jueves, 2 de abril de 2020

La psicología de las vacas


RESUMEN

Las vacas domésticas (Bos taurus) se consumen en todo el mundo como carne de vacuno, se mantienen como productoras de leche, se emplean como animales de tiro, y se usan para una larga lista de otros productos, incluidos el cuero y el estiércol. Pero, a pesar de esta dependencia milenaria y global hacia las vacas, la mayoría de la gente las percibe como a ganado pesado con poca personalidad individual y unas preferencias o relaciones sociales muy simples. Sin embargo, una revisión de la literatura científica sobre el comportamiento de las vacas apunta a unas características cognitivas, emocionales y sociales muy complejas. Además, cuando se aborda el comportamiento de las vacas, se realiza casi por completo dentro del marco aplicado de la producción alimenticia. Así pues, el estudio comparativo básico de la inteligencia, la personalidad y la socialidad de las vacas goza de una atención relativamente escasa. En esta revisión, examinamos el estado actual de conocimientos científicos sobre las vacas dentro de un marco comparativo objetivo, describiendo sus características cognitivas, emocionales y sociales. Nuestro propósito es proporcionar un resumen actualizado, veraz y objetivo de la psicología de las vacas en sus propios términos y de forma que facilite una comparación con otros animales mejor documentada. Además, esperamos que la comprensión de sus capacidades y características permita conocerlas mejor como individuos.

INTRODUCCIÓN 

Las vacas (a menudo denominadas ganado) representan el tipo más común de los grandes ungulados domesticados (aunque también hay variedades salvajes). Pertenecen a la subfamilia Bovinae, y son la especie más extendida del género Bos, clasificadas colectivamente como Bos taurus. Las vacas son usadas de múltiples formas en todo el mundo. Se crían para carne (carne de vacuno), para leche y otros productos lácteos, y como animales de tiro (bueyes o cabestros que arrastran carros, arados y otros utensilios). Otros productos derivados de las vacas incluyen el cuero para el mercado textil y el estiércol para funciones de abono o combustible. A pesar de, o quizás debido a su ubicuidad como propiedades de uso, la mayoría de la gente tiene difícil relacionarse con las vacas en sus propios términos, es decir, sin los prejuicios creados por su utilidad social y económica. La mayoría reconoce que el resto de los animales, incluidas las vacas, poseen la capacidad de experimentar dolor y emociones básicas. Sin embargo, a pesar de la evidencia empírica de una facultad emocional, social y cognitiva compleja, existe aún una gran brecha entre nuestra comprensión y aceptación de la complejidad emocional e intelectual de nuestras mascotas (es decir, perros y gatos) y las de los animales de granja o "de consumo" (Herzog 2010; Joy 2009). 

Las vacas criadas para alimento en granjas industriales experimentan condiciones angustiosas y poco naturales desde el nacimiento hasta su muerte (Boris 2011; D'Silva 2006). Por otro lado, una gran cantidad de estudios han demostrado que, en la ganadería tradicional, las vacas lecheras y sus terneros sufren angustia por motivo de su separación (para una revisión, véase Enriquez, Hotzel y Ungerfeld 2011; véase también Johnsen et al. 2015). Los terneros macho se crían en corrales de aislamiento para producir carne de ternera, el ganado con astas es sometido a procedimientos de cauterización que producen respuestas conductuales y fisiológicas de dolor (Stafford y Mellor 2011) y, durante el transporte al matadero, las vacas sufren rutinariamente de hambre, sed y lesiones corporales, por nombrar sólo algunas de las condiciones padecidas de ordinario por estos animales (Knowles, Warriss y Vogel 2014; Weary, Niel, Flower y Fraser 2006). La mayoría de estos procedimientos no están dictados por cuestiones de bienestar ni por necesidades de consumo, sino que están motivados por el intereses corporativo en la maximización de beneficios (Gunderson 2013). Además, las vacas, al igual que otros animales de granja, están siendo utilizadas también para crear órganos humanos. Dado lo sujetas que están las vacas a todas estas prácticas altamente invasivas y cosificadoras, la necesidad de comprenderlas en sus propios términos ha sido una tarea largo tiempo suspendida. 

Este trabajo representa una revisión científica de lo que sabemos acerca de las vacas en un intento por ubicar nuestra comprensión de ellas fuera del marco de su uso como fuente de alimento, ropa, trabajo y órganos. La sustancial y creciente literatura en torno a la psicología y riqueza mental de los demás animales está teniendo consecuencias éticas importantes en cuanto a nuestra relación y trato hacia ellos. De igual modo, comprender la psicología de las vacas debería tener un impacto similar en nuestra visión de ellas y su bienestar. La literatura científica en torno a la psicología y el comportamiento de las vacas está dominada por temas aplicados que vinculan sus habilidades conductuales y cognitivas con factores principalmente relevantes para la ganadería intensiva (por ejemplo, su capacidad de crecimiento y reproducción). Y dado que este tipo de contextos aplicados moldean nuestra comprensión de las vacas desde una perspectiva científica y pública, evaluar objetivamente a las vacas en sus propios términos y comprender su psicología se torna aún más importante a fin de poder orientar mejor ese conocimiento en aras de su bienestar e intereses. 

En este documento revisamos la literatura aplicada y básica en torno a la cognición, las emociones, la personalidad y la complejidad social de las vacas en un intento por capturar la gama completa de estudios científicos disponibles. No es sin embargo una mera revisión exhaustiva de todo lo que se sabe sobre la psicología y la conducta de las vacas, sino que se exploran también las capacidades conductuales y cognitivas demostradas por las vacas y se identifican algunas de las áreas más acuciadas de futuros estudios. Además, en contraste con los numerosos libros existentes sobre las vacas y su bienestar desde una perspectiva de gestión, cría y producción (por ejemplo, Grandin 2015; Moran y Doyle 2015; Weaver 2012), esta revisión se centra en las características psicológicas y sociales de las vacas como individuos y bajo sus propios términos una perspectiva de común descuido. Al igual que con cualquier grupo taxonómico, es necesario considerar los factores específicos de la especie, como la historia evolutiva y las habilidades sensoriales, para poder interpretar con mayor precisión los hallazgos sobre su cognición, emocionalidad, socialidad y otras características, y para establecer también comparaciones mejor sustentadas entre taxones. Por lo tanto, lo que sigue es una breve descripción de la evolución, la filogenia y la domesticación de las vacas, así como lo que sabemos sobre sus sistemas sensoriales.

EVOLUCIÓN Y DOMESTICACIÓN

Las vacas han sido domesticadas para uso humano desde el neolítico temprano (alrededor del 10500 a. C.) a partir de los uros salvajes (Bos primigenius). La domesticación se originó en dos lugares principales. Por un lado, Oriente Medio y Europa, donde nació el linaje taurino, y por otro, el subcontinente indio, de donde resultó la variedad indicina (McTavish, Decker, Schnabel, Taylor y Hillis 2013). Aunque las vacas europeas descienden principalmente de la línea taurina, hubo un flujo de genes entre ambas en el pasado. Algunos investigadores han sugerido que el ganado taurino africano deriva de una tercera línea de domesticación independiente originada a partir de los uros de África del norte. Lo que está claro es que las vacas domesticadas fueron adquiriendo una mezcla genética sustancial a medida que se fueron distribuyendo (Decker et al. 2014). Las poblaciones mestizas se volvieron más fácilmente reconocibles a partir de la hibridación de Bos t. indicus y Bos t. taurus, lo que ocurrió en China, África y América. Después de su introducción en América a finales de la década de 1400, los rebaños semisalvajes fueron sometidos a entre 80 y 200 generaciones de selección principalmente natural, en contraste con la selección artificial generada por los humanos en los programas de cría del Viejo Mundo. La compleja historia de las vacas deja en claro que las vacas actuales son una mezcla de varios linajes diferentes y sujetos a presiones de selección tanto naturales como artificiales (Decker et al. 2014; McTavish et al. 2013). 

SISTEMA SENSORIAL-PERCEPTIVO

Las vacas son animales diurnos, y aunque dependen de las cinco modalidades sensoriales, la visión es su sentido dominante (Adamczyk et al. 2015). Son animales de presa y, como tales, tienen los ojos ubicados a los lados de la cabeza, lo que les proporciona un campo de visión de al menos 330 grados. Sin embargo, su visión binocular se limita a unos 30-50 grados, y tienen un punto ciego justo en la parte posterior. Su agudeza visual es alta, pero sus habilidades de adaptación no están tan desarrolladas como en los humanos (Adamczyk et al. 2015). Son dicromáticas y distinguen los colores de longitud de onda larga (rojo, naranja y amarillo) mejor que los de longitud de onda más corta (azul, verde). Las vacas prestan más atención a los objetos móviles que a los estáticos y, a menudo, se "asustan" con los movimientos bruscos (Adamczyk et al. 2015). 

Su rango auditivo va desde los 23 Hz hasta 35 kHz, y su oído es más agudo que el de los caballos (Heffner y Heffner 1983). Sin embargo, su umbral promedio de localización acústica es de 30 grados, lo que las hace menos hábiles a la hora de localizar sonidos que las cabras (18 grados), los perros (8 grados) y los humanos (0,8 grados). Su escasa capacidad para la localización acústica puede hacerlas más inseguras respecto de la ubicación de los depredadores y, por ello, más miedosas (Adamczyk et al. 2015). 

Las vacas tienen un sentido del gusto bien desarrollado y capaz de distinguir los cuatro sabores principales (dulce, salado, amargo y ácido). Poseen alrededor de 20.000 papilas gustativas. Evitan los alimentos de sabor amargo (potencialmente tóxicos) y tienen una marcada preferencia por los alimentos dulces (de alto valor calórico) y salados (de buen equilibrio electrolítico). Las plantas tienen bajos niveles de sodio, pero las vacas han desarrollado la capacidad de encontrar la sal a través del gusto y el olfato. Por otro lado, su sensibilidad al sabor ácido las ayuda a mantener el equilibrio del pH ruminal (Ginane, Baumont y Favreau-Peigne 2011).

Las vacas son macrosmáticas, lo que significa que tienen un sentido del olfato muy agudo, y poseen órgano vomeronasal, empleando la respuesta Flehmen (curvar los labios superiores y exponer los dientes frontales durante varios segundos, inhalando el aire con las fosas nasales cerradas) para hacer llegar a éste órgano las sustancias olfativas (Adamczyck et al. 2015). Cuentan también con un intrincando complemento de glándulas odoríferas, que incluye glándulas interdigitales, infraorbitales, inguinales y sebáceas. El olfato juega un papel importante en su vida social, pero su relevancia para la alimentación es menos conocida. En general, las vacas usan su olfato para ampliar la información que obtienen de los otros sentidos, pero en el caso de los comportamientos sociales y reproductivos parece representar una fuente esencial de información (Phillips 2002). Además, existen evidencias de que las vacas pueden detectar en la orina de sus congéneres hormonas asociadas con el estrés (Boissy, Terlouw y Le Neindre 1998).

Las vacas también son muy sensibles al tacto y su piel y su hocico están provistos de mecanorreceptores, termorreceptores y nociceptores. Usan el tacto para determinar la idoneidad de ciertos alimentos. Son sensibles al dolor, pero, al ser animales de presa, pueden suprimir ocasionalmente los signos dolorosos tradicionales para eludir la atención de los depredadores (Bomzon 2011). No obstante, se han identificado en ellas una serie de signos confiables de dolor y angustia (Weary et al. 2006), incluso durante las manipulaciones típicas de la industria ganadera, como el descornado (Faulkner y Weary 2000). Curiosamente, aunque las vacas se muestran a menudo temerosas al hecho de que los humanos las toquen, algunas formas de contacto físico las tranquilizan, como el rascado detrás de las orejas (Moran 1993).

MÉTODOLÍA

Realizamos en primer lugar una búsqueda en la Web of Science Core Collection usando términos referentes a la inteligencia, la cognición y el comportamiento, y seguimos después con búsquedas directas online basadas en Google en todas las principales revistas con revisión por pares (véase la Tabla 1) usando tanto términos afines como palabras clave de documentos ya existentes (por ejemplo, inteligencia, cognición, comportamiento, aprendizaje, memoria, socialidad, autoconciencia, etc.). También usamos términos de búsqueda más específicos en la Web of Science dentro de estas categorías más amplias cuando lo creímos necesario. Además, utilizamos estos mismos términos para buscar en ScienceDaily noticias relevantes y artículos revisados por pares. Realizamos a su vez una búsqueda completa de los sitios web de los principales autores en estos campos y en torno a todos sus proyectos relevantes. Por último, buscamos en la sección de referencias de cada uno de los artículos documentos adicionales de revistas misceláneas (no enumeradas en la Tabla 1) y nos aseguramos de que la búsqueda general fuera exhaustiva. Incluimos libros, capítulos de libros, disertaciones y tesis, así como documentos empíricos y revisiones (que proporcionaron una descripción e interpretación adicional de los datos empíricos). Se incluyó literatura tanto de psicología comparada básica como aplicada. No se aplicaron sobre los artículos restricciones de tiempo para su inclusión, pero se les dio prioridad a los artículos más recientes en los casos pertinentes. La sección de referencias del presente documento muestra la amplitud completa de las fuentes consultadas.

Dividimos nuestros hallazgos en cuatro grandes categorías: aprendizaje y cognición, emociones, personalidad y complejidad social.

APRENDIZAJE Y COGNICIÓN

La cognición se refiere a los mecanismos por los cuales un individuo adquiere, procesa, almacena y traduce la información, e incluye el aprendizaje, la memoria y la toma de decisiones (Shettleworth 2010). La inteligencia se refiere presumiblemente a la calidad de estos mecanismos en términos de rapidez, profundidad y complejidad. Por otra parte, existe siempre una interacción entre los procesos cognitivos de "nivel superior" y aquellos considerados de nivel más básico (Shettleworth 2010). La literatura científica que aborda directamente la cognición, el aprendizaje y la memoria de las vacas es relativamente escasa. Gran parte de nuestra comprensión actual de la inteligencia de las vacas tiene que inferirse de otras áreas de estudio, incluida la tocante a la complejidad social y la comunicación de otros mamíferos. No obstante, aquí haremos un resumen de todo el cuerpo de conocimientos actuales arrojado desde los estudios aplicados y básicos en torno a la cognición de las vacas.

Se han realizado relativamente pocos estudios directos sobre el aprendizaje y la memoria de las vacas fuera del marco de los estudios aplicados (por ejemplo, capacitar a las vacas para que accedan a comederos automáticos, determinar sus preferencias alimentarias, etc.). Sin embargo, estos estudios proporcionan una ventana a algunos procesos cognitivos básicos. Además, estas investigaciones demuestran unas habilidades de aprendizaje rápidas y notables. Las vacas pueden aprender la ubicación de un comedero después cinco días sometidas a dos pruebas diarias de diez minutos. Uno de los estudios demostró su memoria a largo plazo al comprobar que el 77% de las vacas eran capaces de recordar lo aprendido seis semanas después de que cesaran las pruebas (Kovalchik y Kovalchik 1986). En un antiguo estudio sobre condicionamiento auditivo, las vacas aprendieron a responder adecuadamente al sonido de una alarma al cabo de siete ensayos (Kiley-Worthingthon y Savage 1978). Otro estudio de aprendizaje asociativo reveló que las vacas tienen la capacidad de aprender de forma rápida (al cabo de unas pocas sesiones) una asociación entre un estímulo acústico no aversivo y la descarga eléctrica de una cerca virtual, siendo capaces de retener lo aprendido sin ayuda de indicadores añadidos (Lee et al. 2009). Baldwin y Start (1978, 1981) demostraron que los terneros pueden aprender a empujar con sus hocicos una abertura a fin de interrumpir un haz de luz que enciende o apaga las luces del alojamiento. Los terneros con deficiencia de sal han demostrado la capacidad de aprender a presionar un panel para acceder a soluciones de sodio (Sly y Bell 1979, 1981).

Con el fin de descubrir su capacidad para extrapolar la ubicación de los objetos en movimiento, las vacas fueron sometidas a una prueba conocida como test de Krushinsky. Los sujetos van siguiendo un carro de comida que se mueve lentamente y del que van comiendo. Si cuando el carro se mete en un túnel, perdiéndose así de vista (una forma de desplazamiento invisible), los sujetos se desplazan hasta al extremo más alejado del túnel para esperar la salida del carro, entonces queda demostrada su capacidad para inferir los movimientos futuros del carro a partir de su trayectoria anterior. Las vacas son capaces de superar con éxito esta prueba, aunque no con tanta consistencia como los cerdos y las cabras (Albright, Kilgour y Whittlestone 1982). 

Una de las áreas más desconocidas en torno a la cognición de las vacas es la permanencia del objeto, evocadas en estudios como el anterior. Pero, si bien es cierto que las habilidades cognitivas reflejadas en pruebas como el test de Krushinsky se parecen a la permanencia del objeto, hasta la fecha no se han publicado estudios que prueben de verdad la permanencia del objeto en vacas. La permanencia del objeto es una habilidad cognitiva vital que subyace a otras capacidades complejas, como la abstracción, la predicción del tiempo y el espacio, y la toma de perspectiva (Liberman y Trope 2014). Determinar de qué nivel de permanencia del objeto son capaces las vacas y otros animales es importante a la hora de interpretar sus dotes en áreas que parecen depender de la representación mental o la formación de constructos de orden superior, cosa que abordaremos a continuación (Liberman y Trope 2014).

DISCRIMINACIÓN DE OBJETOS, FORMAS E INDIVIDUOS DE OTRAS ESPECIES

Muchos estudios sobre el comportamiento de las vacas investigan su facultad de discriminación, es decir, su capacidad para aprender y reconocer la diferencia entre dos estímulos distintos. El aprendizaje por discriminación de objetos implica la capacidad de aprender a discriminar estímulos u objetos sobre la base de sus atributos y a través de un reforzamiento diferencial (Kehoe 2008). La discriminación de objetos es indudablemente esencial para otras formas de aprendizaje y cognición. Hace posible la formación de categorías y conceptos; habilidades que, a su vez, pueden proporcionar un pilar cognitivo para otras capacidades complejas. Todos los animales poseen cierta facultad para aprender a discriminar objetos, desde la discriminación de estímulos concretos simples hasta conceptos más complejos e incluso abstractos. 

Muchos son los mamíferos, desde los roedores hasta los primates nohumanos, capaces de practicar discriminaciones bastante complejas (Fagot 2000; Matsuzawa 2001; Zentall y Wasserman 2006). Los perros, por ejemplo, pueden clasificar fotografías en color de distintos estímulos naturales (Range, Aust, Steurer y Huber 2008). La discriminación de objetos complejos ha sido demostrada de igual modo en otros animales de granja (por ejemplo, en los cerdos, Sus scrofa; Croney, Adams, Washington y Stricklin 2003; Hemsworth, Verge y Coleman 1996; Tanida y Nagano 1998). Las palomas (Columbia livia) y otras aves también han demostrado ser capaces de clasificar y diferenciar varios estímulos distintos (por ejemplo, Huber, Apfalter, Steurer y Prossinger 2005).

Las vacas pueden realizar discriminaciones entre una amplia variedad de estímulos. Bajo los paradigmas del condicionamiento operante, las vacas pueden discriminar entre formas geométricas (Baldwin, 1981), colores (Gilbert y Arave, 1985), tamaños (Rehkämper y Görlach, 1997), e incluso estímulos que difieren tanto en brillo como en tamaño (Schaeffer y Sikes 1970). No obstante, las vacas han demostrado ser capaces de discriminaciones aún más complejas que las referentes a meros estímulos geométricos estáticos. Por ejemplo, pueden discriminar entre individuos humanos a partir de distintos factores de medición. Uno de ellos es la manipulación. Los terneros y las vacas adultas reflejan respuestas aprendidas de miedo hacia aquellos humanos que los han manipulado con anterioridad (Hotzel, Machado Filho, Yunes y Silveira 2005; Munksgaard, de Passillé, Rushen, Thodber y Jensen 1997). Las vacas adultas tienen la capacidad de aprender a diferenciar a los manipuladores aun cuando estos emplean la misma ropa. En un estudio, a las vacas se las enseñó a presionar sus narices contra la muñeca derecha de un manipulador para obtener una recompensa alimenticia. El experimento contaba con dos manipuladores distintos, uno que respondía a los sujetos dándoles comida y otro que no. Las vacas aprendieron a acercarse a la persona que les daba comida con mucha mayor frecuencia que a aquella que no lo hacía (Taylor y Davis 1998). Esta capacidad para el aprendizaje asociativo garantiza habilidades aún más complejas en otras áreas, como la discriminación de congéneres dentro de un contexto social (discutido a continuación).

DISCRIMINACIÓN DE CONGÉNERES

La capacidad de discriminar entre individuos es esencial para las relaciones sociales, las jerarquías y las reacciones diferenciales entre individuos conocidos y desconocidos. Es lo que subyace en las características sociales más complejas de las vacas que se describen más adelante. La discriminación individual no es lo mismo que el más complejo reconocimiento individual, definido como la representación mental de las características de identificación de un individuo, pero sí que es uno de sus requisitos previos. De este modo, es de lógica comenzar a investigar las habilidades generales de reconocimiento social de una especie partiendo de su habilidad para la discriminación individual. Son muchos los animales que pueden hacer discriminaciones individuales, incluidos los perros (Molnár, Pongrácz, Faragó, Dóka y Miklósi 2009), los elefantes (Loxodonta africana; McComb, Moss, Sayialel y Baker 2000) y los cerdos (de Souza, Jansen, Tempelman , Mendl y Zanella 2006). Esta facultad no sólo permite distinguir a alguien emparentado de alguien no emparentado y a alguien extraño de alguien conocido, sino también aquellas discriminaciones más depuradas de identificación individual que se dan dentro de las redes sociales.

Existe una cantidad sustancial de literatura que demuestra que las vacas pueden discriminar a sus congéneres bajo una amplia diversidad de circunstancias. En el paradigma de un laberinto en Y, los novillos pueden aprender rápidamente (en unos pocos ensayos) a distinguir a los congéneres conocidos y retener esa información durante al menos doce días (Hagen y Broom 2003). Los novillos pueden a su vez aprender a reconocer a vacas individuales aun cuando los individuos difieren en familiaridad al comienzo de la prueba (Coulon, Delatouche, Heyman y Baudoin 2009). Pueden también distinguir a los miembros de su propia especie de los de otras especies (perros, ovejas, caballos y cabras). Para esta prueba se aseguro de que no pudieran servirse de las características distintivas más simples de las vacas controlando las cantidad de superficies en blanco y negro, el tamaño de las cabezas y otros aspectos visuales. Esta tarea en particular requiere de una habilidad compleja para la categorización, ya que a los sujetos les fueron mostradas también vacas de distintas razas y, por lo tanto, con diferentes fenotipos. A pesar de ello, en apenas unas pocas sesiones las vacas pudieron discriminar entre fotografías que reflejaban rostros diferentes de vacas y rostros de otras especies. Estos resultados demuestran que las vacas pueden categorizar la "uniformidad" de los rostros de las vacas como un grupo separado de los rostros de otras especies incluso en condiciones de variabilidad fenotípica (Coulon et al. 2007). En un estudio posterior, Coulon, Baudoin, Heyman y Deputte (2011) comprobaron que los novillos pueden distinguir a las vacas conocidas de las desconocidas de entre una muestra de imágenes faciales bidimensionales. El estudio proporcionó también resultados que sugieren que las vacas categorizan lo conocido y lo desconocido en una fase muy temprana de la prueba y que interpretan las imágenes como representaciones metales de los individuos reales. Los novillos sin contacto previo con fotografías se decantaban de inmediato por las imágenes de congéneres conocidos. Esto les sugirió a los autores que los novillos emplean imágenes mentales almacenadas a partir de antiguas interacciones sociales como representaciones de los individuos reales. Las pruebas de control fueron congruentes con esta interpretación. Además, el hecho de que en los experimentos sólo se emplearan fotografías sugiere que las vacas poseen una capacidad de discriminación visual sofisticada e independiente de los mecanismos quimiosensoriales. 

COGNICIÓN ESPACIAL

La cognición espacial (aprendizaje y memoria) se refiere a la capacidad de adquirir, recordar, organizar y utilizar información sobre aspectos espaciales del entorno, como orientarse y aprender a discriminar y priorizar la ubicación de los objetos. Algunas formas de aprendizaje espacial dependen de una representación mental fruto de la memoria a corto y largo plazo, pudiendo servir de base para complejos mapas cognitivos del entorno y muchos otros comportamientos estratégicos sociales y no-sociales dados en acciones tales como la búsqueda de alimento y la migración. Se conoce bien lo complejas que son las habilidades espaciales de las aves que almacenan comida (Balda y Kamil 2002; Shettleworth 2002), y muchos otros taxones exhiben también sofisticadas capacidades espaciales para la navegación y el forrajeo, incluidos los roedores (Bird, Roberts, Abroms, Kit y Crupi 2003) y los peces (Brown 2015). Los perros también demuestran complejas capacidades espaciales de orientación y búsqueda, lo que sugiere que emplean mapas cognitivos (véase la revisión de Bensky, Gosling y Sinn 2013). Esto también puede ser cierto en el caso de los cerdos (véase la revisión de Marino y Colvin 2015). Los chimpancés y otros primates nohumanos también poseen sofisticadas capacidades de aprendizaje y memoria espacial, en algunos casos a la par con los humanos de cuatro años de edad (por ejemplo, Garber y Dolins 2014). 

Los animales que pastan, como las vacas y las ovejas, se desempeñan muy bien en las pruebas de laberinto, lo que indica que tienen buena memoria espacial, algo útil para pacer con una eficiencia óptima. Esta conclusión está respaldada por un cuerpo de evidencias bastante sustancial. En una prueba de campo cerrado configurada para medir la capacidad de orientación en un laberinto de Hebb-Williams, las vacas obtuvieron resultados tan favorables como los cerdos, las ovejas, las cabras y los perros (Kilgour 1981). Bailey, Rittenhouse, Hart y Richards (1989) realizaron dos estudios para examinar la memoria espacial de las vacas. En el primero, el rendimiento de los novillos fue evaluado en laberintos radiales y paralelos de varios niveles de complejidad. En el segundo, se examinó el curso temporal de su memoria espacial. Los autores descubrieron que aquellos sujetos que aprendían los laberintos de manera eficaz tenían la capacidad de asociar varios lugares diferentes con la comida y retener ese conocimiento hasta pasadas 8 horas. Los autores sugirieron el empleo de señales visuales, pero no pudieron controlar todos los factores involucrados en la tarea. Además, cuando tienen oportunidad, las vacas suelen emplear estrategias de búsqueda sistemáticas al estilo de senderos no aleatorios que disminuyen la distancia recorrida respecto de las fuentes de alimentación, y ajustan los patrones de búsqueda dependiendo de si los alimentos están agrupados o dispersos. La memoria y las estrategias les ayudan a optimizar la eficiencia alimenticia (Laca 1998).

Otros estudios respaldan la idea de que las vacas tienen una gran capacidad para la memoria espacial. Ksiksi y Laca (2002) descubrieron que los novillos recordaban la ubicación de los cuencos de comida durante al menos 48 horas. Algunas vacas no sólo son capaces de memorizar laberintos simples o la ubicación de un alimento en el campo, sino que también pueden aprender a atravesar un laberinto complejo (con múltiples brazos) cuando se les brinda la oportunidad de un aprendizaje paulatino. Una vez aprendida, pueden recordar la configuración del laberinto durante un mínimo de 6 semanas (Hirata, Tomita y Yamada 2016). Además, también pueden recordar la asociación entre una señal visual (una tinaja de plástico) y una recompensa alimenticia durante al menos un año (Hirata y Takeno 2014). 

RESUMEN SOBRE EL APRENDIZAJE Y LA COGNICIÓN DE LAS VACAS 

Existes evidencias suficientes que demuestran que las vacas poseen una capacidad para discriminar y unas habilidades cognitivas espaciales bien desarrolladas, así como que están facultadas para el aprendizaje complejo y la memoria a larga plazo. Son capaces de hacer discriminaciones entre estímulos complejos (humanos y congéneres). No obstante, y en términos generales, son precisas investigaciones básicas añadidas que estudien de forma directa las habilidades cognitivas y de aprendizaje de las vacas en una gama más amplia de dominios. Por ejemplo, sería interesante que se realizaran estudios sobre la permanencia del objeto, así como que se ampliara la literatura comparada con otras especies. También merecería la pena abordar otras áreas como la numerosidad, el aprendizaje continuado y la percepción del tiempo. 

EMOCIONES

El concepto de emoción es complejo y comparte "límites difusos" con otros aspectos de la psicología general. Las emociones comprenden procesos subjetivos conductuales, neurofisiológicos, cognitivos y conscientes (Mendl y Paul 2004; Paul, Harding y Mendl 2005), pudiendo moldear la atención, la toma de decisiones y la memoria. Las emociones mismas están influenciadas por factores tales como la conciencia situacional y la sensibilidad hacia las experiencias ajenas. Las emociones y la cognición se encuentran a menudo íntimamente conectadas en la forma de una interacción compleja (por ejemplo, los recuerdos puede generar emociones intensas y éstas, a su vez, modular las respuestas a los estímulos; Mendl, Burman, Parker y Paul 2009; Ohl, Arndt y van der Staay 2008; Paul et al. 2005). 

Hoy en día está bien aceptada la idea de que muchos animales nohumanos experimentan emociones básicas (si bien no lo está tanto la idea de que poseen emociones complejas). Este es particularmente el caso en los mamíferos, a pesar de que gran parte de la imagen queda aún por completar en términos de detalle y distribución taxonómica (Bekoff 2005; Panksepp 2004). Muchos estudios dedicados a las emociones de los demás animales se refieren sin embargo a "estado afectivo" o "afecto nuclear", es decir, la terminología difiere de la empleada en la literatura dedicada a las emociones humanas (Fraser, Weary, Pajor y Milligan 1997). La relación entre el afecto y la emoción es compleja y contiene una serie de componentes teóricos que aún se siguen discutiendo (Barrett 2012).

Los estudios sobre las emociones de las vacas, como en el resto de animales, tienden a centrarse sólo en dos dimensiones fácilmente identificables, a saber, la valencia (positiva/negativa o agradable/desagradable) y la intensidad (débil/fuerte), que varían con independencia la una de la otra. Es razonable argumentar que el énfasis puesto en estos aspectos unidimensionales básicos de las emociones de los otros animales se debe más a nuestras propias presunciones sobre su naturaleza y a las limitaciones de su medición que a una falta real de complejidad y sutileza (Désiré, Boissy y Veissier 2002). Además, como las emociones tienen componentes cognitivos, conductuales, autónomos y subjetivos que se correlacionan entre sí, existen formas establecidas de identificar emociones en otros animales por medio de la medición directa de uno o varios de estos elementos y la inferencia posterior de la presencia de los restantes.

La literatura sobre las emociones de las vacas y otros animales de granja es sustancial, y confirma no sólo que las experimentan en un amplio abanico de formas, sino también que algunas de sus respuestas son bastante complejas. Las emociones básicas son los pilares de habilidades más complejas y sofisticadas. Por ello, haremos una breve revisión de ellas a continuación. Los fenómenos psicológicos más complejos, como el sesgo cognitivo y el contagio emocional, se exploran después con más profundidad, ya que sugieren la capacidad de fenómenos mentales más sofisticados, como la empatía. 

ESTADOS EMOCIONALES POSITIVOS Y NEGATIVOS

Los estudios indican que las vacas expresan sus estados subjetivos internos con múltiples cambios conductuales y fisiológicos. Existen numerosos estudios en torno a sus respuestas de miedo y ansiedad. Uno de los paradigmas más usados con las vacas a la hora de probar su miedo es el test de Campo Abierto (o test de Arena). Las vacas revelan respuestas demostrables de miedo cuando se enfrentan a situaciones de tal naturaleza, como un aumento de la latencia a entrar en un recinto, defecaciones, vocalizaciones e intentos por escapar, pero las respuestas de miedo bajo este paradigma no están demasiado correlacionadas con el miedo expresado en otras situaciones. Esto demuestra que las respuestas de miedo de las vacas están formadas por factores diversos y complejos, y que la idea de un "miedo general" es una burda simplificación (Forkman, Boissy, Meunier-Salaun, Canali y Jones 2007). Parece lógico sostener que se producen niveles similares de simplificación a la hora de interpretar las respuestas emocionales positivas. Se ha de tener en cuenta esta conclusión al revisar la medida de otras emociones de las vacas (véase más abajo). 

PORCENTAJE DE BLANCO OCULAR

La relación entre los cambios en el porcentaje de blanco ocular y las emociones de las vacas ha representado un enfoque de investigación significativo en los últimos años. El porcentaje de blanco visible en los ojos aumenta cuando la vaca eleva su párpado superior, y el músculo responsable de ello está controlado por los axones simpáticos posganglionares vinculados con las emociones (Sandem y Janczak 2006). Los cambios en el porcentaje de blanco ocular se conceptualizaron en su inicio como expresiones de excitación general, pero ahora se consideran indicadores de valencia emocional. 

Proctor y Carder (2015b) examinaron si el porcentaje de blanco visible en los ojos era una medida de un estado positivo y una baja excitación. Tomaron muestras focales de trece vacas lecheras durante sesiones de caricias suaves. El porcentaje de blanco ocular visible disminuyó durante el estado positivo y fue significativamente inferior a los porcentajes previos y posteriores a la prueba. Los autores concluyeron que el blanco visible en los ojos de las vacas era un indicador válido de excitación emocional positiva.

Un estudio anterior investigó los cambios en el blanco ocular de 24 vacas lecheras seleccionadas al azar a partir de un eje de frustración-satisfacción. Las vacas se dividieron en dos grupos de doce individuos. Un grupo estuvo expuesto a un estímulo frustrante representado por una caja rectangular de madera que contenía comida pero que estaba cubierta con plexiglás. Las vacas podían ver y oler la comida a través de unos agujeros pequeños, pero no podían acceder a ella. El otro grupo de vacas fue expuesto a una caja de madera abierta con comida en su interior. Las vacas expuestas al estímulo frustrante tenían un mayor porcentaje de blanco ocular visible que las vacas expuestas al estímulo agradable. El aumento del blanco ocular también se correlaciona con los indicadores conductuales de frustración, que incluyen agresividad, estereotipias, vocalizaciones y sacudidas de cabeza (Sandem, Braastad y Bøe 2002).

Las madres vacas que son separadas de sus terneros también muestran un aumento del blanco ocular, además de otros signos conductuales de frustración. Su porcentaje de blanco ocular disminuye significativamente cuando se reúnen con sus terneros (Sandem y Braastad 2005). Los trabajos llevados a cabo hasta la fecha sugieren que el porcentaje de blanco ocular es un indicador emocional elocuente, asociándose los porcentajes mayores con el miedo y la frustración y los menores con los sentimientos positivos. 

OTRAS MEDIDAS: LAS TEMPERATURA NASAL, LA POSICIÓN DE LAS OREJAS Y LA FRECUENCIA CARDÍACA

La temperatura corporal periférica también ha sido identificada como un indicador de los estados emocionales subjetivos de los mamíferos nohumanos. En las vacas, esto es algo que se ha estudiado midiendo la temperatura de la nariz. Proctor y Carder (2015a) investigaron los efectos que tenía en la temperatura nasal de las vacas la inducción de un estado emocional positivo y de baja excitación. El estado positivo fue inducido por medio de caricias que simulaban un acicalado sobre las zonas predilectas de las vacas, una actividad que se ha demostrado que las induce a la relajación y a una baja frecuencia cardíaca. El acariciado resultó en una disminución significativa en la temperatura nasal promedio. Dado que algunas investigaciones anteriores habían sugerido que los estados emocionales negativos daban como resultado una disminución de la temperatura corporal periférica, estos hallazgos sugirieron que los estados emocionales positivos pueden conducir por igual a un cambio en la temperatura corporal periférica que los estados emocionales negativos (Proctor y Carder 2015a). 

La posición de las orejas también puede servir de indicador del estado emocional de las vacas. Proctor y Carder (2014) analizaron si la posición de las orejas podía predecir el estado emocional positivo de un grupo de 13 vacas a quienes les fue ofrecido un estímulo placentero en forma de caricias suaves por parte de un investigador humano al que estaban habituadas. Los investigadores completaron un total de 381 observaciones focales en periodos de quince minutos. Cada muestra de quince minutos incluía cinco minutos de observaciones de referencia, cinco minutos de caricias agradables y cinco minutos de observaciones posteriores. Luego se analizaron los vídeos para determinar la cantidad de tiempo que permanecían las orejas de las vacas en cuatro posiciones previamente identificadas. Las posiciones relajadas, que son aquellas en que las orejas se inclinan hacia atrás o quedan colgadas a los lados, se mostraban durante más tiempo en el momento de las caricias que antes y después de ellas. Las posiciones menos relajadas, aquellas en que las orejas se ponen erguidas o se inclinan hacia delante, tenían una probabilidad mayor en los momentos previos y posteriores. Además de ello, las posturas relajadas eran a su vez más frecuentes en el momento posterior a las caricias que en el momento previo (Proctor y Carder 2014).

En cuanto a medidores fisiológicos, aunque la frecuencias cardíaca se emplea a menudo como un indicador de respuestas emocionales, su confiabilidad puede llegar a ser pequeña. A pesar de ello, la variabilidad de la frecuencia cardíaca de las vacas se revela como un importante indicador fisiológico de angustia (Mohr, Langbein y Nürnberg 2002). Si bien es cierto que se requieren estudios de confirmación adicionales, los habidos hasta ahora sugieren que las vacas proporcionan importantes indicadores conductuales y fisiológicos de sus estados emocionales internos. 

JUEGO

El comportamiento lúdico (o la falta del mismo) también puede actuar como indicador de estados emocionales positivos y negativos (Held y Spinka 2011). Sin embargo, debe tenerse en cuenta que la conducta de juego (que puede adoptar la forma de juego con objetos, juego social o juego locomotor) es cualquier cosa menos simple. El juego está relacionado con la curiosidad y la innovación y, por ello, forma la base de algunas de las habilidades sociales y motoras más complejas (Bateson, Bateson y Martin 2013), tanto en humanos como en el resto de los animales. Expresa también una adecuada interacción con el entorno y los demás. La mayoría de los mamíferos practican el juego (Burghardt 2005; Holloway y Suter 2004), así como algunas aves (Emery y Clayton 2015), anfibios, reptiles, peces (Burghardt 2015) e invertebrados (Zylinski 2015). El juego es más predominante en los individuos jóvenes. La conducta lúdica está asociada con la liberación de endorfinas (Boissy et al. 2007), y los juegos sociales en particular son un potente incentivador del aprendizaje experiencial (Humphreys y Einon 1981; Trezza, Baarendsem y Vanderschuren 2010). 

Las vacas practican todas las formas de juego conocidas en los mamíferos, tales como juegos con pelotas, brincos y carreras, así como juegos sociales incluso con miembros de otras especies. Los terneros empiezan a practicar juegos de peleas, acicalados sociales y otras actividades lúdicas alrededor de la segunda semana de vida, alcanzando su punto álgido a la edad de cuatro meses (Reinhardt, Mutiso y Reinhardt 1978). La conducta de juego de las vacas es, como en otros mamíferos, un reflejo de sus circunstancias. Por ejemplo, cuando los terneros son liberados del confinamiento aumentan su frecuencia de galopes y coces (formas de juego locomotor) (Jensen 1999). Del mismo modo, el alojamiento en parejas y una mejor asignación de leche aumentan su comportamiento lúdico (Jensen, Duve y Weary 2015). En este último estudio, se apreció un mayor índice de juego locomotor en los novillos alojados en parejas que en los del grupo de control, mientras que el juego social, como los juegos de lucha, sólo fue observado en los primeros. Los alojamientos compartidos y las dietas mejoradas actúan de forma sinérgica en la predisposición al juego y, por lo tanto, en el bienestar (Jensen et al. 2015). Por contra, el destete precoz y la reducción de leche redujeron la conducta lúdica de los terneros (Krachun, Rushen y de Passillé 2010). De forma poco sorprendente, el dolor, en varias de sus formas, disminuye el comportamiento de juego en las vacas (Mintline et al. 2013). Así pues, las vacas privadas de sus necesidades o sujetas a situaciones negativas muestran una reducción del juego, mientras que un aumento del mismo expresa los efectos de un estado de bienestar. 

EMOCIONES COMPLEJAS

Las experiencias emocionales complejas se definen en el contexto de este artículo como aquellas respuestas emocionales que interactúan con otras características mentales, como la cognición y la socialidad. Las cuatro áreas a revisar son 1) las reacciones emocionales al aprendizaje, 2) el sesgo cognitivo, 3) el contagio emocional y 4) la amortiguación social. Estas experiencias emocionales más complejas sugieren la posibilidad de que las vacas posean capacidades psicológicas de gran sofisticación, como la autoconciencia y la empatía. 

REACCIONES EMOCIONALES AL APRENDIZAJE

Las reacciones emocionales al aprendizaje se refieren a los efectos emocionales producidos por la mejora en una tarea, siendo independientes de las reacciones suscitadas por la propia recompensa. En otras palabras, las reacciones emocionales al aprendizaje tienen que ver con la excitación y la emoción positiva que se genera al darse uno cuenta de que está controlando una situación particular y acercándose a una meta dada. Hablamos pues del entusiasmo que puede crearle a un individuo el hecho de empezar a controlar el acceso a una recompensa. Se ha argumentado que este tipo de experiencia emocional compleja se basa en cierto nivel de autoconciencia, como la autorreferencia o la autoagencia (Hagen y Broom 2004). Hagen y Broom (2003) observaron en las vacas posibles signos de placer y excitación (a saber, un mayor contacto e interés hacia uno de los experimentadores humanos) en el momento en que realizaban con éxito una prueba de discriminación. En una prueba más directa de esta hipótesis, a unos novillos les fue enseñada una tarea paradigmática de control uncido en la que dos grupos recibían una recompensa pero sólo uno de ellos podía controlar su entrega. Alcanzaron un rendimiento satisfactorio confiable al cabo de doce ensayos. Los sujetos experimentales dieron muestras de una mayor excitación que los sujetos de control, no sólo en general, sino también en cuanto a la relación temporal respecto del aprendizaje operante. Debido a que tanto el grupo experimental como el grupo de control percibían las signos de la proximidad de la recompensa, es improbable que las diferencias se deban a la sensibilidad hacia las señales. Los autores especularon que el aumento de la excitación en el grupo experimental fue el resultado directo de la mejora en su desempeño, lo que sugiere que estaban reaccionando emocionalmente a una sensación de autoeficacia. Estos hallazgos tienen implicaciones sugerentes en cuanto a la autoconciencia de las vacas. 

SESGO COGNITIVO

El sesgo cognitivo, el efecto que las emociones negativas y positivas tienen sobre el juicio y el desempeño cognitivo, ha sido un área de creciente interés en el ámbito de la psicología comparada. 

Los sesgos negativos suceden cuando se responde negativamente a los estímulos ambiguos como resultado de alguna experiencia emocional negativa previa, y, de igual modo, los sesgos positivos comprenden los efectos que tienen sobre la cognición las experiencias emocionales positivas. El sesgo cognitivo ha sido comparado con el optimismo y el pesimismo, lo que sugiere un vínculo con estados emocionales complejos, tanto en humanos como en nohumanos. El sesgo ha sido demostrado en un amplio número de animales nohumanos, incluidos los estorninos (Sturnus vulgaris; Matheson, Asher y Bateson 2008), las ovejas (Ovis aries; Doyle, Fisher, Hinch, Boissy y Lee 2010), los cerdos (Douglas, Bateson, Walsh, Bédué y Edwards 2012), los perros (Brooks et al. 2010), los monos capuchinos (Cebus apella; Pomerantz, Terkel, Suomi y Paukner 2012), los delfines mulares (Tursiops truncatus; Clegg , Rödel y Delfour 2017), y las abejas (Apis mellifera; Bateson, Desire, Gartside y Wright 2011).

Las emociones negativas también parecen influir en el juicio de los terneros. Los terneros Holstein muy jóvenes mostraron un sesgo negativo durante al menos las 22 horas siguientes a una cauterización con un hierro candente; las probabilidades de que se aproximasen a los colores ambiguos de una pantalla se redujeron a lo largo de dos sesiones posteriores al procedimiento (Neave, Daros, Costa, von Keyserlingk y Weary 2013). Un segundo estudio examinó la habilidad de 13 terneros Holstein criados junto a sus madres para discriminar los colores rojo y blanco reflejados en un monitor. Los terneros recibían una recompensa si se acercaban al color blanco y se mantenían alejados del color rojo. En algunos ensayos les fueron presentados también algunos estímulos ambiguos, distintos del blanco y el rojo. Antes de ser separados de sus madres, los terneros respondían a estos estímulos ambiguos como si fuesen blancos (es decir, como si fuesen estímulos positivos a los que debían acercarse) en el 72% de las ocasiones. Sin embargo, después de la separación, esta respuesta se redujo al 62%, a pesar de que su reacción al blanco y al rojo siguió siendo la correcta. Estos resultados sugieren que, al igual que los humanos, las vacas angustiadas exhiben un sesgo de respuesta relativamente más negativo hacia los estímulos ambiguos (Daros, Costa, von Keyserlingk, Hötzel y Weary 2014).  

CONTAGIO EMOCIONAL 

Las emociones tienden a influir sobre más de un individuo dentro de un grupo. Además, pueden compartirse a través de un proceso conocido como contagio emocional, que ocurre cuando se excita la emoción de alguien como resultado de presenciar la misma emoción expresada en otro individuo (Hatfield, Cacioppo y Rapson 1993). Algunos investigadores consideran que el contagio emocional es una forma básica de empatía, la capacidad de sentir un estado emocional ajeno bajo la perspectiva del otro (de Waal 2008). El contagio emocional puede que sea el nivel de empatía filogenéticamente más antiguo y el componente básico de su forma más compleja, ya que es difícil imaginar la capacidad de empatizar sin la facultad de compartir o imitar la experiencia emocional a algún nivel. De Waal (2008) sugiere que el contagio emocional forma la base de la preocupación simpática (que implica cierta toma de perspectiva) y, en última instancia, de un altruismo basado en la empatía. Siguiendo esta línea de razonamiento, es importante determinar si una especie es capaz de contagio emocional a fin de descubrir su capacidad para fenómenos de orden superior, como la empatía y la compasión. 

El contagio emocional, al igual que otros mecanismos psicológicos semejantes, tiene como objetivo último proporcionar a los animales sociales un medio por el que comunicar circunstancias que pueden afectar a todo el grupo para poder así responder en consecuencia. El contagio emocional ha sido demostrado en muchos de aquellos taxones que forman sociedades complejas, como los perros (Joly-Mascheroni, Senju y Shepherd 2008), los lobos (Canis lupus; Romero, Ito, Saito y Hasegawa 2014), los grandes simios (Anderson, Myowa-Yamakoshi y Matsuzawa 2004; Palagi, Norscia y Demuru 2014) y los cerdos (Reimert, Bolhuis, Kemp y Rodenburg 2013, 2014). 

Una serie de estudios sobre una forma de contagio emocional mediado por señales olfativas ha demostrado que, cuando las vacas están expuestas a congéneres estresados, muestran respuestas pronunciadas de estrés, como una disminución de su ingesta alimenticia y una liberación mayor de cortisol. Estas respuestas estuvieron en parte inducidas por el olor de la orina (Boissy et al. 1998).

AMORTIGUACIÓN SOCIAL

Los mamíferos sociales no son individuos que se limiten a mantenerse cerca los unos de los otros. Bien al contrario, están sujetos a una estrecha interacción con su grupo social. Así como el contagio emocional ilustra la conexión de los individuos dentro de estos grupos sociales, el amortiguamiento social es un fenómeno que ejemplifica el importante rol emocional que desempeña el grupo para muchas especies de mamíferos, incluidas las vacas. El amortiguamiento social hace referencia a la forma en que muchos animales sociales mitigan su respuesta a las tensones negativas cuando se hayan en presencia de congéneres (Kikusui, Winslow y Mori 2006). Y si bien es cierto que el contagio emocional puede hacer también que el estrés aumente cuando un individuo se expone a un congénere altamente estresado, para la mayoría de los mamíferos sociales la sola presencia de un congénere calmado resulta tranquilizadora. Asimismo, a los mamíferos sociales les resultan muy estresantes las situaciones de aislamiento social (Kikusui et al. 2006).

El amortiguamiento social ha sido demostrado desde los humanos (Thorsteinsson, James y Gregg 1998) hasta muchas especies de primates nohumanos como los macacos Rhesus (Macaca mulatta; Gilbert y Baker 2011), pasando por las cobayas (Cavia porcellus; Hennessy, Maken y Graves 2000) y las gallinas (Gallus gallus; Edgar et al. 2015). Como mamíferos altamente sociales que son, las vacas revelan una fuerte respuesta a sus circunstancias sociales, demostrando que el aislamiento social les es muy angustiante y manifestando respuestas consistentes de protección social cuando están acompañadas.

Las pruebas llevadas a cabo con toros empleados por la industria cárnica muestran que sus niveles de estrés en los momentos previos al sacrificio son menores si gozan de contacto visual o físico con los miembros de su grupo social, así como que estos efectos estaán asociados con las cohesiones del grupo (Mounier, Veissier, Andanson, Delval y Boissy 2006). Otros estudios han confirmado que el mero contacto visual puede actuar como un amortiguador social efectivo en el estrés de las vacas (Boissy y Le Neindre 1990; Grignard, Boissy, Boivin, Garel y Le Neindre 2000). Del mismo modo, las vacas estresadas tienden a buscar a otras vacas no-estresadas (Ishiwata, Kilgour, Uetake, Eguchi y Tanaka 2007), presumiblemente con objeto de aliviar su propio estrés.

Los terneros buscan activamente la compañía de otros animales (Holm, Jensen y Jeppeson 2002), lo que sugiere que la presencia de otros congéneres jóvenes les reporta beneficios de apoyo social (Færevik, Jensen y Bøe 2006). A diferencia de las vacas adultas, los terneros prefieren el contacto físico completo antes que un simple contacto indirecto entre rediles (Holm et al. 2002). Pero entre las vacas adultas, incluso un estímulo "social" artificial y puramente visual, como un espejo, puede ser una fuente de amortiguación social. Los novillos colocados ante un espejo frontal (es decir, en frente de "otra" vaca) muestran una frecuencia cardíaca menor que aquellos colocados junto a un espejo lateral o sin espejos (Piller, Stookey y Watts 1999). (En cualquier caso, y en términos generales, los efectos de la amortiguación social son bastante notables tanto en terneros como en vacas adultas, demostrándose que los factores que intervienen en la moderación de sus estados emocionales son de una gran complejidad [Rault 2012]).

Existen numerosos estudios que muestran efectos emocionales y cognitivos positivos en las vacas que viven emparejadas o en grupo, en contraste con aquellas que se encuentra en situación de aislamiento (por ejemplo, Broom y Leaver 1978; Chua, Coenen, van Delen y Weary 2002; De Paula Vieira, von Keyserlingk y Weary 2010; Gaillard, Meagher, Keyserlingk y Weary 2014; Vessier, Gesmier, Le Niendre, Gautier y Bertrand 1994). Por ejemplo, Sato (1994) descubrió que los terneros destetados que disfrutaban de una mayor frecuencia de lametones por parte de otras vacas eran más proclives al incremento de peso, planteando el autor la hipótesis de que el acicalado social tiene en las vacas el efecto de un estabilizador psicológico. Más recientemente, Shin, Kang y Seo (2017) descubrieron que las vacas embarazadas que viven en pareja, a diferencia de aquellas que viven en rediles individuales, muestran una mayor capacidad para lidiar con el estrés producido por un cambio en la rutina alimenticia. Ninguno de estos hallazgos resulta inesperado dada la compleja y elevada naturaleza social de las vacas, tal y como se discutirá a continuación. La crianza y las experiencias sociales parecen ser imprescindibles para el sano desarrollo psicológico de las vacas, sobre todo en los primeros compases de la vida. Se puede argumentar que los beneficios que la vida en sociedad genera sobre el aprendizaje son una forma de amortiguación social a largo plazo.

VÍNCULO EMOCIONAL MADRE-CRÍA

Una gran cantidad de investigaciones ha confirmado que las vacas y sus terneros experimentan fuertes lazos emocionales que se forman inmediatamente después del parto y que el destete natural es un proceso que dura muchos meses (von Keyserlingk y Weary 2007). El vínculo entre la madre y la cría depende en parte de las varias horas de lametones que la primera dedica a la segunda justo después del parto (Hudson y Mullord 1977; Le Neindre y D’Hour 1989).

Del mismo modo, las vacas suelen experimentar gran angustia cuando se separan de sus crías, estrés que se alivia con el reencuentro (Solano, Orihuela, Galina y Aguirre 2007). Un estudio sobre el vínculo materno de las vacas lecheras descubrió que las madres forman fuertes vínculos con sus terneros en apenas cinco minutos de contacto con el recién nacido. Las madres que fueron separadas de sus terneros al cabo de estos cinco minutos fueron capaces de reconocer a sus propios hijos y dedicarles comportamientos maternos pasadas 12 horas desde la separación. Todas las madres mostraron signos de angustia (deambular, orinar, vocalizar, golpear, etc.) después de la separación. Se quedaron en un extremo del prado, vocalizando continuamente y luciendo señales de un alto grado de intranquilidad. Las vacas seguían mostrando signos de angustia a las 24 horas de las separación, pero ya no eran capaces de reconocer a sus terneros (Hudson y Mullord 1977).

Varios estudios confirman que tanto la madre como la cría experimentan mayor angustia cuanto más tardía es la separación. Un estudio que forzó separaciones al cabo de seis horas, un día y cuatro días halló que las respuestas emocionales de los terneros se correlacionan con el momento de la separación (es decir, con la cantidad de tiempo que habían pasado junto a sus madres antes de la separación). Las madres separadas de sus crías a los cuatro días llamaron a éstas con voces de magnitud y frecuencia significativamente más altas que las de los dos grupos restantes (Weary y Chua 2000). Las llamadas de contacto entre las madres y los terneros tienen una importancia crítica a la hora de mantener su vínculo. Barfield, Tang-Martinez y Trainer (1994) demostraron que las crías de 3 a 5 semanas de edad pueden reconocer las voces de sus propias madres. Por su parte, Marchant-Forde, Marchant-Forde y Weary (2002) demostraron que las madres y los terneros muestran respuestas conductuales a las llamadas del otro y que los terneros responden preferentemente a las llamadas de su propia madre frente a las llamadas de otras vacas adultas.

Un estudio reciente separó a los terneros en dos grupos distintos para examinar los efectos del vínculo materno. Los terneros de un grupo gozaron de un contacto ilimitado con sus madres y fueron amamantados por éstas, mientras que los terneros del otro grupo fueron alimentados a través de un comedero automático. Todos los terneros, sin embargo, permanecieron junto a sus rebaños. Al ser más tarde expuestos a situaciones desafiantes, como un test de aislamiento o la presencia de una vaca desconocida, los terneros criados por sus madres se mostraron más activos en su esfuerzo por volver junto a sus madres y rebaños que los terneros alimentados de forma artificial, así como unos niveles más bajos de hormona del estrés (Wagner et al. 2013). 

RESUMEN SOBRE LAS EMOCIONES 

Existe un gran cuerpo de evidencias conductuales que demuestra que las vacas no sólo poseen una amplia gama de emociones sino también que algunas de esas emociones son de un nivel de complejidad equiparable al de muchos mamíferos reconocidos como inteligentes. Estas evidencias incluyen comportamiento lúdico e interacciones cognitivo-emocionales que van desde el sesgo cognitivo hasta el contagio emocional, la amortiguación social e incluso la reacción emocional al aprendizaje. 

PERSONALIDAD 

La personalidad hace referencia a "aquellas características de los individuos que describen y explican patrones de afecto, cognición y comportamiento temporalmente estables" (Gosling 2008, pág. 986). O dicho de otra manera, la personalidad es ese conjunto de rasgos que hacen diferentes a los individuos y son consistentes en el tiempo. El concepto de personalidad se basa en el reconocimiento de la individualidad y, por lo tanto, tiene implicaciones críticas en cuanto a la consideración del resto de animales. En lugar de ver a los otros animales como unidades intercambiables y unidimensionales de un grupo, población o especie, el reconocimiento de su personalidad enfatiza su carácter genuino. Además, la interacción de la personalidad con la cognición y las emociones configura estrechamente la conducta y el desempeño frente a un amplio número de funciones (Carere y Locurto 2011). 

En los humanos, existe un amplio acuerdo en torno a un modelo de personalidad de cinco factores, que incluye las dimensiones de apertura, responsabilidad, extraversión, amabilidad y neuroticismo (por ejemplo, McCrae y Costa 2008). Aunque algunos autores prefieren hablar de "síndromes de comportamiento" o de "temperamento" en referencia a los demás animales (Reale, Reader, Sol, McDougall y Dingemanse 2007), lo observado y documentado hasta la fecha arroja pocas diferencias entre estos fenómenos y la personalidad (Gosling 2008). 

Los estudios de la personalidad en los animales nohumanos han demostrado que los rasgos de personalidad están omnipresentes en el reino animal; un gran catálogo de peces (Mittelbach, Ballew y Kjelvik 2014; Toms, Echevarria y Jouandot 2010), aves (por ejemplo, las gallinas, Gallus gallus domesticus, Favati, Leimar y Lovlie 2014; los pinzones cebra, Taeniopygia guttata, David , Auclair y Cezilly 2011, Schuett, Dall y Royle 2011; o las codornices japonesas, Coturnix japonica, Miller, Garner y Mench 2006), mamíferos (por ejemplo, los cerdos, Sus domesticus, Marino y Colvin 2015; los caballos, Equus caballus, Hausberger, Bruderer, Le Scolan y Pierre 2004; los perros, Canis familiaris, Svartberg, Tapper, Temrin, Radesäter y Thorman 2005; los gatos, Felis catus, Bennett, Rutter, Woodhead y Howell 2017; o los primates nohumanos, Freeman y Gosling 2010), reptiles y anfibios (Allard, Fuller, Torgerson-White y Murray 2015; Burghardt 2013), e invertebrados (Kralj-Fišer y Schuett 2014, para una revisión) reflejan diferencias individuales persistentes y clasificables a lo largo de las distintas dimensiones centrales de la personalidad, muchas de las cuales se superponen con las presentes en los seres humanos (Gosling 2008; Gosling y John 1999; Marino y Colvin 2015). Vonk, Weiss y Kuczaj (2017) ofrecen una revisión completa y actualizada de la personalidad en los animales nohumanos.

El estudio de los rasgos intraindividuales (es decir, los pilares de la personalidad) de las vacas es relativamente nuevo. La mayoría de los estudios en este terreno no comenzaron hasta principios de la década del 2000. Además, la mayoría de las investigaciones se han llevado a cabo en torno a aquellos rasgos asociados con una mayor producción ganadera, como el aumento de peso, la reproducción o la producción de leche (por ejemplo, Hedlund y Løvlie 2015; Van Reenan et al. 2002). Estos factores han modelado y limitado la disponibilidad de datos directos sobre los rasgos de la personalidad de las vacas. 

ESTABILIDAD DE LAS CARACTERÍSTICAS CONDUCTUALES DE LAS VACAS

A pesar de lo limitado de los datos existentes sobre la personalidad de las vacas, varios estudios han establecido una pauta clara de patrones conductuales y fisiológicos intraindividuales estables (Kovács et al. 2015; Lanier, Grandin, Green, Avery y McGee 2000; MacKay, Haskell, Deag y van Reenan 2014; Müller y Schrader 2005; van Reenen et al. 2002). Lanier et al. (2000) hallaron evidencias de que la reactividad individual al estrés resulta un elemento predecible en las vacas. En este experimento, la reactividad de las vacas a los sonidos y movimientos intermitentes mostró una correlación significativa con la valoración temperamental asignada en un anillo de subasta. De igual modo, Van Reenen et al. (2002) evaluaron las diferentes respuestas individuales frente a un ordeño mecánico, medidas en los días 1, 2, 4 y 130. Como indicadores se incluyeron las patadas, los pisoteos, los niveles de cortisol, la frecuencia cardíaca, la cantidad de leche producida, la tasa de flujo, el tiempo de ordeño, y el nivel de oxitocina presente en la leche residual. Las diferencias conductuales se mostraron consistentes desde el primero ordeño hasta el último. Los indicadores fisiológicos individuales también se revelaron en buena medida consistentes en el tiempo. Los autores concluyeron que el ordeño mecánico resulta estresante para algunas vacas y no así para otras. También concluyeron que el factor mediador en la capacidad de respuesta de una vaca al ordeño mecánico estaba asociado con las "características estables del animal" (Van Reenan et al. 2002, pág. 2557). Müller y Schrader (2005) hallaron pruebas adicionales de la presencia de características de personalidad estables en las vacas. Se evaluaron 35 vacas lecheras para determinar la consistencia intraindividual a largo plazo de sus respuestas conductuales y adrenocorticales frente a un factor de estrés bien conocido (a saber, la separación social). Aunque se manifestaron algunos efectos de habituación, los resultados mostraron una alta consistencia intraindividual en todas las respuestas conductuales evaluadas (caminar, vocalizar, defecar), así como en los niveles de cortisol salival, a lo largo de dos lactancias diferentes. Por otro lado, el análisis de componentes principales señaló tres patrones de comportamiento fundamentales: sociabilidad, ansiedad y exploración. Dos de ellos son análogos a dos de las dimensiones descritas en el modelo de cinco factores de la personalidad humana: extraversión y neuroticismo (Müller y Schrader 2005), rasgos que en investigaciones previas han demostrado una presencia generalizada en el reino animal (véase Gosling y John 1999 para una discusión).

NERVIOSISMO, MIEDO Y REACTIVIDAD

Es importante tener en cuenta que la alta reactividad es una adaptación evolutiva de los ungulados. Sin embargo, dada su asociación con unas tasas más bajas de producción de leche (Hedlund y Løvlie 2015) y el aumento de peso (Müller y von Keyserlingk 2006), su interpretación, bajo el marco de la industria ganadera, ha sido predominantemente negativa. Esta forma de evaluar la reactividad ilustra bien la forma en que la industria de la explotación animal, desde un contexto artificial, contempla como indeseables aquellos rasgos adaptativos que han permitido a los animales prosperar en sus entornos naturales, y cómo su cría y manipulación están a menudo en confrontación con su naturaleza básica.

Los estudios sobre la reactividad sugieren que las respuestas al estrés de las vacas individuales tienen patrones conductual y fisiológico consistentes a lo largo de diferentes momentos y situaciones. Hedlund y Løvlie (2015) investigaron la asociación entre las respuestas conductuales al ordeño, las respuestas frente a las medidas de personalidad (reacciones a objetos nuevos y al aislamiento social) y la producción de leche durante la primera lactancia en vacas rojas suecas y vacas Holstein. Las vacas que pisoteaban (un comportamiento que indica nerviosismo, miedo o incomodidad) durante el ordeño y las vacas que estuvieron más tiempo frente al rebaño durante el aislamiento social produjeron menos cantidad de leche. Además, también quedó reflejado un vínculo entre una mayor frecuencia de vocalizaciones durante la separación social y una menor producción de leche. Los resultados sugieren una correlación negativa entre los niveles de nerviosismo y la producción de leche, si bien es cierto que factores como la raza, los indicadores de comportamiento nervioso y la medida de producción influyeron en los resultados, lo cual complica la relación (Hedlund y Løvlie 2015). 

La velocidad de huida es otro indicador de miedo y reactividad en las vacas. Por ello, son múltiples los estudios que la han investigado en relación a su personalidad. En uno de estos estudios, a las vacas les fue asignada una puntuación de temperamento basada en la velocidad con que entraban y salían de una jaula de tratamiento. Las vacas con una puntuación de ≤ 3 fueron clasificadas como de temperamento "adecuado", mientras que las vacas con una puntución de > 3 se describieron como de temperamento "agresivo". Las vacas con temperamentos agresivos tenían unos niveles de cortisol salival significativamente más altos y unos índices de embarazos más bajos, así como unos terneros y novillos de menor peso (Cooke, Bohnert, Cappellozza, Mueller y DelCurto 2012). No obstante, la velocidad de huida también es algo influenciado por factores como la raza y el sexo (Hoppe, Brandt, König, Erhardt y Gauly 2010). 

El nivel de reactividad conductual de las vacas es tan estable que las evaluaciones a corto plazo de su personalidad resultan un pronosticador eficaz de sus comportamientos cotidianos. Por ejemplo, Mackay et al. (2014) realizaron evaluaciones de comportamiento durante cuarenta días antes de exponer a las vacas a un objeto novedoso. Observaron que las vacas menos proclives a tumbarse y menos inconstantes en ese comportamiento mantenían un mayor contacto con el nuevo objeto que sus contrarias. Mostraban al mismo tiempo un menor temor a los humanos y una mayor predisposición al ordeño mecánico. No obstante, la edad era en este caso también un factor de relevancia, siendo las vacas más viejas las menos temerosas. 

Las evidencias sugieren que algunas de las respuestas fisiológicas de las vacas pueden ser buenos indicadores de su personalidad. El blanco ocular, como ya se comentó más arriba, es un referente confiable de sus emociones. Por ejemplo, se halló que el porcentaje de blanco ocular es una medida objetiva y cuantificable del temperamento del ganado bovino (Core, Widowski, Mason y Miller 2009). Un grupo de 48 novillos, 29 toros y 60 bueyes fueron grabados en vídeo y fotografiados en una manga de compresión. Se registró el porcentaje de blanco ocular y se asignó una puntuación de temperamento en una escala de uno a cinco, donde uno significaba calmado y cinco, agitado. Estos datos se contrastaron después con la velocidad de huida evaluada tras la operación. El porcentaje de blanco ocular y las puntuaciones de temperamento mostraron una correlación significativa en los tres grupos de vacas. 

Las diferencias en la frecuencia cardíaca de las vacas también pueden ser un indicador de su personalidad (Cooke et al. 2012). Kovács et al. (2015) compararon el temperamento de las vacas con la actividad de sus sistemas nerviosos autónomos, en granjas tanto grandes como pequeñas. Hallaron una mayor actividad basal simpática, una menor actividad vagal, y, en particular, una mayor y más variable frecuencia cardíaca en las vacas clasificadas como "temperamentales", en contraste con aquellas aquellas clasificadas como "intermedias" o "tranquilas" (Kovács et al. 2015). 

SOCIABILIDAD Y GREGARISMO

A pesar de que las investigaciones confirman que las vacas forman fuertes lazos emocionales con sus parientes y otros congéneres, los datos son limitados en cuanto a su sociabilidad en términos de personalidad. Hay sin embargo excepciones importantes, incluida la identificación de la sociabilidad como uno de sus rasgo de personalidad por parte Müller y Schrader (2005). Los estudios en torno a su complejidad social, tema que se analiza más adelante, invitan a ampliar la investigación en este terreno. Por ejemplo, existes evidencias de que la presencia de compañeras reduce el estrés en las vacas (Walker, Arney, Waran, Handel y Phillips 2015).

Las evidencias son también escasas en cuanto a sus diferencias individuales respecto de la sociabilidad interespecífica, si bien existen pruebas de aclimatación a los humanos que brindan experiencias positivas de manipulación e interacción (Petherick, Doogan, Holroyd, Olsson y Venus 2009), actitud por desgracia no normativa (a saber, marcados, cauterizaciones, tratos bruscos de terneros y vacas adultas, etc; véase Schwartzkopf-Genswein, Stookey y Welford 1997; Stewart et al. 2013). Sería importante una mayor investigación de las diferencias individuales de las vacas en torno a la sociabilidad y el gregarismo en aras de ampliar la compresión de su personalidad.

CONDUCTA MATERNA DE PROTECCIÓN

El comportamiento protector de las madres parece tener en las vacas una menor relación con la personalidad individual que otros rasgos de conducta (Pérez-Torres et al. 2014). Esto podría deberse a que la protección materna de la descendencia es tan importante que todas las vacas presentan niveles muy destacados de este rasgo. Por ejemplo, en una investigación sobre las diferentes reacciones individuales de las vacas frente a un vehículo utilitario desconocido que se acercaba a ellas y a sus crías 24 horas después del parto, el 99% de las vacas se colocó entre el vehículo y sus terneros en actitud protectora (Flörcke, Engle, Grandin y Deesing 2012). De este modo, la protección de las madres refleja muy poca variabilidad conductual. 

OTRAS ÁREAS DE INVESTIGACIÓN RELEVANTES PARA LA PERSONALIDAD

Es probable que nuestra compresión de las personalidades de las vacas esté limitada por su uso mercantil y que este mismo uso enmascare algunas de sus características de personalidad. Por ejemplo, los terneros criados para leche y carne son alimentados con dietas muy distintas de las que mantienen los rebaños salvajes (Webb et al. 2014). La dieta con que se alimenta a los terneros tiene un margen de elección muy limitado, calculado para cubrir las necesidades nutricionales de un "ternero promedio". No obstante, los terneros, lo mismo que los humanos y otros animales, muestran en realidad un amplio rango de preferencias dietéticas individuales cuando se les brinda la oportunidad. Webb et al. (2014) investigaron las preferencias dietéticas y los comportamientos relacionados de 23 terneros Holstein-Fresian alojados de forma colectiva. A los terneros se les proporcionó un sustituto de la leche y una selección de cuatro componentes de comida sólida. La disponibilidad de distintas opciones alimenticias condujo a grandes variaciones en el consumo individual. Esta variación puede ser la base de algunas preferencias estables que se sumarían a nuestra comprensión de las personalidades de las vacas.

Las características de la personalidad también pueden influir en el aprendizaje de las vacas. Reenen, Jensen, Bokkers, Schmitt y Webb (2015) hallaron una correlación entre una alta actividad y una baja motivación alimenticia. Así pues, la personalidad de las vacas puede influir en las tasas de su condicionamiento operante. Por último, varios estudios han investigado la relación entre el patrón de los verticilos o remolinos de pelo de las caras de las vacas y su personalidad. Los resultados obtenidos han sido mixtos. Un estudio no halló ninguna relación significativa entre los verticilos y la velocidad de huida o el aumento de peso, lo que indica que estos patrones son muy limitados a la hora de predecir las personalidades más reactivas (Olmos y Turner 2008). Por el contrario, otro estudio halló que las vacas con verticilos elevados y múltiples reaccionaban mucho antes que las otras vacas ante un vehículo desconocido que se aproximaba a ella y a su ternero de un día de edad. Esto podría ser indicativo de una actitud más vigilante (Flörcke et al. 2012). 

RESUMEN SOBRE LA PERSONALIDAD

No hay duda de que las vacas, como otros animales, tienen personalidad, pero si bien es cierto que hay un gran numero de estudios que lo demuestran, es muy poco o apenas nada lo que se sabe sobre su composición (sobre cómo se relacionan entre sí sus diferentes rasgos de personalidad) y sobre aquellas características más ricas que no tengan alguna relación que su uso comercial. Llevar a cabo estudios adicionales bajo un entorno naturalista permitiría una mayor expresión de la conducta de las vacas en este área de investigación tan importante y necesaria.

COMPLEJIDAD SOCIAL

La hipótesis de la complejidad social, atribuida a Chance y Meade (1953) y Jolly (1966), ha guiado buena parte de la investigación académica sobre la complejidad social de los animales nohumanos. Esta hipótesis sugiere que los desafíos del entorno social ejercen presiones selectivas sobre la evolución del cerebro. Humphrey (1976) señaló que la hipótesis de la complejidad social sugiere una relación positiva entre la complejidad social y la inteligencia individual. Sin embargo, Seyfarth y Cheney (2015) advirtieron la dificultad práctica de distinguir en este caso las presiones evolutivas sociales de las no-sociales debido a su superposición habitual.

La definición convencional de la complejidad social se refiere al número de individuos de un sistema social y a su relación y diferenciación (Bergman y Beehner 2015). Bergman y Beehner (2015) proponen una definición contemporánea de la complejidad social en la que la cognición conserva un papel fundamental: "... la complejidad social debe ser entendida de acuerdo con el número de relaciones diferenciadas que los miembros de una especie mantienen con sus congéneres" (pág. 205). Al margen del tamaño del grupo, las relaciones diferenciadas son aquellas que requieren reconocer y responder a las diferencias individuales (por ejemplo, los roles de dominación, los parentescos, y otras diferencias multidimensionales más complejas). Seyfarth y Cheney (2015) se centraron en los aspectos de la cognición social que se relacionan con las presiones de selección que surgen de las interacciones sociales. Definieron la cognición social como el conocimiento sobre las características de los congéneres. Además, propusieron que su complejidad puede ser medida de acuerdo con "el conocimiento adquirido por los individuos a partir de las interacciones y relaciones sociales propias y ajenas" (Seyfarth y Cheney 2015, pág. 3). Puede entonces decirse que una definición general de la complejidad social incluye el número de relaciones diferenciadas, el grado de conocimiento sobre los congéneres, y la información extraída de las interacciones y relaciones sociales propias y ajenas. La complejidad social ha sido concienzudamente estudiada en una amplia variedad de taxones y se ha demostrado vinculada a las capacidades cognitivas y emocionales, por lo que la complejidad social, la cognición y las emociones nunca deben ser consideradas como dominios psicológicos independientes, sino más bien interactivos. 

TAMAÑO Y ESTRUCTURA DEL GRUPO

El tamaño del grupo se considera una dimensión básica de la complejidad social, ya que cuanto mayor es el grupo, mayores son las oportunidades para las relaciones. Las relaciones, a su vez, vienen con costes de procesamiento. Según Dunbar (1998), en general, y para cualquier especie dada, el número de relaciones sociales en curso está correlacionado con algunos componentes del tamaño cerebral (por ejemplo, el neocórtex) y, en consecuencia, con las capacidades cognitivas. Las evidencias actuales sugieren que los grandes grupos sociales que forman las vacas muestran una escasa diferenciación a nivel colectivo pero sí en cambio preferencias de asociación a nivel individual.

El problema a la hora de estimar el tamaño del grupo en las vacas es que estos grupos son a menudo artificiales. De este modo, el volumen del rebaño no es necesariamente natural en la mayoría de las circunstancias experimentadas por las vacas criadas por la industria alimenticia. No obstante, dentro de estos grandes grupos sí parecen llevar a cabo cierta elección en sus asociaciones individuales. Boyland, Mlynski, James, Brent y Croft (2016) estudiaron las estructuras de las redes sociales de las vacas lecheras. Observaron a un grupo de 110 vacas lactantes durante cuatro períodos de un mes cada uno. Como medida de asociación utilizaron la proximidad. Hallaron una correlación positiva entre la proximidad y otras interacciones afiliativas. Las vacas también mostraron una mayor interacción con las vacas que lucían rasgos similares, como el gregarismo, la raza y el número de lactancias (Boyland et al. 2016). A nivel colectivo no se dieron evidencias aparentes de sub-comunidades, sino que el grupo se mostraba como una comunidad grande e integrada. Otro estudio en torno a redes sociales de 20 a 50 animales reveló que el rebaño es una red fuertemente agrupada que abarca a la mayoría de las vacas individuales, pero con muchas relaciones de apego y evitación no aleatorias. Ninguna vaca sin embargo parecía actuar como un nodo dentro de la red (es decir, como el sostén de algún sub-grupo). La sincronicidad, la frecuencia con que las parejas de vacas permanecen unidas a lo largo de distintas actividades, está mucho más influida por el hecho de que las vacas hayan crecido y/o pasado su último "periodo seco" juntas. Además, las relaciones afiliativas son más importantes para la red que las agonísticas (Gygax, Neisen y Wechsler 2010). Gygax et al. (2010) descubrieron, en general, que la mayoría de las vacas lecheras viven en redes agrupadas y constituidas a partir de las relaciones individuales de apego y evitación. 

Se ha sostenido que las redes sociales se ven afectadas por el tamaño del rebaño en tanto que, a medida que va creciendo, las relaciones pueden diluirse (Kondo, Sekine, Okubo y Asahida 1989) o provocar la formación de sub-grupos (Rubenstein, Sundaresan, Fischhoff y Saltz 2007). Pero una vez establecidos los rebaños, las interacciones agonisticas tienen una relevancia mínima como descriptoras de las relaciones y sus estructuras espaciales, dada su excepcional frecuencia y su baja intesidad (Gygax, Stolz, Louw y Neisen 2006).

JERARQUÍAS

Las jerarquías de dominación pueden contemplarse quizá como un nivel de complejidad social superior al del tamaño del grupo. Las jerarquías de dominación sirven para reducir los conflictos grupales relacionados con la apropiación de recursos (O'Connell-Rodwell et al. 2011). Su presencia es amplia entre algunos taxones de mamíferos cognitivamente complejos, incluidos los elefantes africanos (O'Connell-Rodwell et al. 2011) y los bonobos (Surbeck, Mundry y Hohmann 2011), e incluye también a animales de granja como los cerdos (Puppe, Langbein, Bauer y Hoy 2008) y las cabras (Miranda-de la Lama, Sepúlveda, Montaldo, María y Galindo 2011). Las vacas, como muchos otros ungulados, mantienen unas estructuras sociales matrilineales (Bouissou, Boissy, Le Neindre y Vessier 2001). Sin embargo, el acicalado social y la proximidad, dos formas de comportamiento afiliativo, no están asociadas a ninguna clase de jerarquía en sentido estricto (Val-Laillet, Guesdon, von Keyserlingk, de Passillé y Rushen 2009). 

LAZOS Y ALIANZAS

Las alianzas y los lazos sociales son de gran importancia para una amplia variedad de especies. Los lazos materno-filiales están bien establecidos en los mamíferos, desde los elefantes hasta los primates o los ratones. La interrupción del vínculo puede causar graves trastornos psicológicos y sociales, tanto en las madres como en los hijos. Por ejemplo, las cobayas muestran una respuesta pasiva de tipo depresivo cuando son separadas de sus crías en cualquier momento de su etapa infantil (Schneider, Schiml, Deak y Hennessy 2012). Como se comentó en la sección dedicada al amortiguamiento social, el apoyo social de los congéneres también parece jugar un papel muy importante en muchas especies a la hora de hacer frente a circunstancias complicadas. Por ejemplo, los cerdos se benefician de la presencia de algún apoyo social cuando se enfrentan a situaciones estresantes (Rodenburg, Bolhuis, Reimert y Kemp 2014).

Los terneros criados al amparo de grupos sociales más complejos muestra una capacidad mayor para enfrentarse a los cambios (Costa, Daros, von Keyserlingk y Weary 2014). Las vacas sin experiencia en el pastoreo muestran a su vez menos vocalizaciones y pisotones cuando son agrupadas con animales experimentados, lo que sugiere que detrás de esta experiencia se dan componentes afectivos (Costa, Costa, Weary, Machado Filho y von Keyserlingk 2016). Los terneros alojados en solitario reflejan un nivel mayor de angustia frente a los entornos novedosos y un mayor rechazo a la proximidad de algún ternero desconocido que los terneros alojados en parejas (Jensen y Larsen 2014). En las pruebas de novedad ambiental, los terneros alojados de forma aislada tienen un mayor índice de carreras, defecaciones y retrocesos que los alojados en parejas. Al mismo tiempo, las vacas alojadas con compañeras de la misma edad son más reactivas que las vacas alojadas con congéneres de mayor edad (Vieira, de Passillé y Weary 2012). Estos hechos son relevantes en cuanto al conocido vínculo entre el estrés social y las enfermedades biológicas (Proudfoot, Weary y von Keyserlingk 2012).

Las vacas forman lazos sociales muy duraderos, tanto con su descendencia como con los miembros de su rebaño. Los terneros que viven en pastos forman a menudo sub-grupos basados en la familiaridad y el parentesco (Kiley-Worthington y De La Plain 1983; Sato, Woodgush y Wetherill 1987). La crianza materna tiene una influencia importante y genuina en el bienestar social y psicológico de las vacas, así como en los índices de aprendizaje y cognición (descritos más arriba). Un estudio descubrió que los terneros que han tenido un acceso continuo a sus madres a lo largo de sus primeras 12 semanas de vida se muestran más activos y curiosos cuando son aislados en una área de prueba que aquellos terneros que han sido criados en condiciones de aislamiento. Los terneros con acceso permanente y continuo a sus madres y rebaños muestran también un mayor nivel de sociabilidad y un menor índice de estrés fisiológico (Wagner et al. 2015). Otros estudios han arrojado resultados similares. Un experimento que expuso a terneros de 43 días de edad a una prueba de aislamiento reveló que los terneros criados por sus madres mostraban más conductas de huida e intentos por reunirse con su rebaño que aquellos criados por medio de un comedero automático. Los terneros de 90 días criados por sus madres reflejan a su vez una mayor sociabilidad hacia los terneros desconocidos que los terneros criados de forma aislada (Wagner et al. 2013). Las madres vacas por su parte han demostrado ser capaces de adaptar sus conductas maternas a las necesidades particulares de sus terneros. Por ejemplo, a los terneros que nacen con bajo peso les dedican una mayor protección y un mayor tiempo de lactancia (Stěhulová et al. 2013). 

APRENDIZAJE SOCIAL

Una de las formas en que las especies sociales se benefician de la vida en grupo es por medio del aprendizaje social (observacional) —observar el comportamiento de los congéneres y sus consecuencias para evitar así el aprendizaje por "ensayo y error", que consume mucho tiempo y puede llegar a resultar muy peligroso. El aprendizaje social parece ser una forma de imitación diferida (aprendizaje por acción) o de emulación (aprendizaje por resultado), que sirve como un mecanismo para propagar comportamientos aprendidos a lo largo de un cierto periodo de tiempo (es decir, cultura). Pero la imitación y la emulación son sólo dos de los posibles mecanismos del aprendizaje social (Zentall 2012), y hacen falta experimentos muy meticulosos para poder diferenciar las muchas bases cognitivas que subyacen al aprendizaje social de los demás animales. No obstante, la capacidad general de los vertebrados para el aprendizaje social es de enorme importancia para el desarrollo de sus comportamientos más complejos.

Son muchos los animales que practican el aprendizaje social (véase Galef y Laland 2005), incluidos los chimpancés (por ejemplo, Bering, Bjorklund y Ragan 2000; Whiten 1998; Yamamoto, Humley y Tanaka 2013), los orangutanes (Pongo pygmaeus; Bering et al. 2000), los monos capuchinos (Cebus apella; Ottoni y Mannu 2001) y otros mamíferos sociales, así como las aves, tales como cuervos (Bugnyar y Kotrschal 2002), codornices (Köksal y Domjan 1998) y gallinas (Nicol 2006), los peces (por ejemplo, los espinosos de nueve espinas, Pungitius pungitius; Kendal, Rendell, Pike y Laland 2009) y los reptiles (como los dragones barbudos, Pogona vitticeps; Kis, Huber y Wilkinson 2015).

Los estudios sobre las diferencias de alojamiento en vacas proporcionan evidencias de su capacidad para el aprendizaje social, sobre todo cuando son criadas bajo circunstancias sociales naturales. Por ejemplo, las vacas que nunca han pastado antes comienzan a mostrar comportamientos normales de pastoreo con más rapidez cuando son agrupadas junto a individuos experimentados que cuando son agrupadas junto a individuos inexpertos (Costa et al. 2016). Además, las vacas alojadas bajo un contacto social completo con una compañera son más participativas en los comportamientos sociales que aquellas alojadas en solitario y bajo un contacto limitado por las rejas (Duve y Jensen 2012). Por otro lado, los estudios sobre el alojamiento revisados más arriba (véase "Lazos y alianzas") sugieren también posibles ventajas psicológicas en aquellas vacas que tienen acceso al aprendizaje social. 

RESUMEN SOBRE LA COMPLEJIDAD SOCIAL

Ateniéndonos a una definición general de la complejidad social como el número de relaciones diferenciadas, la comprensión de los congéneres y el conocimiento de las interacciones y relaciones sociales propias y de otros animales, las vacas dan muestras empíricas de cumplir con un amplia gama de sus parámetros. Demuestran tener conocimiento de sus congéneres y practicar intercambios de información social relevante para ellas. El conocimiento sobre los congéneres y las interacciones sociales queda reflejado a través de sus jerarquías de dominación y sus lazos afiliativos.

CONCLUSIÓN

En este artículo hemos identificado algunos de los hallazgos recogidos en la literatura científica en torno al aprendizaje, la memoria, las emociones, la personalidad y la complejidad social de las vacas (en torno a la psicología de las vacas, en general), quedando demostrado que se trata de animales mucho más sofisticados y sensibles de lo percibido por no pocos de los representantes de nuestra propia especie (Herzog 2010; Joy 2009). 

Esta forma de pensar de los humanos, incongruente con el conocimiento científico de que disponemos, ha sido en gran medida alimentada por algunas de las fuerzas económicas y políticas más poderosas. Además, todo el cuerpo de evidencias científicas ha estado igualmente sujeto a la configuración y los límites marcados por esa misma ideología. A pesar de ello, la literatura científica actual demuestra que las vacas:

1) son capaces de realizar discriminaciones de gran sofisticación, no sólo entre objetos, sino también entre humanos y congéneres;

2) poseen no sólo emociones simples, sino también algunas capacidades emocionales muy notables, tales como sesgo cognitivo y contagio emocional; 

3) muestran una aparente reacción emocional al aprendizaje, reflejando un sentido de autoagencia similar al de otros mamíferos; 

4) tienen distintas personalidades;

5) manifiestan distintos aspectos de la complejidad social, incluido el aprendizaje social.

Surgen asimismo una serie de atractivas preguntas que requerirían de estudios adicionales en entornos naturales y bajo condiciones no-invasivas. Esta revisión podría servir como hoja de ruta para las investigaciones futuras en torno a la psicología de las vacas, con las esperanza de que podamos ampliar nuestro conocimiento de ellas como individuos complejos y no como meros productos de consumo. 

Lori Marino & Kristin Allen, 2017. 

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Traducción: Igor Sanz

Texto original: The Psychologhy of Cows.


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