jueves, 6 de diciembre de 2018

Conejos

Existen centenares de especies, subespecies, razas y variedades de conejos distribuidas por el mundo, la inmensa mayoría producto de la inventiva humana. No es sorprendente esta pluralidad. No es sorprendente si tenemos en cuenta la extraordinaria omnipresencia que tienen estos animales en la explotación animal, ni es sorprendente a la vista de la amplísima disparidad de ámbitos en los que son utilizados.

El conejo no destinado a convertirse en carne es un conejo condenado a ser objeto de investigación; o a actuar como barómetro de toxicidades; o a servir como esclavo de compañía; o a convertirse en tejido de ropa; o a ser partícipe forzado de concursos y exposiciones; o a ser blanco de cazadores; o a transformarse en amuleto de la suerte; o a ser utensilio de prestidigitación... Nacer conejo en un mundo secuestrado por los humanos es una muy mala noticia.

Pero ni el más feroz de nuestros egoísmos ni el más recalcitrante de nuestros prejuicios puede destruir la extraordinaria riqueza que esconde todo animal. Viajemos al mundo de estos pequeños mamíferos y veamos qué curiosidades nos ofrece el viaje.

HIJOS DE RISS 

A pesar de su excelsa diversidad y distribución, lo cierto es que la familia de los conejos está compuesta por muy pocos representantes. 54 son en concreto las especies identificadas, ocupadas también —y en su mayor parte, de hecho— por liebres. Más sorprendente aún si cabe es que la práctica totalidad de las razas distribuidas hoy en día por el mundo, con toda esa extraordinaria gama de tamaños, colores y formas, derive de una sola especie: el conejo europeo o conejo común (Oryctolagus cuniculus). 

En términos evolutivos, se trata de una especie relativamente joven, y es posible además advertir ciertos paralelismos entre su historia evolutiva y la historia evolutiva del Homo sapiens. Por lo pronto, hace 45 millones no existían los conejos; sólo entonces empezaron a surgir los pioneros de su mismo orden biológico, "apenas" 40 millones de años después de que lo hiciesen los primates. Varias decenas de millones de años tardarían en salir a escena los miembros que originarían la familia de los lepóridos, los Alilepus, que vivieron hace 7 millones de años, al final del Mioceno. Cinco millones de años más tarde, a principios del Pleistoceno, aparecen los primeros conejos reales, y entre ellos encontramos por fin al más antiguo integrante del género Oryctolagus: O. laynensis, antecesor directo del actual conejo común y coetáneo de los primeros representantes del género Homo.

Las últimas glaciaciones estrecharían más aún las semejanzas, ejerciendo sobre el devenir de los dos rumbos un empuje equivalente. Los conejos, que se hallaban distribuidos por todo el continente eurasiático, fueron poco a poco emigrando hacia el sur en busca de climas más templados. Esto los condujo hasta la península ibérica; y allí, aislados en buena medida por las condiciones que imponía una severa cordillera pirenaica, terminarían haciendo acto de presencia los conejos que hoy todos conocemos, hecho que ocurría hace 200 mil años, poco después de la aparición del humano moderno.

Puede decirse pues que España es la cuna de los conejos, y los conejos serían a su vez... ¡quines darían origen a España! En efecto, según un antiguo texto del poeta romano Cátulo, lo que más habría llamado la atención de los primeros fenicios que visitaron la península ibérica habría sido la gran población de conejos que habitaba en ella. Por tal razón, decidieron bautizar a este territorio como «I-saphan-im», es decir, «tierra de conejos» (o «tierra de damanes», más bien, puesto que los fenicios, ignorantes hasta la fecha de la existencia de los conejos, confundieron a estos con aquellos procávidos de su región). Los romanos adoptarían y latinizarían el término, convirtiéndolo en «Hispania», nombre que, a lo largo de los siglos, acabaría derivando en el de «España».

Curiosa anécdota, aunque no exenta de discusión. Existen otras teorías, aunque ni tan extendidas, ni tan convincentes, ni (¡qué narices!) tan bonitas. Sea como fuere, la asociación de la península ibérica con los conejos es en cualquier caso muy remota. Ya en la época de Adriano tenían las monedas hispano-romanas grabada su figura en el anverso, y el propio Cátulo llamaba a esta región «Cuniculosa Celtibérica», algo así como «tierra celtibérica llena de conejos». 

UN ROEDOR QUE NO ERA 

Los conejos son roedores que no son roedores. Me explico: son animales que, aun teniendo el hábito de roer, no pertenecen al orden de los roedores (Rodentia); o sea, son roedores a nivel conductual, pero no a nivel taxonómico. No obstante, roen. Necesitan hacerlo para desgastar unos dientes que —como en los auténticos roedores— nunca dejan de crecer. Es por ello lógico que se los confunda a menudo. De hecho, formaron parte de este taxón hasta 1912, año en que el paleontólogo estadounidense James William Gidley advirtió la necesidad de clasificarlos de forma separada en un nuevo orden que él mismo bautizo: el de los «lagomorfos» (Lagomorpha). ¿Qué los distingue? La presencia de un segundo par de incisivos superiores, básicamente. Existen otras diferencias más sutiles, pero ésta es la fundamental.

Los conejos son animales increiblemente bien dotados. Sus sentidos de mayor relieve quizá sean el olfato y el oído, apoyado este último en sus atributos más característicos: las orejas, unos órganos largos, flexibles e independientes que actúan al mismo tiempo como termerreguladores. A esto hay que sumar la extraordinaria sensibilidad de las vibrisas (los "bigotes") y un sentido del gusto altamente sofisticado asistido por alrededor de 17 mil papilas gustativas, casi el doble que los humanos. Por otro lado, cuentan con una vista panorámica que les permite una visión próxima a los 360º, si bien es cierto que presentan un punto ciego justo enfrente de su cara (los conejos miran de lado). Es posible no obstante que sufran de cierto daltonismo y que sean algo cortos de vista, mas esta es una característica común en especies acechadas por un número elevado de depredadores un animal en permanente alerta no precisa tanto de una vista bien definida como sí de una que abarque mucho campo y perciba mejor los movimientos. Poseen por el contrario una visión nocturna muy bien desarrollada.

Los conejos sudan por la nariz, y no por las patas, como es creencia popular (éstas simplemente quedan impregnadas al ser restregadas por el apéndice nasal). Su agilidad, por supuesto, es legendaria. Sus potentes piernas les permiten saltos de hasta un metro en vertical y tres en horizontal, así como la práctica de quiebros formidables a velocidades que pueden alcanzar los 55 kilómetros por hora. Saben nadar bastante bien, aunque son poco amigos de hacerlo. Y si hay una habilidad que dominan a la perfección, esa es sin duda la de excavar. Su pericia como excavadores es tal, que el propio nombre específico que tienen asignado hace directa referencia a ello; el termino
«oryctolagus» parte de la raíz griega «orukles», que significa «excavador», mientras que el nombre «cuniculus» parece surgir de una voz de procedencia ibérica que significa «madriguera».

Hablar de los conejos exige destacar una característica poco agradable para el prisma humano: la coprofagia. Los conejos excretan dos tipos diferentes de heces, y uno de ellos... (ejem)... se lo comen. Aunque son monogastricos, su fisiología digestiva está más próxima a la de los rumiantes. En su caso, el intestino ciego hace las funciones del rumen, con la flora cecal encargada de fermentar aquellos nutrientes que no han podido ser absorbidos por el intestino delgado. Esto, por un lado, genera unos ácidos grasos que pasan al torrente sanguíneo, actuando como fuente de energía; y por otro, produce unos tipos particulares de excrementos conocidos como cecotrofos, ricos en unas proteínas y vitaminas que el animal asimila con su ingesta.

La cecotrofía se conocía desde hace mucho tiempo, pero más recientemente se ha descubierto que los conejos también pueden ingerir fecas duras con el fin de reducir aquellas partículas alimenticias que han eludido el proceso de fermentación. Todo esto puede resultar desagradable a nuestros ojos, pero se trata de un mecanismo que —unido a su carácter eurióico— proporciona a los conejos una extraordinaria ventaja ecológica. Los ambientes marginales no son para personas exquisitas, qué duda cabe.
 
TAMBOR ANDABA CONFUNDIDO 

A pesar de su amplia presencia en toda clase de centros de investigación, resulta exasperante el poco interés que parecen despertar los conejos por sí mismos, ofreciendo los buscadores académicos una cantidad exigua de estudios centrados en rasgos que no tengan algún tipo de utilidad para su explotación.

En cualquier caso, su inteligencia destaca siempre por sobresaliente. Es de entrada lo bastante inquieta como para que la inactividad les pueda generar aburrimiento, algo bien reconocido en ellos. Son animales tímidos y cautelosos (tal es así, que pueden llegar a dormir con los ojos abiertos cuando se sienten inseguros), pero muy curiosos también, lo que provoca en ellos una constante búsqueda de estímulos que les evite caer en el hastío. De hecho, tienen difícil ocultar su grado de interés por algo debido al estrecho vínculo que ello mantiene con su característico movimiento de nariz (a mayor movimiento, mayor interés). Poseen también una muy buena memoria, destacando en ejercicios de memoria espacial (recordar rutas, caminos, lugares...), memoria emocional (recordar experiencias que fueron agradables o desagradables) y memoria asociativa (pueden responder a nombres o palabras y asociar eventos determinados con sonidos u olores concretos). Los sentimientos de gratitud y rencor, por cierto, no les son en absoluto ajenos.

Es frecuente que sus habilidades cognitivas sean ilustradas equiparándolas con las de los gatos. No obstante, y aunque existen en verdad similitudes palpables, es posible que la analogía esté provocada por las muchas otras semejanzas que estas dos especies guardan entre sí. Comparten, por ejemplo, la afición por el acicalamiento, tanto el propio como el ajeno, teniendo este último —en uno y otro caso— fines de socialización. Ambos son también animales territoriales, empleando como señales de demarcación la orina, las heces y las glándulas odoríferas, que en el caso de los conejos están situadas en el mentón y el periné. Por último, unos y otros comparten la que es quizá la más sorprendente de las coincidencias: el ronroneo.

En los conejos, el ronroneo y el rechinar de dientes son signo de satisfacción, mientras que los gruñidos y suspiros son sinónimo de enfado. Pero detenerse en su lenguaje oral implicaría una pérdida indefectible de tiempo, ya que nuestro escaso conocimiento apenas alcanza las vocalizaciones más ostensibles. Por muy mesurado que pueda parecer, el rango vocal de los conejos es muy dilatado, y las sutiles diferencias tonales de sus diferentes sonidos pueden expresar un amplio abanico de emociones, muy alejado de los límites de nuestra capacidad de comprensión, probablemente.

El lenguaje corporal no le va a la zaga. La orientación del cuerpo, sin ir más lejos, no es siempre gratuita. Por ejemplo, dar la espalda tiene en los conejos un significado similar al que tiene en los humanos: ofensa o desprecio. Por el contrario, su alegría y satisfacción es a menudo expresada mediante una conducta
clásica consistente en una combinación vertiginosa de carreras, giros y acrobacias. No son pocos quienes han creído ver en tales actitudes un ataque repentino de locura, confusión del todo comprensible. Pero se ha de insistir en que también lo referente a la comunicación corporal da para una enciclopedia. La sola posición de las orejas, por ejemplo, encierra una criptografía interminable. 


Merece la pena no obstante dedicar un instante a una de sus expresiones físicas más conocidas: la costumbre de dar fuertes patadas contra el suelo. Este hecho le resta originalidad a Walt Disney en la creación del personaje de Tambor (quien ya de por sí estaba inspirado en la Señora Liebre, del escritor Felix Salten). Sin embargo, el simpático amigo de Bambi pateaba el suelo en momentos de alegría o excitación, mientras que los verdaderos conejos lo emplean sobre todo como muestra de cabreo o malestar. Ahora bien, Tambor también aprovechaba el golpeteo para llamar la atención de sus amigos, y en eso si hay cierta concordancia, ya que los conejos que viven en grupo se sirven de los golpes contra el suelo para advertir a sus compañeros de la presencia de amenazas. Es su forma de decir: «¡Ey, compañeros, al tanto!».
 
POR SUPUESTO, YA TE HABRÁS DADO CUENTA QUE ESTO SIGNIFICA GUERRA 

Los conejos son animales crepusculares que llevan a cabo su mayor actividad superficial durante la salida y la puesta del sol, hábito con el que tratan de evitar tanto a los depredadores diurnos como a los nocturnos. El resto del tiempo lo pasan en las guaridas que tienen escavadas en el suelo. Estas madrigueras subterráneas se asemejan a una urbanización. Se trata de un intricado conjunto de habitáculos, galerías y pasadizos interconectados y dispuesto para la acogida de todo un grupo familiar, que puede llegar a estar compuesto por hasta un centenar de miembros. Las sociedades conejiles actúan de forma cooperativa, especialmente en las labores de vigilancia, pero sus costumbres están regidas por una estrecha jerarquía.

En los grupos pequeños predomina la monogamia, con una relación de sexos proporcional y parejas reproductoras estables. Por el contrario, en los grupos más densos impera la presencia de las hembras, con unos pocos machos inmersos en constante y feroces batallas por lograr los más altos rangos de poder, encargados de determinar las prioridades de apareamiento. En las hembras, por su parte, el estatus jerárquico proporciona privilegios de ocupación y de crianza. Las hembras de más alto rango tienen reservadas las galerías más confortables y seguras, y sólo las dos o tres más dominantes cuentan con el derecho de parir a sus hijos dentro del vivar comunitario, estando las demás (la mayoría) obligadas a dar a luz y amamantar a sus hijos en una gazapera independiente y alejada del núcleo principal.

La hembras (que pueden llegar a sufrir embarazos psicológicos, dicho sea de paso) están receptivas todo el año, pero sólo inician la reproducción cuando las condiciones son propicias (¡y aun entonces son capaces de absorber los embriones si la situación se vuelve adversa a lo largo de la gestación!). Una vez construida la cámara de cría, cubren su interior con hierbas y pelos que se arrancan a sí mismas, especialmente de la zona ventral, dejando así las mamas al descubierto. Las glándulas odoríferas mencionadas antes proporcionan a cada individuo un olor particular, pero las crías carecen de él, permitiendo que la madre las impregne con el suyo y pueda así identificarlas (de ahí el conocido riesgo de que las madres rechacen a sus hijos en caso de que alguien tenga la imprudencia de tocarlos). Los gazapos nacen después de un mes de gestación, en un número variable que por lo general oscila entre los 3 y los 6 (el récord está en 24). La hembra, a pesar de ser herbívora, se come la placenta, los cordones umbilicales y cualquier rastro del parto que pueda ser foco de olor y suciedad. 

A partir de ese momento, las crías pasan la mayor parte del tiempo solas. La madre, que sigue alojada en el vivar colectivo, sólo las visita una vez al día, con una regularidad circadiana y por espacio de los pocos minutos que duran las tomas de leche. Habrá quienes la acusen de pobre espíritu materno, pero la cosa no es tan simple: por frívola que pueda parecer su actitud, es posible que la estrategia sea la más adecuada para todos, pues la madre poco puede hacer frente a la gran mayoría de los peligros potenciales que acechan a sus bebés, de modo que permanecer junto a ellos sólo serviría para exponerla a ella misma en un riesgo inútil y llamar más la atención de los depredadores (sépase en justicia que, por lo demás, las conejas son madres de una entrega y osadía insignes, no dudando en poner su propia vida en juego cuando la situación invita a hacerlo). Pasadas tres semanas, los hijos emergen por fin al exterior, alcanzando la madurez al cabo de unos 4 meses. Las hembras se unirán a la comunidad con su madre, mientras que los machos serán más propensos a separarse y tratarán de formar sus propios grupos familiares. Unos y otros encararán las intensas vicisitudes de una vida que, con suerte, puede llegar hasta la década (la mayor longevidad cocida es de 17 años).

Tambor, Bugs Bunny, Harvey, los conejos de Watership Down, Oswald, el conejo de Pascua, Roger Rabbit, el conejo blanco de Lewis Carroll, E.B., Peter Rabbit, Benjamin Bunny, Frank, el conejo de Duracell... Llama mucho la atención la gran presencia que tienen los conejos en la literatura, el cine, la televisión y el arte en general. Y no se trata de una tendencia reciente. Son una infinidad las culturas que a lo largo de la historia han reservado algún espacio a estos animales: muchas leyendas orientales los asociación con la luna y la fertilidad; formaban parte del bestiario azteca; cobraron categoría sagrada para los celtas; y era una figura habitual entre los códices medievales, por poner sólo algunos breves ejemplos.

Sin embargo, en referencia a los conejos hay dos cosas que todas las culturas del mundo han tenido siempre en común. Por un lado, el hecho de verlos como un símbolo de pureza, ternura e inocencia; y por otro, el haber bañado siempre esa pureza, ternura e inocencia de violencia, dolor y muerte. Una vez más, confío en que el relato de algunas de sus características genuinas contribuya a cambiar esa tendencia y ayude a generar por fin el respeto que tanto se merecen.

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4 comentarios:

  1. Igor, ¡que gran ensayo! Sin duda todos los animales no-humanos poseen singularidades que los hacen únicos, tanto a nivel de grupo como de individuos.

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  2. MUY INTERESANTE CONOCER ESTAS CARACTERISTICAS DE LOS CONEJOS...QUE HAY DE CIERTO QUE SI LOS CONEJOS ESTAN ENCERRADOS EN UN BAUL AL CAER UN RAYO EL CONEJO DESAPARECE...

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    1. Lo único cierto de eso es que no lo había escuchado nunca.

      Pido por favor que los comentarios no se escriban en mayúsculas, pues en lenguaje escrito se interpretan como un equivalente de los gritos.

      Un saludo.

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  3. Yo si lo había escuchado, de hecho en algún momento un familiar, encontro un conejo silvestre, y este se desapareció después de caer un trueno

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