Se ha convertido en un pasatiempo muy
de moda eso de rastrear pequeñas lagunas en los veganos a fin de no
se sabe qué. El último episodio de esta apasionante serie cómica
la protagonizan los aguacates, que han sido desterrados de la
categoría "vegana" y afilados para su nuevo rol como arma contra la
coherencia de quienes profesan tal filosofía (y que comen aguacates, se habrá
de añadir). El guión lo han escrito los especistas, como no podía
ser de otra manera, y su inspiración les ha venido dada por aquello
de que en ciertas producciones se explotan abejas para las funciones
de polinización.
Partamos diciendo que la fórmula es
falsa y que los aguacates son, en efecto, un producto perfectamente
compatible con el veganismo. Para empezar, la polinización en
los cultivos es una ocurrencia natural. Este hábito que se menciona
tiene lugar sólo en aquellas regiones donde la población de abejas
se halla mermada y compensada por medio de su exportación. Es, sí,
un método de instrumentalización; pero no un método de
práctica ecuménica. Decir que los aguacates no son "veganos" porque
en ciertos cultivos se explotan abejas es tan ridículo como lo sería
juzgar que la ropa no es "feminista" porque existen textilerías donde
se explota a las mujeres.
Y sigamos por aclarar que si un
determinado artículo es de origen vegetal y su obtención no exige
explotar animales, entonces no hay incompatibilidad con el veganismo
que valga. Si el agricultor decide emplear métodos poco éticos la
responsabilidad será enteramente suya, lo mismo para este caso como
para el que usa pesticidas, el que emplea estiércol, el que se sirve
de bueyes para arar la tierra, o cualesquiera otras recurrencias de
la misma ralea. Aunque podamos tratar de favorecer a quienes se adscriban a
sistemas más benignos, en ningún caso habrá una demanda de lo
contrario desde la parte consumidora.
Pero más allá del caso particular
llama la atención esta aparente necesidad por llevar a examen
constante la pureza de los veganos. Cuesta entender cómo se le puede
siquiera pretender una esterilidad absoluta respecto de todo cariz
especista a cualquiera que habite un mundo tan especista como
el que vivimos. Es como si el veganismo tuviese que ganarse su
crédito a fuerza de alcanzar un ideal que hoy por hoy sólo sería posible en
virtud de una aislamiento completamente utópico. No creo que a nadie
se le escape lo falaz de una postura que busca disculpar el defecto
normativo por obra y gracia del defecto circunstancial.
Irrita por demás comprobar cómo este
tipo de perspectivas se sostienen sólo en dudoso honor de muy
determinadas causas sociales, en particular las minoritarias y
emergentes. La historia de la humanidad refleja una búsqueda febril
por el bienestar, la paz y el respeto global, a pesar de lo cual el
mundo continúa albergando toda suerte de aberraciones. ¿Y acaso no
estamos todos vinculados de una u otra manera a muchas de estas
vejaciones humanas? ¿Será por ello menos cierta la dignidad humana?
¿Serán menos lícitos los Derechos Humanos? ¿Cómo entonces se les
puede exigir otra cosa distinta a quienes buscan justicia para
sujetos infinitamente más numerosos e infinitamente más
menospreciados? Se demandan de los veganos soluciones pulcras y sin
fisuras cuando ni siquiera se ha logrado tal en relación con los
humanos.
Se hace ahora oportuno volver a lo
concreto y recordar que los aguacates no sólo están teñidos de
explotación animal, sino también de explotación humana. Y
es que resulta que su industria en México —principal
exportardor mundial— ha
pasado a estar controlada por el narcotráfico y envuelta de
secuestros, desapariciones y asesinatos varios. ¡Qué macabra
coincidencia! Nadie plantea sin embargo que su demanda equivalga a un
hábito inhumano ni hallaremos titulares que discutan la legitimidad
del "humanismo". Nadie responsabiliza aquí al consumidor ni le
exige renuncias de ninguna clase. Las circunstancias son análogas, pero los focos en este caso recaen por
entero (y con luz más tenue, vale decir) sobre la parte productora y
los gobiernos reguladores, no sobre la parte demandante. Es forzoso
advertir lo fullero de tan extremo contraste.
Nada de lo dicho implica que los temas
de este tenor puedan ser alegremente omitidos. Pero la resolución de
muchos de ellos está limitada en buena medida a factores
coyunturales, políticos y legislativos. Dada la magnitud que aún
conserva una problemática como la del especismo, la carga de
influencia personal apenas puede ser extendida más allá del
compromiso mínimo de las responsabilidades más directas.
La minoría vegana está tratando de introducir una nueva perspectiva
ética en el mundo, y sólo cuando alcance una difusión masiva podrá
alargar su manto fuera de la atmósfera de lo privado.
Sí, los veganos se ven a menudo
salpicados por el especismo, pero no son ellos quienes inundan el
mundo con este infecto vertido. Llenamos el planeta de mierda y
acusamos luego de lucir manchas a quienes hacen el esfuerzo de limpiarlo.
¡Qué bonito! Demasiada honra le estoy haciendo a algo que en
realidad son puras chorradas; idioteces para el goce y disfrute de
mentes cínicas y embebidas en buscar maneras absurdas de excusar un
egoísmo capaz de complacerse con cualquier atisbo de desmaño ajeno.
Sea como fuere, las tretas de este
género en nada afectan a la verdad del veganismo, cuyos cimientos se
sostienen sobre una base ajena a la mayor o menor fidelidad de sus simpatizantes. Convendría en cualquier caso tener presente que el
objetivo de los veganos no pasa por vivir en un mundo mejor,
sino por tratar de construirlo.
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