sábado, 20 de julio de 2024

La jungla


«Nada puede sellar mi boca: no lo pueden ni la pobreza ni la enfermedad, ni los odios ni los vilipendios, ni, tampoco, las amenazas o el escarnio; no hay prisión ni hostigamiento capaz de silenciarme, ni lo conseguirá poder alguno, de este u otro mundo, entre cuantos han sido, son o pueden ser creados. Si esta noche fracaso, no me quedará sino probar mañana, sabiendo que la culpa ha de ser mía; porque si las visiones de mi espíritu llegasen a alcanzar expresión siquiera una vez, si las agonías que lo consumen pudieran ser vertidas al lenguaje humano, ninguna barrera, ni aun las de los más ciegos prejuicios, podría oponérseles, ni habría una sola alma, entre las más indolentes, que no se alzase y emprendiera la acción. Esas visiones aturullarían a los más cínicos y causarían espanto a los más egoístas; y, entonces, los que se complacen en la burla enmudecerían, y el fraude y la falsedad retrocederían a sus cavernas haciendo que la verdad saliese a la luz. Porque mi voz no es otra que la de los millones de seres que carecen de ella. Es la voz de los oprimidos que no tienen quien los consuele. Mi voz es la de los desheredados de la vida, los que no conocen tregua ni descanso; la de aquellos para quienes la existencia es una prisión, un cuarto de tortura, una tumba.»
~ Upton Sinclair ~
 
Por una larga serie de escaleras exteriores el grupo subió cinco o seis pisos, hasta llegar a lo alto del edificio. Allí encontraron el plano inclinado ascendente, que una muchedumbre de cerdos remontaba con trabajo y empujándose unos a otros. En el extremo superior del camino había una explanada donde se dejaba a los animales descansar un momento para que se refrescasen, y en seguida, por un pasadizo, penetraban en una cámara de donde ya ningún cerdo vuelve nunca.