuesta a las demandas del movimiento animalista.
En este último caso, la industria insiste en
que "tales cambios no pueden realizarse sin una evaluación
científica de los impactos en el bienestar". Investigaciones
que, por lo general, tardan alrededor de 10 años en completarse. Si
bien Phillips señala que la industria es reacia a financiar
investigaciones o implementar cambios en los casos en que las
ganancias resultan amenazadas, hay a pesar de todo un factor
importante para hacerlo: "Por supuesto, aun cuando las ganancias
puedan verse reducidas a corto plazo, a la larga las mejoras en
materia de bienestar posibilitan la mejora del mercado, logrando por
ejemplo que los consumidores
paguen más por productos de animales mantenidos en sistemas de alto
bienestar".
Como es evidente,
quienes se lucran con el uso de animales monitorean de forma
cuidadosa y constante su propio negocio, tal y como ocurre en todos
los negocios de éxito. Se muestran bastante dispuestos a pagar por
investigaciones que los mantengan a la vanguardia y conserven
su productividad, y si eso significa contratar a expertos como Temple Grandin, pues lo harán. Sin embargo, también monitorean el
discurso animalista general sobre el uso de los animales, y con la
comunión perenne de sus aliados políticos, responderán a
las proclamas abolicionistas con propuestas e implementaciones
basadas en reformas de bienestar. Y
dado que siempre responden a los Derechos Animales con Bienestar
Animal, no hay necesidad ninguna de que se abogue por reformas
específicas: los expertos de la industria y los consultores
remunerados lo harán por sí solos. Dichas reformas surgirán como
moneda de trueque frente a la presión del movimiento social, la
cobertura mediática y los diálogos entre el estado y el
contramovimiento.
Y no es sólo que quienes
defienden la abolición puedan centrarse en desafiar el poder del
especismo cultural sin necesidad de abordarlo por medio de reformas
particulares de bienestar, sino que es probable también que ciertas
reformas de bienestar se vean demoradas si vienen exigidas por los
defensores de los animales, sobre todo cuando estos pregonan a voz en
grito (y sea o no verdad) estar
"presionando" a las empresas para que
realicen cambios en contra de sus propios deseos comerciales, tal y
como hizo PETA recientemente en relación con KFC y CAK. Como en toda negociación
política, ninguna de las partes quiere ver a la otra proclamando
"¡victoria!" a sus expensas, convirtiéndola así en
susceptible de las recriminaciones de su propia comunidad, parte de
la cual es probable que haya visto perjudicados sus intereses, lo que
motiva sentimientos de traición e insatisfacción.
Que el Bienestar
Animal es el paradigma dominante en la
evaluación del uso humano de los otros animales es una realidad
sociológica innegable. La ideología del
Bienestar Animal,
al menos en el "mundo occidental", está profundamente
arraigada en la estructura social y psicológica del ciudadano.
Generación tras generación, se socializa a los hijos
para que se preocupen por el bienestar de los animales al mismo
tiempo que los usan, y generación tras generación, se interioriza
esa lección social según la cual el problema no es el uso mismo de
los animales. Esa es la razón de que la
totalidad virtual de quienes usan animales, sin excepción, digan
preocuparse por el bienestar de sus propiedades animales; que
"aman" a los animales que usan y mercantilizan; y
que son tan críticos como cualquier otra persona frente a los casos
en que se violan los principios básicos del Bienestar
Animal. Por ejemplo,
la industria de la explotación animal muestra la misma indignación
que los defensores de los animales con respecto a lo que
Michael Vick hizo con sus perros, o con respecto a los adolescentes
que meten gatitos en el microondas, o con las personas que entran en
establos a mutilar caballos. Sin embargo, no requieren ir más allá
de los fundamentos del Bienestar
Animal para sostener tales posturas y, por
lo tanto, no necesitan reflexionar sobre la dieta o el estilo de vida
de Vick, o sobre las prendas de cuero que luce un asesino de gatos, o
sobre la afición que un "destripador de caballos" tiene
por los helados y batidos hechos con el alimento para bebés robado a
una madre mamífera.
Lo profundamente
arraigado que se halla el Bienestar
Animal en el sistema de valores de
la sociedad también se refleja en la respuesta general del público
a los Derechos Animales. Aquellos que se han educado en los
principios del bienestarismo y viven bajo esa fe generalizada en la
promesa bienestarista del "uso no cruel", pueden tener
dificultades a la hora de asumir lo necesario o deseable que resulta un
enfoque sobre el uso humano de los animales basado en derechos.
Así, el público, en general, sacado de la zona de confort que
representa la visión bienestarista, suele responder a la
reivindicación de derechos con ideas sobre Bienestar Animal. Es el
caso de los "chefs famosos", por ejemplo. Algunas de estas
personalidades televisivas, como Jamie Oliver y Hugh Fearnley-Whittingstall, han tomado ya
medidas para fomentar el bienestar de los pollos en batería y otros
"animales de consumo".
Sin embargo, dado que muchos
defensores de los animales aceptan que sólo un cambio de paradigma
en la conciencia humana acerca de los animales puede traer beneficios
significativos para ellos, y dado que muchos aceptan que la reacción
social general frente a los Derechos Animales se inclina por la
ideología y la práctica del Bienestar Animal, los defensores de los
animales que se dedican a difundir el Bienestar Animal lo único que
están haciendo es trabajar dentro del status quo, moviendo las
piezas sobre el tablero de juego en lugar de alentar a la adopción
de un juego nuevo. En palabras de Donald Watson, los veganos que
defiendan los Derechos Animales deberían ayudar a que la población
"madure"
en torno a la idea de los Derechos Animales, en lugar de gastar
tiempo, dinero y energía en identificar aquellos "frutos
maduros" que poco o nada hacen por desafiar el estatus de
propiedad de los animales nohumanos. Esta visión convencional de los
animales —como
bienes de propiedad, "cosas" susceptibles de ser poseídas—
es, después de todo, el principal obstáculo al reconocimiento de
sus derechos. Fomentar el bienestarismo fortalece inevitablemente la
idea de que los animales son propiedades y sirve de poco para socavar
las actitudes predominantes.
Son muchos los
defensores de los animales que, aun afirmando estar de acuerdo en que
el uso de animales es injustificable, ven en las campañas
reformistas de bienestar lo único realista en la actualidad. No
obstante, dada la sociología y, de hecho, la rentabilidad
que esconden las respuestas de bienestar que se ofrecen ante las
proclamas basadas en derechos, existen importante razones para creer
que la reivindicación de derechos es la única respuesta racional a
la explotación de los animales. Dejemos que sean los explotadores
quienes se preocupen por el bienestar de sus cautivos, mientras
nosotros trabajamos por lograr el respeto a los derechos de los
animales nohumanos y por convencer a la gente de que su uso implica
una flagrante violación de aquellos. Cuanto mayor sea nuestro éxito
en este cometido, mayores serán las reformas de bienestar que
surgirán en el curso de la triada movimiento
social-contramovimiento-estado.
Roger Yates, 20 de mayo de 2015.
________________________________________
Traducción: Igor Sanz
Texto original: Thoughts on Whether Animal Welfare Campaigns - and Many Welfare Organisations - are Even Needed
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Toda opinión será bienvenida siempre que se ajuste a las normas básicas del blog. Los comentarios serán sin embargo sometido a un filtro de moderación previo a su publicación con efecto de contener las actitudes poco cívicas. Gracias por su paciencia y comprensión.