viernes, 20 de noviembre de 2020

Animales, vegetales y miserables

 

Cada vez son más las personas que empiezan a expresar su interés por el origen y la forma en que se obtuvo la carne que consumen. ¿Se trató a los animales de forma humanitaria? ¿Tuvieron una buena calidad de vida antes de acabar muertos y convertidos en la cena de alguien?
 
Algunas de estas preguntas, que alcanzan su punto álgido en la víspera del Día de Acción de Gracias, hacen referencia a la forma en que se trata a los animales. (¿Vivió este pavo al aire libre?) Otros se preocupan por cómo afecta a la salud y al bienestar del consumidor la ingesta de animales. (¿Le administraron hormonas y antibióticos?)
 
No obstante, ninguna de estas preguntas entra a valorar en absoluto si está bien o mal matar a los animales para que los humanos se los coman. Incluso aquellos que se lo plantean encuentran casi siempre un buen surtido de ingeniosas respuestas con que justificar en apariencia la matanza y el consumo de animales en nombre del bienestar humano. Los veganos estrictamente éticos, entre quienes me incluyo, son usualmente increpados cuando tratan de equiparar el trato que nuestra sociedad reserva a los animales con los crímenes en masa. ¿Acaso puede alguien comparar en serio el sufrimiento animal con el sufrimiento humano, siquiera remotamente? Quienes responden con un no rotundo acostumbran a apoyarse en dos posibles argumentos.
 
Algunos sugieren que los seres humanos, a diferencia de los animales, están hechos a imagen y semejanza de Dios, razón por la cual se encuentran mucho más próximos a lo divino que cualquier animal nohumano; de acuerdo con esta línea de pensamiento, los animales fueron creados para el expreso beneficio de los humanos, que pueden hacer uso de ellos para satisfacer sus necesidades y deseos sin escrúpulo ninguno. La Biblia y los textos de pensadores cristianos como san Agustín y santo Tomás de Aquino proporcionan un apoyo amplio a esta forma antropocéntrica de devaluar a los animales.
 
Otros sostienen que la capacidad humana para el pensamiento abstracto nos otorga una capacidad de sufrimiento que supera tanto cualitativa como cuantitativamente el sufrimiento de cualquier animal nohumano. Filósofos como Jeremy Bentham, famoso por haber fundamentado el estatus moral no en las capacidades lingüísticas o racionales, sino en la capacidad de sufrimiento, arguyen que, debido a su falta de pensamiento abstracto, los animales viven encerrados en un presente perpetuo, carentes de todo sentido de futuro y, en consecuencia, de cualquier interés por conservar su existencia.
 
La respuesta más perspicaz e iconoclasta contra esta forma de pensamiento la dio el escritor Isaac Bashevis Singer en su relato "El escritor de cartas", donde describió la matanza de animales como el "eterno Treblinka". 
 
La historia narra el encuentro entre un hombre y un ratón. El hombre, Herman Gombiner, medita sobre su lugar en el orden cósmico de las cosas y concluye que existe una conexión esencial entre su propia existencia como "un hijo de Dios" y la de aquella "criatura sagrada" que repta por el suelo frente a él. 
 
Seguramente, reflexiona, el ratón tiene cierta facultad de pensamiento; Gombiner lo cree incluso capaz de compartir con él su amor y gratitud. No es un mero medio para la satisfacción de los deseos humanos, ni una mera molestia que haya de ser eliminada, sino que esa pequeña criatura posee la misma dignidad que cualquier otro ser consciente. Frente a esa dignidad inherente, concluye Gombiner, la costumbre humana de poner animales en la mesa en forma de comida es aborrecible e inexcusable. 
 
Muchos de aquellos que denuncian la forma en que tratamos a los animales al criarlos para el consumo humano nunca se detienen a pensar en esta profunda contradicción. En su lugar, demandan con vehemencia que haya más carne criada de forma "humanitaria". Muchas personas alivian sus conciencias comprando sólo aves y huevos camperos, con la dicha que otorga ignorar que, en la práctica, la palabra "campero" tiene escaso o nulo significado. Las gallinas pueden ser etiquetadas como camperas aun cuando no hayan pisado el exterior o visto una sola partícula de luz en toda su vida. ¿Y qué hay del pavo de Acción de Gracias? Incluso habiendo sido criado de forma "campera" habrá llevado una vida de dolor y reclusión que llegará a su fin por obra del cuchillo del carnicero. 
 
¿Cómo pueden hacer la vista gorda frente a semejantes prácticas todas esas personas inteligentes que se dicen profundamente preocupadas por el bienestar animal y el respeto por la vida? ¿Y cómo pueden seguir comiendo carne cuando descubren que casi 53 mil millones de animales terrestres son sacrificados cada año para el consumo humano? La respuesta simple es que a la mayoría de la gente no le importa la vida o la suerte de los animales. Si les importara, harían el esfuerzo de conocer al máximo la forma en que nuestra sociedad abusa sistemáticamente de los animales, y adoptarían aquella opción que es a un mismo tiempo tan sencilla y tan difícil: renunciar el consumo de todo tipo de productos de origen animal.
 
La parte sencilla consiste en reconocer qué es lo que la ética nos exige que hagamos y luego, simplemente, hacerlo. La difícil: tratar de vivir como un vegano estricto en una sociedad obsesionada con la carne.
 
Lo que en el pasado fueron actividades simples se convierten ahora en un calvario constante. Se podría pensar que la cosa es tan sencilla como eliminar la carne, los huevos y los productos lácteos de la dieta, pero la cosa va mucho más allá.
 
Ser un vegano realmente estricto implica tratar de evitar todos los productos de origen animal, y eso incluye artículos como el cuero, la seda y la lana, así como una amplia variedad de productos cosméticos y medicinales. Cuanto más escarbas, mayor es lo que descubres acerca de productos que jamás habrías imaginado que pudieran contener o implicar productos animales en su elaboración —como el vino y la cerveza (bebidas que a menudo se "clarifican" o purifican empleando cola de pescado, una especie de gelatina que se obtiene de la vejiga de los peces), el azúcar refinado (para cuyo proceso de blanqueamiento se emplean a veces huesos carbonizados) o las tiritas (que contienen ingredientes de origen animal en su adherente). La semana pasada sin ir más lejos me dijeron que esas pequeñas bandas lubricantes que llevan la mayoría de las cuchillas de afeitar esconden grasa de animales.
 
Coger este camino es, parafraseando a Nietzsche, mirar fijamente a un abismo que al final te acaba devolviendo la mirada.
 
Los desafíos a que se enfrenta un vegano no se limitan a los aspectos básicos de la existencia material. También se ha de enfrentar con unas cuantas dificultades sociales, la principal de las cuales quizá sea cómo debería comportarse en compañía de personas no veganas. 
 
¿Es adecuado cenar con personas que comen carne? ¿Qué se puede decir cuando alguno de los comensales suelta: "En realidad soy vegetariano —en casa no consumo carne roja"? (Lo he escuchado infinidad veces, sin incitación alguna por mi parte.) ¿Qué hacer cuando en medio de la cena alguien te empieza a dar la brasa (por decirlo de alguna manera) en torno a tu ética vegana? (Los veganos más sensatos optan por aplazar la discusión hasta el momento en que no queda ya comida sobre la mesa.) ¿O qué hacer cuando alguien te acusa de creerte moralmente superior a los demás, o cuando te dice que es ridículo preocuparse tanto por los animales habiendo tanto sufrimiento humano en el mundo? (Dedícale una sonrisa cortes y pídele que te pase el seitán). 
 
Permitidme que sea franco: en general, quienes comen carne suelen ser una panda de fariseos. El número de veganos que conozco en persona es... cinco. Y llevo siendo vegano casi 15 años, a los que cabría añadir otros 15 años previos como vegetariano. 
 
Cinco. Es mayor el número de amigos que he perdido por discusiones en torno a la cuestión moral de los animales. La conclusión lapidaria que extraigo de ello es que la gente se toma muy en serio la prerrogativa del uso de animales como fuente de satisfacción. No sólo como comida, sino también como bestias de carga, como materias primas y como fuente de entretenimiento en cautividad —que es la forma en que se emplea a los animales en los zoológicos, los circos y demás.
 
Este empleo de los animales está tan institucionalizado y normalizado en nuestra sociedad que es difícil alcanzar la distancia crítica necesaria para apreciar el horror que representa: sometimientos de todo tipo, servidumbre y —en lo que respecta a su muerte para el consumo y otros fines humanos— asesinato.
 
Los veganos éticos no creen que las diferencias intelectuales entre los animales humanos y los animales nohumanos tengan ningún tipo de relevancia moral. El hecho de que mi gato no sea capaz de apreciar la última sinfonía de Schubert o realizar silogismos lógicos no me otorga derecho a usarlo al estilo de un juguete orgánico, como si de algún modo no sólo fuese moralmente superior a él, sino que además estuviese virtualmente autorizado a tratarlo como una mercancía de muy escaso valor comercial.
 
Hemos sido adoctrinados en una tradición de pensamiento que limita al máximo nuestra conciencia en cuanto a la forma en que vemos a los animales nohumanos como simples recursos que podemos utilizar como convenga a nuestras necesidades y deseos. Sí, existen leyes de bienestar animal. Pero esas leyes son formuladas y aplicadas por personas que parten de la premisa de que los animales son fundamentalmente inferiores a los seres humanos. En el mejor de los casos, esas leyes hacen que las condiciones de vida de los animales sean un poco mejores de lo que serían de otro modo —hasta el momento en que son enviados al matadero.
 
Piensa en ello cuando vayas a adquirir un pavo campero, pavo que no tendrá absolutamente nada por lo que estar agradecido el Día de Acción de Gracias. Todo lo que habrá poseído es una vida corta y miserable, gracias a nosotros, los tan inteligentes y compasivos seres humanos. 
 
Gary Steiner, 21 de noviembre de 2009.
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Traducción: Igor Sanz

 

2 comentarios:

  1. ¡Excelente reflexión y la comparto plenamente ! Es insoportable y causa dolor que haya tanta indiferencia ante la crueldad y extinción programada de nuestros animales. Ojala que esta pandemia mueva a preguntarse por qué en los últimos años nuestras mayores enfermedades provengan de aquellos a quienes exterminamos....

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