Los
trabajos para esta sección pasan siempre por un rastreo inicial de
libros, estudios, reportajes y demás documentación en torno al
animal que corresponde. Esta vez, sin embargo, la búsqueda apenas sí
ha arrojado otro cosa que altas dosis de impotencia y frustración.
Sardinas al horno, sardinas fritas, sardinas asadas, sardinas en
escabeche, sardinas a la plancha, sardinas en lata, "Recetas con
sardinas", "La sardina fuera de temporada", "La
sardina del espacio", sardinas, sardinas y más sardinas. Sardinas por aquí y sardinas por allá. Sardinas por un lado y
sardinas por el otro. Sardinas en todas partes. En todas, salvo
dónde deberían estar.
Encontrarse con algo que hable de verdad sobre las sardinas, sobre su biología, es tanto como tropezar con un oasis en medio del más árido de los desiertos. Ahora bien, no hace esto prender el desencanto. Bien al contrario, lo que aviva es la determinación; la determinación por indagar en el mundo de estos peces más allá de su explotación injustificada e injustificable. No alcanzarán unas pocas líneas a hacerles justicia, y menos aún hablando en términos genéricos de un grupo compuestos por individuos que ya por sí solos representan un mundo inagotable. ¿Quién sabe si no habrá alguna sardina a la no le guste el agua? ¿O sardinas anti-sociales quizá? Escapa a nuestro conocimiento. Sirva el artículo al menos como incentivo para dejar de verlas (a cada una de ellas) como un mero recurso a nuestro servicio.
HONRARÁS A TU PADRE Y A TU MADRE
Al plantearse uno la idea de hablar de peces siente la irrefrenable sensación de tener sobre sí todo el peso de la historia evolutiva. Ésta, según apuntan todos los indicios, no es lineal ni siguió un único trayecto, pero en lo concerniente a nosotros, los seres humanos, no hay duda de que les debemos a los peces nuestra presencia hoy en el planeta.
Encontrarse con algo que hable de verdad sobre las sardinas, sobre su biología, es tanto como tropezar con un oasis en medio del más árido de los desiertos. Ahora bien, no hace esto prender el desencanto. Bien al contrario, lo que aviva es la determinación; la determinación por indagar en el mundo de estos peces más allá de su explotación injustificada e injustificable. No alcanzarán unas pocas líneas a hacerles justicia, y menos aún hablando en términos genéricos de un grupo compuestos por individuos que ya por sí solos representan un mundo inagotable. ¿Quién sabe si no habrá alguna sardina a la no le guste el agua? ¿O sardinas anti-sociales quizá? Escapa a nuestro conocimiento. Sirva el artículo al menos como incentivo para dejar de verlas (a cada una de ellas) como un mero recurso a nuestro servicio.
HONRARÁS A TU PADRE Y A TU MADRE
Al plantearse uno la idea de hablar de peces siente la irrefrenable sensación de tener sobre sí todo el peso de la historia evolutiva. Ésta, según apuntan todos los indicios, no es lineal ni siguió un único trayecto, pero en lo concerniente a nosotros, los seres humanos, no hay duda de que les debemos a los peces nuestra presencia hoy en el planeta.
Los humanos pertenecemos al filo de los cordados, constituido en su inmensa mayoría por vertebrados que, a su vez, están representados también en su mayoría por peces, algo que no resulta desde luego casual. La pikaia (Pikaia gracilens), es el cordado fósil más antiguo conocido, con una edad estimada en
570
millones de años. La
clasificación de esta especie, así como la de otras semejantes, no
está clara, y aunque no pueda ser calificada como un pez, no hay
duda de que al menos su aspecto externo guarda similitudes muy estrechas. De lo que tampoco hay muchas dudas es de que estos animales
dieron pie a los primeros vertebrados que, en este caso sí,
fueron peces. Así por ejemplo, el fósil más antiguo de pez (y por
ende, de vertebrado) que se conoce es el Myllokunmingia fengjiaoa,
una especie que habitó durante el Cámbrico inferior, hace
525-530 millones de años.

Los primeros peces fueron agnatos, un grupo de peces sin mandíbulas que aún hoy existen en un número muy reducido y con un "diseño" más actualizado. Más adelante surgieron los placodermos y los acantodios, ya con mandíbulas articuladas, escamas y aletas móviles en algunos casos. A partir de ellos surgieron por fin los osteíctios (los peces óseos actuales), que junto con los mencionados agnatos y los condrictidos o peces cartilaginosos (tiburones y rayas) comprenden el total de los peces de la actualidad. Los osteíctios se dividen en diversas clases e infra-clases, siendo la más representativa de todas ellas la de los teleósteos, el grupo de nuestras protagonistas.
A partir de aquí la evolución continúa infatigable. Los peces dieron pie a los reptiles y los anfibios, tras los cuales surgieron las aves y los mamíferos. El total de los vertebrados quedaba por fin constituido, incluyendo la aparición tardía del ser humano, que con un ego impresionante y un desprecio absoluto por su pasado más reciente, se ha proclamado dueño y señor de todas las especies con las que le ha tocado compartir este planeta. Si nuestros ancestros más primitivos hubieran sabido lo que terminaríamos haciendo a sus descendientes más cercanos, quizá se lo hubieran pensado dos veces antes de asomar sus cabezas fuera del agua.
COMO PEZ EN EL AGUA
Los peces representan una diversidad enorme de formas, colores y tamaños (lo que ha propiciado prácticas tan especistas como la acuariofilia). A pesar de ello, es muy probable que la palabra «pez» evoque en muchos la imagen de alguien con aspecto de sardina. No en vano, el de las sardinas es un diseño morfológico "clásico" en el mundo de los peces, como ocurre también con las demás especies de la familia de los clupeidos, como las anchoas o los arenques («clupea» en latín significa «sardina»).

Mayores semejanzas encontramos en relación
a su sistema nervioso. Una sardina es perfectamente capaz de
sentir ansiedad, estrés o miedo, produciendo estas
experiencias los mismos efectos que en nosotros (aumento del ritmo
cardíaco y respiratorio, liberación hormonal de adrenalina,
retortijones, jadeos, etc.); es más, expertos como el
Dr. Michael W. Fox sostienen que «los peces sufren tanto o más por
el miedo como por el anzuelo». En el aspecto físico, la piel de las
sardinas es de una gran sensibilidad; el más leve golpe puede
causarles un sufrimiento inmenso, y cualquier herida puede ser causa de infección y hasta la posterior muerte del individuo. Aquí es donde cobran sus escamas una importancia capital, habiendo revelado hace poco una función añadida que abordaremos más adelante. Las sardinas cuentan a su vez con un sentido
más que los humanos. Se trata de la línea lateral,
consistente en unos poros situados en los costados que conectan con
unas células ciliadas conocidas como neuromastos, sensibles a
los campos eléctricos y los cambios de presión en el agua. Este órgano es esencial en la vida de las sardinas, ya que
permite la detección del más mínimo movimiento, vibración o actividad de las proximidades, algo indispensable en un entorno plagado de amenazas.

DOS Y DOS SON CUATRO
La vida de una sardina comienza en el
huevo, después de producirse el desove que los adultos llevan a cabo
en primavera, cerca de la costa, donde una hembra receptiva es
provocada por un macho para que libere sus huevos y pueda
así fertilizarlos. Cada madre puede llegar a poner entre 50 mil y 60 mil
huevos en cada puesta, lo que da una idea de la
cantidad que se produce cada año. Estos cuentan
en su interior con una gota de grasa que evita su hundimiento, quedando a flote
cerca de la superficie y uniéndose al denso y variado ecosistema conocido como plancton. La
eclosión tiene lugar al cabo de un par de semanas, a lo largo de las
cuales la mayoría de ellos ya habrán sido víctimas de innumerables contingencias. Las larvas resultantes no disfrutan de mayor seguridad, quedando, como los
huevos, a merced de las corrientes. Estos hechos hacen de su supervivencia un tesoro invaluable. Los pocos ―muy pocos― individuos que
alcanzan la edad juvenil son auténticos afortunados. Con
unos 14 cm de longitud, alcanzan
por fin la madurez sexual, listos ya para ejercer de padres. Su crecimiento se
ralentiza mucho a partir de aquí, aunque, como ocurre con todos los
peces, no dejan de crecer hasta el momento de su muerte, que en
circunstancias óptimas puede ocurrir a la edad de 15 años.
Como adultas, la alimentación de las
sardinas se basa en ese mismo plancton del que formaron parte en sus primeros días. Por lo general, la alimentación se produce
de manera activa, buscándola y capturándola, pero han desarrollado paralelamente un sistema mucho más pragmático: cuando observan al plancton moverse en una corriente de
agua, las sardinas se colocan frente a él, nadando en dirección
contraria, abriendo sus bocas y dejando circular el agua por sus
branquias. El agua vuelve a salir a través de los opérculos, pero
el alimento queda atrapado en las conocidas como branquiespinas,
unas prolongaciones situadas en la parte interna de las branquias que
actúan como coladores naturales, igual que las barbas de las ballenas misticetas.
El mencionado sistema de alimentación es de lo más ingenioso, pero no es éste el único indicio de su talento intelectual. La lógica nos dice que estas estrategias son reflejo de una viva inteligencia, pero los humanos seguimos prefiriendo describir estas conductas como surgidas del "instinto", esa palabra que tantas y tantas veces nos ha sacado del compromiso de explicar cosas que apenas alcanzamos a entender. Se sabe hoy en día que la inteligencia de los peces está muy alejada de su menosprecio acostumbrado. Se ha observado a los peces idear, engañar e incluso emplear herramientas. Y qué decir sobre su memoria: un pez que sufra algún perjuicio lo evitará durante mucho tiempo, nada que ver con la barbaridad de los tres segundos tantas veces escuchada. Estudios recientes han desvelado además que los peces tienen la capacidad de contar por lo menos hasta cuatro, ya que aquellos habituados a vivir de forma gregaria, frente a la tesitura de elegir entre grupos de tres o cuatro individuos, eligen siempre a los segundos (a partir de esa cifra parecen no tener ya preferencias).
Digo todo esto sólo como ejemplo de los prejuicios humanos, pues la inteligencia, como es evidente (aunque no para todos), ocupa una relevancia ética completamente nula. Tener más o menos inteligencia es tan intrascendente como tener más o menos pericia natatoria. Ni las sardinas son superiores a nosotros por nadar mejor, ni nosotros somos superiores a ellas por hacer mejores cálculos.
¡UNO PARA TODOS Y TODOS PARA UNO!
El mencionado sistema de alimentación es de lo más ingenioso, pero no es éste el único indicio de su talento intelectual. La lógica nos dice que estas estrategias son reflejo de una viva inteligencia, pero los humanos seguimos prefiriendo describir estas conductas como surgidas del "instinto", esa palabra que tantas y tantas veces nos ha sacado del compromiso de explicar cosas que apenas alcanzamos a entender. Se sabe hoy en día que la inteligencia de los peces está muy alejada de su menosprecio acostumbrado. Se ha observado a los peces idear, engañar e incluso emplear herramientas. Y qué decir sobre su memoria: un pez que sufra algún perjuicio lo evitará durante mucho tiempo, nada que ver con la barbaridad de los tres segundos tantas veces escuchada. Estudios recientes han desvelado además que los peces tienen la capacidad de contar por lo menos hasta cuatro, ya que aquellos habituados a vivir de forma gregaria, frente a la tesitura de elegir entre grupos de tres o cuatro individuos, eligen siempre a los segundos (a partir de esa cifra parecen no tener ya preferencias).
Digo todo esto sólo como ejemplo de los prejuicios humanos, pues la inteligencia, como es evidente (aunque no para todos), ocupa una relevancia ética completamente nula. Tener más o menos inteligencia es tan intrascendente como tener más o menos pericia natatoria. Ni las sardinas son superiores a nosotros por nadar mejor, ni nosotros somos superiores a ellas por hacer mejores cálculos.
¡UNO PARA TODOS Y TODOS PARA UNO!
Hemos visto cómo las sardinas son
animales formidablemente adaptados al medio en el que habitan. Sin embargo, y por desgracia para ellas, no son las únicas. El número de sus
depredadores es ilimitado, desde otros peces hasta moluscos, aves, cetáceos y otras especies de mamíferos. Las
sardinas no son grandes, no son fuertes, no tienen dientes afilados,
ni tentáculos, ni pinzas, y aunque son veloces nadadoras, no son en
ningún caso las más rápidas. Así pues, para defenderse de las
amenazas necesitan echar mano una vez más de su sagacidad, momento en el que vuelven a cobrar protagonismo las escamas.

Se trata de un descubrimiento asombroso y una estrategia de lo más aguda, pero aun con ello el principal mecanismo de defensa de nuestras protagonistas sigue siendo la asociación. Las sardinas representan la máxima expresión del gregarismo, y sus bancos (de millares de individuos) se mueven con una gracilidad y dinamismo sin igual. Esta destreza no se debe tan sólo a su habilidad natatoria, sino también a la delicadeza de sus sentidos, en especial el de aquella línea lateral mencionada con anterioridad, que permite a cada sardina percibir de manera instantánea el movimiento de sus compañeras. La actividad sincronizada de todos los miembros del banco, unido a los reflejos lumínicos mencionados, complica en mucho la tarea de los atunes, delfines, tiburones y otros animales que tratan de capturarlos, alargándose los ataques durante mucho más tiempo del que sugieren los clásicos "documentales de naturaleza". Los bancos o cardúmenes terminan sufriendo muchas bajas a pesar de todo, pero una sardina por sí sola no tendría ninguna posibilidad.
Lejos de lo que se pueda suponer, estos
bancos no se forman de manera aleatoria sino que están regidos por una cuidadosa asignación en la que cada individuo busca asociarse con aquellos que muestran una apariencia similar. Así, por ejemplo, los
juveniles y miembros de menor tamaño suelen conformar un banco,
mientras que los adultos y los de mayor talla lo hacen en otro,
siendo también tenidos en cuenta otros aspectos tales como la forma
del cuerpo o la tonalidad de la piel. Esta selectividad tiene en jaque a la
comunidad científica, sobre todo porque los indicios la señalan
como una característica aprendida, cultural. Los bancos tan solo se
disuelven a la hora de comer. Las sardinas permanecen el resto del tiempo unidas, lo que incluye sus migraciones anuales. Antes se creía que estas migraciones
eran horizontales, pero hoy se sabe que son más bien de trayecto vertical,
sumergiéndose a aguas más profundas en invierno y ascendiendo a
aguas más superficiales en verano.

El complicado viaje de las sardinas por la vida no debería acabar en la cubierta de una embarcación, entre agonías, asfixias y aplastamientos. La vida de una sardina ―tan valiosa para ella como la nuestra para nosotros― ya es lo bastante dura y complicada sin nuestra intromisión. No haríamos mal en recordar nuestra propia historia evolutiva aunque sólo fuera para tener presente el vínculo que nos une a todo el resto de animales con quienes compartimos el planeta. Tal vez sea un paso útil hacia el respeto mínimo que les debemos.
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Me encanto ese articulo, mucha información valiosa.
ResponderEliminarGenuGe
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