Un orangután se
acurruca en un recinto acristalado del zoológico de Phoenix con la
cabeza entre las manos, mirando hacia un empleado con mascarilla. Un
loro aprieta su cabeza contra una malla metálica en el Parque Orana
de Vida Silvestre, en Nueva Zelanda, mientras su pico desenfocado se
estira hacia la lente de una cámara. En el zoológico del Bronx, un
mono gelada observa meditabundo hacia la lejanía con los ojos
ligeramente entrecerrados.
Si hacemos caso de los
zoológicos y los medios de comunicación, estos animales están
sufriendo de aburrimiento y soledad por causa de la actual ausencia
de visitantes humanos debida al distanciamiento social que impone la
pandemia de coronavirus. Aunque los zoológicos de todo el mundo se
han visto obligados a cerrar sus puertas a las masas, sus operaciones
cotidianas deben continuar, ya que los animales necesitan comer con
independencia de que haya o no clientes que paguen por la entrada.
Algunos miembros del personal de los zoos comentan que sus cautivos
parecen darse cuenta de esta calma repentina. Los empleados están
haciendo ciertos esfuerzos, como rociar perfumes alrededor de los
recintos y llevar a los animales a dar largos paseos, para mantener a éstos "ocupados". Los artículos que describen a los
animales como supuestos seres solitarios que extrañan a sus
"amigos" humanos parecen diseñados para aliviar un poco a
los lectores durante este periodo de crisis. Pero, como ocurre con
los propios zoológicos, ese alivio se pretende a expensas de los
animales. El problema de los animales del zoo no son las masas
ausentes, sino el cautiverio en sí. Los animales del zoo están
eternamente confinados.
La idea de que los
animales pueden sentirse infelices con su confinamiento se ve a
menudo enfrentada a acusaciones de antropomorfismo o a declaraciones
sobre nuestra falta de certeza sobre lo que piensan. Si embargo, los
zoológicos y sus administradores tardan poco en hacer gala de su
doble moral poniendo en boca de los animales palabras que puedan
justificar su cautiverio perpetuo. Recientes afirmaciones como que
los animales "extrañan a sus amigos humanos" sirven como
un ejemplo inmejorable. Es difícil demostrar que los animales
—algunos o todos— echan de menos a los humanos, y aun en el caso
de que así fuera, las motivaciones subyacentes seguirían siendo
discutibles. ¿No podría ser que lo que de verdad echasen de menos
fuesen las golosinas que reciben durante los encuentros? ¿No será
que los animales aprecian las visitas humanas sólo porque tienen
negada toda otra estimulación o libertad, como la posibilidad de
explorar nuevos territorios o formar vínculos sociales a su
elección, tal y como harían en la naturaleza? Aún más
cuestionable es la idea de que los animales cautivos, cuya autonomía
es insignificante, puedan ser "amigos" de los visitantes
del recinto. La amistad implica un afecto mutuo entre las partes, con
el énfasis puesto en la mutualidad, reforzada mediante la compasión,
la amabilidad, el altruismo y la comprensión. La "amistad"
basada en una mirada fugaz entre barrotes o unas pocas caricias en la
tripa no es una amistad en absoluto, ni siquiera remotamente
aproximada.
La afirmación de que los
animales están combatiendo el aburrimiento causado por la ausencia
actual de público no tiene en cuenta el aburrimiento insoportable
que surge de una vida entera de exposición severa y constreñida.
Los animales cautivos sufren con frecuencia y de innumerables maneras;
expresan su sufrimiento a través de comportamientos estereotipados y repetitivos, como caminar sin rumbo, sacudir la cabeza o masticar la
lengua. Tales comportamientos indican un estrés crónico nacido de
la falta de estímulos mentales, entre otros factores. Es de destacar
que si bien las estereotipias inducidas por el estrés están muy
extendidas en el cautiverio, son virtualmente desconocidas en la
naturaleza. La gente lamenta estar encerrada en su
hogar hasta que se aplane la curva de contagios, pero ni siquiera
cuando acabe la pandemia podrán los animales del zoo salir a ningún
lado.
La forma en que los
zoológicos le hablan al público sobre los animales que mantienen
recluidos tiende a fomentar unos prejuicios que no están en sintonía
con los hechos científicos establecidos; estas narraciones engañosas
están diseñadas para reforzar la idea de que es ético tener a los
animales encerrados. El personal del zoológico del Bronx, conocido
por mantener a dos elefantes bajo un cruel aislamiento social durate años, comentó que no todos sus animales parecen notar por igual la
ausencia de los visitantes. Es probable que esa divergencia se deba a
que, al igual que los humanos, las especies y los miembros
individuales de las especies tienen personalidades únicas y
diferentes. Algunos de ellos puede que disfruten con la presencia de
los humanos como un bálsamo contra el aburrimiento aplastante,
mientras que otros puede que tengan preferencia por la intimidad.
Pero no debería sorprender que los animales puedan percibir la
ausencia de las multitudes a las que están acostumbrados. Son muchas
las especies que han demostrado autoconciencia, sensibilidad
emocional e inteligencia más allá de lo que se pensaba en el
pasado. Estos descubrimientos ponen en tela de juicio la moralidad
del uso de seres conscientes para la exhibición pública y el
entretenimiento humano.
Los zoológicos están diseñados
principalmente para los humanos, no para los animales. Los
cerramientos suelen ser pequeños para garantizar que los animales
sean siempre visibles para los clientes. Las condiciones de vida
resultantes pueden provocar estrés crónico, enfermedades degenerativas y una menor esperanza de vida. Todas las especies, en
particular aquellas acostumbradas a grandes extensiones en la
naturaleza, tienen vetada la posibilidad de moverse como lo harían en condiciones normales. Ningún animal, ni siquiera aquellos que han sido
rescatados y rehabilitados, tiene la opción de elegir entre quedarse
o no a vivir en el zoológico. Hay una buena razón para que los zoos
estén compuestos por jaulas: para evitar que los animales escapen,
negándoles así la opción de elegir dónde y con quién pasar sus
vidas. Ninguna inversión económica ni ninguna ampliación puede
siquiera acercarse a una vida en la naturaleza. Sólo en la
naturaleza hay libertad; la libertad no cabe en una jaula.
Los
tonos condescendientes que desprenden los zoológicos y aquellos que
los apoyan, y las ideas científicamente inexactas que transmiten,
dibujan una imagen incompleta y falsa de cómo es en realidad el
cautiverio para los animales. Estas representaciones también
refuerzan ideas anticuadas e injustas sobre lo que los animales
salvajes necesitan para prosperar. Que los animales del zoo perciban
diferencias en su entorno causadas por el distanciamiento social de
los humanos no debería sorprender a nadie, pero los zoológicos
tampoco deberían postular que los humanos les brindan un
entretenimiento tan satisfactorio como para que extrañen ahora a sus
"amigos". La conducta de los animales cautivos sugiere que
son muy conscientes de su interminable encierro y de su papel como
espectáculos forzados. Nada tiene eso de divertido.
Laura Bridgeman, 5
de mayo de 2020.
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Traducción: Igor Sanz
Texto original: Zoo Animals Are Allways On Lockdown
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