miércoles, 15 de julio de 2020

La falacia de Bush (Falacias animalistas VI)


El 7 de octubre de 2001 se iniciaba la invasión estadounidense de Afganistán bajo el supuesto amparo de legitimidad que proporcionaba el ataque terrorista perpetrado contra las Torres Gemelas. El mundo occidental, a caballo entre la conmoción por los atentados y el rechazo a la intervención armada, se veía enfrentado a una consigna que la Admisnitración de George W. Bush lanzaba con tono de advertencia internacional: «Quien no está con nosotros, está contra nosotros». Pues bien, no puedo evitar que evoquen en mí los ecos de aquella sentencia cada vez que escucho una de las falacias animalistas más recurrentes, una pequeña derivación de la máxima del ex-presidente norteamericano cobrada a la voz de: «¡Quien no está conmigo, está contra los animales!».

Se trata, ante todo y por encima de todo, de una versión particular de la falacia del falso dilema. Una suerte de tercero excluido que pretende una fingida disyuntiva entre dos extremos supuestamente enfrentados. «Si no estás de acuerdo conmigo, entonces es que no te importan los animales». Queda así descartada —sin mayor aporte argumental— cualquier posibilidad de defender a los animales desde una óptica distinta, con todo el atractivo que supone para una mentalidad indolente plantear una dicotomía de tal calado en medio de personas con una preocupación manifiesta por las víctimas.

Por supuesto, estar en contra de algo no significa estar en contra de todo o a favor de nada. Que a alguien no le gusten las rosas no implica que le disgusten las margaritas o que esté en contra de las flores. Quien se muestra contrario a una opción está expresando su disconformidad con esa opción y nada más que con esa opción. De hecho, la situación que nos ocupa alcanza grados de mayor irrisión, en tanto que estos casos no suelen girar en torno a planteamientos absolutos, sino que se vinculan con posturas u opiniones referentes a matices muy concretos.

Pero la cosa no acaba aquí. La falacia del falso dilema es una estrategia muy socorrida en cuestiones como la del especismo debido a su ineludible bagaje emocional. La confluencia con una apelación a los sentimientos (comentada con anterioridad) es por ello sistemática. Para alguien sensibilizado con el padecer de los demás animales, la insinuación de que no se preocupa por ellos representa siempre una dolorosa recriminación. Así las cosas, resulta fácil generar opiniones tendenciosas a partir de esta clase de chantajes afectivos.

Como es lógico, la víctima directa de la atribución difícilmente se verá convencida de nada por medio de tan magna necedad. Pero ni falta que hace, pensarán sus artífices. El ardid actúa sobre todo como un aviso a navegantes; un mensaje de exhortación que se deja caer en medio de una multitud sobre la que se reconoce un azoramiento potencial. «¿Te preocupan los demás animales? Entonces más vale que te adhieras a mi discurso si no quieres verte acusado de lo contrario». Su función es de categoría coercitiva, un recurso para el sofoco de cualquier amago de rebelión.

Es natural que muchas personas sientan la necesidad de defenderse de la injuria, y este hecho convierte la falacia de Bush en una maniobra doblemente fructuosa. Por una parte, hacemos creer que nuestra alternativa refleja la máxima expresión de estima hacia el resto de los animales; y por otra, desviamos el rumbo de la discusión de la temática central hacia el carácter o el compromiso de nuestro/s oponente/s. Como ocurre a menudo, el difamado termina por adoptar una carga probatoria que jamás ha dejado de recaer sobre el difamador.

Quien acusa de algo a alguien es quien tiene que ofrecer pruebas que sustenten su acusación. Pero el único argumento que se ofrece en estos casos es el simple contraste frente a la opinión preliminar, y ese es un argumento a todo punto insuficiente. Es más, la pretensión incurre en una flagrante petición de principio, en tanto que convierte en premisa aquello mismo que ha sido invitado a acreditar. Frente al reto de demostrar que la posición propia es la más beneficiosa para los animales, no basta con afirmar, sin más, que la propia es, de hecho, la única beneficiosa para ellos.

Así pues, la falacia de Bush viene a representar nada menos que tres falacias en una, jugosa oferta para todo buen aficionado a la retórica de mercadillo. La intolerancia, la obstinación y el hermetismo convertidos en santo y seña de cualquier adorador de sus propias aseveraciones.

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