domingo, 5 de marzo de 2023

Zoópolis

1. INTRODUCCIÓN

El desarrollo urbanístico occidental se ha basado históricamente en una concepción del progreso arraigada en la conquista y la explotación de la naturaleza en prez de la cultura. La brújula moral de los arquitectos urbanísticos vino a apuntar a virtudes como la razón, el crecimiento y la rentabilidad, dejando todo lo salvaje —incluidas las personas tratadas como tal— fuera de su círculo de consideración. Hoy en día, la lógica de la urbanización capitalista sigue avanzando sin tener en cuenta la vida del animal nohumano, excepto como efectivo destinado al matadero o como mercancía útil en el ciclo de la acumulación1. Puede que el desarrollo se vea frenado por leyes que protegen a las especies en peligro, pero rara vez veremos a las excavadoras detenerse para poner a salvo a conejos o reptiles.

Paralelamente a este desprecio por la vida nohumana, la teoría urbanística contemporánea no hace siquiera mención del animal, y su léxico revela un antropocentrismo profundamente enraizado. La teoría dominante invita a creer que el urbanismo consiste en la transformación de la tierra "desocupada" mediante un proceso llamado "desarrollo" que produce una "mejora del suelo" cuyos diseñadores están exhortados (al menos en la teoría neoclásica) a darle el "mayor y mejor uso". Este lenguaje es perverso: las tierras salvajes no están "desocupadas", sino repletas de vida nohumana; el "desarrollo" supone una desnaturalización completa del medio ambiente; la "mejora del suelo" implica un empobrecimiento invariable en términos de calidad, drenaje y flora; y los juicios sobre el "mayor y mejor uso" reflejan valores centrados en un provecho y unos intereses exclusivamente humanos, ignorando no sólo a los animales salvajes o asilvestrados, sino también a los cautivos, como las mascotas, los animales de laboratorio y el ganado, que viven y mueren en un espacio urbano compartido con lo seres humanos. Las teorías urbanísticas marxistas y feministas tienen por su parte el mismo corte antropocéntrico2.

Nuestras teorías y prácticas urbanísticas han contribuido a producir efectos ecológicos nefastos. El avance del frente urbano mundial está destruyendo el hábitat de la fauna y la flora silvestre a un ritmo sin precedentes, impulsado en el primer mundo por la suburbanización y el desarrollo de ciudades periféricas, y en el segundo y el tercero por la búsqueda de un modelo de "recuperación" que produce enormes flujos migratorios del campo a la ciudad y por la expansión de los espacios de ocupación ilícita3. Especies y ecosistemas enteros se ven amenazados, al tiempo que los animales han de arriesgarse a penetrar en zonas urbanas en busca de agua y/o comida, topándose entonces con vehículos, gente y otros peligros. El boom de los animales de compañía ha provocado la contaminación de las vías fluviales urbanas y la matanza masiva de perros y de gatos. Aislarse de los animales a los que se comen ha distanciado a los habitantes de la ciudad de los horrores y daños ecológicos de la ganadería industrial, así como de la creciente destrucción de bosques y pastizales producto de los esfuerzos del mercado por crear/satisfacer el frenesí carnívoro. Para la mayoría de las criaturas libres, así como para un número asombroso de animales cautivos, las ciudades son sinónimo de sufrimiento, muerte o extinción.

El objetivo de este artículo es proponer una teoría urbanística que tome en serio a los nohumanos. Dicha teoría debe abordar cuestiones como (1) cuál es el impacto de la urbanización en el hábitat natural de los animales, y qué fuerzas políticas, económicas y culturales, globales, nacionales y locales, se esconden detrás de los modelos urbanísticos más perniciosos para ellos; (2) cuál es la reaccionan (y por qué) de los habitantes de la ciudad frente a la presencia de los animales, cómo podrían otros modelos de urbanización cambiar esa actitud, y qué significado tiene ésto para los animales; (3) cómo las prácticas de construcción y las actitudes humanas definen conjuntamente la capacidad de las ecologías urbanas para sustentar la vida nohumana; y (4) cómo y por qué surgen planes/políticas estatales, diseños medioambientales y luchas administrativas para frenar el ritmo de violencia hacia los animales que se observa en la urbanización capitalista contemporánea. En la primera parte, aclaro lo que entiendo por "humanos" y "animales", y ofrezco una serie de argumentos en favor de la necesidad de una teoría urbanística transespecie para el desarrollo de una praxis ecosocialista, feminista y antirracista. En la segunda parte, sostengo que las consideraciones actuales de las ciudades capitalistas respecto de los animales y los humanos (basadas en el modelo estadounidense) son muy limitadas, y sugiero que una teoría urbanística transespecie debe estar fundamentada en los debates teóricos contemporáneos en torno al desarrollo urbanístico, la naturaleza, y la cultura, ecología y acción ambientalista urbana.

2. LOS ANIMALES IMPORTAN (INCLUSO EN LA CIUDAD)

Las razones para tener en cuenta a los animales en el contexto del ecologismo urbano no son nada transparentes. El ecologismo urbano se ha centrado tradicionalmente en la contaminación de unas ciudades concebidas como el hábitat del ser humano, no del animal. Así, las distintas alas del movimiento ecologista urbano progresista han evitado pensar en los nohumanos y han dejado las cuestiones éticas, así como las pragmáticas, ecológicas, políticas y económicas relativas a los animales, en manos de quienes se dedican a la defensa de las especies en peligro o el bienestar animal. Tal división del trabajo privilegia a extraños y sumisos, e ignora las vidas y los espacios vitales de una gran población y variedad de animales que viven en ciudad. En esta sección, sostengo que incluso los animales comunes y corrientes deberían importar.

DEFINIENDO LA DIVISIÓN ENTRE LOS HUMANOS Y LOS ANIMALES

Para empezar, es imprescindible aclarar a qué nos referimos cuando hablamos de "animales" o "nohumanos", por un lado, y de "personas" o "humanos", por el otro. ¿Dónde se traza la línea y bajo qué criterios? En muchas partes del mundo, la fe en la transmogrificación o transmigración de las almas proporciona un pilar para la creencia en la continuidad (o incluso concomitancia) entre los humanos y los animales. Pero, en el mundo occidental, los animales han sido definidos durante muchos siglos como seres radicalmente diferentes y ontológicamente distanciados de los humanos, y aunque los criterios explícitos para establecer la división entre el humano y el animal han cambiado con el tiempo, todos ellos coinciden en emplear a los humanos como patrón de referencia. Se inquiere si los animales son capaces de hacer lo que hacen los humanos, en ningún caso si los humanos son capaces de hacer lo que hacen los animales. De este modo, los animales son juzgados de inferiores. La revolución darwiniana declaró una continuidad entre las especies, pero al estar por debajo de los humanos en la escala evolutiva, aún era posible separar a los animales de los humanos y cosificarlos e intrumentalizarlos para comida, ropa, transporte, compañía o suministro de órganos.

El convenio alrededor de esta división se ha derrumbado en los últimos tiempos. Las críticas a la ciencia subsecuente a la era de la Ilustración4, la mayor comprensión de las capacidades cognitivas de los animales, y el estudio de la biología y la conducta humanas han venido a reflejar unas similitudes que hacen hoy que cualquier afirmación respecto de la excepcionalidad de los humanos resulte profundamente sospechosa. El debate en torno a la división entre humanos y animales también ha surgido a resultas de los discursos sociobiológicos sobre las bases biológicas de la sociabilidad y la conducta de los humanos, así como de los argumentos feministas y antirracistas en torno a las bases sociales de las supuestas diferencias biológicas humanas. De este modo, la avezada visión del humano como un sujeto social y el animal como un objeto biológico ha empezado a desestabilizarse.

Mi postura sobre la división entre humanos y animales es que tanto los animales como los humanos construyen socialmente sus mundos e influyen en los de los demás. Es probable que "las construcciones animales resultantes sean diferentes de las nuestras, pero no por ello menos ciertas"5. Los animales tienen sus propias realidades, sus propias formas de ver el mundo; en resumen, son sujetos, no objetos. Sin embargo, esta postura rara vez se ve reflejada en la práctica ecosocialista, antirracista y feminista. Desarrollada en oposición directa a un sistema capitalista plagado de divisiones de clase, raza/etnia y género, y profundamente devastadora para la naturaleza, dicha práctica, o bien ignora por completo a algunos tipos de animales (por ejemplo, las mascotas y el ganado), o bien integra a los animales dentro de unas concepciones holísticas y/o antropocentristas del entorno, omitiendo con ello la cuestión de la subjetividad del animal6. Así, en la mayoría de las formas del ecologismo progresista, los animales han sido cosificados y/o relegados al papel de actores secundarios.

PENSAR COMO UN MURCIÉLAGO: LA CUESTIÓN DE LOS PUNTOS DE VISTA DE LOS ANIMALES

El rescate de la subjetividad animal implica el deber ético y político de redefinir la problemática urbana y considerar estrategias para la praxis urbanística que tengan en cuenta los puntos de vista de los animales. Aceptar la subjetividad animal es sólo el primer paso teórico y conceptual. Pero incluso este primer paso puede ser duramente atacado por grupos sociales humanos históricamente marginados y devaluados bajo la acusación de ser "más parecidos a los animales" y, por tanto, menos inteligentes, dignos o evolucionados que los hombres blancos angloeuropeos. También puede chocar contra aquellos que interpreten la concesión de la subjetividad de los animales como una reivindicación de sus derechos, esgrimiendo para ello argumentos que vayan, o bien en contra de los derechos en general, o bien en contra de los derechos animales en particular7. Sea como fuere, para que la revalorización de la subjetividad animal tenga utilidad en la práctica cotidiana, es necesario dar un paso mucho más complejo. No sólo es preciso "pensar como una montaña"8, sino también "pensar como un murciélago", superando de algún modo la clásica idea de Nagel de que, dado que el sonar de los murciélagos no se parece en nada a ningún sentido humano, es humanamente imposible responder a la pregunta "¿cómo es ser un murciélago?" o, más en general, "¿cómo es ser un animal?"9.

Pero, ¿es de verdad imposible pensar como un murciélago? Existe aquí un paralelismo con los problemas planteados por la teoría del punto de vista (o de la multiposicionalidad). La teoría del punto de vista afirma que determinadas diferencias humanas individuales (como la raza, la clase o el género) determinan de tal modo las experiencias y, por ello mismo, las interpretaciones del mundo, que una postura unívoca conduce a la esencialización y silenciación de toda diferencia, obstaculizando así el cuestionamiento de las relaciones de poder. En casos extremos, tal polivocidad resulta en un relativismo nihilista y una parálisis política. La respuesta sin embargo no puede ser un retorno a una exclusión y negación radical de lo distinto. Bien al contrario, se ha de reconocer que los seres humanos individuales están inmersos en relaciones y redes sociales compartidas con personas similares o diferentes de las que depende su bienestar10. Esta toma de conciencia permite la identificación del parentesco, pero también de la diferencia, pues las identidades se definen bajo la captación de las semejanzas y desemejanzas de aquellos con quienes nos relacionamos. Y, a través de la interacción cotidiana y la práctica concertada, y utilizando lo que Haraway denomina una "visión cyborg" que permite "un conocimiento parcial, localizable y crítico que sostiene la posibilidad de esas redes de conexión que llamamos solidaridad"11, podemos abrazar tanto el parentesco como la diferencia y fomentar la eclosión de una ética de respeto, reciprocidad, cuidado y hermandad12.

Las redes de parentescos y diferencias de que está conformada la identidad individual afectan tanto a los humanos como a los animales. Esto es razonablemente fácil de aceptar en el plano abstracto (esto es, los humanos dependen de una rica ecología de organismos animales). Pero también hay un gran volumen de pruebas arqueológicas, antropológicas y psicológicas que sugieren que las interacciones concretas y la interdependencia con los otros animales son indispensables para el desarrollo de la cognición, la identidad y la conciencia humanas, así como para madurar la asunción de la ambigüedad, la diferencia y la falta de control13. En resumen, los animales no sólo son "buenos para pensar" (tomando prestada una frase de Lévi-Strauss)14, sino que son indispensables para aprender a pensar, en primer lugar, y a relacionarse con otras personas, en segundo.

¿Qué otros animales son relevantes? Yo sostengo que hay muchos tipos de animales importantes, incluidos los domésticos. Está claro que la domesticación ha alterado profundamente la inteligencia, los sentidos y las formas de vida de criaturas como los perros, las vacas, las ovejas y los caballos, hasta el punto de disminuir drásticamente su alteridad; tan profunda es su desnaturalización, que han acabado siendo considerados una parte de la cultura humana. Pero los animales salvajes también han sido abducidos y desnaturalizados por el hombre. Prueba de ello son los innumerables modos en que la fauna salvaje es comercializada (en formas corpóreas e incorpóreas) e incorporada a la cultura material. Y, como los animales domésticos, los animales salvajes también pueden verse profundamente afectados por las acciones humanas, que a menudo los obligan a severas adaptaciones conductuales. En última instancia, la división entre animales salvajes y domésticos debe considerarse una construcción social permeable; tal vez sea mejor pensar en una matriz de animales que difieren en cuanto al grado de alteración física o conductual producto de la injerencia e interacción humanas.

Nuestra dependencia ontológica de los animales parece habernos caracterizado como especie desde el Pleistoceno. La necesidad humana de proteínas, la búsqueda de inspiraciones místicas, el anhelo de compañía, y la posibilidad siempre presente de acabar siendo la cena de alguien, obligaban a pensar como un animal. Esta contribución animal al desarrollo humano bien puede llegar a ser utilizada como argumento (antropomórfico) en defensa de la conservación de la fauna salvaje o la tenencia de mascotas. Pero lo que más me preocupa es saber cómo se desarrolló la dependencia humana de los animales en términos de los patrones consecuentes de interacción humano-animal. En concreto, ¿creó esta dependencia ontológica de los animales una ética interespecífica de cuidado y hermandad? No es mi intención formular una versión moderna del Noble Savaje —la esencialización del hombre primitivo como alguien que vive en armonía espiritual y material con la naturaleza—, pero parece claro que durante la mayor parte de la (pre)historia, los animales salvajes, aun siendo comidos, domesticados y mantenidos en cautividad, eran al mismo tiempo vistos como parientes, amigos, maestros, espíritus o dioses. Su valor residía tanto en sus similitudes como en sus diferencias con los humanos. No por casualidad se hacían también esfuerzos por conservar la mayoría de los hábitats de los animales salvajes.

REENCANTAR LA CIUDAD: UNA AGENDA PARA QUE LOS ANIMALES VUELVAN

¿Cómo podrían los animales desempeñar hoy su papel integral en la ontología humana y contribuir así al fomento de respuestas éticas y prácticas políticas que estén amparadas en el reconocimiento de las semejanzas y diferencias entre los humanos y los animales? Y lo que es más importante, ¿cómo podrían ser desarrolladas esas respuestas y esas prácticas en lugares donde la interacción cotidiana con los animales ha sido en gran medida suprimida? La mayoría de la gente vive hoy en dichos lugares: las ciudades. La dominación humana de las ciudades es tal que se naturaliza como un factor consustancial del propio ecosistema, es decir, como un hábitat exclusivamente humano. En Occidente, muchos de nosotros sólo interactuamos o tenemos contacto con los animales por medio de la cría en cautividad de unos pocos de ellos o a través de la ingesta de unos animales "de consumo" convertidos en filetes y chuletas. Nuestra noción de los animales salvajes nos viene dada por los documentales o las acrobacias del "Shamu" de turno en el Sea World15. Nuestro aparente dominio de la naturaleza urbana nos proporciona una sensación de protección frente a los peligros naturales, pero lo hace a costa de anular todo potencial de asombro y admiración por el mundo no humano. El riesgo inculca una humildad y una dignidad cuya pérdida se traduce en una banalización generalizada de la supervivencia cotidiana. Esta banalización resulta profundamente perjudicial para asuntos como el clasismo, el sexismo y la inmigración, así como para la naturaleza16.

Para que surja una ética, una práctica y una política del cuidado de los animales y la naturaleza, es preciso que renaturalicemos las ciudades e invitemos a los animales a volver a entrar en ellas, en lo que será un proceso de reencantamiento urbano17. A esta ciudad renaturalizada y reencantada la llamo zoópolis. Esta zoópolis lograría la reintegración de las personas al mundo animal y natural, proporcionándoles a los habitantes urbanos el conocimiento local, situado y cotidiano de las vidas de los animales tan necesario para comprender sus puntos de vista y sus formas de estar en el mundo, y poder así interactuar con ellos en consecuencia y motivar la acción política necesaria para proteger sus espacios vitales y su autonomía como sujetos. Este conocimiento estimularía un replanteamiento profundo de una amplia gama de prácticas urbanas cotidianas: no sólo en cuanto a la regulación y el control de los animales, sino también en cuanto al paisajismo, los planes y las tasas de desarrollo, el diseño de carreteras y transportes, el uso de energías, los tóxicos industriales y la bioingeniería —en definitiva, en cuanto a todo aquello que afecte a los animales y la naturaleza (el clima, la flora, la geomorfología, etc.). Y, en el plano más personal, cabría esperar que nos replanteásemos nuestros hábitos alimentarios, ya que las granjas industriales son terriblemente destructivas para el medio ambiente in situ, y el hábito occidental de consumir carne está provocando la conversión de los hábitats salvajes de todo el mundo en tierras de cultivo (por no hablar de lo que supone comerse a las vacas, los cerdos, los pollos o los peces cuando uno empieza a verlos como semejantes).

Aunque el modelo de la zoópolis o de la renaturalización eleva la práctica cotidiana a categoría de paradigma biorregional, su inclusión de los animales y la naturaleza en la metrópolis difiere de otras soluciones espaciales antiurbanas basadas en un comunalismo a pequeña escala. También acepta la realidad de la interdependencia global en lugar de optar por la autarquía. Además, a diferencia de las visiones ecologistas vinculadas epistémicamente a un individualismo psicologizado y carente de crítica político-económica, la renaturalización urbana está motivada no sólo por la fe en que los animales son fundamentales para la ontología humana en formas que permiten el desarrollo de redes de parentesco y de cuidado con los sujetos animales, sino también por la convicción de que nuestra alienación de los animales es el resultado de estructuras político-económicas, relaciones sociales e instituciones particulares que operan a diversas escalas espaciales. No cabe confiar en que dichas estructuras, relaciones e instituciones cambien mágicamente con el mero reconocimiento de la subjetividad animal, pero sí que el compromiso político y la lucha contra las opresiones basada en la clase, la raza, el género y la especie provoquen su modificación.

Más allá de su influencia sobre las ciudades, el modelo de zoópolis sirve de poderoso freno a la contradictoria y colonizadora política ecologista occidental, tanto en su práctica en el propio Occidente como en su imposición en otras partes del planeta. Por ejemplo, las reservas naturales son cruciales para evitar la extinción de las especies. Pero como están "ahí fuera", alejadas de la vida urbana, las reservas carecen del poder para transformar aquellas organizaciones económicas y prácticas de consumo dependientes de un crecimiento continuo que hace precisamente que las reservas se vuelvan necesarias. Los únicos modos de vida que consiguen alterar las reservas naturales son los de los pueblos oriundos, que se ven repentinamente alejados de su base económica tradicional y sometidos a niveles aún mayores de pobreza. Una ética interespecífica del cuidado sustituiría este dominionismo, erigiendo regiones urbanas en las que los animales, lejos de ser recluidos, matados y aprisionados, fueran valorados como vecinos y compañeros de supervivencia. Esta ética conecta a los residentes urbanos con aquellos pueblos del mundo que han sabido desarrollar formas de subsistencia compatibles con el cuidado de los bosques, los arroyos y la diversidad biológica animal, y les insta a sumarse a estos esfuerzos. El mito occidental de una prístina naturaleza arcádica, impuesta con impunidad imperial sobre aquellos lugares convertidos hoy en rehénes del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en alianza con poderosas organizaciones ecologistas internacionales, sería así derrotado por una política y unas prácticas poscolonialistas que han de empezarse en casa propia, con los animales de ciudad.

3. FORMAS ANIMALES Y URBANAS DE PENSAR

La agenda para renaturalizar la ciudad y traer de vuelta a los animales deberá estar desarrollada teniendo en cuenta factores como el impacto de la urbanización sobre los animales en la ciudad capitalista, cómo piensan y se comportan los residentes urbanos hacia la vida animal, las adaptaciones ecológicas de los animales a las condiciones urbanas, y las prácticas y políticas actuales en torno a los animales metropolitanos. Los estudios que abordan estos temas suelen estar basados en las ciencias sociales empíricas y la biología de la fauna salvaje. El reto de la teoría urbana transespecífica consiste en desarrollar un marco apoyado en la teoría social. El objetivo es comprender la urbanización capitalista dentro de nuestra economía globalizada y lo que ella significa para la vida de los animales; analizar cómo y por qué cambian las pautas de interacción entre humanos y animales a lo largo del tiempo y el espacio; abordar la ecología animal urbana en su dimensión científica, social, discursiva y politico-económica; y conformar la práctica urbana transespecífica en torno a los planes de gestión y el activismo popular. La figura 1 muestra un dispositivo heurístico metateórico que relaciona los distintos discursos de la problemática urbana transespecífica. Este dispositivo no pretende favorecer a una perspectiva teórica concreta, sino destacar múltiples fuentes de inspiración que pueden resultar fructíferas en el desarrollo de teorías.

Marco conceptual para la vinculación de los distintos discursos de la problemática urbana transespecífica.
Figura 1. Marco conceptual para la vinculación de los distintos discursos de la problemática urbana transespecífica.

CIUDADES ANIMALES: URBANIZACIÓN, ALTERACIONES AMBIENTALES Y OPORTUNIDADES PARA LA VIDA ANIMAL

Las ciudades están construidas para el cobijo de los humanos y sus actividades, pero con el crecimiento urbano, es inevitable el surgimiento de unas "ciudades animales" subalternas. Estas "ciudades animales" determinan las prácticas de urbanización en algunos aspectos clave (por ejemplo, atrayendo o repeliendo a las personas/el desarrollo en determinadas áreas, o influyendo en las estrategias de exclusión de los animales). No obstante, el capitalismo acentúa aún más esta afección sobre los animales, en tanto que el desarrollo urbanístico capitalista implica una desnaturalización amplia de las tierras rurales o salvajes y una contaminación medioambiental aguda y generalizada. Los tipos más comunes de alteración medioambiental urbana son bien conocidos, y afectan al suelo, la hidrología, el clima, la calidad del aire y el agua, y la vegetación18. Algunos animales salvajes (como las ratas, las palomas o las cucarachas, por ejemplo) se adaptan bien a las ciudades y/o prosperan exitosamente en ellas. Pero otros se muestran incapaces de encontrar refugio o fuentes adecuadas de comida, de adaptarse al clima urbano, la calidad del aire y los cambios hidrológicos, o de tolerar el contacto con los humanos. Los animales cautivos, por supuesto, están ceñidos a los hogares, los parques o los recintos construidos ex profeso, como las granjas o los laboratorios, pero incluso el bienestar de las mascotas, los animales asilvestrados y las criaturas destinadas a las mesas de disección o los platos de cocina pueden verse afectado por diversas formas de contaminación medioambiental urbana.

El desarrollo metropolitano también crea paisajes espacialmente extensos y desiguales y una fragmentación extrema del hábitat por la que la fauna salvaje se ve muy afectada. Algunos animales pueden adaptarse a esa fragmentación y a la proximidad humana consecuente, pero lo más habitual es que mueran in situ o emigren a zonas menos fragmentadas. Cortar los corredores de paso puede hacer que la fragmentación conduzca a la extinción de algunas especies a resultas de la mengua de las parcelas habitables19, los inconvenientes de la periferia20, los efectos de la separación o el aislamiento, y los cambios en la ecología de la comunidad21. Si la fragmentación provoca la desaparición de grandes depredadores, cabe el riesgo de la proliferación de otras especies, lo que puede suscitar la degradación del medio ambiente y amenazar la viabilidad de otras formas de vida. La maleza y las especies oportunistas y/o exóticas también pueden generar efectos similares.

Las teorías urbanísticas capitalistas no suelen atender estas cuestiones relativas a las alteraciones ecológicas urbanas y a la fragmentación. La mayoría de los estudios urbanísticos omiten el análisis explícito de los motores sociales, políticos y económicos de las alteraciones, sobre todo en lo referente a la fragmentación del hábitat22. Del mismo modo, la mayoría de los estudios sobre los entornos urbanos se limitan a la medición científica de los cambios en la calidad del medio ambiente o describen la fragmentación del hábitat aislándola de las dinámicas sociales que la provocan23. Parece pues necesario reconsiderar los modelos urbanísticos y empezar a tener en cuenta las bases ecológicas y politico-económicas subyacentes, las fuerzas institucionales que actúan sobre el medio ambiente urbano, y los procesos culturales que ponen en segundo plano la naturaleza metropolitana.

Los esfuerzos por vincular teóricamente el cambio urbano y el medioambiental constituyen el núcleo de una nueva crónica ecológica que reorienta las ideas sobre la urbanización mostrándonos cómo la explotación y la alteración del medio ambiente sustentan la historia de las ciudades, y cómo pensar en la naturaleza como un actor (y no como un objeto pasivo sobre el que actuar) puede ayudarnos a entender el curso del desarrollo urbano. La urbanización contemporánea, asociada a los flujos globalizados de mano de obra, capital y mercancías, asienta sus raíces en la explotación de los "recursos" naturales (incluida la fauna salvaje, doméstica y de cualquier otro tipo) y en la transformación activa de los paisajes regionales y las oportunidades para la vida animal —aunque no siempre de la manera deseada o esperada, debido a la agencia de la naturaleza. Una revisión y un análisis de las teorías neomarxistas y neoweberianos de gestión urbana y sus relaciones con la naturaleza podría arrojar luz sobre los contextos estructurales e institucionales detrás de, por ejemplo, la pérdida/degradación de hábitats. Un punto de partida obvio es la teoría de la máquina de crecimiento, dada su centralización en la influencia de los propietarios-rentistas sobre los aparatos estatales y las políticas locales24; otro punto interesante de partida pueden serlo las teorías que contemplan la planificación urbana como parte de un proyecto modernista de control y dominación (tanto de humanos como de nohumanos) mediante la construcción racionalista de ciudades y la vigilancia de las interacciones urbanas y las proximidades humanas/animales en nombre de la salud y el bienestar humanos25. Por último, los estudios culturales urbanos pueden ayudarnos a comprender cómo la estética de las ciudades acentúa el distanciamiento entre los humanos y los animales. Wilson por ejemplo demuestra cómo ciertos simulacros urbanos como los zoológicos y los parques temáticos vienen teniendo cada vez mayor influencia en la experiencia humana de la vida animal26. De hecho, la realidad ha sido tan redefinida que los auténticos animales pueden llegar a ser vistos como menos verdaderos. La distanciación de los animales salvajes ha estimulado al mismo tiempo una romantización de la naturaleza salvaje que es usada como medio para vender bienes de consumo y propiedades inmobiliarias y sostener el proceso de acumulación de capital, reforzando la expansión urbana y la degradación del medio ambiente27.

AJUSTANDO CUENTAS CON LA BESTIA: INTERACCIONES HUMANAS CON LOS ANIMALES URBANOS

La conducta cotidiana de los residentes urbanos también afecta a las oportunidades de vida de los animales de ciudad. La cuestión de las relaciones urbanas entre humanos y animales ha sido ya abordada por investigadores empíricos armados con modelos conductuales que postulan que, a través de su comportamiento, la gente hace que las ciudades sean más o menos atractivas para los animales (por ejemplo, el control de plagas, el diseño urbanístico, el suministro de comida y agua, etc.). Estos comportamientos están a su vez apoyados en determinados valores y actitudes subyacentes. Este marco de valores, actitudes y conductas asienta la respuesta ciudadana hacia los animales en las creencias culturales erigidas a su alrededor, pero también en el comportamiento de los propios animales —si son o no destructivos, carismáricos, simpáticos y, en menor medida, ecológicamente beneficiosos.

La actitud hacia los animales ha sido caracterizada a partir de encuestas y tipologías28. Los resultados sugieren que la urbanización aumenta tanto el distanciamiento de la naturaleza como la preocupación por el bienestar animal. Kellert, por ejemplo, descubrió que quienes viven en ciudad son menos propensos al utilitarismo y más dados a posturas moralista y humanista, lo que sugiere que se preocupan más por el trato ético a los animales. También descubrió que los residentes urbanos se centran sobre todo en animales individuales como las mascotas y las especies salvajes más populares29. La gente que vive en grandes ciudades se revela más partidaria de proteger a las especies en peligro de extinción; menos favorable a disparar o capturar a los depredadores como medida para proteger al ganado; más tendente a censurar la caza; y más dispuesta a emplear recursos públicos a programas destinados a engrosar la fauna urbana. Los animales domésticos y los más atractivos eran los favoritos de los encuestados, mientras que los animales conocidos por causar daños a la propiedad humana o infligir lesiones se encontraban entre los menos estimados.

El saber popular caracteriza las respuestas de los residentes urbanos y las instituciones hacia los animales locales de dos formas: (1) como "plagas", a las que implícitamente se les concede agencia para afectar la ecología urbana, dados los costes sociales o económicos que imponen; o (2) como "mascotas" objetivadas, que proporcionan compañía, servicio estético y oportunidades recreativas, como ocurre con la observación y alimentación de aves y otros animales silvestres30. Sin embargo, casi no se ha llevado a cabo ninguna investigación sistemática sobre el comportamiento de los residentes urbanos hacia los animales salvajes o menos conocidos, ni sobre cómo el espacio, la clase, el patriarcado o las construcciones sociales en torno a la raza o la etnia afectan a ese comportamiento. Tampoco se ha explorado la conducta de las instituciones implicadas en la gestión de la fauna salvaje urbana o en la regulación/control de los animales31.

¿Cómo podemos mejorar nuestra comprensión de las interacciones humanas con los animales de ciudad? Los debates generales en torno a la naturaleza y la cultura son muy instructivos y ayudan a ubicar la investigación conductual en el contexto adecuado32. Las teorías alrededor de este debate convergen cada vez más en la convicción de que el dualismo occidental naturaleza/cultura, un remedo de la división entre objetos y sujetos, es ficticio y profundamente destructivo para las diversas formas de vida de la Tierra. Valida una teoría y una practica relacional entre los humanos y la naturaleza que resta relieve a la dependencia de los primeros sobre la segunda. Hiperseparar la naturaleza de la cultura fomenta su colonización y sometimiento. El dualismo naturaleza/cultura equipara a su vez la naturaleza con la cultura, negando su subjetividad y otorgándole un valor exclusivamente instrumental. Este ejercicio de homogeneización y descorporeización de la naturaleza invita a ignorar las consecuencias que ciertas actividades humanas, como el desarrollo urbanístico, la producción industrial y la agricultura intensiva, tienen sobre determinadas criaturas y sus hábitats. Esto conduce a lo que O'Connor llama la "segunda contradicción del capitalismo", a saber, la destrucción de los medios de producción mediante el proceso mismo de acumulación de capital33.

El dualismo naturaleza/cultura cobra una forma más específica en la división campo/ciudad; como lugar históricamente emblemático de la cultura humana, la ciudad trata de excluir de su seno cualquier vestigio agreste, en especial los animales salvajes. Como ya hemos visto, la exclusión radical de la mayoría de los animales de la vida urbana cotidiana puede perturbar el desarrollo de la conciencia y la identidad humana e impedir la aparición de redes interespecíficas de cuidado y hermandad. Es posible advertir este argumento en distintas modalidades de la ecofilosofía radical. En algunas versiones, se hace hincapié en la importancia de los animales "salvajes" al tiempo que se duda del potencial de los domésticos, más comunes pero a menudo muy alterados genéticamente, mercantilizados y/o neotenizados. En otras versiones, se minimiza el valor de la distinción entre lo salvaje y lo doméstico a la hora de fomentar los vínculos entre humanos y animales, pero se lamenta la pérdida progresiva de contacto interespecífico y, por ello mismo, de aprehensión34. La identidad corpórea también puede llegar a verse desestabilizada a medida que la comprensión de la corporeidad humana, derivada tradicionalmente de la experiencia directa con los cuerpos/sujetos vivos animales, se va disolviendo o transformando. Así pues, se precisan tratamientos teóricos que expliquen cómo el tan arraigado dualismo entre la ciudad (la cultura) y el campo (la naturaleza), en su reproducción ontológica ordinaria, da forma a las interacciones entre los humanos y los animales de ciudad.

Los modelos inspirados en un marco ahistórico y deslocalizado de valores, actitudes y conductas tampoco tienen en cuenta el papel del contexto social, político y económico en los valores y las actitudes hacia los animales. Esos valores y esas actitudes pueden estar afectados tanto por circunstancias locales específicas como por cambios contextuales producto de dinámicas no locales, como, por ejemplo, la rápida internacionalización de las economías urbanas. La creciente competencia mundial amenaza con detonar un incremento aún mayor de la explotación animal y la destrucción de hábitats dentro de una "carrera a la baja" internacional. Además, la globalización revela a las claras que la concepción occidental de la naturaleza es insuficiente para comprender todo el abanico de relaciones entre humanos y animales que se da en diversas ciudades del mundo, alimentadas por flujos migratorios internacionales procedentes de lugares donde la relación entre la naturaleza y la cultura se entiende de formas muy distintas. En el contexto de la internacionalización, se plantean cuestiones complejas sobre la forma en que los significados y prácticas coloniales, indígenas e híbridas se difunden en lo occidental. Asimismo, dados los flujos migratorios internacionales generados por la globalización hacia las regiones urbanas, es necesario que nos preguntemos por el papel de las diversas normas culturales relativas a los animales en la racialización de los grupos de inmigrantes y la propagación del nativismo en Occidente. Las prácticas urbanas que parecen más vinculadas a la racialización de los inmigrantes son el sacrificio ritual de animales (como la santería, por ejemplo) y el consumo de animales considerados compañeros domésticos en la tradición occidental.

UN BESTIARIO URBANO: ECOLOGÍAS URBANAS ANIMALES

El reconocimiento de que hay muchos animales conviviendo con los humanos en la ciudad y la necesidad de gestionar ese espacio urbano compartido han impulsado el naciente campo de la ecología animal urbana. Basados en la investigación biológica de campo y muy orientados a los planes de gestión, los estudios alrededor de la vida del animal urbano están centrados sobre todo en los animales salvajes, habiendo muy pocos estudios ecológicos en torno a los animales de compañía o los asilvestrados35. La mayoría de los estudios tienden a ser muy específicos en cuanto a la especie y el lugar. Sólo se ha estudiado un pequeño número de especies urbanas, normalmente en respuesta a problemas percibidos por el hombre, riesgos de extinción, o por su simple carácter "carismático".

La teoría ecológica se ha alejado de las nociones de holismo y equilibrio para reconocer que los procesos de perturbación, incertidumbre y riesgo ambiental hacen que los ecosistemas y las poblaciones se desplacen continuamente sobre ciertos rangos que varían dependiendo del lugar y de la escala36. Esto refleja la utilidad de reconceptualizar las ciudades como regímenes de perturbación ecológica en lugar de zonas de sacrificio ecológico cuya integridad se ha violado irrevocablemente. Para apreciar del todo la permeabilidad de la división entre el campo y la ciudad, es necesaria que los análisis ecológicos hagan una mayor incorporación de la heterogeneidad y la dispersión variable de los hábitats urbanos y las posibilidades (más que las imposibilidades) de la vida urbana animal. Esto, a su vez, podría servir de base deliberativa respecto de posibles cambios en el uso del suelo (como la densificación suburbana, la reducción de la zonificación, los planes paisajísticos o el diseño de corredores de movilidad), además de señalarnos cómo pueden influir tanto en los animales individuales como en los conjuntos faunísticos en términos de niveles de estrés, morbilidad, mortandad, movilidad, acceso a fuentes de alimento y refugio, éxito reproductivo y exposición a los depredadores.

La ecología científica de los animales urbanos se basa quizá más que otras ramas de la ecología en la racionalidad instrumental y la orientación hacia el control medioambiental, ya que está en gran medida impulsada por factores de aplicación. Sin embargo, el esfuerzo del preeminente ecólogo Michael Soulé por enmarcar una respuesta a la reinvención posmodernista de la naturaleza demuestra cómo las críticas feministas y posmodernas a la ciencia modernista han calado en la ecología37. Hayles, por ejemplo, sostiene que nuestra comprensión de la naturaleza está mediada por la interactividad encarnada del observador y lo observado, así como por la posicionalidad (género, clase, raza, especie, etc.) del primero38. Los animales, por ejemplo, construyen mundos diferentes a través de sus interacciones físicas con ellos (es decir, sus capacidades sensoriales e intelectuales dan lugar a sus visiones del mundo). Y aunque algunos modelos puedan ser interpretaciones más o menos fidedignas de la naturaleza, la cuestión de cómo la posicionalidad determina los modelos propuestos, probados e interpretados no ha de quedar nunca cerrada. Esto exige como mínimo autorreflexividad en la investigación ecológica sobre los animales urbanos y herramientas ecológicas ampliadas mediante ricos relatos etnográficos, anecdóticos y folclóricos.

Por último, la ecología científica en torno a los animales urbanos no se lleva a cabo en el vacío. Como cualquier otra actividad científica, está fuertemente condicionada por los móviles de quienes patrocinan la investigación (sobre todo el Estado), los intereses de quienes emplean los resultados obtenidos (como los diseñadores urbanísticos) y las ideologías de los investigadores. Así pues, partiendo del campo de los estudios científicos, es preciso no dejar de cuestionar las afirmaciones de la ecología científica para descubrir los motores politico-económicos detrás de la ecología animal urbana y los estudios sobre la biodiversidad. ¿Cómo y bajo la perspectiva de quién o quiénes están enmarcados los estudios sobre los animales urbanos? ¿Quién hay detrás de su propuesta? ¿Promotores urbanísticos? ¿Grupos de presión del sector de la caza? ¿Organizaciones ecologistas? ¿Defensores de los derechos animales? Para responder a estas preguntas no basta con evaluar los méritos técnicos de los estudios sobre la fauna urbana, sino que también hay que analizar cómo se enmarcan en las tradiciones epistemológicas y discursivas de la ecología científica y cuáles son los contextos sociales, políticos y económicos en que están insertados.

REDISEÑAR LAS METRÓPOLIS NATURALES: DEL GERENCIALISMO A LA ACCIÓN COMUNITARIA

En muchas ciudades estadounidenses se está apreciando una práctica urbanística transespecífica incipiente, aún poco documentada y teorizada. Esta práctica implica a numerosos agentes, entre los que se incluyen burócratas, promotores urbanísticos y administradores federales, estatales y locales, así como activistas urbanos en favor de los animales y el ecologismo. En diversos grados, los objetivos de dicha práctica incluyen transformar el espíritu de las interacciones entre humanos y animales, crear diseños con un impacto mínimo medioambiental, cambiar las prácticas cotidianas administrativas (gestión faunística y planificación urbana), y proporcionar una mayor protección a los intereses de los animales de ciudad.

Los administradores de la fauna salvaje y las empresas de control de plagas se están enfrentando a unas demandas cada vez mayores de alternativas a las políticas de control basadas en el exterminio. En lo relativo a la fauna salvaje, los nuevos planes vinieron impulsados por las críticas locales contra algunas prácticas convencionales, como los sacrificios; hoy, los administradores se muestran más dados a tener en cuenta la reacción ciudadana potencial y a adoptar modelos participativos a fin de evitar posibles campañas de protesta. Por lo general, las estrategias de gestión alternativas pasan por educar a los residentes urbanos y tratar de hacer que conozcan, comprendan y respeten mejor a sus vecinos salvajes, subrayando a su vez la forma en que los animales domésticos pueden dañar la fauna salvaje y viceversa. Pero los enfoques educativos tienen sus límites, lo que ha llevado a algunas jurisdicciones a promulgar normas relativas a la arquitectura, el mantenimiento de edificios, el almacenamiento de basuras, el vallado, el paisajismo y la tenencia de animales potencialmente peligrosos para la fauna salvaje.

La planificación urbana y regional nunca se ha centrado en los animales salvajes. Tampoco en otros tipos de animales, a pesar de que gran parte de los hogares de Norteamérica y Europa alberga animales domésticos. Esto no es sorprendente dada la ubicación histórica de la planificación dentro de un aparato administrativo movido por el desarrollo. Sin embargo, desde la aprobación de la Ley de Especies Amenazadas (ESA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos en 1973, los promotores urbanísticos se han visto obligados a lidiar con el impacto de las actividades humanas sobre las especies en peligro de extinción. Para reducir el impacto de la urbanización en los animales amenazados o en peligro de extinción, los promotores han recurrido a herramientas de ordenación territorial como la zonificación (incluidas las fronteras entre las zonas urbanas y los hábitats de la fauna silvestre), la adquisición de terrenos públicos o sin ánimo de lucro, la transferencia de derechos de desarrollo, informes de impacto ambiental, y tasas de vinculación entre el impacto sobre la fauna salvaje y la conservación del hábitat39. Ninguna de estas herramientas está exenta de problemas técnicos, políticos y económicos graves y bien conocidos, lo que ha estimulado el desarrollo de enfoques como el Plan de Conservación de Hábitats (HCP, por sus siglas en inglés), una iniciativa de planificación regional que busca evitar la fragmentación inherente a la planificación individualizada y controlar la zonificación local40.

A pesar de la ESA, el impacto mínimo sobre la fauna urbana sigue sin verse como una prioridad, ni por los arquitectos ni por los promotores urbanísticos. La arquitectura paisajística orientada a la vida salvaje sigue siendo marginal. La mayoría de los casos existentes son nuevos desarrollos (no adaptaciones) aplicados a la periferia urbana, planificados para bajas densidades poblacionales y, por tanto, orientados únicamente a residentes con ingresos altos. Muchos de estos casos no son más que estratagemas para aumentar los beneficios inmobiliarios proporcionando a los compradores imbuidos de una mentalidad antiurbana que buscan la proximidad con el "aire libre" un atractivo extra en forma de cercanía con los animales salvajes. Los promotores urbanísticos suelen definir otros lugares que acogen animales (vivos o muertos), como mataderos y granjas industriales, como suelo "nocivo", que es aislado de los residentes urbanos a fin de proteger su salud y su sensibilidad.

Las consideraciones relativas a la fauna salvaje también están prácticamente ausentes en la agenda arquitectónica y urbanística progresista norteamericana, lo mismo que las consideraciones relativas a los animales cautivos, como las mascotas o el ganado. En los ochenta, los debates en torno a los "costes de la expansión" no hicieron mención ninguna del hábitat de los animales salvajes, y hoy, el llamado movimiento neourbanista y los partidarios de las ciudades sostenibles rara vez definen la dicha sostenibilidad con referencia hacia los animales. El neourbanismo aboga por una sostenibilidad apoyada en un desarrollo urbanístico de usos mixtos y alta densidad, pero sigue teniendo una óptica estrictamente antropocéntrica. Por su parte, el movimiento en favor de las ciudades sostenibles, más ecocéntrico, busca reducir el impacto humano en el entorno natural mediante sistemas ecológicamente racionales de tratamiento de residuos sólidos, producción energética, transporte, vivienda, etc., así como mediante el desarrollo de una agricultura urbana que sea capaz de mantener a sus residentes locales41. Pero, aunque estas ideas tienen beneficios a largo plazo para todo el conjunto de los seres vivos, la literatura en torno a las ciudades sostenibles viene prestando muy poca atención a las cuestiones relativas a los animales per se42.

Las prácticas cotidianas de los promotores, los arquitectos paisajistas y los diseñadores urbanísticos conforman las expectativas normativas y las posibilidades prácticas de las interacciones entre los humanos y los animales. Sus diseños no reflejan sin embargo el deseo de enriquecer o facilitar las interacciones entre humanos y animales, ni han sido nunca evaluadas desde esta perspectiva. Incluso se ignora a los animales de compañía, que siguen siendo invisibles a ojos de los arquitectos y los promotores, aun cuando hay más hogares en Estados Unidos con animales que con niños. ¿Qué explicación tiene este antropocentrismo por parte de los profesionales de la arquitectura y el diseño urbano? Las teorías sociales en torno al diseño urbanístico y la práctica profesional podrían servir para comprender mejor el desarrollo antropocéntrico del espacio urbano. Cuff, por ejemplo, explica el comportamiento cotidiano de los arquitectos como parte de un proceso social colectivo e interactivo condicionado por contextos institucionales como las administraciones públicas y los clientes promotores; no es sorprendente que los resultados del diseño reflejen la orientación al crecimiento del urbanismo contemporáneo43. En términos más generales, Evernden sostiene que los profesionales se ven constreñidos por el empeño de la cultura general por la racionalidad, el orden y la exclusión radical de los animales de la ciudad44. La estética de diseños estandarizados creada por urbanistas y arquitectos, como las casas periféricas rodeadas de un césped cuidado y vallado, refleja la muy arraigada necesidad de proteger y librar los dominios humanos de las malas hierbas, de la suciedad y, por extensión, de la naturaleza.

Los diseñadores medioambientales basados en la biología de la conservación y la ecología del paisaje han abordado más activamente la cuestión de cómo diseñar nuevos paisajes metropolitanos para humanos y animales45. A escala regional, se están empezando a poner de moda los planes pensados para la construcción de corredores faunísticos o redes de reservas46. Estas redes y corredores pretenden enlazar los hábitats "continentales" más allá de la periferia urbana, logrando una conectividad paisajística general que proteja a las reservas genéticas y porporcione diferentes hábitats a los animales con áreas de distribución pequeñas47. ¿Pueden los corredores proteger y reintegrar a los animales en la ciudad? Los corredores son un fenómeno reciente, y para responder a esta pregunta será necesario un análisis político-económico específico de cada caso. La experiencia preliminar sugiere que, en el mejor de los casos, los corredores, a gran escala, pueden ofrecer una protección vital a especies clave gravemente amenazadas y, por tanto, a otros animales diversos, mientras que a pequeña escala pueden ser una excelente estrategia urbanísitica para permitir que algunos animales pequeños, como insectos y aves comunes, compartan espacio vital con los humanos. No obstante, las grandes propuestas de corredores corren el riesgo de convertirse en una simple banalidad recreativa (ya que, a menudo, estas propuestas sólo consiguen el apoyo de los contribuyentes si se justifican por motivos recreativos y no por razones de conservación). En el peor de los casos, los corredores pueden acabar siendo una pura estrategia colaboracionista que se limite a allanar el camino de la expansión inmobiliaria sobre los espacios naturales.

Hay un número creciente de luchas populares urbanas girando en torno a la protección de los animales salvajes, tanto a nivel específico como poblacional, y en torno a la preservación de los humedales, los bosques y otros hábitats salvajes urbanos por su importancia para la fauna. Asimismo, la creciente concienciación sobre los deseos y necesidades de los animales de compañía ha estimulado la creación de espacios urbanos pensados para las mascotas, como los parques para perros48. Pero tenemos muy poca información sistemática sobre qué es lo que cataliza estas prácticas urbanas transespecíficas o sobre la conexión de estas luchas con otras formas de activismo ecológista/animalista. No está claro si estas luchas populares en torno a los animales de ciudad están vinculadas organizativamente al activismo ecologista o movimiento verde general, o si lo están más bien a los grupos tradicionales en defensa de los animales. Esta incertidumbre refleja la necesidad de un ejercicio de mapeo y análisis de redes organizativas. La información efímera y limitada de los estudios monográficos sugiere que la acción política en torno a los animales de ciudad puede poner de manifiesto profundas divisiones dentro del ecologismo y la defensa de los animales. Estas divisiones son un reflejo de unas más amplias divergencias políticas entre el ecologismo hegemónico y el movimiento de justicia mediambiental, entre los ecologistas y los colectivos en defensa de los animales, y, por último, entre los defensores de los derechos animales y los defensores del bienestar animal. Por ejemplo, muchos de los grupos de la corriente dominante sólo tratan de boquilla (si es que lo hacen) los asuntos de justicia social, por lo que muchos activistas de color siguen considerando que las prioridades medioambientales clásicas, como la protección de los espacios naturales y la vida salvaje —sobre todo en la ciudad—, son, en el mejor de los casos, una obsesión frívola de los ecologistas blancos acomodados de la periferia, y, en el peor de los casos, un reflejo del elitismo y el racismo generalizados. Las luchas locales en torno a la vida salvaje también pueden poner de manifiesto la división filosófica entre los grupos ecologistas, de visión holística, y los activistas por los derechos animales, de óptica más individualista; estos conflictos surgen a menudo de las propuestas para matar animales asilvestrados con el fin de proteger a las especies autóctonas y los ecosistemas. Y las organizaciones de bienestar animal, lo mismo que las sociedades humanitarias49, cuya ocupación principal suele estar puesta en los animales de compañía y que a menudo dependen económicamente de la administración pública, pueden mostrarse reacias a ponerse del lado de los grupos en favor de la liberación o los derechos de los animales, quienes son críticos no sólo con las políticas estatales, sino también con las prácticas habituales de las propias sociedades humanitarias50.

El aumento de organizaciones y grupos informales destinados a preservar los hábitats urbanos, cambiar las políticas administrativas y proteger a los animales individuales indica un cambio de paradigma en lo tocante a la consideración hacia los animales. Si es así, ¿por qué y por qué ahora? Una posibilidad es que la ética medioambiental ecocéntrica y, especialmente, el movimiento por los derechos animales, con sus paralelismos en torno al racismo, el sexismo y el "especismo", hayan calado en la conciencia popular y estimulado nuevos movimientos sociales en favor de los animales de ciudad. Otra posible explicación pasa por enmarcar los movimientos transespecíficos dentro del más amplio contexto de la teoría de los nuevos movimientos sociales, que señala que el enfoque de estos movimientos está orientado hacia el consumo; otra explicación potencial es su naturaleza popular, localista y antiestatal; o también su vínculo con la formación de nuevas identidades socioculturales exigidas por el posmodernismo y el capitalismo contemporáneo51. Desde el punto de vista de la teoría de los nuevos movimientos sociales, la resistencia activa contra las incursiones capitalistas en el hábitat de la fauna urbana y la defensa de los intereses de los animales podrían ser contextualizadas en dinámicas sociales, políticas y económicas más amplias, ya que alteran los modos del activismo y cambian las prioridades individuales respecto de la acción política. Esta contextualización podría incluso revelar que los nuevos movimientos sociales en torno a los animales trascienden las preocupaciones relacionadas tanto con la producción como con el consumo, reflejando en su lugar el deseo de algunas personas de superar la división entre humanos y animales y extender las redes de hermandad y solidaridad sobre la otredad nohumana.

4. HACIA ZOÓPOLIS

Zoópolis presenta tanto desafíos como oportunidades para aquellos comprometidos con futuros urbanos ecosocialistas, feministas y antirracistas. Por un lado, el reto consiste en superar las profundas divisiones teóricas en torno a los nohumanos y su lugar en el universo moral. Quizá este reto sea más crucial en la práctica política, donde la pureza teórica da paso a una ética más situada, a la constitución de coaliciones y a la formación de alianzas estratégicas. ¿Puede el ecologismo urbano progresista tenderles un puente a quienes luchan en favor de los animales urbanos, del mismo modo que los rojos les han tendido un puente a los verdes, los verdes a las feministas y las feministas a los antirracistas? En contextos espacio-temporales específicos, en los que los vínculos que se forjan son mucho más reales, el abanico potencial de alianzas es muy amplio, desde grupos con un solapamiento sustancial con el pensamiento ecologista progresista hasta aquellos cuyas comunalidades son más tenues y cuyos enfoques son más parroquiales. Hacer causa común en esfuerzos específicos para luchar contra los productos tóxicos, promover el reciclaje o formar planes de gestión para la mejora de la calidad del aire con colectivos cuya razón de ser sea la vida salvaje, las mascotas o el bienestar de los animales de granja, puede resultar difícil. Sin embargo, el potencial para expandir y fortalecer el movimiento es significativo y no conviene desdeñarlo.

El discurso de zoópolis pretende abrir un espacio de divulgación, diálogo y alianza en estas fronteras de la acción ambientalista. Zoópolis invita a una crítica de la urbanización contemporánea desde el prisma de los animales, pero también desde el prisma de los humanos, que sufren junto con aquellos la contaminación urbana y la degradación del hábitat, al tiempo que se ven privados de la experiencia del parentesco y la otredad animal, tan importante para su bienestar. Zoópolis rechaza un modelo de parques temáticos alienados de la interacción humana con los animales de ciudad, aspirando en su lugar a un futuro en el que los animales y la naturaleza dejen de estar recluidos y expulsados de nuestra vida cotidiana, dejándonos solo con dibujos animados para curar las heridas de su ausencia. Una ciudad reencantada por el reino animal podría conseguir que el otrora sólido Reino Encantado se funda en aire tenue52.

Jennifer Wolch, 1996.

NOTAS
1 – Entre estos animales mercantilizados se incluyen los que ofrecen a los habitantes de la ciudad la oportunidad de "consumir naturaleza" y una gran variedad de animales cautivos y de compañía vendidos con fines lucrativos.
2 – Para excepciones, véase Ted Benton, Natural Relations: Ecology, Animal Rights and Social Justice, Londres: Verso Books, 1993; y Barbara Noske, Humans and Other Arimals, Londres: Unwin Hyman, 1989.
3 – Maria Mies y Vandana Shiva, Ecofeminism, Londres: Zed Books, 1993.
4 – Por ejemplo, Lynda Birke y Ruth Hubbard, eds, Reinventing Biology: Respect for Life and the Creation of Knowledge, Bloomington y Indianapolis, Ind. Indiana University Press, 1995.
5 – Barbara Noske, Humans and Other Animals, pág. 158; para una perspectiva similar, véase también Donna Haraway, Simians, Cyborgs, and Women: The Reinvention of Nature, Nueva York: Routledge, 1991; y Val Plumwood, Feminism and the Mastery of Nature, Londres: Routledge, 1993; para una perspectiva biológica, Donald Griffin, Animal Thinking, Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1984.
6 – La práctica medioambiental progresista conceptualiza "el medio ambiente", bien como un sistema definido científicamente, bien como "recursos naturales" que deben protegerse para el uso humano, o bien como un sujeto activo pero unitario que debe respetarse como fuerza independiente con valor inherente. Los dos primeros enfoques son antropocéntristas; el tercer enfoque ecocéntrico, común a varias corrientes del pensamiento verde, es una mejora, pero su holismo ecológico deja en segundo plano las diferencias interespecíficas de los animales (humanos y no humanos), así como las diferencias entre la naturaleza animada y la inanimada.
7 – El rescate de la subjetividad animal no implica que los animales tengan derechos, aunque el argumento a favor de los derechos sí pivota sobre la convicción de que los animales son sujetos de una vida; véase Tom Regan, The Case for Animal Rights, Berkeley, California; University of California Press, 1986.
8 – N. del T.: Expresión acuñada por Aldo Leopold (1887-1948), ecólogo y naturalista estadounidense, figura destacada en la eclosión de la ética ambiental y el ecologismo contemporáneo. La expresión da título a uno de los capítulos de su libro A Sand County Almanac, editado en España como Un año en Sand County.
9 – Thomas Nagel, "¿Qué es ser un murciélago?". The Philosophical Review 83, 1974.
10 – Este argumento sigue los de Plumwood en Feminism and the Mastery of Nature. Véase también Jessica Benjamin, The Bonds of Love: Psychoanalysis, Feminism and the Problem of Domination, Londres: Virago, 1988, y Jean Grimshaw, Philosophy and Feminist Thinking, Minneapolis, Minn.: University of Minnesota Press, 1986.
11 – Donna Haraway, "Conocimientos situados: The Science Question in Feminism and the Privilege of Partial Perspective", en Simians, Cyborgs, and Women, pág. 19.
12 – Esto no excluye en absoluto la autodefensa contra animales como depredadores, parásitos o microorganismos que amenacen con hacer daño a la gente.
13 – Paul Shepard es quizá quien más ha expuesto estas pruebas en Thinking Animals: Animals and the Development of Human Intelligence, Nueva York: Viking Press, 1978; Nature and Madness, San Francisco, California: Sierra Club Books, 1982, y, más recientemente, The Others, Washington, D.C.: Earth Island Press, 1996.
14 – N. del T.: "Los animales del totemismo dejan de ser, sólamente o sobre todo, criaturas temidas, admiradas o codiciadas: su realidad sensible deja traslucir nociones y relaciones concebidas por el pensamiento reflexivo a partir de los datos de la observación. Por último, se comprende que las especies naturales no sean elegidas por 'buenas para comer' sino por 'buenas para pensar'." (Claude Lévi-Strauss, 1962. El totemismo en la actualidad). El antropólogo Marvin Harris jugaría años después con esta distinción en su obra Bueno para comer (1998).
15 – "Shamu" fue el nombre con que se bautizó a una serie de orcas que actuaban en un importante parque temático marino estadounidense,
16 – Mies y Shiva, Ecofeminism.
17 – Como se destaca en la siguiente sección, hay muchos animales que, de hecho, habitan en las zonas urbanas. Pero la mayoría no son invitados, y muchos son activamente expulsados o exterminados. Además, los animales han sido excluidos en gran medida de nuestro concepto de las ciudades y el urbanismo.
18 – Ann Whiston Sprin, The Granite Garden: Urban Nature and Human Design, Nueva York: Basic Books, 1984, Michael Hough, City Form and Natural Process, NuevaYork: Routledge, 1995.
19 – O. H. Frankel y Michael E. Soulé, Conservation and Evolution, Londres: Cambridge University Press, 1981; M. E. Gilpin e I. Hanski, eds, Metapopulation Dynamics: Empirical and Theoretical Investigations, Nueva York: Academic Press, 1991.
20 – Michael E. Soulé, "Land Use Planning and Wildlife Maintenance: Guidelines for Conserving Wildlife in an Urban Landscape", Journal of the American Planning Association 57, 1991.
21 – M. I. Shaffer, "Minimum Population Sizes for Species Conservation", BioScience 31, 98.
22 – Véase, por ejemplo, Michael Dear y Allen J. Scott, Urbanization and Urban Planning in Capitalist Society, Londres: Methuen, 1981.
23 – Un ejemplo es Laurie, ed., Nature in Cities, Nueva York: Wiley, 1979.
24 – John R. Logan y Harvey L. Molotch, Urban Fortunes: The Political Economy of Place, Berkeley, California: University of California Press, 1987.
25 – Elizabeth Wilson, The Sphinx in the City: Urban Life, the Control of Disorder, and Women, Berkeley: University of California Press, 1991; Christine M. Boyer, Dreaming the Rational City: The Myth of American City Planning, Cambridge, Mass.: MIT Press, 1983; Chris Philo, "Animals, Geography and the City: Notes on inclusions and exclusions", Environment & Planning D: Society and Space 13, 1995.
26 – Alexander Wilson, The Culture of Nature: North American Landscapes from Disneyland to the Exxon Valdez, Cambridge, Mass.: Blackwell Books, 1992.
27 – Gary Snyder, The Practice of the Wild, San Francisco, California: North Point Press, 1990.
28 – Véase el estudio tripartito de Stephen R. Kellert,
Public Attitudes toward Critical Wildlife and Natural Habitat Issues, Fase I, US Department of Interior, Fish and Wildlife Service, 1979; Activities of the American Public Relating to Animals, Fase II, US Department of Interior, Fish and Wildlife Service, 1980; y, en coautoría con Joyce Berry, Knowledge, Affection and Basic Attitudes toward Animals in American Society, Fase III, US Department of Interior, Fish and Wildlife Service, 1980.
29 – Stephen R. Kellert, "Urban Americans' Perceptions of Animals and the Natural Environment",
Urban Ecology 8, 1984.
30 – David A. King, Jody L. White y William W. Shaw, "Influence of Urban Wildlife Habitats on the Value of Residential Properties", en L. W. Adams y D. L. Leedy, eds.,
Wildlife Conservation in Metropolitan Environments, National Institute for Urban Wildlife, 1991, págs. 165-9, y William W. Shaw, J. Mangun y R. Lyons, "Residential Enjoyment of Wildlife Resources by Americans", Leisure Sciences 7, 1985.
31 – Para una excepción, véase William W. Shaw y Vashti Supplee, "Wildlife Conservation in a Rapidly Expanding Metropolitan Area: Informational, Institutional and Economic Constraints and Solutions," en L. W. Adams y D. L. Leedy, eds,
Integrating Man and Nature in the Metropolitan Environment, National Institute of Urban Wildlife, 1987, págs. 191-8.
32 – Donna Haraway,
Primate Visions: Gender, Race, and Nature in the World of Modern Science, Nueva York: Routledge, 1989; Neil Evernaen, The Social Creation of Nature, Baltimore, Md. Johns Hopkins University Press, 1992; Plumwood, Feminism and the Mastery of Nature.
33 – James O'Connor, "Capitalism, Nature, Socialism: A Theoretical Introduction",
Capitalism, Nature, Socialism 1, 1988.
34 – Paul Shepard, "Our Animal Friends", en S. R. Kellert y E. O. Wilson, eds.,
The Biophilia Hypothesis, Washington, D.C.: Island Press, 1993, págs. 275-300, hace hincapié en lo salvaje, mientras que otros son más inclusivos, como Noske, Humans and Other Animals, y Karen Davis, "Thinking Like a Chicken: Farm Animals and the Feminine Connection", en Carol J. Adams y Josephine Donovan, eds, Animals and Women: Feminist Theoretical Explorations, Durham, N.C. y Londres: Duke University Press, 1995, págs. 192-212.
35 – Para excepciones, véase Alan M. Beck,
The Ecology of Stray Dogs: A Study of Free-ranging Urban Animals, Baltimore, Md. York Press, 1974; y C. Haspel y R. E. Calhoun, "Activity Patterns of Free-Ranging Cats in Brooklyn, New York", Journal of Mammology 74, 1998.
36 – S. T. A. Pickett y P. S. White, eds,
The Ecology of Natural Disturbance and Patch Dynamics, Orlando, Fla.: Academic Press, 1985; Botkin, Discordant Harmonies. En su forma más extrema, la perspectiva de las perturbaciones puede utilizarse políticamente para racionalizar la destrucción antropogénica del medio ambiente; véase Donald Worster, The Wealth of Nature: Environmental History and the Ecological Imagination, Nueva York: Oxford University Press, 1993, y Ludwig Trepl, "Holism and Reductionism in Ecology: Technical, Political and Ideological Implications", Capitalism, Nature, Socialism 5, 1994. Pero véase también la respuesta a Trepi de Richard Levens y Richard C. Lewontin, "Holism and Reductionism in Ecology", Capitalism, Nature, Socialism 5, 1994.
37 – Michael E. Soulé y Gary Lease, eds.,
Reinventing Nature? Responses to Postmodern Deconstruction, Washington, D.C.: Island Press, 1995. Para unas críticas feministas/postmodernas de la ciencia, véase Sandra Harding, The Science Question in Feminism, Ithaca, N.Y.: Cornell University Press, 1986; Haraway, Primate Visions; y Lynda Birke, Feminism, Animals and Science: The Naming of the Shrew, Buckingham: Open University Press, 1994.
38 – Katherine N. Hayles, "Searching for Common Ground", en Soulé y Lease, eds,
Reinventing Nature? págs. 47-64.
39 – Daniel L. Leedy, Robert M. Maestro y Thomas M. Franklin,
Planning for Wildlife in Cities and Suburbs, Washington, D.C.: US Government Printing Office, 1978; Arthur C. Nelson, James C. Nicholas y Lindell L. Marsh, "New Fangled Impact Fees: Both the Environment and New Development Benefit from Environmental Linkage Fees", Planning 58, 1992.
40 – Sólo se ha elaborado o se está elaborando un pequeño número de HCP, y el planteamiento sigue siendo muy controvertido. Véase Timothy Beatley,
Habital Conservation Planning: Endangered Species and Urban Growth, Austin, Texas: University of Texas Press, 1994.
41 – Sim Van der Rya y Peter Calthorpe,
Sustainable Cities: A New Design Synthesis for Cities, Suburbs, and Towns, San Francisco, California; Sierra Club Books, 1991; Richard Stren, Rodney White y Joseph Whitney, Sustainable Cities: Urbanization and the Environment in International Perspective, Boulder, Colo: Westview Press, 1992: Rutherford H. Platt, Rowan A. Rowntree y Pamela C. Muick, eds, The Ecological City: Preserving and Restoring Urban Biodiversity, Minneapolis, Minn. University of Minnesota Press, 1994.
42 – Una excepción interesante es el manifiesto de inspiración ecológica para el desarrollo urbano sostenible; véase Peter Berg, Beryl Magilavy y Seth Zuckerman, eds,
A Green City Program for San Francisco Bay Area Cities and Towns, San Francisco, California: Planet Drum Books, 1986, págs. 48-9, en el que se recomiendan requisitos de alejamiento de las riberas para proteger la vida salvaje, una revisión de los vertidos tóxicos por su impacto en la fauna, restauración de los hábitats, un departamento de vida natural que trabaje en favor de la fauna salvaje urbana, educación ciudadana, mecanismos para financiar el mantenimiento de los hábitats y (de forma un tanto oximorónica) la "creación" de "nuevos espacios salvajes".
43 – Dana Cuff,
Arquitectura: The Story of Practice, Cambridge, Mass.: MIT Press, 1991.
44 – Evernden,
Social Creation of Nature, pág. 119.
45 – R. T. T. Foreman y M. Godron,
Landscape Ecology, Nueva York: John Wiley and Sons.
46 – Charles E. Little,
Greenways for America, Baltimore, Maryland: Johns Hopkins University Press, 1990; Daniel S. Smith y Paul Cawood Heilmund, Ecology of Greenways: Design and Function of Linear Conservation Areas, Minneapolis, Minnesota: University of Minnesota Press, 1993.
47 – Existe también una discusión científica en torno a las virtudes de los corredores; véase, por ejemplo, Daniel Simberloff y James Cox, "Consequences and Costs of Conservation Corridors",
Conservation Biology 1, 1987: Simberloff y Cox sostienen que los corredores pueden ayudar a propagar enfermedades, disminuir la variación genética, perturbar las adaptaciones locales y los complejos genéticos coadaptados, propagar incendios u otras catástrofes, y aumentar la exposición a cazadores y otros depredadores. Reed F, Noss ("Corridors in Real Landscapes: A Reply to Simberloff and Cox", Conservation Biology 1, 1987) sostiene, sin embargo, que el mejor argumento a favor de los corredores es que el paisaje original estaba interconectado.
48 – Jennifer Wolch y Stacy Rowe, "Companions in the Park: Laurel Canyon Dog Park, Los Angeles",
Landscape 31, 1993.
49 – N. del T.: El concepto de "sociedad humanitaria" suele emplearse en relación a colectivos animalistas centrados en practicas como las adopciones y los rescates de perros y gatos. No encuentro ningún equivalente español satisfactorio.

50 – Tales prácticas incluyen la muerte rutinaria de un gran número de animales de compañía, la venta de animales incautados a laboratorios biomédicos, etc.

51 – Alain Touraine,
The Return of the Actor: Social Theory in Postindustrial Society, Minneapolis, Minnesota; University of Minnesota Press, 1988; Alberto Melucci, Nomads of the Present: Social Movements and Individual Needs in Contemporary Society, Filadelfia, Pa.: Temple University Press, 1989; Alan Scott, Ideology and the New Social Movements, London: Unwin Hyman, 1990.
52 –
N. del T.: Posible referencia a Sir James George Frazer: "En las edades venideras quizá llegue el hombre a predecir y aun a gobernar el caprichoso curso de las nubes y los vientos, mas difícilmente tendrán sus minúsculas manos suficiente fuerza para renovar la velocidad de nuestro desfalleciente planeta en su órbita o reavivar el agonizante fuego del sol. Sin embargo, el filósofo, que se estremece a la idea de tan lejanas catástrofes, puede consolarse considerando que sus sombrías aprensiones, como el mundo y el mismo sol, son tan sólo partes de aquel universo incorpóreo que la mente suscitó del vacío, y que los fantasmas que ha evocado hoy la sutil hechicera pueden desvanecerse mañana. También ellos, como tantas cosas aparentemente sólidas, pueden fundirse en aire, en aire tenue" (James Frazer, 1890. La rama dorada).
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Traducción: Igor Sanz

Texto original: Zoöpolis

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  1. No puedo tomar en serio a alguien que mete ideología feminista en cada párrafo. Habla de patriarcado y otras insensateces feministas ya refutadas.

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    1. A mí me cuesta tomar en serio un comentario tan torpe.

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    2. Así es, los comentarios feministas donde ven patriarcado en todo lado son muy torpes. Estamos de acuerdo.

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    3. Le honra que sea usted capaz de reconocer sus propios defectos.

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    4. Mis defectos los reconozco, ¿pero puede usted reconocer los suyos? porque no soy yo el que escribo insensateces feministas sin sustento. ¿Qué se supone que tiene que ver el inexistente patriarcado en todo este tema? Es como echarle la culpa de algo a algún dios.

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  2. ¡Qué mezcla tan absurda de cosas que no tienen nada que ver con el tema! pura promoción gratuita de progresismo, socialismo y feminismo, como si la desconsideración de los animales ocurriera solamente en un determinado sistema político/económico. Quien escribió el texto necesita un baño de realidad y es un ejemplo claro de por qué actualmente el feminismo y el progresismo socialista son un hazmerreír.

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  3. Exacto. Es un texto de propaganda feminista-socialista-marxista-leninista-fracmasónica. ¡Corred! ¡Corred a resguardaros!

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