viernes, 23 de junio de 2017

¿Compasión a la venta? el doblepensar se convierte en doblesentir cuando madura la carne feliz


«En un tiempo de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario
~ George Orwell ~ 

El otoño pasado, una persona inteligente, compasiva y con conciencia social me dijo que se había comprometido a dejar de participar en la crueldad animal después de ver un documental de Tribe of Heart en un festival de cine local. A partir de ahora sólo compraría "carne feliz" en Whole Foods Market.

Algo en estas palabras, ofrecidas con un sincero agradecimiento por el trabajo que hago como cineasta activista, resultaba profundamente preocupante. Sabía que formaban parte de una tendencia que había estado viendo articularse entre la audiencia en los últimos meses. Las mismas películas que una vez habían inspirado a un gran número de personas a reconsiderar por completo su participación en la explotación animal estaban ahora activando algo nuevo, un entusiasmo por las ventajas morales de la carne "humanitaria". Empecé a pensar en cómo había ocurrido y en lo grandes que parecían sus implicaciones.


Para mi sospresa, lo primero que me vino a la mente fue el libro de 1984 de George Orwell, con su representación de un mundo sombrío en el que los burócratas sin nombre redefinían cada día los significados de las palabras en el diccionario como medio de controlar los pensamientos de las masas. 
«Doblepensar —dijo Orwell— significa el poder de mantener dos creencias contradictorias en la mente al mismo tiempo, aceptando ambas».

Abrimos la puerta a una mayor contaminación y la llamamos "iniciativa de cielos claros". Evisceramos el financiamiento de escuelas y lo llamamos "ningún niño se queda atrás". Y dejamos caer bombas sobre civiles inocentes y lo lanzamos como un noble esfuerzo por traer "libertad y democracia" a esa misma gente. Sí, Orwell lo vio venir, una especie de retrovirus moral que estaba a punto de tomar el control de nuestro mundo. Sólo se equivocó en el nivel de brillantez de la mercadotecnia a la hora de disfrazar nuestra confusa capacidad de pensamiento crítico y el consiguiente entusiasmo con el que podíamos ser inducidos a participar en nuestra propia perdición

LA TERCERA OLA DEL AMBIENTALISMO: UN EJEMPLO ADMONITORIO 


En medio de este inquietante interludio, tuve la suerte de compartir una comida con John Stauber, coautor de Toxic Sludge is Good for You: Lies, Damn Lies, and the Public Relations Industry. «Esto ha ocurrido antes», dijo John, después de escuchar pacientemente mi triste historia. «Lee Losing Ground: American Environmentalism at the Close of the 20th Century, de Mark Dowie».

Así lo hice, y el asunto empeoro. Lo que me molestaba, me di cuenta, eran las devastadoras consecuencias de permitir que el lenguaje central de un movimiento social fuera distorsionado como un medio para obtener ganancias a corto plazo. Consideré, por ejemplo, palabras como "ambiental" y "orgánico". Al principio, estos conceptos significaban poco para la mayoría de la gente. Entonces, un sinnúmero de científicos, educadores y activistas trabajaron durante décadas para impregnarlos de significado y valor moral. Envueltos en estas palabras estaban los principios de la realidad ecológica, la preocupación por el bien común, el respeto a nuestro planeta y la sabiduría intemporal de los pueblos indígenas.

Accedí a Mark Dowie y a la triste historia que cuenta en Losing Ground. Algunas de las personas que habían trabajado para darle al concepto de ecologismo tanto poder jugaron involuntariamente un papel en su dilución durante lo que se ha llamado la tercera ola del movimiento ambientalista. Las masivas donaciones corporativas, los sillones de prestigio en las juntas corporativas, el almuerzo con poderosos legisladores, las muy publicitadas y
"beneficiosas para todos" colaboraciones con la industria —viendo cómo mientras tanto los presupuestos y registros de las organizaciones ambientales se disparan. Todo parece bien y correcto.

Pero con el tiempo, dice Dowie, algo sutil empieza a cambiar. Los grupos ambientalistas sin fines de lucro empiezan a competir con mayor vigor los unos contra los otros por la cobertura de prensa, el dinero y los miembros. Asoma el cinismo. Las prioridades del programa se desvían sin explicación hacia aquellas actividades que aportarán el mayor rendimiento financiero. Las organizaciones grandes comienzan a sacar crédito de las más pequeñas. Al mismo tiempo, el interés por la educación y el empoderamiento de las bases se pierden por el camino, desplazados por una fascinación por el lobby del congreso y las alianzas con la industria. El acceso fiable a la publicidad nacional y a las esferas del poder se convierte en un fin en sí mismo. Un movimiento de base se transforma en algo más profesional y profesionalizado, y lo que antes eran reuniones vibrantes caracterizadas por la diversidad y el diálogo apasionado, vienen a parecerse ahora a las reuniones de una asociación de comercio o cártel. Cada organización debe aprender cómo ganar más dinero, cómo contratar y retener a más miembros, cómo promocionar su marca y cómo dominar el mercado del significado. El idealismo de millones de ciudadanos que se preocupan por el bienestar es lanzado como carbón al horno del inagotable crecimiento empresarial.

Pronto se abre un cisma entre quienes colaboran con entusiasmo con la industria y quienes piensan que esta forma de operar representa un conflicto de intereses inherente. Poco a poco, se establece una especie de trastorno autoinmune, volviendo unos contra otros a la gente de buena voluntad. Una facción, llena de justa indignación, se manteine fiel a los "viejos caminos", y lucha cada día de forma aislada y con falta de poder. La otra facción lleva a cabo con resolución lo que debe para ganarse un lugar en la mesa donde se toman las grandes decisiones de la sociedad, y hace todo lo posible por resistir las tentaciones de complicidad.

En poco tiempo, la palabra "medioambiental" llega a aplicarse a las políticas de algunos de los peores contaminadores, y a un presidente que ha hecho más por dañar la Tierra que cualquier otro en la historia. En este mundo patas arriba, incluso Monsanto afirma ser una empresa verde, dirigida por ambientalistas, se presume.

Mientras tanto, hay quienes
deciden alejarse por completo, desmoralizados, debido a que algunas de las personas situadas en el centro del movimiento ambientalista se vuelven indistinguibles de sus antiguos adversarios. Muchos más sólo tienen una sensación de confusión y pérdida. Y los desafíos se multiplican a medida que la industria se presenta con maneras más inteligentes de difuminar la distinción entre los que sirven al bien común y los que sirven a sus propios intereses.

INTRODUCCIÓN A LA CARNE FELIZ: 1984 SE PASA A LAS GRANJAS 


Cuando terminé de leer el libro de Dowie, me di cuenta de que no había nada nuevo en todo esto. Es una historia tan antigua como las colinas. Cuando queremos, los seres humanos podemos vender lo que es sagrado para nosotros, podemos convertir cosas de valor moral trascendente en dinero y en las cosas que compra el dinero. Llevamos a nuestra vaca sagrada a subasta, y con un golpe de martillo, la transformamos en efectivo. Pero las monedas pesan mucho en nuestros bolsillos, y mucho después de que se gasten, nos atormentamos por la última mirada en los ojos de nuestra vaca, que fue llevada a la oscuridad a manos de unos impasibles extraños.

Entonces, ¿cómo se aplica esta antigua parábola hoy en día? Todo trata sobre cómo se está replanteando el problema de los animales de granja: vamos a decirle al público que el único problema real en el consumo de animales es el abuso inherente a la agricultura industrial. Por lo tanto, continúa el argumento, la solución es producir, distribuir y consumir "carne feliz". En este agresivo nuevo mundo, un sistema mecanizado diseñado para desplazar a los animales de forma rápida y efectiva, quitarles la vida, drenar su sangre y cortarlos en pedazos a una escala nunca antes imaginada, es descrito con orgullo como una "escalera al cielo" por una diseñadora de mataderos que va en camino de alcanzar el estatus de celebridad. Y nadie parpadea, ni siquiera aquellos que sostienen en sus corazones el sueño por un mundo sin violencia. Tal es el efecto hipnótico del lenguaje distorsionado y unas deslumbradoras relaciones públicas.

Está pasando ahora, ante nuestros ojos. El valor moral de la palabra "compasión", infundido durante décadas desde el altruismo y la integridad de un sinnúmero de activistas y educadores de base, está en proceso de convertirse en efectivo. La compasión ahora significará matar mayor suavidad, una nueva marca emocionante asociada con los productos entregados con la promesa de una cantidad precisa de sufrimiento regulado y aprobado. A no mucho tardar, la práctica de la compasión para muchos llegará a significar comprar y comer carne feliz, un supuesto beneficio para tres, para los animales, para la industria y para sus clientes.

Y dado a su historial de engaños y al cada vez mayor escepticismo del público, ¿cómo asegurarán las industrias explotadoras de animales a sus clientes que la carne feliz es en verdad feliz y que nada podría ser más compasivo que comprarla? Crearán comités, fundaciones y comisiones de cinta azul encargadas de desarrollar estándares detallados en cuanto a cómo se llevará a cabo la acción. Adornarán estos equipos interdisciplinarios gracias a la credibilidad de personas y organizaciones que han dedicado décadas a la causa de liberar a los animales de la explotación. Y por último, en los productos cárnicos que resulten de esta pompa, colocarán nuevas etiquetas con términos como "Certificado humano", "Compasivo con los animales", "Alimento libre", "Amigo de los animales" o "Libre de crueldad".

Al extraer del público un modesto impuesto de conciencia en forma de precios más altos para los productos que llevan la etiqueta requerida, los que amasan millones comerciando con pedazos de los animales verán cómo aumenta el precio de las acciones de su empresa. Y las organizaciones en defensa de los animales participantes se verán tentadas a declarar victorias públicas una detrás de otra y a medida que se establezca cada nuevo estándar, cosechando copiosas recompensas por la aparente reconciliación de la contradicción inherente entre el disfrute de la carne y el daño que hacemos a los animales.

¿Es de verdad esto un gran avance, o podría ser un juego de manos neo-orwelliano, el doblepensar unido en doblesentir?

DOBLESENTIR: CRUELDAD LAVADA Y COMPASIÓN MORTAL 


Un ejemplo de ello: John Mackey, director general de Whole Foods, fundador de la Animal Compassion Foundation (Fundación por la Compasión Animal) patrocinada por Whole Foods, diseñador y proveedor de nuevos "estándares de compasión" para la explotación de animales. En un discurso conferencial de 2005, Mackey declaró que «nuestra misión y responsabilidad es ayudar a todo el planeta —incluyendo a las personas, los animales y el medio ambiente— a florecer y alcanzar su estado óptimo de salud física y ecológica». Momentos después, dijo, «Ahora también reconocemos que los animales de granja son clave en el medio ambiente... al igual que el medio ambiente en su conjunto no puede hablar por sí mismo, tampoco los animales de granja pueden hacerlo. Así que es importante que tengamos la empatía de actuar en su mejor interés» (enfasis añadido).

Suena genial. Pero el espíritu orwelliano del mundo de Mackey se reveló cuando un miembro del público le preguntó por qué su compañía todavía vendía ternera, preguntándose quizá cómo apartar a un ternero de su madre y matarlo para ser empaquetado y vendido en un mercado de Whole Foods podría, bajo cualquier sistema de pensamiento racional, ser cabalmente descrito como una forma de ayudar a ese animal a lograr un "estado óptimo de salud física y ecológica" o como una acción en favor del "mejor interés" de ese individuo.

«Si es un crimen matar a una vaca adulta —dijo Mackey como respuesta, es un crimen matar a un ternero. Quiero decir que el mismo argumento podría ser hecho para el cordero o cualquier otra cosa. Whole Foods es una tienda de comestibles y nuestros clientes quieren comprar animales muertos.»

Precisamente.


Llamemos entonces a las cosas por sus nombres verdaderos. Si el Sr. Mackey y su Fundación por la Compasión Animal van a marchar bajo la bandera de la compasión, digamos claro que es, como alguien notó con ironía, una "compasión despiadada". 

Dada la profesada educación del Sr. Mackey en el campo de la filosofía, es difícil creer que los absurdos lógicos que nos pide que aceptemos sean los ingenuos errores de una mente inexperta. Más bien, como un hombre de negocios de imparable éxito, parece haber encontrado una nueva y creativa manera de afilar su ventaja competitiva. El "marketing basado en la causa" es el método en juego, y en este caso, el éxito se consigue no practicando una compasión real hacia los animales ni actuando en su mejor interés, sino generando la apariencia metódica de hacerlo, ya que esto es lo que mantiene a los clientes cerca, a los manifestantes a raya, y al precio de las acciones cada vez más alto.

Como señaló otro observador ingenioso, al igual que la tercera ola del ambientalismo se caracterizó por el "lavado verde", parece que la tercera ola de defensa de los animales está destinada a llevarnos a la "hogwashing" —la práctica de generar la apariencia pública de tener compasión por los animales mientras se sigue matando a millones de ellos con fines de lucro. Como siempre, el comprador debe tener cuidado.

GANDHI Y KING: TENER UN SUEÑO SIGNIFICA MANTENERSE FIRME 


Dicho esto, la humillante verdad del asunto es que nadie puede saber con seguridad qué camino conducirá mayor rapidez a los cambios sociales que esperan los defensores de los animales. Pero manteniéndonos a la espera y callados ante aquellos que tienen un interés financiero en la explotación de los animales, primero apropiándose y luego redefiniendo el mismo lenguaje que expresan los principios más profundos que inspiran y guían nuestro trabajo, es probable que estemos regalando nuestro poder e identidad en una forma que va a resultar muy difícil de recuperar.

Y como nuestro lenguaje pierde su integridad, nuestra capacidad para pensar críticamente y para entablar un diálogo significativo va a declinar, así como nuestra cohesión como comunidad, nuestro amor por el trabajo y la alegría que nos produce apoyar un cambio pacífico.

Pero no tenemos por qué seguir por este tortuoso camino. Hay otras opciones más directas. Aprovechando la vida y el trabajo de aquellos como Gandhi y King, podemos ver que ser práctico no es incompatible con ser idealista. Ambos se enfrentaron a presiones continuas para que comprometieran sus principios básicos a cambio de ganancias a corto plazo que eran de una necesidad desesperante para aquellos a quienes servían. Sin embargo, ninguno de estos brillantes líderes optó por ceder a tal presión, ni permanecer fiel a sus principios significó aceptar resultados de segunda clase.

En cambio, salieron de la caja sintetizando los valores de la vieja escuela con una creatividad social radical. Transformaron sus sociedades compartiendo abiertamente la verdad más profunda que conocían, en el lenguaje más directo posible, sin comprometerlo, sin dilución. Y, en particular, evitaron los conflictos de interés a toda costa. De hecho, su firme negativa a cooperar o participar en los mecanismos de explotación proporcionó la claridad y la fuerza que los impulsó a la victoria.

Al hacerlo, Gandhi y King inspiraron a millones de personas a enfocar su mirada en el objetivo final, no sólo en su propia época, sino para siempre. No sólo para aquellos que compartieron sus causas, sino para aquellos que se preocupan por cualquier causa. Y lo hicieron todo con un nivel de audacia que todavía nos quita el aliento.

Para hacer el bien a largo plazo, cada uno de nosotros debe considerar la posibilidad de que nuestras decisiones, por muy bien motivadas que estén, pueden tener consecuencias imprevistas que ninguno de nosotros desea. El éxito en la obra monumental que hemos asumido sólo vendrá cuando nuestra visión de un mundo transformado entre en armonía con los medios que usamos para hacer que la visión cobre vida. Esto no es fácil de lograr, pero se ha hecho antes, y se puede hacer de nuevo. Hacer lo contrario es ignorar gran parte de lo aprendido el siglo pasado acerca de la verdadera naturaleza del mundo interdependiente e interconectado en el que vivimos. El mensaje es el mismo para un historiador, un psicólogo, un filósofo, o un anciano indígena sentado en la cima de una montaña. Cualquier método que utilicemos para cambiar el mundo, en gran medida, llegará a definir el carácter de quiénes somos y la naturaleza de la nueva sociedad que estamos creando. Es, en esencia, una ley universal.

Así que tengamos la mente abierta, participemos en debates y diálogos animados y forjemos juntos estrategias creativas y audaces. Pero, al mismo tiempo, hagámoslo en formas que salvaguarden la integridad de nuestros principios y el lenguaje que define nuestros valores más profundos. El trabajo de hacer que el cambio real ocurra se mide mejor en décadas y vidas, no en ciclos trimestrales de negocio. No nos dejemos seducir por la creencia de que un lenguaje distorsionado y una percepción manipulada tienen algo que ver con el servicio al bien común. Nunca lo han tenido y nunca lo tendrán.

La compasión es la expresión más alta del potencial humano. Como tal, no es posible comprarla o venderla, sólo darla y recibirla con libertad. Usar esta palabra como etiqueta para los productos del sufrimiento y la explotación es nada menos que un acto de violencia.

James LaVeck, septiembre de 2006.
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