Cerdos aplastados, gatos
estrangulado, gallinas decapitadas, perros mutilados...
No hay día en que los medios de información dejen de abrumarnos con
sucesos de este terrorífico tenor. Son escalofriantes, e incluso aquellos acostumbrados a lidiar cada día con los horrores del especismo nos
vemos embargados del mayor de los espantos. No obstante, temo a mi vez que esos sentimientos de horror puedan estar nublando algunas
consideraciones que encuentro de importancia capital.
Lo primero que cabe apuntar es que
estos acontecimientos no difieren moralmente en nada de aquello que
sucede a cada rato en las granjas, los mataderos, los
laboratorios y los barcos pesqueros de todo el mundo. Resulta
alentador que la sociedad reaccione con tan profundo disgusto ante
este tipo de episodios, pero también deja en evidencia la profunda
disociación en la que viven la inmensa mayoría de sus integrantes. Entre morir a manos de un
joven descerebrado o hacerlo degollado por el cuchillo de un matarife
no existen diferencias significativas, a pesar de lo cual muchos de
quienes condenan lo primero forman parte del público que demandan con deleite lo
segundo.
Los especistas que actúan de este modo dicen observar una diferencia sustancial entre matar a un
animal por diversión y matar a un animal para comer. El argumento es sin duda
confortable, pero inverosímil. Primero, porque la explotación
cotidiana de los animales no sólo se da por cuestiones alimenticias;
y segundo, porque cuesta creer que aún sobrevivan ignorantes
respecto de la adecuación de las dietas enteramente vegetales. Los alimentos de
origen animal no son necesarios en absoluto, de manera que las
granjas y los mataderos también responden a una simple apetencia
personal carente de todo factor de requerimiento. Se trata de una verdad tan incómoda como incuestionable, y
admitida ésta, habrá de admitirse también que el tema se reduce
entonces a un debate estéril en torno a las preferencias subjetivas que cada
cual tiene respecto de la forma en que disfruta a costa de los otros
animales.
Las siguientes observaciones atañen a la comunidad "animalista" y a esa costumbre suya por
prestar una atención tan destacada (a menudo íntegra) a los casos
de este marchamo particular.
Por un lado, la indignación del
público brinda una inmejorable oportunidad para plantear el
veganismo y poner sobre la mesa el problema de base de nuestra
relación con el resto de los animales, tal y como yo acabo de
(intentar) hacer. Por desgracia, contemplo apesadumbrado que no es
ésta la manera habitual de su abordaje. Si nos quedamos en la
superficie, en las características más singulares de este tipo de
sucesos, lo único que estaremos haciendo será sumarnos al discurso
popular y perdiendo así no sólo la ocasión de romper con los
prejuicios de la gente, sino fomentándolos aún más.
Por otra parte, el público indignado
suele catalogar a los actores de esta clase de noticias como "psicópatas" o "perturbados". Yo admito la posibilidad. Es evidente que dentro
de la esencia familiar de estas noticias se desprende cierto aroma de excepción. No es en absoluto común que la gente se dedique a
estrangular gatos, aplastar cerdos o prender fuego a perros vivos, ni lo es
tampoco adoptar la crueldad contra los animales como un fin último y no como un vehículo para otra clase de goces aledaños. Cabe por tanto que estas
personas estén movidas por alguna clase de trastorno, pero en nada
justificaría eso la prevalencia pública que se les brinda a estos
sucesos.
Al contrario. Cualquier problema
psíquico actuaría en todo caso como un factor atenuante, y ningún
sentido tiene perseguir los actos de un psicópata con mayor ahínco
que aquellos semejantes perpetrados por personas con las facultades
perfectamente intactas. Cafres y perturbados vamos a sufrirlos siempre. Ni todas
las denuncias, ni todas las protestas, ni todas las penas legales del
mundo van a lograr su contención. Luchar contra ello probablemente
sea enfrascarse en una lucha quijotesca y sempiterna.
No deberíamos prestar nuestras miras a aquello que quizá ni
siquiera tenga remedio, sino a aquello que sí lo tiene. El mayor
problema no es que haya gente enferma cometiendo atrocidades; el
mayor problema es que haya gente sana y cabal
cometiendo o auspiciando atrocidades idénticas a todos los niveles.
Además, no es raro que quienes acometen este tipo de excéntricas barbaridades aspiren a esa
misma notoriedad que se les brinda. No es casualidad que tantos de estos casos salgan a
luz por la propia difusión de los autores. Creo que
es importante también tener esto presente porque, de ser cierto, ofrecer publicidad a estas noticias implicaría otorgar aquello
mismo que buscan sus artífices, prestando así, por añadidura, un
flaco favor a los nohumanos. No sugiero con esto que se omitan tales
casos; pero las denuncias no son incompatibles con una prudente discreción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Toda opinión será bienvenida siempre que se ajuste a las normas básicas del blog. Los comentarios serán sin embargo sometido a un filtro de moderación previo a su publicación con efecto de contener las actitudes poco cívicas. Gracias por su paciencia y comprensión.