A la hora de difundir el veganismo o
debatir sobre especismo y Derechos Animales, es
habitual que tarde o temprano termine haciendo entrada en escena la expresión "cadena alimenticia". Confieso sin embargo no haber comprendido nunca su papel. Ni siquiera suele emplearse con objeto argumental. Su uso se limita a la mención, como quien estornuda en medio de un diálogo. "Hay una cosa llamada cadena alimenticia", se dice, que al menos a mí me deja igual que si se dijera "hay una
cosa llamada lavadora".
¿Es que acaso creemos que lo que da en llamarse cadena alimenticia es alguna especie de precepto divino que dictamina nuestra manera de comer? La cadena alimenticia (o trófica) es una mera abstracción, un constructo de nuestra mente creado para definir y englobar una serie de sucesos que se dan dentro de las relaciones entre los seres vivos, pero que en modo alguno existe como una entidad real o material preestablecida.
Todos las criaturas de este mundo estamos necesitadas de nutrientes que transformamos después en energía. Cada organismo tiene su propia manera de obtenerlos, desde los autótrofos, capaces de convertir la materia inorgánica en orgánica (las plantas y las algas), hasta los heterótrofos, que producen sus propios compuestos orgánicos a partir de la materia orgánica de otros organismos (los animales).
Este hecho provoca una estrecha correlación entre aquellos seres vivos que guardan algún vínculo en común. A esta relación, y a lo mucho que depende la estabilidad de un ecosistema a ella, es a lo que se da en llamar cadena alimenticia. Un animal frugívoro es aquel que obtiene los nutrientes a través de los frutos, y es por ello que su existencia depende (está "encadenada") a la existencia de estos. Pero, ¿significa eso que el susodicho animal no puede elegir entre manzanas o plátanos? Desde luego que no. Su dieta será completamente optativa dentro de sus posibilidades particulares.
Estas posibilidades estarán siempre limitadas por ciertos factores, desde el fisiológico, ya mencionado, hasta el anatómico o el geográfico (si los bisontes no forman parte de la dieta de los leones no es por respeto a una ordenanza natural, sino porque unos y otros ni siquiera se conocen). Los humanos no somos una excepción, y no sólo eso, sino que tenemos añadida una limitación muy singular: la ética. No sólo debemos ver restringida nuestra fuente de alimentación por parámetros fisiológicos, anatómicos o geográficos, sino también morales. Nuestra fisiología nos permite excluir al resto de animales de nuestra dieta, y la moral nos obliga a que lo hagamos.
Puede que un factor determinante para la aparición de la cadena alimenticia entre las objeciones especistas más comunes sea la habitual costumbre de representarla en forma piramidal. Dado que el ser humano se sirve de todos los demás animales y carece al mismo tiempo de depredadores naturales, su figura estará forzada a colocarse en lo más alto del triángulo, una imagen que hará sin duda las delicias de toda mente antropocéntrica. Pero hay al menos tres errores aquí. En primer lugar, cabe señalar que, de acuerdo con aspectos biológicos —y en contradicción con a la creencia popular—, el nivel trófico de los seres humanos se encuentra bastante alejado de la supuesta "cúspide" ostentada. En segundo lugar, la representación piramidal refleja una imagen deformadora de la realidad, ya que la cadena alimenticia encierra un concepto que sintetiza una situación de concatenación o nexo, no una jerarquía; sería más propio simbolizar la cadena alimenticia con un círculo antes que una pirámide; al fin y al cabo, una cadena como mucho puede presentar extremos o límites, pero no estratos. Y en tercer lugar, y en cualquier forma en que sea representada, la cadena alimenticia describe lo que se hace, en ningún caso lo que se debe hacer. Como ya he destacado antes, es absurdo elevar un mero suceso biológico a la categoría de imperativo moral.
No existe además una única cadena alimenticia, sino muchas, infinidad de ellas. De hecho, aquella en la que nosotros participamos resulta cuando menos peculiar. Excepción hecha de aquellos que poseen la oc(d)iosa afición de pescar o pegar tiros, nuestra cadena alimenticia se reduce al cultivo de vegetales, la pesca masiva, y la cría, engorde y asesinato de miles de millones de individuos en granjas, mataderos y piscifactorías. La cadena alimenticia en la que nosotros participamos la hemos creado nosotros mismos, así que, más allá de nuestro propio egoísmo o algún extravagante apego emocional, ¿qué impedimento podría encontrar alguien para su trasformación? Lo nuestro no es una cadena alimenticia; lo nuestro es una condena.
Quizá haya quienes arguyan que un cambio en nuestros hábitos alimenticios puede tener consecuencias ecológicas que pongan en peligro la biodiversidad o los ecosistemas. Huelga decir que las evidencias indican todo lo contrario, que es nuestro hábito actual el que está teniendo un fuerte impacto en el planeta; pero, sea como fuera, ¿qué importancia tiene eso? Estamos una vez más apelando a simples abstracciones. Biodiversidad, ecosistema o cadena alimenticia son algo intrínseco a la propia vida. Allá donde haya vida habrá biodiversidad, y allá donde haya biodiversidad habrá cadena alimenticia. Sólo el fin de toda vida puede poner fin a estos sucesos, que entre tanto seguirán sucediéndose de una u otra forma. La desaparición de un ecosistema dará lugar a un nuevo ecosistema, y la mera desaparición de una especie no tiene mayor importancia de la que pueda tener la desaparición de un grupo musical, por poner un ejemplo. Son los individuos quienes merecen consideración. La conservación de todos estos conceptos sólo es relevante en tanto que haya individuos relacionados con ellos, y suena a chiste de mal gusto la pretensión de justificar la explotación de personas alegando una preocupación por las personas.
Barajando otras hipótesis probables, ¿será que algunos ven en otras cadenas de alimentación alguna suerte de modelo deseable? Si es así, ¿por qué no imitar entonces la participación de los herbívoros, por ejemplo, o la de aquellos omnívoros cuya ingesta de animales es excepcional o incluso nula? ¿O por qué descartar de nuestra cadena alimenticia el canibalismo, siendo como es una práctica presente dentro de muchos grupos de animales? De igual forma que no poseemos barreras fisiológicas, anatómicas o geográficas que nos impidan comernos a los otros animales, tampoco las tenemos para la antropofagia. ¿Por qué entonces se rechaza? Se rechaza, naturalmente, porque existe el impedimento moral, un impedimento que no puede ser franqueado por un mero afán de imitación, y que, por más que se intente omitir, está también presente en relación al resto de los animales.
Más allá de aquí se presentan puntos al sofisma de la cadena alimenticia aún más endebles y fáciles de refutar. Por de pronto, apelar a la cadena trófica no justifica en modo alguno el uso de animales nohumanos para vestimenta, entretenimiento, ocio, cosmética o experimentación. Y ¿en qué forma encajan los huevos, los lácteos o la miel en ella? Por no hablar, claro está, de todos esos animales de consumo que son fruto de la selección artificial. Por último, es cuando menos irrisorio contemplar cómo algunas personas se afanan por querer "participar" en la cadena alimenticia... pero sólo en honor de alguna renta personal; y no estoy pensando ahora en el canibalismo, sino en los llamados descomponedores, organismos de suma importancia en toda cadena trófica por cumplir la función de disolver la materia orgánica y fertilizar el suelo, pero con quienes llevamos siglos negándonos a colaborar enterrando a conciencia nuestros cadáveres en ataúdes, tumbas y nichos, o incluso incinerándolos.
Todo ello viene a formar parte, en realidad, de una simple falacia naturalista. Presumimos los humanos siempre de nuestras supuestas cualidades genuinas, nuestra inteligencia, nuestro civismo, nuestra conciencia moral…, renegando en muchas ocasiones de nuestra propia animalidad o naturaleza, pero no dejando nunca de recurrir a ella cuando nos resulta conveniente. De hecho, la tenemos tan abandonada que en la mayoría de las veces no alcanzamos a hacer otra cosa que una mención aleatoria de ciertos conceptos que asociamos con ella y sobre cuyo significado real casi nunca nos hemos parado a meditar. Especie, naturaleza, depredación, instinto, ecosistema o cadena alimenticia son expresiones que resuenan siempre bastante elocuentes alrededor de las excusas que los envuelven, pretendiendo así darles a éstas un pequeño toque de fingida solemnidad.
Pero no, no engañan a nadie, aunque no por ello dejarán de intentarlo, sin duda; al fin y al cabo, hablamos de personas sujetas a cadenas, ciertamente; a las cadenas del especismo, forjadas durante años con el más duro de los materiales: el prejuicio. Son cadenas firmes, pero no irrompibles.
¿Es que acaso creemos que lo que da en llamarse cadena alimenticia es alguna especie de precepto divino que dictamina nuestra manera de comer? La cadena alimenticia (o trófica) es una mera abstracción, un constructo de nuestra mente creado para definir y englobar una serie de sucesos que se dan dentro de las relaciones entre los seres vivos, pero que en modo alguno existe como una entidad real o material preestablecida.
Todos las criaturas de este mundo estamos necesitadas de nutrientes que transformamos después en energía. Cada organismo tiene su propia manera de obtenerlos, desde los autótrofos, capaces de convertir la materia inorgánica en orgánica (las plantas y las algas), hasta los heterótrofos, que producen sus propios compuestos orgánicos a partir de la materia orgánica de otros organismos (los animales).
Este hecho provoca una estrecha correlación entre aquellos seres vivos que guardan algún vínculo en común. A esta relación, y a lo mucho que depende la estabilidad de un ecosistema a ella, es a lo que se da en llamar cadena alimenticia. Un animal frugívoro es aquel que obtiene los nutrientes a través de los frutos, y es por ello que su existencia depende (está "encadenada") a la existencia de estos. Pero, ¿significa eso que el susodicho animal no puede elegir entre manzanas o plátanos? Desde luego que no. Su dieta será completamente optativa dentro de sus posibilidades particulares.
Estas posibilidades estarán siempre limitadas por ciertos factores, desde el fisiológico, ya mencionado, hasta el anatómico o el geográfico (si los bisontes no forman parte de la dieta de los leones no es por respeto a una ordenanza natural, sino porque unos y otros ni siquiera se conocen). Los humanos no somos una excepción, y no sólo eso, sino que tenemos añadida una limitación muy singular: la ética. No sólo debemos ver restringida nuestra fuente de alimentación por parámetros fisiológicos, anatómicos o geográficos, sino también morales. Nuestra fisiología nos permite excluir al resto de animales de nuestra dieta, y la moral nos obliga a que lo hagamos.
Puede que un factor determinante para la aparición de la cadena alimenticia entre las objeciones especistas más comunes sea la habitual costumbre de representarla en forma piramidal. Dado que el ser humano se sirve de todos los demás animales y carece al mismo tiempo de depredadores naturales, su figura estará forzada a colocarse en lo más alto del triángulo, una imagen que hará sin duda las delicias de toda mente antropocéntrica. Pero hay al menos tres errores aquí. En primer lugar, cabe señalar que, de acuerdo con aspectos biológicos —y en contradicción con a la creencia popular—, el nivel trófico de los seres humanos se encuentra bastante alejado de la supuesta "cúspide" ostentada. En segundo lugar, la representación piramidal refleja una imagen deformadora de la realidad, ya que la cadena alimenticia encierra un concepto que sintetiza una situación de concatenación o nexo, no una jerarquía; sería más propio simbolizar la cadena alimenticia con un círculo antes que una pirámide; al fin y al cabo, una cadena como mucho puede presentar extremos o límites, pero no estratos. Y en tercer lugar, y en cualquier forma en que sea representada, la cadena alimenticia describe lo que se hace, en ningún caso lo que se debe hacer. Como ya he destacado antes, es absurdo elevar un mero suceso biológico a la categoría de imperativo moral.
No existe además una única cadena alimenticia, sino muchas, infinidad de ellas. De hecho, aquella en la que nosotros participamos resulta cuando menos peculiar. Excepción hecha de aquellos que poseen la oc(d)iosa afición de pescar o pegar tiros, nuestra cadena alimenticia se reduce al cultivo de vegetales, la pesca masiva, y la cría, engorde y asesinato de miles de millones de individuos en granjas, mataderos y piscifactorías. La cadena alimenticia en la que nosotros participamos la hemos creado nosotros mismos, así que, más allá de nuestro propio egoísmo o algún extravagante apego emocional, ¿qué impedimento podría encontrar alguien para su trasformación? Lo nuestro no es una cadena alimenticia; lo nuestro es una condena.
Quizá haya quienes arguyan que un cambio en nuestros hábitos alimenticios puede tener consecuencias ecológicas que pongan en peligro la biodiversidad o los ecosistemas. Huelga decir que las evidencias indican todo lo contrario, que es nuestro hábito actual el que está teniendo un fuerte impacto en el planeta; pero, sea como fuera, ¿qué importancia tiene eso? Estamos una vez más apelando a simples abstracciones. Biodiversidad, ecosistema o cadena alimenticia son algo intrínseco a la propia vida. Allá donde haya vida habrá biodiversidad, y allá donde haya biodiversidad habrá cadena alimenticia. Sólo el fin de toda vida puede poner fin a estos sucesos, que entre tanto seguirán sucediéndose de una u otra forma. La desaparición de un ecosistema dará lugar a un nuevo ecosistema, y la mera desaparición de una especie no tiene mayor importancia de la que pueda tener la desaparición de un grupo musical, por poner un ejemplo. Son los individuos quienes merecen consideración. La conservación de todos estos conceptos sólo es relevante en tanto que haya individuos relacionados con ellos, y suena a chiste de mal gusto la pretensión de justificar la explotación de personas alegando una preocupación por las personas.
Barajando otras hipótesis probables, ¿será que algunos ven en otras cadenas de alimentación alguna suerte de modelo deseable? Si es así, ¿por qué no imitar entonces la participación de los herbívoros, por ejemplo, o la de aquellos omnívoros cuya ingesta de animales es excepcional o incluso nula? ¿O por qué descartar de nuestra cadena alimenticia el canibalismo, siendo como es una práctica presente dentro de muchos grupos de animales? De igual forma que no poseemos barreras fisiológicas, anatómicas o geográficas que nos impidan comernos a los otros animales, tampoco las tenemos para la antropofagia. ¿Por qué entonces se rechaza? Se rechaza, naturalmente, porque existe el impedimento moral, un impedimento que no puede ser franqueado por un mero afán de imitación, y que, por más que se intente omitir, está también presente en relación al resto de los animales.
Más allá de aquí se presentan puntos al sofisma de la cadena alimenticia aún más endebles y fáciles de refutar. Por de pronto, apelar a la cadena trófica no justifica en modo alguno el uso de animales nohumanos para vestimenta, entretenimiento, ocio, cosmética o experimentación. Y ¿en qué forma encajan los huevos, los lácteos o la miel en ella? Por no hablar, claro está, de todos esos animales de consumo que son fruto de la selección artificial. Por último, es cuando menos irrisorio contemplar cómo algunas personas se afanan por querer "participar" en la cadena alimenticia... pero sólo en honor de alguna renta personal; y no estoy pensando ahora en el canibalismo, sino en los llamados descomponedores, organismos de suma importancia en toda cadena trófica por cumplir la función de disolver la materia orgánica y fertilizar el suelo, pero con quienes llevamos siglos negándonos a colaborar enterrando a conciencia nuestros cadáveres en ataúdes, tumbas y nichos, o incluso incinerándolos.
Todo ello viene a formar parte, en realidad, de una simple falacia naturalista. Presumimos los humanos siempre de nuestras supuestas cualidades genuinas, nuestra inteligencia, nuestro civismo, nuestra conciencia moral…, renegando en muchas ocasiones de nuestra propia animalidad o naturaleza, pero no dejando nunca de recurrir a ella cuando nos resulta conveniente. De hecho, la tenemos tan abandonada que en la mayoría de las veces no alcanzamos a hacer otra cosa que una mención aleatoria de ciertos conceptos que asociamos con ella y sobre cuyo significado real casi nunca nos hemos parado a meditar. Especie, naturaleza, depredación, instinto, ecosistema o cadena alimenticia son expresiones que resuenan siempre bastante elocuentes alrededor de las excusas que los envuelven, pretendiendo así darles a éstas un pequeño toque de fingida solemnidad.
Pero no, no engañan a nadie, aunque no por ello dejarán de intentarlo, sin duda; al fin y al cabo, hablamos de personas sujetas a cadenas, ciertamente; a las cadenas del especismo, forjadas durante años con el más duro de los materiales: el prejuicio. Son cadenas firmes, pero no irrompibles.
Artículos relacionados:
- Las especies no existen.
- La falacia naturalista.
- Para terminar con la idea de Naturaleza, reanudar con la ética y la política.
- ¿Cadena alimenticia o cadena de esclavitud?
- La cadena alimenticia, el círculo de la vida y otras historias de la naturaleza del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Toda opinión será bienvenida siempre que se ajuste a las normas básicas del blog. Los comentarios serán sin embargo sometido a un filtro de moderación previo a su publicación con efecto de contener las actitudes poco cívicas. Gracias por su paciencia y comprensión.