Con la llegada del estío empiezan a brotar en masa unos curiosos animales recién salidos del letargo. Nos referimos, claro, a los
humanos. Hay sin embargo otras especies que comparten su costumbre, de tal manera que la invasión humana de
playas, piscinas y montañas se ve escoltada por la muy particular compañía de las moscas y de los mosquitos. A la tradición de los
primeros la llamamos «vacaciones», a la de los segundos, «plaga»,
a pesar de ser estos últimos quienes lo hacen en respuesta a su
ciclo biológico y no a una simple preferencia estacional.
Estas humildes criaturas parecen ser capaces de alterar nuestro sosiego como nadie, al punto de haber llegado a la creencia de que su existencia se reduce simplemente a eso, a fastidiarnos. Pero se antoja improbable que un grupo de animales que lleva en este planeta algunos cientos de millones de años más que el ser humano vaya a deber su presencia a algo tan insustancial. Dejemos pues aparcados tan absurdos narcisismos y tratemos de conocer algunos aspectos de la vida y las costumbres de estos pequeños individuos voladores.
EL TAMAÑO SÍ IMPORTA
Pocas especies despiertan en el ser humano el grado de desprecio que éste muestra por las moscas y por los mosquitos, para cuya referencia ha llegado a inventar hasta un apodo despectivo: «bichos». Varios serán los motivos (o prejuicios) probables de esa hostilidad, pero el principal de ellos quizá debamos acusarlo al reducido tamaño de los protagonistas. Siendo así, tal vez convenga iniciar nuestro recorrido por las andanzas de estos insectos explicando las razones de su pequeñez.
La principal causa de su pequeño tamaño se debe, como es
lógico, a su condición de invertebrados,
lo que implica la falta de una estructura ósea que soporte el peso corporal. Bajo el agua, la fuerza gravitatoria es menos patente,
por lo que los invertebrados marinos pueden desarrollar tamaños en
algunos casos espectaculares; pero en tierra firme la
cosa cambia, y se precisa de un esqueleto interno que pueda sostener el peso del cuerpo para alcanzar tamaños más o menos grandes. Ahora bien, ¿es ésta la única explicación? Pues no.Estas humildes criaturas parecen ser capaces de alterar nuestro sosiego como nadie, al punto de haber llegado a la creencia de que su existencia se reduce simplemente a eso, a fastidiarnos. Pero se antoja improbable que un grupo de animales que lleva en este planeta algunos cientos de millones de años más que el ser humano vaya a deber su presencia a algo tan insustancial. Dejemos pues aparcados tan absurdos narcisismos y tratemos de conocer algunos aspectos de la vida y las costumbres de estos pequeños individuos voladores.
EL TAMAÑO SÍ IMPORTA
Pocas especies despiertan en el ser humano el grado de desprecio que éste muestra por las moscas y por los mosquitos, para cuya referencia ha llegado a inventar hasta un apodo despectivo: «bichos». Varios serán los motivos (o prejuicios) probables de esa hostilidad, pero el principal de ellos quizá debamos acusarlo al reducido tamaño de los protagonistas. Siendo así, tal vez convenga iniciar nuestro recorrido por las andanzas de estos insectos explicando las razones de su pequeñez.
La principal causa de su pequeño tamaño se debe, como es
Otro motivo fundamental lo encontramos en su respiración. Las moscas y los mosquitos, así como el resto de artrópodos terrestres, no cuentan con un modelo respiratorio activo ―como los pulmones o las branquias―, sino que se basan en lo que se conoce como sistema traqueal, donde el oxígeno y el dióxido de carbono circulan de manera pasiva y sin intervención del aparato circulatorio. Pequeños orificios o poros distribuidos por todo el cuerpo y llamados espiráculos dan paso a un conjunto de tubos vacíos denominados tráqueas. El oxígeno penetra en su interior llegando hasta las traqueolas, que son las encargadas de distribuirlo por fin hasta las células (al tiempo que repelen el dióxido de carbono). De esta forma, un tamaño demasiado grande del animal provocaría que el oxígeno tuviera problemas para alcanzar todas las zonas del cuerpo incluso en aquellos insectos que han desarrollado un mecanismo de bombeo. Sin embargo, hace alrededor de 350 millones de años, en el periodo Carbonífero, la concentración de oxígeno en la atmósfera era mayor a la actual, lo cual permitió la aparición de los conocidos como «insectos gigantes». Entre ellos encontramos al Arthropleura, un milpiés del tamaño de un humano, o al Meganeura, una especie de libélula de casi un metro de longitud.
PERFECCIONANDO EL VUELO
Se cree que los invertebrados empezaron a dar sus primeros pasos sobre tierra firme entre el periodo Silúrico y el Devónico, hace aproximadamente 420-440 millones de años. Eran artrópodos marinos (antepasados de los crustáceos actuales) que se adaptaron a llevar una forma de vida anfibia hasta que consiguieron por fin obtener el oxigeno directamente de la atmósfera. Con el tiempo, fueron surgiendo múltiples especies de diferentes formas y tamaños que les permitían explotar un mundo cada vez más rico en vida vegetal.
Entre ellos surgieron los pterigotas, los primeros insectos alados. Contaban en un principio con dos pares de alas membranosas (como las libélulas, por ejemplo), pero en algunos de ellos el segundo par de alas se fue modificando hasta reducirse a lo que hoy conocemos como halterios, dos diminutos apéndices en forma de mazas que permitían a estos animales mantener el equilibrio durante el vuelo. Hacían así su aparición los primeros dípteros (del griego:«dos alas»), el orden al cual pertenecen las actuales moscas, mosquitos y todos aquellos insectos que cuentan con este mecanismo.
El fósil más antiguo de este orden de insectos data del periodo Triásico, hace 240 millones de años, de una especie conocida como Grauvogelia arzvilleriana. Al igual que todos los insectos, los dípteros cuentan con tres pares de patas (los invertebrados terrestres que cuentan con más, como las arañas o los ciempiés, no son insectos) y se caracterizan por tener un cuerpo dividido en tres partes bien diferenciadas: la cabeza, el tórax y el abdomen. La mayor parte de la cabeza está ocupada por los ojos, compuestos de múltiples unidades receptoras que, junto con los pequeños ocelos situados en la parte superior de la cabeza, les permiten un ángulo de visión de casi 360º. Las antenas, por su parte, operan como órganos olfativos muy desarrollados, y sus cuerpos son muy sensibles a los cambios de temperatura y de presión en el aire, lo que les ayuda a alertarse de cualquier peligro próximo.
Pero la característica más curiosa de estos animales tal vez la hallemos en sus patas. Y es que, por increible que pueda parecer, es a través de estas extremidades por donde perciben... ¡el sabor! En efecto, es en ellas y no en la boca donde tienen sus papilas gustativas, así que a la mosca o al mosquito que desea degustar algún manjar le basta y sobra con tocarlo. Puede resultar extraño eso de tener que andar pisando la comida para poder saborearla, pero, bien mirado, no parece mal negocio ser capaz de conocer el sabor de las cosas antes de meterse nada por la boca.
¿VAMPIROS INSACIABLES O MADRES RESPONSABLES?
Dentro de los dípteros encontramos una
amplísima variedad de especies diferentes, llegando incluso a ser el
cuarto orden en cuanto a número de éstas con sus más de 100.000
especies conocidas. Esto obliga en gran medida a generalizar en este
artículo, pero si existe una característica que ayuda a la gente a
hacer una rápida distinción entre las moscas y los mosquitos es sin duda la supuesta costumbre "vampiresca" de los últimos.
Los dípteros se caracterizan por tener
un aparato bucal en forma de pequeña trompa, adaptado en cada
especie a su régimen particular, siendo así de función meramente chupadora en algunas y
más perfeccionada en las de gustos culinarios más sofisticados.
Debe decirse antes de nada que el hábito hematófago no es en ningún
caso un aspecto de distinción entre uno y otro grupo,
ya que ni todos los mosquitos chupan sangre, ni todas las moscas están
libres de "pecado".
Se conoce como mosquitos a todos aquellos animales clasificadas en el suborden de los nematóceros, dentro del cual encontramos a su vez a un buen número de familias biológicas distintas. Entre ellas, tan solo las especies pertenecientes a los culícidos son chupadoras de sangre, aunque ni siquiera en este caso todas las especies muestran esta peculiar característica.
No obstante, la creencia generalizada de que (estos) mosquitos se alimentan de sangre es completamente falsa. El alimento de los mosquitos es el néctar, que proporciona al adulto todos los nutrientes que precisa. Ocurre sin embargo que este producto carece de las proteínas necesarias para el buen desarrollo de los huevos, y es por ello que, antes de las puestas, las hembras ―y sólo las hembras― se ven en la obligación de buscar fuentes protéicas de más abundante suministro. El lugar que la naturaleza les ha asignado es la sangre de otros animales, entre los que también nos encontramos, claro, los humanos. Cabe preguntarse hasta qué punto es reprochable la actitud de unas madres que ponen seriamente en peligro su propia vida con el único fin de asegurar el bienestar y la supervivencia de sus hijos.
LAS ASEADAS MOSCAS
Tanto las moscas como los mosquitos pueden vivir en un amplio abanico de hábitats, siendo todo un ejemplo de adaptabilidad. Por lo general, no suelen alejarse mucho del entorno en que nacieron, aunque en algunos casos pueden llegar a recorrer sin descanso distancias de varios kilómetros si las circunstancias se lo exigen. También presentan una amplia tolerancia a los cambios de temperatura, aunque cada especie se ha adaptado a los diferentes climas y a la mayoría no suelen gustarles las temperaturas excesivamente altas. Este es el motivo que hace que, en verano, las moscas y los mosquitos se vuelvan inquilinos usuales de nuestros domicilios. Una vez que la temperatura del exterior desciende, nos muestran su deseo de volver a salir mediante sus clásicos repiques contra la ventana. La suya no se antoja en principio una actitud censurable, pero a los humanos no parece agradarles en exceso su presencia, sobre todo en lugares como las cocinas.
Se conoce como mosquitos a todos aquellos animales clasificadas en el suborden de los nematóceros, dentro del cual encontramos a su vez a un buen número de familias biológicas distintas. Entre ellas, tan solo las especies pertenecientes a los culícidos son chupadoras de sangre, aunque ni siquiera en este caso todas las especies muestran esta peculiar característica.
No obstante, la creencia generalizada de que (estos) mosquitos se alimentan de sangre es completamente falsa. El alimento de los mosquitos es el néctar, que proporciona al adulto todos los nutrientes que precisa. Ocurre sin embargo que este producto carece de las proteínas necesarias para el buen desarrollo de los huevos, y es por ello que, antes de las puestas, las hembras ―y sólo las hembras― se ven en la obligación de buscar fuentes protéicas de más abundante suministro. El lugar que la naturaleza les ha asignado es la sangre de otros animales, entre los que también nos encontramos, claro, los humanos. Cabe preguntarse hasta qué punto es reprochable la actitud de unas madres que ponen seriamente en peligro su propia vida con el único fin de asegurar el bienestar y la supervivencia de sus hijos.
LAS ASEADAS MOSCAS
Tanto las moscas como los mosquitos pueden vivir en un amplio abanico de hábitats, siendo todo un ejemplo de adaptabilidad. Por lo general, no suelen alejarse mucho del entorno en que nacieron, aunque en algunos casos pueden llegar a recorrer sin descanso distancias de varios kilómetros si las circunstancias se lo exigen. También presentan una amplia tolerancia a los cambios de temperatura, aunque cada especie se ha adaptado a los diferentes climas y a la mayoría no suelen gustarles las temperaturas excesivamente altas. Este es el motivo que hace que, en verano, las moscas y los mosquitos se vuelvan inquilinos usuales de nuestros domicilios. Una vez que la temperatura del exterior desciende, nos muestran su deseo de volver a salir mediante sus clásicos repiques contra la ventana. La suya no se antoja en principio una actitud censurable, pero a los humanos no parece agradarles en exceso su presencia, sobre todo en lugares como las cocinas.
Se conocen vulgarmente como moscas las especies pertenecientes al suborden de los braquíceros. Por lo general, la mente del vulgo vincula a estos individuos con la suciedad, una asociación motivada por lo peculiar de su régimen alimenticio. Las moscas en realidad pueden alimentarse de una amplia variedad de cosas, pero nada ocultan su predilección por los desechos orgánicos, de los cuales consiguen extraer los nutrientes necesarios sin dificultad. Este hábito puede generar repulsa a nuestros ojos, pero lo cierto es que cumple una función ecológica esencial. Sea como fuere, su hermandad con la falta de higiene es altamente inmerecida. Las moscas son en realidad todo un ejemplo de limpieza y pulcritud. No es difícil apreciar la gran cantidad de tiempo y esmero que dedican a su propia limpieza, e incluso producen, frotando sus patas, una sustancia compuesta de azucares y aceites que maximiza su empeño higienizante. La falta de párpados, la sensibilidad de las múltiples pilosas sensoriales (los "pelitos"), la dependencia de un buen estado de las alas...; todo ello las obliga a un aseo rayano en lo obsesivo.
Existen otros motivos más reales para poner "cuidado" con las moscas en el plano profiláctico. Y es que además de expulsar pequeñas heces, como todos los animales, nuestras protagonistas tienen por añadidura un sistema alimenticio de los más particular que hace de la "digestión" un procedemiento en gran medida externo. Y es que las moscas sólo
consumen alimentos líquidos, de modo que aquella que quiere consumir
un alimento sólido debe primero expulsar una sustancia
parecida a los jugos gástricos para licuar la comida y poder entonces succionarla.
Vamos a cerrar este pequeño capítulo
dedicado a las moscas con una pequeña mención a su cerebro. Siempre ha existido la creencia de que el diminuto cerebro de los
insectos apenas les servía para llevar a cabo sus tareas más elementales,
para funcionar como poco menos que unos autómatas de conducta predecible, pero la
realidad es bien distinta. Hoy sabemos que las
moscas cuenta con una amplia flexibilidad mental, que poseen una gran memoria, que meditan sus decisiones, que tienen un dilatado rango de emociones, o que el sueño actúa en sus cerebros de una manera similar a como lo hace en el de los humanos, por poner algún ejemplo. Esto viene a
demostrarnos que incluso los cerebros más pequeños son capaces de adoptar resoluciones, guardar las experiencias, juzgar los acontecimientos, y (¡oh, sorpresa!) pensar.
EL TAMAÑO NO IMPORTA
Las moscas y los mosquitos cuentan con un desarrollo de tipo holometábolo, lo que significa que su ciclo vital pasa por una metamorfosis completa formada por cuatro fases bien diferenciadas: el embrión, la larva, la pupa y el adulto, aunque existen algunas especies que no cumplen del todo con este esquema. La longevidad de los dípteros es también muy variable, no sólo entre especies sino también entre individuos. Existen quienes apenas viven unas horas en estado adulto y también quienes pueden llegar a varios meses, aunque por lo general la vida de las moscas y los mosquitos suele rondar las dos semanas.
En cualquier caso, vemos que la vida de estos insectos es verdaderamente corta en comparación con otros animales ―como los humanos―, y llama la atención que este hecho parezca antes motivo de desprecio que de compasión. Cuando la brevedad de la vida se manifiesta en algún individuo de nuestra misma especie ―por enfermedad o accidente―, para los seres humanos significa siempre un motivo de profunda pesadumbre; un sentimiento lógico pero incapaz, sin explicación visible, de traspasar las barreras específicas.
EL TAMAÑO NO IMPORTA
Las moscas y los mosquitos cuentan con un desarrollo de tipo holometábolo, lo que significa que su ciclo vital pasa por una metamorfosis completa formada por cuatro fases bien diferenciadas: el embrión, la larva, la pupa y el adulto, aunque existen algunas especies que no cumplen del todo con este esquema. La longevidad de los dípteros es también muy variable, no sólo entre especies sino también entre individuos. Existen quienes apenas viven unas horas en estado adulto y también quienes pueden llegar a varios meses, aunque por lo general la vida de las moscas y los mosquitos suele rondar las dos semanas.
En cualquier caso, vemos que la vida de estos insectos es verdaderamente corta en comparación con otros animales ―como los humanos―, y llama la atención que este hecho parezca antes motivo de desprecio que de compasión. Cuando la brevedad de la vida se manifiesta en algún individuo de nuestra misma especie ―por enfermedad o accidente―, para los seres humanos significa siempre un motivo de profunda pesadumbre; un sentimiento lógico pero incapaz, sin explicación visible, de traspasar las barreras específicas.
Arrancábamos este artículo afirmando que el tamaño sí tenía importancia, pero, como se ha tratado de explicar, tiene importancia sólo desde un punto de vista biológico, evolutivo. Desde el prisma moral, ni el tamaño, ni la forma, ni la longevidad, ni ningún otro aspecto superficial debería contar con importancia alguna a la hora de respetar la existencia de unos individuos a quienes idéntico derecho corresponde a prosperar en paz y libertad, por diferentes, chocantes o hasta molestos que puedan resultarnos. Las moscas y los mosquitos tan sólo intentan disfrutar de sus vidas, tremendamente breves en contraste con las nuestras.
A pesar de contar con una esperanza de vida superior a los 70 años, hemos sido capaces de entender, en teoría, que este efímero regalo que es la vida debemos tratar de disfrutarlo al máximo de lo posible. Por desgracia, la actitud que mostramos hacia las moscas y los mosquitos parece indicar que el peso de esta realidad no lo hemos llegado a comprender del todo. Nunca es tarde.
Estoy de acuerdo con muchas de las cosas que se explican en este artículo, y me gusta el tratamiento que se le ha dado a la información, así como aquel maravilloso poema de Machado, pero no puedo compartir que les respetemos en toda circunstancia. Los mosquitos hematófagos que afectan a los humanos son vectores de muchas enfermedades graves y mortales, y por tanto repercuten en millones de vidas humanas perdidas anualmente. Por tanto, entiendo que las poblaciones humanas de las zonas donde estas enfermedades actúan, y en las cuales el mosquito es el vector, quieran eliminarlos a toda costa. Es igual que si te infectas de un parásito como el sarcoptes scabiei, causante de la sarna, quieras eliminarlo de tu organismo y consumas alguna medicina que lo extermine. También este artrópodo está cumpliendo su ciclo biológico, es un animal, tiene órganos y sistema nervioso, pero el respeto a los animales tiene un límite, y ese límite es la vida humana. Gracias.
ResponderEliminarGracias a ti por tu comentario.
EliminarEl tema que mencionas es seguramente el más delicado y complejo en cuanto a los que afectan a nuestra relación habitual con los demás animales, con diferentes factores a tener en cuenta que hacen que sea muy difícil resolverlo en unas pocas líneas y a través de juicios generales. Además, creo que mientras no se consiga establecer una base de consideración mínima hacia el resto de animales (totalmente inexistente en la actualidad), me parece que será complicado plantear este tipo de debates con la seriedad y la objetividad que requiere cualquier debate de tipo moral. No obstante, algunas observaciones sí que me parece oportunas.
En primer lugar, no creo que esa preeminencia de la vida humana esté justificada. Es muy tentador para los seres humanos creer en ella. Los prejuicios antropocentristas de los que partimos no son nada fáciles de superar, y menos bajo circunstancias de este tipo. Pero resulta muy difícil imaginar cómo podría ser justificada una idea como esa desde un punto de vista estrictamente moral. De hecho, implica una clara violación del principio ético de igualdad. Si debemos respeto a la vida de los demás es porque representa lo más valioso para cada uno de nosotros y todos nosotros tenemos interés en conservarla, independientemente de la especie (o raza, o sexo...) a la que pertenezcamos. Hemos conseguido entender que la Tierra no es el centro del Universo, pero me temo que aún nos queda por entender lo mismo respecto a los seres humanos. Urge que adoptemos una perspectiva más humilde.
Ahora bien, el respeto no es incompatible con la autodefensa. Que nuestra vida no valga más que la de los demás tampoco significa que valga menos. Si alguien pone en peligro nuestra vida o nuestra integridad, estamos perfectamente legitimados a defendernos hasta las consecuencias que sean necesarias. Nuestra vida y nuestra integridad no están al servicio de los demás. Y esto es válido independientemente de quién o cómo sea el sujeto que nos amenace. Los juicios morales deberían hacerse al margen variables como el de la especie. Es un factor que carece de relevancia moral.
No obstante, también me parece necesario aclarar algunos matices a este respecto. No considero, por ejemplo, que sea correcto criminalizar a aquellos que actúan involuntariamente como vectores de una enfermedad. El simple hecho de que alguien pueda transmitirnos una enfermedad no justifica acabar con su vida. Debe tratarse de un peligro auténtico, serio, no una simple amenaza pontencial. Lo contrario sería lo mismo que acabar con la vida de alguien por el simple hecho de que posea garras, dientes afilados o un cuchillo en la mano. Si el problema es una enfermedad, entonces debe perseguirse a la enfermedad misma, no a sus vectores o reservorios. No deberíamos olvidar tampoco que los propios seres humanos actuamos como vectores y resevorios de muchas enfermedades. De hecho, encabezamos la lista en relación con las enfermedades que nos afectan a nosotros mismos.
Por otro lado, algunos de nosotros solemos decir que el 99,9% de los agresiones inflingidas al resto de animales no responden a ninguna clase razonable de necesidad o conflicto. Ese 0,1% queda reservado para este tipo de situaciones, pero debería tenerse bien presente el carácter excepcional de ese porcentaje restante. Bajo el mito de que ciertos animales transmiten enfermedades se suelen auspiciar muchos acto violentos que no están en absoluto justificados. Se escudan en ello acciones que no responden si no a las fobias, los desprecios, los prejuicios o la simple incomodidad. Diariamente nos encontramos con una enorme cantidad de insectos y otros animales que no nos hacen ni nos van a hacer absolutamente nada. Creo que es muy importante también incidir sobre este hecho.
EliminarFinalmente, convendría recordar que existen infinidad de métodos preventivos que no sólo resultan más éticos, sino que además vienen demostrando ser los más efectivos. Es también nuestra obligación tratar siempre de encontrar y aplicar las alternativas que sean menos perniciosas. Se pueden escribir muchas líneas en relación a este y otros temas semejantes, pero creo que si todos rigiéramos nuestras vidas bajo la máxima de la no-violencia y procurásemos actuar siempre de la forma menos violenta posible, acertarías casi siempre con nuestras decisiones morales y el mundo sería un lugar mucho mejor para todos.
Un saludo y gracias nuevamente.
Excelente análisis, Igor. Gracias.
ResponderEliminarLeyendo entradas de este blog me surge una pregunta, desde la ingenuidad y el respeto. Lo que sabemos de los animales no humanos es por medio de la ciencia y sus experimentos para saber mas de ellos (vivos o muertos) ¿Cómo lidia con eso un vegano? Por poner otro ejemplo, científicos para corroborar a Darwin capturan pájaros con redes en diferentes lugares, miden sus picos, alas, tamaño del cuerpo, ect. y después los liberan ¿Es eso aceptable o se podría considerar inmoral?
ResponderEliminarSaludos!
Muy buenas.
EliminarEspero que el contenido del blog te esté resultando útil e interesante.
Cualquier uso que hagamos de otros animales es moralmente inaceptable, ya que la falta de consentimiento convierte el uso de alguien en un acto de consificación y explotación. Ahora bien, no sería nada lógico desechar la información disponible aunque haya sido adquirida por medios poco éticos. Usar esa información no va a perjudicar a nadie; dejar de hacerlo no va a reparar el daño cometido a los animales que sufrieron los experimentos; y, además, el uso que se hace de ella es precisamente con el fin de intentar ayudar a potenciales víctimas futuras.
Por otra parte, quisiera señalar que la ciencia puede perfectamente atesorar gran cantidad de conocimiento nuevo sobre otros animales sin necesidad de explotar a estos. De hecho, existe un grupo internacional de etólogos, encabezado por Jane Goodall y Marc Bekoff, que lleva tiempo practicando, defendiendo y abogando por una "etología ética".
Un saludo.