lunes, 28 de agosto de 2023

De cómo las palomas se convirtieron en ratas: la lógica espacio-cultural de los animales problemáticos

 
RESUMEN

¿Cómo se convierten los animales en un problema? Basándome en las teorías interaccionistas en torno a los problemas sociales y la geografía cultural, sostengo que la transformación de los animales en un problema nace de las «geografías imaginarias» producto de determinadas perspectivas respecto del conflicto entre lo natural y lo cultural. En concreto, la vanguardia postula una frontera firme entre la naturaleza y la cultura. Los animales tienen reservado su espacio, y se los considera «fuera de lugar» —y a menudo problemáticos— cuando se interpreta que han trasgredido las áreas destinadas a la ocupación humana. Tomando como referencia artículos del New York Times de entre 1851 y 2006, así como de otros 51 periódicos de entre 1980 y 2006, el trabajo que sigue atiende el proceso de problematización de las palomas como especie. Sostengo que las palomas han acabado representando la antítesis de la metrópolis ideal, ordenada y aséptica, frente a una naturaleza subyugada y compartimentada. Aunque se las tipifica como un problema de salud, la principal «ofensa» de las palomas es que «contaminan» los hábitats humanos. El latiguillo «ratas con alas» resume a la perfección el juicio y la inquietud social respecto de estas aves. Esta metáfora refleja bien la visión que sus predicadores tienen de las palomas, a las que contemplan como algo fuera de lugar dentro del paisaje metropolitano. Este estudio amplía la teorización de los problemas sociales a fin de tener más en consideración a los animales y el rol de los espacios geográficos.

INTRODUCCIÓN

Las palomas silvestres se han convertido en un problema en las ciudades de todo el mundo. En Occidente, los gobiernos locales alimentan un negocio creciente en torno al control de esta «plaga» forastera. Muchas ciudades y pueblos han establecido la prohibición de alimentar a las palomas a fin de controlar su número y los problemas que se les asocian, desde enfermedades potencialmente mortales hasta daños materiales producto de sus heces. En el último siglo, las palomas no han parado de ser disparadas, gaseadas, electrocutadas, envenenadas, capturadas y alimentadas con anticonceptivos, amén de sufrir otras medidas de repulsión, como la colocación de pinchos y geles adhesivos en las cornisas. Las palomas son de largo las aves más despreciadas de todas, por encima de otras especies «molestas»1, como los estorninos.

Algo que ilustra bien el desdén popular hacia las palomas es el apelativo común de «ratas con alas». Sin embargo, aunque las palomas forman parte de la vida urbana desde hace miles de años (Levi [1941] 1963), este problemático encuadre es un fenómeno reciente, incluso en la era de las ciudades modernas. Mientras que antaño eran los gorriones las aves consideras más problemática de Estados Unidos (Fine y Christoforides 1991), hoy los artículos de prensa dicen, en relación con las palomas, que «la rata con alas es ahora el enemigo público número uno» (Bildstien 2004). A medida que crece la población humana, las cohabitaciones incómodas entre humanos y animales proliferan. Los pumas amenazan a los habitantes de las zonas rurales y suburbanas (Baron 2004); los ciervos destruyen los jardines traseros de las casas; y los lobos reintroducidos en el parque Yellowstone provocan la ira de los agricultores (Scarce 2005). Como tal, la gestión de las poblaciones animales ha sido escenario de protestas y enconados conflictos sociales (Herda-Rapp y Goedeke 2005). Esta problematización de los animales exige el examen sociológico de su contexto cultural.

Cada vez hay más estudios sociológicos en torno a las relaciones entre humanos y animales (Alger y Alger 2003; Goode 2006; Irvine 2004; Sanders 2003; Serpell 1986), pero muchos de ellos son microinteraccionales y limitan su atención a los animales de compañía (Jerolmack 2005). Los trabajos de sociología más orientados a lo macro han tendido a ser estudios agrarios centrados en el papel de la naturaleza/los animales en la constitución de las identidades rurales (cf. Bell 1994; Enticott 2003; Tovey 2003). De hecho, en este campo se ha vuelto común que las interpretaciones de los animales —y de la naturaleza— estén guiadas y condicionadas por lo cultural (Evernden 1992; Greider y Garkovich 1994; Irvine 2004; Jerolmack 2007a, 2007b; Wolch y Emel 1998). Así, la forma en que los humanos dibujamos a los animales está muy marcada por la concepción que se tiene no sólo de la naturaleza, sino también de la sociedad (Sabloff 2001). A pesar de ello, los procesos de problematización de los animales, así como sus muy reales consecuencias sobre las vidas de éstos y el perfil de los contornos de lo social, han sido prácticamente ignorados por la sociología (pero véase Fine y Christoforides 1991; Herda-Rapp y Goedeke 2005). De hecho, el único trabajo sociológico convencional que examina a los animales como un problema de ámbito social es el estudio de Leslie Irvine (2003) sobre los animales domésticos no deseados. Con esta exclusión, los sociólogos permiten que los estudios, discursos y políticas en torno a los «animales molestos» sean dictados de acuerdo con lo arrojado por las ciencias naturales, los medios de comunicación y la política institucional (cf. Fine 1997). Rastrear la problematización de los animales ayuda a entender cómo se concibe, negocia y protege la frontera entre la naturaleza y la cultura. Además, estudiar el modo en que se convierte a las especies en un problema puede reflejar y ayudar a comprender también el modo en que se problematiza a algunos grupos humanos (Arluke y Sanders 1996; Fine y Christoforides 1991)2.

Este artículo aplica «una visión interpretativa del medio ambiente, de base social e histórica» (Fine 1997:83) para entender cómo los animales se acaban convirtiendo en un problema social. Después de examinar el trabajo de Bruno Latour (1993) y de los geógrafos culturales sobre las relaciones entre la naturaleza y la cultura, así como los estudios sociológicos sobre la problematización de los animales, el artículo documentará —en buena medida a través de 155 años de artículos del New York Times— el ascenso histórico de las palomas a la categoría de problema público y la invención del marco narrativo de las ratas con alas. Se mostrará cómo esta problematización es obra de ciertos perfiles interesados. No obstante, es posible también advertir cómo, a un nivel más profundo, la retórica de catalogar a las palomas como ratas con alas refleja un temor cultural hacia el desorden y una sentida necesidad de asépsia que va más allá de la preocupación por la posible transmisión de enfermedades (cf. Douglas 1966; Philo 1995). La metáfora sirve para reducir aún más el lugar moral y físico que concedemos a las palomas. Así, al redefinir al animal, los autores de determinadas reivindicaciones se apoyaron en una definición colectivista del espacio. Las palomas se sienten así como «algo fuera de lugar» (Douglas 1966; Philo y Wilbert 2000), y el discurso construido a su alrededor refleja una especie de «pánico moral» (Goode y Ben-Yehuda 1994) hacia los animales «salvajes», que desafían la «apropiada» frontera espacial entre los animales y los humanos (Wolch y Emel 1998).

Mi afirmación central es que el modo en que Occidente problematiza a las palomas pone al descubierto las concepciones modernistas derivadas de las relaciones espacio-culturales, moralmente convenientes, entre los animales y la sociedad. Esta lógica espacial se revela de forma sorprendente en las metáforas que utilizamos para problematizar a los animales. Al investigar este proceso, pretendo (1) introducir el estudio de los animales en la teorización de los problemas sociales, y (2) casar la perspectiva interaccionista con la emergente literatura sobre geografía cultural. El beneficio de esto último para la sociología es integrar un análisis más exhaustivo del espacio físico y metafórico en nuestros análisis de los problemas sociales.

RELACIÓN ENTRE EL CONFLICTO NATURALEZA/CULTURA Y LOS ANIMALES PROBLEMÁTICOS

Latour (1993) sostiene que la esencia de la «constitución moderna» reside en un proceso de «purificación» según el cual los occidentales han fabulado «dos zonas ontológicas completamente distintas: la de los seres humanos, por un lado, y la de los nohumanos, por otro» (pág. 10-11). Annabelle Sabloff (2001) llama a este dualismo «la característica más notoria del habitus occidental de la naturaleza» (pág. 27). Según Latour (2004), la cuestión no es que la naturaleza sea un «constructo social», sino que la única forma de ver cómo es «realmente» el mundo es estudiando las inextricables asociaciones entre humanos y nohumanos, existentes en todas partes, pero imposibles de apreciar bajo nuestros actuales dualismos modernos. Así, los dinosaurios son inseparables del saber de los paleontólogos, o los agujeros de ozono del de los «meteorólogos y químicos que los estudian» (Latour 2004:35). Latour (1993) insta a los sociólogos a examinar el «componente olvidado» de la sociedad, los nohumanos, y a estudiar la sociedad tal y como lo que es: un colectivo de humanos, animales, objetos y tecnologías (cf. Haraway 1991)3.

Los geógrafos culturales están empezando a utilizar el enfoque de Latour y a hacerle un hueco a las relaciones entre humanos y animales. «Se está invirtiendo un gran esfuerzo en discernir las múltiples formas en que las sociedades humanas "ubican" a los animales en sus espacios materiales (núcleos urbanos, campos, granjas, fábricas, etc.), así como en una serie de espacios imaginarios, literarios, psicológicos e incluso virtuales» (Philo y Wilbert 2000:5). Estos estudiosos analizan el trabajo de delimitación que supone para las sociedades modernas asegurarse de que los animales de compañía permanezcan atados o dentro de las casas (para que no se escapen y se conviertan en animales asilvestrados problemáticos; véase Griffiths, Poulter y Sibley 2000), que la megafauna y los depredadores permanezcan en los zoológicos o en prístinas zonas salvajes alejadas de la civilización, y que el ganado no salga de las granjas y sea transformado en comida fuera del alcance de la vista. Todas las sociedades tienen su «geografía imaginaria de los animales» (Philo y Wilbert 2000:11), y aunque algunos modernistas consentimos la entrada de ciertos animales en la sociedad (como los animales de compañía), lo hacemos civilizando y sometiendo a la «naturaleza» (es decir, castrándolos, aseándolos y cortándoles las garras).

Los occidentales toleran cada vez menos la «fauna» urbana, y aunque algunos animales salvajes son celebrados por su belleza, rareza o utilidad (como «Pale Male» [«Macho pálido»], un famoso halcón de cola roja de Nueva York), muchos pasan a ser considerados como plagas (Sabloff 2001; Wolch, West y Gaines 1995). Además, los animales que nos repugnan, como las ratas, suelen asociarse con los intersticios urbanos más indeseables, como las cloacas. Estas «plagas» crean «incomodidad o incluso náuseas» cuando se pasean por las aceras o entran en las viviendas, «transgrediendo la frontera entre la civilización y la naturaleza» (Griffiths, Poulter y Sibley 2000:60). En tal caso, son «algo fuera de lugar», amenazando un «conjunto de relaciones ordenadas» (Douglas 1966:48). Aunque los animales no sean conscientes de ellas, se les exigen «complejas expectativas espaciales impuestas» (Philo y Wilbert 2000:22).

Hay algunos estudios sociológicos notables sobre la problematización de los animales «salvajes», uno de los cuales es un artículo de Gary Alan Fine y Lazaros Christoforides (1991) que aborda el «problema» de los gorriones a finales del siglo XIX en los Estados Unidos. El artículo documenta cómo los ornitólogos contrarios a las «especies invasoras» describían a los gorriones alóctonos como una «amenaza para el ecosistema americano», «inmigrantes» sucios e inútiles que competían deslealmente con las aves autóctonas y debían ser eliminados (pág. 375). Los autores sostienen que la metáfora resonó debido al sentimiento de amenaza para la economía y el tejido social norteamericano con que en aquella época se percibía a los nuevos inmigrantes. Mediante la conexión con un problema «más antiguo o más grave», las metáforas pueden ayudar a que un nuevo problema gane estatus y «triunfe dentro de las competencias del discurso público» (Fine y Christoforides 1991:376; cf. Best 1990; Hilgartner y Bosk 1988). La retórica contra los gorriones desapareció de las discusiones públicas en apenas unas pocas décadas, y Fine y Christoforides (1991) afirman que esto se debe a que la analogía con los inmigrantes empezó a perder resonancia. Muchos de los inmigrantes «problemáticos» de aquel entonces estaban ya integrados en la sociedad estadounidense. Los autores afirman que la construcción misma de un problema puede estar basado en una conexión metafórica, ya que de la afirmación de que «A es como B» se infiere que «A debe ser tratado como B» (Fine y Christoforides 1991:377). Hoy en día, «no existen demandas generales a favor de la destrucción de los gorriones» (pág. 380). «Nunca se ha demostrado que sus daños fuesen más allá de la simple molestia» (pág. 378).

Una publicación reciente, Mad about Wildlife (Herda-Rapp y Goedeke 2005), se hace eco de Fine y Christoforides (1991) y su uso de las teorías interaccionistas de los problemas sociales para entender los conflictos en torno a los animales. Los autores hacen hincapié en cómo las definiciones y políticas locales alrededor de los animales están marcadas por el cuadro que dibujan de ellos las instituciones y gentes con intereses particulares. Por ejemplo, la reintroducción de nutrias en Missouri enfrentó a sus partidarios —ecologistas que las consideraban «ángeles ecológicos y juguetones» (Goedeke 2005:35)— con los pescadores, que se quejaron de que las nutrias depredaban a los peces y las consideraban «pequeños demonios hambrientos» (pág. 31). Ambos bandos se basaron en la proyección de cualidades morales y humanas sobre su particular percepción de los rasgos de las nutrias. Un conflicto similar se ha producido en torno a la legitimidad y moralidad de dar caza a las palomas, que a menudo enfrenta a los ecologistas cosmopolitas con los partidarios de los «valores rurales». Paralelamente, los activistas por los derechos animales describen a las palomas como un símbolo de paz amable y cariñoso, mientras que los detractores las definen como unas infectas ratas con alas (Bronner 2005; Herda-Rapp y Marotz 2005; cf. Munro 1997 sobre la caza de patos y Woods 2000 sobre la caza de zorros).

Un elemento común que surge de las investigaciones sociológicas en torno a los animales problemáticos es que, la mayoría de las veces, el valor de los animales es juzgado de acuerdo con su utilidad para los humanos. Los animales suelen ser considerados una plaga cuando se piensa que no sirven para nada, sobre todo si se trata de carroñeros (Herda-Rapp y Goedeke 2005), no se los considera carismáticos ni especialmente atractivos (Michael 2004), y se cree que causan estragos en las propiedades y los asentamientos humanos, como es el caso de los zorros, las ratas, los mapaches, las gaviotas, los ciervos, los gansos y los conejos (Capek 2005; Wolch y Emel 1998; Woods 2000). Los animales pueden a su vez ser estigmatizados, más allá de la categoría de plaga, si se consideran peligrosos para los seres humanos, como los pitbulls (Twining, Arluke y Patronek 2000) y los pumas de los suburbios (Wolch 1997), o si se cree que transmiten enfermedades, como las palomas (Bronner 2005) y las que son probablemente las más legendarias de las «alimañas»: las ratas (Birke 2003; Lynch 1988).

Estos estudios sobre la problematización de los animales demuestran cómo los conocimientos sociológicos adquiridos en el estudio de las variaciones humanas (Becker 1963) y los problemas sociales (Best 1995) pueden ser extendidos a los animales. Hay cuestiones de intereses, autoridad y poder que determinan en gran medida qué animales se elevan a la categoría de problema público (Hilgartner y Bosk 1988). Sin embargo, la lógica espacial de las geografías imaginarias de la naturaleza y la cultura (Philo y Wilbert, 2000) suele quedar relegada a un segundo plano frente a las preocupaciones definitorias más limitadas de estos trabajos (véase Herda-Rapp y Goedeke, 2005:2; pero véase Capek, 2005). Aunque la concepción modernista de la relación naturaleza/cultura es ciertamente cuestionada por muchos académicos y activistas (Herda-Rapp y Goedeke 2005), se sigue teniendo por un poderoso principio reglar que su existencia no responde a una mera cuestión pragmática, sino también moral y ontológica (Sabloff 2001). De este modo, unir la preocupación de la geografía cultural por la ubicación física y conceptual de los animales a la perspectiva interaccionista de los problemas sociales proporciona a la sociología una herramienta analítica más amplia con la que ordenar una variedad de problematizaciones de los animales como instancias de promulgación de la lógica espacial de la «constitución modernista» (Latour 1993).

METODOLOGÍA Y DATOS

Jennifer Wolch (1997) sugiere que, dado que los medios de comunicación representan y afectan a la opinión pública a través de un «ciclo iterativo» discursivo, para entender el modo en que la sociedad conceptualiza su relación con los animales es recomendable analizar el contenido de los medios. Fine y Christoforides (1991) emplean esta metodología en su análisis del discurso sobre los gorriones del siglo pasado, basándose en gran medida en los archivos del New York Times. Puesto que es el diario estadounidense más leído y tiene fácil acceso a su base de datos, y puesto que es el periódico en el que he encontrado la que parece primera referencia a las palomas como ratas con alas, he centrado mi análisis también en sus artículos, desde 1851 (año de incepción del diario) hasta finales de 2006. También cito artículos periodísticos que hacen referencia a los gorriones para una comparación de ambas retóricas.

Hoy en día, las palomas no copan los titulares ni destacan como uno de los problemas sociales principales. Sin embargo, los artículos que se han escrito sobre ellas —y los gorriones— suelen ser ricos en contenido retórico, revelando el modo en que se problematiza a los animales en determinadas épocas históricas4. Una de las principales ventajas de este conjunto de datos es el número de años que abarca. Los datos cronológicos (Hilgartner y Bosk 1988:73) me permiten documentar los cambios representacionales que se han producido a lo largo del pasado siglo. No obstante, un simple recuento de los artículos que hablan de animales molestos no es la mejor manera de descubrir cómo y cuándo se produjo la problematización, pues referirse a una paloma como, por ejemplo, un visitante no deseado de un comedero para pájaros es cualitativamente distinto de referirse a una paloma como una «asquerosa rata con alas». El cambio histórico en la retórica es mucho más revelador que el número de artículos. También me baso en artículos escritos entre 1980 y 2006 de otros 51 periódicos predominantemente estadounidenses y anglosajones disponibles en Lexis-Nexis. El motivo de esta adición es que la frase ratas con alas cobra fuerza en el Times a partir de 1990. Examinando el contenido de otros diarios he podido comprobar si este repunte ha ocurrido de forma similar en el ámbito general de los medios de comunicación occidentales5.

Como a Fine y Christoforides (1991), me interesa más analizar la retórica detrás de la problematización de los animales que su codificación y cuantificación (cf. Malone, Boyd y Bero 2000; Wolch 1997). De los 498 artículos del New York Times que describen a las palomas como una molestia o una plaga entre 1851 y 20066, he extraído una submuestra de 85 artículos y 12 cartas y notas editoriales para un análisis más detallado de la retórica y los acontecimientos clave. La submuestra fue seleccionada limitando la búsqueda a los artículos que incluían el término «palomas» en el título; no obstante, se examinó el contenido de todos los artículos. De Lexis-Nexis examiné un conjunto de 162 artículos cuyos títulos hacían referencia a las palomas como una molestia, de un total de 458 artículos comprendidos entre los años 1980 y 2006. Mi método de análisis se asemeja a la técnica de los etnógrafos para la revisión de sus notas de campo. Hubo un proceso de cifrado general en el que busqué y marqué los temas emergentes: el metatema fueron las connotaciones morales frente a las descripciones de valor neutral; también anoté el lenguaje antropomórfico y cómo se categorizaba a las palomas (alimañas, molestia/plaga, parte de la naturaleza). A continuación, seleccioné las citas que, en mi opinión, mostraban un mejor reflejo de estos temas, sin que dejaran sin embargo de ser fieles al tono general del resto del artículo. No todos los artículos en los que me basé para construir mi argumentación aparecen en este trabajo. Selecciono las citas que mejor reflejan el conjunto de los datos, del mismo modo que un etnógrafo debe elegir qué acontecimientos y citas presentar.

Como se verá más adelante, los medios de comunicación son uno de los principales artífices de la difusión del cuadro de las ratas con alas. Aunque no eximo a los medios de comunicación de la responsabilidad de moldear la reputación de las palomas a través de un uso selectivo de los datos y el lenguaje, el objetivo de este estudio no es formular una crítica contra los medios (véase Gans 1979; Molotch y Lester 1974). Es importante señalar que los periódicos sólo cuentan una parte de la historia sobre el imaginario colectivo alrededor de los animales. Las noticias son sólo un reflejo del discurso público. Aunque en ocasiones recurro a referencias de la cultura popular y a otras fuentes para captar más plenamente este discurso, el caso que presento es incompleto. Mi método permite un acceso parcial a un «repertorio [cultural] latente» (Campion-Vincent 1992:172), y me ayuda a determinar las fluctuaciones en la prominencia de una representación dada; pero es mucho más limitado en su capacidad para detectar el grado de interiorización cultural de este discurso en la vida cotidiana.

EL AUGE DEL PROBLEMA DE LAS PALOMAS

A finales del siglo XIX los gorriones eran considerados las aves urbanas más odiadas7, pero hoy, a principios del siglo XXI, son las palomas las que están consideradas como sucias e incluso inmorales, siendo objeto de múltiples esfuerzos sistemáticos de exterminación. Esta sección examina la ocurrencia histórica de este suceso.

DE AVE INOCENTE A MOLESTIA MUNDANA

Sólo hay ocho artículos del Times que mencionen a las palomas en el título entre la primera vez que sucedió, en 1874, y 1909. Quizá resulte sorprendente que entre estos casos se encuentren cuatro artículos y una carta al editor dedicados a condenar el tiro al pichón. En un artículo de 1874 se califica la actividad de «crueldad innecesaria», y el autor señalaba que está «cayendo rápidamente en desprestigio» en Inglaterra. Otros artículos expresaban su indignación moral contra lo que catalogan de «asesinato brutal» de «palomas inocentes» (Foger 1881). Los villanos aviares de aquella época eran los gorriones, como bien ilustra un escritor del Times (New York Times 1878):

«Hace apenas unos años las palomas se alimentaban en las calles... sin riesgo alguno de ser atacadas. Su derecho a alimentarse... ha sido impugnado con tanta persistencia por parte de los gorriones que las palomas se han visto obligadas a ceder sus viejas áreas de alimentación a los recién llegados, recluyéndose en sus palomares; ni siquiera allí sin embargo están a salvo de las incursiones de sus ruidosos enemigos, que las persiguen sin miedo alguno..., robándoles su comida y acosándolas a tal punto que la vida de las palomas... debe haberse convertido en un infierno.» (pág. 2; énfasis añadido)

El autor llega a sugerir incluso que se sustituya a las «inocentes» palomas por los gorriones en las prácticas de tiro. Y eso fue lo que ocurrió. Nueva York prohibió la caza de palomas al mismo tiempo que ofrecía recompensas estatales por los gorriones muertos, antes de lo cual los tiradores deportivos ya habían sustituido a las palomas por gorriones con el fin de aplacar las críticas de la gente (New York Times 1895). No obstante, y a pesar de que las palomas como especie estuvieran vistas como inocentes, algunos ciudadanos ya habían empezado a manifestar problemas locales con algunas palomas particulares.

La primera vez que el Times habla de las palomas como una molestia se remonta a un breve artículo de 1906 en torno a un hombre que fue arrestado por «mantener un molesto» criadero de palomas en su azotea. El siguiente artículo no surgió hasta 1921, en el que se informa de un halcón que fue accidentalmente abatido en la Quinta Avenida por alguien que disparaba a las palomas. Sin embargo, una noticia del Times de 1924 dice que 100 palomas que anidaban en una iglesia iban a ser sacrificadas (y comidas luego) debido a que su arrullo interfería con los servicios religiosos, y un artículo de 1926 anuncia que el Consejo del Condado de Londres estaba estudiando formas de reducir el número de palomas. Con todo, «las palomas hallaron algunos aliados» entre los legisladores londinenses, que no veían la necesidad de «destruir unas pocas palomas» y sugerían centrarse en otra clase de molestias más graves, como los gatos callejeros. Fue una época de gran ambivalencia con respecto a las palomas. En 1927, el director de la biblioteca pública de Nueva York pedía por favor que la gente dejara de alimentar a las palomas para evitar que anidaran en el edificio y ensuciaran la fachada, aun cuando reconocía la «belleza de estas aves», el «placer que proporciona alimentarlas» y «los muchos simpatizantes con que cuentan entre el público» (New York Times 1927). En 1930, se prohibió la cría de palomas mensajeras en las azoteas de las casas por efecto de unas condiciones insalubres (New York Times 1930). Pero, en términos general, y aunque los artículos que hablan de las palomas las describen como una molestia, el tono moral de los mismo se muestra más bien neutro. Incluso habiendo sido exterminadas algunas de ellas en determinados lugares, las palomas como especie no eran objeto de denigración moral ni estaban consideradas unos habitantes urbanos ilegítimos.

LA ESPECIE COMIENZA A EMERGER COMO PLAGA

En una carta al New York Times de 1935 se dice: «las palomas en ciudad, excepto en los espacios abiertos de los parques y las plazas, están totalmente fuera de lugar» (Knox 1935; énfasis añadido). Esta fue una de las primeras veces en que se problematizó a las palomas fuera de un incidente concreto, y llegó poco después de una serie de otros artículos en los que se denunciaba que alimentar a las palomas en algunos lugares estaba creando malestar. Le sigue una siniestra carta cuyo autor sugiere «retorcer los bonitos cuellecitos» de «estos pájaros insolentes, obscenos y ruidosos, que constituyen una molestia avivada por esos vecinos sentimentalistas que ensucian las aceras echándoles comida» (J. L. L. 1935).

Las quejas se hicieron cada vez más frecuentes. El 18 de noviembre de 1937, el Times (1937b) informaba de que un desconocido había matado a 110 palomas con estricnina. Quienes las alimentaban contemplaron con horror las convulsiones de las aves (New York Times 1937a); y diez días después, un agente de policía retirado mató, por encargo, a 176 palomas en un barrio de lujo de Nueva Jersey (New York Times 1937b). London empezó a quejarse de las crecientes molestias causadas por las palomas, y un funcionario de sanidad comparó su capacidad reproductiva y su factor de molestia con el de las ratas (New York Times 1938).

En 1945 aparece el primer artículo del Times mencionando una enfermedad específica asociada con las palomas. Las autoridades de Filadelfia declararon que cientos de palomas estaban infectadas de ornitosis, «una enfermedad contagiosa para los humanos»; las palomas fueron destruidas. En 1952, los científicos confirmaron que las palomas —al igual que muchas otras aves— podían ser portadoras de psitacosis8, una enfermedad que hasta entonces se creía que sólo transmitían los loros (Gelb, 1952). Durante el resto de la década de 1950, las autoridades siguieron repitiendo estas afirmaciones, aunque los artículos sobre las molestias provocadas por alimentar a las palomas o por sus excrementos superaron a aquellos informes. Sin embargo, el último artículo de la década, si bien reconoce que «dar de comer a las palomas es un hábito universal» y que estas aves ofrecen «a la gente de la ciudad la oportunidad de participar en la vida al aire libre», califica a las palomas de pedigüeñas que se «aprovechan de los corazones compasivos» (Dempsey 1959). Con un marcado tono humorístico, el artículo estereotipa a las palomas como especie y destaca que muchas localidades están prohibiendo ya que se las dé de comer.

Resulta sorprendente que el mismo periódico que contenía ataques tan vitriólicos contra los gorriones (véase la nota 7) apenas contuviera un lenguaje moralizante en torno a las palomas como especie, ni siquiera cuando su factor de molestia empezó a crecer a lo largo de los años cuarenta y cincuenta. Sin embargo, las palomas habían sido asociadas con enfermedades, por lo que la amenaza no se limitaba ya a ensuciar edificios y aceras. Aunque no se había confirmado ningún caso de transmisión a humanos, la posibilidad parecía real y el temor iba en aumento. Las palomas habían pasado a ser un asunto de salud, y su tipificación se encuadraba cada vez más en el marco de lo epidemiológico (Best 1990; Birke 2003). Aprovechando la creciente animadversión hacia el hecho de alimentar a las palomas y la percepción de estas aves como una molestia, el cantautor satírico Tom Lehrer pondría cierre a la década con una canción macabramente irónica que celebraba «el envenenamiento de palomas en el parque» (1959):

«Todo el mundo parece en sintonía en esta tarde de primavera

Envenenando palomas en el parque
Cada domingo nos verás a mí novia y a mí
Envenenando palomas en el parque

»Las matamos a todas entre risas y alborozo
Excepto algunas pocas que nos llevamos a casa para experimentar con ellas...»9

UNA AMENAZA PARA LA SALUD PÚBLICA

Aunque la canción es satírica, refleja bien la creciente antipatía discursiva que se estaba desarrollando en torno a las palomas. Mike Michael (2004) señala que a menudo utilizamos el humor como expresión de alegría frente a la muerte rutinaria de animales que consideramos molestos, «poco carismáticos, despistados y estúpidos», como «las bromas sobre los atropellos» de tráfico de que con víctimas frecuentes animales como las zarigüeyas y las ardillas (pág. 285). El bajo estatus que se concede a animales como las palomas permite que la idea de matarlos resulte divertida10. Este estatus se vio reforzado por su asociación con las enfermedades, una asociación que se consolidó durante la década de 1960. Un artículo del Times de 1960 cita a un funcionario de salud pública que comenta sobre las palomas: «Estas aves son reconocidas portadoras de enfermedades —virus e infecciones fúngicas». Aunque ese reconocimiento no se produjo hasta un pasado bastante reciente, en 1961 las palomas habían sido ya catalogadas como una «amenaza para la salud», siendo vinculadas a una forma de meningitis que puede matar a los humanos (New York Times 1961). Aunque el artículo reconocía que la amenaza real era baja, reforzaba la asociación de las palomas con las enfermedades, aun cuando rara vez o nunca hasta entonces había sido demostrada ninguna transmisión potencial de palomas a humanos. Sin embargo, las palomas como problema público no habían penetrado del todo aún en la conciencia colectiva. A pesar de que muchos las consideraban una molestia y un vector de enfermedades, no existía un «marco de visión» (Fine y Christoforides 1991:377) lo suficientemente potente como para situar los diversos «problemas» asociados a las palomas en un sistema interpretativo simple y cohesivo (Goffman 1974; Lakoff y Johnson 1980). Las palomas no parecen destacarse aún como un problema público acuciante.

La cuestión empezó a agravarse el 1 de octubre de 1963, cuando un funcionario de sanidad de Nueva York «atribuyó dos muertes recientes a enfermedades transmitidas por las palomas y reivindicó una campaña para acabar con los 5 millones de ellas que viven en la ciudad» (Devlin 1963). Estas fueron las primeras muertes directamente atribuidas a las palomas en el Times, y también la primera vez que se publicaba una estimación sobre su población. El gran número (muy especulativo), unido a la noticia de las muertes de las que se las hacía responsables, hizo que los neoyorquinos vieran a las palomas bajo una nueva y amenazadora luz. Las muertes se debieron a una meningitis criptocócica. Curiosamente, en el periódico se dice que sólo una de las víctimas había estado en contacto con palomas, y la única prueba de la culpabilidad de las palomas era que la causa de la muerte había sido una enfermedad que se sabía que a veces estaba presente en las heces de estas aves. A pesar de ello, el Dr. Littman, funcionario municipal, no dudó en recomendar la prohibición de alimentar a las palomas y el exterminio de toda la población de Nueva York. El Dr. Littman infundió un gran miedo entre el público, diciendo que el hongo estaba presente «en el aire en los cinco distritos» y que «todo el mundo lo está respirando». El médico concluye: «No hay duda de que hay personas en nuestra ciudad muriendo sólo porque a algunos les gusta dar de comer a los pájaros» (Devlin 1963).

La amenaza era clara, y el médico se encargó de definir a las víctimas y a los villanos (Irvine 2003; Loseke 1999). Con estos elementos, las palomas como especie emergieron como un problema público definitivo. El médico afirmaba que quienes daban de comer a las palomas no sólo eran egoístas, sino, indirectamente, incluso asesinos, mientras que las palomas no eran otra cosa que portadoras de la muerte. Como alimañas que eran, la especie toda debía ser aniquilada de la ciudad. Al día siguiente, la Junta de Sanidad Municipal abrió una investigación sobre la viabilidad de llevar a cabo un exterminio masivo de palomas. El Comisionado de Sanidad de la ciudad admitió que era preciso reunir más datos científicos antes de tomar la decisión (New York Times 1963a); y un artículo del 3 de octubre sugería «deshacerse primero de las ratas», comentando a su vez lo difícil que se hacía imaginar una Plaza de San Marcos de Venecia, un Trafalgar Square de Londres o un Central Park de Nueva York sin la presencia de palomas (New York Times 1963e). Sin embargo, es evidente que la idea de que las palomas no merecían un lugar en el paisaje urbano, tanto conceptual como materialmente, estaba en auge (véase New York Times 1963b). Las palomas se convirtieron en un mero vehículo de enfermedades. Un artículo del 8 de octubre de 1963 (1963d) señala que habían sido instalados unos nuevos carteles en los parques de Queens que rezaban: «No den de comer a las palomas. Las palomas son las mayores portadoras de enfermedades». El ferrocarril de Long Island le declaró también la «guerra» a las palomas. Las armas empleadas fueron redes, alambres, pinchos, venenos, etc. El 12 de octubre se nos habla también de unos «cazadores furtivos» que habían estado capturando palomas para venderlas luego a restaurantes y mercados avícolas (New York Times 1963c). Aunque la captura y matanza particular de palomas era (y sigue siendo) ilegal —es necesario contratar a un controlador de plagas con licencia—, pocos parecían dispuestos a salir en defensa de las aves.

En un artículo publicado en el Times el 14 de julio de 1964, un experto médico italiano declaraba que la conexión entre las dos muertes de Nueva York y las palomas era «ilógica e infundada», y sostenía: «las palomas no son más peligrosas para la salud que cualquier otra mascota doméstica o prácticamente cualquier otro animal». Aunque este artículo pudo haber exonerado a las palomas, no parece que influyera sobre la creciente respuesta de las ciudades contra este animal ya problemático. Se siguieron colocando carteles de «No den de comer a las palomas», y ciudades como Nueva York ampliaron sus tácticas de lucha, incluyendo un intento fallido de alimentarlas con trigo impregnado de un producto químico anticonceptivo (Long 1965). Hubo a pesar de todo una manifestación estudiantil durante un experimento público que proclamaba «Amamos a las palomas», y, en 1964, se pudo oír a Mary Poppins cantando una canción dedicada a «la dama de las palomas» titulada «Comida para los pájaros». Las palomas seguían siendo para muchos una parte aceptada del paisaje urbano, pero las voces en su favor se iban poco a poco ahogando frente a nuevos anzuelos metafóricos que iban condensando la amenaza de las palomas en un «pequeño y escurridizo paquete» (Hilgartner y Bosk 1988:62). De este modo, aquellos que gustaban de dar de comer a las palomas fueron cayendo en el ostracismo, topándose con cada vez más obstáculos morales y jurídicos11.

ENMARCANDO A UNA ESPECIE PROBLEMÁTICA

El 22 de junio de 1966, un artículo del Times anunciaba: «Hoving convoca una reunión para planificar la restauración del Bryant Park». Thomas P. Hoving, comisionado de parques, censuraba la creciente actividad de camorristas y de vándalos, mientras el supervisor del Bryant Park se lamentaba: «los homosexuales... hacen muecas a la gente, [y] los borrachos, después de dejar seco el Bellevue, se trasladan siempre al Bryant Park» (New York Times 1966). El artículo describía un parque en decadencia, invadido por males sociales como el vandalismo, la basura, los sintecho y los homosexuales. Tras esta sección, se puede leer un epígrafe que dice: «Y ahí están las palomas». El supervisor del parque calificaba a las palomas de «nuestros vándalos más pertinaces», pues «se comen nuestra hiedra, nuestro césped y nuestras flores, además de representar una amenaza para la salud». Aunque afirma que las cerca de 500 palomas que habitan allí pueden ser portadoras de ornitosis, el supervisor concede: «todo el mundo parece querer darles de comer... es imposible detener a los alimentadores de palomas». Al final de este párrafo aparece por primera vez12 una metáfora que acompañaría a las palomas durante los 40 años siguientes: «El comisario Hoving llama a las palomas "ratas con alas"» (1966; énfasis añadido). El artículo cierra con la esperanza de que una limpieza «traiga consigo un mejor entorno para gente (1966:49)».

Ratas con alas. Un simple calificativo, pronunciado por un comisionado de parques que intentaba atajar una serie de problemas que aquejaban a un espacio público emblemático. Aunque las molestias causadas por las palomas eran sólo una parte de un supuesto problema mucho mayor, el comisionado Hoving y el supervisor del Bryant Park no vacilaron en implicar moralmente a las «vandálicas» palomas y lanzarles el apelativo de ratas con alas en un tono coherente con el lenguaje despectivo con que el artículo se refiere también a los sintecho y los homosexuales. En los años 30 y 40, las palomas pasaron a ser una molestia por su hábito de anidar y defecar en lugares emblemáticos, estatuas y aceras. En los 50, se nos dijo que las palomas eran portadoras de enfermedades. En 1963, varios funcionarios las consideraron alimañas peligrosas que había que exterminar (Devlin 1963). En este artículo de 1966, todos estos hilos se aúnan en un práctico paquete: ratas con alas. Esta metáfora resumía eficazmente la aparente amenaza sanitaria y la molestia que representaban las palomas, vinculándolas a otra amenaza conocida, las ratas, en un artículo que las asociaba también con otros problemas sociales de la época, como los «borrachos» y los homosexuales13. De acuerdo con el artículo, las palomas tenían la motivación consciente de causar estragos en el orden social, como todo «vándalo» que, por definición, «destruye o daña deliberadamente la propiedad pública o privada» (Oxford American Dictionary 2005). La metáfora no creó el problema de las palomas (véase la afirmación de Fine y Christoforides [1991] sobre los gorriones), sino que demuestra que el «problema» había alcanzado ya la relevancia cultural suficiente como para justificar su enmarcación.

La expresión tardó algún tiempo en imponerse, pero es posible observar el proceso en el discurso cotidiano. En 1967, Barbara Paine explicaba a los lectores del Times cómo atraer a un comedero a los pájaros deseados y mantener alejados a los indeseables: «Para disuadir a las palomas, definidas recientemente como ratas con alas, esparzo mijo y maíz entre los juncos y la maleza». La autora no ofrece ninguna razón para disuadir a las palomas, mientras que sí nos explica algunos beneficios y perjuicios de otros posibles visitantes molestos, como los estorninos. La metáfora bastaba como justificación. La década siguiente fue relativamente tranquila en cuanto a artículos alarmistas sobre las palomas, aunque se publicaron docenas de historias estándar sobre sus molestias y enfermedades.

En 1977, sin embargo, apareció un largo artículo en el Times titulado «Perdiendo la guerra contra las palomas» (Brown 1977). La autora empezaba diciendo que «las palomas son vagabundas suburbiales... Como los vagabundos, eligen un barrio y se quedan en él, siendo necesario un gran asedio para que se vayan». Calificó a las palomas de «forasteras molestas y enemigas de la vida sana». Y aunque admite que «nadie ha demostrado que sean un peligro para la salud», califica a las palomas no sólo de odiosas, sino de inmorales, llamándolas «estúpidas» y relacionándolas con los seres humanos más indeseables, como los «vagabundos» (en la tónica de Hoving)14. Ese mismo año, un artículo del Times del 23 de diciembre sobre una pequeña ciudad de Illinois examinaba los esfuerzos de su alcalde por erradicar a las palomas. El alcalde las llama «cluecas tontas», un vecino local les confiere el apodo de «cucarachas del cielo», y el autor del artículo las acusa de ser «okupas» de edificios históricos cuyos «excrementos son conocidos por ser portadores de 25 enfermedades, algunas potencialmente mortales» (New York Times 1977). Aunque otro residente dijo que las palomas le parecían hermosas, las autoridades municipales decidieron poner fin a la «guerra» contra las palomas envenenándolas con maíz recubierto de estricnina.

Fueron muchos los urbanitas deseosos de declararles la guerra a las palomas. En 1979, el Times se hizo eco de un diálogo radiofónico entre el alcalde de Nueva York, Ed Koch, y un residente de la ciudad. El oyente sugirió disparar a las palomas que infestaban los edificios de la ciudad. El alcalde respondió: «No podemos dispararles sin más», pero «citó con conformidad a Thomas Hoving, antiguo comisionado de parques, y su referencia a las "ratas con alas"». Un funcionario de sanidad mencionado en el artículo consideraba que las palomas eran «inofensivas» a menos que se reunieran en un gran número en espacios reducidos, pero el verdadero argumento para no envenenarlas era la posibilidad de intoxicar a perros y gatos. Aunque el tono general del artículo y el programa de radio no representaba a las palomas como una amenaza, la metáfora de las ratas con alas resucitó, catapultada esta vez tanto por la prensa escrita como por las ondas radiofónicas. Una crónica del año siguiente apuntó a «la gran amenaza de las palomas» (Cavanaugh 1980), y un artículo del Times escrito por Haberman (1980) se encargó de mantener viva la metáfora: «Son... detestadas por gente como el antiguo comisionado de la ciudad de Nueva York, que las llamó "ratas con alas"... Los estadounidenses suelen considerarlas, en el mejor de los casos, una plaga, y en el peor, portadoras de enfermedades» (pág. 132).

La metáfora empezaba a desplegar sus alas en el discurso popular, aunque aún no había sido asimilada lo suficiente como para echar raíces. Resultaba tentadora para algunos periodistas por todas las connotaciones que encerraba, pero aún se hacía necesario recordar que había sido pronunciada por un funcionario municipal. Entonces apareció Woody Allen y su película Recuerdos de una estrella (1980), erróneamente considerada a menudo como el germen de la expresión «ratas con alas». El apelativo es mencionado en una conversación entre el personaje que encarna Allen, Sandy, y su pareja, Dorrie, cuando se les cuela una paloma en el apartamento:

Dorrie: «¡Una paloma! ¡Es preciosa!»
Sandy: «¡No tiene nada de preciosa! ¡Las palomas son ratas con alas!»
Dorrie: «Probablemente es un buen augurio. Nos traerá suerte
Sandy: «¡No, hay que echarla de aquí! ¡Seguramente es una de esas palomas asesinas!»

La metáfora llegó así a Broadway, permeando en el léxico de la cultura pop como nunca habría podido conseguirlo el Times. Allen incitó a Dorrie —y al público— a ver a las palomas no como algo bonito, sino como ratas. Un año antes se publicó la novela Mole's Pity (Jaffe 1979), que contenía este pasaje: «Arriba, en los pobres tejados alquitranados, las palomas. Ratas con alas. El macho agitando las alas, pavoneándose sin rumbo alrededor de la hembra» (pág. 10). La película y la novela demuestran el atractivo cómico y poético de la metáfora; y ambas representaciones consiguieron desligar la etiqueta del comisionado Hoving. Durante la década de 1980 se publicaron numerosas noticias referentes al control de las palomas, como las batidas con armas de fuego en el centro de Buffalo (New York Times 1984) y Beaver Dam, Wisconsin (Wilkerson 1986), la instalación de pinchos metálicos en las cornisas (Brewer 1986), o la colocación de búhos de plástico en los edificios de Nueva York, ciudad inmersa en una «batalla contra los 7 millones de palomas» (DeChillo 1986).

CEMENTANDO UNA MALA REPUTACIÓN

En la década de 1990, la etiqueta de ratas con alas se fue introduciendo en el vocabulario discursivo. Un artículo de 1988 de Oregón empezaba así: «Su nombre común es paloma. Pero algunas personas las llaman "ratas con alas"» (Koberstein 1988). No se indica a quiénes se refiere con «algunas personas», lo que implica que la frase formaba parte ya de la retórica general. Un artículo del Washington Post del 12 de enero de 1990 preguntaba: «Palomas: ¿bellas aves o ratas con alas?». Apenas tres meses después, el mismo diario afirmaba que, efectivamente, eran lo segundo (Welzenbach 1990). Un artículo del Times de 1991 señalaba que mientras «algunas [personas] llevan bolsas de grano o migas de pan a sus parques favoritos para alimentar a las palomas... otros insisten, contra toda evidencia taxonómica, en que las palomas son miembros alados del orden Rodentia», y afirmaba que «las quejas contra las palomas van en aumento» (Angier 1991). Al año siguiente, una carta al director llevaba por título «Hay una ley que prohíbe dar de comer a esas asquerosas y codiciosas palomas» (Goldstein 1992). Un artículo publicado en 1993 en el Cleveland Plain Dealer sobre las palomas mensajeras demostraba el modo en que la etiqueta de ratas con alas en referencia a las palomas callejeras se estaba convirtiendo en un elemento ordinario de la retórica popular, así como una premisa de cualquier debate en torno a ellas. En él se afirma que «las palomas mensajeras son palomas con pedigrí», sin parentesco con esas otras «del tipo rata con alas» (Breckenridge 1993). La distinción se ha convertido en un recurso retórico clásico en los artículos relativos a las palomas mensajeras (Ove 1998; Van Sant 2002).

Casi todos los artículos publicados alrededor de las palomas a partir de 1990 —en el Times y en otros 51 periódicos de Estados Unidos y otros países— utilizaban este marco discursivo, incluso en los pocos casos en que las palomas eran presentadas bajo perfiles positivos. Sin embargo, en los medios de comunicación, el «algunas personas las llaman "ratas con alas"» estaba siendo progresivamente sustituido por un lenguaje que llamaba al consenso: «Las palomas están en buena medida consideradas ratas con alas que comen grano y producen guano» (Hollingsworth 1997); o «comúnmente caricaturizadas como "ratas con alas"» (Ove 1998); o «muchos neoyorquinos piensan que [las palomas] son simples ratas con alas» (Noonan 1999); o «son ampliamente percibidas como ratas con alas plagadas de enfermedades» (Helen 2001). Algunos eran más declarativos, como el London Independent (Wilkie 1995): «Las palomas callejeras son ratas con alas y emplumadas». Los artículos empezaron a formularse en tono de percepción popular. Afirmaciones como «El sentimiento antipalomas no es nada nuevo» (Helen 2001) sugieren que la aversión es un reflejo intemporal de la psique colectiva; y los artículos que manifiestan cosas como «Palomas. Nombre científico: Columba livia. Apodo urbano: ratas con alas» instruyen a los urbanitas sobre cómo deben pensar respecto de las palomas que conviven con ellos.

Además de los alcaldes, las autoridades sanitarias, los comisionados de parques, y los medios de comunicación, otros que desempeñaron un papel fundamental fueron los exterminadores de plagas15. Estos expertos compartían su saber en el reconocimiento de una plaga. En un artículo del Times, un exterminador respondía a los detractores del envenenamiento de palomas: «Los que se quejan son almas descarriadas. Las palomas... no son más que ratas con alas» (Ramírez 1997). Sin embargo, hay indicios de que el marco había calado en el ámbito público más allá de la contribución de los funcionarios municipales, de modo que podría decirse que los periódicos se estaban limitando a reflejar una representación de la cultura popular, aun cuando estaban ayudando a cultivarla (sobre la estructuración, véase Giddens 1984). En 1997, un «asesino en serie» de palomas acechó Manhattan. Aunque un funcionario de la ASPCA trató de seguirle la pista al asesino, la mayor parte de la cobertura que se le dio al caso fue planteada como un alivio cómico. El «cariño hacia las palomas» del funcionario fue calificado de «rasgo relativamente extravagante» (Finn 2000), y entre las reflexiones sobre los móviles del asesino se incluían: «Tal vez se deba a la forma en que [las palomas] se lanzan sobre los peatones, pululan por las aceras y zumban por las plazas como un escuadrón de fumigadoras. O tal vez se deba simplemente a su aspecto, con esos ojos brillantes, esas plumas grises y sucias, y esas nalgas arrogantemente regordetas» (Herszenhorn 1997). El tema de las palomas como ratas con alas surgió incluso en medio de una entrevista a un jugador de fútbol americano, que se jactaba de matarlas con su raqueta de tenis, y decía: «No tengo ni idea de por qué continúan sobre la faz de la tierra» (Mills 2003).

Quizá el colmo del marco de las ratas con alas lo encontramos en un libro satírico de publicación reciente que proporciona al lector «101 maneras probadas y efectivas de matar a las palomas» (Jones 2005). El libro advierte a quienes tengan una «conexión patológica con las ratas emplumadas» de que no sigan leyendo (Jones 2005:vi), y en la sinopsis de la editorial se dice:

«Nadie sabe con certeza cuándo nació el odio a las palomas, pero el fenómeno antipalomas se insinúa hoy en todo lo largo y ancho de la cultura popular. Ya sea en el cine, la televisión, la música o la publicidad, la erradicación de las palomas se ha convertido en un motivo aceptado de comedia. Con Canceled Flight: 101 Tried and True Pigeon Killin' Methods, A. V. Jones ha creado, en clave de humor, un Libro de cocina anarquista para todo aquel que odie a las palomas.»16

Aunque este libro está escrito en tono de parodia, su producción —ilustrada con fotografías detalladas de palomas empaladas con diversos objetos— y venta en la sección de comedia de Barnes and Noble se basa en la sólida presencia del marco cultural de las palomas como ratas con alas. Su publicación es una suerte de colofón a la canción de Lehrer de 1959 «Poisoning Pigeons in the Park», el culmen de un proceso de décadas de transformación en el que las palomas, al menos en el ámbito público, pasaron de ser una pequeña molestia cotidiana al símbolo de lo más vil y moralmente repugnante del paisaje urbano.

LA ESENCIALIZACIÓN DE UN ANIMAL PROBLEMÁTICO

Los periódicos pueden apuntar a algunas molestias concretas de las palomas: heces, ruido, enfermedades potenciales, etc. Es decir, su imagen de molestia pública se basa en parte en algunos de sus rasgos «naturales». Sin embargo, la forma en que el odio en el que se tenía enmarcados retóricamente a los gorriones fue trasladado a las palomas no encuentra una explicación satisfactoria en las meras «condiciones objetivas». Existe una relación contingente entre la identificación de una condición determinada y su descripción como un problema (Spector y Kitsuse 1977). En esta sección y en la siguiente examinaré el contexto cultural que subyace en ello. Las quejas hicieron hincapié en la higiene y las enfermedades, pero la tipificación va mucho más allá de lo epidemiológico. Lo que está en juego es el lugar que ocupan los animales en nuestras geografías imaginarias y el modo en que son definidos los espacios.

PALOMAS, ENFERMEDADES Y LEYES

Las palomas no constituyeron un problema público destacado hasta la muerte de dos neoyorquinos en 1963. Aunque su asociación con las enfermedades podía hacer que se las percibiera como una amenaza creciente, nunca se demostró que portaran más enfermedades que otras aves molestas como los gorriones y los estorninos, ni fueron nunca vinculadas con víctimas humanas. La muerte de aquellos dos neoyorquinos por meningitis tampoco cambió por sí sola la situación. «Para que un problema social avance y sea tomado en serio, debe contar con el respaldo de la sociedad» (Blumer, 1971:303). Hizo falta la figura de un emprendedor (Becker 1963) —el Dr. Littman, funcionario de salud de la ciudad— para que las muertes se conectaran a las palomas, cuando lo único claro del asunto era que las palomas podían transmitir la enfermedad. El doctor fue incluso más lejos. Propagó la paranoia, advirtiendo que la amenaza se cernía sobre los cinco distritos de Nueva York y afirmando que quienes alimentaban a las palomas estaban contribuyendo a la muerte de los neoyorquinos. Además, recomendó el exterminio de todas las palomas callejeras. El Dr. Littman y quienes le sucedieron, junto con instituciones como el departamento de parques, acusaron a las palomas de transmitir enfermedades, y su autoridad y competencia se encargaron de hacer que las palomas fueran esencializadas como alimañas en la «arena de la acción pública» (Blumer 1971:303). Quienes defendían a las palomas carecían de semejante autoridad, y además, ¿quién iba a correr el riesgo? Irvine (2003) señala un proceso de pensamiento similar ocurrido en el siglo XIX, cuando los perros callejeros fueron perseguidos y sacrificados como reacción paranoica frente a las confusiones alrededor del virus de la rabia, instadas por científicos y funcionarios de sanidad.

Cabe destacar que en los artículos citados se puede leer también a otros funcionarios que reiteran que las palomas son prácticamente inofensivas. Los científicos han descubierto que, efectivamente, las palomas pueden ser vectores de una docena de enfermedades, pero lo importante es si esas enfermedades son zoonóticas, es decir, transmisibles a los humanos. Infecciones como la psitacosis pueden ser transmitidas por las palomas, pero también por otras aves urbanas y domésticas. De hecho, el Centro de Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) afirma que las aves de compañía (como los loros y los periquitos) y las aves de corral (como los pollos y los pavos) «tienen una implicación mucho mayor en la transmisión [de la psitacosis] a los humanos» (CDC 2005). En cualquier caso, el CDC informa que se dan menos de 50 casos de infección al año (muy pocos de los cuales resultan fatales) y que es necesario inhalar una gran concentración de heces secas infectadas para contraerla. Otro tanto ocurre con la rara meningitis criptocócica, que lo mismo puede desarrollarse a partir de las heces de las palomas como de muchas otras aves.

Al igual que en el caso de los gorriones, «nunca se ha demostrado que los daños de las palomas hayan ido más allá de la simple molestia» (Fine y Christoforides 1991:378). Aunque las autoridades municipales reconocen que las heces de las palomas pueden ser un peligro si obstruyen los respiraderos o si se acumulan en grandes cantidades, el CDC de Atlanta y el Departamento de Salud de Nueva York afirman oficialmente que no hay constancia de que las palomas hayan transmitido ninguna enfermedad a los humanos (Fagerlund 2003). Además, no parece que las palomas sean portadoras de más enfermedades de las que puedan ser transmisibles también por otras aves urbanas (Angier 1991; Helen 2001; Kelley 2000), a pesar de lo cual son identificadas como un animal particularmente sucio y pernicioso.

El discurso epidemiológico tuvo un profundo impacto espacial y legal con respecto a las palomas. Darles de comer pasó a estar totalmente prohibido o ser motivo de una citación judicial si los funcionarios lo consideraban una molestia para la salud, no sólo en Nueva York, sino también en un número cada vez mayor de ciudades de todo el mundo occidental. Cuando instituciones como el Departamento de Parques y el Departamento de Medioambiente, al amparo de afirmaciones epidemiológicas, declararon oficialmente que las palomas eran una plaga molesta, las aves pasaron a una clasificación que permitió su eliminación, envenenamiento y exterminio. Su designación de plaga convirtió rápidamente a las palomas en una importante fuente de ingresos para la industria del control de animales (Blechman 2006; Mooallem 2006). Tales designaciones y etiquetas (Becker 1963) reforzaron la idea de que la presencia de las palomas en los espacios humanos debía ser experimentada con repugnancia o ansiedad. Sin embargo, el desdén que se expresa hacia las palomas va más allá de cualquier referencia específica a las enfermedades; su «diagnóstico» de ratas con alas insinúa algo más profundo: el miedo que estas aves infunden en forma de amenaza metafórica contra el orden y la salubridad de las ciudades modernas. Vivimos en una época en que se celebra «el triunfo de la medicina y el dominio de las enfermedades» y la naturaleza (Birke 2003:211) como el gran paradigma de la modernidad; la suciedad y otros «contaminantes» se convierten, en consecuencia, en una amenaza contra esta visión (Douglas 1966).

DE PALOMAS Y RATAS

Las metáforas nos permiten «dar sentido a las experiencias innominables de la vida... [y] lejos de ser un mero tropo decorativo, han sido reconocidas desde hace mucho tiempo como un elemento básico y omnipresente de la cognición humana» (Sabloff 2001:23). Nietzsche veía las metáforas como «una forma de experimentar los hechos y, al convertirlos en objetos de experiencia, darles "vida" o "realidad"» (Brown 1976:171; cf. Fernández 1986; Lakoff y Johnson 1980). Richard H. Brown (1976) señala que «las metáforas tienen al menos dos sistemas de referencia» y que «al transferir las ideas y la asociación de un sistema o nivel discursivo a otro, la metáfora permite que un sistema sea percibido desde el punto de vista de ese otro sistema» (pág. 172). Es importante destacar que «el absurdo lógico, empírico o psicológico de las metáforas tiene una función específicamente cognitiva... Nos ofrece una nueva conciencia» (Brown 1976:173). Las metáforas nos abren a la experiencia de actuar como si fueran ciertas. Las metáforas efectivas «no pueden traducirse literalmente sin una pérdida sustancial de significado... El "significado" de la metáfora es, por tanto, una [cualidad] emergente» (Brown 1976:181).

Dado que la «buena» metáfora puede cambiar la apreciación de los hechos, «una metáfora descollante tiene un gran poder de adaptación... logrando transformarse en una descripción literal de "cómo son las cosas en realidad"» (Brown 1976:185; cf. Lakoff y Johnson 1980; Sabloff 2001). La insinuación resultante es que el objeto A debe ser tratado como el objeto B (Fine y Christoforides 1991). Annabelle Sabloff (2001) nos invita a examinar el modo en que las metáforas son empleadas para «reordenar el mundo natural» desde el ámbito urbano (pág. 13); la etiqueta ratas con alas parece ser un buen ejemplo de esta clase de metáforas.

¿En qué sentido son ratas las palomas? Las ratas arrastran «un enorme peso metafórico y semántico»; muchas culturas sienten una «profunda antipatía hacia las ratas, de las que se cree que son portadoras de suciedad y enfermedades, asociadas a las alcantarillas» (Birke 2003:207-08). Es probable que no haya otro animal —salvo la cucaracha, si es que se la acepta siquiera como un animal— más vilipendiado que la rata (Barnett 2001; Hendrickson 1983; Sullivan 2004). Las ratas, «habituales provocadoras de horror y repugnancia» (Birke 2003:210), son «animales viciosos a los que hay que tener miedo» (May 2004:169; cf. Lynch 1988). Incluso Reuben A. Buford May (2004), un construccionista estricto, afirma: «Su historial como carroñeras portadoras de enfermedades está bien documentado, de modo que su reputación es bien merecida» (pág. 169). La «rata salvaje de las cloacas» (Birke 2003:210) es el perfecto villano animal, una «alimaña maléfica y portadora de infecciones» (pág. 214), protagonista de «un sinfín de leyendas y mitos terroríficos» (pág. 210). No hay duda de que las ratas contribuyeron a la propagación de una peste (transmitida por las pulgas) que mató una cifra incalculable de personas. Pero, aunque las ratas no suponen ya la misma amenaza sanitaria para buena parte de Occidente, a nivel cultural se han consagrado como uno de los animales más aborrecidos del planeta. Su sola lejana presencia es capaz de provocar náuseas y ansiedad. Por suerte, las ratas son nocturnas y suelen tenerles miedo a los humanos.

Pero las palomas son diurnas (están activas durante el día) y no parece disgustarles demasiado la compañía de la gente. Esta docilidad suya es la que ha permitido durante tanto tiempo el hábito de darles de comer. Sin embargo, las palomas suelen viajar en grandes bandadas. Descendientes de antiguos habitantes de los acantilados, las palomas se fueron adaptando durante miles de años a la vida en las ciudades, movidas en buena medida por su costumbre de alimentarse en el suelo. A diferencia de la mayoría del resto de animales, las palomas viven, anidan, comen y defecan en las aceras, calles y cornisas —no en los árboles o la hierba. El desarrollo urbanístico ha hecho que los animales vayan desapareciendo de las calles, pero las palomas han permanecido como una de las especies urbanas más visibles. Cuando empezaron a considerarse una amenaza epidemiológica, su gran número y su materia fecal en aceras y bancos empezó a sembrar el miedo a que la amenaza se materializase.

Aunque hubo pocos contagios de palomas, si es que acaso hubo alguno, el «argumento de la plaga potencial» perfiló el dibujo de un peligro claro y presente que debía ser neutralizado (Goedeke 2005:39)17. La metáfora de las ratas con alas captaba el poder de esta ave para causar estragos en la civilización, y no sólo por su potencial para desatar enfermedades. Como «carroñeras» que son, las palomas suelen alimentarse de los desechos, igual que las ratas. Se las considera también igual de sucias, a lo que contribuyen los depósitos de heces que dejan a su paso. Incluso se han establecido vínculos entre ambas especies que se salen de lo metafórico, como la afirmación de que dejar comida a las palomas atrae también a las ratas; en 2007, el Departamento de Parques de Nueva York colocó carteles que decían: «Alimentar a una paloma es criar una rata».

Enmarcar a las palomas como ratas —lo mismo que a los gorriones como inmigrantes o a los zorros como ladrones (Woods 2000)— ayuda simultáneamente a ordenar la naturaleza y redibujar los límites morales. Todo el mundo «sabía» que las ratas son asquerosas, que han provocado algunas de las peores epidemias del mundo y que viven en los intersticios urbanos que la mayoría de nosotros evitamos con todas nuestras fuerzas, como las cloacas y los solares abandonados. Esta «verdad» está tan arraigas que ni uno solo de los artículos que asocia las ratas con las palomas menciona siquiera el carácter y la amenaza de las primeras. Las ratas no gozan de ninguna simpatía pública, siendo tachadas de alimañas capaces de exterminar pueblos enteros, despertando el miedo o la repulsión de la ciudadanía18.

No todo el mundo «sabía» que las palomas eran sucias y enfermizas. Dar de comer a las palomas ha sido históricamente, y aún lo es hoy día, uno de los principales pasatiempos de los visitantes de los parques. Por eso se permitió que las palomas viviesen entre nosotros, ocupando un lugar en el tejido urbano. Pero si las palomas son simples ratas con alas, unas sucias carroñeras que amenazan nuestra salud, ¿por qué vamos a consentir que invadan nuestras aceras, cornisas, estatus y fuentes? Si las palomas son conceptualmente ratas, entonces deberían ser eliminadas físicamente de todos los lugares donde no queremos ratas. La etiqueta las empuja aún más fuera de nuestros límites morales, enfrentándolos a ellos (Becker 1963; Fine 1995). Así pues, el marco sirve como mecanismo de distanciamiento, de tal modo que quien se encuentre con un miembro representativo de una especie etiquetada de esta forma se sienta inclinado a despreciarlo, aborrecerlo o incluso matarlo de acuerdo con la propuesta estereotípica.

La gente clasifica a los animales en función de su valor (Arluke y Sanders 1996; Kellert 1996; Wolch 1997), atribuido de acuerdo con características como el atractivo, la inteligencia, la singularidad, etc. Las ratas vienen ocupando el último o penúltimo puesto de la clasificación desde hace mucho tiempo (Birke 2003). El marco de las ratas con alas colapsa cualquier diferencia entre una y otra especie, vinculándolas en su bagaje moral y estético hasta rebajar el estatus de las palomas y permitir —e incluso exigir— que sean tratadas de la misma forma que tratamos a las ratas (cf. Gamson, Fireman y Rytina 1982). Con el tiempo, la paloma se ha convertido en un lobo con piel de cordero: puede parecer afable, inofensiva e incluso simpática, pero en realidad es un peligro.

RESISTENCIA Y OPOSICIÓN AL MARCO

La notoriedad de las ratas con alas en la esfera pública arroja luz sobre una lógica cultural discursiva, especialmente entre los funcionarios que actúan como actores reivindicantes. Muchos artículos citan a su vez a «gente corriente» que se burla de estas aves, lo que sugiere que el marco es un recurso retórico también en la vida cotidiana. Y, aunque no puedo extenderme aquí, la investigación etnográfica que he realizado en espacios públicos de Nueva York, Chicago, Venecia y Londres demuestra que la frase y el marco de las ratas con alas es un elemento habitual en el diálogo ciudadano sobre las palomas callejeras. No obstante, hay pruebas a niveles micro y macro de que el encuadre de las ratas con alas no es totalmente hegemónico. Es común ver a personas alimentando a las palomas en público, aunque a veces se las tache de «locas» (Mooallem 2006). Y hasta los hay que intentan rescatar públicamente la reputación de las palomas del proverbial arroyo. Por ejemplo, el alcalde de Londres se topó entre 2005 y 2006 con una sorprendente resistencia popular a su deseo de prohibir que se alimentase a las palomas en Trafalgar Square.

La principal arma de los partidarios de reparar la reputación de las palomas es vinculándolas a algunas nobles características humanas (la antropomorfización es también empleada para lo contrario). Por ejemplo, se subraya que las palomas son monógamas y se emparejan de por vida (Kelley 2000) y que los padres se dividen en partes iguales las labores de crianza de los pichones (Helen 2001), hábitos que casan bien con los valores de la sociedad occidental. Las palomas «heroicas» son también una figura narrativa común, en referencia a las aves que transmitían mensajes en tiempos de guerra: «Fueron héroes de guerra que ganaron medallas por hacerles llegar mensajes vitales a las tropas esquivando las balas de los nazis» (Hudson 2004). Otra estrategia consiste en reivindicar «el parentesco biológico de este símbolo de amor, paz y espíritu santo» (Helen 2001).

Sin embargo, la metáfora de las ratas con alas está tan extendida que hasta sus defensores se ven obligados a asumirla como un punto de partida ineludible, lo que condiciona y limita mucho cualquier discurso en torno a las palomas. Se las reivindica como un símbolo de paz y amor porque no hay ninguna diferencia real entre una paloma blanca y una paloma callejera19, pero el público suele quedarse atascado en esta confusión de tipo taxonómico. Se recuerdan sus heroicas contribuciones, pero los medios de comunicación se apresuran a recordar que no fueron obra de las palomas silvestres. Por desgracia, son pocos los defensores que poseen la autoridad y notoriedad suficiente como para hacer valer sus reivindicaciones (Best 1995). Las palomas, por supuesto, no son ratas; y la gente rara vez experimenta con las primeras el mismo nivel de ansiedad que con las segundas. Pero, aunque el hecho de que haya quienes rechazan la metáfora y siga habiendo personas que dan de comer a las palomas demuestra que la metáfora de las ratas con alas no ha ahogado del todo las voces disidentes, el incesante aumento de su empleo indica que se está consolidando en el acervo cultural.

PONIENDO EN ORDEN LA NATURALEZA

La problematización de las palomas es un síntoma de una lógica cultural más amplia. Aunque existen numerosas formas de clasificar y juzgar a los animales (cf. Arluke y Sanders 1996), una de las más importantes es la amparada en la dimensión espacial, tan importante para Mary Douglas (1966) y los geógrafos culturales (Philo y Wilbert 2000; Wolch y Emel 1998). No me interesa tanto si la etiqueta de ratas con alas creó el problema (cf. Becker 1963) como por qué y cómo surgió este marco en el seno de la cultura occidental contemporánea (Best 1995). Las palomas representan el núcleo simbólico de una más amplia amenaza perceptiva (Goode y Ben-Yehuda 1994), la del desorden y la impureza (Douglas 1966)20. Por más que el peligro epidemiológico resulte bajo, la presencia incontrolada de estas «sucias aves» suscita la percepción de que el paisaje urbano no está del todo sometido. La lógica en este caso es análoga a la de la «teoría de las ventanas rotas» (Wilson y Kelling, 1982), que sostiene que la presencia de pequeños desórdenes, como ventanas rotas o basura, indica una falta de control social que, si se ignora, acabará atrayendo desórdenes mayores. El ex alcalde de Nueva York Rudy Giuliani utilizó este controvertido marco en su campaña en pro de la «calidad de vida» de finales de la década de 1990, en la que se impusieron multas y arrestos por infracciones leves. Los más vulnerables, como los sintecho, se convirtieron en un objetivo fácil en los planes de «limpieza» urbana (Duneier 1999). Recordemos como Hoving (New York Times 1966) asoció explícitamente a las palomas con los sintecho y los alborotadores («los vándalos»), al igual que en otros artículos se las ha llamado «vagabundas» y «okupas».

Durante la «limpieza» de las ciudades, algunos objetos y grupos humanos y animales pasan a percibirse como algo «fuera de lugar», y su eliminación se interpreta como un restablecimiento del orden. Douglas (1966) afirma: «La suciedad es básicamente desorden. No existe la suciedad absoluta, salvo en el ojo de quien observa»; y «limpiar, tapizar, decorar, ordenar... no son acciones movidas por el deseo de huir de lo enfermizo, sino por el deseo de reordenar nuestro entorno conforme a un ideal preconcebido» (pág. 12). Separar y eliminar las impurezas es una de las señas de identidad de la modernidad. La suciedad, tanto literal como metafórica, nunca es percibida simplemente como lo que es: «Donde hay suciedad, hay un sistema»; «la suciedad entendida como materia fuera de lugar... implica dos condiciones: un conjunto de relaciones ordenadas y su contravención» (Douglas 1966:48). Bajo esa matriz, el espacio se vuelve crucial en la determinación de lo que es «sucio». Puede que unos zapatos no estén sucios de por sí, pero lo están si se colocan en la encimera de la cocina. Los zapatos se convierten entonces en «materia fuera de lugar». Estas infracciones mundanas revelan nuestros esquemas clasificatorios culturalmente dependientes, suscitando reacciones casi reflejas en las que la resolución del conflicto y el restablecimiento del orden se tornan en una cuestión de índole moral (Durkheim [1933] 1997; Garfinkel 1967).

Chris Philo (1995) muestra cómo la presencia del ganado y los mataderos en el Londres del siglo XIX paso a verse como una amenaza para el desarrollo urbano. Se consideraba impropio que la gente, especialmente las mujeres y los niños, oliera y viera la animalidad desenfrenada del ganado, es decir, sus excreciones y fornicaciones. Philo (1995) observa una «voluntad clara y creciente de expulsar a ciertas categorías de animales» (pág. 677). La progresiva pérdida de contacto con los animales salvajes se ha ido traduciendo en intolerancia.

REDEFINIENDO EL ESPACIO MATERIAL

«La vida y la cultura urbana, o bien ha incorporado a los animales a la esfera privada (en forma de mascotas), o bien los ha trasladado a un pasado rural o una "naturaleza" real o imaginaria» (Grif-fiths, Poulter y Sibley 2000:59). A pesar de esta compartimentación, siempre existe el riesgo de que «la naturaleza salvaje se reafirme y perturbe el orden urbano establecido» (pág. 69). Los animales pueden desafiar nuestras categorías conceptuales y nuestro deseo de situarlos en determinados espacios concretos. Al hacerlo, se pueden convertir en un problema. Existe «una aversión común a la naturaleza indómita cuando se no aparece como tal en un entorno doméstico» (pág. 57). Estos animales parecen condenados a ser vistos como unos transgresores morales, en tanto que transgreden los espacios que hemos definido como «sólo para los humanos».

Por mucho dinero y recursos que invirtamos en repeler o matar a las palomas, éstas demuestran ser una de las criaturas urbanas más adaptables. Las palomas destacan como uno de los transgresores urbanos más despreciados debido a su pública animalidad. Ni siquiera se refugian en alcantarillas, árboles o parques para defecar, aparearse y hacer su vida, como lo hacen tantos otros animales. La misma especie que es emblemática y célebre en un entorno rural (Bell 1994; Yarwood y Evans 2000) puede volverse problemática si decide trasladarse por voluntad propia a un entorno urbano. Que la batida de palomas esté peor vista en el campo (Bronner 2005) es un reflejo también de lo fuera de lugar que se las considera en la ciudad, donde se las tiene por unas extraviadas inconscientes (Becker 1963).

Los enemigos de las palomas no sólo han redefinido a las palomas, sino también los espacios. Las palomas son ahora una especie «sin hogar»; durante el siglo pasado les fueron prohibidos (a las palomas y a otros animales) un número cada vez de mayor de espacios, hasta que hoy por fin parecen no estar legitimadas a ocupar ningún lugar habitado por los humanos. Las primeras leyes prohibieron la tenencia de palomas mensajeras en las azoteas de las casas vecinales. Una carta de 1935 al New York Times se quejaba de la presencia de palomas en algunos lugares, pero reconocía su «derecho» a existir en «espacios abiertos» como los parques y las plazas (Knox 1935). Por esas mismas fechas, la ciudad de Nueva York pedía a sus residentes que no dieran de comer a las palomas en la biblioteca, pero seguía siendo aceptable alimentarlas en los parques, en los que había incluso zonas destinadas a tal fin. Al cabo de unas pocas décadas, sin embargo, podían verse ya carteles de «No den de comer a las palomas» en los parques de Nuevas York y de todo Estados Unidos, y empezaron a dictarse leyes que vetaban la entrada de estas aves a cualquier espacio público. A partir de ahí, las etiquetas de «vagabundas» (Brown 1977) y «okupas» (New York Times 1977) empiezan a cobrar sentido. Las nuevas definiciones espaciales, unidas a su vinculación con las ratas, dejan a las palomas sin un lugar al que poder llamar su hogar. Los gorriones fueron vilipendiados por desplazar a las aves autóctonas; las palomas, por invadir el territorio humano.

Los animales poseen agencia (Philo y Wilbert, 2000; Wolch y Emel, 1998). Los animales salvajes o silvestres se mueven de acuerdo con sus propias trayectorias —lo que Michael (2004) denomina «animovilidad»— que a menudo los conducen a asentamientos humanos en los que se topan con seres humanos movidos por sus propias trayectorias. Algunos animales, como las palomas, viven casi exclusivamente en «hábitats humanos». Si el animal cuya trayectoria choca con la trayectoria del humano no se deja domesticar o controlar, brota en el humano la existencial sensación de desorden social (Douglas 1966). La capacidad de volar hace de las palomas unas transgresoras especialmente eficaces. Por mucho que les hayamos vetado la entrada a cualquier sitio, no existen vallas ni trampas suficientes para controlar del todo su «animovilidad». Pueden atravesar libremente las fronteras estatales y nacionales sin adhesión alguna a las definiciones territoriales que los humanos han establecido. No sólo son ratas contagiosas, sino ratas contagiosas con la aterradora capacidad de aparecer por tierra y aire.

CONCLUSIÓN

He argumentado que las palomas han sido problematizadas al amparo de las geografías imaginarias subyacentes en las constituciones modernistas (Latour 1993). Esta lógica establece límites espaciales firmes entre la naturaleza y la cultura, y considera el desacato animal de estos límites como una transgresión anómala (Becker 1963) y contaminante (Douglas 1966). Como tales, las palomas simbolizan a una amplia categoría de animales molestos causantes de desorden social. Las palomas destacan en este sentido debido a algunos de sus hábitos característicos, que hacen que su animovilidad (Michael 2004) choque de forma muy particular contra las trayectorias de los humanos. Si esta lógica es correcta, cabría esperar que los animales con más probabilidades de ser considerados una especie problemática fueran los que más se salen de nuestras geografías imaginarias. Y parece haber pruebas de ello, como los lobos (Scarce 2005), los zorros (Woods 2000), los osos y los pumas (Wolch 1997), que abren su propia veda en cuanto osan atravesar cualquier zona rural o suburbana. En la ciudad, los animales tienen prohibida la práctica totalidad de espacios públicos, a menos que estén civilizados o bajo control. La categoría de especies invasoras cobra aquí un significado reconstituido.

También he argumentado que la metáfora de las ratas con alas enfatiza la insalubridad de las palomas más allá de lo epidemiológico. Es de destacar que esta frase se está extendiendo ya sobre otras aves suburbiales y campestres. Los gansos, por ejemplo, considerados una molestia en parques empresariales y campos de golf, han recibido el apelativo de ratas con alas (Harber 1995). También las gaviotas que se adentran en el interior para carroñear (McCracken 2005), los cuervos que viajan en bandadas (Spears 2000) y los estorninos que ensucian y arman ruido (Kotok 2005) han sido honrados con el adjetivo. Como cabía esperar del análisis de este artículo, la etiqueta actúa a su vez como una justificación para controlar al animal etiquetado. Por ejemplo, recientemente se anunció que los granjeros de Canadá planeaban el gaseado anual de «un mínimo de 50.000» estorninos (Ottawa Citizen 2006). Un granjero declaró: «Nos gusta llamarlas ratas con alas... Son alimañas que propagan enfermedades y causan daños, tan prolíficas además como las ratas. Son una plaga repugnante» (2006). Un artículo del Times sobre la matanza de 350 gansos en una ciudad se preguntaba por qué «alguien querría defender a los gansos salvajes, que cubren con sus excrementos los patios de los colegios», y afirmaba que los gansos, que ahora se niegan a emigrar, «propagan enfermedades que pueden matar a otras aves más escasas, incluidos los gansos de Canadá, que llevan una vida dura, respetando las normas, y que acaban contrayendo parvovirus o botulismo durante sus migraciones» (Collins 1996). La retórica revela unas pautas y unos criterios espacio-culturales cada vez más evidentes en torno a la problematización de los animales.

Existe una correlación clara entre el modo en que los grupos humanos tratan a los grupos animales y el modo en que los grupos humanos se tratan entre sí (Arluke y Sanders 1996; Irvine 2004; Philo 1995). En cuanto a los conflictos basados en el espacio y el control social, he indicado que no es sólo a los animales a quienes se problematiza y ve como extraviados (cf. Duneier 1999). La noción de las geografías imaginarias proporciona a la sociología una gran ayuda conceptual a la hora de establecer vínculos teóricos más amplios en torno a diversos problemas de índole social. Y, dado que el trabajo de delimitación entre la naturaleza y la cultura es uno de los principios organizativos más importantes de la modernidad, los sociólogos harían mal en dejar el estudio de los animales y la naturaleza en manos de las ciencias naturales.

Colin Jerolmack, febrero de 2008.

NOTAS
1 – Así es como instituciones como la Audubon Society describen a las palomas, que no están protegidas por la Ley de Aves Migratorias.
2 – Hay dos características compartidas por la mayor parte de los enfoques del constructivistmo social (Becker 1963; Best 1995; Blumer 1971; Fine 2001, 1997; Hilgartner y Bosk 1988; Gusfield 1981; Loseke 1999; Schneider 1985; Spector y Kitsuse 1977; Woolgar y Pawluch 1985): (1) la idea de que "la relación entre las 'condiciones objetivas' y el desarrollo de problemas sociales es variable y problemática" (Spector y Kitsuse 1977:143; énfasis original); y (2) la postura de que son los agentes y las instituciones, actuando como creadores de reivindicaciones interesadas, quienes definen y enmarcan las acciones, las personas o las circunstancias como problemáticas. Como demostraré más adelante, la definición de animales problemáticos es afín a estas características. Sin embargo, estas definiciones están modeladas, refractadas, de acuerdo con marcos culturales en torno a las dimensiones espaciales.
3 – Haraway (1991) ofrece una crítica de la separación naturaleza/cultura desde una óptica feminista, argumentando que la apariencia de objetividad científica inscribe y enmascara la dominación social. En este contexto, introduce el concepto de "cyborgs", en evocación a los "híbridos" de Latour, para subrayar lo ficticio de la frontera entre naturaleza y sociedad: "En nuestro tiempo, un tiempo mítico, todos somos quimeras, teorizados y fabricados como híbridos de máquinas y seres orgánicos; en pocas palabras, somos cyborgs. El ciborg es nuestra ontología" (pág. 150; véase también 177-78).
4 – Los gorriones tampoco tienen demasiada presencia en los titulares. Por razones de espacio, sólo haré referencia a la retórica contra los gorriones extraída desde el Times. Sin embargo, cabe apuntar que analicé 41 artículos del Times (1861-2006) incluyendo los recogidos en el estudio de Fine y Christoforides (1991) y 27 artículos de otras fuentes adquiridas a través de Lexis-Nexis (1980-2006) que incluían a los gorriones en el título. Mis hallazgos coinciden con la retórica descrita por Fine y Christoforides (1991), y con la afirmación de que dicha retórica desapareció después de la década de 1920.
5 – Estos son todos los periódicos que proporciona Lexis-Nexis bajo la selección "major papers" en su motor de búsqueda; 30 son periódicos estadounidenses, en su mayoría urbanos, pero con una amplia distribución y cobertura suburbana y regional; los otros periódicos anglosajones son de Canadá (2), Inglaterra (5), Irlanda (1), Nueva Zelanda (5) y Escocia (2); hay también un periódico de Brasil, China, Israel, Japón, Malasia y Singapur.
6 – Si se teclea "paloma" como palabra clave, aparecen miles de artículos, muchos de los cuales sólo mencionan a las aves de pasada. Por ello, realicé una búsqueda de palabras clave en el cuerpo de los artículos utilizando "paloma Y molestia O plaga O problema".
7 – Pocos años después de que se introdujera el gorrión en Estados Unidos para controlar un tipo de gusano que infestaba los árboles de Nueva York (New York Times 1869), el Times citó a ornitólogos y funcionarios municipales que afirmaban que los gorriones "matan de hambre a los pájaros cantores nativos" y deberían "ser convertidos en mascotas" (1870). Se afirmaba que los gorriones eran "saqueadores", "perezosos" y "atrevidos" (New York Times 1878) y constituían una "molestia sin paliativos" que no poseía "ni una sola cualidad redentora" (New York Times 1871). Los gorriones se revelaron, a ojos de la Unión Americana de Ornitólogos, como "unos impostores, ladrones y asesinos", "llenos de odio hacia todas las aves honestas" (New York Times 1884). Los enemigos de los gorriones buscaban la "destrucción sistemática" (Cous 1883) del "pájaro con peor condición y aspecto y modales más desagradables" (New York Times 1898). De hecho, el gobierno acabó fomentando y retribuyendo la caza de estas aves.
8 – La ornitosis y la psitacosis son la misma enfermedad.
9N. del T.: Letra original: All the world seems in tune on a spring afternoon / When we're poisoning pigeons in the park / Every Sunday you'll see my sweetheart and me / As we poison the pigeons in the park / We'll murder them amid laughter and merriment / Except for the few we take home to experiment.
10 – Michael (2004) afirma: "Lo que, muy probablemente, nunca será [tratado] como un simple atropello será el arrollamiento de la megafauna carismática e icónica para... la sensibilidad ecologista" (pág. 284). Cuando se atropella a animales como chimpancés, tigres o seres humanos, "se trata a los atropellados como víctimas y su muerte como una tragedia" (pág. 284). [N. del T.: En inglés se emplea la palabra "roadkill" para referirse, con un punto de frivolidad, a los animales atropellados. El apunte de la nota relativo a este matiz se pierde con la traducción.]
11 – Sobre cómo el estigma animal se puede extender a quienes cuidan de ellos, véase Arluke y Sanders 1996:70; Griffiths, Poulter y Sibley 2000; Twining, Arluke y Patronek 2000.
12 – Ésta es la referencia más antigua que he encontrado sobre las palomas como ratas con alas después de buscar en diversos medios de comunicación, Internet y otras fuentes de la cultura popular.
13 – Cabe señalar que la aceptabilidad de los términos despectivos utilizados para describir a los homosexuales y a los sintecho refleja el aspecto histórica y culturalmente contingente de los problemas sociales.
14 – Véase la nota 13. No queda claro si la palabra vagabundos se refiere a los sintecho o a cualquiera considerado un holgazán o un parásito social. Cabe destacar que las supuestas amenazas de las palomas y los sintecho se solapan a menudo (Fine y Christoforides 1991:391).
15 – Para un argumento en torno a la posibilidad de que la industria del control de plagas fuese la principal instigadora del problema de las palomas, véase Mooallem (2006).
16 – Véase www.canceledflight.com.
17 – Las palomas y quienes las alimentan han sido objeto de reprimendas tanto por el virus del Nilo Occidental como por la gripe aviar, a pesar de que las palomas muestran una gran resistencia, si no inmunidad, a ambos virus.
18 – Sin embargo, las ratas se utilizan a menudo en los laboratorios, donde son reconvertidas y purificadas (Birke 2003; Lynch 1988).
19N. del. T.: El inglés contiene dos voces distintas para el término "paloma": pigeon y dove. Aunque son sinónimas, se les atribuyen connotaciones diferentes. Así, dove suele asociarse con las palomas blancas propias de la iconografía bíblica, mientras pigeon tiene asignada una semántica más ordinaria y, por lo mismo, más adecuada a la mundanalidad de las palomas domésticas o callejeras. El autor se sirve de esta distinción en el original.
20 – Los folcloristas también se han percatado del pánico que pueden despertar los animales que están fuera de lugar, de tal manera que las noticias discrecionales o anecdóticas de "grandes felinos" que violan los límites de los asentamientos humanos se acaban convirtiendo a menudo en leyendas regionales (Campion-Vincent 1992; Goss 1992). Estas intrusiones pueden desencadenar un "ataque de histeria colectiva" (Bartholomew y Victor 2004) al ser enmarcadas por las propias leyendas como parte de un problema social de mayor envergadura. "La histeria colectiva es inducida por la fe compartida alrededor de unos rumores de amenaza. Una vez que la creencia en una amenaza se extiende lo suficiente como para crear una definición consensuada de la misma, los temores se intensifican y se distorsionan las percepciones individuales" (Bartholomew y Victor 2004:229).

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Traducción: Igor Sanz

Texto original: How Pigeons Became Rats: The Cultural-Spatial Logic of Problem Animals
 

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