Algunas de estas
preguntas, que alcanzan su punto álgido en la víspera del Día de
Acción de Gracias, hacen referencia a la forma en que se trata a los
animales. (¿Vivió este pavo al aire libre?) Otros se preocupan por
cómo afecta a la salud y al bienestar del consumidor la ingesta de
animales. (¿Le administraron hormonas y antibióticos?)
No obstante, ninguna
de estas preguntas entra a valorar en absoluto si está bien o mal
matar a los animales para que los humanos se los coman. Incluso
aquellos que se lo plantean encuentran casi siempre un buen surtido
de ingeniosas respuestas con que justificar en apariencia la matanza
y el consumo de animales en nombre del bienestar humano. Los veganos
estrictamente éticos, entre quienes me incluyo, son usualmente
increpados cuando tratan de equiparar el trato que nuestra sociedad
reserva a los animales con los crímenes en masa. ¿Acaso puede
alguien comparar en serio el sufrimiento animal con el sufrimiento
humano, siquiera remotamente? Quienes responden con un no rotundo
acostumbran a apoyarse en dos posibles argumentos.
Algunos sugieren que los
seres humanos, a diferencia de los animales, están hechos a imagen y
semejanza de Dios, razón por la cual se encuentran mucho más
próximos a lo divino que cualquier animal nohumano; de acuerdo con
esta línea de pensamiento, los animales fueron creados para el
expreso beneficio de los humanos, que pueden hacer uso de ellos para
satisfacer sus necesidades y deseos sin escrúpulo ninguno. La Biblia
y los textos de pensadores cristianos como san Agustín y santo Tomás
de Aquino proporcionan un apoyo amplio a esta forma antropocéntrica
de devaluar a los animales.
Otros sostienen que la
capacidad humana para el pensamiento abstracto nos otorga una
capacidad de sufrimiento que supera tanto cualitativa como
cuantitativamente el sufrimiento de cualquier animal nohumano.
Filósofos como Jeremy Bentham, famoso por haber fundamentado el
estatus moral no en las capacidades lingüísticas o racionales, sino
en la capacidad de sufrimiento, arguyen que, debido a su falta de
pensamiento abstracto, los animales viven encerrados en un presente
perpetuo, carentes de todo sentido de futuro y, en consecuencia, de
cualquier interés por conservar su existencia.
La respuesta más
perspicaz e iconoclasta contra esta forma de pensamiento la dio el
escritor Isaac Bashevis Singer en su relato "El escritor de
cartas", donde describió la matanza de animales como el "eterno
Treblinka".
La historia
narra el encuentro entre un hombre y un ratón. El hombre, Herman
Gombiner, medita sobre su lugar en el orden cósmico de las cosas y
concluye que existe una conexión esencial entre su propia existencia
como "un hijo de Dios" y la de aquella "criatura
sagrada" que repta por el suelo frente a él.
Seguramente, reflexiona,
el ratón tiene cierta facultad de pensamiento; Gombiner lo cree incluso capaz de compartir con él su amor
y gratitud. No es un mero medio para la satisfacción de los deseos
humanos, ni una mera molestia que haya de ser eliminada, sino que esa
pequeña criatura posee la misma dignidad que cualquier otro ser
consciente. Frente a esa dignidad inherente, concluye Gombiner, la
costumbre humana de poner animales en la mesa en forma de comida es
aborrecible e inexcusable.
Muchos de
aquellos que denuncian la forma en que tratamos a los animales al
criarlos para el consumo humano nunca se detienen a pensar en esta
profunda contradicción. En su lugar, demandan con vehemencia que
haya más carne criada de forma "humanitaria". Muchas
personas alivian sus conciencias comprando sólo aves y huevos
camperos, con la dicha que otorga ignorar que, en la práctica, la
palabra "campero" tiene escaso o nulo significado. Las
gallinas pueden ser etiquetadas como camperas aun cuando no hayan
pisado el exterior o visto una sola partícula de luz en toda su
vida. ¿Y qué hay del pavo de Acción de Gracias? Incluso habiendo
sido criado de forma "campera" habrá llevado una vida de
dolor y reclusión que llegará a su fin por obra del cuchillo del
carnicero.
¿Cómo pueden hacer
la vista gorda frente a semejantes prácticas todas esas personas
inteligentes que se dicen profundamente preocupadas por el bienestar
animal y el respeto por la vida? ¿Y cómo pueden seguir comiendo
carne cuando descubren que casi 53 mil millones de animales
terrestres son sacrificados cada año para el consumo humano? La
respuesta simple es que a la mayoría de la gente no le importa la
vida o la suerte de los animales. Si les importara, harían el
esfuerzo de conocer al máximo la forma en que nuestra sociedad abusa
sistemáticamente de los animales, y adoptarían aquella opción que
es a un mismo tiempo tan sencilla y tan difícil: renunciar el
consumo de todo tipo de productos de origen animal.
La parte sencilla
consiste en reconocer qué es lo que la ética nos exige que hagamos
y luego, simplemente, hacerlo. La difícil: tratar de vivir como un
vegano estricto en una sociedad obsesionada con la carne.
Lo que en el pasado
fueron actividades simples se convierten ahora en un calvario
constante. Se podría pensar que la cosa es tan sencilla como
eliminar la carne, los huevos y los productos lácteos de la dieta,
pero la cosa va mucho más allá.
Ser un vegano realmente
estricto implica tratar de evitar todos los productos de origen
animal, y eso incluye artículos como el cuero, la seda y la lana,
así como una amplia variedad de productos cosméticos y medicinales.
Cuanto más escarbas, mayor es lo que descubres acerca de productos
que jamás habrías imaginado que pudieran contener o implicar
productos animales en su elaboración —como el vino y la cerveza
(bebidas que a menudo se "clarifican" o purifican empleando
cola de pescado, una especie de gelatina que se obtiene de la vejiga
de los peces), el azúcar refinado (para cuyo proceso de
blanqueamiento se emplean a veces huesos carbonizados) o las tiritas
(que contienen ingredientes de origen animal en su adherente). La
semana pasada sin ir más lejos me dijeron que esas pequeñas bandas
lubricantes que llevan la mayoría de las cuchillas de afeitar
esconden grasa de animales.
Coger este camino es,
parafraseando a Nietzsche, mirar fijamente a un abismo que al final
te acaba devolviendo la mirada.
Los desafíos a que se
enfrenta un vegano no se limitan a los aspectos básicos de la
existencia material. También se ha de enfrentar con unas cuantas
dificultades sociales, la principal de las cuales quizá sea cómo
debería comportarse en compañía de personas no veganas.
¿Es adecuado
cenar con personas que comen carne? ¿Qué se puede decir cuando
alguno de los comensales suelta: "En realidad soy vegetariano
—en casa no consumo carne roja"? (Lo he escuchado infinidad
veces, sin incitación alguna por mi parte.) ¿Qué hacer cuando en
medio de la cena alguien te empieza a dar la brasa (por decirlo de
alguna manera) en torno a tu ética vegana? (Los veganos más
sensatos optan por aplazar la discusión hasta el momento en que no
queda ya comida sobre la mesa.) ¿O qué hacer cuando alguien te
acusa de creerte moralmente superior a los demás, o cuando te dice
que es ridículo preocuparse tanto por los animales habiendo tanto
sufrimiento humano en el mundo? (Dedícale una sonrisa cortes y
pídele que te pase el seitán).
Permitidme que sea
franco: en general, quienes comen carne suelen ser una panda de
fariseos. El número de veganos que conozco en persona es... cinco. Y
llevo siendo vegano casi 15 años, a los que cabría añadir otros 15
años previos como vegetariano.
Cinco.
Es mayor el número de amigos que he perdido por discusiones en torno
a la cuestión moral de los animales. La conclusión lapidaria que
extraigo de ello es que la gente se toma muy en serio la prerrogativa
del uso de animales como fuente de satisfacción. No sólo como
comida, sino también como bestias de carga, como materias primas y
como fuente de entretenimiento en cautividad —que es la forma en
que se emplea a los animales en los zoológicos, los circos y demás.
Este empleo de los
animales está tan institucionalizado y normalizado en nuestra
sociedad que es difícil alcanzar la distancia crítica necesaria
para apreciar el horror que representa: sometimientos de todo tipo,
servidumbre y —en lo que respecta a su muerte para el consumo y
otros fines humanos— asesinato.
Los veganos éticos no
creen que las diferencias intelectuales entre los animales humanos y
los animales nohumanos tengan ningún tipo de relevancia moral. El
hecho de que mi gato no sea capaz de apreciar la última sinfonía de
Schubert o realizar silogismos lógicos no me otorga derecho a usarlo
al estilo de un juguete orgánico, como si de algún modo no sólo
fuese moralmente superior a él, sino que además estuviese
virtualmente autorizado a tratarlo como una mercancía de muy escaso
valor comercial.
Hemos sido adoctrinados en
una tradición de pensamiento que limita al máximo nuestra
conciencia en cuanto a la forma en que vemos a los animales nohumanos
como simples recursos que podemos utilizar como convenga a nuestras
necesidades y deseos. Sí, existen leyes de bienestar animal. Pero
esas leyes son formuladas y aplicadas por personas que parten de la
premisa de que los animales son fundamentalmente inferiores a los
seres humanos. En el mejor de los casos, esas leyes hacen que las
condiciones de vida de los animales sean un poco mejores de lo que
serían de otro modo —hasta el momento en que son enviados al
matadero.
Piensa en ello cuando
vayas a adquirir un pavo campero, pavo que no tendrá absolutamente
nada por lo que estar agradecido el Día de Acción de Gracias. Todo
lo que habrá poseído es una vida corta y miserable, gracias a
nosotros, los tan inteligentes y compasivos seres humanos.
Gary Steiner, 21 de
noviembre de 2009.
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Traducción: Igor Sanz
Texto original: Animal, Vegetable, Miserable
¡Excelente reflexión y la comparto plenamente ! Es insoportable y causa dolor que haya tanta indiferencia ante la crueldad y extinción programada de nuestros animales. Ojala que esta pandemia mueva a preguntarse por qué en los últimos años nuestras mayores enfermedades provengan de aquellos a quienes exterminamos....
ResponderEliminarExcelente
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