Para buena parte de la opinión
pública, el ecologismo y la defensa de los Derechos Animales son un motivo de constante confusión. Todo parece inspirar lo mismo a una mirada
superficial y desinteresada: "animalitos" y "hippies" gritando proclamas de buena voluntad. La realidad, por el contrario, revela que en pocos lugares puede hallarse una mayor
contienda que la librada hoy por estas causas.
Como activista vegano, jamás podría casarme con las corrientes dominantes en la esfera del
ecologismo actual (quizá convendría hacer una distinción entre el
ecologismo y el conservacionismo, aunque confieso
sentir muy poca simpatía por cualquiera de las dos etimologías). No
podría estar de acuerdo con un movimiento que impone el valor de los ecosistemas, la
biodiversidad o las especies sobre el valor de los sujetos individuales.
Nos hallamos ante un problema grave cuando le restamos estima al individuo en favor de objetivos utilitarios, y en esas le anda el ecologismo. Se trata de un movimiento para el que —siempre en términos generales— la defensa de los animales nohumanos bien puede pasar por su reclusión, explotación y asesinato. Los animales carecen de importancia como realidad tangible; sólo importan como instrumentos al servicio de un ideal. Como señala Warren Cornwall: «Solemos creer que conservación significa salvar animales, pero su historia está teñida de sangre».
Nos hallamos ante un problema grave cuando le restamos estima al individuo en favor de objetivos utilitarios, y en esas le anda el ecologismo. Se trata de un movimiento para el que —siempre en términos generales— la defensa de los animales nohumanos bien puede pasar por su reclusión, explotación y asesinato. Los animales carecen de importancia como realidad tangible; sólo importan como instrumentos al servicio de un ideal. Como señala Warren Cornwall: «Solemos creer que conservación significa salvar animales, pero su historia está teñida de sangre».
Veamos. Lo que el conservacionismo aspira
a conservar es la biodiversidad. La idea en sí es bastante absurda, en tanto que la diversidad de vida sólo es eludible por medio la ausencia total de vida. Las aspiraciones
por tanto se refieren siempre a un tipo particular de biodiversidad: a la
biodiversidad presente.
¿Y por qué? ¿Por qué ha de ser conservada o deseada ésta o aquella biodiversidad? Buena pregunta, carente de toda respuesta convincente. La interdependencia a la que apelan hombres como William E. Duellman y otros, no dejando de ser problemática, tan sólo permite desplazar la duda: debemos conservar la biodiversidad porque es necesaria para el medio ambiente que es necesario para el ecosistema que es necesario para la biodiversidad... La verdadera motivación responde en última instancia a intereses personales, subjetivos y egoístas. Hay que conservar las ballenas porque..., bueno..., ¿quién no quiere ver ballenas? (Y es aquí donde se manifiesta el carácter especista del ecologismo: no es que al ecologismo no le preocupe el individuo; es que sólo le preocupa el individuo humano.)
¿Y por qué? ¿Por qué ha de ser conservada o deseada ésta o aquella biodiversidad? Buena pregunta, carente de toda respuesta convincente. La interdependencia a la que apelan hombres como William E. Duellman y otros, no dejando de ser problemática, tan sólo permite desplazar la duda: debemos conservar la biodiversidad porque es necesaria para el medio ambiente que es necesario para el ecosistema que es necesario para la biodiversidad... La verdadera motivación responde en última instancia a intereses personales, subjetivos y egoístas. Hay que conservar las ballenas porque..., bueno..., ¿quién no quiere ver ballenas? (Y es aquí donde se manifiesta el carácter especista del ecologismo: no es que al ecologismo no le preocupe el individuo; es que sólo le preocupa el individuo humano.)
Si se persigue la mayor biodiversidad
posible, entonces, claro, se requiere conservar el
mayor número de especies posible. Cierto es que las especies son un artificio ausente de toda realidad objetiva, pero en la mente de los ecologistas no pueden dejar de actuar como los ejes de referencia de esa ansiada pluralidad biológica, de tal manera que cuantas más especies haya, mejor. Es entonces cuando asoman los problemas. ¿Se imaginan verse
obligados a ser parte forzada de un programa estratégico para la
conservación de la especie humana que consista en una existencia
entera de reclusión y férreo control, y donde, entre otras cosas,
sean otros quienes decidan cuándo, cómo y con quién han de
aparearse? ¿Y qué tal pasar a ser objeto de un exterminio masivo con el fin de restaurar los tan cacareados "equilibrios" ecológicos? Pues ese es el plan, pero con otros.
Si una especie está mermando la
población de una segunda, se la somete a un programa de asesinatos sistemáticos. Y si quedan pocos representantes de alguna otra, se
encierra y controla a sus miembros supervivientes, no tanto
para velar por sus vidas como para conservar la imagen de su grupo taxonómico. Todo ello es parte cotidiana de la actividad de los ecologistas, para quienes la extinción de una especie representa la expresión máxima de la tragedia.
Pero, ¿qué problema real supone eso?
A decir verdad, la extinción de especies es un suceso
constante. Omitamos sin embargo la evidencia y repitamos: ¿qué problema hay en
que hayan desaparecido los tigres de Tasmania, los cuagas, los sapos
dorados o los estegosaurios? El mundo sigue girando sin afección alguna, igual que lo seguiría haciendo si desaparecieran los osos panda, las ballenas azules o los
humanos mismos.
Esa obsesión ecologista por perpetuar las especies carece de todo asidero racional, y recuerda en buena medida al empeño no menos arbitrario de quienes se obstinan en la conservación de las lenguas muertas. Existe en todo caso un importante rasgo diferencial, y es que los segundos no explotan a nadie en el afán por la consecución de sus objetivos, en tanto que los primeros vienen escribiendo su historia con prolongados regueros de muerte y esclavitud. El ecologismo se ha cobrado la vida y la libertad de millones de animales inocentes.
Esa obsesión ecologista por perpetuar las especies carece de todo asidero racional, y recuerda en buena medida al empeño no menos arbitrario de quienes se obstinan en la conservación de las lenguas muertas. Existe en todo caso un importante rasgo diferencial, y es que los segundos no explotan a nadie en el afán por la consecución de sus objetivos, en tanto que los primeros vienen escribiendo su historia con prolongados regueros de muerte y esclavitud. El ecologismo se ha cobrado la vida y la libertad de millones de animales inocentes.
Que una especie entre en peligro de
extinción por causas humanas debería ser motivo de preocupación; pero no
lo es por la especie misma, ni por la biodiversidad, ni por el
ecosistema, que ni sienten ni padecen; lo es por lo que significa
para los miembros clasificados dentro de esa especie, que
a todas luces se habrán de estar viendo damnificados por nuestras acciones. Es decir, las amenazas de extinción son el síntoma de un mal, no un mal en sí. A partir del momento en que el ecologismo
ignora el valor del individuo frente al valor de las especies o la
biodiversidad, está perdiendo todo soporte de razón y ética. Ignora que en
este mundo nada tiene valor si nadie hay que lo valore; que sólo
los individuos (las personas, los seres sintientes) tienen
potestad para hacer tal cosa; y que lo que más valoran los
individuos por encima de todo es al individuo mismo.
A pesar de todo lo dicho hasta ahora,
he decir que me considero a mí mismo una persona de profundo compromiso
ecologista. Lo soy sinceramente, pero tan solo porque entiendo que
los habitantes del planeta dependemos de sus recursos y que,
por tal motivo, hacer un uso inadecuado de ellos sería una grave
irresponsabilidad. Más allá de eso, soy incapaz de encontrar en la
ecología, la biodiversidad o las especies ninguna clase de
transcendencia de sentido deontológico. No son más que artificios formales que hemos
diseñado por pura y exclusiva conveniencia descriptiva. El ecologismo actual pone el hogar por encima del inquilino, el habitat por encima del habitante.
Se presume que a un gorila le es indiferente la extinción de los gorilas. Lo que le importa es él; no como
gorila, sino como individuo. Y lo mismo es cierto en el caso de los seres humanos.
Pocos perderían el sueño si descubrieran que dentro de 500 años no
quedarán humanos en el mundo; y aquellos que pudieran sentirse afligidos lo estarían sin duda por alguna suerte de espíritu romanticista. ¿Por qué habría de ser de otra forma? Que no haya
humanos en el futuro nos afecta tanto como que no los hubiera en el
pasado; y aquellos humanos que no existirían tampoco podrían
sentirse afectados por su no-existencia. Quizá a los gorriones del futuro les gustaría contemplar seres humanos,
pero no somos instrumentos de los gorriones, ¿verdad que no? Un
futuro semejante tan sólo resultaría inquietante en
caso de que la extinción estuviese precedida por circunstancias
terribles para los humanos postreros. Mas volvemos
otra vez a lo mismo: a los individuos, a los sujetos, a las
personas que sienten, sufren y padecen. Las especies no pasan hambre,
frío, dolor ni pena.
El ecologismo
y la ética de los Derechos Animales se encuentran bajo un fuerte conflicto en la actualidad. Sin embargo, no se trata de un conflicto
irresoluble. Al primero le aguarda aún lo que al resto de la sociedad: desprenderse de sus prejuicios especistas y extender sus consideraciones éticas sobre todo el resto de los animales de la Tierra. Será entonces cuando se alcance una armonía que le hará cobrar al ecologismo un fundamento de verdad cabal y moralmente aceptable.
En línea con todo lo que expones, mi propia síntesis sobre el tema sería la siguiente:
ResponderEliminarLo que se critica al ecologismo se puede achacar a cualquier otra doctrina o movimiento. A cualquiera. También al animalismo. La mayoría de animalistas son especistas y apoyan la explotación animal y las masacres de animales. El problema del ecologismo no tiene relación con la idea de ecologismo —entendido como preservación del medio ambiente— sino que el problema únicamente está en el especismo de los ecologistas.