Cucarachas y conciencia

Uno de los ámbitos para los que se lleva a cabo la experimentación con animales nohumanos es el de la robótica. Los ingenieros están tomando como patrones de imitación a los insectos, diseñando con ello artilugios cada día más precisos y sofisticados. No obstante, por más que consigan simulaciones anatómicas en verdad considerables, los ingenieros se siguen enfrentado a una barrera de momento infranqueable: la conciencia.

La interacción de un robot con el entorno no deja de limitarse a una mera percepción de las señales externa y posterior respuesta maquinal. Los insectos, en cambio, responden al entorno a través de la sintiencia, no limitándose a percibirlo, sino también a sentirlo. El insecto posee intereses, deseos, preferencias y temores. Toma decisiones y actúa a voluntad, movido a cada instante por la noción de su propia existencia en este mundo.

«La mayoría de la gente piensa que las cucarachas son animales bastante simples, lo cual es completamente incierto. No hay nada en estas criaturas que sea esencialmente simple. Ni las estructuras de sus articulaciones, ni sus músculos e impulsores, ni tampoco sus sensores», señala el ingeniero Roger Quinn. Por su parte, el biólogo Roy Ritzman observa la dificultad siquiera de recortar la distancia que separa la ingeniería robótica de la «perfección» de unas «criaturas tan inteligentes».

Resulta irónico, no obstante, que los propios científicos que reconocen la conciencia (e, incluso, una desarrollada inteligencia, si bien esto sería irrelevante) en los insectos, quienes se dedican, en definitiva, a estudiar la fuente de su personalidad, no sean al mismo tiempo capaces de respetar su calidad como personas. No hay duda de que la empatía es a menudo un proceso largo y complicado, tanto que incluso se niega a aparecer aun en los casos en que se dispone de las más adecuadas herramientas para ello.